Espinas en la playa (parte I)
Esencia de erotismo.
Pero que linda te ves con tu bolsita del Starbucks! ¿Qué me compraste corazón?
Mi compañero de trabajo me mira con menosprecio y desdén, y se pasa de largo sin saludar y sin responder como si realmente fuera una elegante doncella huyendo de un trúan de baja calaña que acaba de insultarla, alcanza su escritorio y con el sobrepeso de su voluminosa panza acomodada apenas entre los dos brazos de la silla estira sus manos aborregadas y saca dos prominentes vasos de cartón y los acomoda en el centro del buró con las reminiscencias de mi vulgar creatividad sonándole en la cabeza, entonces me mira y me hace una aguada seña de desaprobación que se quedó con ganas de ser un envío derechito al demonio.
Conocí a Isaac cuando era soltero, vino a trabajar aquí a esta oficina burócrata con la cola entre las patas, con tenacidad y sumisión alcanzó una base y hoy es junto conmigo otro mueble de esta oficina gris que con los años luce más larga, interminable, como una cruel maldición, cuando se afianzó al trabajo se casó con una chica de su iglesia, ambos cristianos y ambos hechos el uno para el otro, pronto comenzaron a procrear hijos, uno, dos, tres, cuatro, ya lleva… y sino fuera porque la esposa se fue a California con sus padres ya iría por el quinto. Isaac se quedó solo aquí en la Ciudad de México, otra mujer con esas ganas de reproducción seguro le hubiera puesto el cuerno, pues este trabajo es infame, celoso, y precisa el zumo de la vida de todos los burócratas que venimos a caer aquí; pero aquella mujer, cristiana al final de cuentas optó por refugiarse con su familia pocha en los Estados Unidos, se fue a algún lugar de California, alguna población de esas horizontales, con casas de madera y patios de pasto podado, donde sus hijos pueden jugar con cierta libertad, libertad que también ella aprovecha para masturbarse con la esquina de la lavadora que está en el sótano mientras lava cerros y cerros de ropa infantil y se moja dos veces.
Ya en serio! ¿Ese café es para mi?
-dije con antojo-
No, compadre no es para ti, se lo traje a Dayanna, sorry “suerte para la próxima” –respondió con su molesto cliché de los ochentas-
Dijo “Dayanna” estirando la palabra con excesiva pronunciación subrayando la importancia que le daba a la frase, Dayanna es una mujer que recién encontró su suerte en esta oficina, es un inmaculado lienzo en blanco, vino aquí por las palancas de una compañera cuarentona que la presentó al jefe de área como su familiar lejana, su vida ha sido difícil, su padre nunca lo conoció y su mamá murió cuando tenía catorce años… hace poco realmente, desde entonces vive en una habitación rentada cerca de la oficina y su única familia es una tía hermana de su madre que vive con su pareja en una casa enorme al sur de la ciudad, Dayanna es muy joven y está tratando de construirse un futuro en esta burocracia, no tiene intención, ni dirección, intenta aprender lo que sea y como sea sin una ruta precisa, es gentil por conveniencia, prefiere permanecer ajena y más de una vez la he pillado mirando el movimiento de las nubes en el pedacito de cielo que permite ver esta urbanidad.
La juventud le ha regalado unos hermosos, grandes y lánguidos ojos, casi dramáticos que si llorasen enternecerían al mismísimo chamuco, la mayoría de las veces los exhibe con un maquillaje oscuro innecesariamente cargado que termina en una línea egipcia al final del párpado, le gusta el café, Isaac apenas lo supo hace unos días mientras teníamos una charla matutina de esas grupales en la que uno platica de cómo le fue el fin de semana, de lo que comió, de las películas que miró en netflix mientras los demás burócratas hacemos círculo y referimos las escasas chispas que brillan en nuestros fines de semana y que iluminan por un breve instante nuestra gris existencia…
-Dayanna llega hasta las diez compadre!, se te va a enfriar el café-
No le hace! Se lo caliento!
Dijo con entusiasmo, mientras su rostro dibujaba en un instante breve, apenas perceptible una sonrisa sutil y perversa y allá lejos caía un ladrillo de la iglesia crisitiana a sus espaldas. Peluche me miró sonriente, con complicidad, al notar el gesto del hermano Isaac, ambos sonreímos, Peluche –así lo llamamos- es en realidad el licenciado Peluche coordinador del área dónde laboramos, su actuar es más sutil que el de Isaac y mucho más elaborado, andará rayando los cuarenta años, casado, bien parecido, y es dedicado al trabajo, lo que le imprime un aura de legitimidad laboral, sin embargo no pierde ocasión alguna para acercarse a Dayanna.
Disfruta su posición y varias veces al día la llama para enseñarle algún expediente, o comentarle cómo resolvió alguna cuita del trabajo con el semblante de un maestro oriental que se dirige a su germinal alumna para instruirla, desde el primer día que nos presentaron a Dayanna, Peluche hizo espacio en la oficina y personalmente acomodó un escritorio perpendicular al suyo, con vista a la ventana, de esta manera puede mirarle sus muslos desnudos cuando está sentada, es común pillarlo observándole la cadera, y la femenina curva que dibuja su perfil.
Y es que Dayanna es una mujer esencialmente femenina, nació en el calor de la costa del golfo, donde las mujeres son magras del talle y tienen una cadera generosa, llena de carne, su cola es una epifanía de lujuria pues sus nalgas están tan bien dispuestas, tan excelentemente levantadas que no hay en la mente de los burócratas que la observamos, otra sensación que la de querer apretar con las manos tan jugosa carne, a varios compañeros he visto entrecerrar la mano harta de intención mientras observan su culo, llenos de deseo, como si su juvenil trasero fuera un imán de atracción animal.
No obstante de su ingenuidad, Dayanna es mujer, y estoy seguro que desde que nació sabe los encantos con los que cuenta y el poder que tienen sobre los hombres, rara vez asiste a la oficina con unos jeans entallados y zapatos altos, la mayoría de las veces usa vestidos sueltos, llenos de flores o de grecas alegres y sandalias pueriles que exhiben sus piernas y sus hermosos pies.
-Dayanna, mira ven a echarle un ojito a esta resolución-
Demanda Peluche mientras ya tiene previamente instalada en primera fila la visión del giro de sus muslos sobre la silla y la sutil vista de las bragas que por un instante se asoman mientras ella se levanta de su lugar y se acerca a él con su agilidad juvenil, su frescura y sus ojos melancólicos atentos a la intrascendente instrucción del coordinador.
-te traje un café, el “caramel macchiato” que te gusta Dayanna!-
Interrumpe el hermano Isaac con la brutalidad de su peso, mientras articula una charla forzada sobre el origen del café y la falacia de que la transnacional de toldo verde apoya a los campesinos del sureste para la cosecha y venta de su producto, ella lo recibe con reserva y con cierta pena que bien podría ser temor. La pequeña charla y el vestido de base blanca y lleno de diminutas flores oscuras arregladas de manera tal que ninguna de ellas se toca, atraen la atención de varios compañeros de la oficina, el licenciado Jorge un hombre ya de edad pero con la lujuria a flor de piel se le acerca y la saluda mientras le planta un molesto beso en la mejilla, la abraza, coquetea con ella de una manera descarada que hace sonrojar la blanca piel de Dayanna, también se acerca Fernando, con su amistad lasciva y su mirada excesiva en el escote, de pronto Dayanna está rodeada de varios hombres que escupen halagos llenos de deseo y que si la moral les permitiera y la ley no les prohibiera, seguramente le organizaban una orgía romana ahí mismo en el escritorio de Peluche, tomada por los brazos y las piernas mientras cada uno de ellos sacia su original y primigenia necesidad de penetrar.
Dayanna por su parte agradeció el café que le trajo Isaac, respondió un par de preguntas que le hizo el grupo y se retiró a su lugar menenado la cola y minimizando su fama, se sabe deseada y su piel blanca enrojece con el flirteo, sin embargo es muy parca, habla lo menos posible y la melancolía de sus ojos la convierten en una especie de ensueño femenino, lejana, etérea, inalcanzable a veces…
-De qué está hecha la piel femenina sino de ensueños anhelantes?-
Como no tiene horario que cumplir, sale temprano de la oficina y generalmente visita a su tía, allá come y por las tardes sube a una recámara que tiene acondicionada especialmente para ella en la azotea de su casa, que es de hecho un caserón de tres pisos lleno de habitaciones antiguas y cuartos sin uso, restos de lo que alguna vez fue una familia muy grande y de la que ahora sólo quedan recuerdos amarillentos, en esa habitación amplia y de paredes verde pistache se halla una cama en cuyo costado se encuentra una ventana grande que mira al poniente –hacia la puesta del sol- y a la azotea del vecino donde nunca hay nadie, esa ventana está protegida por unos barrotes de fierro negro antiguos y curvos que le dan cierta elegancia y que en algún momento sirvieron para protegerla de algún visitante felino, enfrente, arriba de un mueble con libros de novelas históricas tiene una pantalla que la entretiene la mayoría de las veces, al otro lado una bicicleta fija ya vieja de esas para hacer ejercicio que usa de vez en cuando y que rechina cuando la cadena empieza a moverse, también hay un ropero con algunas cosas propias. Es su lugar favorito, porque es bastante amplio y sobre todo personal, en cuanto sube se quita el vestido, el sujetador, y se pone unos shorts particulares de una tela muy suave, más suave que el algodón pero con cierta textura como las toallas de baño, se descalza completamente y si acaso busca alguna playera suelta y desteñida para sudarla mientras hace bicicleta, luego hace unos ejercicios de gimnasia de una rutina añeja que ella misma ideó hace varios años y que la agotan mientras mira la puesta de sol, le gusta mucho ese cuartito porque está en la parte más alta de la casa y ahí puede disfrutar el atardecer hasta el ocaso con cierta libertad en la permisible perspectiva de esta ciudad llena de edificios.
Dayanna disfruta la soledad que le ofrece la amplitud de esa casa, el espacio de la habitación, el silencio, rara vez su tía escala los tres pisos para visitarla, así que puede disfrutar de una cómoda nostalgia solitaria, tiene la costumbre de terminar sus ejercicios antes de que el sol se ponga, a veces cierra la puerta, se desnuda casi completamente sólo las bragas y el short cubren su hermosa cadera, entonces toma una almohada, la dobla a la mitad y se monta en ella sobre la cama, su cuerpo erguido dibuja una curva tan femenina que la envidiaría cualquier escultura de Bernini, sus muslos juveniles y turgentes sostienen su cuerpo entre el cojín y el colchón, Dayanna comienza a mecerse hacia adelante y hacia atrás despacio mientras sus piernas bien abiertas permiten que la almohada roce su higo, su higo rojo, lleno de vida, la textura de la tela le produce un gozo extremo pues el roce de sus labios rosas, hinchados por la excitación le dan una sensibilidad absoluta y su vagina se convierte en un manantial húmedo, Dayanna cierra sus ojos, concentra su sentir en el roce untable de su sensualidad, con una mano se afianza con fuerza de un barrote apretándolo con lujuria, como se aprieta la carne del hombre y tensa su torso para dirigir mejor su movimiento de vaivén mientras con la otra se toca, le encanta mojarse, le encanta tocarse las tetas, oprimirse, extiende la mano amplia por todo su pecho como si buscara el dibujo antiguo de un hechizo, encuentra sus puntiagudos pezones los pellizca transgrediéndolos y continúa surcando el mar de su piel en busca del destino paradisíaco de su orgasmo, a veces imagina que está montando una verga dura y larga, sin cuerpo, sobre la que desliza su cadera entre niebla espesa, se imagina sobándola con sus labios abiertos, rojos e hinchados mientras el peso de su torso y la gravedad -madre de todas las sensaciones- aturde su placer, le excita pensar en la dureza de aquel músculo fantasma, extenso, lleno de venas palpitantes, otras veces se mete los dedos e imagina que _______ la posee completa, que ese brincoteo incesante sobre la almohada y ese ritmo se los produce alguien más, que no es suyo ese cabalgar y que no puede controlarlo, que la posee lleno de lujuria, con dureza, con ritmo… entonces se ase con ambas manos de los barrotes y acelera su movimiento con una decisión demoniaca estirando los brazos con el cuerpo hacia atrás tensándolo todo, estira su cuello y respira entrecortadamente mirando el sol que se oculta entre los edificios mientras se corre en un orgasmo interior pleno… sin sol, Dayanna apenas suelta un quejido, acaso un suspiro hondo y un silencio interior que la inunda de placer, su placer es para ella y el sol su confidente, no hay gemidos fuertes, ni gritos, ni palabras... sólo la laguna de placer y la sonrisa dibujada en sus labios rojos que parecen pétalos de rosa.
-Umberto y Dayanna ¿pueden acercarse?- Inquiere Peluche con una necesidad laboral real.
–¿qué opinan de este escrito que acabamos de recibir?-
Permito que Dayanna se adelante y cuando se agacha a mirar el documento observo su trasero generoso bien dibujado en el vestido, me dan ganas de nalguearla, no un golpecito travieso, sino una nalgada fuerte, bien dada, sonora, deseo sentir mi mano completa en su carne, cuando levanto la vista Peluche me observa, me ha pillado y sonríe.
-somos unos cerdos- pienso.
Mientras el licenciado Peluche exhibe un problema verdadero de las cuitas laborales que resolvemos en la oficina, mi mente se abstrae y su hablar me parece un idioma antiguo e indescifrable, mientras mi espíritu sigue inspirado en esa cola curva y deliciosa y mi alma me conmina diciendo que -no es para tanto-, que la esencia del hombre es pasional, arrebatada y sin la mínima reflexión, la pasión es precisamente como una nalgada bien dada, una explosión de deseo contenida, el dolor provocado por el golpe es intrínseco y por ello la perversa ambivalencia del dolor y el placer es así de valiosa.
La respuesta de Dayanna me suena como un tintineo mágico cuando se agacha y recarga ambos brazos en el escritorio de Peluche acercándose al documento y a mi rostro, una especie de susurro dulce y lento que alcanzo a percibir pues mi mente está perdida en su cabello y en la manera en que cae sobre sus hombros y su espalda. Dayanna huele a algo parecido a la canela, algo rojo guinda diluido en el aire, me excita, me excita objetivamente, tanto que el bulto en mis pantalones empieza a crecer muy cerca de su mano, qué excitante es esa línea roja que divide la seducción de la transgresión!, ese instante en el cerebro que inunda de rojo todo el cuerpo y que vive en la necesidad de atreverse o contenerse, mi verga está crecida si bien no erecta lo suficiente para dibujar un bulto viril hambriento y viviente a sólo unos centímetros de su mano y aunque no la roza, Dayanna lo distingue inmediatamente con un reflejo femenino y corta su opinión de tajo mientras da un vistazo rápido allá abajo y enrojece como princesa de Disney.
-¿dónde te gustaría estar ahora Dayanna?- le pregunto más tarde, con franca honestidad y con intención de minimizar mi primigenia acción hace unas horas en el escritorio de Peluche, aprovecho un momento en que se ha levantado de su lugar y observa absorta el movimiento de las hojas en los árboles que se miran desde la ventana de la oficina mientras bebe agua de un termo.
-en Veracruz-
Veracruz… -repito en voz baja- mientras desfilan ante mis ojos fotografías etéreas de las calles de mil colores de Tlacotalpan con sus remates blancos, las playas de mar abierto en la costa Esmeralda brillando al sol del mediodía, el verde profundo de la laguna de Catemaco, Nanciyaga, los Tuxtlas e incluso la impecable y presuntuosa ciudad de Xalapa y me cuestiono ¿dónde en el diverso Veracruz estará posando sus ojos esta hermosa mujer?
Dayanna me mira divagando y después afirma resuelta –pa´su madre! en Veracruz!, en el mar, ahhh en la casa de mis abuelitos es una casita muy simple que está rodeada de palmeras por todos lados y dondequiera encuentras cocos tirados ahí sobre la arena, sobre la tierra, es un terrenote, la casita sólo es una construcción chiquita dentro de un gran predio lleno de plantas y de árboles frutales que ellos sembraron hace mucho tiempo, hay un limonar que plantaron justo cuando nací y ahora está lleno de limones –sonrie- al fondo del terreno hay un sendero así medio bronco y después una loma con arena y restos de hierba, cuando la cruzas llegas al mar
-tú conoces el mar?- me pregunta inocentemente mientras sonrío y asiento mirándole sus ojos.
…te sorprende el paisaje de repente porque la altura de la loma no te permite ver que la playa está ahí tan cerca, así que cuando subes de pronto te topas con la vista inmensa del mar, a la izquierda se ve un risco lleno de rocas y un montón de arbustos verdes, ahí puedes mirar el atardecer, me gustaba mucho ir después de la escuela, entraba a la casa, saludaba a mis abuelitos, me servía un vaso de Yoly y luego sin quitarme el uniforme de la escuela, me iba descalza para sentir la arena en mis pies y mirar como el círculo naranja del sol se perdía en las rocas hasta que se hacía de noche-. Dayanna sonrió y sus ojos se iluminaron como si el recuerdo le llenara de luz las pupilas, hizo una pausa y siguió:
Ah pero el puto regreso es doloroso, bien doloroso porque hay unas como flores que crecen en la hierba mala y de noche casi no se ven en la hierba esa que crece por todos lados, que se cierran y son como erizos de mar, así con puntas pequeñitas, con espinas y se te entierran en los pies, y duele cuando las pisas, arde cabrón! hasta sangre te sacan-
Jajaja… ¿y no era más fácil llevar sandalias? –inquirí mientras imaginaba la voluptuosidad de sus pies desnudos y sus muslos con el traje escolar de veracruzano de playera polo blanca con el escudo de la escuela bordado en el pecho y las minúsculas faldas oscuras-
-pues si, sino eres veracruzano, los huaraches son accesorios para turistas, no hay nada más chingón que sentir la arena en tus pies, eso no lo cambio por nada del mundo!–
Luego hizo otra pausa y mientras se acariciaba el cabello y sin mirarme dijo
-además, a veces me gustaba sentir dolor- y su mirada se tornó con cierto misterio, luego le dio un último trago a su termo y se retiró...