Espiando desde la ventana de la biblioteca

No pude dejar de "espiar" a una pareja desde la ventana, cuando entré en la biblioteca a estudiar.

No fue hasta un rato después de sentarme en una de las últimas mesas situadas en los ventanales de la biblioteca, cuando de mi cuenta de una escena algo peculiar. Los estragos de la última clase me tenían todavía confundida. La ingente cantidad de apuntes en forma de hojas me abrumaba. Libros por aquí, libros por allá debilitaban mis ganas por seguir memorizando. Pero poco a poco, mi atención se fue debilitando cuando de repente observé a través de los cristales, a una pareja de estudiantes que yacía sobre el césped, bajo la sombra de un arbusto. Debían tener algo más de veinte años, pero no muchos más. Seguramente veteranos a los que les queda muy poco para terminar la carrera universitaria. Aunque no sé, nunca fui buena asignando edades a las personas. En un primer momento, me provocó envidia en la actitud cariñosa de ambos, sus miradas, sus caricias, sus sonrisas, etc. He de confesar que por mi cerebro deambuló por aquellos momentos a los parecidos que viví con mi antiguo novio Carlos, en los últimos meses ya irreconocible en su manera de ser.

Desde ese momento ya casi ni pude volver a concentrarme en estudiar y eso que lo intenté no pocas veces, pero fue en vano. No podía quitar mis ojos de aquella pareja. Como si estuviera leyendo una de esas novelas románticas que no puedes parar de leer capítulo tras capítulo. Lo que había dado para tener un chico que me dedicara ternuras a todas horas y me hiciera saber lo dichosa que me hacía sentir. Sin duda, me advertía que sus caricias se hacían cada vez más intensas.

De repente, él se despojó de la chaqueta marrón de cuero que traía puesta y se la colocó encima del cuerpo de su amada. Me equivoqué en mis pensamientos porque advertí su movimiento como un gesto de cariño, pero que fue todo lo contrario cuando vi que la mano del chico, se perdió por debajo de la prenda, dejando a mi imaginación las travesuras que le planteaba en un lugar público. Al tiempo que notaba los ligeros movimientos por debajo de la chaqueta, la boca de él se acercaba al oído de ella. Me imaginé sus susurros, calientes como empezaba a notar yo en mi entrepierna. Me excité sin darme cuenta. El deseo invadió cada centímetro de mi cuerpo. La chica parecía estar suplicándole que parara, pero su rostro denotaba cierto color rojizo de deseo. Seguramente deseaba que su novio reactivara de nuevo su mano, subiendo por sus vaqueros y adentrándose por debajo de su jersey verde. Su boca había dejado el oído para enredarse en su melena morena, algo despeinada. También percibí que, en lo tejanos de él, su abultado miembro se hacía denotar cada vez más evidente.

Me provocó un gran impacto porque no esperaba que en un lugar como ese, se atrevieran a llegar tan lejos. Nada les importaba el deambular de otros estudiantes por una calle a escasos metros de ellos. Otra chica, libro en mano, no dejaba de leer sentada apenas un metro de ellos, ajena a la escena erótica. Otros estudiantes comían cerca sentados en un banco, que tampoco parecían percatarse de los juegos de la pareja. Creo que solo era yo la “voyeur” que le estaba encantando lo que veía.

A esas alturas, estaba segura que sus braguitas estaban tan mojadas como las mías y que la mano de su chico ya había desabrochado el botón y la cremallera para llegar hasta ellas. Estaba muy caliente. Miré a mi alrededor. Era la una del mediodía. Casi no había nadie a esas horas estudiando.

Sin pensarlo, bajé mi mano derecha en un arrebato de perversión. El ligero susurro por la fina capa de mis leggins negros, me provocó un intenso placer. Sin dejar de mirar a la joven pareja, recorrí mis muslos, mi cadera, subí por la camisa y adiviné que detrás del sujetador, unos pezones durísimos que me pedían placer. Mis movimientos en la silla se hicieron más patentes, al ritmo que la chica entreabría sus piernas y dejaba entrever por su cara, que estaba siendo penetrada. Yo no quise ser menos y lo intenté con mucho disimulo, metiéndome la mano por debajo. Enseguida noté mi mano empapada por mis jugos íntimos y la tela de las braguitas también. Acomodé mi cuerpo delgado sobre la pared y mi melena pelirroja sobre el cristal del ventanal. Adiviné a dar varios giros con mi dedo corazón sobre el clítoris, que alteraron mi cuerpo en un tímido espasmo. Me quise poner en su lugar cuando vi que se morreaban hasta la saciedad.

Como ellos, poco a poco fui perdiendo la vergüenza de estar en un lugar público. No tardé en chuparme el dedo y bajar de nuevo hasta mi sexo húmedo. Me penetré primero con el índice y luego le acompañó el corazón. Presioné fuerte y hasta el fondo de mí. Mis pechos también reclamaban su parte, pero no podía satisfacerlos. No tenían la suerte de estar detrás de la mesa, como si mi zona pélvica, ante miradas indiscretas. El novio parecía haber conseguido hacerla llegar hasta el final de su travesura, porque ella se dejó caer hacia atrás tendida en el césped, mientras él retiraba la mano mojada. Yo seguí sin cesar mis movimientos pélvicos. Los dedos entraban y salían cada vez más fuerte. Apenas me daba tiempo a controlarme para que no se me escapara ningún leve gemido que me delatara. Pero lo conseguí. En pocos minutos me vino un placentero orgasmo que me dejó descolocada. Sin fuerzas, sin aire. Abatida sobre la silla de la biblioteca. Apenas me restituí, miré hacia el césped y no los vi. Rastreé rápidamente toda la zona y ni rastro de la pareja. Habían desaparecido sin darme cuenta pero me habían dejado un increíble orgasmo que nunca olvidaré

Gracias