Espiando cómo se follan a mi madre

Dudaba si mi madre se recuperaría de la violación que sufrió, pero aquella noche descubrí como se la follaban nuevamente.

(CONTINUACIÓN DE “CÓMO CASTIGUÉ A MI MADRE POR NO DEJARSE FOLLAR”)

Cansado, sin querer escuchar ni ver más, cerré la puerta de servicio a mis espaldas, siguiendo a mis vecinos a su vivienda.

En casa dejé a mi madre a la que acabábamos de violar, desnuda y a merced de otro violador, mi vecino, al que avisé para que se la follara y dejé entrar en casa para que también se la tirara.

Una sensación de inquietud me embargó, porque mi vecino además de haberla violado al menos dos veces en el pasado, era también un sádico que disfrutaba produciendo dolor y humillación a su víctima, como comprobé la última vez cuando observé los mordiscos que tenía mi madre por todo su cuerpo.

Pero mi madre merecía un castigo ejemplar por no cumplir el juramento que me hizo, el de dejarse follar por el que yo quisiera.

Por un instante dudé si entrar de nuevo en casa, quizá para evitar que la hiciera excesivo daño, quizá para ver cómo se la tiraba otra vez.

Pero fui fuerte, desistí, y dejé que hiciera con ella lo que quisiera sin yo presenciarlo. Pensé que ver cómo se la follaban con mucha frecuencia podía quitar morbo a la situación.

Dentro de la vivienda de mis vecinos, sin dejar de pensar ni un momento en mi madre, me di una rápida ducha y me vestí raudo para salir de la casa sin que nadie más se percatara y pudiera relacionarme con las violaciones a las que estaba siendo objeto mi madre.

Antes de marcharme, los dos vecinos que se la habían beneficiado salieron a mi paso. Iban ya vestidos y duchados.

Pedro, el más bajo, me entregó en una bolsa de plástico las tres máscaras que habíamos utilizado para violar a mi madre.

Me tendió la mano y me dijo muy serio:

  • Como ya hemos hablado, de esto ni una palabra a nadie, absolutamente a nadie, ni tú ni nosotros. Mañana no estaremos aquí y nunca nos volveremos a encontrar.

Se la estreché, respondiéndole en el mismo tono.

  • Por supuesto, todo lo se sepa será malo para todos nosotros.

Felipe, sonriendo, también me estrechó la mano, exclamando:

  • Ha sido cojonudo, tío. ¡Vaya madre que tienes, cacho cabrón! ¡Qué tetas, qué culo, pero qué coño tiene, ostias, cabrón, joputa!

Y me abrazó emocionado, y yo también lo hice. Tenía que estar muy agradecido. Sin ellos no hubiera sido posible gozar como lo había hecho.

  • ¡Gracias, muchas gracias a los dos!

Les dije y Felipe, soltándome, respondió:

  • Gracias a tu madre, joputa, por estar tan buena y a ti por dejar que nos la folláramos.

Y continuó diciéndome, muy alegre:

  • No sé si podré aguantar sin follármela más. No ha pasado ni una hora desde que me la follé y ya tengo ganas de volver a hacerlo. Me ha convertido en un drogata de sus tetas y de su culo. Pero, como no debo volver a verla, me tendré que buscar mujeres que me la recuerden para follármelas, incluso pagando.

Pedro, más distendido, también me sonrió y, acompañándome a la puerta de servicio, me dijo:

  • Seguro que te haces rico si la colocas de puta de lujo, porque cuerpo y aptitud tiene.

Me dejó pensativo. Era una opción en la que no había pensado, pero, teniendo en cuenta lo mal que estaba la situación económica del país, podía ser un situación a considerar.

Miró por la mirilla antes de abrir la puerta y, dejándome salir, la cerró sin hacer ruido a mis espaldas, sin decirme nada más.

Eché una mirada a la puerta de mi casa, donde el vecino seguro que ya se la había follado al menos una vez y posiblemente estuviera ahora haciéndolo de nuevo, pero, dudando de nuevo si entrar en casa, bajé a la carrera las escaleras, alejándome lo más rápido que pude de la tentación de entrar.

Ya en la calle, lo primero que hice fue tirar a un contenedor la bolsa con las máscaras. Luego deambulé sin un rumbo fijo, pensando continuamente en lo que estaría haciendo a mi madre, y, al encontrarme de frente con un cine, entré en él, sin fijarme siquiera de la película que echaban.

No presté atención a la pantalla, inmerso en mis propios pensamientos, pensando en lo que la habría hecho el vecino y lo que todavía seguiría haciéndola, y me di cuenta que tenía otra vez la polla dura y erecta. Estaba claro que la situación me excitaba enormemente y que me hubiera encantado estar presente viendo cómo se la la tiraba, cómo la humillaba.

Un par de filas más adelante, una pareja adolescente morreaba, ajena a lo que sucedía en la pantalla, y, por los movimientos que hacían, la chica le masturbó, mientras el chaval la sobaba las tetas reiteradamente. Él debió eyacular porque ella paró sus movimientos y se limpió las manos con algo, posiblemente con algún kleenex que sacó de su bolso.

Cuando acabó la película, aguanté en la silla para poder ver el rostro de la pareja. Quizá podría aprovecharme en el futuro de la situación e incluso tirarme a la chica. No debían tener más de catorce o quince años y ella, rubia de buenas tetas, bien merecía un buen polvo, no solamente un magreo en la oscuridad del cine.

El vaquero azul ajustado realzaba su culo y al pasar un buen sobe la dí, como si fuera accidental, que rematé con un suave azote. No sé si le dijo algo a su noviete, pero yo ya estaba fuera del cine caminando hacia casa.

Me compré un bocadillo y me lo comí sentado en un parque, donde una joven pareja se escondía entre las sombras para follar. Un chaval, algo más joven que yo, les seguía de lejos para no perderse el espectáculo y posiblemente participar, pero ya era muy tarde como para unirme a la fiesta, sino quería que mi padre pudiera sospechar de mi posible implicación en las violaciones de mi madre.

Ya era bastante tarde cuando llegué a casa, para asegurarme que mi padre estuviera en casa antes que yo.

Entré, utilizando mi llave, por la puerta principal. Escuché la televisión puesta, y encontré a mi padre sentado en el sofá viendo la televisión. Me recriminó ásperamente sobre la hora a la que llegaba, y, dando unas confusas excusas, me encaminé a la cocina para cenar alguna cosa que hubiera por allí. Lo tomé directamente en la cocina sin tener ninguna noticia de mi madre.

Antes de irme a la cama, le pregunté a mi padre, que seguía viendo la televisión, por mi madre a la que no había visto.

Me gruño, sin hacerme prácticamente caso, que ella no se encontraba bien y que, cuando llegó, ya estaba en la cama.

La puerta de su dormitorio estaba cerrada, sin ningún ruido, y no me atreví a entrar. Dudé si estaría todavía el vecino follándosela, pero lo descarte por arriesgado. Había tenido mucho tiempo para follársela.

Me acosté y en el silencio de mi habitación, a los pocos minutos escuché cómo mi padre entraba en el dormitorio para dormir con mi madre.

Soñé con mi madre. Yo estaba sentado en una butaca enorme, cómo suspendida a varios metros del suelo, y podía disfrutar viendo cómo el vecino se la follaba, una y otra vez, cómo la metía un rabo enorme y negro por la vagina, por el culo, por la boca, por todas partes, con ganas, con saña, y cómo ella chillaba histérica, al principio aterrorizada, luego de dolor y más tarde de placer. De darla placer el vecino pasó a torturarla, a morderla las tetas, los muslos, el culo, el coño. ¡Cómo ella sangraba y chillaba mientras el vecino se la comía literalmente, la arrancaba trozos de carne sanguinolenta que a veces escupía y otras engullía apenas sin masticar. En medio de esta vorágine de sangre y gritos, sonó el despertador y me encontré en la cama, bañado en sudor y envuelto en unas sábanas retorcidas que apresaban mi cuerpo como si fueran anacondas que quisieran también tragarme.

Mi padre se marchaba a trabajar y mi madre seguía sin aparecer. Antes de salir de casa, abrí sin hacer ruido la puerta de su dormitorio y allí estaba ella, inmóvil, tumbada sobre la cama y de espaldas a la puerta. La escuchaba respirar, dormía profundamente. Yo también respiré aliviado, al menos no la había devorado el vecino, no la había asesinado. Una vez se hubiera recuperado tendría la oportunidad de volver a follármela, a ver cómo la violaban.

Aquél día volví también tarde a casa, temiendo encontrarme con ella, magullada e incluso con algún miembro incluso amputado. Ya estaba acostada y mi padre estaba nuevamente viendo alguna estupidez en la caja tonta.

El segundo día volví a casa a mi hora habitual y me la encontré en la cocina, haciendo la cena. La besé en la mejilla y la encontré como triste y agotada, sin ningunas ganas de hablar.

Los días fueron transcurriendo y poco a poco se fue encontrando mejor.

Como suponía se habían marchado de la casa los dos vecinos que habían participado conmigo en la violación de mi madre y supuse que nunca más los vería.

Una tarde volviendo a casa encontré a una de las dos vecinas con las que había tenido un intercambio de palabras en el portal. Ellas habían llamado puta a mi madre y yo las amenacé con follármelas.

Debía tener unos treinta y cinco años, casada y con un hijo de unos seis años. No estaba ni mucho menos tan buena como mi madre, aunque tenía un buen cuerpo, quizá algo delgada para mi gusto, pero no me importaba echarla un buen polvo.

Llevaba un vestido ligero y muy corto que la llegaba poco más arriba de la mitad de sus muslos.

Ahora llevaba en sus brazos una caja de cartón bastante abultada que la impedía ver por dónde iba, pero debía pesar bastante poco, y, considerando que ponía la palabra “FRÁGIL” en la caja supuse que era algo de vidrio o de cerámica.

Apoyando la caja en la puerta del portal, pulsó el botón en el telefonillo su puerta. Una voz de mujer mayor que debía ser su madre, respondió a la llamada y la abrió la puerta desde el piso.

Empujando a duras penas la puerta con las piernas y la cadera pudo entrar, y yo, antes de que se cerrara la puerta, también entré en el portal sin que ella se percatara de mi presencia.

Mientras caminaba bamboleante camino del ascensor, yo, detrás de ella, no perdía detalle de su culo, escuchando si había algún vecino próximo, y pensaba la mejor forma de disfrutar de ella y cumplir mi amenaza de follármela.

Se acercó al ascensor y apoyó la caja en la puerta,  sujetándola con su cuerpo, intentando con una mano pulsar el botón para llamarlo, mientras ponía el culo en pompa y se abría un poco de piernas para estabilizarse mejor.

Yo, situado detrás de ella, en un instante me bajé el pantalón corto que llevaba sacando mi cipote tieso y duro.

La levanté rápidamente la falda por detrás y, agarrando sus braguitas, se las bajé hasta los tobillos, dejando al descubierto su culo desnudo.

No reaccionó hasta que tanteando con mi mano, dirigí mi miembro erecto a la entrada a su vagina, y se lo metí.

Se estremeció sin exclamar nada, como si no supiera todavía que estaba ocurriendo.

Con la falda levantada la sujeté por sus caderas desnudas mientras la cabalgaba.

Sin soltar la caja, intentó estabilizarse para que no se cayera, exclamando, como si fuera un perrito al que pudiera ahuyentar:

  • ¡Hey, hey, hey!

Era evidente que prefería que me la follara a que se rompiera el contenido de la caja, así que, aprovechando la ocasión, continúe follándomela con más energía.

Mis manos fueron a la parte superior de su vestido y, tirando de él, arranqué sus botones y rasgué su vestido en un momento, rompiendo sus ligeros tirantes. Al llegar a su sostén, se lo solté, y, tirando violentamente de la parte superior de su vestido hacia abajo, la desnudé también de cintura para arriba.

La escuché chillar sorprendida y excitada sexualmente.

Viendo que no podía alejarme y que, además de follármela, la había roto el vestido, dejándola completamente desnuda, intento chillar más fuerte, pidiendo auxilio, pero, colocando una de mis manos en su boca, acallé sus gritos cuando todavía estaban naciendo.

Intentó morderme la mano, pero, al intentar que no lo hiciera, tiré del cuerpo de ella lo suficiente para que la caja se despegara de la puerta, y hubiera caído al suelo, sino es por las maniobras que hizo la mujer para que no se estrellara contra el suelo, pero perdiendo las bragas en el empeño.

Colocándose a cuatro patas pudo poner la caja a sus pies en el suelo, y yo aproveché para volver a penetrarla, ahora con mayor profundidad.

Una de mis manos fue a sus tetas, sobándolas con fuerza, mientras el otro brazo la sujetaba por las caderas para follármela mejor.

El ruido de mis cojones chocando con su perineo, así como el de mi pene entrando y saliendo de su vagina, quedaron ocultos por los gemidos de ella y los resoplidos míos.

Se dejó hacer resignada, intentando mantener inmaculada la caja que llevaba, pero no su vagina, que perforé una y otra vez hasta que me corrí dentro de ella.

Me detuve un par de segundos, disfrutando del polvo que la había echado, y, una vez hube sacado mi verga  chorreando esperma, me coloqué en un instante la ropa y cogí sus bragas, saliendo corriendo del portal a la calle sin que ella pudiera ver quién se la había tirado.

Me alejé corriendo varias manzanas sin que nadie me detuviera, parecía como si fuera uno de tantos locos que corren por deporte por la calle en lugar de correrse en casa por placer.

¡Vaya polvo que había echado a la vecinita! Se lo tenía bien merecido, la muy puta. No estaba nada mal mientras esperaba que mi madre se recuperara.

Un par de días después salí del instituto a media mañana para acercarme a una biblioteca próxima a mi casa, y en el parque me crucé con mi vecino, el que más de una vez se había follado a mi madre.

No le había visto desde aquella tarde en la que, después de violarla con la ayuda de mis dos vecinos, le dejé a mi madre en bandeja para que también la violara.

Al verme intentó evitarme, desviándose de su camino, pero, al ver que no podía, intentó disimular como si no me hubiera visto. Era extraño porque siempre intentaba abordarme para que le permitiera follarse a mi madre.

Me puse delante de él, interrumpiendo su marcha, y le saludé:

  • Buenos días, vecino. ¿Cuánto tiempo sin vernos?

Cortado, me respondió de mala gana:

  • Bastante.
  • ¿Qué haces por aquí? ¿No estás trabajando?
  • He tenido que venir por aquí para hacer unas      gestiones, pero ya vuelvo al trabajo.
  • No sé nada de ti desde … aquella vez.
  • No hemos coincidido. Además estoy siempre muy      ocupado.
  • No te he preguntado qué tal te fue aquél último      día.
  • Disfruté mucho y ella también.
  • ¿No se defendió?
  • Al principio un poco. Ya sabes lo que la cuesta      entrar en materia, pero enseguida se dio cuenta que no podía evitarlo y      disfruto tanto como yo.
  • ¿Estuviste mucho tiempo?
  • No tanto como hubiera querido. Por mí hubiera      estado todavía allí, pero temía que volviera quién ya sabes.
  • ¿La mordiste?
  • Bueno, no mucho, no quería dejarla marcas muy      nítidas. Además estaba ya muy … fatigada.
  • ¿La hiciste daño?
  • Solamente disfrutó, como yo.
  • Lo hiciste sin máscara y te vio la cara. ¿Cómo      has logrado que no te denunciara?
  • Nos conocemos desde hace años y hemos llegado a      entendernos.
  • ¿A qué te refieres?
  • Bueno, yo no la hago daño, hago que disfrute, y      nadie se entera lo que la hago. Se evita un escándalo y disfrutamos.
  • ¿Yo tampoco? ¿Yo tampoco me entero lo que la      haces?
  • Tú ya sabes lo que la hago, tú mismo me has      dejado que lo haga.
  • Te recuerdo hace años, cuando yo era un niño, y      lo que pasó con aquella araña que ella tanto asco y miedo tenía.

Al escucharme, se río divertido.

  • Sí, ¡jajajaja!, fue la primera vez. ¿Te gustó?
  • Ahora sí, antes no tanto. ¿Ha habido muchas más?
  • Algunas, pero ya te contaré con más tiempo que ahora tengo prisa.

Y se marchó dejándome allí, en mitad del parque. Tendría alguna charla más con él. Había bastantes cosas que me ocultaba.

Pasaron los días y mi madre parecía estar ya recuperada, volvía a ponerse vestidos ligeros con falda por encima de las rodillas, incluso me parecía que alguna vez me echaba una mirada que se podían interpretar como de viciosa, aunque no podía darla por recuperada hasta que no tuviera constancia de que ya follaba con mi padre, por lo que, siempre que estaban en la cama, estaba atento a cualquier ruido que les delatara, e incluso alguna noche les espié por la noche cuando estaban acostados, pero, si follaban, lo hacían sin que yo me enterara.

Por fin, una noche de madrugada unos ruidos me despertaron. Escuché a mi madre gemir en su dormitorio y el ruido de la cama era también inconfundible, estaban follando. Caminando descalzo por la terraza de nuestra vivienda, me acerqué sin hacer ruido a la ventana de su dormitorio, y allí la vi, espléndida, de espaldas a la ventana y completamente desnuda encima de la cama, moviéndose arriba y abajo, arriba y abajo, sobre el cipote erecto de mi padre que entraba y salía una y otra vez en su coño jugoso.

Las manos de mi padre, ansiosas, la sujetaban por la cintura, mientras ella, gimiendo con un gatita en celo, subía y bajaba una y otra vez, insistentemente, dejándose penetrar por la enorme verga.

Sus hermosas nalgas se bamboleaban acompasadamente al compás del movimiento que las imprimían sus macizas piernas, y desee estar entre ellas, lamiéndolas, comiéndomelas, disfrutando de ellas.

De la cintura las manos de él descendieron a sus glúteos, amasándolos, sobándolos, y ella, inclinándose hacia delante, me dejaban ver perfectamente cómo se metía y salía el pene en su vagina, jugosa y sonrosada. Incluso pude ver, entre sus nalgas, su otro agujero, blanco, pero no inmaculado, como recordaba por las veces que la dimos por culo.

De pronto, las manos de mi padre se crisparon sobre las nalgas de ella, deteniéndolas en su movimiento, disfrutando del orgasmo que estaba culminando.

Unos segundos, quizá medio minuto, permanecieron sin moverse, él con la polla dentro de ella. Luego ella se tumbó bocarriba sobre la cama, enseñándome a mí, que la espiaba excitado y escondido en la terraza, su coño recién follado y sus enormes y redondas tetas, brillando por el sudor y por el deseo. Estaba maravillosa, hermosa y deseada. Deseaba tirármela otra vez, allí mismo, pero la presencia de mi padre me lo impedía.

Me pareció por un momento que me miraba sonriendo irónicamente, pero enseguida su atención se fijó en otra parte, en mi padre que, tumbándose bocabajo entre las piernas de ella, comenzó a comerla el sexo.

Cerrando los ojos, se agarró ella a los hierros de la cabecera de la cama, resaltando todavía más sus enormes y redondas tetazas.

La cabeza de él subía y bajaba, lenta pero insistentemente, moviéndose a derecha e izquierda, deleitándose del dulce manjar que escondía ella entre las piernas.

La volví a escuchar suspirar, gemir, gemir como la zorrita que era, como la calentorra que escondía dentro.

Su lengua recorrió sus húmedos labios, manteniendo cerrados los ojos y sus mejillas adquirían un color carmesí.

Sus tetas subían y bajaban continuamente, aumentando todavía más de tamaño, y sus pezones se abultaban cada vez más, adquiriendo un color rojo intenso, disfrutando de la mamada a la que estaban sometiendo.

Estiró sus piernas sobre la espalda de mi padre, aprisionando su cabeza entre ellas, y un chillido penetrante despegó de sus entrañas. Se estaban corriendo, la guarra, la puta, y, en ese momento, abrió los ojos y, mientras tenía el orgasmo, me miró directamente a mí, a su hijo que la espiaba mientras se la follaban.

Nuestras miradas se cruzaron, y en ese momento supe que también ella me deseaba, que también era yo la que me la follaba y ella que me follaba a mí.

Enseguida mi padre se incorporó e interrumpió nuestro contacto visual, besándola en la boca y abrazándola.

En ese momento me di cuenta que no era mi padre el que se la había follado, sino un hombre de aspecto prácticamente igual a él pero bastante más joven. ¡Era mi tío, el hermano más joven de mi padre, el que se había tirado a mi madre! Pero, ¿cómo? ¿cómo había entrado en la casa sin yo saberlo? ¿por qué se había follado a mi madre?

Excitado por ver a mi madre follando desnuda, no me había percatado de quién era su acompañante, solo tenía ojos para ella, y supuse que era mi padre el que se la tiraba.

Apareció en escena mi padre, ahora sí, ¡era mi padre!, ¡mi padre!, ¡completamente desnudo y con la polla tiesa como un palo! Había permanecido sentado en la butaca a la que yo, desde la ventana, no podía ver, contemplando toda la escena, disfrutándola, y yo, ante la excitación del momento, no me había dado ni cuenta.

Mi tío se echó a un lado, dejando que ahora fuera mi padre el que ocupara su lugar, pero en lugar de besarla y abrazarla, directamente se tumbó bocabajo sobre ella, entre sus piernas abiertas, penetrándola ahora por delante y comenzó a cabalgar furiosamente ante mis ojos desorbitados. ¡No podía creer lo que estaba viendo!, y ¡yo que pensaba que era un pervertido! ¡lo tenía en la sangre, era solo un simple aprendiz!

La última escena que recuerdo es a mi madre con las piernas bien abiertas, apuntando con sus dedos estirados al techo, mientras mi padre, entre las piernas de ella, se la follaba.

Antes de que me pudieran descubrir, me retiré a mi dormitorio sin hacer ruido, anonadado de lo que había visto, de lo que había vivido, y, en la oscuridad de mi habitación pero escuchando los sonidos que salían del otro dormitorio, me hice una de las mejores pajas que recuerdo. Era yo el que la comía el coño y él que se la tiraba, yo también lo era.

Por fin, mi madre se había recuperado y ¡cómo se había recuperado! Volvíamos con más ganas que nunca.