Espiando a mis padres

...pensé en muchas razones para que mi madre estuviera gritando...nunca imaginé lo que vieron mis ojos...

Habían pasado casi dos horas desde que la sábana cubrió mi cuerpo, y yo, no podía conciliar el sueño. Me movía de un lado a otro, con la esperanza de que por aburrimiento, terminara durmiéndome, pero nada, cada vez que cambiaba de posición, me sentía más despierto. Harto de esperar que el hada de los sueños viniera a visitarme, me levanté de la cama con la intención de ir al baño. Había escuchado de boca de algunos compañeros de la escuela, que antes de acostarse se masturbaban para dormir más placenteramente; pensé que si yo hacía lo mismo, podría finalmente dormir, y si no sucedía así, de cualquier manera gozaría de una buena paja, que para mi edad, era lo más delicioso que podía experimentar.

Salí de mi cuarto descalzo, no quería despertar a mis padres, seguramente frustrarían mis planes con un vaso de leche tibia o un tonto cuento para niños. Caminé lentamente, intentando hacer el menor ruido posible. Después de haber recorrido un par de metros, me pareció escuchar ruidos que provenían de su recámara. A cada paso que daba, los sonidos se hacían más fuertes y claros, hasta que descubrí que se trataba de la voz de mi madre, dando pequeños gritos. La curiosidad me obligó a cambiar mi destino, caminé rumbo al cuarto de mis progenitores, sin olvidarme, claro está, de la discreción. La puerta estaba cerrada, pero cuando la duda se apodera de mí, no hay algo capaz de detenerme. Con el mayor cuidado posible, la abrí unos cuantos centímetros, lo suficiente para ver lo que pasaba adentro sin ser descubierto.

Pensé en muchas razones para que mi madre estuviera gritando, un dolor de estómago, una pesadilla, una araña en la pared, pero nunca imaginé lo que vieron mis ojos. Ella estaba acostada boca arriba, desnuda, con sus brazos extendidos a los lados, arañando el colchón y con la cabeza de mi padre hundida entre sus piernas. La escena fue como una descarga eléctrica a mi cerebro, grotesca, pero a la vez, extrañamente morbosa y excitante. Lo que estaba viendo no representaba algo que no conociera, muchas cintas de corte pornográfico habían pasado por la video casetera de mi cuarto, la diferencia era que no conocía a alguno de esos actores, y mucho menos alguno de ellos era mi padre o mi madre. Sabía que ellos tenían relaciones sexuales, al igual que todas las parejas, pero el presenciarlas era otro nivel, uno que me encendió de inmediato, uno que no me permitió cerrar la puerta o dejar de mirar.

Mi padre seguía entre las piernas de mi madre, practicándole un sexo oral que la estaba volviendo loca, y yo, me di a la tarea de recorrer sus cuerpos desnudos, esos que de bebé seguramente conocí en la bañera y se habían borrado de mi memoria. El rostro de ella no estaba a mi alcance, lo tenía inclinado hacia atrás por efecto del placer que él le proporcionaba, pero su pecho quedaba completamente descubierto. Sus tetas, esas que probé cuando me amamantaban de pequeño, me parecieron más grandes de lo que aparentaban bajo sus blusas holgadas. Eran redondas y se caían un poco sobre sus costados, permitiéndome ver a la perfección la del lado izquierdo, hermosa y con un pezón rosado y erecto que delataba su calentura, un pezón que provocó que mi lengua se moviera de un lado a otro, imaginando que podía chuparlo. Su vientre plano, su cintura estrecha, sus piernas firmes y de buen grosor, sin duda mi madre, a pesar de haber rebasado los treinta hacía ya algunos años, era una mujer muy bella, más que cualquier niña del colegio. Mi padre no se quedaba atrás, su espalda era ancha y musculosa, sus brazos fuertes y velludos, pero sobre todo, desde la posición en que me encontraba, lo que más llamó mi atención fue ese par de nalgas que cargaba, redondas, duras, por un momento deseé apretarlas con mis manos. El descubrir que mis padres se conservaban en tan buen estado, conociendo a los de algunos amigos, me hizo sentir muy orgulloso de ser su hijo, el delgado pantalón de mi pijama no podía disimular que tanto.

Los gritos de mi madre se hacían más fuertes con cada movimiento de mi padre, si antes eran más bajos, tal vez por miedo a que yo los notara, ahora eran como un concierto. Su espalda se arqueaba en ocasiones, y sus brazos dejaban de apretar las sábanas para ocuparse de sus pechos, los que estrujaba uno contra otro. Mordía sus labios, se movía con brusquedad sobre la cama, daba puñetazos sobre ésta, y de repente, lanzó un alarido que de seguro escucharon los vecinos, era lo que en la clase de sexualidad, definían como orgasmo.

Mi padre finalmente salió de entre las piernas que lo aprisionaban, se paró enfrente de mi madre, como si estuviera presumiéndole lo que en pocos segundos probaría. Ella se retorcía como un pez fuera del agua, presa aún del placer de haber llegado al clímax, su lengua mojaba su labio superior, saboreando de antemano lo que vendría. Pero ella no era la única encantada con el macho que tenía enfrente, yo estaba igual o más fascinado con tan bello paisaje. Una cara de facciones toscas pero no desagradables adornada con una barba de candado y una cabellera abundante ya con algunas canas, un torso atlético cubierto de un fino y negro pelaje, un estómago bien trabajado en el gimnasio, y una verga imponente que nada le pedía a la de algún actor de esas películas que antes mencioné, larga, gruesa, con las venas marcadas y una cabeza rojiza a punto de estallar, todo un hombre. Él se hincó entre las piernas que antes ocultaban su cabeza, las separó a un punto que pensé se desprenderían, tomó a mi madre de la cintura y la penetró con violencia y hasta el fondo, ella sólo grito, no se si de dolor o de placer.

Estuvieron por unos minutos en esa posición, y después mi padre se dejó caer sobre mi madre. El cuerpo de uno cubría al del otro, ya no podía ver demasiado, pero bastaba con cerrar los ojos para dibujar en mi mente lo que a estos se les ocultaba. Mi madre gemía y clavaba sus uñas en la espalda de mi padre, mientras él seguía penetrándola y besándola en el cuello. Para ese entonces mi mano ya se había perdido bajo mi pijama, acariciaba mi pene por encima de los calzoncillos. El ritmo que llevaba mi padre se aceleraba poco a poco, y los gemidos de mi madre eran cada vez más descarados y excitantes, sentí que podía mojar mi ropa en cualquier momento.

La velocidad y la fuerza con que él se movía era tal, que la cama se balanceaba junto con ellos. De pronto, mi madre comenzó a golpear el colchón y la escuché decir: "dámela ya, inúndame con tu leche". Sus palabras me parecieron vulgares, nunca pensé que alguien que aparentaba ser casi una monja pudiera hablar así, pero por si solas casi me hacen terminar. Mi padre respondió aumentando más la rapidez de sus embestidas, y en pocos segundos los dos gritaban para desahogar el enorme placer que los invadía. Las perfectas nalgas de mi padre moviéndose sin cesar, las uñas de mi madre rasgando las sábanas, los sensuales sonidos de ambos, y mi mano debajo de mi pantalón, me hicieron acabar junto con ellos, manchando mis prendas. Cuando todo acabó, él se desplomó sobre ella y yo salí corriendo rumbo a mi cuarto.

Me cambié de ropa interior y me metí a la cama, tardé un poco en dormir pensando en lo que acababa de ver, y toda la noche soñé con ello. Al día siguiente amanecí mojado, por lo que tuve que cambiarme nuevamente de calzones.

Cuando bajé a desayunar, no podía mirar a ninguno de ellos a los ojos, me sentía avergonzado aún cuando no se habían dado cuenta de que estuve espiándolos, además, si los veía, no podía evitar imaginarlos desnudos y tener una erección al instante. Cuando se acercaron para darse un beso de despedida, regresaron a mi mente las imágenes de la noche anterior. Cuando mi madre me decía adiós desde la puerta, sus pechos se salían de la blusa para oscilar junto con su brazo. Cuando me encontraba sentado al lado de mi padre camino a la escuela, mis ojos se clavaban en su entrepierna y atravesaban la tela de su pantalón para poder llegar a su miembro. Todo el día, en lo único que pensé, era en mis padres teniendo sexo. Perdí la cuenta de las veces que me masturbé en el transcurso de la tarde, y moría de ganas porque llegara la noche, no podía esperar para volver a observarlos, escondido detrás de la puerta.

Finalmente, luego de horas de agonía y constantes idas al baño, llegó la madrugada, y con ella, la oportunidad de husmear la intimidad de mis padres. De la misma manera que la noche anterior, caminé sigilosamente hasta la puerta de su dormitorio y la abrí un poco. En el transcurso de mi cuarto al suyo, no escuché sonido alguno, todo se debía a que la boca de mi madre estaba llena, era ella la que ahora satisfacía a mi padre. Él se encontraba sentado al borde de la cama, con las piernas abiertas para facilitarle el trabajo a mi madre, sus ojos estaban cerrados y su respiración era agitada, su fuerte y peludo torso brillaba un poco por el sudor que se deslizaba con dirección a su ombligo, lo que me hizo pensar que ya habían gozado un rato antes de que yo llegara. Ella estaba hincada en el suelo, con una jugosa verga entre sus labios, bajaba y subía a lo largo de ésta, intentando abarcar toda su longitud, lo que para mi sorpresa, logró sin problema.

Mi madre se movía como toda una experta. En momentos eran las bolas de mi padre las que quedaban dentro de su boca, pero su mano no dejaba sin atención a su polla, la que ahora podía ver en plenitud, palpitante y exquisita. Mi calentura subía hasta el cielo, al igual que la de mi padre, quien le pidió a mi madre dejara de mamársela o se correría en su boca. Ella obedeció, dio media vuelta, colocó sus manos sobre las piernas de él, y lentamente se sentó sobre ese enorme falo, hasta sentirlo completamente dentro.

Apoyándose en las piernas de su hombre, la que ahora ante mis ojos era la más apetecible de todas las mujeres, comenzó a subir y bajar, atravesada por un buen pedazo de carne masculina. El panorama no podía ser mejor, la posición que habían adoptado en esa ocasión me permitía ver toda la acción, me dejaba admirar la mojada entrepierna de mi madre y el pene de mi padre saliendo de ella para después volverse a perder por completo. Él tenía las manos desocupadas, por lo que podía acariciar con toda libertad los senos de su hembra, los recorría con delicadeza, luego los apretaba y pellizcaba esos deliciosos pezones rosados, arrebatándole a ella suspiros de placer. La saliva casi escapaba de mi boca ante tal espectáculo, era mucho mejor que el de la noche anterior.

Cuando las manos de mi padre fueron bajando hasta colocarse encima del sexo de mi madre no pude más, me bajé los pantalones y empecé a masturbarme, al igual que él lo hizo con ella. La boca de él mordiendo la oreja de ella, elevando la intensidad de sus suspiros, convirtiéndolos en gemidos; un par de dedos sobre el hinchado clítoris, torciéndolo; un par de testículos haciendo un gran esfuerzo, intentando retener el semen dentro de ellos; y una verga cada vez más dura, taladrando los sensibles tejidos vaginales; todo resultaba increíblemente excitante, morboso, no faltaba mucho para que provocaran en los tres un orgasmo.

No podía quitar mi vista del lugar donde sus cuerpos se unían. Imaginaba que era mi miembro al que mi madre alojaba en su cuerpo, y al mismo tiempo, deseaba que fuera a mí a quien mi padre penetrara con tan bello instrumento. Mi mano se sacudía cada vez con más ímpetu, y ellos se separaban y volvían a unirse con más pasión. Mi padre empezó a gemir y se vació en medio de un prolongado si. Mi madre no paró de moverse, sentir la corrida de su amante la enloqueció más, a los pocos segundos también se vino haciendo un gran alboroto. Sólo faltó observar los jugos de ambos escurrir por las piernas de ella, para que yo disparara en contra de la puerta mi descarga.

Luego de haber vivido momentos de amor desenfrenado, ambos se dejaron caer sobre la cama, no pude ver si la fiesta continuó minutos después, tenía que limpiar los restos de mi travesura. Cuando lo hice, me fui directo a mi recámara. Al igual que la noche anterior, soñé con lo que mis ojos acababan de ver y mojé mis calzoncillos, aún cuando había eyaculado ya varias veces.

Después de esa noche, el observar a mis padres haciendo el amor se volvió mi adicción. Esperaba impacientemente a que llegara la madrugada para poder espiarlos. No había otra cosa que me calentara por igual, a decir verdad, no había otra cosa que me excitara, todos y todo dejó de existir para mí cuando de sexo se trataba. Cuando me encontraba solo en la casa, me encerraba en su recámara, me desnudaba, me acostaba sobre su cama, y me masturbaba pensando en ellos. En ocasiones buscaba entre la ropa sucia bragas, de mi madre y boxers de mi padre, me enloquecía sentir el aroma de ambos entrar por mi nariz y llenarme de su calor. Ambos eran mi obsesión, quería tenerlos por igual, en mis oraciones pedía más de su amor, pero no del tipo paternal, sino carnal.

Nunca me pregunté si era hetero, homo, bi o si estaba loco, tampoco me importaba, Lo que si sabía era que estaba enamorado, enamorado de las dos personas que me dieron la vida. Deseaba a mis padres como nunca deseé a alguien. Estaba enfermo, de eso no cabía duda, y la única cura era el placer que me producía el observarlos detrás de la puerta, dentro de su mundo, en su intimidad, tan cerca y al final siempre ajeno a sus caricias, caricias que después de varios años lograría obtener, pero esa, es otra historia.