Espiando a Bea: diez años después (9)

Continuación del relato Espiando a Bea, donde su novio Carlos, la descubre siéndole infiel. Una vuelta anticipada de un viaje,le hace encontrarse con su novia y dos amigas en casa. Y no están solas.Una noche agónica, escondiéndose por toda la casa y asistiendo al cortejo finalmente consumado de Bea

IX Quique.

Quique sentía el sudor resbalar por su espalda. El maldito aire acondicionado estaba roto. La verdad es que su oficina, justo encima del salón de baile, estaba hecha un asco. Ciertamente, el local había conocido tiempos mejores. Y él mismo, también, pensó mientras sonreía con algo de resignado hastío.

Bea le había manifestado en más de una ocasión que tenía que reciclar el negocio. Potenciar la parte de bar e ir dejando un poco de lado la de escuela de baile. Concentrarse donde estaba la pasta e incluso desprenderse del local, que estuvo bien cotizado en los años del boom inmobiliario.

Solo había una cosa que le jodiera más que una mujer tratara de dirigirlo: que ella tuviera razón.

Pero ¿cómo iba a renunciar él a su modo de vida? El salón de baile era lo que le daba la oportunidad de ligar, de ejercer de dueño y de macho alfa del cotarro. Era su “life motive”. Pero la jodida Bea estaba en lo cierto. Todo había ido a menos... Incluido él mismo.

Seguía siendo un tipo atractivo y mantenía su sexto sentido, una habilidad especial para encandilar a las mujeres y llevárselas a la cama. Especialmente, a las de su edad y a las maduritas. También eso le fastidiaba sobremanera. A él le gustaban jovencitas y espectaculares. Si podía elegir, modelos. Como Bea cuando se la ligó.

Suponía un reto, un placer y (por supuesto), una satisfacción para su ego, el poder disfrutarlas y exhibirlas. Todavía conquistaba a alguna de vez en cuando, pero ya no podía elegir. Si las quería jovencitas, tenía que contentarse con aquellas más manipulables e impresionables. Quisiera o no, él ya pertenecía a otra generación dos puestos más arriba. Así lo veían las veinteañeras, para su disgusto. Por eso cada vez más, se concentraba en las cuarentonas y en las de la treintena, aunque como buen depredador, no le hiciera ascos a alguna incursión más allá de los 50 o por debajo de los 30.

Casi en la cincuentena, estaba la mujer que tenía ahora contra la pared, subida en un pequeño escalón y con las piernas abiertas y bien apoyadas en el suelo. No era precisamente su tipo, a pesar de ser grandona y exuberante. Tenía formas abundantes, una cara bastante pasable en la distancia, pero que vista de cerca, mostraba las cicatrices de la vida. Con un carácter decidido y morboso.

Era esto último lo que la lo que le había ganado. Su insistencia. El constante flirteo que acabó desembocando en una propuesta explícita de sexo. Tan deseosa estaba que, Quique, no pudo evitar sentir curiosidad por lo que era capaz de hacer en la cama.

Y también tocó su orgullo de machito, cómo hubiera dicho Bea de haberlo visto. No se podía permitir dejar pasar frente a las demás, una oportunidad de ese calibre, si quería mantener su reputación.  Ella siempre tocando los cojones con sus alusiones a su carácter machista. Cuestionándolo donde más le dolía. Manifestándole su incapacidad para entender de verdad a las mujeres. Esas puyas, eran algunos de los motivos que le habían impulsado a volver a su antigua vida. Eso y el órdago que le lanzó yéndose a Londres.

¿Qué coño se creía? ¿Qué iba a dejar de ser quién era para seguirla como un perrito faldero, allí a donde ella quisiera ir? ¿Es que a ella no le había puesto caliente también su carácter y su físico? ¿No había buscado acaso, satisfacer su deseo y obtener su protección cuando la había necesitado? Todo eso ¿para qué? ¿Para luego cuestionarlo precisamente por aquello para lo que lo había buscado?

Sí, definitivamente, él no entendía a las mujeres. Solo entendía el juego que tenía que practicar para seducirlas. Sabía cómo llevarlas a su cama pero no entendía, ni de lejos, cómo mantenerlas allí con el tiempo. Ni falta que hacía. ¡Al carajo con todas!

Estaba dispuesto a disfrutar y a hacerlas disfrutar. Como la madurita que lo estaba mirando con esos ojos de “te creías tú que te ibas a escapar”, mientras le chupaba de rodillas la polla, provocándole esos sudores.

Cuando por fin se la sacó de la boca, se la había dejado totalmente húmeda y resbaladiza. Se dedicó a sí misma una sonrisa, como diciendo que lo que tenía entre las manos había superado sus expectativas. Y ahora tocaba a recibir su premio. Lo que ella había estado esperando sesión de baile tras sesión de baile, sin rendirse y sin abandonar. Como sí hicieron, algunas de sus amigas, ante la indiferencia de Quique, que aparentemente las consideraba un plato fuera de su mesa.

Ahora se restregaba el pene duro por su rajita, frotándose el clítoris y jugando a intentar introducirse la punta.

Estaba muy mojada, tanto que Quique renunció a bajarse al pilón. A pesar de ello se la introdujo con cierta dificultad. Poco a poco, empezó un mete y saca empujando solo con sus caderas. La verga se deslizó cada vez con mayor facilidad, hasta que ella le agarro el culo con las dos manos y empujó hacia dentro, forzándola a clavársela entera. Luego, llevó una mano a su pubis y empezó a masturbarse.

Sus tetas, más que voluminosas, se movían con la paja frenética que se estaba haciendo. En la boca entreabierta asomaba la lengua, rogando que él, acercara la suya. Lo hizo, dándole un muerdo húmedo y profundo. Le temblaron las piernas que cada vez se tensaban más con el placer que le iba llegando.

Quique se limitó a dejársela metida y de vez cuando empujar al fondo de su matriz.

Ella estaba de puntillas y apoyándose en su culo, en un sándwich entre Quique y la pared. De vez en cuando relajaba las piernas y caía un poco, clavándosela todavía más.

Es curioso, puede ser que fuera por la postura, pero había esperado que una mujer alta y maciza como ella, tuviera una raja capaz de caberle el puño entero. Y sin embargo a su verga parecía costarle trabajo abrirse hueco y mantenerse dentro. Nada de esto parecía disgustar o causar dolor a su pareja, que cada vez aumentaba más el ritmo de sus jadeos y temblores. Notaba su mano presionar con fuerza el clítoris y moverlo frenéticamente.

El orgasmo vino de repente y sin avisar, con ella colgada de una mano de su cuello, buscándolo con su boca y dejándose caer en peso, para sentir su polla presionándola al fondo de la vagina.

Tuvo un squirt impresionante. Prácticamente se meó encima de él, empapándolo de jugos mientras la saliva rebosaba de la boca, cayéndole por la barbilla. La guarrada hizo que se le pusiera aún más dura, pero siguió con ella dentro y quieta, sin intentar follarla. Después de correrse siguieron unidos. La respiración de ella se fue acompasando y regulando. Ronroneaba satisfecha abrazada a él. Finalmente, Quique la sacó sin haber llegado a eyacular.

Ella hizo un gesto que le recordó a una madre regañando a su hijo. Esperaba que él también se corriera. Con una sonrisa se volvió a arrodillar. Mirándolo directamente a los ojos con un mohín lascivo, cerró los labios sobre la punta de su verga haciendo desaparecer el glande en la boca. Comenzó una chupada lenta, poniendo a trabajar su lengua y ganando poco a poco en profundidad, a la vez que con una mano pegada a sus huevos, masturbaba el trozo de falo que quedaba fuera de su boca.

Quique entornó los ojos. La verdad es que no lo hacía nada mal.

Empezaron a pasar por su mente muchas imágenes de muchos momentos vividos en el despacho. Esa pequeña oficina había ejercido de picadero. La verdad es que casi nunca la había utilizado para cerrar negocios o administrar su local. Todos los tratos y todas las decisiones se tomaban abajo, a pie de barra. Cuando subía a la oficina, simplemente era para descansar o para montarse la fiesta particular. ¿Cuántos polvos había echado allí? ¿Cuántas mujeres se había follado? ¿Qué espectáculos habían visto esas cuatro paredes?  Él conocía todas las respuestas… a veces formando tríos, a veces solo mirando, mientras ellas se enrollaban solas, viendo follar a algunos de sus amigos, alguna que otra orgía...

Es curioso, pensó. Nunca lo había hecho allí con Bea.

Es como si ella hubiera querido marcar la diferencia. Recordó la frase que en más de una ocasión le había dicho a modo de advertencia: yo no soy una de tus zorritas.

El tono había ido cambiando con su relación. Al principio se lo decía de forma casi cariñosa. Casi como un cumplido o un reconocimiento a su fama como don Juan. Casi como una petición para que la tratara bien. Luego empezó a parecerse cada vez más a un reproche. Y ya casi al final, pasó a ser una advertencia.

Bea, Bea, Bea... Pero ¿qué mierda hacia pensando en Bea? Estaba allí follándose a su última y fácil conquista, la tenía arrodillada haciéndole una buena mamada, casi rindiéndole culto y no se la podía quitar de la cabeza. ¡Joder! ¿Pero qué coño le pasaba? ¿Es que ella tenía que aparecer siempre, incluso después de haberse ido?

Fornicando con otra y pensando en Bea. Qué ironía. Los primeros años luchando contra la tentación y los últimos siempre pensando en recuperar su vida de macho alfa. Arriesgándose y tratando de ocultar sus aventuras.

Y ahora que era libre, cada vez que se enrollaba a alguna, no podía evitar compararla con su novia.

¿Era Bea su novia? ¿Lo había sido alguna vez?

Más de lo mismo. Era un recordatorio de lo que había significado en su vida aunque él se negara a asimilarlo. Quizás por eso volvía su mente una y otra vez a ella.

El cazador cazado. Le pareció increíble no haber olido el peligro con toda su experiencia. Al principio le apareció una más. Más guapa, más hermosa, con más clase que la mayoría de chicas jóvenes a las que les echaba el ojo. Pero al fin y al cabo, una muesca más en la culata de su revólver. Lo habitual era que el interés descendiera conforme iba consiguiendo su objetivo. Una vez cobrada la presa, el juego termina. En muchos casos, incluso inmediatamente después de haberse acostado por fin con la chica, cuándo descubres, que es simplemente otro polvo sin nada especial.

En otras pocas ocasiones, la relación se mantiene un tiempo, porque consiguen sorprenderlo o interesarlo. A veces, simultaneando con alguna que otra conquista. La vez que más duró fue cinco meses con una chica extranjera. Su exotismo, su descaro, su falta de prejuicios (no era nada posesiva) lo permitieron.

Con Bea la relación comenzó simplemente por una atracción física. Le impactó y rápidamente la coloco en su radar. La cosa subió mucho de tono cuándo inicio un juego morboso, a pesar de estar viviendo con su novio. Incluso parecía que éste formaba parte del juego. Ningún problema para un Quique acostumbrado a navegar en aguas prohibidas.

Fueron tres meses de asedio, buscando resquicios, con labor de zapa y pico, hasta derribar la muralla. Y se sorprendió a sí mismo cuándo después de haberse cobrado la pieza, el interés no solo no disminuía, sino que simplemente no podía quitársela de la cabeza. Y más aún cuando ella, al contrario de lo que solía suceder después de un polvo genial, insistía en no volver a verlo.

Pero cuando Bea volvió a acudir a las clases ya supo que era suya. O eso creía. Porque casi enseguida comenzó a dejar de hablarle. Algo pasaba con Carlos.

¿En qué momento aquello dejó de ser un juego para convertirse en algo más serio?

Ese momento lo tenía muy claro. Se le aparecía continuamente.

Solo habían follado una vez y desde entonces ella le daba largas. Por Carol, con la que aún salía entonces, supo que Bea y su novio habían cortado. Debían tener problemas, aunque él no sabía si era porque conocía lo suyo. Bea le había preguntado, al menos en un par de ocasiones y muy preocupada, si él se había ido de la lengua.

Lo cierto es que estaba empezando a hartarse de las dos amigas. Carol estaba cada vez más insoportable y no veía el momento de cortar con ella. Y Bea lo tenía exasperado. Por primera vez el confundido en una relación, o lo que quiera que sea que había pasado, era él.

Y entonces recibió aquella llamada. Antes del amanecer. Le costó reconocer la voz cavernosa y tomada de Bea, que casi llorando le pedía por favor que fuera a recogerla.

Apenas le pudo dar un par de referencias pero resultaron suficientes para que la encontrara. Allí, en un portal, aterida de frio y con la mirada asustada. Se metió de un salto dentro del coche. Su aspecto era horrible. Despeinada, con la pintura corrida y ojeras. Sin zapatos y con la ropa mal colocada, llena de arrugas y manchas extrañas.

Se le abrazó y él la mantuvo un rato entre sus brazos, mientras ella recuperaba la temperatura y el ánimo. Cómo si por fin se sintiera en un lugar seguro.

- ¿Qué te ha pasado? ¿Tengo que buscar a alguien? ¿Hay que avisar a la policía? Preguntó temiéndose lo peor.

Ella negó con la cabeza, convencida y segura de su afirmación.

- Solo llévame a tu casa.

- ¿No prefieres que vayamos a la tuya?

  • No, no quiero volver allí. Por favor, déjame quedarme en tu casa.

  • De acuerdo, no hay problema.

  • Gracias.

Quique aún la mantuvo un rato más cogida, hasta que dejó de temblar. No se le escapó que no llevaba sostén, las tetas sueltas bajo el vestido. No podría asegurarlo pero al subirse al coche creyó ver que tampoco llevaba bragas.

No hizo ninguna pregunta. Ni ese día, ni ninguno después.

Condujo despacio hasta su casa. Bea no dijo nada. Iba como adormecida. Pareciera que acaba de salir de una tormenta, empapada y helada y que por fin pudiera estar en seco y al lado de la chimenea.

Cuándo subieron a su apartamento no pareció importarle el desorden ni la suciedad. Solo una expresión de alivio en su cara. De pie en el salón, sin mirarlo, dejó caer el vestido a sus pies. Quique pudo apreciar entonces que no se había equivocado. Bea se mostró ante él desnuda completamente, antes de dirigirse al cuarto de baño.

Los ojos expertos pudieron observar algún que otro moratón, un par de arañazos y zonas rojizas en la piel. Rastros de la batalla. También algunos regueros secos de lo que parecía semen.

¡Dios! incluso así estaba guapa…

Pasó un buen rato hasta que preocupado decidió entrar al baño. Ella estaba sentada en la ducha, con el chorro dándole en la espalda. Ya no quedaban restos de gel. No parecía saber cuánto tiempo llevaba allí. La ayudó a levantarse y la envolvió en una toalla.

- ¿Podrás secarte sola?

- Si…creo…

- Si ves que te mareas, llámame.

Quique le preparó una infusión con miel. La encontró en la cama, apenas tapada con una fina sabana y enroscada sobre sí misma. Parecía dormir. No pudo evitar la tentación de destaparla y admirarla. La piel de gallina la hacía más atractiva incluso. Esa debilidad, esa indefensión, despertaba en Quique su instinto de posesión, de deseo mezclado con afán de protección. Llevó la mano a una de sus caderas y la recorrió hasta llegar a uno de sus perfectos glúteos. Estaba como hipnotizado. Cuando las yemas de sus dedos se perdieron en la raja que separaba sus nalgas, Bea dio un respingo. Se apartó y le lanzó una mirada furiosa, mientras volvía a cubrirse.

- ¿Qué haces?

- Perdona, pero no he podido evitarlo. Eres tan hermosa.

- No quiero que me toque nadie ahora.

- No te preocupes, no volverá a pasar.

Ella lo miró interrogante. Estaba claro que no lo creía.

- Bea, perdona.

Trató de parecer todo lo arrepentido que pudo. No le costó mucho trabajo, realmente lo estaba. Y decidió que se lo demostraría. Se aplicó en los siguientes días a cuidarla. No la dejaba sola ni un momento. Descuidó la sala de baile y buscó mil excusas para darle de lado a Carol. Bea no se sentía con fuerzas para volver al apartamento que había compartido con Carlos y él no la presionó. Por primera vez con una mujer, el suyo no era un interés fingido. Realmente se preocupaba y estaba dispuesto a hacer cosas que no respondían a su provecho personal.

Fue lo más cerca que estuvo en toda su vida de ser una buena persona.

Y Bea reconoció el esfuerzo. Él le sirvió de refugio y de bálsamo. Aceptó su ayuda y acabó sintiéndose cómoda en su casa y a su lado. No hubo sexo. Más adelante, ella se enteró que Carlos sabía que estaban juntos. Nunca supo cómo lo averiguó, pero se lo tomó con cierto aire de revancha. Al fin y al cabo, él estaba con su antigua amiga Nerea. Joder, esa sí que no perdía el tiempo. Quique aun recordaba la noche en que su novio la sorprendió en el club con Claudio.

Pocos días después, su ex abandonaba la ciudad. A Bea no se le escapaba la coincidencia. Estaba seguro que ella, sentía cierta satisfacción porque se creía culpable de la marcha. Había sido demasiado para Carlos, que seguro que seguía “pillado” por su ex. No había vacilado en dejar a su “nueva chica” e irse fuera, una vez supo que Bea tenía nueva pareja.

Más complicado resultó explicarle a Carol la situación. Lo suyo nunca había tenido ningún futuro y ambos lo sabían, pero otra cosa era digerir que su amiga acabara liada con Quique. Más que por el corazón, ella se cabreó por orgullo. Estuvo una temporada sin hablarse con Bea. Pero Carol era Carol y pronto se sintió feliz de haber dejado aquella relación y emprender otras nuevas. Otras, en plural, porque en aquella época estaba desatada y sin frenos.

En apenas dos meses ya había hecho las paces con su amiga. Con él nunca las hizo. De hecho, siempre trató de que Bea le dejara. Lo consideraba un mal compañero. Bueno, al final se había salido con la suya. Y quizás no le faltara razón.

- ¿Qué te pasa? ¿No te gusta? Pregunto la madura, un poco decepcionada porque no conseguía que él se corriera.

Quique volvió a la realidad.

- No es eso, lo haces muy bien cariño, solo es que, la primera vez que lo hago con una chica que me gusta, me cuesta mucho llegar.

Si ella notó ironía en sus palabras, no lo demostró.

Tras sonreírle, se giró y le ofreció su culo, prieto y abundante. Se separó un poco los cachetes y Quique pudo observar una rajita húmeda y brillante que lo llamaba…