Espiando a Bea: diez años después (3)

Continuación del relato Espiando a Bea, donde su novio Carlos, la descubre siéndole infiel. Una vuelta anticipada de un viaje,le hace encontrarse con su novia y dos amigas en casa. Y no están solas.Una noche agónica, escondiéndose por toda la casa y asistiendo al cortejo finalmente consumado de Bea.

III Nerea.

Nerea se sentó en su pequeña terraza. Tenía el espacio justo para una butaca de playa y una mesita minúscula de madera, no necesitaba más, era uno de sus lugares favoritos de la casa. Allí se acomodaba y se relajaba mirando al final de la avenida, donde una rotonda marcaba el término de esa parte de la ciudad. A partir de ahí, campo y colinas arboladas. Era su rincón de pensar, de relajarse, de desconectar, de tomar decisiones…su escondite sin necesidad de esconderse. No precisaba salir al aire libre para estar consigo misma, en ese momento estaba sola en el apartamento, pero era su sitio. Y además necesitaba hacer algo que hacía ya un par de meses que no hacía.

Sacó un cigarrillo de un paquete que llevaba escondido todo ese tiempo. Casi había olvidado que lo tenía. Solo uno, se prometió, aunque se sentía muy culpable.

- ¡Solo uno joder! Se repitió en voz alta.

Entornó la puerta para que el olor no se colara en el salón. Dio una larga chupada y dejo salir lentamente el humo. Luego otra. Y otra más. Tras varias caladas el pitillo estaba a medio consumir .

- ¡ Que rápido recupera una los viejos vicios! , pensó.

Pero resultó efectivo. La mente se le despejó y consiguió centrarse en el tema que la preocupaba. Carlos acababa de anunciarle su llegada. ¿Por qué justo ahora que Bea se había separado? Empezó a pensar que igual no había sido buena idea contárselo. Después de tanto tiempo, ¿qué narices venía ahora a hacer?, ¿buscaba revancha?, ¿respuestas?, ¿explicaciones?

Le inquietó que pudiera remover el pasado. Porque a ella le afectaba. Ése era quizá el quid de la cuestión. ¿Qué pensaba hacer Carlos y como podía perturbar su propia existencia? De hecho, lo cierto es que ya lo estaba haciendo. Lo último que deseaba en este momento de su vida, era recordar episodios dolorosos. Había empezado a ser feliz, feliz de verdad. Y sin embargo, desde ayer, el pasado la asaltaba en oleadas continuas, rompiendo el dique que, con tanto trabajo y esfuerzo, se había construido para no tener que mirar atrás.

Bueno, había que afrontar los fantasmas del ayer. Si tenía que pensar en ello, lo haría, allí, en su rincón favorito, con un cigarro en la mano, segura de que no despejaría las dudas hasta reunirse con Carlos al día siguiente., pero preparándose para lo que tuviera que venir y siendo consciente de los errores cometidos.

Errores…llamar error a lo que hizo era quedarse corta. Durante mucho tiempo culpó a las que habían sido hasta entonces sus mejores amigas, a Bea y sobre todo a la loca de Carol. Sí, la que se follaba todo lo que se le ponía por delante, la decidida, la moderna, la liberal, la que como su ídolo por aquellas fechas, Madonna, vivía para provocar.

La idea de acudir a aquellas clases de baile había sido de ellas. La primera en zorrear con los profesores, como siempre, Carol. Incitándolas, desafiándolas a jugar con fuego. Ella que no le duraba un novio ni un suspiro. La que no tenía pues nada que perder. Y la mosquita muerta de Bea y la tonta de Nerea entrando al trapo.

El macho alfa allí, era Quique, dueño y a la vez relaciones públicas del local. Recordó con disgusto, cómo prestaba más atención a Bea que a las demás. Y como Carol se metió por medio y fue la que se hizo con el trofeo. ¡Cómo no!

A ella, Quique, le importaba bien poco. La verdad es que lo encontraba excesivamente zalamero y sobrado de sí mismo. Demasiado controlador. Nada de lo que pasaba en su local se le escapaba y especialmente lo referido a los líos de faldas. Era de los que de una mirada te desnudan y te clasifican, como si fueras ganado.

Tardó en reconocer, que lo que realmente le molestaba, es que fuera Bea la que le hubiera llamado la atención. Y que Carol hubiese sido la primera en follárselo. Realmente, Quique no acababa de gustarle y además Nerea estaba comprometida, pero el juego que se llevaba con sus amigas se le había subido a la cabeza. Al toto más bien, porque al final se trataba de una cuestión: ver qué coño era el que podía más.

No soportaba la suficiencia de Bea haciendo como que no quería tema, pero dándoles a entender que si ella quisiera, las sacaba a las dos de la pista con un solo movimiento de caderas. Si no quería rollo, ¿a qué venía tanto tonteo con los hombres y en especial con Quique?

Y Carol, siempre murmurando por lo bajito con Bea. Las dos amigas dentro del trío, que a veces la dejaban fuera de confidencias y cotilleos. Sobrada de sí misma, Carol, daba por supuesto que ella era la que se llevaba el gato al agua siempre, y que era la que estaba más buena y que no había tío que se le resistiera. Y para demostrarlo, tenía que dejarlas a ellas como bobas. Tenía que pasarse por la piedra a todo aquél, por el que sus amigas mostraran interés.

Total, ¿qué os molesta, si vosotras ya tenéis novio y no vais a hacer nada?: Pues mira hija, sí que molesta. Y ¿quién te ha dicho que tú eres la única lanzada aquí? ¿La única con licencia para follar o echar una cana al aire?

Mientras, la calentura subiendo sesión de baile a sesión de baile. Con ellas creyéndose protagonistas de un juego que controlaban, cuando realmente eran aquellos tipos los que las estaban llevando a donde ellos querían. ¡Qué ilusa! Como pasa con los timadores, que se hacen los tontos y te dejan creer que tú manejas, cuando en realidad te la están colando.

Ahora se daba cuenta de lo imbécil que fue. ¿Cómo había podido creer que esos tipos con experiencia, rodeados siempre de mujeres, pudiendo elegir y que se las sabían todas, iban a comer de su mano en exclusiva, y también, que eran ellas las que iban a marcar los límites?

El terreno estaba preparado para que acabara cometiendo un error. Y el error se llamaba Claudio.

El clásico macizo de gimnasio. Enorme, musculado, guapito y aparentemente con poco seso. A pesar de ello era ágil y tenía gracia bailando. Quizás ese fue su principal error, creer que era el más inofensivo de los que pululaban por allí. El más manipulable. Quique se empeñó en que formaran pareja de baile, porque era un alumno aventajado. Lo que empezó como un juego, la acabó trastornando. Seguía enamorada de Javi, pero no podía explicar las sensaciones que le producía aquel cuerpo inmenso pegado a ella, manejándola con unas manazas que cuando las ponía en su cintura, le cubrían casi todo el costado.

Al pasar los días, poco a poco, fue ganando la confianza que ella, despreocupada, le facilitaba. Tenía que admitirlo: también le gustaba el contacto con él. Sus abdominales marcados, sus hombros anchos y musculados, su culito duro, sus muslos potentes y bien plantados, y por supuesto, lo que tenía en el medio. Si aquel bulto era real y no llevaba nada más debajo, la verdad, tenía que ser enorme.

Y tenía que ser real, porque en más de una ocasión tuvieron que bailar muy pegados y ella notaba perfectamente la monstruosa erección.

Se sentía extraña. No se reconocía a sí misma cuando asistía a clases de baile. Era como un paréntesis fuera de su vida normal. Como una fantasía dónde le estaba permitido coquetear, tocar, provocar…como si allí dentro tuviera licencia para hacer lo que quisiera, sin que ello tuviese por qué afectar a lo que pasaba fuera. No se daba cuenta de que lo que sucedía fuera era su vida, la vida de verdad.

Con Javi jamás se había sentido así. Sí que tenían sexo bueno y sí que se ponía cachonda de vez en cuando, pero nunca hasta el punto de perder las formas o de negarse a pensar, como le sucedió con Claudio. Cuando estaban juntos, se resistía a romper el hechizo, analizando si lo que hacía estaba bien o mal. Como el alcohólico que apura su copa y se niega a contemplar ninguna consecuencia de sus actos. No mientras la está saboreando, tal vez después, en terapia, o cuando se sienta con resaca, pero no en ese momento especial y mágico, donde calma su adicción, donde se deja arrastrar por el placer hedonista de consumir lo que el cuerpo y la mente le pide.

Y son esos momentos los que te pierden. Los vas enlazando y se convierten en costumbre. Y le das a Claudio el mensaje de que tiene vía libre. Y él se crece.

Recordó aquella noche en que se quedaron solas las tres en el club de baile. Era habitual, su clase era la última y a veces tomaban una copa. Ese día fueron varias. Bea charlaba con alguien en la barra, un tipo nuevo al que no conocían. Carol había desaparecido con Quique. A esas alturas ya sabían que estaban liados. Seguramente estarían en el sofá de la oficina o en el almacén, follando. Ella bailaba lento con Claudio. Los cuerpos pegados, el sudor corriendo por su espalda, el alcohol adormeciendo sus defensas, excitando su euforia. Él, rozando su cuello con los labios, sujetándola por las caderas como una muñeca, electrizándola con el contacto de su cuerpo duro y prieto.

Poco a poco, Claudio, la fue llevando a uno de los reservados sin dejar de bailar, como quien no quería la cosa. Ella se dejaba hacer y no opuso ninguna resistencia, parecía levitar entre sus brazos.

Cuándo quiso darse cuenta, estaban en una pequeña salita, a oscuras prácticamente. Unos sofás de cuero con una pequeña mesita baja para poner las bebidas conformaban todo el mobiliario. Al principio no se mostró inquieta. La idea le pareció incluso oportuna. Un poco de intimidad, le vendría bien para abandonarse en las ensoñaciones y fantasías que el contacto con Claudio le provocaba.

Siguieron balanceándose al compás. La atrajo aún más, apretándola contra su pecho y bajo vientre. Nerea notaba que sus tetas se comprimían contra el busto del chico, y sentía una ola de calor que le subía desde su pubis en contacto con la entrepierna de él. Algo crecía en dureza y ella lo advertía aumentar casi centímetro a centímetro.

Sus manazas ascendieron siguiendo las caderas hasta confluir por debajo de la blusa, justo en el nacimiento de sus pechos. No se atrevería…

Una de las manos rozó ambos pezones, aunque sin llegar a cogerle las tetas. La otra bajó de nuevo a la cintura y se apoyó en su espalda, bloqueándola contra él. Cerca, muy cerca de su culo. A Nerea se le paró la respiración cuando Claudio apretó uno de sus pechos.

Sus dedos se cerraron sobre él, quedando casi oculto en su manaza. El pezón se irguió instantáneamente. Ella trató de retirarle la mano pero lo único que consiguió fue que cambiara de pecho. Con una sola de sus manoplas los abarcaba casi a ambos. Empezó a acelerarse la respiración. El bulto bajo el pantalón, se restregaba ya sin ningún disimulo contra su pubis. Con el aliento entrecortado, solo alcanzó a susurrar: por favor Claudio, por favor…

Tenía los pezones duros como garbanzos. Su sexo se empezaba a mojar.

Recordó sentirse en una especie de duermevela, como entre el sueño y la vigilia, queriendo despertar pero sin conseguirlo, sin poder identificar del todo si aún estás dormitando o estás en la realidad. Al fin consiguió un inicio de reacción: esta vez más bruscamente, lo agarró del brazo y tiro de él.

- ¡Claudio! Suelta, estate quieto…

El joven retiró el brazo, pero la mantuvo con el otro muy pegada a él, haciéndole notar su erección. Nerea boqueaba como un pez fuera del agua. Sus sentidos estaban sobrepasados. Su mente, muy confusa, no sabía cómo reaccionar ni qué hacer. Sin embargo lo peor estaba por llegar.

Al no intentar separarse de él, Claudio interpretó que podía continuar. Que era un no, pero sí.

Sintió bucear su mano grande y ruda por debajo de la falda y posarse directamente sobre su coño. La metió entre sus piernas y la colocó directamente sobre su rajita. Luego apretó y ella notó la presión sobre su clítoris.

Dios, qué podía hacer…

Una sacudida eléctrica la recorrió de arriba a abajo. Empezó a temblar, no sabía sí de placer o de miedo. El masaje sobre su sexo continuaba.

-Claudio por Dios, déjame…

La besaba en el cuello. Nerea apartó la cara enfrentándolo por primera vez.

- ¡Saca la mano de ahí Claudio!

Pero no hizo ningún movimiento, solo le suplicaba con palabras disfrazadas de una determinación que no tenía. Él lo adivinó y continuó tocándola en lo más íntimo. Hasta que ella no le aferró bruscamente los brazos con sus dos manos y empujó con violencia, Claudio no la soltó.

- Vale, vale, no te enfades. Pensaba que era lo que querías. Me gustas demasiado. Entenderás que no puedo controlarme.

Nerea le soltó un sonoro bofetón.

- ¡Desgraciado! le gritó mientras salía corriendo hacia la barra.

Cogió su bolso y su abrigo y salió a la calle sin despedirse de Bea, que no se había dado cuenta de nada. Claudio la miraba desde el marco del reservado, con una media sonrisa, mientras se acariciaba la mejilla que ella le había golpeado.

Nerea cogió su coche y condujo a casa rápidamente. Era un cóctel explosivo de sentimientos, sensaciones y hormonas. No sabía si llorar o reír. Finalmente, varias lágrimas rodaron por sus mejillas. La ansiedad le oprimía el pecho, pero a la vez, se sentía terriblemente excitada.

¿A que estaba jugando? ¿Cómo había dejado que la cosa fuera tan lejos?

Entro en casa, Javi ya estaba allí preparando la cena.

- Hola ¿comemos?

  • Enseguida, voy primero a darme una ducha.

En el cuarto de baño trató de tranquilizarse. Se quitó la blusa y el sujetador, comprobando que sus pezones aún seguían erectos y sensibles.

Cuándo se quitó las bragas vio que estaban chorreando, como si se hubiera meado en ellas. Se pasó una mano por el pubis y sintió un estremecimiento. Bajó hasta su coñito y lo notó completamente mojado. Introdujo uno de sus dedos sin apenas dificultad. El contacto con el clítoris le produjo una especie de calambre que la hizo vibrar entera. Se duchó con agua tibia, consiguiendo que desapareciera la ansiedad, así como recobrar el pulso y que la respiración se acompasara. Ahora estaba en condiciones de enfrentarse a Javi.

Pasó toda la cena distraída, contestando con monosílabos y rehuyendo la conversación. Había algo que no había desaparecido: la sensación de calentura, de deseo. Apenas podía pensar. No había estado tan confundida en toda su vida. Una y otra vez sentía la mano de Claudio en su entrepierna; una y otra vez se volvió a mojar, con los pezones erizados debajo del pijama.

Se acostaron pronto. Habían madrugado y al día siguiente también tocaba trabajar. Nerea, inquieta, se acercó a Javi. Él le dio la espalda. Estaba agotado, así que continuó durmiendo. Ella le metió la mano por el pijama y le agarró el falo. Empezó a masturbarlo lentamente.

- Eh… ¿Qué haces? Es muy tarde Nerea…

- Javi quiero follar.

- ¿No puede ser mañana?

Por toda respuesta ella lo hizo girarse y desapareció bajo la sabana. Su boca buscó ávidamente la polla de su novio y se la metió casi entera. Comenzó a chupar con ansia, tanta, que acabó por espabilarlo y colocarlo al borde de la eyaculación.

- Ostia Nerea, que me corro…

Ella se subió encima. Se había quitado el pijama. Estaba como con fiebre. Cogió el miembro de Javi y buscó con desesperación la entrada de su vagina. Se la introdujo de un golpe. Sentía sus entrañas palpitar. Inició una cabalgada furiosa, deseando un orgasmo que la tranquilizara, que le quitara esa calentura, que la hiciera volver a ser la Nerea de siempre. Pero lo único que consiguió fue que Javi se corriera rápidamente. La mamada intensa y la follada frenética, lo pilló desprevenido y aun medio adormilado. Se fue, sin poder evitarlo, dentro de ella.

Nerea siguió obstinada en llegar a su propio orgasmo, sin permitirle retirarse, a pesar de que se le estaba poniendo morcillona. Se masturbaba furiosa, pero no conseguía llegar al orgasmo a pesar de lo caliente que estaba. No era esa la verga que ella deseaba. Algo no estaba bien. Ni era ese su deseo, ni su deseo era honesto.

Javi la observaba un tanto alucinado como diciendo: pero qué le pasa a esta .

Entonces hizo algo que nunca había hecho antes con él: fingir que llegaba al clímax.

Se sorprendió de lo fácil que había sido. Contrajo los músculos de su vagina, apretó los muslos y simuló un leve temblor.

- Joder, ¿qué te pasa esta noche? Vaya como vienes ¿no?, le dijo Javi aún algo desorientado.

  • No sé…, es que me han dado muchas ganas.

- Ostia, pues podrías guardártelas para el viernes por la noche… río Javi dándose la vuelta.

A los diez minutos roncaba como un bendito. Por el contrario, Nerea estaba boca arriba con los ojos abiertos como platos. Su vientre subía y bajaba rítmicamente. Se llevó la mano al sexo. La vulva hinchada. El clítoris erecto, casi le dolía de lo duro que estaba.

Se lo pellizcó y un gemido escapó de sus labios. Javi seguía roncando como si nada. Ella se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Se detuvo en una cómoda y saco una toalla pequeña de un cajón. Luego buscó en otro de los cajones y encontró un juguete que llevaba largo tiempo allí guardado, un dildo, simulando un pene, que apenas había utilizado en los últimos meses. Se lo había regalado Javi para jugar y para que no lo echara de menos cuando tenía que viajar, la verdad es que con más ganas de cachondeo que otra cosa. Se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta, bajó la tapa del váter y se sentó sobre la toalla, que dispuso encima.

Un poco de lubricante y empezó a mover la punta del consolador por su rajita. La excitación apenas contenida volvió. Empezó a tiritar y a sentir escalofríos. El ambiente frío del cuarto de baño contrastaba con su temperatura interna, con el calor de su vientre.

Recordó a Claudio apretándola contra él, su gran rabo presionando el pubis mientras ella forcejeaba para soltarse. Se imaginó que la tiraba sobre el sofá y que le arrancaba las bragas. Que la abría de piernas y... el consolador entero, entró sin problemas en su vagina hasta el final... El clítoris le ardía y los pezones le dolían de los duros que estaban. Se dejó el dildo dentro y empezó a masturbarse, mientras con la mano libre los pellizcaba.

En su mente era la polla de Claudio la que la estaba taladrando. Ahora sí... el orgasmo llegó en oleadas incontenibles... Tuvo que morderse el labio para no gritar... No supo si fueron dos o tres orgasmos seguidos, o bien uno muy largo. Solo sabía que cuando abrió los ojos, estaba tirada en el suelo del cuarto de baño, con un hilo de saliva que le caía de los labios y le corría por la barbilla.

Se lavó en el bidet, procurando hacer el mínimo ruido, y luego se acostó, aunque esa noche apenas pudo dormir. Un sueño inquieto que la hizo despertarse varias veces.

Apenas se marchó Javi a trabajar fue a buscar el dildo y se masturbó de nuevo. Luego se dio una larga ducha y desayunó en casa. Cuándo salió para trabajar, tenía claro que jamás volvería a las clases de baile y que no volvería a ver a Claudio.

¡Qué forma de engañarse! dos días después, cuando sus amigas la llamaron para ir al baile, no se negó. Por el camino estaba muy seria en el asiento de atrás del coche de Bea. ¿Por qué iba a tener que dejar de ir a las clases? ¿Es que acaso el chulo de Claudio se iba a salir con la suya? ¿Es que acaso le iba a condicionar la vida? Ella no tenía por qué dejar de hacer lo que le gustaba. Lo único que tenía que hacer era mandarlo a la mierda y volver a darle una hostia si se pasaba de nuevo.

Esa misma noche volvió a bailar con él. Estuvo seca, áspera y distante. Cortándole el rollo desde el primer momento y dejando claro que el aire tenía que correr entre los dos. No le permitió ni la más mínima confianza.

Pero Claudio ya sabía que había ganado... Si después de lo sucedido el otro día, ella estaba bailando con él, es que quería más. El tío no tendría muchas luces, pero si suficientes para no engañarse por la actitud de Nerea. Había vuelto a sus brazos. Le había dicho que sí, solo que ella todavía no lo había aceptado. Era solo cuestión de tiempo, de muy poco tiempo...

Apenas unos días después, tuvieron su primer encuentro sexual. Fue un polvo de oportunidad, aprovechando unas circunstancias favorables que les permitían estar juntos un par de horas, sin llamar la atención ni tener que justificarse.

- Caí como fruta madura , murmuró Nerea para sí misma, entre calada y calada del cigarro. Apenas podía recordar ese primer polvo. Fue todo muy rápido y confuso. El alcohol también jugó su parte. Solo podía decir que, antes de poder pensarlo siquiera, estaban follando. Fue intenso y placentero, una explosión de sensaciones que la dejaron rendida y confusa, pero con ganas de más.

Solo una vez , pensaba mientras recibía dentro por primera vez, aquella verga que casi doblaba a la de Javi en grosor y tamaño. Pero cuando se separaron, supo que habría otras ocasiones. Despertó del sueño que se había creado para darse cuenta que se había vuelto adicta. No podía renunciar a lo que aquel tipo provocaba en ella.

Con más nitidez recordaba la segunda vez. Aquella noche en casa de Bea. Allí ya no hubo límite de tiempo, ni nervios, ni tampoco se hicieron trampas al solitario. Bea dormía ese fin de semana sola porque Carlos estaba de viaje. Programaron una juerga de amigas, las tres juntas. Ella ya avisó a Javi que no iría a dormir. Cuando Carol insistió en ir a un local determinado, ya a altas horas, porque había quedado allí con Quique, este se presentó acompañado de Claudio. A nadie le pareció mal que acabaran la juerga en casa de Bea. Esta vez, no se ocultaron ni disimularon, ni falta que hacía. Sus amigas no se chupaban el dedo y ya sabían lo que había. La única pregunta para Bea y Carol, era si ya se habían acostado o todavía no.  En cualquier caso, las dudas se despejaron cuando Claudio la cogió en brazos y se la llevó al dormitorio.

Entonces, ellas la animaban en medio de la euforia y el alcohol, pensó Nerea con rabia contenida. A ninguna de las dos le pareció mal ni le dijeron: pero que puta eres…hacerle esto a Javi…

Eso fue más tarde, y no se lo dijeron con palabras, sino con indirectas e insinuaciones. A En esta ocasión, no hubo prisas ni confusión. Dispusieron de un dormitorio para ellos solos y toda la noche por delante, para regodearse en el sexo, para explorar cada rincón de su cuerpo, para medir, sopesar, explorar y probar. Por su parte, aquél tremendo pollón que tanto le fascinaba. Nerea, recordó como no se cansaba de recorrerlo, con los dedos, con la boca, con los ojos...era como un fetiche que la atraía irremisiblemente. Como el símbolo de aquello en lo que se había convertido su aventura con Claudio: algo animal, irracional, inevitable...

Tanto lo deseaba, que no le importaba que Claudio la tratara a veces como una zorra. Cosas que al principio soportaba, más que otra cosa, pero que luego se dio cuenta que formaban parte del juego, porque la ponían extremadamente caliente. Él sabía aplicar las dosis justas de dominación para no romper la magia, para no desequilibrar la relación, para no estropear el momento. También a su manera, sabía indicarle cuanto le gustaba y cómo a pesar de su papel de macho castigador, en realidad, estaba loco por ella o al menos por follar con ella.

Todavía, si cerraba los ojos, se podía ver reflejada en el espejo del cuarto de baño de Bea, inclinada sobre el lavabo, las piernas separadas y él buscando con la verga la entrada desde atrás a su coñito. Sintiendo aquel glande, como nunca había visto otro, rozarle toda su rajita. Fue la primera vez que se la metió a pelo. Después de dos orgasmos, Claudio ya estaba en condiciones de aguantar lo suficiente sin irse dentro de ella. A pesar de que Nerea ya se había corrido varias veces esa noche, otra vez sintió que se humedecía, que se encendía a medida de qué el brutal pene le iba dilatando la vagina. Notó como un pinchazo contra la matriz, cuando él llegó al fondo. Se sintió desgarrada cuándo empezó a follarla duro desde atrás, con sus manos agarrando sus caderas y sujetándola para que recibiera en toda su intensidad los vergazos. Sentía dolor y molestia por el roce, pero una vez más, todo eso se transformó en un placer incontenible que la hizo llegar de nuevo al clímax. Convulsionando, aflojándosele las piernas tanto, que al doblar las rodillas sintió que al dejarse caer en peso se la clavaba aún más adentro, si es que esto era posible. Claudio la tuvo que sujetar para que no acabara en el suelo.

Fue el último orgasmo de esa noche porque simplemente, ya no podía más, estaba desecha, agotada, rota.

Cuando se despertaron, no hubo tiempo para nada. Bea los echaba con prisas porque Carlos se volvía esa mañana. Esa noche pasaron cosas también fuera de su habitación, pero una vez más, ella estaba demasiado ciega para prestar atención a nada que no fuera su propia aventura. El ambiente entre Bea, Carol y Quique era algo tenso, pero hasta mucho después no pensó en ello. Todavía hoy se preguntaba si realmente había ocurrido algo, y como había podido influir ese algo, en todo lo que sucedió después con sus amigos. Claudio la acercó con su coche hasta al lado de su casa. Se despidió de él diciéndole que esto tenía que acabar, que tenían que dejar de verse, que no estaba bien...

Él le dijo que: claro que sí, eso es lo que yo pensaba... pero se lo dijo con una media sonrisa de lobo, sabiendo perfectamente que los pensamientos de los dos iban en dirección contraria.

A partir de entonces sería una constante. Su fórmula de despedida era siempre la misma cada vez que se veían: tenemos que dejarlo, hay que cortar, esto se nos está yendo de las manos...

Efectivamente, estaba jugando con fuego y no sabía lo pronto que iba a acabar quemándose.

Tan solo apenas un par de semanas después.

Ese era el recuerdo que más le dolía. Al menos de los otros, conservaba la sensación de aventura y de placer, aunque eso no compensaba su mala conducta para con Javi.

En fin, una calada más y afrontémoslo otra vez. Sabía que era inevitable, era algo que ya no se le borraría de la cabeza. No al menos mientras no cerrara ese capítulo de su vida. Quizás la llegada de Carlos, que tanto le inquietaba, sirviera para poner punto final de alguna forma... quién sabe...

¡Cómo podía haber sido tan tonta, ella que se preciaba de ser la más inteligente de las tres amigas!

Todo giraba alrededor del local de baile de Quique. Hasta el más idiota se había dado cuenta, de que ellas acudían allí en busca de algo más que unas clases. No faltaban ni una sola vez, se las veía emocionadas tanto al ir como al volver. Era su cita ineludible.

¿Había sospechado Javi o simplemente fue por casualidad?…ella se inclinaba por la segunda opción. Si sospechara algo, ella lo había notado. Bueno, o tal vez no, porque hubo tantas cosas que pasaron a su alrededor y ni siquiera se dio cuenta… ¿cómo podía estar segura de que Javi no recelaba, si ni siquiera le prestaba atención? En cualquier caso, no era nada descabellado que algún día pasara a recogerla por sorpresa, o simplemente a verla bailar y tomarse una copa. ¿Cómo podía haber sido tan imprudente?

En fin, todo daba igual ya.

Solo quedaba la evocación de momentos y algunos eran bastante desagradables. Se vio a sí misma con Claudio, en el reservado del local de Quique. Ella sentada en un sofá y él de pie entre sus piernas, con los pantalones bajados. El falo erecto frente a su cara. Nerea jugaba a tratar de abarcarlo entero con la boca, pero no podía introducirla del todo. Notaba el capullo, tocarle la campanilla, apenas introducida algo más de la mitad. Se recordó a sí misma golosa, chupando y lamiendo como si fuera un caramelo. Se deleitaba con cada suspiro que provocaba en el macho, con cada estremecimiento de placer que le hacía sufrir.

Las bragas tiradas encima del sofá, sintiéndose mojada y lista para recibirlo. Se veía a sí misma dentro de unos instantes, cabalgando… sí, lo haré así… pensaba. Empujaría a Claudio al sofá y ella se sentaría a horcajadas encima, para sentirlo muy dentro, para controlar el polvo como le viniera en gana, para sentir otra vez hasta el último rincón de su vagina lleno de polla. Todo esto lo imaginaba con los ojos cerrados, soñando despierta. Y de repente, una luz que se filtraba a través de la cortina de la puerta del reservado. Tardó apenas unos segundos en entender que alguien se asomaba, que estaban expuestos.

Le costó frenar su inercia y aún dio un par de chupadas más, costándole despertar del deseo y volver a la vida real. Ahora podía ver claramente el pubis de su amante, con los dos grandes testículos colgando y el inicio del falo que terminaba exactamente dentro de su boca. Precisamente por tenerla dentro, no pudo girar la cabeza hacia la entrada. Cuándo Claudio noto que se detenía, le puso la mano la cabeza y empujó de nuevo hacia el fondo de su garganta. Seguramente estaba también con los ojos cerrados y disfrutando… o tal vez no. O tal vez lo hizo queriendo, como muestra de dominio, de macho alfa, de haber ganado la partida, con la intención de decirle a un asombrado Javi: mira lo que me está haciendo tu novia .

Un Javier qué incrédulo y con la boca abierta, observaba toda la escena a la luz que se filtraba. A ella se le cayó el mundo encima. Empujó con las dos manos el vientre de Claudio, notando como resbalaba por sus labios el miembro mientras salía de su boca, a la vez que la saliva se desparramaba por su barbilla y cuello.

Ese fue el cuadro, merecedor de estar en un lugar preferente en la exposición Universal de la infidelidad. Claudio, allí, con el miembro erecto y brillante de su saliva, con la mano puesta en su cabeza, aun agarrándola por el pelo. Afirmando, no la propiedad sobre su corazón y su alma, que esa pertenecía Javi; pero sí sobre su cuerpo. Ella de rodillas, con sus dedos aún apoyados en el vientre de su amante después de haberle empujado, en un gesto que parecía rendir pleitesía al descomunal cipote. Dando la imagen tanto de condición de zorra, como de puta que se vende por unos centímetros más, aunque ella bien sabía que era mucho más que eso. Y Javier con el gesto desencajado, la mano cerrada sobre la cortina negra. Qué difícil y a la vez que fácil imaginar todo lo que estaría pasando en ese mismo instante por su cabeza, y lo que es peor, dentro de su pecho.

¿Existía un escenario posible que fuera peor? Se había imaginado así misma descubierta, tratando de hilvanar alguna explicación para justificar su conducta, para explicar a Javi lo que había pasado. Pero ¿qué podía decir en aquella situación? habría deseado gritarle a Javi que se fuera : ¡por favor vete! luego podrás gritarme, llamarme todo lo que quieras, luego imploraré tu perdón, pero ahora vete, porque no puedo soportar verte de pie mirándome.

Pero no, ni siquiera eso le fue concedido. Cuándo Javi reaccionó por fin, se dirigió hacia Claudio:

- ¡cabrón hijo de puta!

El primer golpe se lo dio en el pecho con el puño cerrado, pero aquella mole que le sacaba dos cabezas, ni siquiera se dio por enterada. El segundo puñetazo fue dirigido hacia la cara, pero con buenos reflejos, Claudio bloqueó la pegada y agarró por el brazo a Javi. A la vez, con el brazo propio se aferró sobre su cuello para inmovilizarlo. Su novio se revolvía desesperado, intentando zafarse del abrazo del oso y a la vez intentando golpear a Claudio, pero él no aflojaba.

- ¡Dios Claudio! ¡Suéltalo! ¡Suéltalo! ¡Javi por favor!

Finalmente, de un empujón lo lanzó hacia la puerta. Javi aterrizó fuera y se incorporó para volver a lanzarse contra Claudio, pero ella se interpuso. Tenía miedo, mucho miedo y se dio cuenta que no era miedo por ella. No, en ese momento sentía miedo porque al daño moral se podía sumar el daño físico para Javi. No sabía de lo que era capaz Claudio, pero sí que le sacaba dos cuerpos. No quiso ni pensar en lo que un golpe mal dado podría ocasionar y que además, sería por su culpa, todo por su culpa.

Javi escupió en el suelo y se giró yéndose de allí.

Fue entonces cuando desapareció el morbo, el instinto animal, el deseo incontenible, el placer más allá de toda medida... Y al abandonarla todo esto, se sintió vacía. Había querido tener las dos cosas y lo había perdido todo. El morbo, el deseo, el placer y también su vida...

Miró la colilla entre sus dedos, ya toda ceniza. Su mente volvió al presente. A la cita que mañana tenía con Carlos. Una sombra de preocupación volvió a nublar su semblante.

Bueno. Viniera Carlos a lo que viniera, ya no tenía veintitantos ni era la niña tonta de entonces. Había madurado y aprendido de sus errores ¿no? Pues entonces no se preocuparía innecesariamente. Carlos no haría nada que pudiera comprometerla. Si estaba allí, no era por ella.

Notó que refrescaba. Se encogió levemente. Casi sin darse cuenta, llevo su mano al vientre abultado. Era su cuarto mes y ya empezaba a pesarle. Aun dormía bien y la barriga no la limitaba demasiado, pero había que cuidarse. Algo más grande que ella y todas sus preocupaciones estaba en camino. Bien, era hora de volver dentro. Observó con incredulidad que se había fumado cuatro cigarrillos.

Se guardó la cajetilla de tabaco en el bolsillo y recogió la lata que hacía de cenicero para tirarla a la basura. Al abrir la puerta de la terraza para entrar en el salón, se lo pensó y girándose, se acercó a la barandilla. Buscó el paquete y lo lanzó a la calle. Si ya no era una veinteañera estúpida, que se notara.