Esperma

Leche, guasca, semen son diferentes formas de referirse a lo que nos hace gozar.

ESPERMA

Hace muchísimos años, en una hermosa cabaña en medio del bosque vivía Ricard. Ricard era un leñador muy atractivo. Grandote y musculoso, hirsuto, su enorme pecho cubierto por denso vello y unos encantadores y vivaces ojos celestes, espejo de su alma noble y pura. Ricard vivía con su pequeño hijito, Benjamín. Ricard había estado unido con una rústica y débil aldeana, descendiente de moros que había muerto al nacer Benja. El padre crío muy bien a su niño, con todo su amor y sabiduría. El niño creció maravillosamente fuerte y hermoso. Desde niño, acompañó a su padre a las tareas del bosque lo que le desarrolló su cuerpo. Así Benjamín fue convirtiéndose en un hermosísimo muchacho. Había heredadazo los ojos negros y la piel morena de su fea madre, que en él fueron hermosos. Y la belleza y la nobleza, la fuerza y el encanto de su padre el leñador. Después de la dura tarea en el bosque Benjamín y su padre, compartían el baño en una alberca que habían construído, alimentada con el agua fresca del arroyo. Era un momento de placer donde padre e hijo, totalmente desnudos, compartían inocentes caricias y juegos. Uno enjabonaba al otro mientras reían o compartían anécdotas.

Todo funcionaba maravillosamente en la cabaña del bosque hasta que a instancias de la sociedad aldeana, que sostenía que no era bueno que el hombre viva solo, Ricard decidió casarse con una viuda de la aldea. María Mercedes era una mujer falsamente dulce madre de dos señoritas Graciela Estela y Joaquina Silvia del Corazón.

Una vez realizada la boda, Mercedes y sus hijas se instalaron en la cabaña del bosque, destrozando la magia de la vida masculina de Ricard y Benjamín. Ante la invasión de la agria María Mercedes y las horribles y pretenciosas Graciela Estela y Joaquina Silvia, Benjamín se reconcentró en su trabajo y en sus momentos libres vagaba por el bosque recordando tiempos más felices.

Ricard presionado por las terribles exigencias de lujos y extravagancias de las tres mujeres, pareció envejecer agobiado. Muy pronto la cabaña perdió toda su pureza viril para transformarse en un ámbito plagado de falsas dulzuras e invadido por el penetrante olor de las bombachas sucias de las tres víboras.

Cuando Benjamín cumplió 14 años, aun completamente inocente, su padre le dijo un domingo que vaya al bosque, al claro secreto, cuyo conocimiento solo ellos conocían. Benjamín fue esperanzado. A los pocos minutos apareció su padre. Ricard le pidió a Benjamín que se desnude completamente. Benjamín sin entender muy bien lo hizo. Ricard al ver a su hijo desnudo no pudo menos que contener el aliento. A la luz cálida del mediodía filtrada por el follaje, Benja lucía más hermoso que nunca. Oro puro era su piel. Inmediatamente, Ricard también se desnudó completamente y Benja pudo ver como a pesar del maltrato del tiempo, su padre aun era un hombre hermoso. Su ancho pecho cubierto por espeso vello, sus brazos fuertes y gruesos, sus nalgas musculosas igual que sus piernas, terminadas en los hermosos y viriles pies.

Benja al ver a su papá desnudo experimentó una sensación en su miembro viril, la misma que sentía cuando por las noches recordaba los baños junto a su padre, ahora prohibidos por su madrastra, o cuando jugaba a luchar con su amiguitos de la aldea. No comprendía. Su padre se acerco a él y le dijo que le iba a revelar los secretos del macho y su cuerpo. Era una larga tradición del amor viril que debía perpetuarse.

Ricard lo primero besó tiernamente los labios de Benja, para luego abrirlos con la presión de la lengua. Y así conoció Benja los secretos del beso. Ricard continuó recorriendo el cuerpo de Benja: las axilas con su vello negro, las tetillas marrones y pequeñas, el ombligo, el abdomen liso y duro, el ano dulce y cálido y el hermoso miembro, duro, recto y erguido, con su glande tenso y brillante, rosado y sedoso. Al mismo tiempo, estimuló a Benja a que descubra con su lengua los distintos sabores del cuerpo masculino. Benja conoció por primera vez en su padre, la dulzura de la saliva, el sabor amargo y delicado del ojete, el salado de las axilas y los pies y finalmente el más maravilloso e indescriptible de la esperma. Ricard comenzó a chupar el pene de Benja al mismo tiempo que se ubicaba para que Benja alcance con sus labios el pene paterno. Así, imbricados fueron gozando hasta que Ricard sintió en su boca la explosión de semen de Benja y dejo a su vez que se derrame el suyo en la boca de su hijo adorado.

Después de un descanso, comenzó Ricard a perpetrar el acto supremo del amor viril, la penetración. Si bien el tronco de Ricard era bastante grueso, fue tan dulce en la penetración, que Benja solo sufrió un momento para luego entregarse al dulce placer de ser poseído. Después Ricard, se sentó sobre la dura lanza de Benja que se enterró en su ano, llenando su vientre de placer hasta eliminar torrentes de esperma que saciaron a Ricard. Benja había sido iniciado por el hombre que más amaba y por quien más era amado.

Al encuentro del bosque, siguieron alegres reuniones de sexo con sus amiguitos, quienes por el mismo tiempo iban iniciándose en las delicias del amor entre hombres.

Cuando Benjamín tenía 16 años, la situación en la cabaña era intolerable. Las tres perras exigían más y más y Benja no estaba dispuesto a seguir presenciando las terribles humillaciones a que era sometido su querido papá. Decidió marcharse. Con la bendición de Ricard, Benja partió a recorrer mundo.

Benja decidió adentrarse por el bosque, sabía que hacia el norte se hallaban comarcas donde los hombres eran más felices. La primera noche, después de una larga caminata, Benja para recuperarse, antes de comer su vianda decidió tomar un baño en las cristalinas aguas de un arroyo. Benja se desnudó y su cuerpo de oro y miel resplandenció en la tranquila luz de aquel atardecer estival. Al rato sintió que alguien lo observaba. Era un enorme oso negro. Benja, osado y valiente no se asustó y por el contrario le divirtió la curiosidad con que el animal le observaba.

Después del baño, preparó su cena, y el oso se acercó olisqueando. Benja le dio parte de su cena que el oso comió vorazmente. A Benja le encantaron los ojos melancólicos y dulces del oso. Al irse a dormir, espantó al oso que tristemente se alejó. Cerca de la medianoche, Benja se despertó sobresaltado por un ruido inquietante. En lugar del exquisito olor del bosque, percibió un agrio y horrible olor a trapo viejo. Apenas tuvo tiempo de moverse cuando unos gritos le helaron y una garras de largas uñas azules y moradas le tomaron por los pies y las manos. Eran las terribles brujas del bosque, sus pelos largos como estopa y de sus vaginas infernales fluía un asfixiante olor. Mientras lo tenían agarrado, inmovilizado, se acercó la más vieja y fea y mala y olorosa de las brujas, una especie de reina del mal. Entre horribles carcajadas acercaba su mano-garra a las pelotas del muchacho, mientras vaciaba en su cara su caca verdosa. La bruja deseaba estrujar las pelotas del joven para así inutilizar todo su poder varonil. Justo en el momento en que la mano de la terrorífica hembra llegaba al hermoso bulto de Benja, un zarpazo, le destrozó la cara. El oso reapareció y salvó a Benja. Desde ese momento Benja lo tomó como su mascota y fueron inseparables.

A los diferentes lugares a que iban llegando, siempre llamaba la atención la pareja. El hermoso y valiente muchacho y su mascota, el oso. Benja siempre fue bien venido y siempre participó de las fiestas y veladas de los lugares a donde llegaba. Nunca dejó de prodigar su amor por los hombres, tal cual lo había aprendido con su amado padre.

Benja estuvo en la ciudad de los enanos, donde nadie medía más de 70 cm pero cuyos falos nunca eran menores de 30 cm. Estuvo en las minas, haciendo el amor con los mineros, sus hermosos cuerpos musculosos cubiertos por el hollín del carbón. Estuvo en una aldea de pescadores donde las fiestas eran en el agua. Benja hizo oscilar las canoas con el terremoto de su sexo. Vio como los chorros de esperma enriquecían las aguas transparentes de la bahía. Estuvo en una ciudad de negros, donde los hombres en pelota brillaban al sol como diamantes negros. También estuvo entre indios y aprendió a hacer el amor sobre caballos, acomodando el bombeo de los penes al vaivén del galope. En todas partes Benja amó a los hombres y con su dulzura y virilidad embelleció la vida de cuantos se cruzaba. Y siempre a su lado, Nosso, el oso miraba los largos coitos, las dulces mamadas, los húmedos besos con sus ojos melancólicos.

Una noche, ya entrado el invierno, Benja construyó una pequeña choza para protegerse de las posibles nevadas. Se compadecío de Nosso y le permitió ingresar a la exigua choza. El animal con su calor lleno el ámbito y Benja se durmió calidamente apoyado en la panza peluda del animal. Un rato después se despertó con una presión durísima en su culo. Se dio cuenta que era la pinga de Nosso, enorme y parada, que buscaba, ansiosa, su agujero.

El primer impulso de Benja fue quitar al animal, sin embargo comprendió la terrible presión que sentiría por su falta de descarga seminal, por lo que decidió brindarse a su amigo por todo lo que él había hecho por Benja. Con movimientos pélvicos fue alentando más y más al oso en su intento por penetrarlo. La saliva del oso se había derramado por su espalda y llegaba a su ano. Benja se untó bien el orto y agarró el pene del oso. Su tamaño lo asombró, era del tamaño de un antebrazo robusto y su glande como un puño. Recordó que entre los mineros era costumbre cojerse con el puño y se decidió a brindarle placer al oso. Se puso de espaldas, con las nalgas bien abiertas y el orto bien dilatado. Nosso, el oso pareció entender. Se subió sobre Benja y le enterro el falo. Benja gritó por la fuerza del dolor, el cual fue desapareciendo, poco a poco, convirtiéndose en un placer extremo. Benja se sentía plenamente poseído por la fuerza terrible y la dulzura de su oso. Después de un largísimo coito, Benja sintió como estallaba en sus entrañas el orgasmo de Nosso, sintió como un torrente de esperma le llenaba y él también se descargo. Agotado por el gigantesco acto sexual realizado, Benja cayó completamente dormido.

Cuan grande no sería su sorpresa, cuando por la mañana al abrir los ojos, vio junto a él, desnudo y mirándolo con infinita dulzura al hombre más hermoso que nunca hubiese visto. El joven le explicó que era el príncipe Nosso, que había sido hechizado por la malvada bruja Vaginexa, que lo había convertido en oso y había llevado a su pueblo a la desdicha, cuyos súbditos debían trabajar para satisfacer los idiotas caprichos de Vaginexa: Joyas, pieles, mucamos. El hechizo se rompería cuando un joven le permitiese a Nosso poseerlo.

Benjamín y Nosso durante 30 días vivieron solos, en el bosque y probaron todas las formas del amor. Se poseyeron de todas las maneras posibles, bebieron sus espermas y se hicieron más y más fuertes, más y más hermosos y más y más valientes. Al término de un mes se dirigieron al castillo de Nosso a recuperar su reino. Con la complicidad de algunos súbditos se proveyeron de ropas femeninas, velos y gasas y cubiertos con ellas se dirigieron al palacio. Pidieron ver a la reina para ofrecerle ricas telas y exquisitas joyas. La bruja ambiciosa los recibió. Mientras la esperaban ambos muchachos se masturbaron poniendo sus penes bien duros. Cuando Vaginexa apareció arrojaron sus ridículas prendas femeninas, y aparecieron en sus resplandecientes desnudeces, con sus espadas erguidas, apuntando al cielo y lanzando chorros de esperma sobre Vaginexa provocándole espamos y reduciéndola a una mísera conchita gris que tomaron con cuidado y guardaron en una cajita, la cual arrojaron al fuego.

De esta forma, el reino de los hombres volvió a ser libre y el festejo duró varías semanas. Todos los hombres, siempre en pelotas, solo comieron manjares y se hicieron el amor. Nosso envió a cuatro de los más hermosos y valientes jóvenes del reino a buscar a Ricard, encontrándose así padre e hijo nuevamente. Benjamín y Nosso fueron los más entusiastas, los más viriles y los más osados. Ríos de esperma corrieron por la comarca fertilizando la tierra y originando la más grandiosa cosecha jamás vista y llevando la dicha y la prosperidad a la tierra de los hombres. Benja y Nosso vivieron largos años de dicha en el palacio, fueron felices y se comieron sus respectivas perdices.