Esperma (3)
Carla descubre el secreto de su hermano.
3.
CARLA
Carla no podía dormir. Echó un vistazo al despertador que había al lado de su cama y comprobó que faltaban cuatro horas para el amanecer. La sábana estaba empapada de sudor y de lágrimas; le dolían los ojos, que los notaba hinchados, y sentía una molestia en la mejilla derecha, allí donde Esteban le había restregado el pañuelo con demasiada fuerza. La joven no dejaba de dar vueltas a todo lo que había pasado.
Durante varios minutos sintió que iba a morir de pura vergüenza, con el corazón dando saltos dentro de su pecho y el rostro encendido de rubor; luego, más tarde, un miedo irracional sustituyó al bochorno, atenazándole el pecho como una garra, pues temía a la reacción de sus padres si se enteraban de lo que había hecho, pero al momento siguiente esa sensación era reemplazada por la rabia, el enojo y el enfado:
«No tenía ningún derecho a entrar así en mi cuarto. No debería haberme gritado, ni insultarme, ni mucho menos tocarme la cara de esa forma».
Pero entonces recordaba el momento en el que él le restregó el semen (SU semen) por el rostro, y aunque aquello le molestó y le dolió, no podía evitar que su vagina reaccionara involuntariamente con esa imagen, palpitando y segregando jugos. Pero eso, el hecho de que su cuerpo se excitara con esa agresión, la ponía aún más furiosa.
«Cabrón, maricón, sarasa de mierda, marica de los huevos, chupapollas de los cojones, tocapelotas de mierda…»
Carla sostuvo la respiración unos segundos al recordar algo.
«Tocapelotas».
«Tocarse los huevos. Él se estuvo tocando los huevos en la ducha, como en el vídeo. El vídeo dónde dos maricas se tocaban entre ellos».
Había algo familiar en esas dos imágenes, la de su hermano en la ducha y la del vídeo. Una semejanza algo más allá de la similitud del acto.
Carla se apartó las lágrimas de la cara y trató de recordar el vídeo: eran dos chicos jóvenes, aparentemente de la edad de Esteban. No pudo verles la cara, pero ambos eran muy parecidos entre sí físicamente. Esbeltos, fibrosos, totalmente depilados.
Carla palmeó la mesita que había al lado de la cama, buscando su smartphone.
«¿Cual era el nombre de la cuenta del vídeo?».
La chica apenas tardó unos segundos en entrar en la página de PornHub y usar el buscador para localizar la cuenta. El portal cambió de forma inmediata a la versión gay, mostrando todo tipo de escenas llenas de pollas, culos y músculos depilados. Carla seleccionó la cuenta que buscaba y comenzó a ver los «thumbnails» de los vídeos que había allí. Todos ellos tenían en común a chicos jóvenes y delgados, algo afeminados para el gusto de Carla, pero bastante atractivos, tuvo que reconocer la joven. Por la baja calidad de los vídeos se notaba que eran amateurs.
«Aquí hay algo que me suena de algo…»
Carla siguió viendo imágenes y escenas sueltas. Algunos chicos iban enmascarados, otros iban a cara descubierta y otros no mostraban nunca su cara. El protagonista de la mayoría de los vídeos, y con total seguridad el dueño del canal, era de éstos últimos. Nunca mostraba su rostro. Las escenas estaban rodadas de tal manera que la cara estaba siempre fuera del encuadre. Pero aún así…
De pronto el corazón de Carla dio un brinco y comenzó a latir muy deprisa.
«El tatuaje. El tatuaje de este tío es el mismo que tiene Esteban en el codo».
A partir de ahí, una vez que hizo la conexión, el resto de coincidencias se hizo más evidente. El mismo tono de piel, la misma complexión, el lenguaje corporal…
Carla rebuscó en un cajón y sacó unos auriculares baratos. Los conectó al teléfono y buscó entre los vídeos alguna parte en la que el protagonista del canal hablase. No tardo mucho en encontrarlo. Era la misma voz de Esteban.
«Es Esteban… es él».
Su cabeza daba vueltas intentando asimilar todo esto. Seguía estando enfadada con él, pero al mismo tiempo estaba excitada, notando cómo el morbo encendía su pecho.
«El muy cabrito tiene por lo menos más de 50 vídeos porno aquí subidos, joder».
Cuanto más miraba en la línea temporal del canal, más vueltas le daba la cabeza. Sentía una especie de vahído, un ligero mareo. Estaba viendo un aspecto tan extraordinariamente íntimo de su hermano que le parecía estar viviendo algo irreal. Su enfado hacía él iba disminuyendo conforme iba viendo más y más escenas. Su excitación y morbosidad también subían de forma exponencial. En pocos minutos ya tenía el coño abierto e inundado, con el pequeño clítoris duro y palpitante.
A Carla le encantaban especialmente aquellas escenas en las que su hermano (porque ya no le cabía ninguna duda de que era él), hacía mamadas y succionaba pollas. En esos momentos podía ver claramente que esa boca y esa barbilla eran las de su hermano mayor. Carla contempló alucinada la capacidad que tenía su hermano para introducirse los rabos hasta el fondo, haciendo gargantas profundas casi sin atragantarse. Desde hacía muchos años, en su familia, sabían que era homosexual, pero Carla nunca pensó en su hermano practicando sexo de esa manera.
«¿Y cómo pensabas que lo hacía?, ¿Sólo con abrazos y besos?».
La joven se percató de que la mayoría de los vídeos hacían hincapié en la sensualidad del acto. Muchas caricias y besuqueos entre mamadas y anales; también había masajes largos y sensuales donde las manos y las bocas eran los protagonistas, mientras que las pollas y los ojetes se quedaban en un segundo plano. En las sodomizaciones era Esteban el que solía penetrar y en muy pocos vídeos era a él a quién penetraban. Éstos vídeos eran especialmente morbosos para Carla y se dio cuenta de que el depilado esfínter de Esteban se tragaba las gordas pijas con la misma facilidad con que lo hacía su garganta.
De repente una escena fugaz vista en un thumbnail le llamó la atención. Carla hizo click en ese vídeo y lo que vio casi le provoca un orgasmo instantáneo.
En el vídeo se podía ver a su hermano en solitario colocándose un preservativo para luego masturbarse durante varios minutos entre jadeos y gemidos. Después de eyacular copiosamente dentro del condón Esteban se lo quitó muy despacio y se lo acercó a los labios, poniendo especial cuidado en que su rostro completo no apareciera en el encuadre; después dejó que el esperma resbalase hasta su boca, recogiendo los grumos con la lengua y metiéndoselos dentro para tragarlos.
Carla no pudo evitar follarse el coño con fuerza mientras contemplaba alucinada la escena, aplastando el clítoris con la palma de la mano y metiéndose los dedos hasta los nudillos, produciendo fuertes chapoteos y palmadas.
Cuando el condón se vació del todo Esteban se lo metió en la boca para chuparlo y exprimirlo, aspirando el interior del globo de látex.
La pequeña Carla vio la escena en bucle varias veces hasta que se corrió gimiendo con fuerza con una almohada apretada sobre su cara, empapándola de sudor y saliva. El coño era una fuente que no paraba de segregar flujos que bajaban entre fuertes espasmos por el perineo hasta el ano. Varios minutos después del orgasmo se durmió, agotada. Antes de que le alcanzase el sueño un pensamiento cruzó su cabeza:
«Puede que esta vez sí que me haya oído».
La mañana siguiente era domingo y se despertó muy tarde. Pasaba del mediodía y el sol entraba con fuerza por la ventana abierta, iluminando el cuerpo desnudo de Carla sobre la cama. La chica, menuda y delgada, estaba empapada de sudor. Los rayos del sol arrancaron destellos cobrizos en su melena color caoba, que ella nunca dejaba que creciera más allá de los hombros. Sus ojos castaños parpadearon varias veces, entornando la mirada debido a la luminosidad que entraba en el cuarto.
Se arrastró sobre la cama con los ojos cerrados hasta alcanzar el tirador de la persiana. La bajó con dos movimientos enérgicos.
«¡Hágase la oscuridad!» —pensó absurdamente.
Volvió a tumbarse sobre la cama, con la idea de dormir una semana del tirón, pero tenía la vejiga llena y necesitaba echar una meada enseguida. Nada más incorporarse de la cama se tuvo que sentar de nuevo, mareada. A su mente acababan de llegar de golpe el recuerdo de los eventos de la noche pasada.
«Los pañuelos, la ducha, la pelea… ¡los vídeos!».
Carla rebuscó su móvil entre las sábanas, viendo que había un par de manchas de color pardo-rojizas allí dónde se le había escapado un poco de flujo menstrual, así como una mancha de humedad mucho más extensa, ya seca, recordándole a Carla la paja que se hizo sobre la cama. Arrancó las sábanas, hizo una pelota con ellas y las tiró a un rincón. Luego encendió el smartphone para ver si los vídeos eran reales o los había soñado y esperó unos segundos con el corazón palpitando muy rápido en su pecho.
La página de PornHub apareció en la pantalla. Los vídeos eran reales.
Carla quería quedarse más tiempo en su habitación, meditando sobre todo esto, pensando sobre cómo actuar con su hermano ahora que conocía su secreto, pero no podía aguantar más el pipí. Se levantó y se puso deprisa unos pantalones cortos y una camiseta, sin nada más debajo, con la idea de echar una meada y una ducha rápida antes de vestirse para desayunar. Antes de salir vio que sobre la mesa aún estaban los pañuelos.
«Déjalos ahí, luego tendrás tiempo de jugar con ellos».
Salió de su cuarto y en el brevísimo trayecto hasta el baño llamó a sus padres a voces, preguntando si estaban en casa, aunque sabía que probablemente ya estaban camino del pueblo.
Todos los domingos sus padres iban al pueblo donde vivían sus abuelos. Antes iban todos juntos, pero conforme iban haciéndose mayores Esteban y Carla preferían quedarse en la ciudad, con sus amigos, aunque a veces acompañaban a sus viejos.
—¡¿Má, Papá?!
Nadie respondió y Carla entró al baño, cerró la puerta e hizo sus cosas.
Estaba terminando de ducharse cuando alguien golpeó la puerta con suavidad. La voz de Esteban le llegó desde fuera.
—¿Carla? Soy yo. Papá y mamá no están.
La hermana cerró el grifo y no dijo nada, aguardando quieta en el plato de la ducha, sintiendo como las gotas de agua tibia recorrían su cuerpo.
—Cuando acabes me gustaría hablar contigo. —La voz de su hermano era calmada, muy distinto a como sonaba la noche anterior.
«Voz de marica» —pensó con crueldad Carla, aún resentida. La chica no dijo nada y varios segundos más tarde oyó a su hermano retirándose de la puerta. Carla abrió de nuevo el grifo de golpe, dejando que el agua cayera con fuerza contra su piel. Sin motivo aparente la furia y la rabia habían vuelto a ella.
«Ahora quieres hablar, ¿eh? Anoche ibas de víctima, cómo siempre. Siempre has sido el pobrecito gay, el mariquita de la casa, el sensible. —Dentro de su mente, Carla imitó la voz Esteban—: Ay, pertenezco a un colectivo acosado, pobre de mí, mirad que pena doy, ¡mirad que mala es mi hermana, que ha entrado en mi cuarto sin permiso para hacer guarradas!».
Carla aporreó otra vez el grifo para cerrarlo de golpe.
«¡Pues ahora resulta que el que hacía guarradas eras tú, puto mariquita!».
Al salir de la ducha vio sobre la repisa del lavabo unos cepillos de dientes. A la derecha uno azul, de su hermano. A la izquierda dos de color rosa, suyos. Siguiendo un impulso agarró el cepillo de su hermano y se lo metió por el agujero del coño, con las cerdas hacia dentro. Se frotó la vagina un par de veces con él y luego lo dejó donde estaba.
«Ahora me vas a comer el potorro, so marica».
Carla siguió secándose e insultando a su hermano en silencio, aunque poco a poco fue calmándose. Esteban y Carla siempre se habían llevado bien y sus riñas eran breves. En el fondo (muy en el fondo), Carla sabía que el enojo que sentía en realidad estaba dirigido hacia ella misma, por haberse dejado llevar anoche por un calentón y hacer algo que no debía.
Cuando salió del baño Esteban la estaba esperando en la puerta de su habitación. Carla le miró durante unos segundos: pantalón corto y camiseta de tirantes. Su hermano era alto, rubio, con los ojos claros heredados de papá; hombros estrechos y vientre plano. Los labios gruesos, rojos, le daban aspecto de niño bueno. Tenía la piel muy clara, como ella, con algunas pecas y lunares aquí a allá. Era un tío bastante guapo.
—¿Podemos hablar? —dijo Esteban con suavidad, sin hostilidad alguna.
—No lo sé —contestó la hermana mirando algún punto más allá de la pared, fingiendo un enfado que en realidad ya no sentía—.
—He preparado algo —Esteban señaló hacia la cocina—. Yo también me he levantado tarde.
Esteban se cruzó de brazos escrutando atentamente a su hermana pequeña.
—No estoy enfadado Carla. Anoche me puse muy nervioso y no reaccioné bien. Quiero hacer las paces, ¿vale?
Carla miró al suelo, ruborizada, sin saber qué decir, quería estar enojada, pero no le salía.
—Hay Nutella —insistió Esteban.
Su hermana alzó las cejas y sonrió brevemente sin poder evitarlo. Luego miró a su hermano a la cara y asintió en silencio, aceptando la invitación. Esteban tenía un pequeño apósito transparente adherido al labio inferior y Carla recordó que anoche le cortó con las uñas. Carla odiaba claudicar ante su hermano mayor, quería enojarse con él, pero no podía. Sabía que lo que ella hizo anoche no estuvo bien, y encima le hizo daño cuando le arañó.
«Sí, pero él te agredió primero, chica. Tú te defendiste».
Esteban caminó hacía la cocina seguida de su hermana. Ella vio el pequeño tatuaje en forma de mandala que su hermano tenía en el codo para ocultar una vieja cicatriz y recordó los vídeos de la noche pasada.
Confusa, sin saber muy bien como gestionar sus sentimientos e ideas hacía su hermano, lo siguió por el pasillo, estimulada por el olor a café recién hecho.
CONTINUARÁ...
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