Esperando por ti
Sam ha pasado toda su vida esperando. Esperando a que su madre deje de mentirle, que su amiga de la infancia le escriba, llame o regrese a visitar como prometió. Su tiempo se detuvo y su vida se ha vuelto insípida, rutinaria y piensa que así será siempre. Pero quizás ya no tenga que esperar más.
Capitulo 1: Esperar, esperar, esperar.
Siento que la vida se me pasa esperando a algo o a alguien. Debes conocer ese sentimiento, cuando esperas a que alguien te conteste el mensaje o tu llamada o tu pregunta o lo que sea. Revisas el teléfono a cada rato, te metes en tu email mil veces al día. Esa sensación de que has esperado siglos hasta que por fin te responden, o no. Y luego simplemente sigues adelante y lo olvidas. La diferencia, en mi caso, es que cuando sigo adelante, la siguiente cosa también me hace esperar, y luego la siguiente. Y así, pasas la vida esperando, como yo.
Esperando una respuesta al email que enviaste hace un mes. Esperando a que te devuelva la llamada esa persona que prometió llamarte apenas pudiera hace un año. Esperando a que mi mama me diga que hablo con quien me prometió hablar hace dos años. Esperando a que mi madre me diga que está saliendo con alguien cuando lo he sabido desde hace tres años. Esperando a que me diga que termino con ese alguien con quien estaba saliendo cuando lo sabía desde hace un mes. Esperando a que mi amiga de la infancia, que prometió escribirme por email, llamarme y regresar para el quinto año de bachiller, por fin cumpla alguna de sus promesas. Y finalmente esperando a que se terminen las clases, ir a casa y esperar a que se haga de noche para dormir, y luego despertar al día siguiente y repetir el proceso.
Bueno, debo admitir que en verdad no pase todo ese tiempo sentada y viendo la vida pasar. Pero era un recuerdo constante en la parte de atrás de mi mente. Lo peor de asunto, no es lo deprimente que suena mi vida, es que sigo esperando en vez de rendirme.
“¡Sam! ¡Ya me voy! ¡No vayas a llegar tarde a clases!” mi mamá me gritó.
“¡Esta bien!” grite de vuelta.
Agarré mi bolso y salí de mi cuarto bajando las escaleras y entrando a la sala donde mi mamá tenía la puerta abierta y estaba a punto de irse. Cuando me vio sonrió avergonzada.
“No quise decir que te tenías que ir ya, solo quería recordarte que no llegaras tarde.”
“Lo sé,” dije encogiéndome de hombros. “Ya iba de salida de todas maneras y pensé que podíamos caminar juntas parte del camino.”
Esto era una trampa. Sabía que mi mamá estaba saliendo con alguien pero, como siempre hacía con todos sus novios, lo escondía de mí. También sabía que el antes mencionado novio normalmente la recogía y la llevaba al trabajo. No se necesitaba trabajar en la NASA para saber nada de esto. Simplemente tenías que asomarte a la ventana cuando ella se iba y lo verías llegar a los poco segundos después de que ella saliera del edificio. Nunca le he dicho nada. Solo esperaba pacientemente a que ella me dijera.
“Oh.” Mi mama parecía estar entrando en un ataque de pánico. En ese momento sonó una corneta en la distancia y me imagine que ese era su novio que la estaba esperando en la calle en frente del conjunto donde vivíamos. “L-L-lo siento, Sammy. Y-yo… Alguien me viene a buscar. Podríamos irnos juntas mañana,” dijo con una sonrisa falsa. Sabía que de verdad estaba entrando en pánico en este momento.
“No hace falta. Solo tenía ganas de hacer algo distinto hoy,” dije encogiéndome de hombros otra vez. “¿Quién te va a dar la cola?”
Prácticamente podía escucharla hiperventilar.
“¿Q-quién? ¿Él?” preguntó con una risa nerviosa mientras señalaba el carro que volvió a tocar la corneta.
“Ni modo, ¿o es que ves a algún otro carro esperando allá afuera a que bajes y te montes?” pregunté. Estaba siendo malintencionada. Lo sabía.
“O-oh. É-él… Él es s-solo un… compañero de trabajo,” dijo, balbuceando de verdad ahora sí.
“Está bien. Chao, ma,” dije encogiéndome de hombros una tercera vez y besando su mejilla antes de pasar a su lado y empezar a bajar las escaleras.
Vamos, no tenía por qué ser completamente mentira. Para todo lo que sabía del tipo de verdad podía trabajar con ella. Pero lo que faltaba en su oración balbuceada era la frase, “Es mi novio.” Y eso era lo que me molestaba. Probablemente piensa que soy estúpida o algo, y a lo mejor si lo soy, pero por no confrontarla y dejarla mentirme acerca de con quien salía. Suspire y sacudí la cabeza. Era inútil molestarse. Era casi tan inútil como la G en gnomo.
Enserio, ¿molestarse ha traído algún bien en algún momento? Tu novia te monta cachos, ¿molestarse va a hacer que venga de vuelta pidiendo perdón y prometiendo serte fiel ahora sí? Quieres comprar una camisa y te faltan dos céntimos, ¿molestarse va a hacer que la cajera piense, pobre chamo, vamos a vendérsela de todas maneras? Vas a raspar una materia por una décima, ¿molestarte va a hacer que el profesor se dé cuenta de que de verdad te esforzaste y aprendiste y te mereces pasar la materia aunque no te de la nota? La respuesta siempre es no.
Por ende, si me molesto con mi mama, ¿qué bien haría? Pelearíamos y luego ella empezaría a llorar y a pedirme perdón por terminar varada con ella, porque mi papá no la amo lo suficiente como para quedarse cuando salió embarazada, y por otro montón de mierdas. Yo terminaría sintiéndome culpable y diciéndole que lo sentía, y luego volveríamos otra vez a donde estábamos, mintiendo rutinariamente. Así que, ¿molestarme cambiaría algo o ayudar de alguna manera? No.
Camine al colegio, perdida en mi cabeza e ignorando al mundo en general. Llegue con suficiente tiempo de pasar por mi casillero, agarrar mis cosas y sentarme en mi salón, lo cual era mi objetivo. ¿Por qué pasar tiempo hablando con mis amigos o haciendo cualquier otra cosa cuando podía dormir un poco más?
“Bueno jóvenes, hoy tenemos una estudiante nueva,” dijo el profesor al mismo tiempo que entraba una chica al salón.
“Y aquí la tenemos,” agregó de manera un poco jocosa.
Tengo que admitir que no escuche nada de lo que el profesor dijo después, estaba muy ocupada mirando a la chica. Oh por Dios. Kate. Era ella. Tenía que ser ella. Dios, habían pasado años desde la última vez que la vi pero era ella. Creo que aun ahorita podría reconocerla en un tumulto de gente cualquier día. Y habían pasado, ¿qué, cómo unos seis años? Había cambiado mucho y al mismo tiempo era igualita. Ya no era la adorable niña rellenita de cuando tenía doce. Ahora era una mujer. Con piernas largas y firmes envueltas en unos jeans apretados, camisa que parecía una segunda piel y mostraba si abdomen plano, su cintura y cuerpo en forma de ocho y sus grandes senos, con una cara que era toda ángulos marcados y que me recordaba a un rectángulo en la mejor de las maneras. Su piel era blanca pálida, con un poco de rosado que la hacía ver sana y no enfermiza, sus mejillas estaban llenas de pecas y su cabello negro azabache, que siempre había resaltado en contraste con su piel, solo que ahora tenía reflejos azules y le llegaba por la cintura. Para terminar tenía la pollina recta, más azul que negro, y que enmarcaba perfectamente sus ojos marrón chocolate. Había cambiado un mundo.
“Siéntate en donde quieras. No estoy seguro, pero creo que tenemos un asiento libre en este salón,” estaba diciendo el profesor mientras miraba alrededor cuando volví al presente.
Rápidamente me di cuenta de que (típico) el único asiento libre era el que estaba en frente de mí, en el cual tenía montados los pies. Baje los pies y me senté bien justo cuando el profesor vio el puesto. Se lo señaló a Kate y le dijo que se sentara allí, a lo que ella asintió. Empezó a caminar hacia el escritorio y sus ojos conectaron con los míos. Me notó. Me vio. Me saludaría y empezaríamos a hablar tal y como antes de que me dijera que se iba a mudar al otro lado del país hace seis años. Me diría que sentía no haber respondido nunca mi email, no haberme llamado devuelta y no haberme contactado después de irse, y me diría todas las razones que tuvo para hacer eso. Yo le diría que estaba bien, y por fin tendríamos el futuro que hubiésemos tenido si no se hubiese ido. Pero en vez de saludarme o sonreír o dar alguna seña de que sabía de mi existencia sus ojos siguieron adelante después de unos pocos segundos y se sentó en el escritorio en frente de mí.
¿Qué? Me ignoró. Me odia. De seguro. ¿Por qué otra razón me ignoraría? Éramos mejores amigas. Me conocía mejor de lo que se conocía a sí misma incluso. Ella… me besó. Antes de irse. Ella me besó. Me dijo que nunca me olvidaría. Esa era la única razón por la cual mantenía la esperanza. Seguí esperando, pensando que lo que había dicho y hecho era cierto. Supongo que debería decir que tenía esperanza por la manera en la que mi corazón se rompió un poco, el último vestigio de esperanza que mantuve viva los pasados seis años murió sin piedad a manos de la realidad. El timbre sonó, marcando el final de clases. ¿Qué? ¿La clase terminó? ¿Y cómo se pasó tan rápido? ¿Qué había dado el profesor? Vi que Kate se paraba de su asiento y recogía sus cosas para irse. Era estúpido y lo sabía pero no pude evitarlo. Metí mis cosas en mi bolso tan rápido como pude y corrí para alcanzarla.
“Hola,” dije con una sonrisa, mi corazón latiendo a mil por segundo en mi pecho. Kate estaba aquí. Después de seis años. Estaba aquí.
“Hola,” dijo mirándome cautelosamente.
“Soy Samantha Lyons,” dije, soltando mi nombre completo. No sabía que esperaba pero definitivamente no era la mirada confundida y un poco perturbada que me dio. “Todos me llaman Sam o Sammy, sin embargo.”
“Vale. Yo soy Katelyn, fue un gusto conocerte,” dijo, obviamente pensando que era una rarita o algo y tratando de cortar la conversación.
Ella se volteó en la otra dirección y se alejó de mí. De nuevo, sé que era estúpido y no sé qué diablos planeaba ni que quería lograr pero volví a alcanzarla, esta vez me paré en frente de ella, bloqueando su paso.
“¿Qué quieres?” preguntó mirándome, probablemente confundida y preguntándose qué diablos me pasaba.
“Kate. Katy. ¿De verdad…? ¿Tú enserio… no me recuerdas?” pregunte sin querer, las palabras salieron me mi boca sin permiso. No sabía que había planeado decirle pero si sabía que eso no era.
“Ah, ya entendí. ¿Crees que es gracioso, no? ¿Crees que puedes meterte conmigo? ¿Pues sabes qué? Vete a la mierda,” dijo antes de marcharse iracunda.
¿Qué? ¿Meterme con ella? ¿Gracioso? ¿El qué? ¿De qué diablos hablaba? La vi alejarse y mi confusión aumento. ¿Podemos asumir entonces que de verdad no se acordaba de mí? Debe haberlo olvidado. Bueno, que se le hace, eso pasa. Seis años era un largo tiempo. Debería buscarla más tarde y pedirle perdón por lo ocurrido. Suspire y me fui a mi siguiente clase. Llegue justo cuando el segundo timbre sonó y note que la profesora me miraba como tratando de intimidarme y transmitir el hecho de que no le gustaba lo que había hecho. La verdad no me importó mucho. No había llegado tarde a una clase en años, y técnicamente no había llegado tarde porque estaba en el salón antes del segundo timbre. Busque un asiento y me senté, prometiéndome a mí misma que le prestaría atención a la clase esta vez.
Mi mente obviamente no estaba de acuerdo con mis planes porque ten pronto como la profesora empezó a hablar mis pensamientos empezaron a divagar, específicamente hacia Katy. ¿Cuál era su problema? Era una pregunta normal e inofensiva, preguntarle a alguien si te conocía. Los accidentes pasaban y las personas se confundían. Por lo menos así sería conmigo si alguien se me acercara y me preguntara si me acuerdo de él. No sé qué daño podría haber hecho al preguntar pero estaba claro que la había enfadado, bastante. El timbre sonó otra vez me quede loca con lo rápido que pasaba el tiempo. Siempre había sido un fastidio, observaba los segundos volverse minutos y volverse horas hasta que por fin la clase terminaba. Pero, ahora pasaban desapercibidas. En la siguiente clase mi mente volvió a ignorar mi resolución de escuchar y aprender y para cuando me di cuenta el timbre del recreo sonó.
Pase unos segundos maravillada por el hecho de que la mitad del día había pasado y ni me había dado cuenta antes de recoger mis cosas e irme. Bueno, a ver, no sabía una mierda de Katy. Corrección, sabía muchas cosas, pero, su número de casillero o donde iba a comer, no, eso no lo sabía. Pensé que la cafetería sería una buena apuesta y decidí pasearme por allí primero. Desde las puertas mire alrededor, tratando de ver si estaba entre el montón de gente pero no. Espere para ver si a lo mejor venía tarde y finalmente me rendí con un suspiro.
Es un colegio chiquito, ¿qué tan difícil puede ser? Vale, eso era mentira, este era un colegio muy grande pero estábamos en el mismo grado por Cristo, ¿en algún momento teníamos que encontrarnos, no? O por lo menos eso pensé mientras me alejaba de la cafetería y fui a donde usualmente comía con mis amigos. Para cuando sonó el timbre del final de la penúltima clase mi esperanza había mermado considerablemente. ¿Ves? Esperando. Siempre estoy esperando. Suspire por milésima vez y camine desganadamente hacia la última clase del día. A lo mejor la vería mañana. Y si no, pues tal vez pasado mañana sí. Y así estamos de vuelta en esperar. Dios, de verdad debería considerar tomar Prozac o algún otro antidepresivo.
Volví a la realidad a la fuerza cuando me choque con alguien. Caí de culo y mis libros y papeles volaron por todos lados.
“Mierda. ¡Lo siento!” dijo el chico contra el que me había chocado mientras se agachaba y empezaba a recoger mis papeles.
“Está bien,” dije al mismo tiempo que recogía el desastre de papeles a mí alrededor.
Juntos los agarramos todos y finalmente me ofreció la mano y me ayudo a pararme del piso. Iba a hacer algún tipo de comentario acerca del asunto cuando vi que su mirada se enfocó en algún punto detrás de mí y se sonrojo hasta las orejas, volteando a ver a otro lado. ¿Qué carajo…? Justo en ese momento vi a un tipo que claramente era parte de algún equipo por su chaqueta de letras que todos los deportistas siempre usan. Paso a lado de nosotros riéndose con su grupo de amigos. Cuando el chico de la chaqueta se había alejado tosí para llamar la atención del que no sabía disimular ni para salvar su vida. Volteo a verme y me dio una sonrisa un poco apanda que me hizo pensar que para ser hombre no estaba tan mal después de todo.
“Disculpa. Por un momento me distraje,” dijo.
“No hay problema. Yo también me distraje,” dije mirando hacia arriba y ofreciéndole una sonrisa. Era enorme en comparación conmigo. Pero ahora que vamos al caso todo el mundo era enorme en comparación conmigo. En ese momento me di cuenta de que no había visto a este chico antes. Debe ser de otro grado, quizás uno debajo del mío porque se ve joven. Mierda. Me sentí como de ochenta cuando ese pensamiento cruzó mi mente. “Mi nombre es Samantha, pero todos me dicen Sam o Sammy. ¿Eres de cuarto?”
“Yo soy Riley, y de hecho estoy en quinto como tú,” dijo sonando un poco ofendido. “Disculpa. Está bien, no te preocupes, muchos no me conocen, no hablo mucho.”
“Vale, de todas maneras no conozco a la mayoría de los de mi grado. Solo hablo con tres y es mucho,” dije con una sonrisa, sintiéndome culpable por no conocer a más de la mitad de los de quinto.
El segundo timbre sonó, y pues parece que llegaría a tarde por primera vez en años.
“Disculpa que por mi vayas tarde para tu clase,” dijo con su sonrisa un poco apenada otra vez.
“Te perdonare si dejas de decir disculpa, lo siento, o cualquier variante. Nada más en los pasados cinco minutos lo has dicho como cinco veces,” dije sonriendo otra vez.
Sus mejillas de pusieron ligeramente rojas y no puede evitar pensar que era lindo otra vez. Bueno, supongo que no era un esperpento, lo cual era bastante decir considerando mi desagrado natural por los emos y el hecho de que el obviamente era parte de ese gentilicio, tribu, lo que fuese. Un poco flaco, como un fideo, con pelo negro -un tanto muy largo para mí gusto- y la pollina de lado, y con ropa que podía ser fácilmente tres tallas muy grande. Usaba un suéter con la capucha puesta inmovible en un punto entre su pollina y la parte de atrás de su cabeza, y un par de blue jeans con más huecos que tela.
Era pálido, pero parecía más por falta de sol que porque ese fuese el tono natural de su piel, además su afán por usar ropa negra no ayudaba mucho tampoco. Y el toque final, ojos oscuros , oscuros como la noche, del mismo tono que su pelo. Tenía unos cuantos piercings. Un arete en la parte derecha del labio de abajo y un huequito en la parte izquierda, y tenía una barra curva en su ceja izquierda. ¿Mí conclusión? No está mal, podía estar mejor. Un corte nuevo, ropa nuevo y, ¿a lo mejor un poco de sol? De verdad no le vendría mal, por lo menos.
“Disculpa…” empezó a decir pero decidí que ya había tenido suficiente con sus disculpas y lo interrumpí.
“Te digo que, pasate por mi casillero al final de clase y hablaremos un poco más. Es el 348,” dije antes de alejarme, solo que iba caminando de espalda. “Ah y por cierto, bateamos para el mismo equipo.”
Por un momento me miro perplejo sin comprender a que me refería, pero cuando su cerebro lo asimilo sus mejillas se pusieron rojas como un tomate. No pude evitar reírme mientras me volteaba y caminaba a clase. La profesora que me miró feo y me advirtió que no lo hiciera otra vez. Cuando por fin me senté no podía contener mi sonrisa. Este día estaba resultando no ser tan malo después de todo. Katy estaba de vuelta y pronto le diría disculpas y vería que resultaba de eso y conocí un chico gay. El único que había conocido en este colegio.
Hice un honesto y arduo esfuerzo por tomar notas y concentrarme durante toda la clase, o bueno, la mayor parte. Pero, de verdad, ¿podías culparme? Había pasado tanto tiempo encerrada en esta infinita rutina diaria de esperar, esperar, y luego esperar un rato más, que cualquier tipo de cambio era bueno. El último timbre del día sonó y me dirigí hacia mi casillero, ansiosa por hablar un rato más con Riley. Todas mis amigas eran un poco… falsas. No porque ellas no fueran reales sino porque yo no lo era, después de todo solo estaba con ellas para que mi mama no tuviera que preocuparse y empezase a llorar y a decirme cuanto sentía que estuviera varada con ella y toda esa mierda. A lo mejor ahora tendría un amigo de verdad, ¿quién sabe?
Camine hacia mi casillero y me conseguí con que Riley estaba ahí parado esperando a que apareciera. Mierda, o él era muy rápido o yo era muy lenta. ¿Cómo es que había llegado tan rápido? Noté que tenía la cabeza gacha, mirando al piso, pero que de vez en vez cuando pasaba algún chico que estaba bueno, el movía la cabeza un poquito y lo veía de reojo. Me tuve que reír de su supuesta sutileza. Se creía que era el más discreto de todos, y supongo que tan obvio no era tampoco puesto que nadie parecía notarlo, pero si lo estabas viendo por alguna coincidencia pues estaba jodido. Me acerque y por fin pareció verme. Subió la cabeza y me dio una sonrisa tímida y me reí de nuevo. Este chamo y su tímida y adorable personalidad prometía diversión por un rato.
“Hola. Disculpa de nuevo por hacerte llegar tarde,” dijo en tono de disculpa, bajito, casi como un susurro.
“No te preocupes, la profesora solo me fulminó con la mirada porque nunca antes había llegado tarde, no es como si me tengo que quedar a detención o algo,” dije encogiéndome de hombros.
“Ah, que bien. Me sentiría culpable si tuvieses que quedarte después de clases por mí. Bueno, ¿y tienes un carro o alguien que te de la cola?” preguntó, sonando un poco más animado, mientras caminábamos hacia las puertas principales.
“Nop. Me voy a patica. Imagínate, si ya estoy gorda, ¿cómo sería su tuviese carro?” dije a modo de chiste.
En verdad no estaba gorda, pero tampoco era esbelta y alta como Kate. De hecho era completamente lo contrario. Yo era rellenita, no gorda, pero bueno, la línea era un tanto delgada y con suficiente comida la cruzaría fácilmente. Y la cereza en la torta, era bajita, de verdad, que pasaba el metro y medio de bromita. Así que era enana y gorda.
“No estas gorda,” dijo con una risa. “Simplemente eres… caderona. No es algo que una dieta sana y ejercicio no cure.”
“Veras, ese es justo el problema, el ejercicio es mi nemesis. El me odia, y yo lo odio, es mutuo, ¿entiendes? Coexistimos en relativa tranquilidad hasta que aparece un entrenador y nos obliga a trabajar juntos,” dije arrugando la nariz en disgusto. Decir que odiaba hacer ejercicio era casi un eufemismo y definitivamente no expresaba mi honesta opinión.
“No puede ser tan malo,” dijo Riley mientras se reía. “Es solo que eres floja.”
“¡No lo soy! Bueno… tal vez un poco,” concedí, tratando de lucir inocente.
Volvió a reírse y yo me reí con él. Llegamos al estacionamiento donde o nos separábamos ahora, o nos separábamos más tarde.
“¿Y porque preguntabas a todas estas?” pregunté.
“Porque yo también me voy a pata y supuse que podíamos irnos juntos,” dijo sonriendo tímidamente. “Ah, bueno, la cosa es que tengo que…”
En eso vi que Kate esta parada a unos metros de nosotros y la iba a llamar, pero Riley lo hizo antes que yo.
“Ah, ahí está. ¡Epa! ¡Kate!” gritó Riley.
Kate volteó a ver quién la llamaba y cuando vio a Riley sonrió una de esas sonrisas que no había visto en años. Era la misma de cuando era chiquita, esa sonrisa que solo veías cuando estaba muy contenta. La sonrisa que normalmente tenía cuando me veía. Pero después de ver a Riley me vio a mí –lo que considero una hazaña puesto que soy bastante chiquita- y su sonrisa se desvaneció. Mi estómago dio un vuelco en cuanto vi su reacción. El recordatorio de que ahora no la agradaba cuando antes habíamos sido mejores amigas estaba haciendo estragos con mi pobre corazón. Kate se volteó otra vez, pareció decirle adiós a con quien había estado hablando y luego vino hacia donde estábamos parados, Riley con una sonrisa y yo mirándola.
“Hola, Riles,” Kate dijo sin quitarme los ojos de encima.
“Hola Katy. Mira, Sam ella es…” Riley empezó a decir.
“Katelyn. Lo sé, la conozco. Ya nos habíamos visto antes,” dije atajándome a mí misma antes de que pudiera decir que solíamos ser mejores amigas.
“Si, ya la conozco,” Kate le dijo a Riley, pero todavía me miraba a mí.
Suspire, era tiempo de arreglar este desastre.
“Mira, de verdad lo siento, te confundí con alguien que conocía. De verdad no fue mi intención insultarte ni nada,” dije, sonando como un niño regañado.
“Está bien,” dijo pero aun así no parecía que yo le agradase ni un poquito.
“Bueno, vale. Creo que ya deberíamos irnos,” dijo Riley rompiendo el silencio incomodo que quedo después de la respuesta indiferente de Kate.
“No vale, tranquilo, no tienes que caminar conmigo ni nada. Te veo mañana,” dije con una sonrisa un poco triste, les dije chao con la mano y me volteé para irme.
Volví a suspirar mientras me alejaba y me dirigí hacia mi casa. ¿Quién iba a pensar que después de años imaginándome una reunión llena de amor y nostalgia con Kate, resultaría que no solo no se acordaba de mí, sino que ni siquiera le caía lo suficientemente bien como para ser cortés? Mi estómago dio otro vuelco y sentí el pecho apretado. Había estado enamorada de Kate cuando éramos chiquitas, y creo que era seguro decir que nunca lo había superado juzgando por cómo me dolía el pecho ante el prospecto de que me odiara. Suspire por millonésima vez. Ya iba siendo hora de que dejara de esperar a la gente todo el tiempo, y empezaría por no esperar más a Kate.