Esperando el mensaje de mi colega Nacho

Decidí hablar con Nacho justo el día de navidad. Me levanté de la cama extasiado, había soñado con mi gran “amigo” del que no sabía nada desde hacía 5 años. Él estaba caminando por la montaña, por donde solíamos reunirnos algunas tardes de agosto y yo, por mi parte...

Decidí hablar con Nacho justo el día de navidad. Me levanté de la cama extasiado, había soñado con mi gran “amigo” del que no sabía nada desde hacía 5 años.

Él estaba caminando por la montaña, por donde solíamos reunirnos algunas tardes de agosto y yo, por mi parte, le seguía a escasos 20 metros intentando alcanzarle. Sus pasos se iban haciendo rápidos y su figuraba comenzaba a fundirse con el horizonte de ese onírico paisaje. Me angustiaba no poder alcanzarlo y conseguir adorar sus labios con mi lengua y poder masajear con esmero su cuerpo con mis hambrientas manos.

Desperté sudando y excitado, su perfecto culo seguía moviéndose al compás de sus varoniles hombros. No podía creerme que después de 5 largos años, aún tuviese en mi interior una imagen forjada de él tan real y morbosa.

Nacho fue en su momento mi mejor amigo y como tal, compartimos miles de momentos y experiencias que sobresalen de la frontera de la mera inocente amistad. Se hizo normal entre nosotros, después de cada conversación caliente, pajearnos con colosales ganas para después, justo al terminar y corrernos, olvidar la experiencia y continuar hablando como si nada. Poco a poco se fueron convirtiendo nuestras quedadas en escusas para darnos placer y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos viviendo una relación de muchísima amistad y, casi tanto o más, deseo carnal.

Nacho fue el primero del grupo de colegas en tener carnet de conducir. Cuando se disolvía la pandilla de amigos cada noche y nos íbamos a dormir la borrachera a casa, solía inventarse escusas perfectas para dejarme en mi casa a mí el último. Yo entendía que no era casualidad y comenzaba en mi interior una guerra por controlar la enorme erección que sus palabras e intenciones mas lujuriosas generaban en mi cuerpo.

Después de pensarlo durante un par de horas decidí, finalmente, enviarle un mensaje y comprobar como le iba la vida, saber de nuevo de él y, muy posiblemente, compartir unas birras a su lado o algo más.

“Nacho, soy Juan. Hoy recordé nuestras locas historias juntas y quise saber de ti. Espero estés bien.”

Después de dudar durante un par de minutos si pulsaba el botón de enviar o no lo hacía, terminé por acariciar la tecla con mi pulgar y el mensaje se envió. Desde luego que me arrepentí ese mismo instante. Nacho había terminado nuestra relación, o “amistad”, hacía mucho tiempo y yo decidí en su momento no saber nada más de él.

¿Sería lógico intentar retomar la relación? ¿Seguiría con aquella muchacha con la que comenzó a salir meses antes de dejar de vernos?... Las preguntas generaban pensamientos difusos y contrarios en mi mente. Por momentos me parecía estar viendo sus ojos, su boca… y de pronto su polla. Majestuosa, capitaneando unos testículos bestiales que eran capaces de descargar auténticos torrentes de leche. De pronto recordaba de nuevo el sexual y ácido sabor de sus fluidos recorriendo mi boca y mi garganta y como, artesanalmente, limpiaba su titánico glande con mi lengua, succionando hasta el último rastro de esperma que surgiese del enorme orificio de salida.

En una ocasión nos fuimos al pantano que está a media hora de nuestro pueblo. Además de bebernos unas birras y juguetear con unos canutos disfrutamos como enanos nadando por el agua.

Nacho quiso llevarme a un pequeño montículo de arena que había en medio del pantano, con un pequeño árbol y finísimas suaves piedras. Parecía una pequeña isla paradisiaca, caribeña, pero en medio de un pantano y mucho más pequeña.

Llegar nos costó bastante, parecía estar cerca pero las brazadas cada vez se hacían más pequeñas. Por eso, cuando llegamos estábamos agotados y nos tumbamos boca arriba, tostándonos con el cálido sol y retomando el aire perdido en la enorme carrera.

-          Quería traerte aquí en medio porque sabía que te encantaría tumbarte y desconectar de todo el mundo - Me dijo Nacho con una voz aún ahogada.

-          Desde luego que me gusta, somos los reyes de nuestra isla, a partir de ahora, será nuestro territorio. – Le contesté mirándole a los verdosos enormes ojos que me miraban fijamente.

-          Pero creo que deberíamos de marcar nuestro terreno… - Me contestó mientras se sacaba la poya del bañador negro y comenzaba a simular que se masturbaba con ambas manos – Y dejas bien claro que esta es nuestra isla!.

-          Estás chiflado Nacho – Le respondí mientras, irremediablemente, le apartaba las manos de su rabo y comenzaba a masajearlo yo.

Cuando quise darme cuenta, ya estaba masturbándolo de forma frenética. Recuerdo como su polla palpitaba cuando la apretaba con fuerza. Aunque lo que más me gustaba era, mientras bombeaba su rabo de arriba abajo, mirarle a los ojos y contemplar como se desfiguraba su rostro y gemía entre los resoplidos propios del placer sentido.

Sus huevos se hacían cada vez más pequeños pero más tensos, su polla parecía apuntar al centro de la galaxia y sus ojos, entreabiertos, eran dos señales que surgían de otro mundo y se perdían mirándome con una mezcla de admiración y ruego, pidiéndome que no parase nunca de masajearle la polla de esa manera, que quería que me pasase toda su vida jugueteando e idolatrando su rabo y exprimiéndole los chorros varoniles que brotaban de su poya.