Esperando el autobús

Nunca se sabe cuando la chica de tus sueños va a aparecer en tú vida...

Esperando el autobús

Un sol sofocante caía sobre la calle. Era el último día de colegio y el primero de verano, un buen día, sin duda

Subía andando por una calle empinada desde el instituto hacia mi casa, sin más en las manos que las notas finales que me habían entregado. Únicamente llevaba una camiseta, unos pantalones cortos y unas sandalias, pero tenía un calor agotador.

Al llegar al final de la calle y torcer hacia la izquierda, la vi. Como siempre, estaba apoyada sobre un poste que indicaba la parada del autobús. Como siempre, miraba hacia el infinito y ni me veía. Y como siempre, yo me quedé embobado observándola

Todas las noches pensaba en ella. Siempre pensando en la chica de la parada de autobús. ¿Como podía ser que me gustase tanto y me pasase el tiempo pensando en ella? No sabía ni su nombre, edad, aficiones

Nunca había hablado con ella y solamente sabía que vivía por el barrio, seguramente cerca de mí.

En fin, que allí estaba yo, mirándola como se mira a un pastel al que le quieres pegar un bocado. Ella seguía indiferente a mi presencia. A saber que estaría pensando, o en quién

Creo que por una vez, me armé de valor e hice algo tan valiente como estúpido. Me acerqué a ella con pose prepotente, y me apoyé en el poste del autobús junto a ella con aires de ligón mal fingidos. Ella me miró un momento y no dijo nada. Yo, aprovechando que estaba a su lado, me fijé en que era bastante más baja que yo, y a continuación me puse a admirar sus pechos descaradamente. Eran grandes e imponentes, y su escote no daba pie a ninguna discusión.

De repente, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se me quedó mirando a la cara sorprendida, mientras adquiría una pose de desconfianza y protección alejándose un poco y cruzando los brazos. Seguro que el acercamiento no podía haber sido peor

Pronuncié un tímido -hola- , y ella me espetó sin miramientos:

-¿Te conozco de algo?

-Eh, perdona, me llamo Arturo. ¿Y tú?

-Rebeca. – contestó secamente.

-¿Cuántos años tienes?

-16

-¡Anda! Yo 17. – contesté yo sin que nadie me hubiera preguntado.

La expresión de su cara daba a entender que no le importaba mucho. Bueno, no nos engañemos, en realidad no le importaba nada, nada de nada.

-Y estas aquí esperando el autobús, ¿no? – continué yo.

-Sí, es lo que se suele hacer en una parada de autobús.

En aquellos momentos, yo ya había perdido toda pose de ligón y casi toda esperanza.

Volví a mirarle las tetas. Se me caía la baba. Ella se dio cuenta, me miró y dijo divertida:

-¿Te gustan mis tetas?

Me quedé petrificado.

-¿Qu, Q, Qu, Qué? – balbuceé

-¿Qué si te gustan mis tetas? – dijó enseñándome el escote y riéndose de mi expresión.

No sabía si me estaba tomando el pelo para reírse un rato o si me estaban grabando con una cámara. De todos modos, pensé que no había nada que perder, así que fui a por todas.

-Pues la verdad es que tienes unas tetas muy bonitas y que eres muy guapa.- dijé con todo el convencimiento de que fui capaz. Ella se rió otra vez de mí.

En ese momento, llegó el autobús. Ella se incorporó e hizo ademán de subir.

-¿Subes? – me preguntó.

Yo, desesperado, hice lo único que se me ocurrió. Me abalancé encima suyo y la besé en los labios.

La sensación fue brutal. Me hervía la sangre. No había sentido nunca un placer igual como el de besar a la chica de mis fantasías. Rebeca.

Rebeca, al principio intentó resistirse, pero a los dos segundos se dejó llevar por la sensación de euforia y de ingravidez

El conductor se nos quedó mirando, y a continuación, decidió arrancar. Total, no había nadie más en el autobús.

Continuamos así durante 3 maravillosos minutos más. Con nuestros cuerpos y nuestras lenguas entrelazadas. Ahora que la primera impresión había pasado, podía sentir sus tetas contra mi pecho y rozar su culo con las manos mientras nos besábamos. Un momento después, me di cuenta de que estaba empalmado, y al parecer, Rebeca también se había dado cuenta. Me sonrió y me dijo:

-Tranquilo, no tengas vergüenza. Parece que si que te gusto mucho

Poco a poco, se agachó utilizando el poste del autobús como si fuera una barra de streaper, y empezó a bajarme primero el pantalón, y luego el boxer.

Al instante, apareció delante de la cara de Rebeca una enorme polla erecta. Ella vio que mi cara se había puesto tan roja como un pimiento y que mi cuerpo temblaba de ansiedad y de deseo.

Comenzó su obra maestra masajeándome el pene con una mano, mientras con la otra, comenzaba ha desabrocharse el escote. Pronto sus grandes tetas prietas por un sujetador rosa aparecieron bajo mis ojos. Me moría por arrancárselo, pero me mantuve quieto haciendo un esfuerzo sobrehumano para que ella continuara a su ritmo con la masturbación que parecía no tener fin.

De repente se detuvo. Alzó la cabeza y me miró a los ojos. Yo asentí levemente, indicándola que estaba preparado.

Se quedó mirando unos segundos mi duro pene, como si lo que se dispusiese a hacer fuera algo sagrado. Se bajó su sujetador, y pude al fin contemplar sus pezones tiesos y excitados. Esa magnífica visión me duró unos momentos, porque entonces acercó sus labios a mi polla y empezó a lamerme el prepucio. Mi deleite fue infinito. Sin darme ni cuenta, empezó a meterse toda mi polla en su boca y a chupármela salvajemente metiéndosela y sacándosela. Mi polla empezó a convulsionarse sin control y me corrí en su cara mientras se me escapaba un gemido de placer. Acababa de experimentar un placer infinito.

La mamada apenas duró unos 30 segundos. Al acabar, miré a Rebeca. Sus labios y sus pechos estaban llenos de un líquido de color perla y ella jugueteaba con él sorprendida de su textura. Nos miramos a los ojos y a continuación a nuestro alrededor. Estábamos desnudos en medio de la calle, menos mal que no había nadie cerca, ya que no había mucha actividad en nuestro barrio. Sentimos vergüenza y nos tapamos rápidamente. En la lejanía vimos como se acercaba otro autobús a la parada.