Esperando al autobús 3

- Los aposentos de Manu - Al fin Manu me conducía donde el quería, iba a penetrar en el fondo de mi ser y para mi sorpresa, aún quedaban más cosas por descubrir.

  • CONTINUACIÓN DE “ESPERANDO AL AUTOBÚS” y "EN LOS BAÑOS DE LA ESTACIÓN"–

  • LOS APOSENTOS DE MANU -

Seguí a Manu hasta su coche, nos introdujimos en él, era un Renault Megane gris acero, un coche normalito.

-          ¿Estás preparado para que vaya dónde nadie nunca ha ido antes? – Dijo mientras ponía la mano en mi regazo, con el coche ya en marcha, camino al paraíso.

-          S… Sí – Dije con algo de nerviosismo, era evidente, me iban a romper el culo por primera vez, sentía una mezcla entre morbo, miedo, algo de recelo, pero al ver las varoniles facciones de Manuel, se me quitaba el miedo y en mí urgía la necesidad de que me penetrara.

-          Pues primero vamos a comer un poco, para reponer fuerzas, a continuación vamos a gastarlas todas – me guiñó un ojo y siguió mirando la calzada.

Estuve nervioso durante un buen rato… no podía mediar palabra, aunque todo mi ser suplicaba que Manu que parara ya y entráramos a su casa e intentar relajarme junto a él.

Mientras tanto Manu siguió tocando todo lo que estaba al alcance de su mano, sin ningún pudor (tampoco es que yo me fuera a oponer). Bajó mi bragueta, metió su mano derecha por ella y empezó a acariciar mi pene, despertándolo de su corto letargo, sin dejarle descansar. Yo sentí curiosidad por saber cómo estaría el suyo, así que ni corto ni perezoso lancé mi mano hacia él, y pude notar maravillado todo el esplendor de su miembro, estaba enorme. Pensé que sería normal, al fin y al cabo no había acabado en los servicios, y tendría unas inmensas ganas de estallar, me imaginé chupando de nuevo ese miembro y con esa imagen y las manos de Manu tocándome, mi polla despertó totalmente del sueño en la que estaba sumida. Y empezó a hacerme una leve paja allí, en los asientos del coche. A la vista de cualquiera que posara la mirada por la ventanilla. Pero no importaba, era tal el grado de excitación que todo a nuestro alrededor daba igual, ya no importaba nada más que él y yo.

De repente el coche frenó, se detuvo en frente de una puerta de garaje, y entramos bajando la rampa de acceso. En la escalera, en frente de la puerta del ascensor me arrancó un beso, y entrelazando nuestras lenguas se abrió y entramos dentro, pulsó el sexto piso y siguió con tu trabajito labial. Entramos en su casa, se despojó de toda su ropa, tirándola al suelo, en la entrada, me invitó a pasar al salón. Era un salón grande, tenía un gran ventanal, dos sofás, una mesa grande y otra pequeñica frente a uno de los sofás, y un lustroso mueble donde había una televisión de no menos que cuarenta pulgadas. Me tiró al sofá más grande, y me quitó toda la ropa. Teníamos nuestras dos pollas apuntando al mismísimo cielo y me abandonó. Salió por la puerta y se fue. Yo estaba desconcertado, desde el coche no había dicho ni mencionado nada. Al cabo de un minuto entró de nuevo en la sala, con un botecito con nata y un taper con fresas rojas, con muy buena pinta.

-          Ya te dije que antes de hacer nada, tendríamos que reponernos comiendo algo – Antes de que pudiera llegar a contestar, presionó el botón del bote de nata, me echó un pegote sobre un pezón y posó una fresa sobre este y me la metió en la boca – Rica, ¿eh?

-          Están deliciosas - dije mirándole, con mi pecho algo blanquecino, él encima de mí y su enorme polla sobre mis piernas. Cogió una fresa, tomando la nata de mi cuerpo, y se la llevo a su boca

-          Tengo la impresión de que esto también te gustará – Tomé la iniciativa, cogí el bote de nata, lo tumbé sobre el sofá y le unté su gran polla en nata y me la llevé a la boca, succione la nata y de mis labios se la di a probar.

-          Mmmmm, tiene un gusto exquisito

-          Ya lo creo, voy a seguir buscando nuevos sabores por tu cuerpo.

Y así seguí lamiendo con nata muchas partes de su cuerpo. Jugué con sus pezones duros, su espalda, por donde cuando pasaba la lengua sentía una sobrexcitación y se retorcía un poco, lo cual a mí me excitaba, y luego bajando por sus piernas echando nata sobre los dedos de sus pies y lamiéndolos, todas las partes de su cuerpo sabían excelentemente. Él también probó de las mías, me lamió el cuello, las orejas, todo mi torso y finalmente, se llevó su lengua a mi ano, nos encontrábamos extasiados, yo de pie sobre el sofá, de espaldas a él, y él sentado, metiendo su cara en mi culo. Mi oscuro agujero empezó a ser despertado, al principio lo noté escalofriante, pero me acostumbré a esta sensación y empecé a notarle el gustillo y placer. Tanto que empecé a retorcerme de cómo introducía su lengua por mi inmaculado ano. Se divertía lamiendo mi raja, empezó a masturbarse, mientras dilataba todo lo que podía mi ano. Al bajar la vista veía sus manos manoseando su cimbrel, el cual deseaba ver introducido en mí.

Entonces me cogió por la cintura, me empujó sobre la mesa (bocarriba) y puso mis piernas sobre sus hombros, era el momento, ya se acercaba ese ansiado momento. Introdujo sólo la punta de su polla y me estremecí, me dolió. Me quejé gimiendo y la sacó. Le pegó un escupitinajo a mi culo y volvió a intentarlo. Esta vez también dolió, pero no la sacó, la mantuvo, y poquito a poco iba metiendo sus centímetros, apaciguando el dolor que sentía, y transformándolo en placer. Al final, después de unos minutos, llegaron a chocar sus pelotas en mi raja. Y volvió a sacar lentamente, del todo, volvió a escupir y repitió la misma faena, esta vez con poquísimo dolor. Cuando se disponía a sacarla le retuve dentro apretando con mi brazo sus caderas contra mi culo, ya abierto por primera vez. Volvió a meterse dentro de mí y empezó un leve vaivén que me empezó dar muchísimo placer. Y empezó con acometidas cada vez más fuertes.

Entonces de repente me sacó su polla, me tumbó sobre el sofá boca abajo, y con una mano metida en mi paquete me empezó a masturbar, mientras con la otra apuntaba la suya directa a lo más profundo de mis entrañas, y comencé a experimentar un placer que nunca habría imaginado. Notaba el sudor de su pecho sobre mi espalda, y yo sudando a la vez humedecía la tela del sofá. Envueltos en ese clímax me abrazó y me lamió la oreja, un punto que me excitaba muchísimo y al sentir sus fuertes envestidas, sus contracciones, su sudor, ese clima de sexo que palpaba, y el extasiante placer que me proporcionaba, rompí en una corrida brutal.

Cuando Manu notó su mano llena de lefa, me jadeó en la oreja, gritando, extasiado también y noté la contracción de su pene, sus espasmos dentro de mí, su leche caliente corría en mi ser. Estaba inundado de su más añorada sustancia.

Jadeantes nos desplomamos en el sofá y quedamos dormidos.

Horas después, nos duchamos, me dio su teléfono alegando que lo iba a necesitar, que era el principio de una larga amistad, y que en ese apartamento había una cama muy cómoda. Ciertamente sería un pecado no probarla con tal macho.

  • Pájaros en la Cabeza -