Espérame en el hotel IV

Un castigo bien merecido, un orgasmo frustrado y una sorpresa final...

Te empujo por la espalda y no puedes evitar caer de cara sobre la cama. Mientras ruedas sobre el costado y encoges las piernas para llevar las rodillas hacia el pecho para que los glúteos dejen de hacer presión y el plug tenga algo más de espacio, escuchas cómo me quito los guantes de látex y los dejo cerca. Tu  mente comienza a divagar ante la idea de que tengas pensado volver a usarlos.

Tiro de tus brazos un poco más hacia atrás desde el lateral de la cama y comienzo a enrollar cada una de tus manos con cinta aislante haciendo que tus dedos se queden plegados y no seas capaz de agarrar nada.

-Sé que ni siquiera se te ocurriría tratar de quitártelo, pero así es más divertido, ¿no crees?

Te giro y te coloco volteado hacia arriba, haciendo que te tumbes sobre tus manos y, de nuevo, se agite el plug por los movimientos de tus glúteos. Pese a no poder ver nada sientes como me alejo de ti, escuchas como agarro el bolso y abandono la habitación.

Puedes oír  como vuelvo a entrar unos segundos más tarde gracias al sonido de los tacones. « ¿No se los había quitado yo a la hora de hacerle el masaje?» te preguntas mentalmente. Escuchas más taconeos y oyes cuando dejo el bolso sobre la misma mesa en la que se encontraba antes.

Me acerco a ti y sientes cómo se hunde el colchón cuando pongo una rodilla sobre la cama. Te sientes observado, miro todo tu cuerpo de arriba abajo y no puedes evitar dar un pequeño salto cuando te acaricio con la yema de los dedos el pecho y los abdominales en un solo movimiento fluido. Alcanzas a escuchar el movimiento de mis labios cuando esbozo una sonrisa y puedes imaginarlos doblándose de una manera muy sensual y seductora. Poco a poco esa sonrisa deriva en una risita muy pícara que te hace temer y volver temblar levemente.

Tu pene erecto había comenzado a disminuir de tamaño tras haberte tumbado en la cama y haberme alejado pero al escuchar el ruido de los tacones parece que tus oídos le mandan algún tipo de señal que hace que vuelva a recobrar fuerzas. Cuando te toco parece cobrar vida y comenzar a dar pequeños saltitos sin pedirte siquiera permiso.

Acabo de reír y paso la otra rodilla por encima de tu cuerpo y me coloco de rodillas sobre la cama, con una pierna a cada lado de tu cuerpo y con mi cadera a la altura de tus abdominales pero sin tocarte. Sientes una textura distinta a la de mi piel tocando tus brazos y los laterales de tu torso y no puedes evitar que tu pene de un par más de saltos involuntarios. Me inclino levemente y te toco la cara  para quitarte el antifaz que te cubre los ojos.

Lo primero que ves son mis ojos justo en frente de los tuyos y unos afilados y muy sensuales labios encendidos de un color rojo muy seductor. Para no ofenderme, tratas de apartar la vista pero con una mano te sujeto la cara y te hago mirarme directamente. Me levanto un poco y te dejo verme entera. Comprendes que cuando he salido ha sido para cambiarme de ropa ya que, en lugar de mi falda de tubo de cuero, llevo una falda algo más ancha y corta, también negra. Mis medias semitransparentes que cubrían toda la pierna se han convertido en unas de látex (o un material similar que no podrías nombrar por lo anonadado que te encuentras ante la visión que tienes en frente) que me llegan hasta la mitad del muslo y que se terminan de sujetar por un ligero y, en lugar del jersey de lana que llevaba, aparece un sujetador muy ceñido que marca mucho más mis pechos. Para rematar el conjunto también ves como llevo unas botas altas que brillan más que un cielo estelado y que te dejan completamente helado.

Vuelvo a inclinarme un poco y, con un movimiento de pelvis, hago que el calor de mi vagina envuelva toda tu zona escrotal. Abres enormemente los ojos y de nuevo no puedes evitar los movimientos aleatorios de tu pene. Sí que podrías haber evitado el movimiento de tu cadera, que busca la mía pero no lo haces. Para tu desgracia no eres consciente de que te has movido y, por lo tanto, llegas muy tarde para pararlo. Cuando tu pene está cerca de entrar en mí vagina levanto las cejas y me separo rápidamente.

Tras este movimiento rápido mi falda vuela un poco y, sin quererlo, puedes ver, que no llevo bragas o ningún tipo de ropa interior. Es en ese momento en el que te das cuenta de que, antes de taparte la boca, introduje en ella un trozo de tela y te percatas de qué es.

-Uyyyy, casi lo consigues – Digo sonriendo - Crees que eres muy listo ¿no? Creo que debería hacer algo para que no se repita algo así…

Con mi mano bajo a tú pene que no para de buscarme por sí mismo y vuelvo a sentarme encima. Giro la parte superior de mi cuerpo, haciendo que el movimiento también se transmita a mi cadera y, como si fuera un engranaje, también a la tuya. Cojo algo del bolso que no puedes ver pero que suena como una pequeña cadena. Me separo, me levanto un poco y avanzo mis rodillas y vuelvo a sentarme sobre tus abdominales que se endurecen para tratar de amortiguar el golpe de mis glúteos al caer. Hay algo dentro de ti que está fascinado por la facilidad con la que me pego y separo de tu  cuerpo causándote un dolor inimaginable, porque el tuyo una vez que tiene el mío  cerca no lo dejaría marchar nunca.

Introduzco mis dedos pulgares e índices en la boca para impregnarlos bien de saliva y me acerco lentamente a tus pezones. Vuelves a abrir los ojos y a agitar violentamente la cabeza porque sabes lo que estas a punto de sentir.

Comienzo a jugar con tus dos pezones con mis pulgares, haciendo pequeños círculos y, eventualmente, cambio a mis índices. Sigo haciendo pequeños círculos y paso a acariciarlos de arriba a abajo hasta que uso los dos pulgares y los dos índices para darles pequeños pellizcos y más caricias.

Tratas de forcejear o moverte abruptamente porque has alcanzado un nivel de placer que te cuesta mantener en tu interior. Sientes el pene cada vez más erecto, y temes que se te acabe desgarrando la piel. Todos tus esfuerzos son en vano. No puedes quitarme de encima de ti, no puedes mover los brazos y ni siquiera puedes agarrarte a las sábanas. Además, con tanto movimiento, también haces que se agite el plug así que finalmente acabas desistiendo y dejas de moverte, cediendo ante todo mi poder. Aun así tus ojos no paran de pedirme clemencia y tus gritos ahogados de placer no son capaces de quedarse en tu interior.

Pellizco fuertemente los dos pezones y doy un buen tirón. El dolor te abstrae del placer pero aún puedes sentir las caricias de mis dedos que poco a poco se va convirtiendo en el ardor creado por los pellizcos.

Sonrío.

Cuando me he asegurado que los pezones están secos del todo, uso una mano para pellizcar levemente uno de ellos y con la otra abro una pinza que me dispongo a enganchar…

-Sabes que estas pinzas tienen un pequeño tornillo para regular su intensidad ¿no? Pero bueno… Como tú eres tan resistente al dolor creo que mejor no usarlo…

Acabo atrapando tu pezón y me dispongo a hacer lo mismo con el otro. Un fuerte dolor comienza en el centro de cada uno de tus pectorales y no puedes evitar flexionarlos, marcando mucho el pecho. No han pasado ni dos segundos cuando te das cuenta de que ha sido una mala idea porque sientes cómo, ante la flexión, una de las pinzas comienza a escurrirse levemente hacia la punta el pezón. No me doy cuenta y no puedes avisarme así que acaba soltándose, no sin antes pellizcar de una manera muy concienzuda la fina capa de piel del extremo del pezón, y ante tal dolor no puedes evitar levantar el pecho de la cama haciendo que incluso me tambalee un poco. Me apresuro a recuperar el equilibrio, pongo una mano sobre tu pecho y te empujo con fuerza para después darte una bofetada en la cara.

-Me importa una mierda si te duele, no quiero que vuelvas a hacer algo así.

Vuelvo a poner la pinza en su lugar y vuelve el ardor en el centro del pecho. Esta vez ni se te pasa por la cabeza flexionarlo y pones toda tu concentración en que no ocurra con algún espasmo involuntario.

Me levanto y me dirijo hacia tu pene. Comienzo a enrollar tanto el cuerpo del pene como los testículos con un fino trozo de cuerda que acabo atando a la cadena que une entre sí las pinzas conectadas a los pezones y hago que todo el sistema esté bastante tirante. Sientes la presión alrededor de los testículos y cómo las pinzas tiran de tu pene. Vuelvo a colocar mi pierna al otro lado de tu cuerpo y me quedo levantada sobre tu pene acercando la cadera poco a poco.

-Yo que tú tendría mucho cuidado con lo que haces a partir de ahora…

Tu pene vuelve a cobrar vida por sí mismo y trata de acercarse a mi  vagina. Mueves un poco la cadera, igual que hiciste la última vez que estaban tan cerca pero las pinzas de los pezones te recuerdan que es muy mala idea hacerlo. Vuelves a bajarla.

-Muy bien… Estás dejando de comportarte como un animal y estás pensando un poco. Suerte a que has podido controlarte porque si no, ¿sabes qué habría pasado?

Con una de mis manos agarro la cadena de las pinzas. Te miro a los ojos. Me devuelves una mirada de terror. Antes de que puedas gemir tiro con bastante fuerza haciendo que esta vez se suelten las dos a la vez y, por lo tanto, duplico tu dolor. Me chupo el dedo pulgar de la otra mano y en el tiempo que tardas en volver a levantar el pecho de la cama me abalanzo sobre ti para empujarte de nuevo y coloco mis labios alrededor de uno de tus  pezones. Comienzo a jugar con él moviendo la lengua en  mil y una direcciones y, con el otro pulgar húmedo, acaricio el otro pezón. Un dolor y un placer inigualables te inundan todo el cuerpo. Tras un rato de esa dulce pero dolorosa y placentera tortura acabo usando mis dientes para morder levemente mi piel y te recuerdo el dolor que sigues sintiendo.

-Ves como no es para tanto… También puedo ser muy buena si quiero. Aunque ahora es cuando empieza la diversión de verdad.

Vuelvo a colocarte las pinzas y hago que el sistema de cuerda-cadena vuelva a estar tirante. Coloco mis dos piernas a tu mismo costado, me agacho levemente y me  dirijo hacia tu pene. Lo acaricio con una de mis uñas.

-Ahora voy a centrarme un poco solamente en ti.

Cojo un poco de cuerda y ato tus piernas a la altura de los tobillos y las rodillas.

Ves cómo me pongo de nuevo los guantes de látex negros y cómo vuelvo a coger el tubo de lubricante. Lo abro y me pongo un poco en las manos. Las junto y lo restriego por toda la superficie de los guantes. Me coloco sobre tus piernas y sin miramientos agarro tu pene y comienzo a acariciarlo suavemente con toda la palma de mi mano. Uso los dedos para hacer presión en distintas zonas mientras te miro directamente a los ojos. Agarro fuerte tus testículos, que siguen atados por el cordel que he conectado a las pinzas de tus pezones y hago que todo el sistema se mueva y que el dolor que crees tener más o menos controlado en el pecho se intensifique.

-No me vuelvas a mirar a los ojos a menos que yo te lo diga.

Miras hacia el techo mientras respiras fuertemente por la nariz. Mi mano en tu pene comienza a moverse arriba y abajo mientras que la de tus testículos rebaja un poco su presión.

-No está nada mal… Creo que me lo podré pasar bastante bien con esto.

Sigo un poco más y cuando intentas mover la cadera para acompasar tus movimientos te suelto y te doy un duro golpe en los testículos atados. Lanzas un profundo grito desde la garganta que no puede salir ya que mis bragas ocupan toda tu boca y la cinta aislante actúan como refuerzo para impedir que nada escape de tu boca.

Cuando el dolor comienza a desaparecer vuelvo a mover la mano arriba y abajo. Combino ese movimiento con uno similar a un tornillo que hace que te vuelvas loco. Por más que lo intentas te es imposible quedarte quieto e intentas volver a acompasarte a mi ritmo para obtener aún más placer si cabe pero cada vez que lo haces te respondo de la misma forma que hace unos segundos, con un golpe en los testículos y un tirón de la cuerda que los ata.

Cada vez que siento que estás cerca de llegar me detengo y sonrío. Tu cuerpo entero se mueve porque quieres que acabe con esta tortura sin fin. Tus piernas intentan levantarse pero mi peso se lo impide. Tus rodillas tratan de separarse  pero la cuerda que las ata no las deja. Tus manos quieren quitarme de encima para poder acabar  tú mismo el trabajo pero todo es imposible. No hay nada que puedas hacer.

Sigo así hasta interrumpirte cuatro, cinco o seis orgasmos, son tantas veces que pierdo la cuenta. La punta de tu pene está extremadamente sensible y no crees que puedas seguir soportándolo mucho tiempo más. Cuando me canso de seguir con mi jueguecito y casi todo el lubricante que he usado ha desaparecido agarro por última vez tu pene fuertemente, avanzo una de mis rodillas hasta apoyarme en parte en tu pecho, para que no te muevas en absoluto, mientras que  la otra sigue encima de tus rodillas. Extiendo la mano  que  tengo libre  y coloco  la palma de la mano sobre el extremo de tu pene y comienzo a presionar fuertemente y a dar círculos pequeños pero rápidos. Sientes más dolor que placer por lo extenuado que estas y no puedes reprimir los gritos que siguen. Intentas levantarte pero mi rodilla no te deja, intentas luchar pero sigue siendo  imposible. Estoy todo el tiempo que quiero y más torturándote incluso creo que  llegas  a perder en parte la consciencia por todo lo que sientes, ni siquiera te das cuenta de cuando me levanto.

Miras hacia tu pene que, agotado, ha perdido toda su erección pero no ha conseguido el tan ansiado orgasmo. Sin quitarme los guantes comienzo a desatar la cuerda que lo rodeaba y sientes como todo tu miembro vuelve a recuperar el riego sanguíneo. Sabes que es absurdo pensarlo pero por un momento has tenido  el  miedo  de  que simplemente me quedara mirando como va cambiando de color sin hacer nada al respecto, solamente por mi placer. Hago un pequeño y último masaje en la zona para que la sangre vuelva a fluir correctamente y, justo después, coloco una jaula de plástico alrededor del pene y los testículos que impide que puedas volver a empalmarte.

Suelto la cuerda que te ataba las piernas y cojo unas tijeras. Tirando un poco de ti te indico que te incorpores en la cama y lo haces poniéndote de rodillas. Te rodeo para cortar las bridas que sujetaban tus manos y quito también la cinta aislante que las mantenía en forma de puños. Manteniendo la mirada baja te tocas las muñecas masajeándolas un poco para hacer que la marca que me ha quedado por el forcejeo desaparezca aunque sabes que te va a durar bastante tiempo. Me coloco detrás de ti y, poniendo una rodilla a cada lado de tu cadera apoyo mi cuerpo sobre tu espalda para comenzar a quitarte la imporiviada mordaza de cinta aislante que te había colocado. Cuando retiro también mis bragas de tu boca mueves un poco la mandíbula para desentumecerla y te quedas encima de la cama de  rodillas.  Me levanto del colchón y vuelvo al bolso para  guardar  algunas  cosas  que  han quedado por en medio. Diriges las manos a tus pezones para retirar las pinzas que aún están colgando pero que no puedes ignorar por el dolor que te siguen causando. Mientras haces eso, estas a punto de darme las gracias por liberarte cuando ves como saco otra cosa del bolso e interrumpes tus movimientos, con un simple chasqueo de mi lengua contra los dientes, te corrijo como si fueras un perro que se ha portado mal. Te quedas petrificado al ver lo que estoy sacando.

-No te he dado permiso para que te las quites… Vas muy equivocado si piensas que he acabado contigo.

Me bajo la falda hasta quitármela por encima de las botas. Y ves como introduzco cada pie por un círculo formado por unas cintas que comienzo a subir hasta acomodar a mi cintura. Tiro de los ajustes que hacen que el arnés que me acabo de colocar quede bien fijo a mi cadera e introduzco en mi vagina una parte del consolador que va unido a ese arnés.

-Yo también tengo derecho a gozar un poco y no creerías que iba a usar tu pene para ello ¿no? Además aún te debo un orgasmo. Date la vuelta y a cuatro patas.

Tu pene vuelve a recobrar fuerzas por la imagen que tienes delante pero la jaula de plástico le impide moverse. Mueves sin querer los glúteos y vuelves a sentir el plug que aún sigues llevando. Miras de nuevo el tamaño de mi consolador y puedes asegurar que es más grande que el plug.

Esta vez no hay ninguna atadura que te fuerce a obedecerme  pero  igualmente comienzas a darte la vuelta lentamente mientras escuchas como vuelvo a colocarme los guantes de látex negro y como vuelvo a abrir el bote de lubricante.

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