Espérame en el hotel II
Humillación, dominación, fetichismo de pies y se avecina un castigo... Se recomienda leer la primera parte
Un simple golpecito de mis tacones sobre la mesa de madera me saca de tu mente y detiene tu concentración. Sin darte ni cuenta, te atreves a mirarme a la cara solamente para ver mi ceño levemente fruncido que te señala que algo no está del todo a mi gusto. Cuando te das cuenta de que te estoy mirando, agachas la cabeza en un rápido gesto y no puedes evitar que la saliva de tu boca acabe aterrizando en el suelo. Muevo mis pies impaciente y comprendes lo que quiero que hagas. Noto como te bloqueas durante una fracción de segundo ya que en muy poco tiempo se te han agolpado dos tareas y no sabes cual hacer primero.
Te acercas de rodillas a la mesa y con toda la suavidad que puedes desabrochas uno de mis tacones y con mucho cuidado lo colocas al lado de la mesa, desvelando un pie envuelto en una media transparente. Repites el proceso con el otro zapato. Vuelves al primer pie y lo abrazas con las palmas de las manos y ejerciendo una ligera presión sobre todo el puente del pie. Acaricias el lateral del puente pasando del talón hacia los dedos y acabas rodeándolos con una de tus manos para flexionarlos levemente con la idea de relajarlos y que la sangre vuelva a fluir por ellos correctamente. Mientras haces esto con una mano, deslizas la otra hacia el talón y le das unas pasadas algo más fuertes para aliviar el malestar de haber llevado tacones todo el día, a la vez que mueves ligeramente todo el pie para articular mi tobillo. Sigues un rato más masajeándome el mismo pie y repites el proceso con el otro, procurando, en todo momento, que no caiga más saliva de tu boca.
Pasas a utilizar una mano en cada pie y hacer círculos con los pulgares sobre las plantas de mis pies mientras con los dedos haces otra serie de caricias por la parte superior.
-No te creas que no me he dado cuenta de que has manchado el suelo… - Es lo único que te dices
Retiras las manos de mis pies lentamente, temeroso de que no sea esto lo que quiero hagas. Como no me quejas, te aproximas al fregadero para coger un poco de papel.
-¿Quién te ha dicho que utilices papel? Quiero ver como tu lengua lo limpia.
En efecto, no te habías equivocado con la predicción que habías hecho antes…
Te aproximas al casi inexistente charquito del suelo, levantas la cabeza para tragar lo que
tienes en la boca y evitar derramar más, colocas las manos a los lados de mi cuerpo y te apoyas sobre ellas para no caerte al acercar la cabeza al suelo.
Cuando sacas la lengua para disponerte a chuparlo escuchas cómo se cierra el libro, la copa se apoya sobre la mesa y cómo se deslizan mis medias sobre la madera de la mesa. Justamente cuando tu lengua va a tocar el suelo, uno de mis pies se pone debajo de ti y acabas lamiendo mis medias. Muevo un poco el pie para introducir los dedos en la anilla que fuerza tu boca abierta.
-¿En serio creías que te iba a hacer lamer el suelo? Por favor… No soy así de mala…
Te acomodas un poco en la postura para sentarte de nuevo sobre los talones pero manteniendo la cabeza igual de agachada para que mi pie no salga de tu boca. Debilitas el apoyo de tus manos para acariciar mi pierna y ese es tu gran error.
-Soy mucho peor de lo que puedas imaginar.
Sientes como empujo tu cabeza hacia abajo y cómo mi pie desaparece de debajo de tu cara. Mi otro pie, que descansa sobre tu coronilla, te impide levantarte y te fuerza a quedarte de cara al suelo.
-Quiero que quede impecable.
Sacas la lengua para limpiar el suelo pero como no puedes cerrar la boca no puedes impedir que caiga más saliva.
Acabas de limpiarlo todo pero mi pie no relaja su presión.
-Primero, contradices mis órdenes explícitas y apareces con ropa; segundo, tardas en colgar mi bolso; tercero, tratas de hacerte el listillo cogiendo una mordaza incorrecta; cuarto, manchas el suelo y te piensas que soy tan tonta que no me voy a dar cuenta y, para colmar el vaso, ¿vas sin ningún tipo de permiso a buscar papel cuando te ordeno que lo limpies? ¿Puedes entender como me siento no?
Con la cara contra el suelo tratas de gesticular para intentar defenderte y hacerme entender que en ningún momento te has querido hacer el listo o has pensado que fuera tonta pero la anilla que tienes en la boca no te deja hacer más sonido que un leve quejido. Aún sin la mordaza no creo que hubieras podido hacerte entender nada.
Quito mi pie de tu cabeza y me levanto del sofá. Cojo el bolso del perchero y me acerco a la cama. Lo dejo sobre ella y saco algo que no llegas a ver. Sigues doblado boca abajo con la cara muy cerca del suelo y poco a poco comienzas a levantarte, girándote hacia mi y vuelves a adoptar la postura de sumisión.
-Sexto, no vienes cuando te lo pido. Tú sigue añadiendo cosas a la lista.
Pones cara de terror y te aproximas lo más rápido que te permiten las rodillas hacia a mi.
Cojo lo que había sacado de la bolsa pero sigues sin poder verlo. Me coloco detrás de ti y tiro de tus dos brazos hacia la espalda. Tú, no solo no te atreves a resistirte sino
que los cruzas en forma de cruz detrás de ti. Sientes como una fina tira de plástico te rodea las muñecas:
“Clclclclclclclclclclclclclcl clicclicclic, clic, clic… clic” escuchas mientras sientes cómo aumenta la presión a su alrededor.
“Clclclclclclclclclclclclclcl clicclicclic, clic, clic…clic” Vuelves a escuchar y sientes de nuevo la misma sensación sobre la perpendicular a la anterior y comprendes lo que ha pasado: te he atado las manos con dos bridas.
Con un empujón te ordenas que bajes la cabeza y comienzo a trastear con la correa de mi mordaza. La desato y te quito la anilla de la boca. Tratas de mover la mandíbula para relajarla y desentumecerla pero, antes de que puedas agradecerme nada, meto una prenda de tela en tu boca y con un rollo de cinta aislante te rodeo la cabeza para que no puedas sacarla de ahí.
-No quiero estar escuchando tus gritos con lo que va a pasar a partir de ahora...