Esperado fin de semana

Sabía como tenía que hacer la maleta. Prohibidos tacones de menos de siete centímetros, faldas por la cintura y nada de sujetadores. Lo que no se esperaba es que volvería a su casa convertida en una puta.

La conocí hace ahora unos tres años, cuando tenía problemas con su primer marido. Justo al nacer su primer hijo. Era bastante manipulador y la humillaba constantemente, quizá por eso lo dejó, aunque por un tipo bastante aburrido. Cuando nos conocimos se sintió retraída conmigo porque le recordaba a su primer marido. Me gustaba tenerla desnuda, a mi lado, mientras veíamos una película o cualquier programa chorra en el televisor y meterle mano en cualquier momento. Que se pusiera unos tacones imposibles para andar por el suelo empedrado de cualquier pueblo, tratando de guardar el equilibrio a la vista de todos o que se quitara las bragas mientras cenamos, se las guardara en el bolso y me demostrara el olor de su coño pasándome sus dedos mojados por el rostro. Aún así, no soportaba más que encuentros casuales y por eso decdimos que no podíamos ser pareja, sino vernos de vez en cuando.

Un fin de semana de junio decidimos encontrarnos en un hotel, entre su ciudad y la mía, para pasar el fin de semana juntos. La encontré sentada en recepción tal como le había pedido que se vistiera. Un vestido blanco ceñido (tiene un cuerpazo), que dejaba ver sus pezones y unas sandalias de tacón que realzaban sus piernas. Se abalanzó al verme, me dio un besazo húmedo y caliente y fuimos a la habitación. Por cierto, se llama R., es delgada pero con unas buenas tetas, pelo castaño y labios carnosos.

En la habitación sabía exactamente lo que tenía que hacer. Nada más llegar se quitó la ropa y se quedó con el tanga y las sandalias para deshacer las maletas. Mientras me senté en el sofa de la suite a descansar un poco colocó toda su ropa interior en las estanterías del armario, los zapatos y los vestidos que se había traido para que yo pudiera elegir cada día. Luego se sentó a mi lado a acariciarme la polla mientras me bebía una cerveza. Sabe que tiene que acercar la boca, pero sin tomar la iniciativa, yo le diré cuándo quiero que me la chupe y ella sólo tiene que estar a mi lado. Se tocaba, porque sabe que me gusta metérsela cuando ya está preparada sin hacerme daño. A ella le gusta sentirse útil y deseada.

La mandé a la cama con un gesto. Sabe que cuando le pido eso quiero que se ponga a cuatro patas y se lubrique el culo y el coño para elegir por dónde se la quiero meter. Ver en movimiento su culo y cómo se mete los dedos ensalivados para mantener húmedos sus agujeros me pone cachondo y se puede pasar así el rato que yo necesite. Me acerqué por detrás y comencé a follarla con fuerza. Agradecía cada uno de los empujones que le metía porque el marido no se la folla así nunca. Le agarré del pelo y la acerqué contra mi pecho para alcanzar su clítoris con mis manos que empecé a acariciar. Le tengo pillado el tranquillo y conozco el ritmo que necesita. Al oído le dije que no se iba a olvidar nunca de este fin de semana y le pregunté si estaba dispuesta a hacer todo lo que le pidiera. A punto de llegar el orgasmo, me daba el sí a todo sin saber lo que tenía pensado para ella, pero la verdad es que sentía la necesidad de dejarse llevar.

La dejé correrse un par de veces y luego le pedí que se duchase y se vistiera para la cena. Minifalda negra, taconazos y un top rojo que dejaba ver sus generosas tetas. Le pedí que se maquillara bastante, que íbamos a tardar en volver a casa. Labios rojos y sombra de ojos a saco, parecía una puta de lujo.

En el restaurante nos sentamos en un apartado. A medida que transcurría la cena se mosqueaba porque no le pedía lo típico. Cenó todos los platos con cubiertos y con las bragas puestas. La conversación era ligera, sin las típicas pruebas que solía hacerle en esas ocasiones. Quería que estuviera tranquila hasta el café. Nos molestaba un poco el ruido de una cena de despedida de solteros que se celebraba en el reservado de al lado, típicos 10 amigos borrachos haciendo el chorra que no se esperaban la oferta que les hice a través del camarero.

Cuando nos trajeron el café le dije a R. que no se lo bebiera y le ofrecí un whisky solo que se bebió de un trago, lo iba a necesitar. Le pedí que se pusiera contra la mesa, se sacase las tetas y se levantara la minifalda, que me la quería follar allí mismo. Los zapatos de tacón de 7 cm. ayudaban a mantener el culo a una buena altura. Ella aceptó, inquieta por si podía entrar el camarero. Le expliqué lo que iba a pasar. Iban a entrar uno a uno los de la fiesta de al lado para follársela por turnos y ella lo aceptaría por mi. No me lo podía creer, pero no me dijo que no. Sólo me pidió que pasase todo rápido y que no le vieran la cara. Me puse a su lado para vigilar que no se sobrepasaba ninguno. No podían tocarla ni mirarle la cara, sólo follarle el culo o el coño que le lubricaba con una crema cada vez que terminaba alguno. Cuando pasó el primero, R. se asustó y quiso dejarlo, pero la convencí de que siguiera.

Luego se relajó. Deseaba desde siempre ser follada por varios hombres y ahora tenía su experiencia. Los primeros pasaban medio asustados y se corrían enseguida, pero luego la cosa se fue calentando. Empezaron a darle por el culo, pegarle nalgadas y hacer todo tipo de comentarios sobre lo puta que era. A R. le saltaban las lágrimas del dolor, tampoco les podía pedir que tuvieran más cuidado con una tía que se prestaba a eso. Los últimos ni siquiera se pusieron condón y se corrieron en su culo, los chorretones de leche caían por sus piernas. Cuando terminaron todos estaba destrozada, el maquillaje corrido y todas sus piernas embadurnadas en lefa. En eso entró el camarero, al que le pagué por sus servicios y se marchó.

R. no se podía creer lo que le había pasado. Se la habían follado tíos a los que ni siquiera había visto la cara, aunque ellos tampoco la reconocerían o al menos eso pensaba. Le pregunté si le había gustado y le ofrecí que volviéramos al hotel, pero antes tenía que hacer algo más. Tenía que entrar en el reservado, saludar y decirles lo que le pedí al oído. Me pidió permiso para limpiarse la piernas y entró en el reservado donde estaban tomando las copas. Les dije que R. tenía que decirles algo y se callaron.

R.: ehhhhh.....¿alguien quiere que se la chupe?

La ovación se oyó por todo el restaurante, pero me la llevé de allí, ya estaba bien por esa noche y la verdad es que la pandilla se había puesto muy bruta. De regreso al hotel se sentía avergonzada, humillada y físicamente destrozada. Le prometí que la compensaría.

El día siguiente lo pasamos entero en la habitación, comiéndole el coño por turnos yo y una camarera de 18 años que resultó bisexual. Esta vez R. dominaba la situación y le gustaba mucho esa chica. Le encantaba tener dos lenguas en su coño y en su culo y que nos comiéramos sus flujos con nuestra saliva. La camarera era insaciable y le encantaba comerle el coño a R. mientras me la follaba por detrás, cuanto más se la metía en el coño más dentro llegaba la lengua en el coño de R. Las dejé solas por la tarde y no sé las veces que pudo correrse con su primera experiencia con una tía. Al llegar la noche estaba contenta y satisfecha, pero el fin de semana no había terminado, quedaba esa noche.

Me planteó salir "tranquilos". No podía más. Le dije que no se preocupara, que nos quedaríamos en el hotel. La esperaba abajo en el bar y le dejé lo que tenía que ponerse encima de la cama, mientras ella estaba en la ducha. Cuando apareció en el bar, no me lo podía creer. Se había puesto el vestido de encaje blanco y unas plataformas de suela transparente y tacón de acero increíbles que había comprado (yo) para la ocasión. Estaba alucinante, pero no podía evitar las miradas de todos los clientes. Estaba fuera de contexto, lo sabía y no sabía dónde meterse. Se sentó a mi lado en un sillón, cruzaba bien las piernas y se agarraba la falda al levantarse para que no se le viera el coño. Estaba increíble, bebiendo rápido para sentirse más segura.

Nos tomamos unas copas y, a la segunda o tercera, ya estaba bastante borracha, la llamaron de recepción a su móvil. Le dijeron que la "requerían" en la habitación 415, pero les dijo que debía tratarse de un error, que ella estaba alojada conmigo y que no conocía a nadie más en el hotel. Se preguntaba cómo era posible que tuvieran su móvil, estaba indignada y un poco alterada por el acohol, muy digna.

Entonces se lo expliqué. Esa noche iba a ser mi puta. Hacía tiempo que nos conocíamos y después de la experiencia de ayer estaba claro que no teníamos límites. Si ayer lo había hecho gratis porqué no lo iba a hacer hoy por dinero. Eran 300 euros el polvo, lo mismo que nos costaba la habitación el fin de semana, aunque había que darle 1/3 al recepcionista que nos había encontrado al cliente. Pero no la obligaría a hacerlo. Eso sí, si aceptaba con el primero debía aceptar a todos los que siguieran. No se lo podía creer, pero dijo que sí. Estaba intrigada por saber qué sentiría al despachar a un tío y llevarse la pasta.

Y lo supo. Se lo tomó como un negocio. Apenas les dedicaba 30 minutos y se folló a cinco tíos en tres horas. 1500 euros en un rato. Gran mentalidad empresarial. Tras cada servicio, venía a verme, bebía un trago y subía a la habitación que le indicaba el recepcionista. Me prometió que al día siguiente iba a estar enteramente dedicada a mi, que apenas habíamos follado ese "lucrativo" fin de semana. Eran las 3.00 a.m. cuando bajó por última vez y nos fuimos a la habitación. Estaba cabizbaja, me dio el dinero que había conseguido, pero le dije que se lo quedase, que era suyo. No estaba del todo contenta, qué pensarían sus hijos si supieran, ...etc. Aun así, la animé y le dije que se sentara un rato a mi lado mientras veía la tele, quería que me comiera la polla y correrme en su cara, cosa que no había hecho nadie en ese fin de semana. Pero me dijo que estaba cansada y se iba a la cama.

Le dejé irse, pero eso requería una respuesta y no podía esperar al día siguiente. La até a los barrotes de la cama, la puse a cuatro patas con la mordaza en la boca, saqué el cinturón y la comencé a azotar fuerte. Gritaba, pero no se le oía nada y las lágrimas en los ojos no me conmovieron. Era la primera vez que le metía una paliza como esa. Luego me la follé con ganas, me corrí en su pelo y la dejé atada hasta que me entraron ganas de mear. Ella ya sabía lo que tenía que hacer y no quería desafiarme después de lo que había pasado. La desaté y me acompañó al baño, se metió en la bañera, puso el tapón y recibió la meada con la cabeza baja. Le dije que esa noche dormiría allí, con la meada, reflexionando sobre lo que había hecho. Al rato le levanté el castigo y le permití ducharse.

Era casi de día y había que dejar la habitación a las 12.00. Tenía todo el cuerpo marcado, por lo que se tuvo que tapar bastante. Llevaba gafas de sol y un vestido largo, con las mismas sandalias que el primer día. Nos despedimos con un abrazo. Los dos sabemos que quizá sea la última vez que nos veamos porque sacamos lo peor (o lo mejor) el uno del otro. Ya se verá. Entretanto ya veremos cuando su marido vea cómo ha quedado tras el fin de semana con "sus amigas"....

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