Espejo, Espejito

Nuevas aventuras del caballero Oicán y otros personajes del reino de Marán.

ESPEJO, ESPEJITO

N. del A.: En este relato intervienen los protagonistas de los cuentos " El Príncipe y el Caballero ", " El Duelo " y "Espadas, Traiciones y Vampiros ( I y II )". Recomiendo leer antes estos relatos para una mejor comprensión de la historia. Este relato está dedicado a Andrés, que logró que lo terminase gracias a su perseverancia. Gracias por tu apoyo.

I. LA SENTENCIA

El viento era frío en el patio de armas del castillo de Marán. Estaba desierto, excepto por una persona. Oicán asestó un golpe al pelele de madera en el centro del patio. Jadeó mientras golpeaba una y otra vez. Resopló y apuntó al muñeco con su espada. No era satisfactorio. Cambió su arma de mano, pasando a empuñar el acero con su mano derecha lesionada. La espada resbaló al suelo, provocando un estruendoso sonido metálico que rebotó contra las paredes de piedra. Oicán blasfemó mientras aguantaba las lágrimas.

-Calmaos, caballero. Los progresos son lentos.

Oicán se giró hacia la voz. Era otro de los caballeros del reino, Sir Yasio.

-El galeno dijo que jamás volvería a recuperar el uso de la mano derecha. Tengo que demostrarle que se equivoca.

Yasio se aproximó conciliadoramente y apoyó su mano en el hombro de Oicán. -Debéis ser paciente. Sabéis que estáis en nuestros corazones, si necesitáis apoyo o consuelo, no dudéis en...

Oicán retiró bruscamente el hombro. -¡No necesito vuestra compasión!

Yasio dio un paso hacia atrás, sobresaltado. Su rostro se tornó más serio y su voz más fría. –De acuerdo. Sólo venía a deciros que dentro de un par de horas se os comunicará el resultado de vuestro juicio.

-Perdonadme, por favor. No me encuentro en mi mejor momento. Tan sólo hace un mes que Tagor...

La voz de Yasio continuó distante. –Lo entiendo. No tenéis nada que explicarme.

Oicán contempló impotente cómo el caballero daba media vuelta y cruzaba la puerta con rapidez. Con una maldición, Oicán arrojó la espada contra el muñeco. Voló en el aire y pasó sin rozar siquiera al monigote, estrellándose contra el suelo con un estridente ruido. La figura de madera pareció observarle burlonamente.

El rey Leopoldo leyó la Sentencia con gravedad. "...Consideramos, por tanto, que fallasteis inexcusablemente en vuestro deber de proteger al difunto rey Pontus, mi padre. No obstante, y teniendo en cuenta vuestro excelente historial de abnegada dedicación a nuestro país, seremos clementes en vuestro castigo. Por lo tanto, os condenamos al destierro por tiempo indefinido del reino de Marán."

Oicán abrió los ojos como platos, mientras la atestada sala se llenaba de murmullos. Nadie se lo podía creer. Lo que parecía que iba a ser una rutinaria vista había desembocado en una sentencia que condenaba al caballero a una de las penas más graves con las que se puede castigar a un noble.

El mayordomo real se levantó contrariado. –Pero señor, el destierro es desproporcionado, considerando que el caballero Oicán hizo todo lo que pudo para evitar el regicidio...

-¡Silencio! –La voz del apuesto conde Letión, uno de los advenedizos nobles que habían comenzado sin demora la tarea de adular al nuevo monarca, se dejó oír en la sala. –Es la voluntad del Rey y como tal debe ser acatada.

Oicán abandonó la sala sin poder creérselo todavía. Tan solo se detuvo para abrazar a Magda, una paje a la que conocía y que rompió a llorar desconsolada. –Ánimo, chiquilla. El destierro no es perpetuo. Pronto volveré.

Pero la voz del caballero era insegura. –Cuídate, Magda. Te echaré mucho de menos.

La figura de Oicán se perdió en el horizonte.

El príncipe Leopoldo apretó el paso por el corredor del castillo. A su lado, al conde Letión le costaba seguirle el ritmo. Leopoldo sabía que "él" estaría buscándole y no estaría de muy buen humor. De pronto ambos se detuvieron al escuchar la burlona voz.

-¿Dónde vais tan deprisa, mis ratoncitos?

Leopoldo cerró los ojos, sobrecogido. En cambio, el rostro del conde Letión se enrojeció de ira mientras se giraba hacia el lugar del que provenía la voz.

-¿Quién sois? ¿Cómo os atrevéis?

Un alto personaje embutido en un oscuro traje avanzó hacia ellos con elegancia. Letión quedó boquiabierto al contemplar la similitud entre el príncipe y el extraño. Era como si fuesen hermanos, aunque el desconocido tuviese el pelo más largo y un blanco mechón de cabello descendiese desde su frente hasta su cuello. Su piel era asombrosamente pálida, contrastando con sus oscuros labios y sus ojos, cada uno de un color distinto.

-Eh... Disculpad, Lord Ythil. Pensaba informaros de la partida de Oicán en cuanto me fuese posible y...

-Sois un necio. Os prohibí expresamente que le desterraseis.

-¿Pero cómo os atrevéis a llamar necio al rey? –Letión estaba genuinamente indignado, pero estaba todavía más sorprendido al percibir sin dificultad el temor y el servilismo en la voz de su soberano.

-Vuestro bufón es... muy molesto. Está consiguiendo irritarme.

-Por favor, Lord Ythil, el conde Letión es un importante noble de Marán. Yo... pensé que lo mejor era desterrar a Oicán de la Corte.

-Deberíais saber que es conveniente mantener cerca a los aliados y aún más cerca a los enemigos. Sin duda partirá hacia el sur. Intentará averiguar pistas sobre mi origen, para poder encontrar el modo de destruirme.

-Oh... Pero yo no creí que...

-Mentís muy mal, Leopoldo. Ese era vuestro plan. Vuestros pensamientos os delatan... Tened mucho cuidado. No tolero la traición.

-¿Osáis amenazar al rey?

Ythil sonrió siniestramente y contempló al conde. –Letión es vuestro nombre, ¿verdad? Venid aquí... ratoncito entrometido.

El conde Letión se encontró avanzando sin proponérselo hasta la alta figura. Quedó boquiabierto cuando el pálido extraño se arrodilló ante él, a la altura de su entrepierna. Balbuceó al hablar.

-¿Y... Ythil es vuestro nombre?

-LORD Ythil, para vos, si no os importa. Mmm... No estáis nada mal, ¿lo sabíais? Pero que tonto soy... Pues claro que sí. ¿Cómo no vais a saberlo?

Con los dientes, Ythil bajó expertamente los pantalones del noble mientras sujetaba sus caderas. Ante él apareció el abultado pene del conde, quien no pudo evitar gemir cuando el hombre lo introdujo en su helada boca. Aquel desconocido era todo un experto. La lengua se retorcía con destreza, transportando al conde al paraíso. Con facilidad, el extraño lamía el mango y testículos, mientras Leopoldo sospechaba aterrorizado el desenlace de aquella escena.

Próximo al orgasmo, Letión echó hacia atrás su cabeza cuando el placer le invadió. Ythil gruñó antes de clavar sus afilados colmillos en el duro mango. El grito del conde fue desgarrador. Intentó golpear la cabeza de su agresor, que todavía engullía con avidez su verga, pero con inhumana rapidez las manos del pálido hombre sujetaron férreamente las suyas. Sin abrir los ojos, Ythil continuaba chupando, como si estuviese degustando la más dulce de las golosinas.

Paulatinamente, el cuerpo de Letión fue balanceándose hasta caer inerte al suelo. Su cuerpo quedó grotescamente caído, con su desgarrado pene asomando desnudo entre las ensangrentadas ropas. Ythil se incorporó, mientras clavaba sus zarcos ojos en Leopoldo. Su barbilla estaba bañada en sangre y un líquido blanco caía desde la comisura de sus sonrientes labios.

-Vuestro amigo estaba exquisito. –Sus ojos se oscurecieron. Con rapidez avanzó hasta Leopoldo y antes de que pudiese reaccionar, estampó un húmedo beso en los labios del rey. –No olvidéis lo que puede sucederos si me traicionáis, mi querido pariente.

Ythil se desvaneció como si nunca hubiese estado allí. Leopoldo se limpió temblorosamente sus ensangrentados labios con el extremo de la manga. Con furia llamó a unos sorprendidos guardias para que retirasen los despojos del conde.

II. LA MISIÓN DE PRESA

Lord Ythil contemplaba la luna a través de la ventana con aire ausente. Su enguantada mano descansaba sobre su vieja espada, a la que Presa había visto moverse más rápida que el ojo. Presa todavía jadeaba. Había acudido a toda prisa cuando su señor le había convocado. Cuando tu amo es un vampiro no-vivo con más de quinientos años a sus espaldas, es conveniente obedecer su más nimio deseo antes de que aparezca en la cabeza de tu señor.

Presa carraspeó suavemente, mientras observaba varios libros voluminosos apilados en la mesa a su izquierda.

-Sí... El último de los libros ha de estar en poder del anciano mago... –Ythil se volvió. Por un momento pareció sorprendido al ver a Presa a escasos metros, como si hubiese olvidado que le había hecho llamar hacía unos instantes.

Presa enarcó una ceja. A menudo, Lord Ythil hablaba como si estuviese solo en la habitación. A pesar de conservar el aspecto de un hombre joven, el cambiante conocía su verdadera edad. Quizás su mente estuviese deteriorándose, pero Presa lo dudaba.

-¿Señor?

-Ah, sí, Presa. Llegas justo a tiempo. Debo encargarte una misión muy importante. Debes recuperar un libro para mí.

-¿Un libro, mi señor?

-Así es. Contiene cierta información sobre los vampiros que podría ser muy perjudicial que cayese en ciertas manos. Por ejemplo, las de Oicán.

El rostro de Presa se iluminó. De pronto fue consciente de su error y bajó su cabeza, mientras rezaba por no delatarse. De reojo, intentó discernir cualquier cambio en la expresión de su maestro. Quizás no se hubiese dado cuenta.

-Es un libro negro. Muy voluminoso. Más tarde te indicaré cómo es. –Ythil permaneció en silencio durante varios minutos. Cuando volvió a hablar, el cambiante se sobresaltó. -Presa...

-¿Si, maestro?

-Eres un necio.

-¿Perdón, señor?

-No puedes ocultarme nada. Sé lo que sientes por ese estúpido caballero.

Presa se ruborizó.

-No, mi señor. Yo...

Ythil rió repentinamente. -¿Crees que él y tú...? Es lo más divertido que... –Las risas le atragantaron, evitando que el vampiro pudiese continuar hablando. Presa apretó sus puños, hasta que sus nudillos se emblanquecieron. Permaneció en silencio hasta que su señor dejó de desternillarse.

-Ah.. Presa. Eres tan ingenuo... A veces me pregunto qué sería de mí si no te tuviese a mi lado. Recuerda, mi querido amigo. Los dos somos dos engendros malditos. Los hombres a nuestro alrededor nos destrozarían y arrojarían al fuego nuestros restos si pudiesen. ¿Sabes lo que haría contigo tu querido Oicán? Te cortaría tu linda cabecita y se haría una bonita alfombra con tu pellejo lupino. Recuérdalo. Sólo nos tenemos el uno al otro.

-Sí, mi señor.

Presa abandonó la estancia lo más rápido que pudo.

III. CAZADO

Presa intentó moverse, pero no podía. Una especie de campo invisible le rodeaba, aprisionándole. No había sido una misión tan fácil como había supuesto en un principio. Había llegado a la guarida del mago donde se hallaba el libro que le había ordenado robar su maestro y se había deslizado en ella sin mayores problemas. Pero se había confiado y en ese momento estaba pagando el precio. Algún tipo de magia le había atrapado. Con rapidez, el cambiaformas adoptó su aspecto totalmente humano. Sabía que muchos magos anhelaban experimentar con cambiantes como él.

En pocos minutos, Presa divisó dos figuras que avanzaban hacia él.

-¿Qué tenemos aquí, mi querido Stephan? Parece que la trampa ha dado resultado.

-Así es, maestro.

Presa escrutó a sus dos captores. Uno de ellos, el más alto, era sin lugar a dudas Zanfax, el mago dueño del condenado libro. El cabello sobre su cabeza era totalmente blanco, como la nieve más pura, así como el de su frondosa barba. No obstante, su figura estaba lejos de parecer la del inofensivo anciano que su señor le había descrito. Era alto y atlético y su mirada era dura y enérgica. El otro era un joven muchacho rubio, de mirada desafiante. Sin duda, un aprendiz del hechicero. No obstante, Presa tembló a su pesar cuando observó la extraña insignia en la solapa de la túnica del mago. Sólo la había visto una vez, y en esa ocasión estuvo a punto de morir. El mago pertenecía a los Cazadores, una organización que se enfrentaba a las criaturas sobrenaturales que amenazaban a la humanidad. Por desgracia, Presa, como cambiante, estaba incluido en esa amenaza. Tragó saliva. Cualquier descuido por su parte le conduciría a la tumba.

-Y bien, ¿quién eres?

De las puntas de los dedos del mago pareció crepitar electricidad, mientras se acercaba hacia el atrapado ladrón. Presa pensó lo más rápido que pudo.

-Mi nombre es Presa y no soy más que un insignificante ladrón, mi señor, que ha cometido el terrible error de intentar robar a quien no debía.

El cambiante escuchó un sonido seco y se vio libre del campo mágico. Cayó al suelo rudamente, pero en lugar de incorporarse, Presa se abrazó a los pies del mago.

-Perdonadme, mi señor. Haré cualquier cosa que deseéis si conserváis mi miserable vida. –El ladrón intentó resaltar las palabras "cualquier cosa". El mago rió.

-Vaya. Parece que tenemos una pequeña putita con nosotros, ¿no, Stephan?

-Desconfiad, mi señor. Creo que deberíais acabar con él cuanto antes.

"Maldito hijo de puta" pensó Presa. Aferró con más fuerza los pies del mago mientras los besaba servilmente.

-Oh, vamos, querido Stephan. Creo que puede proporcionarnos mucha diversión. –El hechicero se dirigió hacia el ladrón a sus pies. –Debes saber que soy un amo muy exigente.

-Entonces, me esforzaré por hacerlo lo mejor que pueda, mi amo.

-Demuéstralo.

En silencio, Presa buscó el pene del hechicero dentro de la túnica gris que vestía. Cuando lo encontró, no pudo sino gemir. Era gigantesco, y parecía hincharse por momentos. Jamás había visto uno igual. Tomando aire, Presa lo introdujo en su boca y lo lamió a conciencia. Chupó con lentitud el glande hasta que el hechicero tomó su cabeza con las manos y empujó su nuca contra la monstruosa verga, enterrándolo con violencia en la boca de Presa. Creyó ahogarse mientras el anciano mago marcaba el ritmo, despiadadamente. Los gemidos presagiaron el orgasmo y Presa sintió cómo el mago eyaculaba en su garganta, inundando su interior con su salada esencia. Presa tosió, mientras sentía cómo el mago continuaba descargando su puré sobre su rostro. Una arrugada mano del hechicero le sujetó por la barbilla hasta que sus miradas se encontraron mientras con la otra mano le apartaba los restos del semen de la comisura de sus labios.

-Lo has hecho muy bien, pequeño ladronzuelo. Serás un juguete muy interesante. Stephan, condúcele a mis aposentos. Y asegúrate de que no se pueda escapar.

Presa se dejó llevar sin resistirse. Había considerado la posibilidad de golpear al aprendiz e intentar huir, pero sabía que no lo lograría. El mago estaría alerta y acabaría con él. Debía pensar en otra cosa. Stephan le condujo a una lujosa habitación y le empujó para que se tumbase. Con hosquedad le desnudó y le colocó unas esposas en las muñecas. Sonrió interiormente. Si cambiaba a su forma lupina, podría escapar fácilmente. De pronto frunció el ceño cuando Stephan le colocó un collar en el cuello. Estaba muy ajustado.

-Por favor... El collar apenas me deja respirar. ¿No podrías...?

-¡Silencio! –Stephan le golpeó el rostro con una bofetada. Presa se relamió los labios.

-Tienes miedo, ¿verdad? De que tu maestro se encapriche de mí y te olvide.

El aprendiz enrojeció de ira. -¿Cómo te atreves...? –Con rapidez se acercó a una de las paredes y asió un pequeño látigo ornamental. Stephan se colocó a espaldas de Presa y bufó el látigo en sus desnudas nalgas. El muchacho continuó su castigo hasta dejar su culo rojo como una cereza. De pronto, advirtió que el ladrón no gemía de dolor sino que reía.

-¡Sigue! ¡No tengas piedad de mí!

Las risotadas hicieron desistir al aprendiz de hechicero, quien se detuvo y terminó de cerrar las cadenas.

-Eres un maldito pervertido. Me das asco.

-Oh, vamos. Te crees superior por servir a un Cazador cuando... –Presa se mordió la lengua. ¡Maldito bocazas! Si no tenía cuidado iba a salir del cubil del mago con los pies por delante. Intentó cambiar de tema lo más rápidamente posible. -¿Por qué no me dejas escapar?

Stephan sonrió pero se mantuvo en silencio.

-Vamos, haré lo que quieras.

-¿Por qué debería hacerte caso? Ya tengo todo lo que puedo querer de ti.

Stephan lamió dos de sus dedos antes de dar la vuelta a Presa e introducirlos por su ano. Una vez dentro, los abrió, ensanchando su orificio. Presa se mordió el labio para no gemir. El hechicero liberó su propia verga y la colocó sobre la entrada del culo del ladrón. Poco a poco fue penetrándole hasta que el interior de Presa albergó casi toda la estaca de Stephan. Sujetándole por los hombros, el muchacho le sodomizó con fuerza, cabalgándole con un rítmico movimiento hasta descargar sobre la espalda del ladrón. El muchacho se tumbó sobre la espalda de Presa sin salir de su interior. A continuación le mordió con fuerza el lóbulo de la oreja. Presa tembló, de un involuntario escalofrío. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad, ya que el placer podía provocar un repentino e involuntario cambio de forma de su cuerpo.

-Quizás no sea tan mala idea que seas nuestra mascota, Presa. Te garantizo que antes de que pasen dos días, toda tu arrogancia se habrá esfumado. Como has podido ver, mi maestro está muy bien dotado. Veamos lo que sucede esta noche.

-Yo te garantizo otra cosa. Antes de que pasen dos días, me habré escapado. Y te prometo que volveremos a encontrarnos, y no te alegrarás de verme.

-¿Ah si? ¿Y qué es lo que harías conmigo?

-Te prometo que las "atenciones" de tu maestro te parecerán un juego de niños comparadas con lo que te haré.

Presa quedó solo cuando Stephan salió de la sala, riendo en voz alta. Estudió la estancia en la que se hallaba. Sobre una mesa se hallaban varios libros. Puede que el que buscase fuese uno de ellos. Tan cerca de su misión, pero a la vez tan lejos. Presa se maldijo en silencio. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado? Estaba perdido. Más pronto o más tarde esos dos magos ninfómanos se darían cuenta de que no era un humano corriente, sino un cambiaformas. Y entonces acabarían con él. O quizás acabasen con él de placer. Debía escapar de allí cuanto antes. Miró a sus cadenas. Eran sólidas. El collar evitaba que pudiese transformarse si no quería morir estrangulado.

Un sonido le hizo volverse. Una rata le contemplaba desde una esquina de la habitación.

-Vaya. Creo que es la primera vez en mi vida que me gustaría poder transformarme en rata en vez de en perro.

La rata, asustada por su voz, corrió por la habitación hasta detenerse frente a lo que parecía un gran espejo de pie cubierto por una manta apolillada. El roedor se detuvo, contemplando su propio reflejo minúsculo por un roto en la tela que lo cubría y, en cuestión de segundos, unos extraños tentáculos plateados surgieron de la superficie del espejo, atrapando a la rata y engulléndola. Presa permaneció durante unos segundos con la boca abierta estúpidamente. Había oído hablar de artefactos como aquél. Si no se equivocaba, se trataba de un espejo mágico, que transportaba a una dimensión desconocida a todo aquel que contemplaba su reflejo en él. Sí, eso explicaba por qué estaba cubierto con un manto. Zanfax, el mago, debía utilizarlo como cárcel de sus enemigos.

Presa sonrió. Quizás no estuviese todo perdido.

IV. ESPEJO

El mago abrió la puerta. Presa se hallaba tumbado en el suelo, pensativo.

-¿Y bien, mi pequeño esclavo? ¿Preparado para complacerme?

-Por supuesto, amo. Pero, ¿podríais quitarme el collar? Apenas me deja respirar.

-Creo que no hay problema en ello. Pero intenta cualquier cosa y... –El mago le apuntó con un dedo mientras sonreía maliciosamente. Presa tragó saliva. Si un rayo o alguna otra zarandaja mágica le alcanzaba... Además, el mago era más alto y fuerte que él, a pesar de tratarse de un anciano. Si quisiese, podría doblegarle con una sola mano.

Momentos después, la cadena estaba en el suelo y Presa engullía con avidez el gigantesco mango del mago.

-Mmm... No es la primera vez que haces esto, ¿verdad?

Zanfax acarició los cabellos pelirrojos de la cabeza del ladrón, mientras éste continuaba su labor.

-Eres mío. No te resultaré un señor demasiado duro, sólo un amo muy concienzudo. Cuando logres pensar únicamente en complacerme, día y noche, y a cada momento, las cosas te serán mucho más fáciles. Ahora quiero que te rindas a mí.

El mago elevó las piernas de Presa, sujetándolas con sus hombros, mirándose ambos frente a frente. El cambiante estaba asustado. La verga de Zanfax era imponente y sin duda aquello le iba a doler. Y mucho.

-Esperad, amo. Creo que...

-Llegará el día en que no verás nada aparte de mí, como si yo fuera el sol y la luna, un día en que yo lo seré todo para ti: comida, bebida y el aire que respiras. Entonces serás mío de verdad, y estas primeras lecciones... y placeres... no parecerán nada.

Presa gritó cuando el pene se abrió paso por sus entrañas. Era como si fuese literalmente empalado. El cambiante sintió como su ano cedía ante las embestidas del anciano. Su verga parecía llenar su interior totalmente, restregándose por sus intestinos. El cambiante aguantó, mientras mordía su mano para no gritar.

-Unggg... Sí... Una verdadera sorpresa... su tamaño... Arggg... Aunque yo guardo otra para vos... Amo...

Zanfax abrió los ojos, extrañado por las palabras de Presa. Justo en ese momento alcanzó el clímax y descargó en el estómago del ladrón. Sus ojos se abrieron aún más cuando contempló el rostro de Presa. Ante él ya no estaba el muchacho bermejo al que hacía una fracción de segundo estaba haciéndole el amor. Entre sus piernas se hallaba un ser de apariencia lobuna, sobre el que estaba eyaculando. Su rostro, a escasos centímetros del mago, terminaba en un hocico jadeante que le sonreía perversamente.

-¿Sorprendido, "amo"?

-Eres un... –Zanfax empujó al cambiante, pero éste, que lo esperaba, cayó sobre las patas traseras. –¡Eres un apestoso cambiaformas!

-Para serviros. –Presa retrocedió un paso.

-¡Maldito...!

El mago se abalanzó hacia él, con la intención de agarrarle, pero el cambiante lo esquivó con facilidad.

-Demasiado lento, viejo.

En un movimiento fluido, Presa se arrojó al suelo mientras agarraba la manta que cubría el espejo a su espalda. Se cubrió con ella, mientras escuchaba el terrible grito que emitió el mago al reflejarse en el espejo. De pronto, el chillido cesó en seco. Aguardó durante unos momentos, pero nada sucedió. Con extremo cuidado y sin mirar la superficie del espejo, volvió a cubrirlo. El hechicero había desaparecido.

Con rapidez, Presa se dirigió hacia la mesa, en dirección a los libros. Todavía le dolían su entrañas, pero sonreía ferozmente. Distraídamente, mientras hojeaba los gruesos tomos, restregaba contra su estómago el abundante semen que el anciano había descargado sobre él.

-No follabas mal, viejo. Pero hablabas demasiado.

V. EPÍLOGO

Stephan depositó la redoma sobre la mesa, mientras terminaba las tareas que su maestro le había encomendado. Fue entonces cuando reparó en el perro que se acercaba hacia él. El animal, que parecía un lobo, más que un perro, se detuvo a escasos metros de él y meneó el rabo demostrando su alegría.

-Vaya. ¿Y de dónde sales tú, muchacho?

El perro no contestó, evidentemente, pero se acercó más hacia el aprendiz de hechicero y, extendiendo las patas delanteras, se sentó y rodó sobre sí. Stephan sonrió. Sin duda, se trataba de uno de los animales que su maestro utilizaba para sus experimentos, que habría logrado escapar de su jaula. Agachándose, acarició al perro en la cabeza y le rascó tras las orejas. El perro ladró, mostrando su regocijo.

-Eres todo un encanto. ¿Cómo te llamas, chico?

El perro sonrió de un modo imposible y se incorporó lentamente, mientras Stephan escuchó los crujidos de sus articulaciones. Gradualmente, el perro adoptó una postura bípeda y su rostro cambió, tomando una forma más humana. Su hocico formó una sonrisa maligna y guiñó un ojo al aterrorizado Stephan. Esta vez sí que respondió.

-Me llamo Presa.