Espectro sexual
En plena noche de Halloween, Almudena acompaña a su amigo Diego a explorar una supuesta casa encantada. Lo que hallarán dentro, les hará vivir una aterradora y excitante aventura.
La casa encantada
—Dime Almu, ¿tú has oído lo que se cuenta de la casa de los Araujo? —preguntó Diego a su amiga.
Almudena se lo quedó mirando sin saber muy bien que decir. El chaval había soltado la cuestión con una naturalidad que llegaba a resultar aterradora. Allí, liándose un porro que se pretendía fumar y le preguntaba que si sabía algo de aquel horroroso sitio.
—Pues lo que dice todo el mundo, una casa encantada llena de fantasmas —contestó un poco alterada—. Vamos, las típicas chorradas que te sueltan para meterte miedo y que no puedas dormir por las noches.
Diego la escuchó con completa placidez mientras le daba una profunda calada al porro. Tras aspirar el embriagador aroma, se lo pasó a Almudena. Al principio, ella se mostró reacia a coger el canuto, pero, al final, lo tomó entre sus dedos índice y corazón para chuparlo. Enseguida, sus pulmones se llenaron del abotargado humo. Le sentó un poco mal, ya que ella no solía fumar, aunque prefirió no quejarse de ello.
—¿Y tú te lo crees? —fue lo siguiente que le preguntó.
La chica se mantuvo algo pensativa. Había oído las historias, como todos, pero no creía en esa clase de tonterías. Sin embargo, no podía negar que los escabrosos detalles dados sobre aquella casa la inquietaban mucho. Siempre tuvo un miedo atroz a los fantasmas.
—¡Si te acabo de decir que son chorradas! —expresó aireada la joven.
Su amigo la miró muy impresionado y ella le pasó el porro para que le diese otra calada. Mientras tomaba el cigarro y se lo colocaba en la boca para respirar otro poco del relajante humo, no pudo evitar sonreír de forma un tanto bobalicona.
—Entonces, ¿no tendrías ningún problema para acompañarme en Halloween a la casa?
Cuando lo escuchó, a Almudena se le pusieron los pelos de punta. Miró a su colega, quien ya llevaba un buen cuelgue pues el porro que se estaba fumando era ya el tercero.
—¿Debes estar de coña? —dijo incrédula.
—Para nada —respondió Diego, dejando salir estelas de humo de su boca.
La chica respiró profundo. Si había algo que no deseaba hacer jamás en su vida, era ir a una casa abandonada en la noche de los muertos. No ya por el tema de los fantasmas, sino más bien por lo peligroso que podía ser el lugar. Viejo y abandonado, podrían sufrir un accidente, sin contar con que en la casa pudiera haber alguien más. Eso sí que le daba miedo de verdad.
—Mira tío, yo no sé qué rondará por esa casa —comenzó a decir la muchacha algo temerosa—, pero ir de noche por allí es muy peligroso. Podríamos sufrir un accidente o que alguien nos sorprendiese.
—Vamos, que no eres más que una cagada —sentenció Diego mientras daba otra buena calada al porro.
Le repateó que aquel chaval fuera tan imbécil. En verdad, no tenía ni idea de por qué eran amigos. Bueno, sí que lo sabía. Diego era el único que no pretendía follársela. Tenía claro que le molaba al chaval, pero al ser tan reservado (o más bien, cagueta), no se atrevía nunca a pedirle salir. Tampoco le importaba. No le interesaban los niñatos de su edad. A ella quienes le atraían eran los hombres de verdad, más mayores, sexis y experimentados. Hasta ahora no había tenido suerte, pero algún día, encontraría al adecuado.
Le pidió a Diego que le pasara el porro y eso hizo el chaval. Lo atrapó entre sus labios y aspiró con ganas. Dejó que sus pulmones se llenasen del fuerte aroma que tanto la embriagaba. Luego, lo dejó expulsar, como si con ello pretendiera también abandonar sus problemas. De esa manera, se mostró más decidida ante lo que se disponía a hacer.
—Muy bien, si tan empeñado estás en ir a ese sitio, yo voy —dijo con decisión, aunque se mostró dudosa de si debió de lanzarse.
Al oírla, Diego, que parecía en estar en otro mundo, se quedó sorprendido. No parecía esperar que su amiga fuera a decirle que si al final.
—Coño, pues me alegras —comentó animado el muchacho—. ¡Ya no tenía nada más que hacer esa noche!
Había algo en sus palabras que no le gustaron ni un pelo a Almudena. ¿Acaso quería que lo acompañase a esa casa para ver si así tenía alguna oportunidad de mojar con ella? Como ese fuera el plan, le metería un buen puntapié en los mismísimos e iría él solito a ese tugurio. Sin embargo, sabía que Diego no era capaz de algo tan malvado. La única vez que se le insinuó fue una noche en una fiesta, algo borrachos y no llegaría a la categoría ni de sutileza. De hecho, el chaval estuvo por varios días muy avergonzado. Así que por eso, no tenía que preocuparse, pero de la casa… Esa era otra historia.
—Entonces, que quede claro —comenzó a planificar Diego—, a las seis te vienes para mi casa y a eso de las ocho y media vamos para allá.
—Vale —respondió Almudena.
Tras concluir, le pasó el porro a su amigo, quien terminó de apurarlo. Luego, lo tiró y empezó a prepararse uno nuevo. Mientras tanto, la chica se puso a pensar si había sido una buena idea aceptar su propuesta de ir a la casa de los Araujo. Estaba claro que no le gustaba, pero, por otra parte, ella no era ninguna gallina. Iría, aunque con reservas.
Lo que tenía claro era que en ese sitio no había fantasmas. Eso pensaba, claro.
El parapsicólogo
—¡Almudena!, ayúdame a sacar la leche, anda —gritaba su madre desde la calle.
La chica, que acababa de entrar para dejar ya dos de las bolsas de la compra, tuvo que volver afuera muy fastidiada. Si había algo que detestara era ir al supermercado con aquella insoportable mujer. No solo tener que tirar del carrito por todos los pasillos mientras ella echaba lo que veía más barato y no lo que estuviera rico, sino además, tener que ayudarla ahora a meter todo en casa. Siempre le tocaba llevarse lo más pesado.
De nuevo en la calle, fue hasta el maletero del coche y cogió las dos cajas llenas de botellas de leche. Pesaban una tonelada cada una, por lo menos. Mientras las llevaba para adentro, alguien se acercó a ambas.
—Muy buenas —dijo una voz algo entrecortada.
Al volverse, Almudena vio a un hombre en los treinta años con gafas que miraba a su madre y a ella con cierta reserva.
—¿Que quiere? —preguntó la mujer al ver a tan peculiar tipo.
—Verá, me llamo Guillermo Díaz y me gustaría hacerles unas preguntas.
Madre e hija se miraron extrañadas. Lo último que esperaban era cruzarse con un personaje tan raro, aunque a la muchacha le resultaba llamativo.
—¿Es periodista? —preguntó Almudena. No sabía por qué, pero, por sus pintas, tenía la sospecha de que ese hombre parecía trabajar en un periódico o en una cadena de noticias.
Al escucharla, el tipo sonrió.
—No, soy parapsicólogo.
—Parapsi… ¿qué? —dijo su madre extrañada.
A Almudena le faltó poco para echarse a reír ante la reacción de su vieja. El recién llegado miró a ambas sin saber muy bien que decirles.
—Me dedico a la investigación de fenómenos paranormales, señora —dijo el tal Guillermo—. Cosas como fantasmas, ovnis, criaturas desconocidas para la ciencia…
La mujer seguía sin poder asimilar la información que le estaba dando. Su hija se lo estaba pasando en grande mientras veía como trataba de encajar todo.
—Es como Iker Jiménez, el de Cuarto Milenio —comentó Almudena—. Ya sabes, el programa ese que echan los domingos por la noche.
—Ah, si —recordó su madre—. Eso siempre ve tu padre cuando no hay futbol.
—Más o menos —aseveró Guillermo—, aunque yo trabajo para una revista, no en la tele.
Al oír esto, la mujer se adelantó un par de pasos, adecentándose un poco su largo pelo marrón claro, igualito al de la chica. Parecía que estaba arreglándose un poco, cosa que disgustó a Almudena. Detestaba que su madre fuera tan presumida.
—¿Y qué es exactamente lo que quiere preguntarme? —dijo con un tono de voz que sonaba elegante, aunque a la chica le resultaba ridículo.
Guillermo, notando que parecía tener oportunidad de entrevistar por fin a alguien, se acercó más a la mujer y preguntó:
—Dígame, ¿qué sabe de la casa de los Araujo?
La madre de Almudena quedó en ese momento paralizada. Era como si el hombre la hubiese hipnotizado y ahora no se pudiera mover. La chica se asustó y, de hecho, pensó en acudir para ver si estaba bien. Por suerte, no tardó en reaccionar.
—No sé nada de ese sitio —contestó la mujer de forma repentina—. Si ha oído algo, no son más que habladurías. Ese lugar está abandonado. Eso es todo lo que sé.
Tras su respuesta, la madre de Almudena volvió al coche para coger un par de bolsas y llevárselas para dentro. El parapsicólogo se quedó un poco sorprendido ante la reacción de la mujer. No sabía qué hacer en esos momentos. De repente, su mirada se volvió hacia la chica.
—Y tú, ¿sabes algo de esa casa?
Almudena se sintió algo agitada ante la pregunta, no tanto porque se la hiciera, sino por como la miraba. Y para qué negarlo, el parapsicólogo era guapo. No tenía el cuerpo musculoso ni irradiaba masculinidad por sus poros, pero tenía un encanto natural. Su sonrisa, esa expresión sosegada en su cara, los ojos azules brillando bajo las lentes de sus gafas…
—Almu, cariño, coge lo que queda y cierra el coche —le dijo su madre desde atrás, interrumpiendo su ensoñación.
Sacudiéndose la cabeza, la muchacha volvió en sí y decidió responder.
—Algo he oído, pero solo son eso, historias.
Sus palabras no parecieron sorprender al tal Guillermo, quien solo se limitaba a sonreír de una manera tan risueña, que parecía dar a entender que ya había oído esa explicación antes.
—Eso me dicen todos, pero nadie suele contarme alguna —se quejó—. Parece que tengáis miedo a ese sitio y lo puedo entender, pero hacer como que no existe, eso ya es un poco ridículo.
Se expresaba con bastante elocuencia, pero eso lo hacía ver un poco petulante. De todos modos, a Almudena tampoco le molestaba.
—A ver, según tengo entendido en esa casa se produjo un horrible crimen —le contó la chica, o al menos, eso le contó su tío años atrás.
—Sí, eso he encontrado en los archivos. —Se notaba que Guillermo era un hombre muy estudioso— El señor de la casa, Oscar Araujo, y una de las criadas fueron asesinados con una escopeta. Nunca se halló al responsable. Desde entonces, esa casa está abandonada y todos los que han ido dicen que cosas extrañas han sucedido en ella.
La manera en la que contaba todo lo ocurrido resultaba muy ilustrativa, pero había un toque siniestro en la narración que le causaba escalofríos.
—Suena aterrador —murmuró la chica muy inquieta.
Guillermo sonrió, como si le gustara haberle metido el miedo en el cuerpo, aunque, lo que ella deseaba era que le metiera otra cosa. Cuando se dio cuenta del calenturiento pensamiento que acababa de tener, se sintió un poco sorprendida.
—Pues sí, digno de una novela de Stephen King —prosiguió el hombre sin percatarse de cómo estaba la joven—. Bueno, será mejor que siga mi camino. Seguiré preguntando por aquí por si alguien sabe algo más. Nos vemos.
Levantó su mano en clara señal de despedida y se marchó.
Almudena se lo quedó mirando sin saber que pensar. Se encontraba encerrada en una mezcla de miedo y excitación. Lo de aquella casa la perturbaba bastante, pero ese hombre…le gustaba. Tal vez se saliera de los gustos típicos, y, aún así, le parecía muy atractivo.
De nuevo, se tuvo que sacudir la cabeza para poner las cosas en orden. Se volvió al coche, cogió las bolsas y luego lo cerró. Puso rumbo hacia su casa. Por el camino, no dejaba de pensar en lo que pasaría en unos días. Iba a ir a la dichosa casa de los Araujo con Diego y por lo que le había contado el parapsicólogo, cosas muy feas habían pasado allí. Suspiró antes de entrar por la puerta. Más valía que se fuera preparando para lo que le esperaba.
La noche de los muertos
Almudena temblaba llena de miedo. Hoy era Halloween y se encontraba en casa de su amigo Diego, preparándose para ir a la casa de los Araujo, y deseaba con todas sus fuerza haberle dicho que no. Recordaba las palabras de Guillermo, el guapo parapsicólogo, narrándole esa funesta historia por la que estaba tan inquieta ahora. Su amigo, sin embargo, se hallaba la mar de tranquilo. No era nada raro si se tenía en cuenta que acababa de fumarse dos porros.
—¿Estás lista? —le preguntó el muchacho mientras terminaba de meter varias cosas en su mochila.
Tan ensimismada como estaba en sus miedos, ni se había enterado de la pregunta.
—¡Oye! —dijo Diego al tiempo que chasqueaba sus dedos al lado de la oreja de Almudena.
Al instante, la chica se revolvió un poco nerviosa y miró bastante cabreada a su amigo.
—Pero tío, ¿¡qué coño haces?! —exclamó molesta.
—Reanimarte, que te veo ausente por completo —se explicó el chaval con jocosidad—. De verdad, estás rarísima.
Quería meterle un puntapié, pero se contuvo. En más de una ocasión, Diego podía llegar a ser insoportable. Lo miró muy enojada, aunque su enfado se disipó al fijarse en lo que llevaba en una mano.
—¿Qué haces con eso? —inquirió intrigada.
El chico, al ver a que se refería, la zarandeó un poco con la mano para acércasela y que la viera mejor.
—Es la cámara GoPro de mi hermano —le explicó sin demasiada ceremonia—. Pienso grabar todo lo que haya allí entro. ¡Igual vemos un espectro y todo!
Eso último la inquietó bastante.
—Eso es una gilipollez. Allí dentro no vamos a encontrar nada.
Sus palabras dejaron bastante extrañado a Diego, aunque no les dio demasiada importancia.
—Lo que tú digas —espetó sin más—, pero cuando en unas semanas salga el video en el canal de Dross*, no esperes que te mencione.
Prefirió pasar de él. Vio cómo se ponía la cámara en la frente, dejándosela bien atada alrededor de la cabeza. Estaba ridículo. Luego, se volvió a Almudena y levantó el pulgar para concluir que ya estaban listos. Por dentro, la chica se moría de vergüenza.
—Andando, que nos espera una buena noche —anunció el chaval con demasiado entusiasmo.
Almudena suspiró llena de frustración. Si, les esperaba una buena noche.
Fuera, la oscuridad ya había caído.
Mientras transitaban las calles, iluminadas por las farolas, vieron como varios niños, disfrazados y acompañados por sus padres, se preparaban para pedir caramelos de puerta en puerta. Almudena se sorprendía de como una fiesta extranjera como Halloween se había adueñado tan fácilmente del país y ahora, se consideraba como algo normal. Antaño, ella también hizo lo mismo, aunque lo cierto era que nunca le gustó. Siempre lo consideró como una costumbre ridícula.
Continuaron su avance sin demasiado escandalo mientras iban dejando el vecindario atrás y se adentraban en un solitario camino que los llevaría hasta la casa de los Araujo. Mirando a un lado y a otro, Almudena sintió como un súbito agobio irrumpía de repente en ella. Aquel lugar estaba demasiado solitario y presentía que algo peligroso podría pasar.
—Deberíamos haber ido en coche —comentó la chica alterada.
Su amigo, que iba un poco más adelante, se volvió al escucharla.
—Claro, espérate le pido las llaves a mi hermano —dijo de forma burlona.
—Sí, muy gracioso. —No le gustaba ni un pelo sus frases chorras.
—Venga, no te pongas así —habló conciliador Diego—. Además, ya no queda mucho para llegar.
Estaba en lo cierto. Pese a que la penumbra la hacía difícil de ver, ya se distinguía de forma clara la forma de la casona de dos pisos que fueran los dominios de aquella antigua familia. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Continuaron hasta llegar muy cerca y así, Almudena pudo verla en todo su esplendor.
Grande, espléndida y vieja. El tiempo había pasado y ese antiguo hogar de gente adinerada se había desgastado. Las paredes estaban desconchadas y varias grietas escalaban por varias. Las ventanas se hallaban desprovistas de cristales y de algunas colgaban las contraventanas, pendiendo con amenaza de caer. Las tejas del pendiente techo se habían derribado contra el suelo, dejando el ya desgastado cemento a la vista. La visión resultaba imponente a la vez que escalofriante.
Almudena tragó algo de saliva. Se hallaba muy incómoda y un sentimiento de pánico amenazaba con surgir. Se comenzó a plantear la posibilidad de salir corriendo, pero cuando vio a Diego descolgarse la mochila para rebuscar en ella, concluyó que no podría.
—Oye, ¿tú estás seguro de entrar ahí? —preguntó enmudecida.
Su amigo la miró mientras se hallaba agachado hurgando en la mochila. De dentro, sacó dos linternas y le pasó una al vuelo. La chica la cogió al último momento.
—Si te quieres largar, por mi vale —le dijo mientras encendía el artilugio lumínico—. Nadie te obliga a que te quedes.
Un haz de luz intensa iluminó su rostro. El chaval cerró los ojos al recibir la súbita ráfaga, aunque no tardó en recuperarse y se dirigió hacia la entrada. Ella también encendió su linterna y le acompañó.
Una vez frente a la puerta, se detuvieron. Almudena la miró. Bajo la refulgente luz de la linterna, pudo fijarse en que, para la edad que tenía, era bastante recia. Se fijó también en que una cadena la mantenía bien cerrada. En un momento dado, notó que su amigo volvía a hurgar dentro de la mochila. Sacó una palanca, lo cual la llevó a concluir como iban a entrar en la casa.
—Ilumina la puerta, por favor.
Le hizo caso. Apuntó y esperó llena de miedo a ver lo que hacía.
Sin dudarlo, el muchacho comenzó a golpear con fuerza la cadena. Tras varios impactos, logró partirla y esta quedó colgando. La puerta se desacopló un poco, señal de que la había logrado abrir. A Almudena se le heló la sangre. No podía creer que estuvieran haciendo semejante locura. Después de esto, Diego asestó una fuerte patada al enorme trozo de madera, logrando abrirlo del todo.
—¡Joer! —exclamó nerviosa la chica.
Su amigo emitió una pequeña carcajada y luego, se volvió para mirarla.
—¿Estás lista?
La respuesta era más que obvia, pero sabía que no podía recular. No deseaba dejar a su amigo solo, no ya por si dentro había fantasmas, sino por si sufría un accidente y no había nadie para ayudarle. Así que, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, asintió para señalarle que sí. Satisfecho, el chico sonrió y entró.
Almudena se quedó atrás un momento, tratando de calmarse, pero sabía que no podía. Cerró los ojos y, autoconvenciéndose con la mayor voluntad posible, se metió en la casa.
Exploración
No se veía nada en un palmo. Pese a tener las linternas, costaba guiarse bien. Almudena estaba paralizada. De vez en cuando, miraba hacia la puerta, la cual seguía abierta. El deseo de echar a correr crecía por momentos. Diego, por el contrario, parecía estar muy emocionado.
—Bien, vamos allá—comentó mientras activaba la cámara.
Ella se limitó a asentir y le sonrió de forma penosa cuando la miró.
Con sus linternas, se empezaron a guiar por la estancia en la que se hallaban. Se trataba del hall de bienvenida, una amplia habitación donde seguramente los Araujo recibirían a sus visitas. En el pasado, debió de verse muy bonita, pero ahora, estaba derruida y llena de polvo.
Explorando cada parte del lugar, Almudena se fijó en lo antigua que era esta casa. Por lo que recordaba de lo que le contó su tío, fue construida a mediados del siglo XIX y quedó abandonada en los años 30 del siglo XX tras el horrible crimen. El aspecto actual daba buena cuenta de ello. Las paredes estaban desconchadas y, en un lado, se hallaba una desgastada mesa. Varias partes astilladas de sillas la rodeaban. Del centro, subían unas escaleras cuyas barandas hacía mucho que se le habían caído. Del techo, colgaba una ya oxidada lámpara de araña. Lo observó todo impresionada hasta que oyeron un ruido.
—¡Hostias! —espetó Diego.
Almudena se dio la vuelta y apuntó con la linterna al lugar del que procedía el misterioso sonido.
—Tú también lo has oído, ¿verdad? —preguntó lleno de emoción su amigo.
La chica temblaba muy nerviosa. El haz de luz de la linterna se movía errática ya que no podía mantener el pulso de su cuerpo.
—Se…se habrá caído…algo sin más —trató de decir, pero los nervios se lo dificultaban.
—O alguien lo habrá tirado.
El comentario de Diego no podría sonar más inoportuno.
De repente, vio como el chico se dirigía hacia la habitación. Por un momento, deseó decirle que se detuviera y se largasen de allí, pero no tenía el valor suficiente para hacerlo. Cuando vio que la dejaba atrás, se apresuró en seguirlo. No quería quedarse sola en esa casa.
Entraron en la cocina. Era una habitación alargada en cuyo centro había una gran mesa. La base era de madera y se notaba ya ennegrecida por el moho que había crecido en su interior. Las patas eran de metal y, gracias al oxido que las corroía, ahora tenían un color anaranjado. Un par de sillas la rodeaban. Delante, bajo un enorme ventanal del que colgaba una raída cortina, se veía una enorme encimera con fregadero repleta de varias ollas y cacerolas, junto con algunos platos. Vieron una tirada en el suelo.
—Habrá sido el viento —habló convencida Almudena, tratando de dar la explicación más sencilla posible para así poder calmarse de una vez por todas.
Su amigo no dijo nada. Dio una pequeña vuelta a toda la cocina, iluminándola con su linterna. En la pared contigua, había varios fogones y debajo de estos, un horno totalmente corroído. Detrás de ellos y a cada lado de la entrada, había varias estanterías con cajones. Sobre ellas, se podían ver platos, cubiertos y jarras, todos de alta bisutería, pero devorados por el polvo. Almudena vio que Diego se acercaba a uno de los muebles, deteniéndose al quedar justo enfrente. De repente, se fijó en que cogía algo de ahí y decidió comprobar de qué se trataba.
Era un viejo marco donde había metida una desgastada fotografía en blanco y negro de una familia.
—Son los Araujo —indicó el chico.
Analizó la foto con detenimiento. Había cinco personas. En el centro, el señor Oscar Araujo, un hombre delgado y de pintas estiradas con un fino bigote adornando su afilado rostro. A su lado izquierdo tenía a su querida esposa Maribel, de largo pelo negro. Muy hermosa, aunque su mirada parecía transmitir cierto desagrado. Flanqueados por cada lado, estaban sus dos hijos, un chico y una chica, ambos idénticos a sus progenitores. Por sus apariencias, debían de encontrarse cerca de los dieciocho años, como Almudena y Diego. En la parte izquierda, mas apartada de la feliz familia, se hallaba la criada, que según recordaba la chica, fue quien murió junto con el patriarca en aquel horrible y misterioso crimen….
Un fuerte pisotón se escuchó sobre sus cabezas. Al inicio, Almudena pensó que había sido Diego, pero, cuando escucharon más pasos, supo que no era cosa de su amigo. Venían de arriba y cuando estos cesaron, los dos jóvenes alzaron sus cabezas hacia el techo. Luego, se volvieron a mirar. El chico dibujó una amplia sonrisa en su rostro, lleno de euforia. Ella, en cambio, estaba llena de un gran presentimiento de terror.
—Por favor, ¿dime que no vamos a subir? —preguntó ya muy asustada.
No hizo falta ninguna respuesta. Sus actos hablaban por sí mismo. Sin dudarlo, Diego echó a correr de vuelta al hall principal y comenzó a subir las escaleras. Almudena, cada vez más alterada, se fue detrás de él. Nada más poner su pie en el primer peldaño, tuvo la sensación de que algo horrible iba a suceder. Se dispuso a decirle a su amigo que se detuviera, pero ya era tarde. El chico ya había subido y desapareció por uno de los pasillos.
Se quedó allí sola, sin saber qué hacer. Podía darse la vuelta y largarse, pero no quería dejar a Diego en ese lugar, sabiendo que algo horrible moraba en él. De repente, escuchó un fuerte golpe. Dio un pequeño salto del susto y al volverse, vio la puerta principal cerrada. La misma que ellos acababan de abrir no hacía demasiado rato.
Sin perder tiempo, subió las escaleras y fue por el pasillo por el que había ido su amigo. Sin embargo, no lo encontró. Los nervios se la comían. Quería llamarlo, lo ansiaba con todas sus fuerzas, pero no podía.
Estaba sola dentro de una casa encantada y no podría estar más cagada de miedo.
La mujer de blanco
Diego se encontraba muy excitado. Tanto, que hasta creyó que se le estaba poniendo dura la polla.
Nada más escuchar los pasos, salió corriendo en dirección al piso de arriba, ansioso por ver que se encontraba o a quien. Ni siquiera prestó atención a Almudena, quien no cesaba de poner pegas a cada una de sus ideas. Estaba resultando más un fastidio que otra cosa. Encima, ni se dejaba meter mano, con lo buena que estaba.
Subió las escaleras deprisa y fue por la izquierda, donde creía que se hallaría la fuente del misterioso ruido. Mientras corría, notaba como la cámara GoPro se tambaleaba de lado a lado colgando en su frente. Esperaba que no se le cayese, porque como se rompiera, su hermano mayor le partiría la cabeza. Recorrió un angosto pasillo, aunque se detuvo a mitad de camino, pues no tenía ni idea de hacia dónde iba.
Respirando un poco abotargado y notando como el incipiente sudor recorría su cara, miró a un lado y a otro, sin saber hacia dónde ir. Fue entonces, cuando lo vio. Una de las puertas se abrió sin más. Se quedó petrificado. Acababa de presenciar un fenómeno paranormal. La emoción y el miedo le embargaban.
Se colocó bien la cámara para comprobar que seguía en su sitio y que grabara todo lo que ocurriese. El material que estaba reuniendo era prometedor y si continuaba la exploración era posible que captara más cosas. Quizás, objetos moviéndose o tal vez una luz que se encendiera. Incluso, imaginaba la posibilidad de pillar alguna silueta o espectro. Cuando subiera la grabación a Youtube, la gente iba a alucinar. Caminó con decisión y entró en la habitación.
Estaba en lo que parecía ser un antiguo comedor. Había dos sillones rodeando a una pequeña mesa de madera a la que le faltaba una pata. Al fondo, había una enorme estantería repleta de libros mohosos. Algunos estaban tirados por el suelo y abiertos, mostrando sus desgastadas páginas. En el otro lado, había una chimenea, aunque sin fuego. Observó la estancia en silencio y caminó por donde estaban los sillones y la mesa, rodeándolos. Todo se veía tan viejo y desolado. De repente, escuchó unos pasos.
Inquieto, se volvió, pero no vio nada. Allí no había nadie, solo él. Pensó en Almudena, aunque no podía ser ella. Había salido tan rápido que enseguida ya la dejó atrás y lo más seguro era que todavía estuviera abajo. Entonces, miró hacia el suelo y se quedó de piedra.
Había una serie de huellas de pies desnudos dibujados gracias al polvo que cubría el lugar. Cuando él había entrado, no había ni un solo rastro de pisadas, y ahora, aparecían sin más. Una leve brisa sopló detrás del muchacho, helándole la sangre.
Se volvió asustado. Esta situación comenzaba a gustarle poco. Toda la euforia creada al vivir una excitante aventura se estaba comenzando a desvanecer, dejando paso a un terror primitivo e irracional. Apuntó con su linterna a todas partes, buscando averiguar quién más podría haber dentro, pero lo que estaba concluyendo es que allí solo estaba él. No había nadie más.
Un lamento de mujer sonó justo a su espalda.
—¡Joder! —masculló asustado.
Se dio la vuelta de nuevo, pero lo único que encontró fue la apagada chimenea.
Tragó saliva. Sus ojos titilaban como dos pequeños cristales a punto de romperse. Temblaba muy nervioso y hasta notaba el castañeo de sus dientes al chocar entre ellos. No tenía ninguna duda, estaba cagado de miedo y su único deseo era salir de allí. De hecho, no era tan difícil. La puerta estaba al lado. Tan solo tenía que andar un poco, abrirla y salir de allí cagando leches. Tan simple, aunque no iba a ser así. Se hallaba paralizado, incapaz de poder hacer algo.
Se reanimó cuando alguien le acarició suavemente el cuello por detrás. Aquel roce fue delicado, sin brusquedad, aunque lo notó frio, cosa extraña. Se giró con lentitud, temeroso de lo que fuera a encontrar. Cuando la vio, sus ojos se abrieron de par en par.
La mujer era preciosa. Su largo y rizado cabello dorado estaba completamente suelto. Varias hebras le caían por encima de los hombros y el resto caían hacia atrás. Tenía unos labios finos, nariz algo aguileña y los pómulos marcados. Pese a llevar un camisón blanco, se intuía un cuerpo voluptuoso con unas caderas pronunciadas que debían enmarcar un formidable trasero y unos pechos medianos y bonitos. Su piel era blanca, muy blanca, demasiado blanca. Como sus ojos, inertes y sin vida. Sin embargo, al muchacho le daba igual. Como también se lo daba que en su pecho hubiera ocho orificios humeantes, causados por el disparo de una escopeta, los cuales atravesaron su ropa y su cuerpo, matándola en el acto. Que importaba.
Diego estaba embelesado con ella. Era como si estuviera hechizado. Al muchacho le parecía un ángel recién bajado del cielo. Que tuviera la piel pálida, la mirada desvanecida y los labios agrietados le daba por completo igual. Se hallaba atrapado por su poderoso influjo y no deseaba separarse de ella.
Comenzó a aproximarse. Paso a paso, el chico se fue acercando a la fantasmagórica dama de blanco. En más de un momento, pensaba que debía echarse atrás, pero el deseo era demasiado fuerte como para luchar. Simplemente, siguió su avance hasta quedar frente a la mujer y, justo entonces, la besó.
Cuando sus labios se posaron en los del fantasma, no los pudo sentir. Era como si solo hubiera aire allí. Sin embargo, no tardó en notarlos. Suaves y bonitos, aunque también fríos. Sintió como una intensa sensación gélida penetraba en él. Parecía como si estuviera morreándose con un tempano de hielo. Claro que poco le importaba. El beso lo estaba volviendo loco, haciéndole caer en una adicción maravillosa. Siguió besándola y pudo ver como el cuerpo de la mujer se transparentaba, permitiéndole observar el enorme mueble repleto de libros que tenía enfrente. Se aterró, pero todo se esfumó cuando ella atrapó su lengua y la chupó con avidez. A esas alturas, ya había caído presa de su hechizo.
Retrocedieron varios pasos y Diego terminó sentado sobre uno de los sillones. Ella se colocó justo delante, quedando allí parada. La miró nervioso. La mujer de blanco parecía estar completamente ausente. Observó cómo volvía a transparentarse de nuevo. Se suponía que era una entidad etérea, pero, la había besado. Sintió sus labios fríos, los sintió. Aquello era imposible. Parecía salido de una pesadilla o más bien, de una fantasía, que era lo que esa misteriosa dama le parecía.
Ella permaneció allí inmóvil, como si fuera una estatua, pero no tardó en moverse. Comenzó a desabrocharse el camisón. Botón a botón, fue descendiendo con sus manos, dejando más de su nívea piel al descubierto. El joven se fue poniendo tenso a la vez que sentía la fuerte erección de su polla. No podía creer lo que sus ojos presenciaban hasta que la prenda cayó al suelo.
Estaba desnuda ante él. Ahora, podía contemplar su hermosa y curvilínea figura. Sus pechos medianos destacaban con prominencia, coronados con unos pequeños pezones. Tenía el vientre plano, en cuyo centro se hallaba un hundido ombligo. El vello púbico tenía un brillo dorado y no se veía abundante, aunque no parecía ser porque ella se lo recortara. La miró de arriba a abajo, totalmente encandilado. Su piel, pese a ser muy blanca, resplandecía intensa. Era una visión increíble. Lo tenía hipnotizado, tanto, que ignoró de nuevo los ocho agujeros que tenía repartidos por su busto y de los cuales todavía salía algo de sangre.
Se acercó. Diego se estremeció, sin poder creer lo que estaba sucediendo, aunque ya le daba igual todo. Vio como ella se colocaba encima de él, rodeándolo con sus piernas. En ese momento, cualquiera saldría corriendo, pero el chico no estaba en sus cabales, sino atrapado por el hermoso embrujo de esa mujer de blanco. Como si de un instinto primordial se tratara, logró desabrocharse el pantalón y bajárselo lo suficiente para dejar salir su ya endurecido miembro. Entonces, la misteriosa y desnuda dama lo cogió con una de sus manos y lo dirigió hacia su sexo.
Cuando sintió su polla penetrar ese ansiado coño, creyó sentirse morir. Estaba muy frio. Era como si la hubiera metido dentro de un frigorífico. Tembló muy indispuesto al sentir tan repentino helor envolviéndolo. La mujer lo rodeó con sus brazos y percibió como la frigidez se extendía por todo su cuerpo. Empezó a pensar que iba a morir, que este sería su fin, aunque poca importancia le daba. Ya que, además de ese gélido abrazo, el fantasma lo terminó de imbuir de su hechizante atracción.
La mujer de blanco comenzó a mover sus caderas, botando con ganas sobre Diego, clavándose su polla hasta lo más profundo que podía. Pese a que su coño estaba tan frio, lo tenía estrecho y húmedo. Su miembro se hallaba bien apretado y fluía a la perfección por dentro, así que el placer era increíble. La abrazó y pudo acariciar con sus manos la resbaladiza piel pálida de su espalda. Le resultaba increíble que, tratándose de un espíritu del Mas Allá, pudiera tocarla. Era algo inaudito. Ella siguió cabalgándolo desbocada, aumentando el vaivén hasta que, al final, pudo ver como se alzaba y tenía un orgasmo.
Solo escuchó un leve gemido que se perdía en el interior de esa casa en un lejano eco. Admiró su transparente cuerpo, todavía tenso, y la expresión henchida de su rostro con los ojos cerrados. Luego, los abrió. Pese a ser totalmente blanco, pudo adivinar en ellos un anhelante deseo por mas sexo. Él también estaba igual de ansioso, así que no dudaron en proseguir con su carnal encuentro.
Mientras ella volvía a menearse con ganas, Diego llevó sus manos hacia su culo. Apretó con avidez esas tiernas nalgas y luego, ascendió por sus caderas, acariciando su vientre plano hasta llegar a los medianos pechos, los cuales atrapó. Sus dedos pellizcaron los minúsculos pezones que ya estaban bien empitonados. No podía creer lo que estaba pasando. Jamás pensó que perdería su virginidad en una casa abandonada a manos de un fantasma. Se trataba de algo imposible, pero allí estaba, viviéndolo en directo.
Escuchó los suaves gemidos de la mujer de blanco, ahora más audibles que antes, aunque seguían siendo flojos. Con sus dedos, siguió manipulando ese par de preciosas tetas hasta que ya no pudo más y la atrajo para besarla. Volver a sentir esa fría boca era algo maravilloso. Se estaba volviéndo adicto a ella. La lengua del espíritu entro en su boca, paladeando cada centímetro del interior y dejándolo impregnado de su saliva. El morreo se prolongó por un rato más hasta que se separaron. A esas alturas, ya estaban atrapados en un éxtasis incontrolable.
Diego arreció con fuerza, clavando su miembro en el interior de la fémina fantasmal. Había algo en su interior que lo impulsaba a querer follársela con las mayores ganas posibles. Además, estaba aguantando más de lo que esperaba. Cuando se hacía una paja, no solía tardar mucho en correrse, pero aquí, resistía más de lo esperado. Eso era algo que lo hacía sentir orgulloso, viéndose como un macho. Su boca besó la mejilla derecha del espectro y descendió por su cuello, pasando su lengua por él. Ella se dejaba hacer mientras gemía más y más. Apartó la cabeza hacia un lado para que Diego besara su hombro y así, tuvo perfecta visión de lo que tenía delante.
La puerta estaba abierta y, apoyada en el marco, se encontraba Almudena. La chica se llevó las manos hacia su rostro en un claro gesto de horror, incapaz de poder creer lo que contemplaba. El muchacho intentó decir algo, pero estaba atrapado bajo el seductor influjo de la mujer de blanco. No hizo nada frente a la reacción de su amiga como tampoco cuando unas misteriosas manos vinieron por detrás y la atraparon, llevándosela de allí.
Espectro sexual
Almudena peleó con todas sus fuerzas, intentando liberarse de su misterioso atacante. Cuando lo alumbró con la linterna, se detuvo de inmediato.
—¿Guillermo? —dijo la chica confusa.
El parapsicólogo la miraba lleno de preocupación. Bajo la luz de la linterna, pudo ver como las lentes de sus gafas brillaban de forma intensa, atrapando el resplandor emitido y convirtiendo los cristales en brillantes pantallas blanquecinas.
—Sí, soy yo —comentó el hombre indiferente— ¿Qué haces aquí?
La pregunta la dejó un poco perpleja. Como si él no tuviera también mucho que responder.
—Lo mismo podría decir de ti.
Al oírla, el hombre le sonrió de forma simpática, aunque no estaban para gracietas en esos momentos. Los sonidos de su amigo y esa mujer fantasma mientras follaban resonaban por todo el pasillo. Gemidos y más gemidos que la estaban poniendo de los nervios.
—Entré rompiendo una de las ventanas de la planta baja —se explicó—. Quería ver si esta noche los espectros se manifestarían.
Cuando escuchó eso último, la chica se quedó muy extrañada.
—¿Esta noche? ¿A qué te refieres?
Guillermo se pegó contra la pared y fue acercándose con sigilo hacia la puerta de la habitación donde se hallaban Diego y la fantasma teniendo sexo. Almudena decidió seguirlo, aunque no entendía muy bien lo que pretendía. Se aproximó hasta estar muy cerca de la entrada y se asomó un momento para contemplar lo que ocurría en el interior. Luego, se volvió hacia ella.
—Hoy es Halloween, la noche en la que los mundos de los muertos y los vivos se unen —comenzó a explicarle—. Desconozco si por influjo de la Luna, alteraciones en la realidad o algún evento relacionado con el Cielo, los espíritus de los fallecidos se manifiestan con mayor fuerza, llegando a interactuar de forma directa con los vivos.
—¿Cómo lo que le está pasando a Diego? —preguntó angustiosa la chica.
—Me temo que si —La respuesta no podría sonar más desoladora.
De repente, se escuchó un fuerte ruido sonó desde la otra punta del pasillo. Se escuchó una vez, luego otra y una más. Entonces, todas las puertas comenzaron a moverse al unísono, como si pretendieran componer una macabra sinfonía a base de secos portazos.
Almudena se quedó petrificada al ver lo que pasaba. Estaba en una horrible pesadilla, una de la que deseaba escapar. En su mente, imaginaba que despertaba en su cama, aliviada al ver que todo era producto de su imaginación. Sin embargo, con todo ese incesante ruido, unido con los pasionales gemidos de Diego y la mujer de blanco, el terror era patente. En ese mismo instante, notó como le apretaban la mano.
Era Guillermo, quien la tenía bien cogida.
—Parece que alguien está muy furioso.
Sin más, el parapsicólogo tiró de ella, pero Almudena se retuvo.
—Vamos, no podemos quedarnos aquí —le decía.
—¡No me iré de aquí sin mi amigo! —esgrimió furiosa Almudena mientras tironeaba.
Guillermo se acercó a ella y la cogió por los hombros con firmeza. Sus ojos azules parecían resplandecer en mitad de la oscuridad mientras la miraba con determinación. Eso la dejó bastante cohibida.
—Escúchame, en estos momentos quien más corre peligro somos nosotros, no él —habló con claridad.
—No…no lo podemos dejar ahí… —se expresó angustiada.
—Si entramos ahora y les interrumpimos, el espíritu puede asustarse, desatando demasiado poder, y lo matará. —Al oír eso, se le pusieron los pelos de punta— Créeme, lo he presenciado. Lo mejor es que huyamos y regresemos por la mañana por él. No morirá, te lo juro.
No pareció quedar muy conforme con la explicación, pero el incesante ruido de las puertas la tenía muerta de miedo. Llevaba razón, había que salir de la casa lo más rápido posible. Le tendió la mano, dejando que se la agarrara, y juntos, comenzaron a correr.
Llegaron al hall principal y justo cuando se disponían a bajar por las escaleras, se detuvieron. Almudena casi le dio un ataque cuando lo vio.
En el centro de la sala, había una figura alta y estirada. Se hallaba de espaldas a ellos y, por un momento, vieron que se había transparentado. Sin embargo, se volvió y el color regresó a su cuerpo, permitiéndoles ver de quien se trataba. Era Oscar Araujo, el patriarca de la familia. Sin media cabeza, eso sí.
A Almudena pareció como si se le fuera a salir el corazón por la boca mientras miraba a ese espectro. Era como si hubiera salido de una dimensión irreal, de lo más profundo del oscuro Averno. Le faltaba media cara y su cráneo estaba bien abierto, dejando a la vista una masa blanquecina de lo que en otro tiempo debió de ser su cerebro. El único ojo que tenía era una nívea esfera que parecía a punto de salírsele de la cuenca ocular. Su lampiño bigote ahora no era más que un puñado de tiesos pelos negros que parecían marchitarse, coronando la mustia expresión de una boca ya hacía mucho tiempo putrefacta. La chica quedó paralizada ante tan horrenda visión.
—¡Vamos, por aquí! –le gritaba Guillermo mientras tiraba de ella.
La lámpara de araña que colgaba del techo se tambaleó de lado a lado, amenazando con caerse. Los portazos resonaban en su mente y también se escuchaba el sonido de múltiples objetos cayendo contra el suelo. En algún lugar, creyó escuchar el grito agónico de dos personas implorando por sus vidas y luego, el sonido de dos disparos que atravesaban el aire.
Almudena estaba inerte como una muñeca, totalmente abstraída de lo que la rodeaba. Había visto la cosa más horrible del mundo y eso parecía haber secuestrado su mente. Guillermo la arrastró por un pasillo contiguo donde las puertas no dejaban de moverse con beligerancia. Finalmente, tras dar tumbos de un lado a otro, entraron en una habitación.
Se trataba de un dormitorio sencillo: una cama de sabanas raídas, un desvencijado armario y una enorme cómoda que el parapsicólogo decidió utilizar para bloquear la puerta tras haber echado el seguro. Había una ventana, pero estaba tapiada con maderas y, aunque lograran arrancarlas, seguramente por fuera tendría rejas. Almudena se sentó en la cama, intentando asimilar todo lo que estaba ocurriendo.
—Joder, joder —comenzó a murmurar nerviosa.
Poco a poco, fue regresando a la realidad. Estaba encerrada en aquella vieja casa, acechada por una monstruosa fuerza sobrenatural que ya había tomado a su amigo Diego y ahora, iba por ella. Vio como Guillermo terminaba de colocar la cómoda frente a la puerta, pegándola lo máximo que podía para que bloqueara bien el paso. Luego, ambos se miraron, llenos de una enorme preocupación. En ese mismo instante, la chica no pudo aguantar más y empezó a llorar.
—Ey, ey, tranquila —buscó calmarla el parapsicólogo mientras se sentaba a su lado.
—¿¡Por qué coño me está pasando esto?! —chilló frustrada Almudena— ¿Por qué nos persigue esa cosa?
—Por ti —dijo de forma repentina el hombre.
Cuando lo escuchó, se volvió para mirarla incrédula. No podía creer la clase de contestación que acababa de darle.
—¿Como que por mí? —La ira y la desesperación estaban empezando a carcomerla por dentro— ¿De qué cojones me estás hablando?
Guillermo parecía un poco intimidado por la reacción brusca de la chica, aunque no era para menos tras haberle soltado que ese espíritu iba tras ella. Hallándose un poco indeciso, decidió explicarse.
—Verás, hay distintas clases de espíritus. Cada uno se diferencia en su forma de comportamiento, influido por el motivo de su muerte. —Todo lo decía con una integridad pedagógica encomiable, pese a que Almudena no estaba ahora con ganas de ir a clase—. Los que murieron por un pequeño accidente son los más juguetones, los que tuvieron una muerte violenta son los agresivos, luego están los trágicos, quienes poseen a personas….
La puerta tembló de repente. Al girarse hacia ella, pudieron ver como la madera vibraba tras el violento impacto. Y justo entonces, hubo otro, más fuerte. Acto seguido, otro mayor que hizo que la pesada cómoda se desplazara un poco. Almudena dio un pequeño salto de la cama al ver el último.
—Y por último, están los espectros sexuales —concluyó Guillermo.
Almudena se quedó extrañada al escucharlo. No era experta en fenómenos paranormales, pero había oído hablar de los fantasmas que poseían a personas o tiraban cosas por mera diversión, pero, ¿sexuales? Aquello era nuevo.
—¿De qué clase son esos?
Por un momento, notó como una leve sonrisa de satisfacción se dibujaba en el rostro del parapsicólogo. Era como si estuviera deseando que le hiciera esa cuestión, claro que, ahora mismo, no estaban para cubrir satisfacciones, más cuando otro fuerte golpe hizo temblar la puerta de nuevo.
—Los espectros de esa clase son los que han muerto en pleno acto sexual. Al pasar a otro plano existencial, quedan poseídos por las sensaciones finales de su muerte, en este caso, un orgasmo. —Lo decía todo algo parco, pues los golpes no cesaban— De modo que su forma de manifestarse es poseyendo a personas para tener relaciones sexuales y absorber su energía.
—¿Y por qué viene a por mí? —preguntó la chica, cada vez más asustada.
—¿Tu qué crees? —La mirada del parapsicólogo no podría ser más turbia— Ese es el fantasma de Oscar Araujo y estaba casado con una mujer. Es evidente lo que quiere hacerte.
No hacía falta mucho más para entender. Estaba metida en un buen lio. Atrapada en una casa encantada y perseguida por un fantasma cachondo que se la quería follar. Que noche de Halloween más divertida que estabateniendo.
—Mierda —espetó al tiempo que brotaban más lágrimas de sus ojos.
Se recogió entre sus brazos, buscando abrigarse. Dentro de la habitación, hacia más frio de lo esperado. Volvió la mirada hacia la puerta. Los golpes habían cesado, pero tenía claro que el fantasma no dudaría en regresar. Eso hizo que su corazón latiera con mayor fuerza.
—H…hay una forma de evitar esto.
Fue una frase simple y parca, pero, para la chica, resultó un inesperado rayo de esperanza. Se giró hacia él y no dudó en preguntarle.
—¿Qué hay que hacer?
De repente, la mirada del hombre cambió. De ser una persona segura y atrevida, se mostró como alguien más reservado e inseguro.
—Bueno, existe un método, aunque no es muy ortodoxo…
—Di...dime que es —le pidió la muchacha desesperada—. ¿Hay que usar un amuleto? ¿Una Cruz bendecida? ¿Leer un pasaje de la Biblia?
Almudena enumeraba todas esas cosas a la espera de que Guillermo le confirmara de cual se trataba, pero el parapsicólogo ni se inmutó. Al mismo tiempo, la puerta volvió a temblar ante el impetuoso ataque del espíritu. Era sorprendente que no lograra derribarla, pero su insistencia dejaba claro que no tardaría. Miró al hombre desesperada. Necesitaba una respuesta ya. Él se la dio.
—Solo hay una y es tener sexo.
Al principio, creyó que le estaba tomando el pelo, pero cuando vio la seriedad bien expresada en su cara, tuvo claro que estaba en lo cierto.
—¿De…debes estar de coña? —comentó desolada mientras los golpes en la puerta aumentaban.
—Ojalá lo estuviera —dijo el hombre mientras se quitaba las gafas.
Bajó la luz de la linterna, contempló como limpiaba las lentes con la manga de su camisa. Luego, las dejó sobre la cama y se pasó la mano por su sien. Parecía estar un poco irritado con todo lo que sucedía. La volvió a mirar y la chica notó que estaba un poco apesadumbrado. La situación no le divertía para nada. Como a ella.
—La única forma de evitarlo es que te vea teniendo sexo —comenzó a hablar—. El espectro absorbe tu energía a través del acto sexual, pero si te ve en pleno acto con otra persona, no podrá atacarte.
Un incómodo silencio se formó en el ambiente. Al menos, lo que duraba hasta que otro golpe lo interrumpía. Almudena sabía que no había otra alternativa y en esos momentos, la única opción disponible….era Guillermo. Ambos se miraron y supieron que no había marcha atrás.
Un fuerte ruido de rotura los puso en la alerta. La puerta se había partido y una enorme grieta ascendía desde el lado inferior derecho hacia arriba. El espíritu estaba a punto de entrar. Se volvieron a mirar.
—Escucha, sé que no es lo que teníamos planeado, pero no hay otra…
Almudena se abalanzó sobre él y le dio un fuerte beso. La chica nos las tenía todas, pero por lo menos, se iba a acostar con un hombre al que deseaba. Guillermo se quedó algo parado al inicio, pues el morreo de la joven lo había pillado desprevenido, pero no tardó en separarla.
—Espera, espera…
—¿Qué pasa?
—Tienes dieciocho años, ¿no?
La muchacha quedó sorprendida ante la pregunta.
—Cla…claro.
—Vale, joder.
Ahora fue él quien se abalanzó y le comió la boca a Almudena.
Los dos se morrearon con deseo. Se notaba que Guillermo le tenía ganas. Ella, desde luego, también. Era tan apuesto y simpático. Tener sus labios contra los suyos y sus cuerpos tan bien pegados le encantaba.
—Siento que estas no sean las circunstancias adecuadas para hacerlo, si por mi fuera… —comenzó a decir el hombre—, te juro que te pediría salir o algo por el estilo.
—Guillermo, céntrate —le dijo la chica—. Luego, ya veremos lo que pasa.
El parapsicólogo asintió algo agitado y la volvió a besar.
Los golpes contra la puerta no cesaban y cada vez, era más evidente que no resistiría. Eso hizo que los dos amantes se aceleraran y comenzaran a desnudarse.
Guillermo le quitó la sudadera a Almudena y ella comenzó a desabotonarle la camisa. Le costaba un poco ir quitando cada botón y cuando se atrancó con uno, el hombre tuvo que pararla. Él mismo se ocupó y terminó quitándose la prenda. Su torso quedó al descubierto y la muchacha se la acarició con suavidad.
—¿Te gusta?
Almudena asintió encantada ante su pregunta. Sus dedos se perdían entre el vello que recubría su pecho. No tenía unos abdominales muy desarrollados, pero a la chica poco le importaba. Le parecía muy atractivo tal como era. Sin pensarlo, volvió a besarlo y esta vez, sus lenguas quedaron enredadas.
Al mismo tiempo, Guillermo la tomó de la cintura. Sus dedos atraparon el filo de su camiseta de tirantes y tiró hacia arriba. Almudena tuvo que alzar sus brazos para poder quitársela y de esa manera, sus pechos quedaron al fin libres.
—¿No llevas sujetador? —preguntó el hombre sorprendido.
—Así voy más cómoda —respondió risueña.
Sin dudarlo, Guillermo se llevó uno de los pechos a la boca y comenzó a lamerlo. Almudena enseguida gimió al sentir como atrapaba su rosado pezón y lo chupaba. El restante se lo atrapó con la otra mano y lo pellizcó, añadiéndole más placer. Para la chica lo que estaba experimentando era algo único.
—¡Si, sigue! —gimió ansiosa— ¡No pares!
El hombre no se detuvo por nada. Iba de un pecho a otro, lamiendo y succionando, dejándolo todo lleno de su brillante saliva. Era algo indescriptible. Parecía obsesionado con su busto. A Almudena le encantaba. Sin embargo, aquello no había hecho más que empezar.
El hombre la hizo tumbar sobre la cama. Las sabanas estaban llenas de polvo, pero en esos momentos, les importaba más poco mancharse. Sin pensarlo, le quitó a la chica su calzado y luego, procedió a desabrocharle el botón del pantalón. Acto seguido, tiró de él. Almudena estiró las piernas para facilitar el deslizamiento. Una vez fuera, quedó solo con sus braguitas blancas.
—Joder, que bonitas —expresó Guillermo con mucha excitación al ver sus desnudas piernas.
Sus manos se deslizaron por su suave piel. Ascendieron del tobillo hasta las caderas, recorriéndolas con detenimiento. Parecía haber quedado hipnotizado por ellas. Los violentos impactos en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento.
Sin tiempo que perder, agarró sus braguitas blancas y tiró de ellas, quitándoselas con rapidez. Almudena se quedó con las piernas cerradas, un poco avergonzada al verse sin nada de ropa. Guillermo fijó sus ojos en la mata de pelo marrón claro que había en su zona púbica.
—Tranquila, no voy a hacerte nada malo —la tranquilizó el parapsicólogo.
—Es que nunca he estado con un hombre —habló muy nerviosa la chica.
Un sonido de algo quebrándose fue clara señal de que a la puerta no le quedaba demasiado tiempo para resistir. Guillermo se recostó sobre ella y le dio un tierno beso.
—No te haré ningún daño, ¿vale?
La forma tan sincera en la que la miraba pareció convencerla, así que, con ciertas reticencias, se abrió de piernas. Gracias a eso, el hombre pudo introducir su mano y enseguida, notó como le acariciaba su sexo.
—Um, tienes el coño bien cerradito —dijo fascinado mientras sus dedos se internaban entre sus húmedos labios vaginales—. Nunca he estado con una virgen, pero procuraré tener el mayor cuidado posible.
Volvieron a besarse y, mientras con la mano izquierda apretaba sus pechos, con la derecha se dedicaba a masturbarla.
Almudena gemía encantada. Notaba como esos dedos extendían sus cerrados labios y se introducían entre los pliegues mojados. No tardó mucho en sentir el índice y el corazón rozando con suavidad su clítoris, cosa que la puso muy tensa.
—¡Agh, ahí no! —gritó un poco retraída, no tanto porque le molestase, sino porque le estaba proporcionando mucho placer.
—Tu solo déjate llevar —le susurró él al oído.
Eso hizo. En muy poco tiempo, Almudena gemía y gozaba de una forma como nunca antes imaginó. Ese hombre sabía cómo hacerla disfrutar, lo cual demostraba su empeño por buscar alguien mayor con quien hacerlo. Al menos, parecía estar teniendo suerte.
La puerta ya no pudo aguantar más. Como si los ensordecedores gritos de Almudena se la estuvieran cargando, al final, acabó cayendo en varios trozos. La cómoda, que había servido como improvisado obstáculo, precipitó contra el suelo con una fuerza inusual.
La chica se alteró ante esto, pero no tardó en ver su atención atraída hacia el frente. Guillermo se había bajado el pantalón y, ahora, le mostraba su enorme y duro miembro. Largo y bien estirado, sus ojos lo recorrieron desde la amoratada punta hasta los dos huevos que colgaban justo debajo. Un escalofrío recorrió su ser al pensar que todo eso podría acabar bien encajado en su interior en solo un momento.
—Ahora, quiero que te centres por completo en mí y te olvides de todo lo demás, ¿entendido? —le dijo Guillermo al tiempo que se agarraba su polla.
Almudena asintió, aunque se hallaba muy nerviosa. Tenía motivos para estarlo.
De repente, comenzó a soplar una pequeña corriente de aire muy fría por toda la habitación y comenzó a sentir que no estaban tan solos en la habitación. Había una presencia, algo que se encontraba muy cerca de ellos. De hecho, por el rabillo del ojo…
Todo su cuerpo se contrajo cuando notó como la polla de Guillermo comenzó a penetrarla. Cerró sus ojos y emitió un incómodo suspiro. No se sentía nada bien.
—Relájate o no podré penetrarte con facilidad —le pidió el hombre.
Haciendo acopio de toda su voluntad, respiró profundo un par de veces y trató de calmarse. Guillermo, viendo lo alterada que estaba, comenzó a besarla por la cara. Sentir sus labios por sus mejillas, frente, boca y cuello hizo que Almudena se tranquilizara. Gracias a eso, el hombre pudo penetrarla con mayor cuidado.
—Um, si —dijo la joven mientras notaba como entraba en ella.
Experimentar como aquella dura barra de carne la abría fue algo nuevo e inesperado. En un inicio, creía que le dolería, pero Guillermo iba lo bastante lento y cuidadoso como para no dañarla. Para cuando quiso darse cuenta, ya tenía toda la polla metida en su interior. Y entonces, el hombre comenzó a moverse.
La chica empezó a gemir con fuerza con cada estocada recibida. Sentir esa maravillosa polla barrenando su interior era algo increíble. Se deslizaba de maravilla, pese a tener el coño tan estrecho. Con cada estoque, el placer iba a más y notaba como todo su cuerpo convulsionaba con ello. Guillermo bufaba de vez en cuando, señal de que también estaba disfrutando.
—Joder, ¡que apretado tienes el coño! —masculló emocionado— Jamás había disfrutado de uno igual.
Escuchar esas palabras la hizo sentir llena de orgullo. Sonrió gustosa y luego, besó al hombre de forma apasionada. Él la correspondió como merecía.
El parapsicólogo siguió moviéndose hasta que Almudena ya no pudo aguantar más. Estaba a las puertas del orgasmo.
—Ah, ¡Guillermo! ¡No puedo más!
—Córrete, no te resistas.
Así hizo. Un par de embestidas más y Almudena se corrió como nunca en su vida había hecho. Su cuerpo entero se tensó y pudo sentir todo el aire salir de ella. Notó como su coño sufría varias contracciones y como de su entrepierna se derramaba fluido vaginal, clara señal del placer que la embargaba. Guillermo, por su parte, se detuvo para que la chica gozara con tranquilidad. Incluso detuvo sus envites para que pudiera venirse sin complicaciones.
Terminó derrengada y, tras experimentar el orgasmo, ladeó su cabeza. Al abrir los ojos, se arrepintió.
Justo a tan solo dos metros de donde estaban ellos, Almudena pudo contemplar al fantasma de Oscar Araujo. Su vello se le puso de punta y sus pupilas se dilataron al encontrarse con el espectro. Se fijó en su destrozada cabeza, en la transparencia de su cuerpo y en que… estaba haciéndose una paja.
Se quedó petrificada al ver esto último. Sabía que los fantasmas eran capaces de muchas cosas, pero masturbarse viendo a otras personas mientras tenían sexo era algo inconcebible. Se salía de los todos los estereotipos clásicos en torno a esos entes sobrenaturales. Y allí estaba este engendro, meneándosela al gusto de ellos dos. No se lo podría creer.
—Concéntrate en mi Almudena —la llamó Guillermo.
Se volvió hacia el parapsicólogo y se besaron. En nada, estaban otra vez teniendo sexo.
A Almudena le inquietaba demasiado tener a un fantasma al lado tocándose al tiempo que ellos dos follaban. Por el rabillo del ojo, podía ver a Oscar Araujo machándosela sin cesar. Por un momento, creyó ver en su deforme rostro una expresión de placer sexual inmenso, algo que le parecía grotesco. Sin embargo, Guillermo no tardaba en traer de vuelta su atención en lo que hacían. Al final, decidió concentrarse solo en eso.
El hombre volvió a moverse con ganas, clavando su miembro en lo más profundo de la chica. Ella gemía con ganas. Apenas le había dolido la penetración, pero ahora, ya solo sentía el indescriptible placer de degustar el inminente orgasmo que le llegaba. Se besaban, se acariciaban y se dejaban atrapar por la intensa pasión que los estaba volviendo locos.
—Agh, Guillermo, ¡no aguanto más! —dijo ya incapaz de poder controlarse.
—Yo también —habló él—. ¿Lo hago fuera?
Lo miró. Estaban teniendo sexo sin protección, cosa de la que tendrían que haberse cuidado, pero viendo ya como se encontraban que saliera de ella para correrse le parecía una lástima.
—No, hazlo en mí. No pasa nada —contestó al final.
Zanjado el asunto, Guillermo se abandonó al desenfreno. Comenzó a empujar con mayor fuerza y Almudena sentía como la polla impactaba en su conducto vaginal. No era un movimiento agresivo, pero se notaba que el hombre deseaba acabar ya. No tardaron.
—Almudena, ¡me corro!
Nada más anunciarlo, el hombre dio un último estoque y estalló. La chica pudo sentir en su interior como un reguero de caliente semen se derramaba. A ese, vinieron más. Varios chorros, cinco en total, que inundaron su conducto vaginal. Y al mismo tiempo, ella también se corrió. Fue una reacción en cadena. Su cuerpo entero se engarrotó, arqueó la espalda y emitió un fuerte chillido al tiempo que sufría el placentero orgasmo. Notó como su coño se contraía varias veces a la vez que expulsaba más y más humedad.
Terminaron agotados tras la sesión de sexo desenfrenado. Respirando con cierta dificultad, fueron recuperándose. Guillermo se salió de dentro de Almudena. Ella notó como su coño quedaba vacío después de que el hombre sacara su polla y pudo notar como también salían los restos de semen mezclados con flujo vaginal, derramándose poco a poco de su interior.
La chica emitió un hondo suspiro, satisfecha tras el encuentro que acababan de tener. Dejó caer la cabeza para un lado y esta vez, para su sorpresa, no vio al espíritu por ninguna parte. Con el ánimo renovado, sonrió aliviada.
Enseguida, el cansancio empezó a hacer mella en Almudena. Aunque no era el lugar más adecuado para dormir, estaba tan cansada que poco le importaba. Sus parpados se fueron cerrando, y, sintiendo como Guillermo la abrazaba, cayó rendida ante el sueño.
La mañana siguiente
La luz del Sol apenas llegaba a filtrarse entre el poco espacio que dejaban los tablones de madera que tapiaban la ventana. Con todo, tampoco hacía falta. La linterna de Almudena, dejada sobre una mesita de noche, todavía alumbraba la habitación. La chica y Guillermo seguían durmiendo sobre la cama, ambos desnudos. Sin embargo, no tardaron en despertarse.
La primera fue Almudena. Se frotó un poco los ojos para quitarse las legañas y luego, cuando se fijó en su alrededor, no tardó en reparar en donde se encontraba. Los recuerdos de la noche anterior se agolparon en su mente sin previo aviso, una cadena de flashbacks en los que rememoró su entrada en la casa y todo lo que les pasó con los espíritus que en ella moraban. Otro súbito escalofrío, de los habituales que tenía trepó por su cuerpo, inquietándola bastante. Fue entonces cuando notó un movimiento a su lado y se apartó. Al volverse, se fijó en que solo era Guillermo dormitando.
—De…despierta —le dijo en un fino hilo de voz, pero el hombre no reaccionaba.
Lo zarandeó un par de veces y, cuando el parapsicólogo se levantó, sus ojos se abrieron de par en par al ver el cuerpo desnudo de la chica. Ella, con un poco de pudor, se tapó con una sabana, aunque ya daba lo mismo.
—Madre mía, ¿qué horas es? —preguntó Guillermo mientras se ponía en pie.
—Las diez de la mañana —le indicó Almudena mientras miraba el móvil que había sacado del bolsillo de su pantalón, tirado en el suelo.
Ambos comenzaron a vestirse y no pudieron evitar intercambiar miradas, lo cual les hacía sentir más incomodos. El silencio que pesaba en el ambiente tampoco ayudaba. Entre los sucesos paranormales que vivieron y la escena de sexo que tuvieron que montar para salir con vida, estaba claro que las palabras no salían fácilmente. Sin embargo, Almudena decidió romperlo para que las cosas no se enrareciesen más.
—Oye, ayer me explicaste que estos espectros son sexuales porque murieron en pleno acto.
—Sí, ¿por?
—¿Que les pasó a Oscar Araujo y a su criada? ¿Murieron follando?
El interrogante planteado por la chica iluminó el rostro del parapsicólogo. Estaba claro que al tipo le encantaba hablar de esos temas y a Almudena le gustó su radiante sonrisa. Lo hacía irresistible.
—Sí, murieron teniendo sexo —contestó con rotundidad—, aunque nunca sabrías como.
—Por cómo se hallaba el señor Araujo, parece que mal. —Sintió más escalofríos solo de recordar el horrible estado de su cabeza.
—Verás, Oscar Araujo engañaba a su esposa Maribel con esa criada. Lucrecia, creo que se llamaba. —El hombre se sentó para ponerse los zapatos mientras seguía hablando—. El caso es que el tipo trató de mantenerlo en secreto para que ella no se enterase. El problema es que, al final, si se enteró.
Almudena se sentó a su lado para ponerse los tenis y siguió atenta la historia.
—Entonces, ¿los pilló? —preguntó muy intrigada.
Guillermo asintió por respuesta.
—Así es —aseguró con cierto dejo de fatalidad—. Una tarde en la que la esposa supuestamente se iba con los hijos a la ciudad a ver una obra de teatro, su marido y su criada aprovecharon para tener sexo. Lo que no sabían era que Maribel se había quedado y, cuando los pilló, los mató con una de las escopetas de caza que pertenecían al hombre.
Un mal regusto se formó en el interior de Almudena. Solo de recordar la cabeza destrozada del señor Araujo o la espalda de la criada, donde se podían ver perfectamente los ocho agujeros de bala dejados, sintió su ser revolverse lleno de malestar.
—Pe…pero, ¿cómo es posible que pasara eso? —dijo perpleja mientras asimilaba esos macabros datos—. Se suponía que el crimen se quedó sin resolver.
El parapsicólogo sonrió con cierta malicia. Llevaba sus gafas puestas, lo cual le daba un toque interesante y sofisticado que no podría ser más atrayente para Almudena.
—Bueno, resulta que en la biblioteca del barrio hallé una curiosa nota guardaba en uno de los viejos libros de las estanterías de arriba. Pertenecía al inspector que llevó el caso y, bueno, era hermano de la esposa del señor Araujo. Él se ocupó de encubrirlo todo.
Los ojos de la chica se abrieron de par en par al oírlo.
—Madre mía, ¿cómo lo supiste? –Ahora, estaba fascinada con todo el asunto.
—Bueno, algo raro ya olía el tema cuando ves que el inspector que lleva el caso y la mujer de una de las víctimas son familia, así que solo tuve que indagar aquí y allí para reunir las pistas.
Sonó un poco fanfarrón al decir todo eso, cosa que no le gustó a Almudena, pero tampoco podía negar que la labor de investigación hecha debió de ser exhaustiva y dura, así que entendía el pequeño tono de orgullo del hombre.
—En fin, parece que la cosa no ha acabado mal y todo gracias a tu plan —le dijo mientras se ponía en pie.
—Pues sí, habría sido terrible que ese fantasma te hubiera hecho daño —comentó Guillermo mientras acariciaba su pelo con suavidad.
Ese leve gesto fue suficiente para que se mirasen y que la vergüenza hiciera acto de presencia. Apartaron sus miradas, muy alterados, sin poder creer lo que habían hecho la noche anterior. Era verdad que no tuvieron otra alternativa, dadas las circunstancias, pero eso no quitaba que habían tenido sexo y ahora, no era fácil encarar la situación.
Almudena permanecía con la vista apartada hacia otro sitio cuando entonces, reparó en algo.
—¡Diego! —exclamó sorprendida y salió corriendo de la habitación.
—Almudena, espera —la llamó Guillermo, pero ella no le hizo caso.
La chica corrió de una punta del pasillo a la otra. Estaba oscuro, pero al ser de día, se intuía un poco mejor todo, evitando así tropezar con lo que hubiera. Para cuando llegó al comedor, no se creía lo que veía.
Diego roncaba feliz sobre el sillón. Tenía los pantalones bajados y su polla estaba flácida. Al verlo en ese estado, Almudena no pudo evitar poner cara de disgusto. Guillermo llegó detrás, dando zancadas y lleno de preocupación.
—Menos mal, se encuentra bien —comentó aliviado.
—Sí, se le nota de putísima madre —habló jocosa la chica.
Se aproximaron hasta llegar a su lado. El parapsicólogo se acercó para ver su estado, pero, por como roncaba, no parecía notarse ningún daño.
—Creí que estaría peor —dijo Almudena.
—No tiene por qué —expresó con su habitual elocuencia Guillermo—. No todos los espíritus son violentos y quieren hacer daño a la gente. El fantasma de la criada tan solo se limitó a absorber la energía de tu amigo, pero sin intención de matarlo. Tan solo se encuentra muy cansado, eso es todo.
—¿Y va a despertar? —preguntó la chica mientras miraba a su amigo roncando.
—Solo hay una forma de averiguarlo.
Acto seguido, el hombre le soltó una buena bofetada en la cara a Diego. Este, nada más recibir el golpe, se revolvió asustado, dando incluso un pequeño bote, e inclinándose hacia delante.
—¡Hostia puta! —gritó muy nervioso—. ¿¡Pero qué coño pasa?!
Almudena se asustó un poco, aunque no tardó en calmarse al ver que Diego se encontraba bien. El chaval miró a los dos extrañado, al tiempo que se acariciaba la mejilla dolida.
—¿Que hacéis vosotros dos aquí? —preguntó confuso— ¿Y la rubiaca que me estuve follando?
Su amiga se limitó a encogerse de hombros mientras que el parapsicólogo decidió esclarecer el entuerto.
—La rubiaca hace mucho que se marchó. —El comentario sonaba decepcionante—. Era solo un fantasma y nosotros estamos aquí porque te andábamos buscando. Ya es de día, por cierto.
La explicación no pareció dejar muy conforme al muchacho, quien se arrebujó en su asiento mientras aspiraba un poco de aire, mostrando su disconformidad con lo ocurrido.
—¿Y vosotros dos donde puñetas habéis estado toda la noche?
La pregunta iba dirigida a ambos, pero los ojos del chico se posaron sobre su amiga, quien se retrajo un poco al notar la forma en la que la miraba. Sintiendo su apremiante ansiedad, no dudó en responder:
—Pues…nos encerramos en una habitación… —Le costaba horrores hablar—. Había otro espíritu y…nos quedamos allí toda la noche. Fue muy horrible, tío.
Creyó que había sido una buena explicación, pero cuando vio como Diego arqueaba una ceja, supo que algo sospechaba. Con todo, prefirió ignorarlo.
—¿Es una cámara GoPro eso que llevas? —intervino de forma oportuna Guillermo.
Para Almudena, eso hombre se estaba convirtiendo en algo así como su héroe.
—Ah, sí esto, lo usé para grabar la exploración de la casa —comentó con sorpresa Diego al ver a lo que se refería.
—Todavía sigue grabando —le señaló el parapsicólogo.
El chico se quitó la cámara y observó que así era. En ese instante, su rostro cambió.
—Ostras, eso significa que ha grabado lo que hicimos la fantasma y yo…
Se quedó callado por un momento. Almudena pensó que a lo mejor estaría preocupado por lo que pudiera ver. Estaba claro, después de todo, que había vivido un momento traumático y, verlo de nuevo en video, no sería agradable. Claro que eso era lo que ella creía.
—¡Joder, si! —gritó mientras se ponía en pie. Los otros dos se asustaron ante tan espontanea reacción— ¡He grabado a un fantasma! ¡En cuanto lo suba a Youtube me forro!
La muchacha no sabía que decir. Era evidente que su amigo muy bien de la cabeza no andaba.
—Espera, espera –le detuvo Guillermo—. Si quieres te compro la grabación. Podríamos sacar un buen pico de esto.
Diego lo miró con cierto desprecio. Estaba claro que al chaval se le estaba subiendo las ansias de fama a la cabeza. Se carcajeó ante su propuesta.
—Ni de coña, tío —expresó con desprecio—. Yo esto lo subo a Internet y cuando la gente flipe, concederé entrevistas. Además, que lo pienso registrar con copyright. Solo yo sacaré tajada de esta grabación.
Su manera de exhibirse le pareció despreciable a Almudena. Lo cierto era que, en esos momentos, estaba más bien ridículo, sobre todo, cuando empezó a andar.
—Diego, levántate los pantalones —le dijo disgustada.
El chaval, nada más ver como se hallaba, se tapó sus partes íntimas con las manos. Luego, se arrastró de forma ridícula hasta detrás del sillón y se los terminó de poner. Tras esto, decidieron salir de la casa.
Ya fuera, Almudena y Guillermo se miraron. Estaba claro que las cosas entre ellos no habían acabado, mas tras lo que experimentaron la noche anterior. La chica no tenía ni idea de que les pasaría a continuación, aunque solo de pensarlo, se moría de las ganas por averiguarlo.
—Bueno, parece que la cosa no ha terminado tan mal —habló Guillermo.
—Pues sí, la verdad es que ha sido una experiencia terrorífica e increíble —convino la chica.
Se notaba la incomodidad entre los dos, algo de lo que Diego parecía ser consciente.
—Almu, deja de cuchichear con tu novio y vamos, ¡qué tengo que subir esto a la Red ya! —le gritó desde lejos, pues ya iba bastante por delante.
La chica suspiró abochornada. Su amigo era lo peor. Lanzó una última mirada al parapsicólogo, cuyos ojos refulgían radiantes tras las lentes de las gafas. Le encantaban.
—Bueno, cuando quieras volver a esta casa, ya sabes a quien llamar —comentó con cierto toque de despedida y un regusto de tristeza.
—No creo que vuelva por aquí —dijo bastante inquieto—. Ya he tenido suficientes fantasmas y poltergeist. Creo que ahora me dedicaré a estudiar ovnis, a ver qué tal se me dan los alienígenas.
El comentario hizo sonreír a Almudena.
Estaban a punto de irse cada uno por su lado, cuando Guillermo le tendió algo. Almudena se extrañó y cuando lo cogió, vio que se trataba de una tarjeta. En ella, venía su nombre, la redacción de la revista para la que trabajaba, un número de teléfono y un correo electrónico.
—Lla…llámame por si te acuerdas de algo —le propuso—. Podríamos quedar y hablar de ello, así que nos irá bien a los dos. A ti para pasar mejor el trauma y a mí porque me servirá tu testimonio para el reportaje que tengo que escribir.
Almudena se quedó parada allí mismo como si el universo se acabara de detener. Incluso los gritos de Diego, que todavía seguía llamándola el muy pesado, le resultaban lejanos. El apuesto parapsicólogo le había propuesto una cita. No se lo había dicho de forma clara, pero era evidente lo que pretendía. O eso era lo que ella al menos pensaba.
—Oye, yo me largo. Tu misma —le gritó Diego, ya dándose por vencido.
Enseguida volvió en sí y sin pensarlo, le dio un beso a Guillermo, asegurándole de ese modo que no dudaría en llamarlo. Tras eso, se fue corriendo tras su amigo. Se giró una última vez para ver al parapsicólogo, quien alzó el brazo para despedirse de ella. Hizo lo mismo.
En el camino de vuelta, Almudena no dejaba de mirar la tarjeta. No paraba de pensar en lo que significaba para ella y eso la ponía de los nervios.
—No lo vas a llamar —dijo fastidioso su amigo Diego.
Le molestó su comentario, pero prefirió ignorarlo.
—Tu cállate —fue su única respuesta.
Volvió a mirar la tarjeta. En su mente, se preguntaba si tomaría la decisión. ¿Lo llamaría o no?
Epilogo
Por supuesto que lo llamó. Y quedaron para hablar de lo que les ocurrió y después, para irse a follar al piso de Guillermo. A partir de ese día, los dos iniciaron una relación.
Para Almudena no fue fácil en un inicio, ya que no pudo mantenerlo en secreto y se vio obligada a presentárselo a sus padres. No solo la diferencia de edad supuso un problema, sino también a lo que Guillermo se dedicaba. Resultó bastante embarazoso durante la primera cena cuando se puso a explicar los primeros casos en los que anduvo metido. Eso sí, los rostros de incredulidad de sus progenitores mientras lo escuchaban, la hicieron partirse de risa. Quitando eso, todo lo demás les iba bien. No perfecto, pero bien.
Diego no se hizo famoso. El video estaba borroso y solo se escuchaban sus placenteros gemidos. Una pena.
En cuanto a la casa de los Araujo, ningún insensato se ha vuelto a acercar a ella desde ese día, pero los rumores e historias sobre misteriosas apariciones y sucesos extraños continúan aterrorizando a la gente.
Y lo harán por mucho tiempo.
Dross*: Famoso youtuber venezolano que hace video sobre temas misteriosos y terroríficos. A veces, muestra metraje de exploraciones en casas o lugares abandonados donde tienen lugar supuestos fenómenos paranormales.