Especialista de la Mente: Cap.7: Macho Alfa
Llega el momento de la verdad, el cara a cara de nuestro protagonista con Roberto, con Gabriela y Carmen en el meollo, ¿cómo solventarán la coyuntura? ¿Qué sucederá en dicha casa? ¿Conseguirá que le salga bien lo plenado a nuestro prota o tendrá que lidiar con imprevistos... sexuales?
Nos recibió Carmen vestida de forma parecida a la de su visita a mi casa, con falda tobillera y blusa abotonada hasta el cuello. Esta mujer no sabía ni relajarse en su propia casa. Después de los saludos de rigor dejamos nuestras bolsas apiladas en el hall de entrada, pues la explicamos que veníamos directos de pasar el día de compras, y nos acompañó al salón, donde se encontraba su marido sentado en un sillón con una cerveza en la mano mirando lo que parecía ser un encuentro deportivo en la televisión. Cuando ella anunció nuestra llegada él, parece que a regañadientes a juzgar por sus gestos, se levantó para saludarnos. Al principio, aunque giraba el cuerpo hacia nosotros, mantenía la mirada en el partido, y no fue hasta que reparó en Gabriela a mi lado que desatendió por completo la televisión para pasear la mirada por todo el cuerpo de ella, lo que me produjo un escalofrío en toda la columna. Ella, a todo esto, mantuvo impertérrita la misma sonrisa en su cara, como si no se hubiera dado cuenta, aunque sí que lo hizo a juzgar por cómo me apretó un momento más fuerte el brazo del que me agarraba al pasar. Carmen desvió la mirada, visiblemente abochornada.
Roberto apagó el televisor y echó el mando a distancia sin cuidado en su sillón para acompañarnos a una mesa grande que estaba en un lateral del salón, la que me imagino de las ocasiones especiales, con capacidad de hasta 8 comensales viendo sus respectivas sillas alrededor de la misma. Nos sentamos en parejas, enfrente nosotros de ellos, y Gabriela puso entonces los pasteles en medio, desenvolviéndolos diciendo que eran de nuestra parte de su pastelería preferida. A Carmen parece que le gustó el gesto viendo como suavizó su rictus, no sé si por los pasteles en sí o por el hecho de que pareciera que habíamos investigado sobre sus gustos para favorecerla. Se levantó de inmediato para ofrecernos café, a lo que tras un sutil toque mío a su muslo Gabriela se levantó para ayudarla a traerlos. A Roberto, que había ignorado los pasteles y no dejaba de mirarla fijamente, aquello no le gustó y se le vio notablemente contrariado. Sólo entonces empezó a hacer caso de ellos, comiendo dos casi del tirón y creo que sin masticar, mientras que empezaba a hablarme del deporte que hasta ese momento había estado viendo.
Me fijé en qué pasteles estaba comiendo y me congratulé cuando vi que sólo cogía de los edulcorados, que eran de los que más les gustaban. Menos mal que no reparé en gastos y compré de sobra porque tenían que llegarle a Carmen y él seguía comiendo, sin importarle hablarme con la boca llena. Entre eso, los pantalones bermudas de andar por casa y la camiseta de tirantes que llevaba la verdad es que era una combinación increíble, sobre todo teniendo como tenía visita concertada, que no es cómo si hubiéramos ido fruto de la improvisación. Si juntamos eso con el trato que le había prodigado a mi compañera, más lo que sabía por Claudia, el resultado era que no podía caerme peor ni aunque se lo hubiera propuesto. Si aún podía tener pensamientos en retenerme en el enfoque final del plan él los estaba derribando de una sentada. Iría con todo hasta el final.
Estaba pensando en ello mientras le veía seguir engullendo más pasteles cuando escuché el ruido de romperse algo de cristal y la petición de disculpas de Gabriela. Al grito de Roberto sobre que qué había pasado la respondieron que no nos preocupáramos, que sólo se había roto un vaso y que lo recogería en seguida. Me costó evitar que una sonrisa se asomase a mi rostro al escucharlo, sabía que ella no me fallaría. También sirvió para que Roberto hiciera una pausa en su degustación y pasase a hablarme de mujeres, cada vez con la lengua más y más suelta. A los pocos minutos volvieron las mujeres con cuatro tazas de café humeantes. Cuando me sirvieron el mío pregunté a mi pareja si el café estaba a mi gusto, a lo que ella me respondió asintiendo y diciéndome que estaba todo como él quería, lo que venía a significar, tanto mi pregunta como su respuesta, que había seguido mi plan e iba por buen camino con lo que había conseguido introducir el otro juego de pastillas en el café.
- ¿Ves? Un ejemplo de ese tipo de mujeres es Carmen, aunque sea mi mujer y esté mal visto, pero cojones, la verdad es la verdad, ¿o no? – Me espetó Roberto, logrando que volviera a atender a su conversación, sorprendiéndome por el giro dado.
Al escucharle observé de un rápido vistazo la cantidad de pasteles que faltaban en la bandeja y lo entendí. Con ese número, y encima sin diluir por ningún líquido, la droga que estaba espolvoreada le había empezado a bloquear sus funciones de control mentales, soltándole la lengua, diciendo todo lo que se le pasaba por la cabeza sin cortapisas ni poder medir las consecuencias. Carmen, a su lado, le miraba boquiabierta mientras seguía hablando sin control alguno:
- Si mi mujer fuera tan ardiente como tu chica otro gallo cantaría, pero mi mujer es una frígida que sólo se acuesta conmigo una noche a la semana y siempre tumbándose en la cama cual maniquí, con las manos a los costados y los ojos cerrados, sin ni siquiera quitarse el camisón. – En ese punto Gabriela se había llevado una mano a la boca, movimiento que Carmen leyó como de bochorno ante lo que oía pero yo, desde mi posición, pude observar que era para camuflar una sonrisa. Noté como Carmen empezaba a comer también de su parte de pasteles, aunque a un ritmo más pausado. Mientras él continuaba su diatriba.
- Es que, joder, tú me entiendes, ¿verdad que sí? Con semejante pibón como novia tienes que entender de lo que hablo, ¡maldita sea! – Soltó levantando la voz y dando un golpe en la mesa, lo que hizo que tintinearan las cucharillas dentro de las tazas de los cafés. Hecho que le hizo darse cuenta de ellos y se bebió el suyo casi de un sorbo, lo que me hizo sonreír y decidí participar en la conversación soltando la bomba de golpe.
- A ver, Roberto, yo te entiendo… ¿por eso buscabas las crías del instituto? ¿Por ella?
En ese momento Carmen casi se atraganta, pero en sus ojos leí que no le pillaba de sorpresa lo que escuchaba. A Roberto ya en ese punto le daba igual todo asique siguió hablando ignorando a la avergonzada mujer al lado suyo, quien retomó la ingesta de pasteles después de darle un sorbo a su café.
- ¿Crías dices? ¡Ja! En referencia al sexo ellas saben álgebra y latín. Nos dan mil vueltas. Nada como esta puritana – dijo señalando a Carmen con desdén sin tan siquiera mirarla – Menos mal que Esteban, mi antiguo maestro en la ciudad, me dio varios consejos al heredar su puesto como docente, la lástima es que tuviera que venir a ocupar el puesto en este pueblo al casarme con… ella – dijo esto último como si escupiera.
No pude pasar por alto el sobresalto que tuvo Gabriela a mi lado cuando escuchó ese nombre, ni cómo perdió momentáneamente el color. Por un lado estuve tentado de proseguir por esa vía el interrogatorio, pero lo descarté para, una vez más, dejar para otro momento la conversación sobre su pasado. Además, si el tal Esteban estaba en otra ciudad nada podía hacer ni aunque quisiera, por lo que proseguí con el plan. Observé a Carmen y deduje que dentro de poco la droga empezaría a hacerla efecto, o más bien debería haberle empezado a hacérselo ya, ¿no hablaba porque no tenía nada que decir? ¿O era más bien porque tenía mucho que callar y aún le funcionaba lo suficiente el control mental para no abrir la boca? Esa duda se me hacía interesante, pero decidí dejar ver cuanto autocontrol podía mantener y proseguí presionando a Roberto.
- Entonces, ¿cuántas chicas han pasado por ti en el instituto? ¿Las premias o algo o las tienes chantajeadas? Porque seguro que alguien tan listo como tú habría guardado grabaciones de lo que pasaba, si no… ¿cómo podría creerte? Podría no ser más que bravatas sin fundamento – le dije, esperando que seguro saltase ante mi acusación, como así hizo.
- Pues claro que sí, ¿por quién me tomas? Están en el pc de aquí en casa. La tonta de mi mujer no entraría en él y menos aún abriría una carpeta que pusiese “ejercicios prácticos de álgebra”, ¿verdad? – dijo con una expresión de satisfacción total en su cara. Estaba claro que se consideraba el más listo de todos. – Además, también tengo copia en mi ordenador portátil, que llevo siempre conmigo en mi maletín de trabajo – terminó soltando una risotada de muy mal gusto.
Al terminar de decir esto Gabriela se marchó del salón pidiendo permiso para ir al baño, aunque ya sabía que era lo que iba a hacer. Verla dirigirse primero hacia el hall confirmó que iba a coger lo que habíamos comprado en la tienda de informática de camino aquí. Mientras observaba la escena, dividiendo mi atención entre los movimientos de Gabriela y calculaba mentalmente lo que habían tomado en cuestión de pasteles y café nuestros dos anfitriones, pregunté casi por encima sin detenerme a pensar en ello.
- Pero entonces, ¿por qué te casaste con Carmen? – Aunque me importase bien poco su respuesta, al llegar ésta hizo que mi atención volviera irremediablemente a la conversación.
- ¡Porque se suponía que iba a heredar el pueblo! Pero en vez de heredarlo ella, y por consiguiente yo, de su padre el que fuera alcalde, como hija mayor, ¡lo heredó la puta de su hermanastra, que apenas es mayor de edad, la muy zorra! – Gritó cabreado, aunque el descubrir el caso de esa hermanastra, que además parecía que era la alcaldesa, despertó mi curiosidad, a la par de que, por primera vez, logró que Carmen participase en la conversación.
- No hables así de ella, es una buena persona, y tiene 25 años ya – contestó visiblemente disgustada, lo que no había pasado con el insultante desprecio que profería su marido hacia ella.
- Tú te callas. Te niegas a ver lo que tienes delante de tus narices. Te digo yo que esa puta le chupó la polla a los viejos de este pueblo, sólo así se entiende que la eligieran a ella antes que a alguien como yo. – Al soltar esa perla de sabiduría suya me costó no reírme a carcajadas. Como bufón no tendría precio. Desde luego valdría la pena encontrar a esa alcaldesa si había contrarrestado con éxito a su cuñado. Decidí seguir esa vía, aprovechando que seguro que Carmen tendría la lengua ya suelta como él.
- Entonces, Carmen, no sabía que tenías una hermanastra, ¿cómo es?
- ¿Mi Eva? Es un sol de niña. Bueno, niña no, ya es toda una mujercita. Ojalá tuviera la suerte de encontrar un buen marido, no como yo – susurró esto último, pretendiendo que no lo escuchase su marido, pero sí lo escuchó, sí, y explotó de inmediato.
- ¿Qué dices, zorra? Eres tan zorra como tu hermana, con la diferencia que ella lo sabe y lo utiliza en su beneficio mientras que tú te escondes bajo indumentarias de monja de clausura, sólo te falta el gorrito blanco para parecerlo. Y de Evita déjame decirte que corre el rumor de que le va más el marisco que un buen filetón, no sé si me entiendes – terminó con una falsa sonrisa, como si hubiera soltado una refinada metáfora en vez de algo tan insultantemente soez.
Cansado ya de las burradas que soltaba por su boca me decidí en probar suerte y saber si la segunda droga había funcionado y le ordené con voz autoritaria que se callase y se estuviera tranquilo en su silla. Él, tras mirarme y parpadear un momento, cerró la boca y se relajó visiblemente ante mis ojos, pero como Carmen estaba mirando a su propia taza de café no se dio cuenta de lo que ocurría, simplemente siguió hablando, creo que más para sí misma que para los que escuchábamos.
- Tú no lo entiendes, Eva tuvo que soportar muchos desplantes. Era la hija que tuvo mi padre con su secretaria, aunque sólo lo reconoció cuando mi pobre madre murió. Después de que él decidiera hacerlo público la adoptó, pero no se casó con su madre. Más adelante, tras ser acosada en el pueblo como seductora de maridos y tampoco poder mudarse sin desprenderse de Eva, quien había pasado a vivir en la mansión principal, optó por la salida más triste de todas, el suicidio. Y en la nota del suicidio supimos que no hubo tal seducción, que fue violación. Y que después de violarla la tuvo bajo estrecha vigilancia para que no abortase cuando se enteró del embarazo. ¿Lo entiendes? ¡Mi padre era escoria! ¡El sexo es pecaminoso! ¡Eva nunca haría eso de lo que la estás acusando! – gritó esas últimas frases a su marido, sin enterarse de que él no podía contestarla, aunque sí la miraba prestándola atención.
Yo ya había entendido la situación, la cual me sorprendía bastante. Por un momento pensé que me encontraba inmerso en alguna especie de telenovela al escuchar sus historias. Lo que sí empezaba a tener claro es que Carmen quizás no era tan culpable como había creído en un principio. Decidí indagar un poco más, pues a lo mejor tenía que modificar mis planes iniciales.
- Carmen… siento mucho lo que estoy escuchando. Disculpa te pregunte… ¿a qué edad supiste…? – No terminé la pregunta cuando ya me estaba respondiendo.
- Oh, cierto, tú no eres de este pueblo. Mi madre era la alcaldesa del pueblo, y el pueblo crecía espléndidamente... ella fue quién creó el instituto diciendo que nuestros jóvenes tenían que estudiar aquí y no en la ciudad o al menos tener la opción a hacerlo. Creó más cosas pero el instituto fue su gran obra… todo para que gente como él… haga… - ahí amagó con perder el hilo de la conversación, por lo que tosí adrede y ella reaccionó continuando su historia.
- ¿Por dónde iba? Ah, sí. Mi madre, cuando yo iba al instituto, de repente empezó a perder su vitalidad. Parecía mentalmente agotada y físicamente enferma, aunque todos los chequeos le salían correctos salvo puntos bajos de diversas vitaminas, pero los suplementos vitamínicos no la funcionaban… hasta que, cuando yo tenía dieciocho años, ella simplemente murió. En cuestión de un año parecía haber envejecido treinta y una mañana sólo no despertó. Su corazón se le detuvo. El mes que viene hará veinte años del suceso. No pasó ni una semana cuando mi padre apareció con Eva de su mano en la mansión anunciándonos su paternidad. Aún hoy puedo sentir como si fuera ayer el shock que me produjo. Siete años después concertó mi matrimonio con Roberto, el pupilo de su amigo Esteban, para que me casase con él y dejase de ser una mala influencia para Eva, o eso me decía. Además así Roberto entraría en el pueblo con buen pie, ocupando el puesto de profesor y más adelante el de director del instituto y alcalde del pueblo cuando él muriera, buscando que fuese su sucesor a falta de un heredero masculino.
- ¿Pero entonces por qué sigue anclado a su puesto de profesor y no lo consiguió? – pensé en voz alta, pero ella, creyendo que la hacía una pregunta, me contestó con franqueza.
- Porque Eva es más inteligente de lo que la gente cree. Todos la miraban al principio con pena y lástima cuando su pasado se difundió, ya conoces los pueblos pequeños y lo rápido que vuelan los chismes. Eva, cuando tuvo suficiente edad parar entender todo, lo utilizó para acercarse a las mujeres de los terratenientes, pero aunque ellas creían que lo hacía buscando el amor maternal que no tuvo en la infancia, la realidad era que fue un movimiento calculado. Ella no lo sabe pero muchas de esas mujeres pertenecen al APA y yo sí vi sus movimientos en la sombra, pero entre ella y lo que sospechaba entonces que era mi marido… no había opción mejor que ella – al decir esto último el aludido tenía los ojos abiertos con asombro, mirándola con odio, pero no podía hablar ni moverse por mis órdenes, lo que me alegró observar. Ella prosiguió hablando:
- Dichas mujeres recibían consejos acertados de Eva, demostrando interés en sus vidas y ayudándolas. Entre eso y mi apoyo en las reuniones del APA se fue forjando una alianza, la cual antes de ellas mismas se dieran cuenta terminó de fraguar cuando mi padre, que había heredado la posición de mi madre de alcalde y casi lleva el pueblo a la ruina, anunció que estaba muy enfermo y proclamó que Roberto, su yerno, era su elegido. Entonces explotó el plan de Eva, las mujeres convencieron a sus maridos para que se opusieran, que a pesar de ser su yerno era un extranjero, que de hecho él también lo era, y que hubiera como mínimo elecciones. Las hubo y Eva arrasó con mayoría absoluta. Eso pasó hace cinco años, lleva siendo alcaldesa desde sus veinte, y el pueblo empieza de nuevo a florecer bajo su mandato. Mi padre murió con el resultado de las elecciones, parece que su cuerpo se negó al resultado. Eva introdujo como sus ayudantes a varias hijas de las mujeres de los terratenientes que más la apoyaron, quizás por eso han surgido esos rumores de… pero no, eso no es posible. Ella estoy segura de que no se ha dejado arrastrar por ese sexo pecaminoso, ella encontrará un buen marido gentil, se casará y tendrá hijos.
Escuchándola hablar se me vino de repente una idea a la cabeza. Tan pronto como lo pensé me pareció que mi razonamiento era acertado y la preguntó sin titubear.
- Carmen, tú… ¿has llegado alguna vez al orgasmo? – consiguiendo que ella tiñese de rubor sus mejillas y que Roberto desviase ahora su mala mirada a mi persona, parece que no le gustó que dudase de su hombría.
- Esto… yo… no lo sé, sólo he sentido al principio dolor y luego malestar cuando él introduce su pene en mi interior. Luego al poco él suelta eso dentro de mí y así cada semana. No entiendo eso que dice todo el mundo que el sexo da la felicidad, a mí sólo me produce irritación en esa zona durante unos días después del acto.
Decidí ignorar las miradas que nos lanzaba a Carmen y a mí desde su silla, no fuera a ser que las miradas quemasen de verdad, y procesé lo que había escuchado hasta el momento. Deduje que la droga ya la había hecho pleno efecto, pues esa conversación no la habría dicho en su sano juicio nunca ni bajo tortura, y también que su marido no la satisfacía. Hablando en plata, en el diccionario de expresiones al lado de “mal follada” debería estar su imagen y biografía. Entre eso y lo que sabía de su padre, no me extrañaba nada que fuera tan contraria a todo el tema sexual, como si fuera algo tabú y del demonio. Al principio creí que sólo era una beata ultra católica que decidía ignorar y perdonar a su marido pero el problema era más profundo que todo eso. Pensando en eso una idea germinó en mi cerebro y no pude evitar que una sonrisa malvada se me formase en el rostro. De repente la cura para Carmen y el castigo para Roberto se me antojaban claros como el agua. Era hora de saber si la otra droga había hecho también efecto en Carmen. Miré su taza y vi que se había bebido todo el café con lo que la ordené, con la misma autoritaria voz que a Roberto, que se callase y se quedase tranquila en su silla. Al comprobar con satisfacción como abría los ojos, pero continuaba obedeciéndome, pasé a ordenarles a los dos que me esperasen sin moverse ni hablar hasta que yo volviera, y con esta última orden me marché dejándoles ahí a los dos, sintiendo sus dos pares de ojos fijos en mi espalda.
Una vez salí del salón llamé a Gabriela y acudí a la habitación de la que provino su voz, viéndola atareada con el pc y el portátil de Roberto junto con un aparato enchufado a ambos y a la vez a nuestro disco duro externo. A mi muda pregunta ella me explicó que no había mentido al hablar de dichas carpetas y que ni siquiera tenían contraseña, pero que eran vídeos tan pesados que aún faltaba casi una hora para que finalizase el volcado de datos. Yo asentí, me apoyé en una esquina del escritorio, con cuidado de no tocar ningún cable ni nada parecido, y la resumí lo que había escuchado tras su marcha así como mis conclusiones. Ella me miró con atención y cuando me escuchó un brillo especial asomó en su mirada, supe entonces que había imaginado lo que se me había ocurrido, pero aún parece que quería escucharme decirlo.
- Entonces, ¿qué piensas hacer ahora que has descartado a Carmen como cómplice? – me preguntó, creo intuir que con ironía.
- Fácil y sencillo. Nos la follaremos delante de su marido y haremos que se corra del gusto, no una ni dos, sino varias veces sin darla descanso ni tregua. Hoy acabaremos con todos esos falsos mitos de su cabeza.
Noté que le brillaron aún más los ojos, sonriendo de verdad por primera vez desde que llegamos, cuando escuchó el plural en mis planes, dejando en claro que ella participaría. A estas alturas tenía claro que ella tenía una vena dominante bastante más intensa de lo que creí al principio de conocerla, y esta era la situación perfecta para que se desfogase cuando quisiese. Por mi parte sólo disfrutaría con la parte que me toca. Había dejado volar la imaginación en lo que pasaría en un rato cuando Gabriela me sacó de mi ensimismamiento insistiendo:
- Pero habrá suficiente tiempo, ¿no? ¿Qué potente es esa droga que me hiciste poner? ¿Hasta dónde llega su efecto? – Indagó casi con miedo a meter la pata por preguntar. Decidí ser sincero y responderla.
- Es una droga que mi amigo químico desarrolló a raíz de otras ya creadas. ¿Sabías que los zombis, al principio, sólo eran personas que habían tomado una droga que las inhibía de sus personalidades y les dejaba moviéndose como personas sin alma? De ahí arrancó su proyecto. Esta droga se asegura que las personas de mente débil puedan ser subyugadas por alguien autoritario, dictaminando al cerebro que siga las órdenes que reciban. Por eso el uso de la primera droga que les impedía el control de sus mentes, favoreciendo que la segunda actuase correctamente. No quería dejar nada al azar y parece que todo ha funcionado a la perfección. El tiempo varía pero deberíamos tener al menos un par de horas de libertad, además de que siempre podía ordenarles tomar más pastillas si me viera en la necesidad.
- Pero eso es… - la corté de raíz al ver por dónde iban sus pensamientos.
- Escúchame, esto de hoy no me interesa. Quizás la primera sí, es divertido ver cómo la gente puede sincerarse cuando no tiene control de lo que dicen. Pero definitivamente no es de mi gusto el quitarles su libre albedrío y obligarles a que me obedezcan. Eso no va conmigo. Lo tengo como medida de seguridad, por si alguna vez tuviera problemas poder tener una posible vía de escape, pero lo de Roberto ha sido una excepción que él mismo me ha obligado a utilizar, y las pocas dudas que tenía se han disipado tras escucharles hoy a los dos.
- Qué… ¿qué piensas hacer con ellos cuando termines? – Me preguntó lo que esperaba, pero sin atreverse a mirarme en los ojos. A este momento quería yo llegar, pero quería que ella se mojase, asique la contesté rotundamente.
- Carmen es redimible, no tiene la culpa de todo su pasado y no tener una guía apropiada, primero bajo el violador de su padre y luego tras el abusador de su marido. Además creo que podría usarla como vía a conocer a su querida hermanastra, tengo ganas de conocer a Eva. Obviamente todo dependerá de cómo reaccione a la sesión que la espera, pero no creo equivocarme en mi apreciación.
- ¿Y con él? – dijo, y esta vez sí me miró a los ojos. La respondí sin titubear.
- Primero sufrirá cómo le crecen los cuernos delante de él, además le joderá el doble al saber que es capaz de sentir placer y disfrutar con su cuerpo cuando él la trataba como poco menos que a una muñeca hinchable. Y después de eso… cuando todo acabe, la decisión final será tuya.
- ¿Mía? – Inquirió con un hilo de voz.
- Sí, tuya. Si quieres que muera morirá. Puede suicidarse con el método que tú elijas, a mí no me importa. Ya te dije que no puede haber dos lobos en un gallinero ni dos leones en una manada. No tendré remordimientos al respecto.
La dejé que le diera vueltas al tema unos segundos pero la detuve cuando iba a contestar, indicándola que era una decisión para otro momento más adelante, ahora teníamos otro asunto entre manos al que teníamos que hacer frente primero, e insistí en que la quería centrada en ello. Observé que, tras un instante de meditación, volvía la sonrisa que ansiaba ver en su rostro, la cual envidiarían hasta las más diablesas del infierno. Si no supiera que se trataba de hacerla descubrir el placer podría sentir pena por Carmen de lo que la esperaba. El punto final para Roberto podía esperar… de hecho quería que esperase. Era una decisión para que yo tomase, no ella, y era otro punto al que quería llegar, que ella me lo dejase a mí. En cuanto a matarle o simplemente exiliarlo aún no lo había decidido, lo resolvería sobre la marcha.
Valoramos si esperar a terminar de pasarse los datos o ir directamente, pero en vista de que aún quedaba para un rato lo mejor sería empezar cuanto antes. Además, en la casa no había nadie que pudiera interrumpirnos asique nos fuimos para el salón, donde ellos seguían sentados esperándome, lo que me dio a entender que la droga seguía funcionando. Sólo sus ojos nos seguían a los dos, los de Roberto con ira sin camuflar y los de Carmen con miedo. Pregunté a Carmen que dónde se guardaba el alcohol y me contestó que en el armario a la derecha del televisor. Lo abrí y comprobé que tenía el típico estante que hacía de mueble-bar con un espejo al fondo, aparentando que había más botellas de las que en realidad tenía. Al preguntarla si ella bebía me sorprendió que solía tomarse un whisky en los momentos previos a cuando su marido le haría el amor buscando embarazarla. La miré con el rabillo del ojo viendo que se había ruborizado al decirlo.
Cogiendo el chivas 12 años que vi en la zona de atrás le pedí a Gabriela que fuera a por tres vasos con hielo a la cocina, procurando que fuesen anchos y no de tubo. Odiaba servirme las copas en vasos de tubo, y más cuando eran de calidad como en este caso. Me acerqué con él a la mesa y, arrastrando a propósito la silla colocándola al lado de ella, puse la botella en la besa, me senté, y la dije:
- Pues bien, hoy tomaremos el whisky pero no para hacer el amor. – Ante la mirada de ella, mezcla de miedo y de falta de entendimiento a lo que quería decir, la expliqué, acercándome más a ella y susurrándola al oído, aunque no tan suave como para que Roberto no lo escuchase también: - Carmen, hoy vamos a follar. A practicar sexo. Te introduciré mi polla en tu coño reiteradamente tan fuerte y tan profundamente que no podrás hacer otra cosa que suplicarme más y más. Le vamos a crear una cornamenta a tu marido que la que él te ha puesto a ti quedará en mera tontería. Y, créeme, lo disfrutarás. Te correrás una y otra, y otra vez. Gabriela y yo nos esmeraremos en ello.
Como la estaba mirando directamente a los ojos pude ir viendo los distintos estados emocionales por los que iba pasando sin pausa de uno a otro sin detenerse en ninguno en concreto, sin saber ni ella qué sentir. Pasó por la ira, la vergüenza, el asombro, la rabia contenida cuando mencioné los cuernos que su marido la había puesto… hasta detenerse brevemente en el estupor cuando dejé caer como si tal cosa mis planes de que Gabriela participase en mi búsqueda por su placer. Decidí que fuera preparándose mentalmente:
- Sí – la confirmé – Gabriela participará. Como sé que pudiste comprobar en tu visita a mi casa el servicio oral de mi novia es de lo mejor, pero no es exclusivamente en su servicio a hombres, como comprenderás cuando sientas su boca en tus zonas íntimas. – Vi que sintió a la vez tanto ira como asco, pero la corté de raíz.- No, no podrás negarte. Hoy tus prejuicios terminarán. Ella es mi novia, no es homosexual, pero hoy vamos a disfrutar del sexo, no a hacernos el amor y menos aún como estás acostumbrada por el inútil eyaculador precoz de tu maridito. Eso sí, él lo verá todo, créeme.
Cuando dije esto último dirigí mi mirada por primera vez a él, pudiendo observar que lo había escuchado todo. Tenía la cara completamente roja de la furia que sentía, aumentada sin duda por el no poder contestarme como seguramente quería. Yo lo sonreí mientras pasaba a hacer caso a Gabriela, que traía los tres vasos, los cuales dejé en la mesa a la vez que se sentaba en mi regazo. Serví una generosa cantidad en cada uno y la ordené que se tomase el suyo de una tacada mientras repetía mi brindis antes de hacerlo.
- ¡Por los próximos orgasmos, salud! – Expresé alto y claro vaciando el mío.
- ¡Por los próximos y necesarios orgasmos, salud! – Continuó Gabriela, modificando brevemente el suyo, sonriendo ampliamente y mirando a Carmen, que la tocaba su turno. Ella, sin poder negarse a mi orden, agarró su vaso y expresó claramente, con un tinte de vergüenza en su oración.
- ¡Por los próximos orgasmos, salud! – Y se bebió el contenido de una sola vez, tragando sin parar hasta vaciarlo para depositarlo en la mesa. Acto seguido vi que una chispa que antes no estaba aparecía en sus ojos, lo que me hizo sonreír.
Las palabras ahora mismo sobraban ya. Valoré brevemente si mudarnos a una cama, quizás la del matrimonio, pero lo descarté al instante. No, hoy tenía que romper los moldes establecidos, nada de tristes misioneros sin participación alguna, y me gustaría no llegar a tener que obligarla a participar, pero para eso debía de disfrutar. Sospechaba que una vez ella sintiese el placer de un buen orgasmo su personalidad y mentalidad cambiarían bastante. Borré a su marido por completo de mi mente y me centré en lo que tocaba. Agarré a Gabriela y la di un morreo de los de nota, siendo correspondido por ella de inmediato. Estuvimos así un rato hasta que me separé y la susurré que le tocaba a Carmen. Ella entendió, levantándose y, moviéndose muy lentamente, incluso sensualmente diría, se acercó a Carmen y la besó, aunque no me sorprendió que no fuese correspondido el beso, sólo se dejó hacer.
Cuando me miró, pidiendo instrucciones, sólo me serví otra copa sin contestarla. Lo entendió a la primera, lo noté porque se le iluminaron los ojos, la estaba dando las riendas de la situación y seguro que su parte dominante se regocijó por ello. Volvió su atención a Carmen y se sentó a horcajadas encima de ella, besándola de nuevo. Pero esta vez no se detuvo en sus labios, fue arrastrando la lengua y besándola por toda la cara, deteniéndose en el lóbulo de sus orejas. Luego pasó al cuello, haciendo hincapié para dejar huella en su camino. Sus manos no se habían estado quietas y habían ido acariciando desde el costado a su vientre, subiendo hasta sus pechos, donde ahora estaban amasándolos. Todo esto aún por encima de la ropa.
Mientras eso pasaba delante de mis ojos yo me recolocaba mi paquete por la pernera del pantalón lo buenamente que pude y una idea se me ocurrió. Me levanté, yendo a la cocina, y busqué lo que me interesaba. Cuando lo hallé regresé al salón, viendo que seguía ocupada con su cuello. La pasé lo que necesitaba advirtiéndola que no le quitase todo y Gabriela, sin contestarme, agarró las tijeras. Entonces la situó debajo de su cuello, en la punta de su vestido e, ignorando la mirada de pánico de Carmen, empezó a recortarlo en línea recta hasta pasar por poco la línea de sus pechos. Cuando se vio el sujetador lo cortó limpiamente por la mitad también. Después no prosiguió cortando, sólo las dejó encima de la mesa por si las necesitaban más adelante. Luego metió las manos en la abertura y ensanchó el agujero hacia los lados, dejándola libre acceso a sus senos sin tela que la importunase.
Una vez pudo sostenerlos con sus manos lo hizo, sospesándolos. Me preguntó que si me gustaba lo que veía, pasando entonces la mirada de Carmen a mi persona, esperando mi respuesta, a lo que respondí afirmativamente, que eran dos muy buenas tetas, logrando que se ruborizase al escucharme. Siguió inquiriéndome que si me gustaría probarlos, tocarlos y lamerlos, pero cuando la dije que claro que sí me lo denegó juguetonamente, diciendo que eran suyos, y se puso a hacer lo que instantes antes me ofrecía, agachándose para besarlos, pasando de uno al otro, masajeando el que se quedaba brevemente desatendido. Su lengua se centraba sobre todo en sus pezones, buscando obtener respuesta de ambos. Poco a poco sus atenciones veíamos que empezaban a alterarla, pues su respiración comenzó a volverse irregular. Yo decidí unirme a jugar, aunque en un papel secundario, y me acerqué a la espalda de Carmen, besándola el cuello por detrás y añadiendo mis manos a sus pechos, agarrándolos casi bruscamente, pellizcando sus pezones sin caricias previas, los cuales ya correspondían nuestras atenciones. Gabriela, que notó previamente mis movimientos, los había dejado a mi libre albedrío y se retiró de encima de ella, para agacharse justo delante.
Agarró de nuevo las tijeras, me miró pidiéndome permiso a lo que asentí brevemente, y empezó a cortar el vestido esta vez de abajo arriba, parando justo al llegar a su cintura. Las volvió a dejar en su sitio y reanudó sus atenciones. Agarró una de sus piernas, la descalzó, y muy lentamente fue bajándole su media hasta quitársela del todo, para empezar a besarla el pie desnudo, sin olvidar ninguno de los dedos. Luego fue pasando la lengua por toda su pierna, subiendo poco a poco, hasta llegar al interior de sus muslos, momento en el que se detuvo para hacer lo mismo con la otra pierna, mientras que yo seguía sin darle tregua a sus pechos, mientras pasaba de sus orejas a su cuello aleatoriamente, sin un ritmo fijo, pero sin perder de vista las atenciones de mi compañera.
En un momento dado me pareció que ella intentaba girarse, requiriendo un beso mío, pero me moví al otro lado de su movimiento decidido a ignorarla. Si no le correspondió el beso a Gabriela no iba a tener el mío primero. En ese momento ella parece que dejó las piernas ya por terminadas y acercó su rostro a la zona donde se cruza el interior de sus muslos. Pasó la lengua por encima de las bragas blancas que llevaba y sé que lo sintió por el gemido, bastante audible, que se le escapó. Azuzada por lo que había oído, la miró a los ojos y pasó a acariciarla con su mano, aún por encima de la tela, paseándola de arriba abajo y viceversa, hasta que en una de sus subidas la introdujo por dentro, masajeándola directamente en su piel. Ahí un estremecimiento acompañó su gemido y un rubor muy marcado correspondió a la mención de Gabriela de lo muy mojada que estaba. Pasó entonces a besarla la cintura, centrándose en su ombligo en el que introdujo su lengua, mientras que, simultáneamente introducía uno de sus dedos en su interior y yo la pellizcaba ambos pezones, ya completamente erectos. Ella respondió arqueando su espalda, hasta el punto que creí que le había venido un mini orgasmo, pero Gabriela no se detuvo para comprobarlo, pasando a mover su dedo follándola con él literalmente, con un ritmo bastante alto. En un momento dado la introdujo dos, sin cesar la velocidad, aumentándola si cabe, y al poco sí que no había ninguna duda de que le llegó el éxtasis por el grito que se la escapó. Yo sonreí y la susurré en el oído, bajando Gabriela el ritmo de su mano, que sólo estábamos empezando, mientras un par de lágrimas se la escapaban fruto de lo que imaginaba serían las sensaciones encontradas que sentía.
Vi como Gabriela sacaba los dedos y se relamía uno de ellos, saboreándolo. Luego se incorporó y me ofreció el otro, el cual degusté sin dudar. Luego nos volvimos a besar con pasión, delante justo del rostro rojizo de Carmen, la cual intentaba normalizar su respiración. Después me separé y repetimos el mismo paso de antes, pasando a besarla a ella, pero esta vez Carmen sí la correspondió, abriendo la boca y aceptando la incursión de la lengua de mi pareja. Pasado un momento se separó, la sonrió y la dio un dulce pico en sus labios, provocando una tenue sonrisa en ella, la cual me alegró mucho más que su anterior orgasmo, era una sonrisa casi liberadora. No pude evitar reemplazar a Gabriela y besarla con fuerza, sorprendiéndola por mi brusquedad. Apenas acertó a abrir la boca cuando la ataqué con mi lengua, saboreándola. Se la notaba escasa de experiencia en esas lides pero cerró los ojos, dejándose llevar y al poco estaban nuestras lenguas bailando juntas sin descanso.
Gabriela, mientras tanto, había vuelto a coger las tijeras para esta vez cortar las bragas, que estaban completamente encharcadas, dejándola pleno acceso, y volvió a agacharse para continuar lo empezado, introduciendo su lengua para degustar sus jugos directamente desde su procedencia. Esto hizo a Carmen abrir de golpe los ojos pero no la dejé retirarse, bebiéndome su gemido directo en mi boca. Después la liberé del beso, la sonreí, e incliné la cabeza para ocuparme de sus pezones con mis dientes, mordiéndolos suavemente y dándoles pequeños tirones. Entre mis atenciones en la parte superior y los de Gabriela en la interior ella ya no cesaba de gemir, llevándose una de sus manos, las cuales hasta el momento había mantenido inertes en sus costados, a su boca para mordérsela, mientras la otra la situaba en la cabeza de la que estaba profanándola. Esto la envalentonó y empezó a centrarse más en su clítoris, ya duro, mientras que volvía a introducir dos de sus dedos directamente en el interior de su coño, moviéndose al compás y subiendo la velocidad, hasta que, con nuestras atenciones conjuntas, volvió a arquear la espalda llegando a un orgasmo aún más potente que el anterior, a lo que Gabriela intentaba beberse todo el maná recién obtenido, disminuyendo el ritmo. Al término apartó la cara, teniendo los labios y toda la zona de alrededor completamente brillantes de la corrida de Carmen. Sonriendo se incorporó y fue directa a besarla en la boca, como queriendo compartir lo conseguido. Al principio Carmen abrió mucho los ojos al sentirlo pero Gabriela no la dejó rehuirlo, atacándola con la lengua, venciendo sus ya debilitadas defensas. A estas alturas poco control tenía ya y se dejó hacer, correspondiendo un beso que hace un rato habría sido completamente imposible.
Yo aproveché para introducir furtivamente una de mis manos por debajo del vestido de Gabriela, directa a su zona íntima, encontrándome totalmente húmedas sus braguitas, como así se lo susurré, logrando que esta vez la ruborizada fuese ella. Decidí entonces cambiar un poco el enfoque y la pedí que se desvistiera y se quedase en ropa interior. Pero antes de que pudiese cumplir mi petición me giré, por primera vez desde que comenzó la función, hacia Roberto, el cual vi que nos miraba con la lengua fuera, los ojos casi fuera de las órbitas por la lujuria contenida en ellos y una más que evidente erección en sus pantalones, la cual yacía olvidada por mis órdenes previas de que no se moviera.
- Roberto, escúchame con atención – le ordené con la misma fría y cortante voz que antes – Me da absolutamente igual que me observes a mí o que veas a Carmen disfrutar cómo tú nunca conseguiste lograr, pero te prohíbo expresamente que dirijas tus libidinosos ojos al cuerpo de Gabriela. A partir de ahora la obviarás como si ella no estuviera aquí, no la mirarás ni una sola vez, ¿te ha quedado claro?
Cuando me dijo que sí le recordé, sólo por si acaso, que no podía moverse ni halar en lo más mínimo. Poco me importaba que en sus ojos se leyese la petición de que le dejase aliviar su calentura. Y en verdad esa erección dentro de sus pantalones tenía que dolerle, pero me daba absolutamente igual. Una vez quedaron clara mis órdenes y su aceptación de las mismas volví mi atención hacia Gabriela, la cual me esperaba ya sin vestido y con una sonrisa en su boca, visiblemente satisfecha por esas últimas indicaciones que di. Observé que Carmen tenía dudas en su rostro, no sabiendo qué esperar. Lo primero que hice fue pasar la legua por alrededor de la cara de mi chica, saboreando los restos de la corrida de Carmen, para luego besarla apasionadamente, a lo que ella correspondió abrazándome por detrás de la cabeza.
Cuando di por concluido el beso me retiré, viendo como sus ojos brillaban y hablé en voz alta mientras que mis manos abrían el cierre del sujetador, retirándolo, y pasando a masajear sus pechos con delicadeza.
- Carmen, escucha, no te voy a obligar a que hagas nada que no desees – al decir esto observé por el rabillo del ojo como se relajaba, sin duda temía a mis posibles órdenes después de ver lo que acababa de hacerle a Roberto, pero esos no eran mis planes – Gabriela ahora desea mis atenciones, y se las voy a conceder. Ha sido buena y necesita un premio – al decir esto una de mis manos la introduje dentro de sus braguitas, acariciándola e introduciéndola dos de mis dedos sin problemas de lo mojada que ya estaba. Proseguí mientras ella empezaba a jadear: - En el sexo no hay tal cosa como reciprocidad. Si uno recibe placer oral no tiene que estar obligado a hacer sexo oral a su vez. Sólo tienes que hacer lo que deseas hacer, ni más ni menos. Con el tiempo notarás que dar placer es tan satisfactorio como recibirlo. Sólo tienes que abrirte a las sensaciones que hoy estás descubriendo. No hay nada malo en el deseo, siempre que los actos sean consentidos y consensuados el disfrute de las partes implicadas tendrá el efecto codiciado. Claro que, gente egoísta como tu marido, no lo entendería. Puedes entender, mirando su cuerpo, como ella ha disfrutado dándote placer y podrás ver como yo mismo gozo de dárselo a ella. Eres libre de participar si así lo deseas o de esperar que vuelva a llegarte tu turno.
Dicho esto dejé de hablar para dejarla que diera vueltas a lo escuchado y retiré los dedos del interior de Gabriela, al notar que estaba próxima al orgasmo, pues quería retrasarlo un poco. Despacio introduje ambas manos en los laterales de sus braguitas y ella entendió el gesto porque levantó un poco las caderas de la mesa, dejándome libertad para retirarlas muy despacio, con una deliberada lentitud, hasta dejarlas colgando de uno de sus tobillos. Entonces la sonreí y la besé ora vez, acariciándola los pechos de nuevo. Una vez finalizado el beso me desvié hacia su cuello, besándolo y bajando por su clavícula hasta sus senos, lamiéndolos con avidez y chupando con avaricia sus pezones. Una de mis manos la llevé a su espalda, para apretarla contra mí, y la otra le fui bajando por su costado, ambicionando llevarla a su monte de venus. Estaba tan concentrado, en darla su debido tratamiento, que al principio ni me enteré de que una tercera mano apareció tímidamente en el pecho que estaba desatendido en ese momento.
Cuando me di cuenta de que Carmen se había decidido a participar motu propio, la sonreí, ni hacía falta decirla nada ni quería. Dejándola esa zona para ella yo me dirigí hacia abajo, viendo como su boca sustituía la mía y le daba un pequeño tirón con sus dientes al pezón atrapado, lo que logró que Gabriela se agitase y retomara sus jadeos, mordiéndose el labio inferior. Al llegar a mi destino, bien porque ya la había dejado a punto, bien porque la participación de Carmen aumentase su excitación, lo cierto es que nada más posar mis labios sobre su clítoris se corrió directamente en mi boca, sintiendo como una de sus manos me apretaba contra ella. Al notarlo saqué mi lengua a pasear y no la di tregua, provocando que encadenase un segundo aún más devastador que el primero. Al notar lo poco que se la escuchaba conseguí echar una ojeada a su cara, encontrándome con que con su otra mano estaba apretando la cara de Carmen contra su propio rostro, besándola con ardor, aunque ella la devolvía el beso sin disgusto en su rictus, mientras la acariciaba a su vez sus pechos.
En el momento en el que por fin se relajó y me soltó me incorporé, reclamando mi dosis de besos, pero la que primero me atendió fue Carmen, sorprendiéndome de nuevo al salir de ella aunque llevase los jugos de Gabriela en mi boca, pero parece que había llegado a un punto de no retorno porque fue ella misma la introdujo primero su lengua en mi boca, saboreando lo que encontraba. Yo la devolví el beso y luego fui a besarme con Gabriela, quien me recibió de buen grado, pero parece que Carmen estaba ya desatada, porque al dejarla fue a buscar el cuerpo expuesto de mi chica para besarla de nuevo sus pechos… aunque esta vez no se detuvo en ellos y empezó a bajar sus atenciones. Gabriela, al notarlo, cortó su beso conmigo, se mordió el labio de nuevo, y empujó la cabeza de Carmen para que alcanzase el objetivo buscado más rápido. Ella, al dejarse manejar a su antojo, consiguió que la vena dominante de mi chica tomase la voz cantante, apretándola contra sí cuando llegó a su zona íntima. Carmen no tuvo tiempo ni a acostumbrarse, sólo sacó la lengua y dejó que fuera Gabriela quien con su mano en la cabeza de ella buscase su propio placer. Yo procedí a ayudarla atacando sus olvidados pezones, que seguro podrían rallar cualquier superficie de cristal de lo duros que estaban.
Empezó a menear sus caderas a la vez que manejaba la cabeza de ella, simultaneando el ritmo, mientras que yo procuraba no restringir sus movimientos, hasta que poco después estalló en puro éxtasis, gritando al llegar y apretando aún más el rostro de Carmen contra su interior, hasta el punto de que temí francamente porque perdiera la conciencia por falta de oxígeno. Cuando por fin se empezó a relajar la soltó, cayendo pesadamente para atrás, cayendo en el suelo de rodillas, respirando pesadamente. Yo besé a Gabriela mientras ella retomaba el resuello, hasta que terminó de calmarse. Una vez ya tranquila me miró, sonrío, y me susurró que ya me tocaba ser atendido como me merecía. Francamente se lo agradecí porque al que le dolía la erección esta vez era a mí.
Dicho esto me empujó suavemente y se colocó de rodillas al lado de Carmen, que ya había perdido todo el pudor que podía haber tenido todavía y había aprovechado el momento para quitarse sus ropas destrozadas por las tijeras que manejó Gabriela. Ésta, tomando la iniciativa, me desabrochó el cinturón y me bajó los pantalones, diciéndola a Carmen que mirase de cerca lo que era un hombre de verdad, hecho que infló mi ego. Dejándome los pantalones en los tobillos se acercó a mis calzoncillos, agarró la mano de Carmen, y la puso sobre el abultamiento que delataba mi erección, acariciándola con ella. La masajeó un par de veces hasta que la avisé que cesara, no fuera a tener la vergüenza de correrme en mis bóxers. Ella se rio brevemente, alejó la mano de Carmen, y se acercó ella a mis calzoncillos, dispuesta a bajármelos y liberarme mi miembro de su cautiverio. Cuando consiguió soltarlo este dio un respingo de golpe, atizándola en el rostro en el camino, muy cerca de su boca, lo cual hizo que se le volviese a escapar la risa tonta.
Una vez mi miembro en posición de firmes, quedando en medio de las dos, Gabriela rápidamente la agarró con su mano, y con ese simple acto ya tuve que controlar mis deseos de soltar la carga. Con la otra mano agarró del mentón a Carmen, que sólo miraba ensimismada, y la dijo que se incorporase, llevando con la mano su rostro a mi erección. Ella se dejaba hacer hasta que notó su dirección. Por un momento vi indecisión en su mirada pero Gabriela no la dio opción de pensárselo. Apuntó con su otra mano mi miembro a su boca y con la otra acercó su cabeza a la misma, introduciéndoselo directamente. Sólo tuvo tiempo a apartar sus dientes, supongo que por acto reflejo. Entonces empezó a mover su cabeza, follándome ella a mí utilizando la boca de Carmen, quien sólo podía dejarse hacer. Yo me sujeté en ambas cabezas, intentando aguantar y que Gabriela no se sobrepasase con ella, ya que dudaba que pudiera realizar una garganta profunda con su breve experiencia sexual, pero parece que la daba igual porque a la mínima la apretaba contra mi pelvis hasta que surgían lágrimas en sus ojos. La amonesté sin hablar con mi mirada y sólo entonces se relajó, dándome las riendas, para pasar a chuparme los huevos. Sentir esa doble felación ya fue el detonante final, sacándosela de su boca para, según la sacaba, empezar a correrme sin poder evitarlo, alcanzando a compaginar mis descargas en ambos rostros, el de Carmen cerrando los ojos asustada tras el primer disparo y el de Gabriela sonriendo con la boca abierta ansiando los que se dirigían a ella.
Una vez terminé atiné a sentarme en la silla, aunque el grado de excitación de todo lo sucedido era tal que no se me terminó de bajar la erección. Gabriela recogió el liderazgo, y acopió los restos que tenía en su rostro con un dedo, metiéndoselo en la boca. Luego lamió el semen de la cara Carmen, que seguía mirando embelesada mi polla, ahora en semi-erección, y luego la besó a traición para que degustase también el sabor de mi semen. En un primer momento pareció que no le gustaba pero al final acabó acatando los movimientos de la lengua de Gabriela, la cual no la dejaba más opción.
Una vez a gusto dio por completada la cata de semen pasó ella misma a limpiarme el instrumento, consiguiendo al poco que volviese a estar completamente erecta. Entonces la pedí que me quitase los zapatos, para poder sacarme los pantalones y calzoncillos y quedarme con libertad de movimientos, lo cual hizo rápidamente sin mirar donde quedaban. Cuando terminó me incorporé, agarré a Carmen y con el impulso de levantarla la senté en la mesa, en el mismo lugar donde Gabriela había estado minutos antes, poco importándome lo mojado y pegajoso que estuviera. Ella solo atinó a ponerme las manos en mis hombros, a la vez que yo me inclinaba para saborearla esta vez yo. Por mi costado Gabriela hecho mano a sus pechos, apretándoselo y tirando de sus pezones. Reiteradamente paseé mi lengua por su interior, encendiéndola e incitándola a dejarse ir, pero cuando noté que estaba a punto me detuve y me incorporé, yendo directo a por su boca. Gabriela, que intuyó lo que pretendía, agarró mi aparato, lo restregó sus labios vaginales, remojándolo en su propio flujo y, una vez hecho esto, lo digirió apuntando a su interior, dejándome a mí elegir el momento para introducirlo. Yo no me hice de rogar y, mientras seguía besándola, empujé con mis caderas metiéndolo de golpe, buscando toda la profundidad posible, clavándola entera de esa única embestida y bebiéndome su aullido directamente en mi boca. Pero no era un grito de dolor, era de puro e intenso placer.
Decidí quedarme quieto unos segundos, dejando que se aclimatase a tenerme a mí por completo en su interior, y me separé de ella para mirarla a los ojos. Al principio rehuyó mi vista, desviando su mirada y poniéndose aún más colorada, pero ante mi sugerencia de que no me evitase volvió a girarla, esta vez enfrentándome directamente a los ojos. En el momento en que lo hizo y nuestras pupilas se encontraron procedí a moverme gradualmente, arremetiendo suavemente al principio, con embates cortos y breves, para ir poco a poco aumentando el ritmo y la frecuencia. A mi espalda se colocó Gabriela, deseando participar, notando sus pechos en mi espalda y acariciándome el mío. Al poco de empezar a moverme más rápido noté como Carmen se corría, pero esta vez no sólo no me detuve, sino que continué con mayor velocidad, notando cómo encadenaba uno tras otro y yo no la daba tregua. En uno de ellos se incorporó, aferrándome a mí y mordió el hombro hasta dejarme marca, pero ni por esas me detuve. Sin darme cuenta Gabriela me había soltado, agachándose, e introdujo su cabeza donde nuestros cuerpos se juntaban, sacando su lengua a pasear, acariciándome con ella mis huevos, lo cual obtuvo el acto reflejo de que me corriera con fuerza en el interior de Carmen, gritándola que más le valía embarazarse de mí, que ese era mi regalo para ella.
Cuando sintió mi simiente desparramándose en su interior y me escuchó decirla sobre su embarazo ella volvió por un momento en sí, pues llevaba unos instantes ida de los continuos orgasmos que había encadenado, me miró a los ojos fijamente para a continuación sonreír y decirme una única palabra: “sí”.
Recibir su consentimiento me envalentonó aún más asique decidí estirar el tiempo de nuestra visita a su casa. Pedí a Gabriela que le diese más medicina a Roberto, y luego le obligué a él a tragárselo, a pesar de la mirada iracunda que me lanzó. Aún no había resuelto qué hacer con él después, pero una cosa tenía clara, con Carmen no se iba a quedar, y menos con la resolución de que antes o después llevase mi hijo. Esta vez dispuse que quedase calladito y sentado en el salón mientras yo agarraba a Carmen procurando no salirme de su interior. Ella lo entendió y se aferró a mí echándome sin pudor las piernas por detrás de mi cintura y los brazos al cuello, y así de esa guisa marché con ella hacia su habitación, con Gabriela siguiéndonos a corta distancia. Roberto ya no necesitaba ver el resto, suficiente había visto, lo demás no le incumbía.
Una vez en su habitación, aprovechando de que era mi tercera corrida seguida, además de las que ya llevaba ese día, aguanté bastante más en terminar esta vez. Primero me hicieron una doble felación, ambas lamiendo mi pene por ambos lados, terminando en la punta besándose con mi miembro en medio, hasta que recobré todo el vigor perdido. Luego fui penetrándolas por turno hasta que se corrían, ayudadas por las atenciones de la que no recibía mi aparato en su interior. Con ayuda de Gabriela la iba demostrando nuevas posiciones, siendo la que más le gustó a Carmen la de vaquera de frente a mí, encorvando la espalda y agarrando mis tobillos con la que más placer obtuvo, ayudado además por la legua de Gabriela quien, dada la facilidad que obtenía con esa pose, atacaba su clítoris con su lengua mientras yo marcaba el ritmo con mis manos en sus caderas. Cuando por fin llegó mi turno fue Carmen la que solicitó que por favor lo hiciera dentro de ella, que iba en serio cuando aceptó que la embarazase, y no pude evitar complacerla. Conseguí aguantar a que Gabriela, a la que estaba embistiendo a estilo perrito, se corriera una última vez, dejando escapar sus jugos directo en la boca de Carmen, que se encontraba entre sus piernas debajo de su cuerpo, mientras yo hacía presión en sus caderas para que no la aplastara tras su explosión. Una vez terminó me salí de ella, Carmen se arrastró por la cama para que tuviera mejor acceso a ella, estirando los brazos esperándome, y no me hice de rogar. De un único golpe me introduje en su interior, iniciando un movimiento de pistón hasta que me corrí de nuevo dentro de ella, mientras ésta me abrazaba contra su cuerpo y yo metía mi cabeza entre sus pechos. Por el rabillo del ojo vi que Gabriela se había unido y ahora ambas se besaban pero con calma y tranquilidad, las dos visiblemente relajadas.
Estábamos de esa guisa, luchando cada uno como podía contra el sopor de quedarnos dormidos tal cuál estábamos, cuando de repente sonó el timbre de la entrada. Al no obtener respuesta volvió a timbrar varias veces y una voz de mujer llegó hasta nosotros. Yo ya me había despertado de golpe y, levantándome, la pregunté que a quién esperaba, pero no me esperaba esa respuesta. De repente mis planes se habían complicado por esa visita inoportuna. Estábamos todos desnudos, nuestras ropas en el salón junto con un mudo y quieto Roberto, las de Carmen rotas para más señas, y los equipos informáticos copiándose en el despacho. Luchando por el pánico que amenazaba con subyugarme procedí a dar indicaciones sobré qué hacer a continuación, intentando adueñarme de la situación antes de que ésta nos superase y bloquease. En mis oídos resonaba la explicación dada por Carmen acerca de quién era la visita.
- Es mi hermana Eva. Cuando la mencioné vuestra visita de esta tarde se mostró interesada en su trabajo, desconozco el motivo, pero juro que desconocía que se iba a presentar de improviso.
Desde que supe de la existencia de Eva había planeado conocerla, pero no me imaginé que sería en estas circunstancias.
Continuará.