Especial Navidad.
La señorita Charito prepara con sus niños una función especial navideña, pero no tiene mucho ánimo para fiestas al pensar que está atrapada entre dos hombres... y mientras, Beto y Dulce intentan convencer a su hijo de que participe en el espíritu navideño, Oli e Irina ven cómo su casa se reduce...
-Venga, si es muy fácil, ¡levantad los bracitos y sonreíd! “¡Bri-llas… en el cielo… y nos guías… hacia ti!” Y ahora, extendéis todos los brazos y hacéis un círculo muuuuuuuy grande con las manos: “¡Tú eres la Estrella! ¡Ilumiiiiiinanooooos….! ¡Tú eres la Estrella! ¡Guíanos hacia Beléeeen…!”, y ahora otra vez la señaláis todos y sonreís mucho, mucho: “¡Bri-llas… en el cielo… y nos guías… hacia ti!” – La señorita Charito, la profesora de preescolar, sudaba la gota gorda intentando que sus pequeños prestasen atención para cantar la canción y hacer el numerito de la función navideña, y dicho sea de paso, no era nada fácil. Los pequeños se distraían constantemente al estar en el teatro en lugar de en su aula, y se quedaban colgados mirando los adornos navideños que brillaban y destellaban tentadoramente. La joven maestra lograba tenerlos más o menos controlados, pero al hacer una pausa en la canción, dio un rápido vistazo a los niños y aunque al principio le pareció que estaban todos, enseguida se dio cuenta que le faltaba uno de los niños.
-¡Román! ¿Qué haces en el sitio de tu hermano, dónde está él? – Roman se quedó clavado en el sitio, a pesar de que estaba cruzando disimuladamente de vuelta a su puesto. La señorita Charito los había puesto separados, porque de tenerlos juntos no dejaban de intentar subirse uno sobre el otro, para intentar tocar el espumillón del techo o coger alguna de las figuritas, pero al separarlos, Kostia había aprovechado para eclipsarse discretamente, y su hermano gemelo, con un disimulo más propio de un guerrero ninja que de un crío de cinco años, había ido cambiando de lugar entre el suyo y el de su hermano, intentando que la señorita no se diese cuenta de su ausencia, pero finalmente, lo había notado. El niño se puso muy rojo y agachó la cabeza. La profesora se dio la vuelta, recorriendo toda la sala en un segundo con la mirada, pero no localizó al travieso Kostia. Estaba a punto de llamar a la profesora de la otra clase para que les echase un ojo mientras ella iba a buscarle y caía en un moderado ataque de histeria, cuando escuchó la voz del bedel y un furioso “¡ayayayay!” que pertenecía al niño.
-¡Yo te enseñaré, pequeño ratero, canijo sinvergüenza, aprendiz de gángster! – mascullaba el bedel, que traía a Kostia de una oreja.
-¡Señor Valmayor, gracias a Dios que lo ha encontrado, ¿dónde estaba?! – dijo Charito corriendo a su encuentro.
-¡Este “angelito”, estaba en el salón principal, trepado al árbol y clavándose los ángeles de azúcar! ¡Si no se ha zampado siete, no ha sido ninguno!
-¡Me ha tirado de las orejas, señorita Charito, me ha hecho mucho daño!
-¡¿Daño, yo?! ¡Daño te hará todo ese dulce, sinvergüenza, si no te llego a pescar, dejas el árbol pelado! ¡Cuando te empiecen los retortijones, ya verás lo que es hacerte daño! ¡No va a haber ricino suficiente en el botiquín para desempacharte!
-Gracias por haberle encontrado, señor Valmayor, yo cuidaré de que no vuelva a escaparse… ¡Y tú, Kostia, te has portado muy mal! ¡El señor bedel ha tenido razón en tirarte de las orejas! ¡Castigado de pie, y como vuelvas a hacer otra, no participarás en la función navideña!
A Kostia le tembló la barbilla. Quería muchísimo a su profesora, y el que ella le regañara, le dolía más que el tirón de orejas.
-Te parecerá bonito… - le dijo el bedel mientras le llevaba al rincón, para que la profesora pudiese volver a ensayar con el resto de sus compañeros – Dar semejante disgusto a la profesora, y a tus padres. Ellos que se privan de tantas cosas por darte una buena educación, que les hace tanta ilusión verte actuando con tu hermano, y por una glotonería, vas a hacer que te dejen sin actuar. Tú sigue así, pensando sólo en el jugueteo, y en las gamberradas, y verás donde irás a parar. Al hospital, o la cárcel, que es donde terminan todos los granujas. Venga, aquí quieto y no vuelvas a dar un ruido. – Kostia se quedó mirando la pared, tragándose las lágrimas… no era justo que a uno lo tratasen así, no era justo que hubiera ángeles de azúcar en el árbol y que no se pudieran coger. ¡Pues ya que se ponían así, ya verían! ¡No le importaba un pimiento la estúpida función de Navidad, ni la señorita Charito, ni sus padres, ni nadie! ¡Ya no quería salir en la función, y eso disgustaba a papá y a mamá, le daba igual, porque no saldría, no pensaba actuar ni aunque se lo pidieran de rodillas! ¡A la caca con la tonta canción, y el tonto baile, y los estúpidos trajes de pastor, y los imbéciles dulces que no podían comerse! ¡Odiaba a todo el mundo, nunca iba a volver a querer a nadie! Y en cuanto tocase la salida, correría por el cruce para que lo atropellara un coche, eso es, y cuando estuviese muerto sobre la calzada, todo el mundo se echaría a llorar, y la señorita Charito regañaría al bedel por haberle tirado de las orejas y haberle tratado tan mal, y todos dirían “y el pobre sólo quería un ángel de azúcar, y ese bruto bedel se lo negó”, y todos le abuchearían, y le tirarían cosas, y…
-Kostia. – El niño respingó y se secó rápidamente la cara. Se volvió. La señorita Charito estaba frente a él, y se agachó para hablarle. Todos los demás se habían ido, había empezado el recreo y él ni había oído la campana. – Tú sabes que me disgusta regañarte y tener que quitarte de la función. No quiero darte ese disgusto a ti, ni a tus papás, pero escaparte y trepar al árbol, fue algo muy peligroso. Podías haberte caído, o hecho daño, o podía haberte caído encima el árbol. Y comerte todos los ángeles de azúcar te sentará mal al estómago. Si no se pueden coger, es porque están de adorno y para dároslos, a vosotros y a vuestros papás, el día de la fiesta… Si te los comes tú, no habrá nada para los demás, y la Navidad es para compartir… ¿Entiendes? – Kostia asintió. – Entonces, si me prometes que serás bueno y no volverás a escaparte ni a comportarte como un atolondrado, te dejaré volver a la función con los demás y salir al recreo. ¿Me lo prometes?
Ahora a Kostia sí que se le escaparon las lágrimas, y se lanzó a los brazos de la señorita Charito, que le sonrió y le sonó.
-Prometido, seño. – contestó el niño, y la profesora le dejó marchar.
-¡Kostia! ¿Te has librado? – preguntó su hermano Román apenas le vio salir al patio.
-¡Sí! La seño dice que el bedel ha sido muy malo conmigo, que sólo me castigó para que se callara.
-Ya… - sonrió Román. – Pues si me das mi parte, yo también me callaré con papá y mamá – dijo el niño, extendiendo la mano. Kostia resopló, pero echó la mano al bolsillo y sacó gruesos pedazos de azúcar cristalizado, que formaban un par de ángeles. No se había comido siete ni de lejos, tenía que guardar la mitad para su hermano.
Charito fingía mirar a los niños desde la ventana de su aula, donde se estaba tomando el bocadillo del almuerzo, pero lo cierto es que estaba muy lejos de allí. Su mente volaba hacia los encuentros que había tenido con Bruno, el policía. Sabía que no debía volverle a ver, pero eso mismo ya lo sabía desde la primera vez, y sin embargo, cuando fue a verla el pasado lunes, ella le dejó entrar en casa… y le dejó entrar en sitios mucho peores y aún más íntimos. Gracias a Dios que su novio, Serafín, no se había enterado, pero aún así… Se frotó suavemente su dolorido antebrazo vendado, ¿cómo había podido ser tan bruto? Sabía que en parte, tenía razón, estaba harto de esperar a que ella se decidiera a tener sexo con él, pero… no le gustaba, no le gustaba ni pizca que la hubiese dado semejante agarrón y tirado de ella hasta tumbarla. Le había dejado los dedos marcados en manchas violáceas que Charito se cubría con la venda, para que nadie las viera. En especial, Bruno.
La joven maestra conocía bien al policía, si veía las marcas, no necesitaría ni preguntar, SABRÍA quién habría sido el culpable… Charito temblaba sólo de pensar en la reacción del Rubio. Recordaba muy bien cómo había sacado la pistola y disparado en mitad de la calle cuando un ratero le pegó un tirón del bolso, estando con él. Si había actuado así con un tironero, ¿qué sería capaz de hacer con alguien que la había maltratado? La joven no sentía ya ningún amor por Serafín, pero una cosa era esa, y otra muy diferente, querer que nadie lo matase. Y… veía al Rubio pero muy capaz de ello.
-Señorita, le traigo las invitaciones a la fiesta, para que las firme. – Dijo el bedel al entrar, y Charito se sobresaltó. - ¡Oh, perdón, no pretendía asustarla…!
-Ah, no ha sido nada. – sonrió la maestra, y, cosa extraña en él, pero Valmayor devolvió la sonrisa durante un segundo. Charito tendió la mano para recoger el taco de invitaciones, y al entregárselas, el conserje le miró el brazo.
-Cuánto lo siento, ¿se ha hecho daño usted? – preguntó. Era curioso que una persona tan malcarada como el Vinagrón, pudiera transmitir esa amabilidad en una pregunta, y sin sonreír. En sus ojos había curiosidad… Charito deseó que fuese curiosidad de cotilla de casa de vecinos, para que pudiera caerle mal y mandarle que se metiera en sus cosas. Pero era curiosidad de perro viejo, de policía resabiado, de alguien que huele una mentira aún antes de que se la digan, porque sospecha ya la verdad y pregunta por ver si vas a dejar que te ayude, o va a tener que ayudarte contra tu voluntad.
-No, no es nada serio… un tirón muscular. Haciendo gimnasia. – sonrió. El bedel se la quedó mirando un segundo y asintió. Se esperaba una respuesta como aquélla, y se marchó. Mucho se temía Charito que si la veía herida una segunda vez, no sería tan discreto. Ella misma esperaba arreglarlo antes que hubiese una segunda vez, pero… lo cierto es que si lo arreglaba a las buenas, eso significaba dejar su puesto. Y si lo hacía a las malas, eso significaba perder a Bruno, y que… quizá se repitiera de tener que tapar algo con una venda.
Charito era la profesora de preescolar, y como tal, le habían exigido por contrato que debía dar una conducta ejemplar. No podía ir de discotecas, ni dar escándalos de ningún tipo, ni llevar ropas provocativas, aún fuera de la escuela… nadie querría que la maestra de sus hijos, pareciese una ligera de cascos. Si tenía una relación con un hombre, debía hacerlo saber a la dirección. Y lo había hecho, puesto que tenía relaciones con Serafín, el sobrino del Director, desde hacía más de un año. La joven había hecho voto de virginidad en su adolescencia, y eso había hablado mucho en su favor a la hora de contratarla… pero Serafín la había presionado y presionado para que rompiera su voto con él. Ella se había negado. El joven empezó a chantajearla diciéndole que si no se acostaba con él, es que no le amaba, y hasta la había sido infiel porque “ella no le daba lo que él necesitaba, si se lo diera, no tendría necesidad de irse con otras”. Charito había seguido en sus trece de respetar su promesa, pero la infidelidad de Serafín la dolió tanto que… que para chincharle, rompió su voto. Con Bruno, que había hecho una promesa idéntica a su difunta madre. Y maldita fuese para siempre la hora que le echó la vista encima al Rubio. Ella hubiese querido que fuese sólo sexo… no sabía lo que hubiese querido, a decir verdad. Sólo sabía que hacer el amor con el Rubio, había sido lo mejor que le había pasado en su vida, que le había despertado emociones, sentimientos y pasiones en un punto que jamás había logrado Serafín, ni ningún otro hombre o persona en la tierra. Sabía que no podría dejar de amarla, que lo intentaría con todas sus fuerzas, pero no sería capaz. Si hubiese podido elegir, hubiera querido morirse en aquél momento, debajo del cuerpo apasionado de Bruno, oliendo el aroma amargo y caliente de su sudor, sintiendo todavía su sexo zumbar después del orgasmo… Así, no hubiese tenido que enfrentarse a nada.
Pero hubo de hacerlo. Serafín no sabía que había perdido la virginidad con otro hombre, y ella, en parte para ocultarlo, en parte porque ya no sentía nada por su novio formal, seguía negándose. Y ahora él, había empezado a chantajearla con hacer saber a su tío el Director que ella ya no era virgen, que se estaban acostando, para que la despidieran. Charito lloró e intentó hacerle razonar, pero Serafín gritó y la insultó, la llamó frígida de mierda, le dijo que estaba muerta por dentro y le preguntó si es que le daba asco… la maestra se hartó de su prepotencia y le gritó “¡Sí, me das asco, te portas como un cerdo, un auténtico cerdo!”, y su novio la agarró del brazo, apretó con fuerza hasta que ella gritó y de un tirón la arrojó al suelo e intentó forzarla. Charito lloró, temblando de miedo, y se encogió sobre sí misma gimiendo “no… no….”. Serafín, al verla tan contrita, se aplacó y le dijo que no quería hacerla ningún daño… sólo quería hacerla el amor, eso no era nada malo. Le había dado un plazo de una semana para que accediera, o si no, le contaría a su tío que era una golfa y la echarían del trabajo.
“No me puedo acostar con él, no puedo hacerlo.” Se decía la joven “Pero si no lo hago, perderé mi puesto, y eso quedará en mi currículum. Serafín tiene influencias, su tío es el Director, y él puede convencer a cualquiera de que no me den trabajo en ningún centro… Pero si lo hago, se dará cuenta de que no soy virgen, y perderé mi puesto de todas maneras, y además… perderé a Bruno. Pero si le cuento a Bruno lo que sucede, matará a Serafín y yo no quiero que se convierta en un asesino por culpa mía y por ese miserable… ¿qué puedo hacer? ¿Qué hago, Dios mío, qué puedo hacer?”
“Queridos papás:
Se acerca la Navidad, las fechas más entrañables del año, y ya que vosotros nos habéis confiado a vuestro más querido tesoro, nosotros también queremos compartir con vosotros la alegría que sentimos en ésta época y agradeceros la confianza que tenéis en todos nosotros. Para ello, queremos invitaros a nuestra fiesta de Navidad, el próximo día 22 de Diciembre, para agasajaros con una merienda y que vuestros niños os den un homenaje muy especial.
¡Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo!
(Por favor, no traigas cámara de vídeo ni de fotos; el acto será grabado en su totalidad. Muchas gracias)”
-¡Qué carota, ya nos quieren hacer pagar por el vídeo! – Protestó Irina, con la invitación, decorada con adornos dorados en los bordes, y firmada por la señorita Charito y el Director, que habían traído a casa Román y Kostia. – Mucho espíritu navideño, pero si quieres el recuerdo, ráscate el bolsillo.
-Mujer, es lo que tiene… acuérdate que el año pasado, dejaron llevar cámara, y nos juntamos como treinta “cameramen” allí, y no había quien se aclarara, y venga fogonazos de flash, y acuérdate del tipo aquél que se trajo un trípode y todo… no me extraña que este año, digan que sin cámaras.
Irina tuvo que reconocer que había parte de razón allí. Román y Kostia les miraban, expectantes, y Kostia habló.
-¿Verdad que iremos, mamá? ¿Verdad que iremos todos a la fiesta?
-Bueno, cielo, habrá que ver si papá puede salir a las cuatro ese día, para estar en el cole a las cinco… - dijo Irina.
-Estaré. Es el penúltimo día antes de vacaciones de Navidad, puede quedarse Arnela de guardia por mí.
-¡Yupiiiiiiiiiiiiiiiiiii! – gritaron los gemelos. Junto a ellos, la pequeña Tercero aplaudía y saltaba también, aunque no sabía exactamente qué sucedía.
-Pero, ¿los de Nido, también…? – preguntó Dulce, llevando de la mano a Renecito. La profesora de Nido asintió.
-Sí. Todos los cursos tendrán algo preparado, y los de Nido, también. – En caso de Beto y Dulce, la profesora les había dado la invitación en mano, porque se trataba de niños de apenas cuatro años de edad.
-¡Qué bien, Renecito! ¡Vas a salir en la función de Navidad del cole! ¿Qué vais a hacer?
El niño miró lentamente a su madre, con expresión de fastidio, y contestó.
-El tonto. – Renato guardaba la débil esperanza de hacer enfadar a su madre, pero ella le sonrió como si hubiera dicho alguna estupidez de esas que las madres consideran tan graciosas, y le besó la frente.
-¡Qué salidas tiene…! – dijo, mientras echaba a andar, junto a Beto, que cogió al niño de la otra mano, mientras su maestra los miraba marchar. Su madre podía decir que eran salidas cómicas, pero ella encontraba al pequeño Renato un poco… inquietante.
Renecito, moreno, de ojos verdes maliciosos a pesar de su corta edad y escaso sentido del humor, no acababa de entender a qué venía tanto alboroto. Iban a subirles a un escenario, ponerles pintura y brillos en la cara y hacer que movieran el culito en grupo mientras sonaba una canción pegadiza y repetitiva. Ni siquiera iban a cantar, sólo sonaría la música mientras ellos hacían como que bailaban. Una profesora había sugerido que las niñas podían hacer bailar un hula-hop, pero ninguna de aquéllas bobas había sabido hacerlo, y una se puso a llorar cuando se le cayó. Otro de sus compañeros se pasaba el día con el dedo metido en la nariz (y mejor que lo tuviera allí, porque cuando lo sacaba, era para metérselo en la boca). Había otro que se pasaba la mitad del tiempo en el rincón de pensar, porque le gustaba empujar a todo el mundo y robar cosas; otra que decía que era una princesa y quería que la llamasen “majestad”… No era, desde luego, lo que él había pensado cuando su madre le dijo que iba a empezar el colegio.
“Me dijeron que aprendería cosas, que me enseñarían a leer,… no que tendría que aguantar a un montón de retrasados”, se dijo. Para empezar, Renato pensó que estaría él solo en clase, igual que lo estaba en casa… al menos, de momento, pensó con nostalgia. Pensó que le contarían todo lo que quería saber: porqué las hojas eran verdes, porqué cambiaban de color y se caían, de qué estaban hechas las nubes, porqué no se caían, porqué no se derramaba el mar, le contarían qué eran las estrellas, de dónde venían los niños… De momento, eso de “enseñar”, estaba limitado a cosas como colocar una forma redonda en un agujero redondo, o ser capaz de coger un estúpido lápiz y colorear sin salirse de los bordes, o aplastar bolas de pasta de colores. Era aburridísimo. Y para colmo, la función. Cuando le dijeron que se subiría a un escenario y que todos los papás y mamás les aplaudirían, recordó cuando sus padres le llevaron al zoo y vio a todo el mundo reírse frente a la jaula de los monos… “Creo que ya sé cómo deben sentirse esos monos”, pensó.
-¿Qué pasa, Renecito? ¿No te hace ilusión la función de Navidad? – preguntó Dulce, mirando la cara de fastidio de su hijo. La verdad es que el pequeño no solía sonreír a menudo… cuando lo hacía, era cuando encontraba algo interesante, cuando no comprendía algo y se esforzaba por intentar averiguar cómo funcionaba, o cuando había logrado averiguarlo, pero aún así, esa cara de fastidio, tampoco era normal.
-No. – admitió.
-¿Por qué? – quiso saber su padre – Será divertido… ¿te da vergüenza?
-Será tonto. No quiero hacer el tonto – admitió el niño. Beto miró a Dulce, pidiendo ayuda; él, no sabría convencer a Renato. Dulce fingió un suspiro.
-Bueno… supongo que no debemos obligarte, si no quieres… Estarás sentado con nosotros en la función, mirando cómo aplauden a tus compañeros. Y también verás a tus primos, que también van a cantar, y a Tercero, que también lo hará con su clase. Seguro que a ellos no les importa si tú no actúas. Mañana hablaré con tu profesora, y tú no actuarás, ¿de acuerdo?
René tenía los ojos muy abiertos. Frunció el ceño con rabia y miró a su madre con ojos furiosos.
-Actuaré. – masculló. Y Beto sonrió. Hasta él entendía que si había algo que Renato no podía soportar bajo ningún concepto, era quedar por debajo de sus primos. “Creo que le vendrá bien tener un hermanito, está demasiado acostumbrado a ser el protagonista” pensó Dulce, acariciándose la panza, aún no muy grande, de embarazada. Después de casi cinco años de intentos, al fin, al fin, había resultado…
Charito escribía. O al menos, eso creía ella, porque en realidad, solamente hacía garabatos. Quería hacer ejercicios de inglés, repasar para tenerlo fresco al día siguiente, pero su mente volaba. Había tomado una decisión, y Dios quisiera que fuera correcta… o al menos, no la más equivocada. Sabía que iba a ser arriesgado, que iba a ser peligroso… Pero tenía que hacerlo. Apenas eran las ocho, se dijo, fastidiada. Quedaba tanto rato hasta las diez… Y entonces, sonó su teléfono.
-¿Diga?
-Estoy aquí abajo. No me ha visto nadie, anda, ábreme. – Era la voz del Rubio, Charito la conocía bien, y su estómago giró velozmente al oírla, al tiempo que su corazón aceleraba ostensiblemente, ¿Qué hacía allí tan pronto, si ella le había dicho a las diez? Pero no pudo pensar más, bajó la escalera hasta la planta baja, y se lanzó a la puerta trasera, la de la cocina que daba a un pequeño patio; ella había al policía que viniese con discreción, que se asegurase de que nadie le veía, por eso sabía que Bruno estaría allí y no en la puerta de entrada. Efectivamente, agachado en la puerta, estaba Bruno, que se incorporó, la besó y cerró la puerta con el pie, todo en un segundo.
-No… hoy no, Bruno… hoy no, espera… espera… - protestaba débilmente la maestra, mientras no podía dejar de sonreír, y el agente la apretaba contra sí y le cubría la cara de besos. Charito ahogó un grito alborozado cuando el Rubio la tomó en sus brazos y echó a andar hacia la alcoba, subiendo la escalera. – Bruno, debo decirte algo… tengo que decirte algo importante…
-Ya sé lo que es. – sonrió el policía.
-¿Lo sabes? – se espantó la joven.
-Sí. Quieres decirme que dejas al imbécil de Serafín y te quedas conmigo, ¿no es eso? ¡Cariño, yo también te quiero, te adoro desde el momento en que te vi….! – Bruno cerró los ojos de alegría y frotó su cara contra la de ella, mientras la joven pensaba que se le iba a hacer AÚN más cuesta arriba de lo que pensaba… Pero en ese momento, Bruno la dejó sobre la cama y empezó a besarla, metiendo las manos bajo su blusa, y no fue capaz de decirle que su intención, aunque aproximada, no era ni remotamente esa.
-Bruno, para… por favor, hoy no… - intentaba protestar Charito, pero el Rubio ya se había desabrochado la camisa y le estaba levantando la blusa. La joven maestra se maldijo a sí misma por no haberse puesto sostén, pero en casa no lo usaba nunca, y no cayó en… haaaaaaah… maldita sea, qué rico acariciaba, mmmmh… qué calientes tenía las manos, sus dedos apretaban tan suavemente, hacían cosquillas y finalmente se dirigieron a sus pezones, ya erectos y duros, y los pellizcó, haciendo que la profesora se curvara de gusto, pero insistiese - ¡nooooooooo….! Haaah… po… por favor, Bruno… ho-hoy no… hoy no…
Charito estaba colorada como un tomate, y tenía que acordarse de tragar saliva si no quería babear, Bruno había aprendido qué le gustaba a las mil y una maravillas, y le regalaba placeres inmensos a cada caricia. Le oyó sonreír.
-¿Por qué no, Charito…? ¿Es que tienes jaqueca? Anda, déjame… ¿no quieres que te dé placer? Deja que te dé placer…
La maestra tembló de pies a cabeza, Bruno tenía una manera de decir “dar placer”, que hacía que todo su cuerpo se estremeciese. Por un lado, parecía que estuviera proponiendo algo tan inocente como darle un masaje o prepararle un chocolate… por otro lado, debajo de esa inocencia, podía oír el latido de la lujuria, de una bestia de colmillos goteantes y ojos de fuego que pretendía devorarla viva… y ella quería que lo hiciera. Sabía que tenía que ser sincera con él, pero… “oh, Dios mío, será sólo esta vez, te prometo que será la última vez, Tú sabes que será la última vez… pero, precisamente por eso, déjame que se lo dé… deja que le haga feliz una vez más…”, pensó torpemente la joven, y dejó de intentar bajarse la blusa o retirar blandamente las manos del Rubio, sino que le tomó de la cara, y le devolvió el beso, apretándole contra ella.
Bruno, al notar que Charito se dejaba vencer, se rió nervioso entre dientes, ¡qué ganas tenía de ella! Llevaban muy poco tiempo, habían perdido juntos la virginidad, había sido tan estupendo… luego, ella parecía haberse arrepentido, pero él fue a verla y se rindió una vez más, y ahora había pasado igual. Bruno suponía que a ella, después de haberse prometido con el cretino de Serafín, después de haberle negado el sexo por su promesa de virginidad, debía resultarle muy duro plantarse ante él y decirle que le dejaba por otro, con quien se había acostado, y por eso sus dudas y sus arrepentimientos, pero ahora estaba claro que al fin había elegido con quién quedarse. Eso, había que celebrarlo.
El Rubio empezó a bajar en sus besos por la barbilla de Charito, el cuello, haciendo cosquillas incitadoras y dulces… la joven le acariciaba el cabello claro y las orejas, conforme él bajaba más y más, lamiendo el delicioso espacio que había entre sus tetas, disfrutando de los gemidos de la maestra… pero ignoró los pechos y siguió bajando, por su estómago, a besitos muy suaves… Charito se estremecía debajo de él, las piernas le daban temblores y todo su cuerpo se convulsionaba en escalofríos de placer y nervios. El Rubio sacó la lengua e hizo caricias en su vientre, cosquilleó, y la joven se rió, intentando taparse, pero Bruno hizo ademán de sujetarle las manos… no llegó a hacerlo, porque Charito retiró rápidamente su brazo herido, temeroso de que él lo tocara. Si ella se quejaba, Bruno, de inmediato querría saber qué pasaba, y si descubría que… haaaaaaaah… le parecía que estaba ardiendo, ardiendo como una tea, ¡qué dulce!
Bruno hacía círculos en su ombligo, bajando más y más, mientras retiraba las mallas y un delicioso y potente olor a hembra le inundaba la nariz. Charito tenía las bragas empapadas. La miró. La maestra se tapaba la boca con las manos, para ocultar su sonrisa. Bruno besó su bajo vientre y empezó a bajar las bragas azules de Charito, centímetro a centímetro, besando cada punto… la joven, claro está, no tenía el sexo afeitado, ella ni siquiera esperaba que hoy fuera a pasar algo, pero eso a Bruno le importaba dos pimientos, ya sabía qué buscaba y dónde estaba. Empezó a acariciar los labios vaginales, mientras besaba el Monte de Venus, y Charito le miraba, pero no era capaz de sostenerle la mirada cuando él se la devolvía.
“He leído cómo se hace esto… espero hacerlo bien”, pensó Bruno, y con cuidado, abrió los labios vaginales. En la penumbra del cuarto, distinguió un bultito, justo arriba del sexo de la joven. Con todo cuidado, acercó sus labios a él, y…
-¡Aaaaaaaaah…. ¿qué ha sido eso?! – Charito había brincado en la cama hasta incorporarse, e hizo ademán de quitar al Rubio, pero éste ya había levantado la cara, casi espantado.
-¿No te ha gustado?
-Yo… no lo sé… - sonrió. – Ha sido raro. Ha sido como… sentir demasiado. Como si me escociera, pero… ahora… bueno, la sensación que queda después, sí es agradable… - admitió. El Rubio sonrió, goloso.
-Entonces, lo repito. – dijo y hundió la cara en el sexo de su compañera, acariciando con la lengua aquél travieso botón. ¡Charito gritó de gusto! Se le cerraban los ojos de placer, ¡qué bueno…! ¡Era tan… tan… ácido, era como tomar algo muy ácido, pero también era muy divertido! El Rubio le lamía el clítoris, ese punto tan delicado y mágico, ¡ella no sabía que eso se pudiese hacer! Pero se lo estaba haciendo… y muy bien, muy pero que muy bien.
-Sigue… sigue… - pidió la joven maestra, y el policía se rió por lo bajo, lamiendo a golpecitos. Le abrió bien los labios, le resbalaban por los jugos que soltaba y tomó el botoncito en su boca, y aspiró. Charito tomó aire en un gemido de ojos desencajados y sonrisa de dulce abandono, y Bruno tuvo que ser fuerte para seguir chupando, porque su deseo le impelía a meterse dentro de ella y bombear como un loco, pero no había estado buscando páginas y páginas de internet, sorteando el porno de lo interesante, para averiguar cómo se hacía aquello y después no aprovecharlo… Charito estaba gozando, quería que siguiese haciéndolo, quería que llegase al orgasmo gracias a la habilidad de su lengua.
La maestra no podía parar quieta, sus caderas se movían solas y sus piernas bailaban casi frenéticas a uno y otro lado, como si quisieran apartar a Bruno… pero desde luego que no quería que se apartase, no lo quería por nada del mundo, la estaba volviendo loca de placer, era fascinante… el cosquilleo eléctrico era enloquecedor, era como estar constantemente al borde del orgasmo, en esos segundos deliciosos en los que el placer es tan inmenso y chispeante… ¡qué delicioso, más, quería más! Una parte de sí misma quería sentirse culpable por aquello… otra sólo era capaz de pensar “placer, más placer, más placer, más, más, más….”. Sentía que su cuerpo entero era de agua, tenía unas poderosas ganas de hacer pis, era como si le escociese terriblemente el sexo… pero aquél escozor, lo causaba y lo aliviaba la lengua del Rubio, como si le hiciese cosquillas y le rascase a la vez. Las sensaciones se agolpaban en su bajo vientre, los toque eléctricos se hacían más potentes cada vez, y cada pocos segundos, una subida de gusto, una deliciosa corriente de placer le recorría el cuerpo, permitiéndole casi… casi… pero aún no.
Bruno notaba a Charito estremecerse dulcemente de pura impaciencia, quería correrse, y quería hacerlo ya… El Rubio chupó más intensamente, lamiendo la puntita del clítoris a toda velocidad. La profesora gritó, un grito tartamudeado, entrecortado de pasión… La joven sintió un reguero de fuego desde su botón hasta su nuca y sus pies, era como si reventase, como si se quemase por dentro… un fuego increíblemente placentero, que la hizo ponerse tensa, sintiendo el estallido prepararse… ya… ya…. Y al fin, explotó de placer, un placer inmenso, un cosquilleo brutal que dejó sus ojos en blanco, y su mente a ciegas, sintiendo una dulce corriente abrasadora expandirse por sus muslos, su vientre, hacerla temblar sobre la cama, convulsionarse de gustito y dejarla satisfecha mientras un asombroso bienestar le recorría dulcemente… apenas sentía ya la lengua del Rubio, sólo un persistente zumbido en su botón, todo el sexo le temblaba… Y entonces le notó. Sobre ella.
Bruno hubiera querido contenerse, darle un tiempo para recobrarse, o hasta dejarla descansar, pero sencillamente, no podía, TENÍA que terminar, su pene gritaba por ello, de modo que trepó a la cama y se colocó sobre la joven. Temía que ella protestase o que hasta le dijese que no quería o no podía más, pero Charito gimió cariñosamente y se abrió de brazos y piernas para él, y cuando notó su embestida poderosa en sus entrañas, dejó escapar un suspiro tan dulce, como si le acabase de dar media vida. Le apretó contra ella con brazos y piernas, y Bruno se retuvo un momentito, pegado a ella, fusionados, sintiendo su interior aún dar contracciones, deliciosas contracciones que le estrujaban y tiraban de él tan deliciosamente… sintiendo cómo ella le apretaba con los brazos, acariciándole la espalda, la nuca… cómo ella lo abrazaba con las piernas, cruzándolas a su espalda, como si quisiera retenerle para siempre ahí… Bruno podía jurar que no hacía falta ningún esfuerzo, si de él dependiera, no se saldría jamás de ella.
Lentamente, empezó a empujar. Hubiera querido seguir lentamente, pero Charito emitió un “Hmmmm….” tan dulce apenas le sintió moverse, él se sintió tan dulcemente apretado aquélla cavidad húmeda, que no pudo evitarlo, las ganas tiraron de sus caderas, y empujó con fuerza, acelerando más y más, ahogándose en sus propios gemidos, apretando más a Charito contra él, mientras la profesora conservaba los ojos cerrados, pero sonreía y se le escapaban los gemidos.
Qué dulce, qué salvaje, qué… qué… ¡qué guay! Pensó atropelladamente el policía, intentando describir lo que no tenía descripción posible, sintiendo su miembro entrar y salir de aquella dulzura, frotarse intensamente contra el Cielo, sintiendo que el placer le llegaba, y no sólo no iba a hacer nada por evitarlo, sino que quería que llegase cuanto antes, embistió con fuerza, saliéndose casi del todo… ¡aaah, cada vez que su glande se introducía en ella, el placer subía, era como si su columna se derritiera! El cosquilleo en la base de su pene aumentó considerablemente, sintió que sus pelotas se preparaban para soltarlo, y al fin, en medio de un gemido derrotado, se dejó caer por completo sobre Charo, con las nalgas dándole calambres y sintiendo su miembro vaciarse dentro de ella… mmmmh… dio varias convulsiones, el placer tiraba de él, le dejaba desmadejado y roto… pero satisfecho, en la Gloria. Notó que estaba sonriendo. Besó la cara de Charito. Estaba mojada. Lágrimas.
-¿Estás llorando, cariño? – preguntó, casi alarmado - ¿te he hecho daño? ¡Párame cuando te haga daño…!
-No, no… - contestó ella con la voz ahogada. – No me has hecho daño… creo que… Creo que soy yo la que va a hacértelo a ti…
-¿Qué?
-Bruno… te quiero, de verdad que te quiero… pero esto no puede seguir así. – Bruno iba a preguntar, pero entonces, se oyó el timbre de la puerta de entrada.
-¡Tercero, no seas desobediente! ¡Kostia, no te aviso más! ¡Román, suelta el tebeo! ¡Que a la cama YA! – Sé que no debería, pero me da la risa cuando veo a Oli corriendo detrás de los niños, intentando pescarlos para acostarles. A Tercero le da tanta risa que llora y casi no puede respirar, mientras su padre intenta atraparla y ella se escabulle debajo de nuestra cama, mientras Kostia grita “no tengo sueño, no tengo sueño, no tengo sueño” y salta sobre el colchón, y Román ojea un Mortadelo que se sabe de memoria porque ya se lo hemos leído veinte veces. Generalmente, no dan tanta guerra para ir a dormir, pero la proximidad de la fiesta de Navidad, de los Reyes… les han puesto muy nerviosos. Oli resopla, agachado bajo la cama para intentar pescar a Tercero por un pie, pero la niña sale por el otro lado del colchón, y trepa a la cama para dar esquinazo a su padre, mientras no deja de reír. En su prisa por levantarse, mi Oli se golpea la cabeza contra el somier y casi ruge cuando se lanza a por Tercero y Kostia. - ¡Ya sé cuál va a ser el menú de Navidad, ya lo sé! ¡Niños asados! ¡Os voy a escabechar, os rellenaremos con jamón y ciruelas, y os asaremos a fuego lentoooo! – Tercero y Kostia se matan de risa, y más cuando Oli los agarra a cada uno con un brazo y los lleva a su cuarto, pero apenas los deja en las camas, vuelven a salir pitando a nuestra habitación, donde, en un rinconcito, intentando pasar desapercibido, está Román riéndose por lo bajo. Oli jadea y me mira con desesperación. Son tres contra uno, no puede con ellos. Carraspeo y me planto en jarras en mitad del cuarto.
-Si cuando cuente tres – digo, elevando un poco la voz – “ciertos niños” no están en sus camas, tapados y dormidos, NO VAMOS A LA FIESTA, ¡Uno! – pero no necesito ni llegar al dos, un estrépito de piececitos trotan por el cuarto y se lanzan a sus camas a toda velocidad, y no se oye una mosca. Oli me mira primero con sorpresa, después con impotencia, y enseguida con simpatía. – Nací para ser villana.
Oli me besa la cara cuando pasa junto a mí y los dos vamos al cuarto de nuestros hijos. Román y Kostia duermen en literas plegables que sólo sacamos para dormir, y Tercero, algo alejada de ellos para evitar en lo posible que monten jaleo por la noche, en una camita con barras, todavía parecida a una cuna. Antes, este cuarto era nuestro despacho. Ahora, tenemos que apañarnos con un portátil y buscar silencio como podamos, lo que, con tres retoños tan pequeños en casa, no siempre resulta fácil. Los tres están ya en sus camitas. Kostia y Tercero todavía respiran apresuradamente por las carreras que se han pegado, pero ya están relajados. A pesar de decir que no tiene sueño, Kostia abre una boca donde cabría una pelota de tenis.
-¿Verdad que iremos a la fiesta porque somos buenos…? – pregunta mi hijo mayor.
-Vamos a decir que os portáis bien de vez en cuando… - matiza mi Oli, mientras besa la frente de Kostia – pero si no sois muy traviesos entre “vez y cuando”, iremos.
-Buenas noches, papá. Buenas noches, mamá. – Tercero nos abraza y nos da dos besos cuando nos acercamos a arroparla. Oli dice que se parece muchísimo a mí, que es mi cara… pero yo opino que esa carita tan tierna, es de él, igual que los ojos verdes de la niña.
-Dormid bien, tesoros… Román….
-¿Qué, mamaíta….? – me dice con una vocecita muy dulce. Le sonrío y busco bajo su almohada, mientras él intenta hacer peso, pero no lo consigue.
-Ahora son horas de dormir, no de leer. – dijo, sacando otro tebeo. Román apenas lee unas cuantas palabras sueltas, pero le encanta mirar los dibujos cómicos de los tebeos. Si esto es así cuando todavía no sabe leer, el día que aprenda, no habrá quien le frene. Me mira con un poco de fastidio, pero sonríe cuando le besamos. Nos marchamos, dejando la puerta un poquito entornada, como siempre nos piden.
-Haaaaaaaaaah… bueno, ya están acostados. – susurra Oli.
-No te hagas ilusiones, ahora vendrán los vasos de agua… - contesto y sonreímos. La verdad es que es una bendición estar solos, aunque sólo sea un ratito, aunque estemos tan cansados que apenas pasemos del desahogo, y gracias si no nos quedamos cuajados a media función… pero aún así, es bueno tener un ratito para escuchar el silencio y mirarnos a los ojos. Cuando entramos a nuestro cuarto, Oli cierra la puerta del mismo. Sé que quiere, y yo quiero también, pero… mañana es día laborable aún, y yo llevo un día de no parar, aún tengo como ochenta ejercicios por corregir. No creo que pueda. Y además, otra cosa me ronda por la cabeza. – Oli, ahora que se está terminando el año, ¿qué vamos a hacer?
-¿Con qué? – quiere saber.
-Con Tercero, claro… ya sé que todavía es una niña, que sólo tiene cuatro añitos y sus hermanos acaban de cumplir cinco… pero, pobrecita mía, necesita un cuarto para ella sola, y aquí no hay sitio. No puede seguir durmiendo con sus hermanos eternamente. Hasta ahora, pase, porque los tres eran poco menos que bebés, pero… van creciendo. Tercero necesita su propio espacio y su propia intimidad.
Oli asiente. Casi lo había olvidado, y la verdad es que hay veces que yo también lo olvido. Olivia es la niña de la casa, pero la verdad que está creciendo hecha un chicazo. Es cierto que tiene ropita de niña, pero está heredando un montón de ropa de sus hermanos, y le encanta. Sin duda por vivir constantemente con ellos, odia la ropa de niña, quiere llevar la misma que les ve llevar a ellos, ropa de superhéroes, de coches… cuando la hago llevar un vestido, llora y me dice que con esa ropa no puede jugar a nada. Detesta los juegos de princesas y hadas, le encanta jugar al fútbol, trotar, saltar y hasta pelearse. No le hables de cisnes, ni de muñecas, sólo quiere coches y ordenadores… Sé que eso no es malo, sé que mi hija no va a ser rara, ni nada semejante, por tener gustos así, y hasta en el fondo-fondo, me causa un poco de orgullo que mi hija rechace las cosas rosas simplemente porque todo el mundo piense que eso, es lo adecuado para una niña… pero tampoco quiero que sea un calco de sus hermanos, quiero que sea ella misma. Y para eso, necesita un sitio donde poder descubrir quién es, donde pueda poner sus cosas y sus juguetes y su música, y estudiar, y… y ser. En casa sólo tenemos dos habitaciones. Hasta ahora, nos hemos apañado, pero nuestro pequeño hogar se está haciendo cada vez más pequeño a pasos agigantados.
-Lo sé… es sólo que… no sé, dejar esta casa… - Dice Oli, y sé a qué se refiere. Antes de conocerme, ya vivía aquí, lleva viviendo aquí desde que tenía diecinueve años y se fue a vivir solo. Aquí vivimos juntos antes de casarnos, aquí hicimos a los niños…
-¿Crees que no me va a dar pena a mí dejarla…? – pregunto, sentándome frente a él en la cama, y tomándole de las manos, qué calentitas las tiene siempre – Igual que me dio pena dejar la mía, donde vivía antes de mudarme contigo… donde te desvirgué. – le digo con picardía, y Oli sonríe, un poco azorado. Siempre será el mismo tímido encantador.
-Bueno, de momento, podemos poner a Tercero en el sofá cama del salón, mientras buscamos otra casa… ¿te parece?
-Hombre, como solución provisional… bueno, pero no puede ser más de unos meses. Pobrecita, parecería que estorba.
-No te preocupes, será cosa de poco tiempo. Buscaremos una casa mayor, con sitio para los niños… y para nosotros. – me sonríe con una puntita de travesura, subiendo sus manos hasta mis hombros, acerca su cara, yo acerco la mía, nuestros labios se tocan…
¡BLAM!
-¡Papáaaaaaaaaaa, Kostia dice que el Conde “Rácula” va a venir a llevarmeeeee….! – nuestra puerta se abre con un golpe impresionante, y Tercero aparece casi llorando.
-¡Es una mentirosaaaaaa! – grita Kostia, de rodillas sobre su cama
-¡Mamá, haz que me dejen dormiiiiiiiiiir! – protesta Román.
-…¿Sabes, cariño, que a veces, tengo la sensación de que hubo figuras muy incomprendidas en la Historia…. Por ejemplo, Herodes? – digo. Mi Oli me mira y asiente, mientras nos levantamos para poner paz.
-Tercero necesita su cuarto a la de YA.
-¡Zorrón! – Serafín había llegado a la hora indicada con un ramo de flores a casa de Charito, y la presencia de Bruno allí, y encima en pelotas, no le había sentado pero que nada bien. El Rubio, sorprendido, pero furioso, agarró a Serafín y le retorció el brazo a la espalda, mientras éste gritaba - ¡te has quedado sin empleo, nena! ¡Despídete de la casa, del trabajo y de volver a ser maestra, te verás fregando portales por el sueldo mínimo… aaay!
-Charito, ¿quieres que le rompa el brazo? – Preguntó Bruno con frialdad, como si le preguntase si quería tomar un poco más de jamón, por ejemplo… Tentada estuvo la joven de decir que sí, pero se contuvo.
-Lo siento, Serafín.
-¡Eso, no va a ser suficiente para…!
-No es eso. No siento que te hayas enterado de que no te amo, ni siquiera que te hayas enterado así. Al fin y al cabo, tú me fuiste infiel a mí, y tuviste el cinismo de echármelo en cara, y decirme que era culpa mía. Lo que siento, es que pienses que vas a seguir manipulándome. No se lo vas a decir al Director… porque se lo voy a decir yo. Pienso dejar el trabajo.
-¿Qué? – Serafín puso cara de espanto, si era ella quien hablaba, todo su poder sobre la joven se desvanecía.
-¿Qué te habías pensado, que es un títere sin voluntad, que puedes hacer de ella lo que quieras? – Se enorgulleció Bruno, tirando más del brazo de su rival.
-Bruno, también te dejo a ti. – Aclaró Charito. El policía se puso blanco y perdió fuerza con tal rapidez, que Serafín aprovechó para soltarse y escurrirse a un lado, lejos de su alcance.
-¿….qué? – El Rubio parecía casi incapaz de hablar.
-Bruno… me gustas. Pero no me acosté contigo porque te amara, sino sólo por darle por las narices a éste. No he sido honesta contigo, te he utilizado. Me has ayudado a encontrar… a encontrarme a mí. Pero lo que siento por ti, no es amor. Es deseo, sólo puro deseo. Dentro de tres meses, no te aguantaría ya, estaríamos discutiendo todo el día, y… no quiero hacerte más daño todavía. Por los dos… esto se ha acabado aquí.
El Rubio la miraba con la boca entreabierta, negando lentamente con la cabeza. Parecía incapaz de hablar, parecía muy desamparado, allí desnudo frente a ella con cara de estupor. Serafín sintió un triunfo en medio de su derrota, y soltó la risa. Bruno le agarró con la rapidez de un gato, y le estrelló la cara contra la pared, cambiándole la risa en llanto en un segundo. Charito respingó del susto, mientras Serafín se hacía un ovillo en el suelo, agarrándose la nariz, que le sangraba.
-Pero… pero, ¿porqué? - preguntó Bruno.
-Pues… por cosas como ésta, mira. – contestó ella, señalando a Serafín – Eres… muy impulsivo. Tienes justa fama de vengador, de… me asustas, te lo aseguro. Te he visto disparar a un hombre a sangre fría.
-¡Por defenderte a ti, te robó el bolso!
-¡Lo sé, pero eso no es motivo para pegarle un tiro!
-¡Sólo le herí…!
-¿Y ahora, éste miserable al que le has partido la nariz, qué?
-No se la he partido, ha parado el golpe con la mejilla, y además no le he dado tan fuerte, seguramente ya ni sangra.
-Pero le has estrellado la cara contra la pared… y no te ha hecho nada.
-Se ha reído de mí. – casi rugió el Rubio.
-Bruno, ¿y si un día llegas enfadado a casa, y…?
-Nunca. – la interrumpió. – Yo jamás le sacudo a nadie que no se lo merezca.
-Eso dices. Pero yo te he visto hacer… cosas algo tempestuosas. Ya he tenido con éste para vivir con miedo. No voy a volver a vivir con miedo jamás. – Su tono era terminante. Subió al piso de arriba y bajó con su ropa. – Vístete. Marchaos los dos.
Si el Rubio hubiera seguido sus instintos en ese momento, si hubiese sido él mismo,… hubiera querido gritar, pegar un puñetazo contra la pared que dejase un socavón en el tabique, decir que si salía por la puerta no le iba a volver a ver… pero no lo hizo. Recordó cuántas, cuantísimas veces su madre le había advertido contra su mal genio. El padre César, su padre por más que él no quisiera recordarlo, también lo había hecho, “¡qué bruto eres, hijo mío!”, le solía decir, “recuerda, bienaventurados los mansos”, le solía decir. Jamás había hecho caso, ni al uno, ni a la otra. Siempre pensó que estar imposibilitado hasta para masturbarse por la promesa de virginidad que le había hecho a su madre, y ser policía, eran excusas más que suficientes para estar siempre de malhumor y ser un poco bruto, que tenía derecho a ello… por primera vez, su forma de ser le abofeteaba la cara. Se vistió.
De muy lejos, oía a Serafín diciéndole a Charito que él sabía perdonar, que no hacía falta que se lo contase a su tío si no quería, que no quería dejarla en la calle, que había sido un pronto… Charito le ignoró y abrió la puerta para que los dos salieran. Bruno, ya en el vano, quiso decir algo.
-No lo hagas aún más difícil, por favor… - suplicó ella, sin dejarle ni empezar la frase. – Vete. – El Rubio salió de allí caminando como un zombi, como si no acabara de creerse lo que estaba sucediendo. Charito miró a través del cristal, decorado en rombos y con dibujos de hojitas y flores en el marco, de su puerta, hasta que ambos salieron por la reja del jardín y se perdieron a través de la calle. Sólo entonces dejó escapar de su garganta un suspiro interminable que la había estado ahogando y que pareció quemarle en seco la garganta, se dejó caer de rodillas sobre el suelo y las lágrimas salieron de sus ojos como una cascada. Fuera, se oían villancicos.
Un grupito de niños, dirigidos por un hombre con más aspecto de cuarentañero que de cuarentón, de cabello y barba morenos y rizados, y algo más largos de lo que hubiera sido formal, recorrían la calle con huchas de la Infancia Misionera, cantando villancicos a todo pulmón. No lo hacían demasiado bien, pero sí con mucho entusiasmo, pidiendo amablemente casa por casa.
-Melquíades, nos dejamos ésta… - dijo una niña de unos ocho años, cuando pasaron por delante de la casita de la maestra. El hombre sonrió a la pequeña.
-No te preocupes, conozco a quien vive allí, y ahora mismo, no está en casa. – A pesar de que la naturaleza de la niña era seguir insistiendo, decir que las luces estaban encendidas, el tal Melquíades tenía una manera de decir las cosas, que SABÍAS que tenía razón, de modo que la chiquilla se colocó de nuevo tras él junto a sus amigos y siguió cantando “dame el aguinaldo, carita de rosa, que no tienes cara de ser tan roñosa. La campana gorda de la catedral, que te caiga encima si no me lo das…”. Ninguno de ellos se fijó en cómo Melquíades sacó una pda del bolsillo, y empezó a hacer anotaciones y búsquedas en una lista:
“Prof. Charito. Malos. Motivo: ruptura de un corazón. Sinceramente arrepentida. Actualizando lista: Buenos. Regalo deseado: Bruno, El Rubio. Buscando… Lista: Buenos. Regalo pedido: Prof. Charito. Enviando mensaje a: Gastón y Baltimore. Enviado”.