Especial Halloween II
Nastia gritó de gustó y tembló; Zato gimió como si expirara y sintió que había rozado el Cielo, ¡estaba dentro de su mujer, por primera vez en cinco largos años...! Era tan bueno como recordaba, estrecho, dulce, ardiente...
-¿Qué quieres decir con... “se lo ha quedado”?
-Me temo que exactamente eso, Tolo. Dice que de momento, se queda con él, que cuando termine de usarlo, nos lo devolverá.
-Pero... ¿pero le has dicho que...?
-¡Lo he intentado, ¿vale?! ¡Lo he intentado! ¡Era dejárselo, o matarle, con su secretario ahí! ¿Qué iba a hacer yo, matarles a ambos?
-Joder, no, pero... ¡No puede quedárselo, morirá de todos modos!
-Eso lo sabemos tú y yo, pero él no quiere saberlo. El medallón le ha seducido, no nos lo entregará voluntariamente.
-Pues habrá que quitárselo... antes de que el medallón lo mate. - Sentenció Tolo, e Iana asintió. Tolo era el hijo mayor de Alfonso Vladimiro, el anciano conserje de noche del Instituto, e Iana era su hermana. Bueno, en realidad no eran hermanos, Tolo era hijo sólo adoptivo, mientras que Iana era hija natural del conserje y Tatiana, su mujer. El que no existieran lazos de sangre entre ellos, había facilitado su... relación. No era exactamente un noviazgo, o al menos Iana prefería no considerarlo así, y Tolo no quería hacerse demasiadas ilusiones, pero lo cierto es que tonteaban, medio salían, jugueteaban... y solían cazar juntos y compartir las presas, algo que no es habitual en una sociedad tan individualista y llena de egoísmo como aquélla a la que pertenecían ambos, la vampírica.
En esta ocasión, igual que a veces compartían juegos y cacerías, les tocaba compartir la responsabilidad. Tolo, meses atrás, había “cogido prestado” un medallón de la mujer de su padre, y lo había empeñado para tener efectivo y coger el traspaso de un local que pretendían convertir en discoteca, lo que no sólo les daría dinero, sino también un suministro continuo, cómodo y casi interminable de presas. El medallón había viajado hasta Transilvania, donde un anticuario había pagado por él una cifra exhorbitante, porque sabía el valor del mismo a la perfección, si bien no sabía su verdadero precio, o prefirió ignorarlo; el caso es que ahora, a la muerte del anticuario, Tolo, aprovechando las vacaciones familiares en Europa del este, había solicitado al nuevo dueño de la tienda comprar el medallón y éste se lo vendió a precio de mercado normal y, como el joven le había solicitado, se lo mandó por correo, precisamente para no correr el riesgo de que su madre o padre lo viesen o se lo pescasen entre el equipaje. Pero en la aduana, habían detenido el paquete. Como ellos aún no habían regresado a España, había sido el Decano de la Universidad quien se había hecho cargo de las reclamaciones y de la orden judicial que exigía la apertura; el paquete había sido registrado, y, una vez comprobado que no había nada sospechoso en él, se lo habían entregado al catedrático para su custodia.
El Decano Zato había tenido la pésima idea de inspeccionar el medallón, había descubierto la leyenda en el interior del mismo, y le picó la curiosidad. Decidió probarlo y comprobó que funcionaba, de modo que ahora, claro está, no quería devolverlo. El medallón tenía una curiosa particularidad: para abrirlo, era preciso pincharse los dedos con la púa que había en el resorte que accionaba el cierre, y la sangre era absorbida por la joya. Una vez hecho esto, uno podía formular un deseo, el que quisiese... y le era infaliblemente concedido. Contaba la leyenda que dentro de la redonda joya, había encerrado un diminuto demonio que se alimentaba de sangre, pero, naturalmente, no se necesita la misma cantidad de sangre para desear un caramelo, que para desear un yate. Todos los poseedores del medallón había acabado desangrados; sólo un vampiro podía tener esa joya, en primera porque aunque su avaricia sea igual a la humana, ellos no cuentan con un límite temporal, sino que saben que pueden esperar y ser pacientes. En segunda, porque disponen de una fuente interminable de sangre para pagar los deseos.
Esto no era algo que supiese el Decano pero, como a todos aquéllos que se habían encontrado con el medallón, de haberlo sabido no le hubiese importado en lo más mínimo. Zato sólo sabía una cosa: que tenía entre las manos una herramienta infalible para conseguir cualquier cosa que él quisiera. Y él, sólo tenía una cosa en el mundo que deseaba de verdad y no podía lograr por los medios a su alcance: su ex esposa.
-¿Qué podemos hacer? - preguntó Tolo, en voz baja. Estaban subidos a la azotea de la biblioteca, era ya muy tarde y no era probable que sus padres pasasen por allí, pero era mejor ser cauto. Se arrebujó más en su grueso abrigo de piel, que apenas le cerraba a causa de la tripa. La noche era fría. - Si esperamos a que muera desangrado, será arriesgado, le harán la autopsia, y sospecharán. Si sale en los periódicos, llamará la atención. Si alguna otra casta nos coge la pista...
Tolo estaba preocupado, y con razón. La esposa de su padre, junto con Iana, pertenecían a una casta muy alta, los Lacrima Sanguis, la segunda en importancia sólo detrás de los Dementia, y eran muy apreciados por ser los únicos que poseían la fertilidad y podían tener hijos vampiros o engendrarlos de manera natural; ellas no correrían peligro serio si eran descubiertos, las respetarían... pero él y su padre pertenecían a la última casta. La basura de su mundo, la mierda. Los Chupacabras, llamados así por que no sólo se alimentan sin reparo de sangre de animal, sino que pueden tomar otro tipo de alimentos, como leche, huevos... el resto de castas ni siquiera los considera verdaderos vampiros, sino engendros abortivos, y luchan por su extinción absoluta. Si algún vampiro sospechaba que había cerca un Chupacabras, lo mataría con la misma tranquilidad que un humano aplastaría una cucaracha. Tenían que pasar desapercibidos, por la seguridad de su propio pellejo.
-Lo sé... - admitió Iana. Es posible que su padre fuese un anciano que andaba repitiéndolo todo dos veces porque no era capaz de recordar las cosas, que Tolo fuese gordo y tripudo, no demasiado valiente ni especialmente agraciado... pero eran su padre y su hermanastro. Y con el segundo, encima se estaba acostando. No iba a permitir que nadie viniese a husmear, con el peligro que eso les podía conllevar. - Tampoco podemos recurrir a papá y mamá, si se enteran de esto, nos matarán. Tenemos que recuperarlo nosotros dos solos...
-Seguiremos al Decano. - sugirió Tolo. - Seguro que llevará siempre el medallón encima, pero en algún momento se despistará, lo soltará por alguna razón, lo perderá de vista... lo cogeremos entonces.
Iana asintió. Ella y Tolo tenían la vista perdida en el mismo punto: el edificio de Bellas Artes, donde colgaba una gran pancarta, anunciando la fiesta de Halloween.
Mmmh... ¿está bueno el chocolate, verdad? ¿Te gustan las galletas también...? Estas son de chocolate, éstas de vainilla, las que tienen forma de calavera son de nata, y éstas otras son hombrecitos decapitados de gengibre, mi tiíto pierde la cabeza por ellas... de acuerdo, otro chiste malo; por favor, coge las que quieras, no te cortes. Aquí, en el salón de lectura del Tito Creepy, mientras nos cuenta la historia, siempre da mucho antojo de chocolate y galletas, o de té con miel... Espero que estés cómodo, ¿quieres acercarte un poco más al fuego? Aún queda mucha historia, y luego iremos a la fiesta, pero no hay prisa. Saboreemos el chocolate, las galletas, y el cuento. Tomo la huesuda mano de mi dulce Tito Creepy y la aprieto contra mi mejilla, mientras recuesto mi cabeza en sus rodillas, sentada a sus pies.
-Tío Creepy, por favor, ¡sigue contando...!
-¡Ay!
-Por favor, no se mueva tanto... casi hemos acabado. - dijo el sastre, y el Decano resopló. Solía llevar trajes a medida, pero el estar acostumbrado a las inacabables pruebas, no le hacía soportarlas mejor. Estaba en su despacho, subido en un escabel, en calzoncillos, mientras su sastre le probaba la casaca negra llena de hilvanes y puntiagudos alfileres. Se estaba haciendo un disfraz de vampiro, y quería que quedase perfecto. Por más que contase con la ayuda del medallón, quería estar impecable, quería que todo el mundo en general y Nastia en particular no pudiesen dejar de mirarle, y eso no iba a conseguirlo con un traje barato de tienda de chinos.
Había sido pura casualidad que el medallón llegase a sus manos y que a él se le ocurriera utilizarlo, pero había dado resultado más allá de todas sus esperanzas. Nastia, su ex mujer, por deseo de él, había sufrido un calentón tremebundo y se había masturbado sin poder dejar de pensar él, y diciendo su nombre en el momento del clímax. Sólo el recordar aquello, hacía que ya valiese la pena el maldito tormento de los alfileres. Ahora, Zato se proponía volver a hacerla suya y descubrir todos sus secretos para emplearlos contra ella, hacerla romper con su nuevo amante, y recuperarla. Nunca lo hubiera creído, pero ahora tenía unas ganas enormes de que llegase por fin la fiesta de Halloween, a la que en un principio se había negado, porque durante ella, llevaría a cabo su ataque... ¡Ay!
-Lo siento. - dijo el sastre inexpresivamente, y Zato volvió a resoplar, mientras Iván, su secretario, se tapaba la boca para toser.
-Iván, si llego a temerme que te estás riendo, además de un empleo nuevo, tendrás que pedir pensión por alguna mutilación. Te recuerdo que tengo unas tijeras cerca.
-Oh, no, señor, claro que no... - aseguró de inmediato el secretario, con los ojos llenos de inocencia. Zato se le quedó mirando unos segundos, pero como su subordinado le aguantaba la mirada sin maldad aparente, se dio por satisfecho.
Hacía rato que la música sonaba, suave y no demasiado alta, pero sí muy adecuada. El encargado de pincharla era Rob el Perro, un joven llenito, moreno y de ojos azules muy expresivos. No había pronunciado una sola palabra desde su llegada, pero de vez en cuando, entre tema y tema, se quedaba mirando a la sala y rugía por el micrófono con tal verismo que muchos estaban convencidos de que no rugía él, sino que se trataba de un sonido grabado. Además, llevaba un disfraz de hombre lobo verdaderamente creíble, y eso, en un dj de fiesta de Halloween, siempre es un punto favorable.
No había demasiada gente aún en la fiesta de Bellas Artes, pero hay que decir había empezado hacía apenas un cuarto de hora, era ahora cuando empezaba a llenarse, hasta entonces, casi los únicos que estaban eran los chicos de la propia facultad. Tony, el profesor de teatro iba disfrazado de Padre Karras (el Exorcista), y su novia, Sofía, a quien llamaban Zorra con suerte, Zcs o Z para acortar, iba a ir vestida de Regan, la niña poseída; Traviesa, la profesora adjunta y amiga de Tony, iba de novia de Frankenstein, con un crespado enorme bicolor en el pelo; Pastor, su novio y hermano de Zcs, de monstruo de Frankenstein, todo pintado de verde y con unos zapatones inmensos; Toñito, amigo de todos, de cirujano loco, con una vieja bata blanca de las que usaba su padre, profesor, para dar clase, manchada de sangre... había varios zombis, brujas, enfermeras diabólicas, un doctor Lecter... pasaban los minutos y el gimnasio se empezaba a llenar.
La mayor parte de la gente mariposeaba en torno a las largas mesas, donde había platitos de cartón decorado con motivos de la fiesta, que contenían diversas viandas, desde panchitos y palomitas, hasta montaditos de embutido y croquetas calientes, pasando por pastelillos caseros, caramelos, bollitos y zumos, además de una grandísima ponchera de bebida de frutas. Nastia, vestida de vampiresa, sabía de sobra que los “encargados del comité de fiestas” eran estudiantes y habían comprado bebidas alcohólicas, pero vigilaba que no las sacasen, como les había pedido. “Tened en cuenta que viene el Decano...” les había dicho esa misma tarde “Sé que vais a beber alcohol, pero tened al menos el juicio de no hacerlo delante de él”. Los estudiantes habían accedido a regañadientes primero y comprensivamente después, cuando Nastia les aseguró que Zato permanecía en los bailes y fiestas aproximadamente el mismo tiempo que los antiguos reyes: una hora todo lo más.
Rob el Perro, en su labor de pinchadiscos, emitió un aullido tan sonoro que hubo quien se sobresaltó; bajó las luces y arrancó con música más bailable, de modo que la gente pasó de inmediato a la pista; Nastia arrastró a Artie a bailar, por más que él protestaba que no sabía hacerlo... pero no le quedó más que intentarlo. Ana le tomaba de las manos, toda sonrisas, y le llevaba mientras giraban. Artie sabía que era soso y rígido, pero Ana le miraba con dulzura y pronto empezó a sonreír. En la pista de baile, el bibliotecario bailaba con su señora, parecían volar por el suelo y hasta los estudiantes se apartaban para dejarles paso y alguno los jaleaba.... Artie pensó que el bibliotecario había tenido buena idea en disfrazarse de Hannibal Lecter: la máscara que llevaba, hacía que fuese preciso fijarse mucho para ver que estaba un poco rojo.
-Ana... Esta noche estás arrebatadora. - sonrió el abogado, y Ana le miró llena de ternura y le abrazó. Al estrecharle contra ella y sentir cómo él la apretaba a su vez, le pareció que todas sus dudas de los días anteriores se deshacían como nieve bajo el sol,¿cómo había podido ser tan tonta de pensar que aún amaba a Zato? Él era algo del pasado, una sombra, algo que ya no podía influir sobre ella de ningún modo...
-Te vibra la cintura. - sonrió Ana.
-Oh, maldición, el móvil. - Artie la siguió abrazando con un brazo, pero con el otro, descolgó la llamada - ¿Diga? ¿Quién? ¿¡Qué!? - no era nada fácil oír nada con la música de la fiesta, y el abogado tuvo que soltar a Ana para taparse la otra oreja y poder escuchar. La directora de Bellas Artes se dio cuenta de inmediato de que ocurría algo grave - ¿Cómo...? ¿Que ha hecho qué? Oh, Dios mío... sí, lo comprendo...
-Artie, ¿qué pasa? - Ana y él se desplazaron hasta una de las esquinas, junto a una mesa, donde había menos ruido y gente. Artie la miró con tristeza.
-Un cliente mío. Ha sido acusado de desfalco por su empresa, está a la espera de juicio, y ha intentado quitarse la vida.
-¿Qué? - se escandalizó Ana.
-Al parecer, intentó colgarse, pero eligió una cuerda de cortina que no soportó su peso y desplomó la lámpara, el estrépito alertó a los vecinos y... Ana, tengo que ir. - No parecía que a Artie le hiciese la menor gracia, pero era su deber, era su abogado, y mal que le fastidiase, Ana también lo sabía. Igual que sabía que ella no podía ir, tenía que quedarse, era la “persona responsable” de la fiesta, no podía delegar el mando en nadie, sin ella habría que suspenderla, y eso sería darle la victoria a Zato - Tardaré lo menos posible, volveré lo antes que pueda.
-Te esperaré. - Ana intentó sonreír, y se puso de puntillas para besar los labios de Artie, pero éste estaba ya con la mente en otra parte. Salió casi corriendo del gimnasio, mientras Ana le miraba marchar. Menudo rollo... ¿qué sentido tenía seguir en la fiesta sin él? Pero no se podía marchar a casa, tenía que quedarse y poner buena cara. Eso sí, no le iba a dar a Zato el gustazo de verla triste, ella tenía que estar espectacular, tenía que pasarlo de maravilla, ¡era la fiesta de sus chicos, la fiesta con la que recaudarían los fondos que tanta falta hacían a su facultad, tenía que estar radiante! Pensando en aquéllo, se tragó su tristeza y volvió a la pista, a bailar sola entre los demás. Vio a un Fétido Addams, a un hada negra, a un fantasma de Scream, varias máscaras de V de Vendetta, un cazafantasmas... y entonces, alguien la tomó del brazo y sintió que la daban un tirón, y de golpe, se encontró entre los brazos de su ex marido.
-“Deja aquí un poco de la alegría que traes” - sonrió el Decano, y Nastia se sobresaltó.
-¡Zato! - la directora intentó soltarse de su abrazo, pero su ex marido sonrió, mostrando unos afilados colmillos de vampiro, y siguió dando vueltas por la pista - ¡suelta!
-Vamos, Nastia, sólo pretendo bailar contigo, ¡es una fiesta! - la sonrisa del Decano era ahora mucho más amistosa, ella le conocía bien, sabía lo tramposo y doblado que podía llegar a ser... es cierto, sólo era un baile, pero no era pretexto para que le agarrase de esas maneras, hizo fuerza para obligarle a mantener distancia, y Zato obedeció dócilmente. - Estás guapísima, vampiresa.
-...Gracias. - susurró Nastia. ¿Cuánto tiempo hacía que no bailaba con Zato? ¿Que no bailaba, sin más? Por que a lo que hacía Artie, bendito sea, no se le podía llamar bailar, todo lo más, contonearse, pero no bailar. Zato tenía ritmo y sabía usarlo. No quería pensar en aquéllo. - Tú también - dijo, casi por reflejo.
-¿Te gusta mi disfraz? - sonrió el Decano, luciendo colmillos de nuevo. Refulgían bajo los focos. Sí, la verdad que el disfraz era increíble, levita oscura, capa larguísima, negra y roja, con alto cuello, y que ondulaba con tanta elegancia cuando se movía, y estaba sujeta por un medallón muy llamativo, con una gran piedra roja que parecía un rubí. Zato se había peinado hacia atrás, dejando un pico de cabello en la frente, y su maquillaje le hacía parecer pálido sin parecer enfermo, y tenía los labios muy rojos, del color de las cerezas, y los párpados en un tono verdeazulado que le hacía destacar más aún los ojos verdes, tan verdes... parecía un Drácula muy clásico, muy realista y muy atracti... bueno, le sentaba bien el disfraz.
-Está muy bien hecho. - reconoció Nastia, sin querer darse cuenta que el corazón le latía más deprisa... ¿por qué?
-Supuse que vendrías de vampiresa, siempre te gustó Drácula, por eso lo elegí. Me alegra que te guste. - Nastia se conformó con asentir. Ella había tenido que decirle a Artie de qué disfrazarse, pero Zato la conocía lo bastante bien como para saberlo. Artie había elegido un disfraz baratito, un disfraz, simplemente. Zato se había hecho hacer un traje completo sólo para complacerla. Ella había tenido que arrastrar a Artie a la pista, pero con Zato, era él mismo quien la llevaba y la hacía sentir ligera entre sus brazos... ¡¿pero qué clase de idiota era ella?! ¡Zato la engañaba! Y Artie también, estaba casado y su esposa todavía no sabía nada, la estaba haciendo participar de un capricornio, lo quisiera o no. - Por cierto, no quiero que tu abogado se ponga celoso, ¿dónde...?
-Ha tenido que irse - Nastia se maldijo por contestar tan rápido. Como sospechaba, Zato lo aprovechó de inmediato.
-Oh... ¿ha sido capaz de dejar sola a una vampiresa tan bella? - tomó la mano que la profesora tenía en su hombro y la besó - No os preocupéis, bella Condesa, vuestro Conde os entretendrá y no permitirá que os sintáis sola.
-¡Corta el rollo, Zato! - Nastia tenía razones de sobra para pararle los pies y se sacudió los brazos de su ex marido, pero éste separó las manos sin hacer ademán de agarrarla de nuevo, y la miró con profundo dolor.
-Nastia... sólo bromeaba. - contestó con toda sinceridad, y la mujer se sintió culpable por un segundo.
-Creo que prefiero no bailar de momento. - dijo de todos modos, y Zato echó a andar junto a ella, hacia las mesas de comida. El Decano tomó una copa, la llenó de zumo rojo y se la ofreció antes que ella pudiera servirse, con una dulce sonrisa. Nastia la tomó e intentó ser educada al contestar - Zato... el que no esté Artie, no implica que tú y yo... no implica que vaya a suceder nada, igual que no ha sucedido en estos últimos años.
-¿Por qué siempre piensas que intento seducirte? ¿No puedo, simplemente, ser amable? - el tono del Decano estaba lleno de simpatía.
-Porque te conozco - sonrió ella - sólo eres amable cuando piensas que puedes lograr algo a cambio. Cuando salíamos juntos, únicamente me abrías la puerta del coche cuando pensabas que eso, podía granjearte sexo.
-Entonces era un niño, Nastia. Un niño tonto que pensó que una mujer, era una posesión. - la maestra tuvo que acordarse de cerrar la boca. Zato JAMÁS había admitido un error. - En estos últimos días, sobre todo desde que viniste a verme para pedirme ésta fiesta, y... después de lo del abogado, que sé que sois amantes, aunque digas que es tu modelo, yo... he pensado mucho, Nastia. En ti y en mí, y en todo lo que te hice. No sólo durante nuestro matrimonio, sino desde que nos conocimos. - El decano pareció algo apurado, pero logró mirarla a los ojos - Siempre he dicho que yo no he cometido errores en mi vida, ninguno... pero es mentira. Me mentía a mí mismo, yo he cometido muchísimos errores en mi vida. El peor, aquél por el que nunca pagaré lo suficiente, es el haber permitido que te fueras de mi lado.
-Zato, tú no permitiste nada, yo me marché.
-Porque yo no fui lo que tú esperabas. - insistió el Decano.
-Porque me engañabas... te acostabas con alumnas, vendías aprobados y favores a cambio de sexo... - se le trababa la voz, creía haberlo superado, pero la tristeza seguía allí.
-Lo sé, y ahora es cuando entiendo que no está bien, cuando me he dado cuenta de que fui un estúpido y eso me llevó a perderte. Mi padre lo hacía, él lo llamaba “educar”. Decía que si una chica venía diciendo que quería un aprobado, o una nota más alta, esa joven tenía que saber que eso, costaba un esfuerzo, que si no quería estudiar, de algún otro modo tenía que educarse, y por eso lo hacía, y por eso me lo inculcó a mí también. No era el único que lo hacía, otros muchos profesores lo hacían también, yo siempre lo vi como algo normal, y la rara eras tú por no entenderlo. - Zato guardó silencio, como si le costase un gran trabajo continuar, y Nastia dio un paso hacia él, parecía tan desolado... El Decano la tomó de las manos. - Hace poco estuve en casa de mis padres y, revolviendo, encontré un diario de mi madre. Supuse que sería una agenda, nada personal, pero sí era personal... empecé a leerlo. Yo siempre había creído que mi madre sabía lo de aquéllos tratos y hacía la vista gorda, como lo hacía cuando mi padre tiraba la ceniza al suelo al fumar...
La profesora ya se temía aquello, pero en su matrimonio con Zato, no lo había mencionado nunca. Apretó las manos del Decano y éste continuó.
-Mi madre sufría. Sufrió muchísimo durante todo su matrimonio, sabiendo que cada vez que mi padre se retrasaba, o en épocas de exámenes, estaba con una u otra. Con mujeres más jóvenes que ella, o... Mi madre llegó a sentir asco de convivir con mi padre, pensando que él había estado antes con una o con otra, y que cuando llegaba cansado y no quería estar con ella, era porque las alumnas lo habían agotado. Nastia, fue duro para mí enterarme de aquello, pero más aún hacerme a la idea de que yo te había causado a ti ese mismo dolor, me hubiera puesto a darme bofetadas, a...
-Zato, ya no importa... - sonrió Nastia, acariciándole la cara. - De verdad, ya no importa.
-Para mí sí importa. - El Decano la miró a los ojos, con esa mirada tan verde, llena de profundidad - Soy consciente de que te he perdido, y nunca me lo perdonaré a mí mismo. Pero me gustaría que al menos, me perdonaras tú. - Nastia sonrió y pareció a punto de hablar, pero Zato le colocó un dedo sobre los labios. - Espera. Si vas a perdonarme, quiero elegir mi perdón. No te muevas.
Ana lo vio marchar, en dirección al dj, y algo le dijo al oído, que el Perro asintió y le cedió el micrófono. Las luces se encendieron y la música paró. Los asistentes protestaron, pero un poderoso rugido de Rob hizo callar a todo el mundo, y el Decano tomó la palabra.
-Buenas noches, Facultad de Bellas Artes, y feliz Halloween. Me place enormemente que me hayáis invitado a vuestra fiesta, y como invitado de honor, reclamo el derecho a la apertura del baile; ya sé que éste, en teoría, lleva mucho comenzado, pero como a lo que estáis haciendo, no se le puede llamar bailar, vuestra directora y yo, os vamos a enseñar cómo se hace. Música, maestro. - Zato saltó a la pista y tendió sus manos hacia Nastia con una sonrisa llena de dulzura. La profesora se vio pillada, pero, ¿quién le niega a nadie el perdón cuando te lo piden con tal sentimiento? La música empezó a sonar, y Nastia se dejó llevar por el vals:
http://www.youtube.com/watch?v=pfcwMSQAItU
El Decano la llevaba como si flotaran, y Nastia se dio cuenta que el candor, había desaparecido de los ojos de Zato, para ser reemplazado por la picardía, cuando movió los labios para seguir la letra: “...si quieres me caso de nuevo contigo...”. La directora quiso parar, irse, huir... pero cada vez que lo intentaba, veía aparecer de nuevo al Zato inocente que sólo pedía ser perdonado, y se dio cuenta que no sería capaz de romperle el corazón marchándose, y continuó bailando con él, dando vueltas al compás de la música. “Me ha pedido perdón... Jamás había hecho algo semejante. Él me ha pedido perdón, se ha dado cuenta de lo que sufrí por él, y yo sigo ocultándole que es padre de nuestra hija.”. Nastia se torturaba, sabía que no debía decírselo, pero, ¿era justo? Hasta el momento, había podido ocultarle a Zaza, la pequeña hija de ambos, porque él la había sido infiel, él era el malo. Pero ahora le pedía perdón de todo corazón, y ella decía perdonarle, pero, sin embargo seguía mintiéndole; de pronto la mala era ella y no podía soportarlo, pero tampoco quería pensar en qué pasaría si Zato se enteraba de semejante secreto... La música terminó y la profesora oyó aplausos, como de muy lejos. Zato se inclinó caballerosamente y Nastia hizo lo propio. Acto seguido, le ofreció el brazo para que ella apoyase su mano en él, y chasqueó los dedos para que volviese a sonar música disco, mientras volvían a la zona de las mesas. Cuando quería, tenía señorío para dar envidia a un rey.
-Gracias - dijo Zato, con una gran sonrisa.
-¿Por qué? - Nastia se sentía cada vez peor consigo misma.
-Por todo. Por haber estado conmigo, por cada momento que pasamos juntos... y también por abandonarme, por que gracias a eso, he entendido muchas cosas. Y gracias por ésta noche. Gracias por dejar que sigamos siendo amigos.
-Zato, tengo que decirte algo, algo espantoso... - la profesora estaba casi a punto de llorar, pero no pudo continuar, porque el Decano la miró con preocupación y la tomó de las mejillas.
-¿Te encuentras bien? ¿Estás llorando? - La profesora tuvo la impresión de que iba a desbordarse en llanto como una presa en una inundación, y se disculpó torpemente.
-Tengo que... ¡voy al lavabo! - Nastia soltó el diminuto bolsito rojo y prácticamente huyó hacia los aseos. Zato la vio marchar, entre preocupado y extasiado por ver cómo se le movían las nalgas cuando corría. Apenas la vio entrar en los lavabos, tiempo le faltó para abrir el bolso y cotillear, al mismo tiempo que un dolor punzante le laceraba el pecho... ay... tenía el medallón para sujetarse la capa por esa razón; cada vez que pedía un deseo, la púa se clavaba en su carne, y ahora estaba deseando saber todos los secretos de Nastia. En el bolso, la profesora llevaba una barra de labios, un paquetito de kleenex, y algo que vibró, un móvil. Zato reconoció el teléfono, era el de la casa de la tía abuela de Nastia, y descolgó.
-Diga.
-....¿Mamá? - dijo una vocecita muy fina. Zato se extraño.
-¿Quién llama? - preguntó.
-No eres mi madre. - la voz delataba a una niña de muy corta edad, pero el tono y la seguridad parecían casi adultos. - Dime ahora mismo quién eres, o llamo a la policía y denuncio el robo.
-Soy Evaristo Zato, el decano de la Universidad, ¿te basta con eso, microbio? Y ahora dime quién rayos eres tú, y por qué estás en casa de... - y entonces, Zato estuvo a punto de dejar caer el teléfono. No... no podía ser lo que se estaba imaginando. En aquél momento, Nastia salió de los lavabos, y al verle con su móvil en la oreja, se puso blanca como un papel, y el Decano supo que había acertado antes de que la niña hablase de nuevo.
-Soy Coriza Cerezo, mi madre es Anastasia, la directora de la Facultad de Bellas Artes, ¿por qué tiene usted su móvil, señor? - Nastia había llegado frente a Zato y tenía el rostro casi desencajado, boqueando sin ser capaz de articular una sílaba, buscando a la desesperada alguna explicación, una excusa... sin hallarla.
-Enseguida te paso a tu madre... hija. - contestó Zato, sin dejar de mirar a Nastia a los ojos. La niña tomaría el apelativo como una simple manera de dirigirse a ella, pero la directora sabía qué quería decir el Decano. Cuando tomó el teléfono, apenas le salía la voz.
-Dime, cielo. - logró articular, con voz ahogada. Sentía los ojos de Zato clavados en ella, y no se equivocaba - No, no me esperes... lo antes que pueda, pero no esperes despierta, acuéstate ya... Yo también. Buenas noches. - Zaza colgó. Y se sintió algo aturdida, como si no supiera muy bien qué había pasado, cosa que no solía sucederle... No sabía por qué le habían dado esas ganas tan de golpe de llamar a su madre, pero había tenido que hacerlo...
En la fiesta, Nastia apenas se atrevía a levantar la mirada. Había intentado reunir valor para confesárselo a Zato, pero ahora, lo había averiguado de rebote, justo como ella no hubiera querido que se enterase jamás. Zato no sabía ni cómo sentirse.
-Cinco años... cinco largos años... ¿cómo has podido...? - vaciló.
-Zato, pensaba decírtelo, pensaba hacerlo esta noche, de veras...
-Ah, me alegra enterarme de eso, ¿ya ha pasado mi penitencia, o es que necesitas un canguro?
-Zato, por favor... Me... me hiciste daño, mucho daño, me mentiste, y yo pensé que, puesto que ya nos habíamos divorciado, no era preciso que...
-¿No era preciso que qué? - Zato la tomó del codo y anduvieron hacia una de las puertas de la sala - ¿Que me enterase de que tengo una hija a la que prácticamente has secuestrado?
-Sé que hice mal, ¿vale? ¡Tú tampoco fuiste un marido modelo! Intenté... protegerla, y protegerme a mí... - Nastia sintió que las lágrimas la cegaban, y Zato le pasó el brazo por los hombros y la sacó de la sala. En el pasillo desierto, había un panel decorado; el Decano miró a uno y otro lado, y cuando se cercioró que nadie los veía, presionó uno de los floripondios del panel, y éste se deslizó hacia un lado, revelando un pasadizo secreto. Nastia se asombró. - ¿Qué...?
-Por aquí se va a mi despacho, ven. - Zato la tomó del brazo y la hizo entrar junto a él.
-¿Por qué hay un pasadizo secreto en Bellas Artes que llega JUSTO hasta tu despacho?
-Nastia, creo que está quedando patente ésta noche que hay muchas cosas que no sabemos el uno del otro, ¿prefieres llorar a gusto en mi despacho, o que todos tus alumnos te vean hecha una magdalena? - la directora entendió que tenía razón, y asintió. El pasadizo era un pasillo recto, bien iluminado, largo y silencioso - Hace más de un siglo, la Universidad era más pequeña, el edificio de Bellas Artes no existía, en su lugar había un burdel - contestó Zato a la muda pregunta de Nastia - Parece que mi antepasado, era muy aficionado a él, y necesitaba ir y venir con discreción.
-Y ahora, ¿es así como consigues que tu secretario venga siempre a hacer fotocopias a MI edificio y regrese siempre tan deprisa al tuyo?
-No se te puede ocultar nada, mi amor - bromeó Zato. - está claro quién de los dos es el mejor mentiroso.
Nastia agachó la cabeza y guardó silencio. Sabía que Zato tenía razón, ocultar una infidelidad era bastante malo, pero ocultar a un hijo, podía incluso ser delito. No obstante, el Decano no parecía enfadado; esa noche sólo emitía cortesía, simpatía... llegaron a una escalera, y Zato le ofreció la mano.
-Por aquí está más oscuro y los escalones son irregulares. - explicó, y Nastia tomó la mano que le ofrecían. Era tan cálida y acogedora como la recordaba. Ella solía tener las manos frías, por eso él las tomaba entre las suyas para darle calor. Le pareció que hacía una eternidad de aquello, de esas tardes frías de otoño e invierno en las que él la acompañaba a casa, y le metía la mano dentro del bolsillo y la apretaba, o se las cogía y soplaba aliento sobre ellas para calentárselas, y era como... era como un río de lava que recorriese sus manos y brazos hasta su corazón. Entonces sólo habían existido ellos dos, el mundo estaba vacío, era una especie de terreno virgen que esperaba que ellos lo conquistasen. “Daría algo por volver a aquéllos días, sólo durante una hora...”, pensó sin poder contenerse, y al momento meneó la cabeza; no, esa no era una buena idea. - Ya llegamos.
Zato presionó la pared, y ésta se hizo a un lado, y Nastia reconoció el recibidor del despacho de su esposo. Ambos pasaron, y el Decano tiro del lomo de uno de los libros de la librería que se había desplazado para dejarles paso, y ésta se colocó de nuevo en su sitio mientras entraban al despacho y Zato cerraba la puerta tras de sí. Como Nastia iba delante, no vio que el Decano se apretaba el medallón contra el pecho y hacía un gesto de dolor.
-Desde luego, es un sistema interesante, el de los pasadizos, me refiero, ¿hay más? ¿Cómo te enteraste de que estaba aquí? - preguntó Nastia, mientras Zato se servía agua de una jarra y se terminaba el vaso en dos grandes tragos. Se sirvió el segundo mientras miraba a su mujer y le ofrecía con los ojos. Ella negó con la cabeza.
-Que yo sepa, no hay más que ese, y ya sabía que existía cuando era un mocoso, lo descubrí por casualidad, jugando en el recibidor una tarde que esperaba a mi padre. Nunca se lo conté a él, pero... - se sirvió un tercer vaso de agua, que ya bebió mucho más relajadamente - te recuerdo, Nastia, que no hemos venido aquí a hablar de la arquitectura.
La directora agachó la cabeza y asintió.
-Sé que te debo una explicación.
-Creo que me debes algo más que eso, Nastia, me debes cinco años de la vida de mi hija.
-No me hagas el melodrama, Zato, ¡si nos ponemos así, tú me debes todos mis años de fidelidad, y mi virginidad!
El Decano estuvo a punto de saltar, pero por enésima vez esa noche, logró contenerse, si dejaba que Nastia se pusiese a la defensiva, la perdería, y la gracia del deseo era que ella misma no pudiese evitar ceder. Tenía que ser más astuto que de costumbre.
-Está bien, Nastia, no tiraré de retóricas, pero yo te he pedido perdón. Es más, si quisieras, que sé que no quieres, pero si quisieras... yo estaría dispuesto hasta a volver a intentarlo contigo. - ¡Diana! Pensó Zato. La expresión de su mujer delataba todo, menos miedo. Fue sólo un segundo, de inmediato el sentido común de su Nastia se impuso y le recordó las infinitas peleas, las infidelidades, las promesas rotas y todo lo demás, pero por un breve instante, su corazón había suplicado “Sí, por favor, ¡yo también te amo!”, y él lo había visto.
-Zato, eres un caradura encantador. - sonrió amablemente ella - Pero creo que los dos sabemos que no es lo más adecuado. - La directora se sentó en el silloncito biplaza que tenía su ex esposo en el despacho, y él hizo lo propio a su lado. - Verás... Cuando nos separamos, ¿recuerdas aquélla vez, la última, que... nos pusimos cariñosos?
-Que si me acuerdo... - el Decano sonrió con picardía y de una sola mirada, desnudó a su mujer por completo. - Hay cosas que no se pueden olvidar. Además, fue en éste mismo despacho, sobre ésta alfombra, estábamos sentados aquí como ahora...
-¡Bueno, sí, pero el caso es...! El caso es que me quedé en estado. Lo descubrí después, cuando ya estábamos legalmente divorciados. Tú sabes que nuestro divorcio no fue muy amable, más bien fue tempestuoso. - “Como toda nuestra relación, para mal y para bien”, pensó ella misma - Yo... sé que fui egoísta, pero lo último que quería era, tras haber conseguido romper, volver forzosamente a tener que verte, y tener un vínculo tan fuerte contigo... lo que quería era olvidar, quemar las naves... pero tampoco quería abortar, quería tenerla... Estaba asustada, la quería y no la quería a la vez, y me sentía mala persona por no quererla, e irresponsable por sí quererla. Tenía la impresión de que hiciese lo que hiciese, me equivocaría...
-Y pensaste que podías no hacer nada. - completó el Decano, y Nastia asintió - Que podías guardar el secreto, ¿cómo me iba a enterar...? La pega es que se trataba de un secreto que crecía, ¿verdad?
-Pensé en decírtelo en alguna ocasión... cuando me fui a París a tenerla, cuando por fin nació, cuando volví... en algún cumpleaños... Pero nunca fui capaz. Me daba miedo tu reacción, me daba miedo que...
-¿Que te la quitara? - Nastia cerró los ojos y una lágrima se escapó de ellos. Odiaba que Zato la conociera tan bien. - Por favor, Anastasia, ¿en qué concepto me tienes? Sé que soy resabiado, algo cínico y caprichoso, celoso, y sin duda no seré la mejor persona, ni el mejor padre del mundo, pero no soy un coco traganiños... Es cierto que quiero verla y conocerla, y pasar tiempo con ella, pero tú eres su madre, no me entra en la cabeza quitártela.
-¿Y por qué en la mía sí entró? - musitó ella sin poder contenerse. No sabía por qué, pero de pronto, todas sus razones para mantener a su hija alejada de Zato, le parecían estúpidas y crueles, carentes de todo sentido. No era más que una egoísta, y él era tan comprensivo... siempre había sido bondadoso con ella, atento y cariñoso, es cierto que había sido infiel, pero aparte de eso, ¿qué queja tenía de él? Era el hombre con el que siempre había soñado, su príncipe azul, su caballero andante, su gran visir, el padre de su hija... No le extrañó que él la abrazase.
-Vamos, vamos... Sé lo que está pasando ahora mismo por esa cabecita, y es mentira. Tú no eres mala, Nastia. Ni mala madre, ni mala persona. Estabas enfadada, e hiciste lo que creíste mejor para nuestra hija, nadie te puede acusar por eso, nadie te puede decir que querer proteger a un bebé, está mal... Y tú dirás lo que quieras, pero en el fondo, yo creo que querías que esto sucediera. - Nastia alzó la cara para mirarle. - La llamaste Coriza, Zaza para acortar. Era el nombre que yo quería ponerle si era niña. Y la llevaste a nacer a París... a nuestra ciudad. Apuesto a que le dices que vino de allí, como decíamos nosotros que le diríamos cuando naciera, cuando aún éramos felices... cuando aún estábamos juntos.
El vaho mentolado de Zato acariciaba el rostro de su esposa, y su cara no dejaba de acercarse a la de ella. Para cuando Nastia quiso frenarle, notó un roce de seda sobre sus labios que le erizó el vello de los brazos y le puso el estómago del revés. Una dulce corriente de chispitas recorrió su boca, y le pareció que no tocaba el suelo... un brazo de Zato le rodeaba la espalda, con la otra mano le acariciaba dulcemente la mejilla y el cabello, provocando cosquillas en su nuca y la columna, como si todo su cuerpo se activase al contacto con el de Zato. Nastia reconoció la sensación: era exactamente la misma que cuando la besó por primera vez, a la edad de trece años.
La mujer quiso debatirse, e intentó decir “no”, pero al hacerlo, sus labios se entreabieron, y la lengua de Zato se escurrió entre ellos. No apretaba, no había brusquedad alguna, ni posesión... sólo ternura. Aquélla lengua acarició sus labios y enseguida encontró la suya, y al tocarla, un gemido rasgó los pechos de ambos, como si llorasen de felicidad, de pura alegría al encontrarse de nuevo. Nastia pensó en lo estúpida que había sido dejando que nada la separase de su marido, de su compañero, ¡sólo él sabía comprenderla y amarla como ella quería...! Pero entonces Zato intentó que ella se recostase en el sofá, y eso le recordó la primera vez que hizo el amor con Artie, y se dio cuenta que lo estaba traicionando.
-No... - logró protestar, separando su boca de la de Zato - Por... por favor, esto no.... - Zato no contestó, siguió besándole la cara, abrazándola contra él, acariciándole los brazos. Llegó a la cintura y Nastia respingó, sus costillas parecieron volverse gelatina, todo su cuerpo deseaba tumbarse y dejarse hacer, abandonarse al mundo de placeres que sólo él sabía darle, rendirse una vez más, pero se obligó a recordar a Artie; si ésta vez se dejaba vencer por Zato, no sería ella la única perjudicada, sino que le haría daño a un hombre cariñoso y bueno, que no había intentado aprovecharse de ella. - Zato, estoy comprometida.
-Claro que sí, mi amor... conmigo, ¿no lo recuerdas? Llevamos comprometidos desde antes de que naciéramos, nuestros padres nos prometieron. - La voz del Decano parecía penetrar hasta su espina dorsal y hacer vibrar sus entrañas, por favor, ese tono no... ese tono a la vez suave y ronco, acariciador y lleno de promesas, no. Odiaba cuando lo usaba, era tan difícil negarle nada cuando llegaba hasta ahí, era casi imposible. Pero lo intentó.
-No, Zato, no es contigo, es con Arturo, ahora estoy con él, tú lo sabes... por favor, no me hagas traicionarle. - casi sollozaba, mientras Zato sonreía con picardía y le besaba el cuello. La boca del Decano era ardiente y astuta; se pegó a su piel y acarició con los dientes, cosquilleando con la lengua, sintiendo que la respiración de Nastia se aceleraba. Encontró el latido rápido de la sangre en el cuello y apretó allí con su lengua, pegó la boca en el punto exacto y aspiró, pellizcando con los dientes, mientras su mujer ahogaba como podía el gemido de gusto que le provocaba aquél beso, y se estremecía entre sus brazos. - Nooo... no sigaaaas... haaaaah... no me hagas hacerle esto...
-Nastita, mi cereza de licor... - susurró el Decano soltando el mordisco, cada vez más inclinado sobre ella, cada vez más ardiente - Yo no te hago hacerle nada, sólo pretendo demostrarte que yo también te he perdonado, ¿qué mejor modo de hacerlo que dándote placer? - saboreaba las palabras, sus labios acariciaban la piel del cuello, subiendo de nuevo hacia la boca, mientras los labios de Nastia se abrían y cerraban buscando no sólo aire - Pero si no quieres que continúe, párame. Si no te gusta lo que te hago, cariño, sólo detenme; levántate del sofá y vete, no te lo impediré, prometido.
Nastia quería hacerlo, quería levantarse e irse de allí, pero cada vez que lo intentaba, sus piernas no la respondían, sus pies se deslizaban por el suelo sin que fuesen capaces de sostenerla, y tampoco sus brazos parecían capaces de hacer frente a Zato; intentaba moverlos, pero sólo atinó a abrazar con ellos a su esposo, y éste sonrió y la besó, esta vez mucho más apasionadamente, usando la lengua con ganas. Nastia gimió un débil maullido, y sintió que sus bragas se empapaban, y la pura impotencia le dio ganas de llorar. No podía escapar. “Sólo es por culpabilidad”, se dijo, confusa, mientras se reclinaba por completo en el sofá y los dedos de Zato le bajaban la cremallera del vestido, todo suavidad, todo cosquillas incitadoras adorablemente irresistibles, “Sólo le dejo hacerlo porque me siento culpable por haberle ocultado a Zaza, nada más... Artie no lo sabrá nunca”.
Zato besaba los hombros de su mujer, bajando el vestido centímetro a centímetro, mientras ésta parecía luchar inútilmente por mantener los ojos cerrados. El Decano recordó que en su primera vez, le sucedió algo similar, luchaba por intentar abrirlos, porque sentía vergüenza, y él había conseguido que se sobrepusiera a ella. Cada vez que su boca tocaba la piel de Nastia, ella suspiraba; estaba a punto de bajar el vestido para descubrir su busto, pero en lugar de eso, tomó las manos de su mujer y las invitó a desnudarle a él. Su esposa se mordió el labio inferior y su barbilla tembló, mientras una lágrima brillante salió de su ojo derecho y rodó por su mejilla... “Creo que nunca has estado tan hermosa como ahora”, pensó el Decano, inclinándose para besar el recorrido de la lágrima, salado como la victoria, “Intentando resistir para no ser infiel a tu abogadillo, mientras te mueres de deseo por mí”.
-Eres cruel, Zato... - protestó Nastia, pero su marido sonrió, con esa sonrisa llena de astucia, y le llevó las manos para desabrochar la levita y la camisa. Sólo necesitó llevarla en dos botones, el tercero lo desabrochó ella misma, mientras él terminaba de bajarle el vestido y descubría el sostén rojo que tapaba los pechos de su mujer, y tomó el lazo central que lo cerraba, entre sus dedos, mirando a su esposa, como si le preguntara “¿lo abro, no lo abro...?”. Nastia no pudo sostenerle la mirada, pero llevó su mano a los dedos de Zato y ella misma tiró del lazo y lo deshizo. Sus pechos botaron y Zato sonrió, lascivo y divertido, y los contempló unos segundos, mientras Nastia terminaba de desabrocharle la camisa blanca y miraba también el pecho velludo de Zato, que tanto tiempo llevaba sin ver, y que, lo quisiese o no, tanto amaba. - ¡Ah, noooooo... mmmmmmmmmh...!
Nastia gimió y se curvó hacia atrás de placer cuando su esposo le pellizcó el pezón izquierdo y tiró suavemente de él, para enseguida apresar el pecho entero con la mano y apretarlo. Zato no pudo resistir más, se lanzó hacia ellos y los apretó, besando los pezones y tirando de ellos con los labios. Su esposa gemía y reía de placer bajo él, abrazándole por el cuello para que no parase. Sabía que aquello estaba mal, que estaba siendo infiel a... ¡oh, qué más daba, era demasiado bueno para parar! ¡A fin de cuentas, él aún estaba casado y seguro que tenía sexo con su esposa! Oooh, por Dios, Zato, no pares... sigue, sigueee...
Zato tenía la vista nublada, pero meneó la cabeza y continuó, chupó los pezones de Nastia, mordió y perfiló con los dientes, acarició los costados y besó hasta la garganta, produciendo cosquillas en la columna de su mujer, que no cesaba de gemir y estremecerse, abandonados ya los escrúpulos. Subió de nuevo a la boca y ésta vez su Nastia le devolvió el beso abiertamente, gimiendo como la gata que era, mimosa y lasciva. Su mujer le buscaba la cinturilla del pantalón, y él mismo le metió mano bajo el vestido, para bajar medias y bragas; Zato se enderezó un momento para quitarse los pantalones, y vio con agrado que su mujer se le comía con la mirada mientras se despojaba por completo del vestido y la ropa interior, empapada y con un grato perfume a hembra. El Decano sintió que se mareaba, y no era sólo de la excitación; sabía que había perdido ya mucha sangre por los deseos, que tenía que descansar y comer, pero ahora no estaba dispuesto a parar, “deseo aguantar” exigió, ansioso, sintiendo una vez más el dolor en el pecho, que indicaba que el medallón se alimentaba de nuevo “Tengo que resistir todo lo que pueda, me da igual si me muero después; si muero encima de ella, habré muerto más feliz de lo que pueda vivir jamás hombre alguno”, pensó, y se tumbó sobre ella.
Nastia gritó de gustó y tembló; Zato gimió como si expirara y sintió que había rozado el Cielo, ¡estaba dentro de su mujer, por primera vez en cinco largos años...! Era tan bueno como recordaba, estrecho, dulce, ardiente... una corriente de chispas le recorría todo el bajo vientre, los muslos, las nalgas, y le daba placeres tan maravillosos que le hacían replantearse su ateísmo. Nastia gemía, contrayendo a voluntad su sexo, masajeándole con él y dándose placer a la vez, dándole tirones mientras no dejaba de sonreír, sonrojada y feliz, hasta que esas contracciones voluntarias fueron demasiado para ella y una chispa de gozo la inundó y la hizo estremecerse y tener nuevamente contracciones, pero involuntarias:
-Oh, Zato... mi Zatooo, ¡síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii....! - Nastia sonrió, con los ojos cerrados, pero se forzó a abrirlos para mirar a su esposo, sintiendo que el placer la recorría en olas deliciosas y el orgasmo la colmaba, mientras su Zato se extasiaba contemplando el clímax de su mujer, que era capaz de correrse sólo con sus propias sacudidas pélvicas... y no sólo eso, sino que, participando un poco... - ¡Oh, sí, Zato, dame gusto.... dame placer, áspid venenoso!
Zato rugió de placer cuando comenzó a moverse y su esposa le llamó aquello, “como cuando éramos novios”, ¡era el Paraíso! Cada movimiento que hacía dentro de ella le hacía ponerse a punto de caramelo, la corriente de chispas traviesas le recorría toda la espalda, hasta las corvas, y su esposa no dejaba de acariciarle los brazos, la espalda, la nuca, el cabello negro, y le sonreía, le sonreía con abandono, con esa carita de gusto tan tierna que sólo ella sabía poner, y le abrazaba con las piernas, apretándole con los muslos, dejando un zumbido de gusto allí donde su piel tocaba la suya, ¡no podía más!
-Nastia, mi amor... - musitó, sintiendo el gustoso picor que anunciaba su orgasmo cebándose en la base de su miembro y saliendo disparado por la punta, hormigueándole todo el bajo vientre y recorriendo después en olas de dulzura todo su cuerpo, mientras su mujer le gemía y espoleaba, y le abría los brazos para que se tumbase sobre ella y la abrazase... Dios bendito, qué placer, qué maravilla. Sólo ella era capaz de hacerle sentir TAN bien, sólo ella. Nastia se sentía muy poco culpable. Había gozado con Artie, claro que sí, y además mucho... pero había que ser franca con una misma: sólo Zato era capaz de darle El Placer, pensó mientras acariciaba la piel sudorosa de su marido. “Le llamo mi marido”, se dijo, asombrada “Hace cinco años que no le llamaba así”.
“Más... quiero más aún, han sido cinco años sin ella, y no sé si, por mucho deseo que pida, podré tenerla de nuevo. He de aprovechar ahora. Quiero que nos corramos juntos”. Pensó Zato, y el pecho le dolió, por Dios, apenas podía moverse, pero su pene, aún encerrado en la pelvis estrecha y ardiente de Nastia, tiró de su cuerpo, llenándole de calor, y empezó a moverse lentamente, saboreando el placer. Nastia gimió, encantada, y le abrazó contra ella, besándole la cara y las orejas.
-Así... - gimió Zato - Aquí dentro es mi sitio... el mundo está bien ordenado cuando estás entre mis brazos... - Nastia parecía morirse de amor por él, y asintió, toda sonrisas. Zato la besó, sintiendo los gemidos que ella daba cosquillear su paladar, mientras sus caderas empezaban a aumentar la velocidad, conforme el placer se hacía mas intenso por segundos. Hubiera querido durar más, pero era demasiada felicidad después de tanto tiempo, y no quiso resistirse a ella.
Nastia sintió que flotaba, que no tocaba el suelo. Cada suave embestida de su esposo la hacía gemir y pensar “más... sigue... otra... sigue...”, desmayadamente. ¿Cómo había sido tan tonta de renunciar a él, a su compenetración, a los placeres, a... a todo? ¡Ah, qué placer! ¡Qué dulce placer cada vez que él se movía, que jugueteaba con las caderas y hacía giros y roces deliciosos! No había hombre en el mundo capaz de hacerla gozar como él, no existía ninguno que la mimase como él lo hacía... Y ella había sido tan tonta de perder cinco valiosos años de su vida por un estúpido orgullo. Tendrían que resarcirse, había que recuperar el tiempo perdido, pensó mientras apretaba el miembro de su esposo dentro de su cuerpo, y ambos gemían a la vez, el placer se desbordaba, ya llegaba, sí...
Zato sonreía, notando el placer cosquillearle, quemarle el glande tan deliciosa como irresistiblemente. Nastia reía por lo bajo, sintiendo el dulce calor cebarse en las paredes de su vagina. El estallido llegaba, los dos gemían a la vez, mirándose a los ojos, gozando lujuriosamente del placer del otro, sintiendo que su resistencia era vencida por el gusto inmenso, y entonces Nastia comenzó a temblar, y Zato sintió que se derretía, y los dos gritaron a la vez, la mujer maulló de placer con toda pasión, y Zato rió, rugiendo de gusto, mientras el gozo los embriagaba y hacía sentir que volaban, que el cuarto giraba y que las estrellas destellaban sólo para ellos.
Nastia se reía por lo bajo, de simple contento, sintiendo su vulva dar palpitaciones y su clítoris contraerse, ¡qué rico...! Zato se había dejado caer sobre ella, sudoroso y agotado, y ella lo abrazó, acariciándole y haciéndole mimos, atrapando el lóbulo de su oreja entre los labios, mmmh... sabía a ternura y a placer, pensó mientras le daba golpecitos con la lengua y succionaba. Zato apenas podía ver, le costaba trabajo respirar y se sentía más cansado que en toda su vida, incapaz de hilar un pensamiento. Le vino la certeza de que iba a morir, pero ni siquiera sintió miedo, ni pesar. Había conseguido exactamente lo que deseaba. Y aún más.
No fue hasta casi un cuarto de hora más tarde que Nastia se levantó del sofá, desnuda, y se estiró perezosamente, sonriendo de satisfacción, pero cuando miró a su marido, la sonrisa dio paso a una expresión de terror; Zato estaba pálido como un fantasma y con los labios morados.
-¡Zato! - gritó, agitándole - ¡Zato, contéstame, ¿qué te pasa?!
El Decano, débil hasta el extremo, recuperó parcialmente la consciencia, y al ver a su esposa tan preocupada por él, supo que aún no había descubierto nada, y sonrió.
-Me muero, Nastia... y muero feliz.
-No digas tonterías, ¿qué te pasa? Venga, llamaré a una ambulancia y te vestiré mientras llega, ¿qué te duele?
-Hasta hace poco, el corazón. Pero ahora, será a ti... a quien le duela. Mira en mi ordenador, Nastita, mi vida. Mira los correos enviados...
-Estás delirando, voy a telefonear.
-No, Nastia... - insistió el Decano - Mira el último correo enviado. Míralo, por favor, antes... de llamar.
Nastia sospechó. No, no podía... por favor, no le habría hecho ninguna guarrada, ¿verdad que no? Pero se levantó y obedeció, miró el programa de correo y vio el último correo enviado. Había sido mandado a la dirección electrónica de Arturo Lizarra, Artie. Era un vídeo. El estómago de la mujer dio un vuelco, y ella se echó a llorar, no necesitaba mirarlo, sabía qué era. Miró la webcam que había sobre el monitor, la arrancó y la arrojó al suelo. Miró a Zato con los ojos arrasados en lágrimas de ira, pero éste le dedicó una dulce sonrisa de ganador.
-Apuesto a que ahora... ya no tienes tantas ganas de llamar a Urgencias... - jadeó - Me voy... muyyyy feliz, sabiendo que tú, sólo puedes... ser para MÍ. - Esa fue su última frase. Después, todo se volvió negro.
Te despiertas un poco desorientado. Estás tendido en la alfombra, frente a la chimenea, en la que sólo quedan brasas y rescoldos cada vez más grises. Tienes recuerdos de un baile, de la fiesta, pero todo como en sueños... ¿ocurrió realmente? Te pones en pie con dificultad, y sólo entonces, escuchas jadeos y gemidos de placer. Provienen... no estás seguro, pero parece que provengan del ataúd entreabierto. Con mucho cuidado, te acercas a mirar.
-Haaaah, sí, Tiíto Creepy... más, más Tiíto Creepy, por favor, sigue... ¡me encanta! - abro los ojos y te veo atisbando, y me sonrojo, sonriente. Tengo a Creepy encima de mí, el vestido arremangado y él me embiste con energía. Le abrazo para que no se vuelva y te vea, y me llevo un dedo a los labios para que guardes silencio mientras me fundo de placer, atravesada por el miembro poderoso de mi dulce Tiíto y me extasío en las sensaciones que me provoca.
Sonríes, aguantando una risa más fuerte, y asciendes por la escalera de piedra, hasta la puerta de la Cripta. Está entreabierta, y sales al exterior. Hace una fría mañana de Noviembre, aún no ha salido el sol y amenaza lluvia. A tu alrededor, los edificios de tu ciudad, y a tus pies un parque que conoces. Te giras, pero la entrada de la Cripta no está ya, sólo hay un castillo de juegos infantil. Un viento helado sacude el parque y te da un escalofrío, mientras ves una pareja cruzar el parque con prisa. Ella es joven, no parece tener más de dieciséis años, él es gordito, y los dos llevan idénticos abrigos de piel sintética muy ostentosos.
-Perdonen... perdonen, ¿no había un cementerio aquí? - preguntas. Los dos te miran con algo de estupor.
-¿Un cementerio? - dice ella.
-Había uno, pero... buf, yo creo que de eso, hará ya más de un siglo - interviene él. Habla casi jadeando, como si su peso le cansase. Ves que la joven lleva un medallón en la mano, con una gran piedra roja. Ella ve que la miras y lo oculta con rapidez.
-Perdone, tenemos mucha prisa, ¡adiós! - Intentas decir algo más, pero ya han salido huyendo. No tienes muy claro qué ha sucedido esta noche. Pero te das cuenta de que lo has pasado bien, muy bien. Eso es lo único que importa. Echas a andar hacia tu casa. Sentados en un banco lejano del parque, fuera del alcance de tu visión, hay un anciano de cabeza deforme y una joven abrazada a él, con un gran libro abierto apoyado en las rodillas de ambos. Leen lo que está escrito, y a la vez, escriben lo que leen.
Epílogo.
Flota. Siente que flota, se siente muy ligero y despreocupado. Sabe que ha ganado, y eso es suficiente. Entonces, empieza a sentirse pesado, cansado, y con una ligera sensación de náusea. Sólo entonces se da cuenta de la luz. Abre los ojos y ve el fluorescente. Le cuesta un gran trabajo pensar, pero cuando al fin ata cabos, una expresión sale de sus labios.
-¡Pero qué putada! - gritó el Decano, y su sobrina lo abrazó.
-¡Tío! ¡Tío, estás vivo! - Arnela, la sobrina del Decano besó las mejillas de su tío, mientras éste se sentía increíblemente fastidiado. - Pensé que te morías, tío, estabas casi desangrado, ¿qué te pasó...?
-Eso es lo que quiero yo saber. - masculló el Decano. - ¿Qué ha pasado, por qué sigo vivo?
-Tío... - su sobrina parecía muy triste - Anastasia me llamó. Dijo que estabas muy grave, que había llamado a una ambulancia, pero que por favor viniese, que ella no podía quedarse. Llegué y me dijeron que te ibas en sangre, que necesitabas urgentemente una transfusión, y no había de A Negativo, y...
-Está bien, no te apures, hija, tú no sabías... - concedió el Decano - Gracias por la transfusión.
-Eso es, las gracias a ella, ¿y yo qué estoy haciendo, morcillas, señor...? - Sólo entonces el Decano notó que había alguien más en la habitación. Y que le conocía, conocía esa voz, y la DETESTABA. Se volvió. En la cama de al lado, abriendo y cerrando el puño para mejorar la corriente de flujo sanguíneo, estaba el archimaldito “novio” de su sobrina. Marino Ribeiro, al que llamaban Rino el Rompebragas.
El Decano le miró con odio concentrado, y dirigió su mano al tubo de intravenosa, pero la mano de su sobrina fue más rápida y le impidió arrancársela.
-¡Tío, no!
-¡Me niego a recibir la sangre de éste violador!
-¡No es un violador, es mi novio, Cero Negativo, y estás vivo gracias a él...! - la joven se puso como la grana - ¡Y si no he podido darte mi sangre yo, es porque no me dejan donar estando en estado! ¡Ya lo sabéis los dos!
-¿Qué? - dijeron ambos. Rino tampoco lo sabía, Arnela le había pedido que por favor, donase él, y al ser donante universal, simplemente había pensado que su ratoncito, no compartía grupo sanguíneo con su tío, pero no que estuviera...
-Nelita... ¡Cariño! ¡Pero qué callado te lo tenías!
-No, esto no... No lo permitiré, deseo que... - El Decano se llevó la mano al cuello, y descubrió que no tenía el medallón. - ¡Mi medallón! ¡¿Dónde está el medallón que llevaba al cuello?! - Zato tenía el rostro desencajado de ira, Arnela le miró con miedo y hasta Rino hizo ademán de levantarse, convencido de que iba a pegar a su sobrina.
-No... no llevabas ningún medallón, tío.
-¡Mentira, ¿quién lo tiene?! ¿Lo cogió Nastia? ¡Contesta, ¿lo cogió ella?! - Zato, zarandeando a su sobrina, parecía ahora aterrado, y con razón. La posibilidad de que Nastia tuviese el medallón lo paralizaba de miedo, pero no porque ella pudiese pedir deseos, sino porque pudiese morir desangrada. Arnela negó con la cabeza.
-Tío, cuando llegué, Nastia aún estaba allí y no vi... Espera... ¿un medallón con una joya roja?
-¡Sí, ese!
-Creo que lo llevabas cuando te vi... pero luego...
-A ese medallón, échale un galgo. - intervino el Rompebragas. - También yo me fijé. Sé que lo llevaba cuando entramos, pero después llegó el enfermero, y cuando salió, ya no lo llevaba. No me he acordado hasta ahora porque no le di importancia, pero ahora que lo ha dicho, sí.
-¿Qué enfermero, cómo era? - exigió saber Zato.
-Un tío medio calvo, entrado en quilos, pelirrojo... - describió el Rompebragas. “Tolo... el hermanastro de Iana, la maldita chica... Me lo han quitado. Ya no tengo modo de...” El Decano se dejó caer sobre su almohada, abatido. Pero aún quedaba lo peor.
-Tío... Nastia dijo algo muy raro cuando se marchó. - musitó Arnela. - Dijo que te dijera que tú eres el mejor mentiroso de los dos, pero que no eres el único que sabe hacer que le perdonen, y que espera que de todo corazón te pongas bien, porque quiere que seas padrino. ¿Padrino de qué, tío?
“Padrino de bodas, tonta” pensó el Decano, cerrando los ojos con fuerza y apretando los dientes de rabia. “Padrino en SU boda con el imbécil del abogado. Por eso llamó a Urgencias a pesar de todo, porque hacerme vivir era peor aún que dejarme morir; porque sabía que si la palmaba allí, habría ganado yo, ¡como era mi idea!, ella no sería capaz de traicionar mi memoria, no si yo moría como un héroe de amor, independientemente de la cabronada de mandarle el vídeo al cretino de Lizarra, pero si vivo, es ella quien gana, ella me salva la vida, y ella me hurga en la herida obligándome a ver su reconciliación... Y ahora ya no puedo pedir más deseos...” golpeó el colchón con el puño, agarró una de las almohadas y tiró de ella con fuerza, hasta desgarrarla “Maldita sea mi estampa, maldito sea mi corazón, ¡y maldita seas TÚ, Nastia!”
-¡Nastia, Te ODIOOOOOOO...! - Rino se sintió asombrado, y Arnela se tapó los oídos. El rugido de Zato atronó toda la planta del hospital. Parecía más un chacal herido que un ser humano. A varios kilómetros de distancia, Nastia, sentada junto a la cama de su hija y viendo cómo ésta respiraba acompasadamente, tomó un trago de vino dulce, y sonrió.
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