Espadas, Traiciones y Vampiros (I)

Continúan las aventuras del caballero Oicán en el reino medieval de Marán. Esta vez deberá hacer frente al extraño intento de robo de una legendaria espada.

ESPADAS, TRAICIONES Y VAMPIROS (1ª Parte)

I. PRELUDIO

El caballero Tagor abandonó tambaleante la taberna. Dio un traspiés que casi le hizo caer al suelo cuan largo era. Contempló el castillo de Marán en la oscuridad, levemente iluminado por la luna, mientras vagabundeaba por las calles del pueblo que se extendía a los pies de la fortaleza. Iba a llegar tarde a sus quehaceres como caballero, así que debía apresurarse. Observó con desesperación la botella vacía entre sus dedos y la estrelló con furia contra una pared, haciéndola añicos. Quizá como respuesta, un perro ladró en la lejanía.

Maldijo a Oicán en silencio. El caballero había sido su camarada y amante durante mucho tiempo. Se habían salvado la vida mutuamente incontables veces y habían hecho el amor innumerables más. ¿Cómo entonces le podía haber humillado de esa forma? Al dejarle inconsciente para ocupar su lugar en el duelo contra ese maldito bárbaro del norte (ver "El Duelo"), le había avergonzado delante de toda la Orden de Caballería. Incluso se rumoreaba a su espalda que, cobardemente, Tagor había huido del combate, uno de los pecados más graves para un caballero.

Pero lo que más le dolió fue cuando Oicán regresó. Tagor no sabía si golpearle o abrazarle. A fin de cuentas, le había salvado la vida. Feros, el bárbaro desfigurado que había jurado odio eterno contra el reino de Marán y todos sus caballeros, le habría hecho trizas sin dificultad. ¿Cómo era que Oicán había sobrevivido indemne al encuentro? Cuando observó la inconfundible marca de un mordisco en el labio de su amante supo con certeza lo que había ocurrido.

Todavía conservaba indeleblemente grabada en su memoria la agria conversación privada que mantuvieron. "¿Hiciste el amor con él?" "No digas tonterías." "¡Dímelo!" "¿Y qué si lo hice? No soy propiedad de nadie." "Maldito seas. ¿Es que no significo nada para ti?" "Me expuse a morir para salvarte la vida. Eso debería contestar a tu pregunta." "Quizás no acudiste a ese duelo para luchar ni morir, sino para acostarte con ese salvaje a mis espaldas." Oicán respiró profundamente antes de contestar y salir por la puerta. "Si eso es lo que crees, quizás sea mejor que dejemos de vernos." El portazo provocó que los muros de piedra de la estancia temblasen.

Reprimió las lágrimas. La gente a su alrededor por las transitadas calles había ido desapareciendo hasta que habían quedado desiertas. Parecía como si la ciudad no fuera más que plazas solitarias, pasadizos sombríos, callejones estrechos y tenebrosos. Bueno, no tenía importancia. En breve llegaría al castillo y podría cumplir el cometido de esa semana: velar las antiguas armas sagradas, que enarbolaron los Antiguos Reyes de Marán. No es que le entusiasmase la idea de pasar la noche en vela vigilando unas espadas polvorientas, pero ese era su deber como caballero y no lo infringiría. Además, puede que le sirviese para quitarse de la cabeza a Oicán. Después de todo, ¿quién le necesitaba?

Volvió a la realidad cuando escuchó su nombre susurrado a su espalda. Se dio la vuelta pero la oscura calle estaba totalmente vacía. Sin duda había sido su imaginación. Continuó con sus meditaciones. La verdad es que no sabía a quién pretendía engañar. Amaba a Oicán más de lo que estaba dispuesto a admitir. Casi murió de celos cuando aquel presumido príncipe elfo acudió a Marán y tuvo que soportar los devaneos amorosos entre ambos (Ver "El Príncipe y el Caballero").

-Tagor...

Esta vez estaba seguro. Alguien había pronunciado su nombre. Se giró mientras sentía su pulso acelerarse. Ni siquiera reconoció el lúgubre barrio en el que se hallaba. Alguien vestido con un oscuro hábito le hacía señas desde una puerta desvencijada. Su corazón dio un vuelco. ¿De quién podría tratarse? Antes de darse cuenta, sus piernas le condujeron como si tuviesen vida propia hasta el portón. Intentó resistirse pero no pudo. Atravesó la puerta, cuyo interior parecía tejido del mismo material que la noche.

-Siéntate, Tagor.

-¿Cómo..?

-Silencio, muchacho. Yo hago las preguntas.- La voz era muy suave y seductora, pero terriblemente fría, como un témpano de hielo. Sin poder evitarlo, se encontró sentado en una mesa sobre la que había una mortecina vela. Enfrente se sentó su interlocutor. La capucha evitaba que pudiera llegar a ver su rostro, pero vislumbró dos ascuas donde deberían hallarse sus ojos. No supo si era su imaginación, pero parecía haber una segunda figura embozada en una de las esquinas.

La voz le sobresaltó. -Conozco tu pesar y puedo aliviarlo.- El encapuchado se descubrió. Durante un segundo el caballero pensó que se trataba del príncipe Leopoldo, hijo del Rey Pontus, ya que era un hombre muy parecido físicamente. Pero entonces reparó en que en su cabello moreno era mucho más largo y un peculiar mechón blanco destacaba en su lado izquierdo. Reparó entonces en que el hombre frente a él tenía los ojos zarcos, de distinto color: el izquierdo era verde, contrastando con el derecho, negro como el ébano. No solamente esos detalles le distinguían del príncipe: su faz era más pálida, demacrada e inhumana.

-Estoy siendo muy descortés. Mi nombre es Ythil. Y sí, respondiendo a tu pregunta, soy pariente del príncipe.

Tagor se extrañó. No había sido consciente de abrir la boca. Durante unos segundos, la absurda idea de que ese hombre leía sus pensamientos se alojó en su cabeza. La sonrisa de Ythil se acentuó. Todavía mareado, el caballero dejó de pensar en todo eso cuando el misterioso hombre delante suyo empezó a desvestirse lentamente.

Tagor jadeó cuando Ythil se desnudó completamente, revelando un cuerpo magnífico aunque quizá algo pálido. ¿Qué significaba todo eso? El extraño avanzó y besó su cuello. Tagor no pudo evitar gemir de dolor. Su contacto era gélido, dejando la zona entumecida.

-Eres un... vampiro...- Tagor se aterrorizó al contemplar la sonrisa más maligna que había visto jamás.

-Eres muy inteligente.- Ythil comenzó a desnudar con exquisita habilidad al caballero, dejando al descubierto su amplio pecho. Unos susurros de placer llegaron a los oídos de Tagor. -Y también eres muy bello...

La helada lengua de aquel ser comenzó a recorrer el pecho del caballero, lamiendo y picoteando. Una gota de líquido rojo resbaló desde el pezón, iniciando un descenso por el musculoso pectoral, pero Ythil lo hizo desaparecer con un veloz lametón. La verga de Tagor estaba a punto de reventar, excitado más allá de lo indecible.

Abrió los ojos. Ya no estaba en aquella horrible casa, sino en el lecho de su amado, el caballero Oicán. Sin duda todo había sido un sueño. El caballero estaba a su lado, aunque ahora era más bello y esbelto, y quizá más frío. Oicán besaba todo su cuerpo, llevándole a límites inimaginables de placer. "Quiéreme... Ámame..." Tagor gimió, próximo al orgasmo. "Sé mío... Obedéceme, sé mi esclavo..." El ardor de las acometidas hizo olvidar al caballero la gelidez de su amante. "¿Me amas?" "Sí". "¿Me obedecerás en todo lo que te pida?" "Sí, sí." "¿Morirías por mí?" Tagor jadeó cuando eyaculó. "Sí, sí. ¡SÍ!".

El caballero abrió los ojos. Ya no se hallaba en la cálida habitación. La tenue luz de la vela volvió a iluminar la fría estancia. Oicán ya no estaba allí. En su lugar, el terrible ser llamado Ythil lamía con avidez la palma de su mano, impregnada de la esencia de Tagor.

-¿Sabías que la composición del semen y de la sangre es casi idéntica?- La mirada del vampiro era perversa.

Tagor gritó cuando dos colmillos se hundieron en su carne. Un terrible sonido de succión inundó la habitación durante varios minutos. El cuerpo sin vida del caballero cayó ruidosamente al suelo.

-Nadie vigilará la Espada esta noche. Sé que no me defraudarás, Presa.

La segunda figura encapuchada abandonó la habitación con rapidez.

II. UN ROBO FRUSTRADO

El caballero Oicán dobló el pasillo que conducía a la Galería de los Antepasados. Sabía que esa noche Tagor había sido designado para velar por las armas, así que debía estar allí, guardándolas. No sabía muy bien qué era lo que le iba a decir, pero creía que debía darle una oportunidad para excusarse. Era de necios echar al traste una relación como la suya por unas estúpidas palabras. Debía controlar su temperamento y ser conciliador.

Fue entonces cuando divisó lo que parecía un perro. ¿Cómo era posible? Era casi de madrugada. Los mastines eran encerrados cada noche en las perreras reales. ¿Quizás se había escapado? El perro, que parecía un lobo más que un sabueso, se detuvo al verle y gruñó amenazadoramente. Fue entonces cuando Oicán reparó en que llevaba un objeto entre sus fauces. Parecía una espada. Entonces reconoció la empuñadura. ¡Se trataba de una de las espadas sagradas de los antiguos reyes de Marán!

-¿Dónde vas con eso, chucho? ¡Ven aquí!- Espetó al animal y se dirigió hacia él para cogerlo. Aunque el perro dio media vuelta y huyó, pronto el caballero le acorraló al final del pasillo. Entonces no pudo creer lo que vieron sus ojos.

El caballero escuchó un terrible crujido y observó como el lobo parecía adquirir más tamaño y erguirse sobre dos patas. Una voz grave aunque vagamente humana surgió de su garganta.

-Apártate de mi camino.

Aquel ser se abalanzó hacia el caballero, pero éste dio un ágil salto y logró agarrar a la desnuda criatura antes de que huyera. Oicán había oído hablar de esos seres. Eran cambiaformas, criaturas que podían adoptar forma humana, de un animal determinado o, como ahora, de un extraño híbrido entre ambas. Este cambiante parecía que quería robar una espada sagrada. Le sujetó por la cintura, mientras el cambiante intentaba enderezarse y huir.

-¡Quieto! No quiero hacerte daño!

-¡Suéltame entonces! -El ser le empujó, pero no logró zafarse de él. Oicán le abrazó por la cintura y ambos rodaron por el suelo. Fue entonces cuando su rostro rebotó contra la prieta nalga de aquel ser. Oicán vio su oportunidad y mordió cuán fuerte pudo. El cambiante gritó de dolor ante el inesperado ataque a su trasero y soltó al caballero, momento que éste aprovechó para agarrarle por el cuello. Oicán apretó, cortándole la respiración. El ser gemía y jadeaba, intentando zafarse inútilmente. El caballero mantuvo su postura, sabiendo que podía romperle el cuello. Pero tenía curiosidad por saber por qué aquel extraño ser quería apoderarse de esa espada y cómo había burlado la vigilancia de Tagor. Además, Oicán no era un asesino despiadado. Soltó la presa mientras el ladrón caía al suelo, frotando su cuello e intentando respirar, mientras en el pasillo aparecían varios guardias con sus espadas desenvainadas, alertados por el ruido.

-Date preso en nombre del Rey.

III. EL INTERROGATORIO

El rey Pontus miró con asco y desprecio al ladrón, arrodillado y encadenado. Su aspecto no había cambiado desde que le capturasen. Seguía en su forma semihumana. Su rostro terminaba en un hocico, algo chato, conservaba sus dos orejas puntiagudas y un fino pelaje grisáceo. No obstante, un mechón de pelo rojo caía descuidado hasta su cuello. Oicán sabía que el rey sentía repulsión por las razas no humanas, pero él mismo no podía evitar mirar con algo de lascivia el musculoso cuerpo que se hallaba encadenado a sus pies y desear estrecharlo y poseerlo, a pesar de tratarse de un enemigo.

El rey abofeteó al cambiaformas, pero éste no dejó de sonreír burlonamente.

-Habla, engendro. Dinos por qué querías robar esa espada, y qué has hecho con el caballero Tagor.

El cambiante no se inmutó.

-Has sido contratado, ¿verdad? Los seres como tú no sois sino apestosos mercenarios sin escrúpulos. Nos dirás quién te pagó por el robo. Habla o...

El Rey se acercó despacio y con una mano asió suavemente uno de los pezones de aquél ser, que se hallaba perforado por un pendiente. De pronto, estiró con fuerza. El cambiante aulló. Pontus sonreía cruelmente mientras los retorcía, estiraba y pellizcaba, intentando provocar el mayor dolor posible. Oicán se acarició sus propios pezones, dolorido por la visión de la tortura a que el rey sometía al ladrón. Éste jadeaba, pero entonces el caballero fue consciente de que no gemía de dolor sino de placer.

-Deteneos, majestad. Mirad.

El rey Pontus paró en su castigo. La saliva caía desde la comisura de sus reales labios, y su canoso pelo se había revuelto ligeramente en su elegante cabeza. El caballero señaló la desnuda entrepierna del ratero. Su verga estaba completamente erecta y parecía próxima al orgasmo. ¡Estaba disfrutando! El cambiante jadeó con voz sarcástica:

-Por favor, majestad... No os detengáis ahora.

El rey palideció de ira.- ¡Maldito engendro...! ¡Merecéis la soga!

Levantó la mano para golpearle, pero entonces Oicán le detuvo.

-Esperad, mi señor. Debe haber sido adiestrado en técnicas sadomasoquistas para no sentir dolor sino placer. Castigándole no lograremos nada. Quizás yo sepa cómo sonsacarle.

El rey se alisó el pelo, serenándose. –Está bien. Si creéis que podéis hacerle hablar, adelante.

-Si, majestad. Pero necesito que salgáis de la habitación.

El rey vaciló.- De acuerdo. Esperaré fuera.

Al cabo de un minuto, en la habitación sólo permanecían Oicán y el ladrón. El cambiante miraba con cierta curiosidad a su carcelero, mientras estiraba de la cadena, probando su resistencia.

-Es inútil. Es muy resistente. ¿Serías tan amable de decirme tu nombre, al menos?

El cambiante dudó antes de responder. -Puedes llamarme Presa.

-Es un inicio, Presa. Me gustaría que hablásemos primero. Tienes unas inusuales habilidades. En Marán nos vendría muy bien un espía como tú.

-Ja. No acepto patrón. Por muy atractivo que sea.

-Agradezco el cumplido. Y ahora, supongo que no querrás compartir con nosotros por qué querías robar la espada, ni si alguien te lo ha ordenado, ¿no?.- El ladrón negó con la cabeza. Oicán suspiró.- ¿Sabes? Nunca he utilizado la violencia para interrogar a nadie, pero siempre he logrado saber lo que quería.

-Me gustaría verlo.

-Será todo un placer.

Oicán se desnudó lentamente, ante la mirada asombrada de Presa. Oicán sonrió cuando observó cómo el pene de Presa reaccionaba favorablemente ante su magnífico cuerpo. Sin dilación comenzó el "interrogatorio". Oicán masajeó los pezones de Presa antes de que su lengua comenzara un circular juego de lamidas alrededor de la aureola. Presa suspiró, aliviado sin duda, ya que instantes antes sus pezones habían sufrido un duro castigo. A continuación el caballero se tumbó en el suelo y optó por lamer los muslos de Presa y subir por ellos hasta acercarse a su enardecido sexo. El ladrón debía comenzar a notar los efectos de aquella sensual y delicada atención ya que comenzó a emitir unos apagados gemidos. Oicán se apoderó sin prisas del mango del ladrón y lo lamió lentamente antes de engullirlo. Presa comenzó a arquearse de placer, indefenso como se hallaba.

El caballero continuó su firme mamada, apresurándola. El ladrón intentaba distraerle. -¿Sabes, querido? Cuando me mordiste en el culo casi tuve un orgasmo en ese mismo momento.- La mano del caballero se deslizó por el perineo hasta el orificio anal, ignorando los comentarios de Presa. Aceleró el ritmo y le penetró analmente con dos dedos. Presa comenzó a vibrar como si sufriera espasmos justo antes de que el semen brotase de su sexo. Oicán le masturbó mientras alcanzaba el orgasmo, impregnando su mano con el viscoso líquido. Después acercó los dedos al rostro del jadeante Presa mientras le susurraba:

-No me morderás, ¿verdad?

El ladrón resoplaba. -Deberás arriesgarte...

Oicán metió los dedos en la boca de Presa quien los lamió con deleite. El caballero y el cambiante se miraron a los ojos con ardor.

-Y ahora, ¿me dirás quién está detrás de todo esto?

Presa rió. -¿Y éste es tu suplicio para sacar información?

El caballero sonrió con malicia. –De acuerdo. Volveré a empezar.

Y de nuevo comenzó el asalto. Al principio Presa parecía no reaccionar, pero pronto su mango creció otra vez. Los dos perdieron la noción del tiempo, pero el ladrón no paró de gemir y el cansancio se leía en su rostro. Volvió a arquearse y apretó los dientes mientras alcanzaba el orgasmo.

-¿Hablarás ahora?

Presa había perdido la potencia de su voz. -N... No diré n...nada... ufff...

Oicán chupó su cuello y mordió. Presa gimió. El tiempo transcurrió rápidamente. Presa suspiraba muy despacio, casi lastimeramente, mientras los dedos del caballero franqueaban su culito, penetrándolo sin descanso. El enésimo orgasmo del cambiante se produjo. Ambos estaban embadurnados del néctar del ladrón, al que sólo las cadenas evitaban que cayera al suelo.

-Aarrf... Espera... Unggg... No puedo más... Basta, por favor... Hablaré...

El caballero extrajo sus dedos del ano del ladrón, y acercó su oreja a su sudado hocico, pero continuó masturbando sin descanso el pobre pene de Presa. Su voz era baja y cansada.

-Por favor... Sí, está bien... Mi señor me ordenó robar la espada...

-¿Quién es tu amo?

-No es mi amo... Me recogió de las calles cuando... ufff... estaba próximo a morir de hambre... Le sirvo porque yo quiero...

-Su nombre.

-Lord Ythil...

-No le conozco. ¿Quién es?

-Si quieres saber más, contempla... unggg... el tercer cuadro de la galería de antepasados.

-¿Por qué quiere la espada?

-Es suya.

-¿Dónde está Tagor? ¿Le has matado?

-¡No! Está con... mi señor. Debéis creerme. No séee más... Cuando veas el cuadro lo entenderás. Por favor... Detente... Aggg...

-Está bien... Creo que eres sincero. Pero no me lo has contado todo. Mañana continuaremos. Pero antes...

Oicán levantó las caderas de Presa y le aupó con los dos brazos, colocando su gran verga en su orificio anal. Por último, colocó las piernas del cambiante sobre sus hombros. Con una ligera embestida, el glande se coló en las entrañas de Presa. El sudor facilitó la penetración y el ladrón no pudo evitar debatirse, retorciéndose por el placer, pero lo único que consiguió es que el estoque se introdujera más y más, ganando terreno.

-Esto te enseñará que con Marán no se juega.

El ladrón se retorció mientras eyaculaba sin poder siquiera rozar su dolorido pene.- ¡No, nooooo... Uooohhh..! –La cabeza de Presa cayó hacia atrás mientras rugía sordamente y su cuerpo se convulsionó para después quedar inerte.

Oicán salió al poco tiempo del interior del ladrón. Colocó su verga a escasos centímetros del desmayado ratero y descargó en su rostro. Después de la abundante rociada, todavía siguió disparando un par de veces, golpeando sus mejillas con su caliente esencia. Gran parte se derramó por su cuello y cuerpo. La larga lengua del desfallecido ladrón pendía inerte de un lado de su boca y Oicán aprovechó para restregar su glande contra ella.

-Descansa hasta mañana, cielo. Necesitarás recuperarte para lo que te espera.- Dijo irónicamente el caballero antes de salir de la habitación.

La puerta se cerró a sus espaldas, inundando la mazmorra de oscuridad.

Continuara...