Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 8

Fin oscuro tras un largo viaje que el mismo se ha ido complicando en una alocada búsqueda de poder sin fin, llega al fin a la gran Arcadia; capital del imperio y de la magia, lugar de los dioses antiguos...Al fin conoce al emperador, el cual le deja sorpresivamente boquiabierto; no lo esperaba.

Serie la espada II

Luciérnaga Dorada

Capítulo 8. Arcadia y el emperador

Tras un mes de camino, llegamos a Arcadia; una ciudad gigantesca, una metrópolis con distintos estilos de construcción dentro de ellas y una organización por anillos. El primer anillo y anillo exterior se nota de lejos que es el más nuevo, además de más amplio; su estructura es mozárabe, sus calles muy vivas y llenas de gente. Tiene unas murallas de dos metros de alto de piedra, con rampas exteriores; que la gente usa para subir al anillo exterior, que está construido sobre un montículo que sobresale del rio a ambos lados. El rio pasa por las calles en dos vías a los lados de estas, que irrigan las calles para refrescar estas y limpiarlas de posibles desperdicios; caen con una precisión milimétrica, ya que en esta zona hace un calor atroz. Las gentes no parecen más que gente de pueblo, plebeyos; viajeros, soldados y comerciantes de todo tipo.

Las gentes se apartan como pueden ante nuestra comitiva, abarrotamos aún más las calles que ya lo están de por sí; los que no se apartan son empujados brutalmente por los soldados, los que consiguen pasar el cordón de guardias son arrollados por los Dragos o el carruaje.

La gente nos mira con curiosidad, ya que es raro que dejen pasar un carruaje sino va dentro alguien muy importante; nobles, terratenientes y gente del clero se quedan fuera incluso. Por las calles del pueblo veo todo tipo de culturas dispares conviviendo, tienen hasta un barrio al que llaman el bosque; donde dejan por lo visto vivir a los elfos, a cambio de un tributo y fidelidad. Hay bastantes fuentes, donde la gente se refresca o bebe agua gratis; ya que esta ciudad lo que más tiene es agua y desniveles, por lo que veo.

Luego pasamos al anillo central, tras subir una cuesta infernal; este lugar esta tan solo medio abarrotado y fue construido sobre un pequeño monte, la gente que vive en el son artesanos y burgueses sobre todo o comerciantes de gran importancia. Este barrio, tiene una construcción bastante más antigua, se nota allí en donde mires. La arquitectura sin duda es Gótica, su gente va vestida de manera más convencional; más decente, la gente es más tranquila y no va corriendo a todas partes. En esta parte las murallas son de tres metros de piedra enana con solo cuatro puertas de entrada bien vigiladas, hay pequeñas piscinas públicas; donde la gente se mete entera directamente, las calles están aún más irrigadas y es que tiene más canales de irrigación.

Por ultimo llegamos al anillo interior, aquí apenas hay gente; hay unos palacios de todas las razas que parecen llenos de gente, mansiones de nobles y terratenientes igual de llenos. Hay plantas y flores que crecen sin control, por los lagos que adornan y rodean toda esta parte; la mayoría de este anillo esta sobre el agua, tiene seis metros de hierro oxidado como muralla y los soldados de esta zona son escasos, pero tienen armaduras doradas y hay un solo paso...por el agua en barca, tuvimos que dejar el carro atrás para poder pasar; los guardias no quedaron muy contentos por dejarme pasar, pero al leer magia no quisieron enfrentarse a mí. La gente aquí camina despacio, excepto los sirvientes que corren despavoridos; todos visten muy elegantes, aunque con ropas un tanto chillonas y sin ninguna elegancia. Todas las construcciones de los palacios tienen su propio estilo, pero todas las que son de la ciudad tienen un gótico oscuro; ya que esta zona fue la más antigua en construirse, la gente nos mira como unos snobs. Los soldados nos vigilan atentamente, todo mi sequito ha podido pasar en pequeños barcos que están en una orilla del rio que separa el segundo anillo del tercero; lo que ignoraba es que el tercer anillo y ultimo estaba construido sobre un lago, por lo que puedo ver en esta zona no pasa cualquiera y los gustos son muy exóticos.

Veo animales extraños a la venta, ropas dispares; con estilos estrambóticos, es lo que más se vende. Todos han ido en silencio, dejándome contemplar Arcadia por primera vez; hablando entre ellos, algunos que tampoco la habían visto a pesar de ser de este imperio estaban como yo…atónitos e incapaces de abrir la boca.

-      ¿Cuántos años tiene esta ciudad? – le pregunto al fin.

-      Tres milenios, se supone. – contesta Leo, admirándola.

-      Una de las más antiguas del continente antiguo, ¿no? – le pregunto y este asiente.

-      Como sabrás todas estas tierras eran antes de los ancestrales, cuando su raza entro en decadencia y estaban siendo cazados por los titanes; nos dejaron entrar en ellas para que les ayudásemos en su guerra, ganamos la guerra pero ellos siguieron extinguiéndose poco a poco. – me explica, una historia que estudio hace mucho; haciendo verdaderos esfuerzos por acordarse.

-      Los ancestrales se volvieron poco sociales, poco fértiles; no les gusta mezclar su raza con otra, por lo que prefirieron extinguirse que ponerle arreglo. – suelto, lo que he aprendido hace poco; sorprendiéndole y a mí mismo, al unísono.

-      Eso es. – asiente, triste.

-      ¿te da pena? – le pregunto y el asiente.

-      Ellos podrían hacer que la magia volviera, como tú haces a pequeña escala; pero a lo grande. – replica, como si yo no pudiera hacerlo; pero no me interesa, la verdad.

-      Una lástima. – sentencio, él mira el suelo cabizbajo.

Me dirijo esta vez al Nuevo General Kan, que está martirizando a Kliff; de nuevo, este soporta la rabia como puede.

-      General Kan, ¿Quiénes son los guardias dorados? – le pregunto, este me mira; observa a Kliff, luego a los guardias.

-      Son enviados de los dioses. – me responde, los miro frunciendo el ceño.

-      ¿enviados de los dioses? – pregunto, mientras busco ese conocimiento en mi mente; pero no está.

-      Salen del Arca. – contesta el capitán Kliff.

El Arca es una puerta que hay en el templo de Chronos, el padre de los dioses; que fue asesinado por sus propios hijos, es un regalo de este dios a los humanos y a pesar de su muerte sigue en funcionamiento al menos a medias. No se puede entrar en el Arca, pero del Arca si salen personas; que vienen de otros lugares, sin ton ni son…como fuera de control.

-      Entiendo. – asiento, satisfecho.

Tras pasar todos los palacios, que contienen sus propios guardias; su propia autonomía, sus propios líderes…llegamos al templo de Chronos, custodiado por la guardia espectral y realmente parecen espectros pero no; son humanos, humanos de una fe inhumana en el dios de dioses…es una construcción, como de otro mundo bastante peculiar. Al otro lado enfrentando este palacio, está la sede de la guardia dorada un fuerte bien custodiado y construido para poder protegerse ahí si la cosa se pone fea. Por ultimo…en el centro de todo está el palacio de Arcadia, construido sobre un lago cristalino mágico que tiene geiseres de diferentes alturas; el palacio pareciera que está flotando a milímetros del suelo y se mueve con el flujo de esta pero casi nada. La misma magia va cambiando, modificando; reparando y cambiando el estilo, del castillo imperial.

Este fue construido de oro, plata; cobre, platino y carbono. Una pasarela de bronce une el castillo fuertemente vigilado por una guardia que va disfrazada como de bestias humanoides, sin esta pasarela; tendrías que cruzar a pie sobre la magia, ignoro el efecto que tendría eso en una persona viva.

Tras el palacio, hay una montaña de nieve; algo extraño ya que la temperatura derretiría una bola de nieve en cuestión de segundos, la montaña en cuestión de horas. El pico de la montaña es como un pequeño volcán que traspasa la primera capa de nubes, un haz de luz cristalino de diferente tamaño y colores; atraviesa las nubes creando un boquete entre estas, que nadie sabe hasta dónde llega.

-      ¿fascinante, verdad? – me pregunta Duncan.

-      Lo es, ¿esa montaña que es? – le pregunto a Kan.

-      Lo ignoro. – contesta el.

-      Un laboratorio mágico, la energía que usa el arca para seguir funcionando; sin la energía del padre. – menciona Kliff

-      Entiendo, gracias Capitán; siga usted haciendo méritos. – le recomiendo y agradezco. – General, lléveme hasta el emperador. – le pido y este asiente.

-      Sí, señor.

-      ¿no querrías conocer la ciudad, sus costumbres; sus gentes, sus tradiciones? – me ofrece Kliff, para seguir ganando puntos.

-      Más tarde Capitán, primero lo primero; tenemos que conocer al emperador. – digo, este hace una reverencia. – en marcha. – ordeno, el general; nos abre camino, llegamos hasta la pasarela de bronce.

Ambos soldados bestias, nos miran y nos gruñen.

-      Apartaos – ordena Kliff, ambas bestias lo miran; lo huelen, giran en diagonal su cabeza y finalmente se apartan.

-      ¿podemos pasar? – le pregunto.

-      Pasad, no os harán nada. – suelta el capitán.

Pasamos toda la comitiva, los soldados bestias se mueven inquietos; una vez toda la comitiva pasa, vuelven a cerrar el camino. Avanzamos por el palacio, con un ligero mareo; ya que el suelo es ligeramente inestable, cada vez que encontramos una patrulla bestia Kliff hace los honores. El palacio está fuertemente vigilado por esos seres, que no se marean; el palacio va cambiando a nuestro paso también por dentro, mucho más rápido que por fuera. Van cambiando las cosas, rompiéndose; creando otras nuevas, cambiando entre estilos muy dispares.

-      ¿os gusta el palacio imperial? – me pregunta Kliff

-      Muy místico para mi gusto. – le replico, sorprendiéndole a el sobre todo; pero aún más a los demás.

-      Droghner Fin, ¿no sois usted místico? – me interroga.

-      Si…en algún sentido; pero este palacio es simplemente, magia. – rechisto hasta con asco.

-      Vaya… - responde anonadado.

-      ¿y por qué esas bestias no se marean? Mira toda nuestra comitiva, dan pena. – reprocho, causando una sonrisa en Kliff; que tampoco está mareado, ni sus hombres.

-      Se criaron aquí, como yo y mis hombres. – responde tan tranquilo.

-      ¿y que son, exactamente? – le pregunto.

-      No lo sé a ciencia cierta, pero son algo asi como quimeras mezcladas con hombres; experimentos mágicos, especímenes del laboratorio arcano. – dice lleno de pavor.

Eso me hace mirar a las criaturas con asco, no tienen culpa eso está claro; pero son algo horrendo, que no debería de existir y posiblemente mucho más fuertes que un hombre.

-      ¿y a quienes cogen para esos experimentos? – pregunto, frunciendo el ceño.

-      Voluntarios, la gente aquí es muy fanática de la magia; presos de delitos graves reincidentes o condenados a muerte, gente de mala calaña sin remedio posible. – responde Kliff.

-      ¿y no entraña eso algún riesgo? – le pregunto.

-      No, su mente es regrabada con magia; solo actúan por recuerdos y ordenes inscritas, asi son más eficientes que un esclavo y más leales que un soldado. – me explica con paciencia.

-      Vaya, ¿y ahora que no tenéis magia, como lo hacéis? – le interrogo, para saber cómo sacar provecho.

-      No podemos añadir nada nuevo, lo que estaba esta; lo que ya estaba creado, sigue ahí. – me explica, suspirando; porque sabe que acaba de decirme que están desesperados, eso me saca una espléndida sonrisa.

Poco después llegamos a la sala del trono, donde un regimiento de soldados imperiales bastante condecorados; nos espera, protegiendo la puerta y el Teniente General se acerca a Kliff.

-      General Kliff, ¿Cuál de estos es el tipo que ha estado poniendo el imperio patas arriba? – le pregunta, con cierta autoridad.

-      Capitán. – le corrijo, con una sonrisa siniestra.

-      ¿Cómo? – pregunta el alto mando fuera de sí.

-      Señor, este es el Droghner Fin; un mago muy poderoso, que viene en viaje oficial a conocer al emperador en persona y que ha convertido en animales a mis oficiales de alto rango. – le avisa Kliff, para evitar que me enfade.

-      Ábreme camino – le pido amablemente, con una sonrisa jocosa; me encanta ser temido y respetado, me encanta portarme mal con los engreídos.

El alto mando, me mira pensativo; mientras que Kan se adelanta, haciendo una reverencia bastante cortes.

-      Teniente General Rouson – lee en la plaquita. – le ruego le haga caso, soy el General Kan; recién ascendido por el Droghner Fin. – le comunica este.

-      ¿esto qué significa? ¿una insurrección? ¿un ataque? ¿un golpe de estado? – titubea el alto mando.

-      Ya me canse… - suspiro – a ti te veo a transformar en pato. – le señalo.

-      ¿en pato? – retrocede este, mirando a sus hombres; que desenfundan sus armas, pero retroceden acobardados.

-      Le ruego se aparte. – le ruega frustrado Kliff.

-      No es una amenaza vacua. – le comunica Kan.

El teniente coronel, asiente; es consciente de que no estoy bromeando, pero su honor no le permite apartarse sin obtener una respuesta.

-      Os ruego disculpéis a este viejo honorable, pero si no me prometéis; por lo que más os importe en este mundo, que no le vais a hacer daño al emperador…no puedo dejaros pasar. – sentencia el anciano, tozudamente.

-      Está bien, no planeo hacerle daño al emperador; al menos no de momento. – bostezo aburrido.

-      Juradlo – me pide, molestándome.

-      Es lo mejor que vais a conseguir, haceros a un lado. – le insta Kliff.

El viejo lo hace y sus hombres hacen lo mismo.

Kliff y Kan a mi lado, abren cada uno una puerta; de las gigantescas puertas doradas del palacio, una alfombra roja nos guía hasta una silla de oro macizo con cojines que imitan la piel humana.

-      ¡¿Qué significa esto?! – grita un niño de 12 años, sentado en el trono.

Todos los presentes en mi comitiva se arrodillan, excepto yo; que paso hacia delante, acercándome a él y veo las miradas tensas de todos…en cada columna veo ojos observándome, junto a él; veo dos golems de carne, tras el veo un golem de hierro.

-      ¡Señor! Este hombre es el mago que buscabais. – me presenta Kliff, desde la entrada.

El niño me observa, frunce el ceño; voy caminando despacio, hacia él.

-      Ahí está bien. – me ordena, sonrío y me quedo quieto.

Es un muchacho que desde luego está en forma, viste con ropas que solo un emperador muy rico podría costearse; con joyas por todos lados, emblemas fruncidos en oro e hiladas en platino…su corona tiene al menos 12 joyas diferentes con un inmenso valor y está creada en platino puro. Sus ojos son morados, su piel brilla con un intenso color cristalino; su pelo es azul, sus labios son rosados.

-      ¿Qué os trae a mi imperio? – me pregunta entonces.

-      Serviros, emperador. – le comunico, él se lo piensa un poco.

-      ¿Qué sois? ¿Un mago, un hechicero? – me interroga con curiosidad.

-      Un Droghner. – le comunico escuetamente.

-      ¿un Droghner? Jamás lo había oído y si no lo he oído, es porque no existe. – sentencia, con autoridad; a pesar de su voz inmadura, sabe muy bien como imponer respeto.

-      Soy el primero, ahora existimos y puedo crear un ejército de estos para vos; solo necesito que de todo el imperio, me traigan las reliquias de vuestro imperio. – le comunico y el piensa un poco más.

-      ¿Qué es más poderoso, un Droghner; un mago o un hechicero? – me pregunta, mas como niño; que como emperador, se le nota en sus ojos.

-      Un Droghner – digo y el simula que no sonríe, pero se le escapa un poco.

-      ¿es cierto, todo lo que he oído de ti? – me pregunta, entonces.

-      Ignoro que ha oído de mí, pero si me lo cuenta; podre contestárselo. – le contesto y el parece satisfecho con mi respuesta.

-      Está bien, pero eso lo haremos más tarde; necesito ver tus poderes, muéstrame lo mejor que puedes hacer. – me pide, ilusionado por dentro.

-      Como deseéis emperador. – replico, pensativo; empiezo a recitar un conjuro, mientras pinto runas en el suelo y escribo sanscrito…activo los 15 sellos a la vez, estos estén donde estén caen al suelo; tremendamente agotados, incluso yo me pongo de rodillas.

Mi cuerpo se trasforma en un dragón armado negro de ojos rojos gran sierpe, a la vez afuera una tormenta de nieve azota Arcadia; a su vez, sus golems de carne se transforman en golems de carne armados y usando varias columnas del castillo creo un guardián titánico de piedra. Todos los que me han visto hacerlo, quedan sorprendidos o aterrados; los que ya me conocen admiran el poder que he ganado en el viaje pero a su vez la mayoría están aterrorizados, por último el emperador parece tremendamente satisfecho e ilusionado.

-      Está bien, eres bastante poderoso para servirme. – acepta, observando todo lo que he hecho.

Un mensajero irrumpe en la sala, helado de frio; sudoroso y jadeante por el calor que hace unos segundos hacía, con un sobre en la mano.

-      Traigo una carta urgente, emperador. – comunica el mensajero, vigilado por todos y mirando el dragón junto al titán; absolutamente aterrado.

-      Pasa y entrégala. – ordena el emperador.

Sin perder de vista ni a una criatura, ni a la otra; este entrega la carta, se arrodilla frente al emperador y este la arruga tras leerla.

-      ¡La inquisición ha entrado en el imperio, preparaos! – ordena, este.

Todos salen corriendo para obedecer sus órdenes, excepto mi comitiva.

-      ¿Cuánto tardaras en tener a los primeros Droghners? – me pregunta entonces el emperador, perdiendo mi trasformación.

-      Los más básicos, una semana; a partir de que lleguen hasta aquí. – le argumento, lo que creo.

-      Está bien, hacedlo; a partir de ahora sois mi mago imperial o Droghner imperial, podéis impartir ordenes bajo mi nombre. – me otorga el emperador.

-      Muchas gracias emperador, no os defraudare. – le hago una pequeña reverencia.

-      Si me falláis, si me traicionáis; os espera algo peor que una tortura física y la muerte, la inquisición es muy cruel y sádica con la gente como vos. – me avisa el emperador, asiento y me marcho como un huracán; seguido por los míos, el me mira preocupado y resopla frustrado.

-      La guerra ha vuelto. – suelta para sí mismo, mirando la tormenta que he provocado; con mucha preocupación.