Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 7

Fin se dedica a romper todo tipo y clase de normas para conseguir sus objetivos, matando; transformando, hechizando o pagando a la gente para que cumplan sus objetivos. Quizá algún día todo esto le cause desdicha, pero por ahora con más o menos dificultades; va saliendo adelante, poquito a poco.

Serie La espada II

Luciérnaga Dorada

Capítulo 7. Dualidad de almas

Durante una semana he seguido entrenando a mis chicos: Leo, Ralph; Steven, con sus armas y a Duncan.

Duncan sigue estudiando runas, ha empezado a estudiar sanscrito; sigue practicando la magia y con la espada, pero hay un experimento que me está rondando la cabeza y que quiero hacer antes de llegar a Arcadia…Veo que los demás hombres del batallón que nos escolta miran con coraje y envidia a mis hombres de confianza, sé que me temen y que por eso no dicen nada; hasta el capitán los mira asi, pero no planeo aumentar mi escolta por ahora.

En una parada para comer, me siento junto al capitán; que me mira malamente, a la par que temeroso porque ya sabe que le voy a pedir algo.

-      Capitán Kan. – le menciono, el hace un sonido para que siga hablando con comida en la boca. - ¿hay alguna pequeña aldea por aquí, que sea poco importante? – le pregunto y este asiente.

-      Companga – pronuncia una vez traga.

-      ¿Cuánto nos llevaría llegar hasta allí? – le pregunto

-      Tres días, a lo sumo cuatro si el tiempo y los caminos no acompañan. – piensa en voz alta.

-      Está bien, llévenos ahí; después cuando termine lo que tengo que hacer allí, llegaremos a Arcadia.

-      ¿puedo preguntaros que pretendéis hacer en esa pequeña aldea poco importante? – me pregunta.

-      Mejor que no, si os lo digo; tendré que mataros. – bromeo, él se atraganta y golpeo su espalda para salvarlo.

-      Esa broma no ha tenido gracia. – protesta, jadeante.

-      A mí me la hizo. – digo, sin reírme; el pestañea confuso, porque como ni siquiera me rio.

Tras la insípida comida que no me molesto en mejorar con magia excepto para Fámula que es mi ojito derecho, igual que Duncan es mi izquierdo; nos ponemos rumbo a Companga, donde llevare acabo mi nuevo experimento.

Tras 4 días de entrenamiento exhaustivo llegamos a la aldea por la noche.

-      Capitán, he hecho una lista; de cosas que se pueden conseguir en esta zona, que necesito que me consigan sus hombres. – digo, él la lee y arquea las cejas.

-      ¿para qué demonios, necesitas 7 niños y 5 niñas? – me pregunta el, frunzo el ceño y da un paso atrás. - ¿eso es lo que no debo saber? – asiento por toda respuesta.

-      ¿todo lo demás? – me pregunta.

-      Algunas cosas en las montañas, otras en la tienda; pocas las traemos nosotros ya, muchas las mandaran a pedir si las pedís. – le explico y él va asintiendo.

-      Lo tendré lo más pronto posible. – me asegura.

-      Ah, capitán; necesito una sala grande, donde no nos vayan a molestar…salvo para traerme lo que les pido. – le pido.

-      Seguidme, os llevare a la ruina de una iglesia; está intacta por lo que se y pondré guardias en la puerta, ¿queréis que los niños sean voluntarios? – me pregunta.

El capitán hace un gesto de sorpresa y de tentación, cuando me saco 12 monedas de platino de la manga; al ver esa cara saco otra más y se la entrego, luego cuchicheo bajito.

-      A la familia que preste a su hijo, le entregaras esa moneda; una es para ti, márchate. – le pido y él lo hace.

Voy adecuando la iglesia, escribo cosas arcanas; sanscrito; runas, lleno la iglesia de magia por doquier y tanto a Fámula como a Duncan los lleno también.

-      ¿esto qué es? – me pregunta Fámula.

-      Para que nuestro hijo gane todo mi poder y conocimiento. – le explico, vanamente; omitiendo infinidad de detalles, ella solo sonríe y es que soy un experto en decorar la verdad.

-      ¿y para mí? – me pregunta Duncan

-      Lo mismo. – comenta, sin dar mucho detalle; sé que él sabe que esto es para algo más, pero confía en mí y por eso no pregunta más.

Cuando llegan los niños, los hechizo; les hago lo mismo, entonces Duncan me vuelve a preguntar.

-      ¿y ahora que hacéis?

-      Guardar mi magia y conocimiento en más cuerpos, por si acaso. – le decoro la verdad de nuevo.

-      ¿teméis que algo os pase? – me pregunta preocupado.

-      No, no temo; pero puede ocurrir. – le explico, tan tranquilo; el me mira de reojo, sabe que le oculto algo pero no pregunta.

Una vez lo tengo todo, preparo varias pócimas; que les hago beber a todos, incluso a mí y por ultimo le pido a Duncan que lance todo su poder junto a la vara del poder a una marmita.

Mientras él hace eso, lanzo conjuros prohibidos; runas prohibidas, sanscrito y lo mezclo todo en una poción. Luego fragmento la mitad de mi alma, la extraigo de mi cuerpo mediante la energía que me recorre; luego la vuelvo a dividir entre dos, luego divido una mitad de la mitad entre 13 pedazos…que terminan siendo un: 1,92 % de mi alma, mientras que la numero 14; tiene un 25 %, el número 14 se lo doy de beber a Duncan.

Mientras él bebe con ciertas dudas que no expone en voz alta, Fámula bebe sin dudar; los niños hechizados también lo hacen, sin saber siquiera que lo hacen y cuando el ritual acaba.

Cierro los ojos, puedo notar a cada uno de ellos; aunque a Duncan con mayor fuerza, incluso noto al bebe de Fámula.

-      ¿Qué ha sido este ritual maestro? – me pregunta Duncan, cuando este acabo y dejo marchar a los niños.

-      Se llama dualidad de almas. – le cuento el nombre, sin especificar.

-      ¿y que hace exactamente? – me pregunta.

-      Ahora estamos conectados, tu puedes sentir lo que me pasa a mí; yo puedo sentir lo que te pasa a ti, además compartimos poderes y conocimiento. – le explico, lo que me interesa que sepa.

-      Ya veo, es usted un genio; ahora somos súper poderosos entonces. – se alegra, sin dudar en absoluto de mí.

Una vez que Duncan prueba sus nuevos poderes y alucina, voy probando yo; si puedo coger energía de ellos, efectivamente sí.

-      Vaya funciona en ambos sentidos. – suelta Duncan, que es el que más siente la carga.

-      Si, asi es. – comento tan tranquilo.

Ahora que ya no tengo porque reencarnarme en otro cuerpo, tengo 15 vidas que sostienen mi falta de magia; ya no tengo errores, ahora sí que puedo ir a conocer al emperador. Por si fuera poco eso, he hecho que todos los que no tenían magia; de esos niños la tengan, los que tenían poca ahora tienen bastante más y eso incluye a Fámula…a Duncan también.

Borro todo rastro del ritual, incinerando la iglesia.

-      Capitán, marchémonos a Arcadia; ahora estoy listo.

-      Si, podemos marcharnos; pero la gente de este lugar habla de una enfermedad por falta de magia en el lugar, lo llaman…Sonder. – me explica el Capitán.

-      ¿Qué produce esa enfermedad? – le pregunto.

-      Pústulas, vómitos; no pueden comer ni beber, ni el dolor los deja dormir y mueren agotados o de sed o de hambre.

-      No tengo magia divina, por lo que no puedo curar a los que ya están enfermos; pero puedo reactivar la magia de esta zona, para evitar que caiga nadie más enfermo. – le explico y este asiente.

-      Eso es mejor que nada.

-      La inquisición comete un error, si destruye la magia; cambiara el mundo entero, la magia es útil y buena…Solamente depende del uso que se le dé. – reprocho a nadie en voz alta.

Todo el que pasaba por allí se queda perplejo ante mi discurso lleno de sabiduría e incluso yo me sorprendo, pinto en el suelo una runa; la rodeo de Sanscrito y a su lado, escribo un conjuro arcano. Clavo a Luciérnaga Dorada en pleno centro, mientras hago un conjuro mixto inventado sobre la marcha; con las tres cosas, libero el poder de la espada y los 15 que sostienen mi falta de magia se ponen de rodillas a la vez.

Una luz ilumina el suelo bajo la espada, un anillo de energía sale disparado desde la espada tirando a todo el mundo al suelo y por último, un rayo sale disparado hacia el cielo y este contesta con infinidad de rayos que salen disparados a todas partes.

Me arrodillo yo al sacar la espada, jadeo; respiro agitado, tengo sudor frio.

-      ¿Qué habéis hecho, Droghner Fin? – me pregunta el capitán.

-      Lo que me pedisteis, acabo de abrir la puerta Arcana de esta zona; la magia ya ha empezado a fluir, los lanzadores de conjuros se sentirán revitalizados e incluso puede volver a haber seres mágicos por la zona. – le explico, mirando alrededor; para los ojos mundanos nada ha cambiado, para mis ojos hay una red encendida en el continente mientras cientos de ellas están apagadas.

-      Acompañadme, el alcalde querrá conoceros; sin hablar del emperador, que ya sabrá de vuestras trastadas en su nombre y abra contemplado esto desde su palacio. – me pide el Capitán.

-      Perfecto, con un poco de suerte; tendremos compañía entonces. – opino, mientras lo sigo.

A mi lado van Duncan y Fámula, Leo; Ralph y Steven, están en la taberna con los soldados que no hacían falta.

-      Señor Fin, eso que hizo fue alucinante. – me suelta lleno de admiración Duncan.

-      ¿si? pues sin el ritual de antes, no hubiera podido hacerlo. – le contesto, dejándolo perplejo. - ¿ves la red?

-      No solo la veo, siento como conecto con ella; como me alimento de ella, es fascinante. – añade, causándome un poco de envidia; ya que yo no la siento hasta ese punto, puesto que mi conexión con ella es los 15 voluntarios y la espada.

Llegamos hasta una humilde casa, que sino fuera porque es el doble que las otras; seria idéntica que estas, nos recibe un jovial y bonachón gordinflón que dice ser el alcalde de esta zona.

-      Sois una bendición venida del cielo, pasad y deleitaros con mi vino; mi comida, tenéis toda mi hospitalidad. – nos anuncia el, echándose a un lado de la puerta; para que podamos pasar.

-      Adelante Señor Droghner. – me pide el capitán.

-      Pasad chicos. – les digo a Fámula y a Duncan.

-      Si, amor. – responde Fámula.

-      Voy, maestro. – anuncia, Duncan.

Una vez allí vamos comiendo.

-      El Droghner Fin a solucionado el problema. – le comenta el capitán.

-      ¿si, ha curado a los heridos? – me pregunta, contento.

-      Lamento decirle, que solo alguien con magia divina puede curarlos. – le argumento, quitando toda su alegría.

-      ¿entonces? – pregunta, cabizbajo

-      Pero yo puedo hacer algo que alguien con magia divina no, he reactivado la magia que la inquisición desactivo. – le termino de contar, provocando su sonrisa.

-      ¿en serio? ¿Cómo hicisteis eso? – me interroga.

-      Ningún mago revela sus trucos. – rechisto, causando su risa.

-      Tened cuidado, Droghner Fin; la inquisición querría poder destruiros si se entera de esto o la gente raptaros, para que le devolváis su magia y hay gente muy pero que muy desesperada. – me advierte preocupado el alcalde.

-      Me gustaría ver como lo intentan. – digo, mostrando sin pudor; que no tengo miedo alguno.

-      Tiene a su guardia protectora con él, pronto a los hombres del emperador; dudo que sea fácil llegar hasta él. – le anuncia el capitán orgulloso de sus hombres.

-      Y tengo mi dualidad de almas. – pienso para mí, muy tranquilo.

-      Eso me alegra, asi me quedo más tranquilo; siempre seréis bienvenido a nuestra aldea, eso me recuerda… ¿Qué le habéis hecho a los 12 niños? – me pregunta al fin, este es el verdadero motivo de la cena.

-      Les he concedido el don de la magia. – miento, aunque no del todo.

-      Vaya, ¿en serio? – me pregunta atónito.

-      Si, ya activé la magia de un monasterio; pero eso eran runas, quería ver si podía activar la magia de verdad. – me excuso, para que el me entienda; aunque parece no entender mucho.

-      Habláis sin duda de cosas complicadas, gracias por darnos un don; eso lo entiendo. – comenta, dando a entender que no entendió nada; Duncan sonríe, ya que sabe que hice más que eso y aunque no sabe la misa la mitad sabe lo suficiente.

-      Gracias a vosotros por dejarme intentarlo, no quisiera fallar en algo asi delante del emperador. – le cuento, haciéndolo reír.

-      Los dioses no lo quieran. – brinda el alcalde, haciéndonos brindar a todos.

Poco después la cena fue interrumpida por la guardia imperial y el general Kliff.

-      Saludos Capitán, ¿Dónde está el Droghner Fin? Soy el general Kliff – le pregunta, observándonos a todos.

-      Soy yo. – digo muy serio, esperando para ver sus movimientos.

-      Por orden del emperador debéis acompañarme. – me suelta él.

-      No voy a ninguna parte sin mi gente y mis guardias. – le respondo, él duda unos segundos.

-      ¿Cómo? Es una orden del emperador. – insiste el.

-      Ya he dicho lo que hay, sino estas contento; puedes darte la vuelta y volver con tu emperador, yo llegare con mi guardia y propio pie. – le contesto, dejándolo perplejo.

-      No me habéis entendido, tenéis que venir por las buenas o por las malas. – amenaza, dando un paso al frente.

-      El que no me ha entendido sois vos, gallina; cerdo, pollo y pavo. – enumero, trasformando a su escolta en esos animales; el general carraspea atónito.

-      Claro, no hay problema en que vuestra escolta os acompañe. – admite al final a regaña dientes.

-      Vuestra escolta y vuestra gente. – con el dedo le insto a repetir, él se cabrea pero…

-      Vuestra escolta y vuestra gente.

-      No os veo de rodillas. – argumento, al verlo hay de pie; el gruñe, pero se pone de rodillas.

-      ¿podéis devolver a mis hombres a la normalidad? – me pregunta, aunque más bien me lo pide.

-      Eh, no. – sentencio – sentaos, habéis interrumpido nuestra cena y la vamos a terminar. – amenazo, el apesadumbrado se sienta.

-      ¿Por qué no vais a devolver a mis hombres a la normalidad? – me pregunta.

-      Porque no me da la gana. – le contesto seriamente y molesto.

El guarda silencio un buen rato, los demás también; su entrada amenazadora a cortado el buen rollo de la cena, si estuvieran aquí mis chicos le verían la gracia aunque también tendrían miedo.

-      Sois un vil mago asqueroso, si no hicierais trampa con vuestra magia; seríais mío. – argumenta al rato el general.

-      Cuando queráis y donde queráis. – acepto su desafío, dejándolo perplejo; el ve la risotada de Duncan y la sonrisa del capitán, está apunto de retroceder cuando pierde el control.

-      Ahora y aquí. – sentencia, para su sorpresa asiento.

-      Si gano, pasaras por debajo de mis piernas; mientras te doy latigazos en el culo y le cederás el puesto al capitán.

-      ¿y si gano yo? – pregunta el, muy confiado consigo mismo.

-      Devolveré a tus hombres a la normalidad e iré contigo sin mi escolta. – comento, provocando una sonrisa en su cara.

-      Echo. – acepta el.

-      Estáis acabado. – sentencia Duncan.

-      Eso lo veremos. – duda el.

-      Coincido, has perdido. – apoya el capitán.

-      Dale su merecido. – me anima Fámula.

-      Que guay, un combate. – se emociona el alcalde.

Nos ponemos en el medio del salón, el desenfunda su arma; por mi lado tan solo agarro el mango de Luciérnaga Dorada, el carga contra mí y apenas puede desviar los cuchillos que le lanzo. Mientras la imagen de mil batallas viene a mi mente, también uso mis conocimientos de asesino; para usar mis cuchillos como distracción, cuando puede mirarme ya no estoy donde estaba.

Estoy detrás de él, con la espada en su gaznate.

-      Habéis perdido. – digo, dándole un empujón; que lo hace caer de rodillas, pero se queda ahí derrotado.

-      Capitán Kliff, aun espero que pase por debajo de mis piernas. – digo bostezando y abriendo las piernas.

El temblando de rabia, lo hace; una vez que termino de humillarle y de lastimar su culo con su propio látigo, me pongo en marcha.

-      Capitán Kliff ponga a sus tropas imperiales en marcha, General Kan; movilice mi gente y mis tropas, Alcalde nos volveremos a ver. – comento, organizándolo todo.

Tras eso, nos ponemos de camino a Arcadia; nuestro nuevo destino, pronto conoceré al único hombre que me mandara por ahora.

Por el camino con mi guardia y con Duncan, soy más duro que nunca; el ex general nos mira mucho, observando cada detalle y el ex capitán se mofa bastante de él…dándole ordenes ofensivas incluso.