Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 5

Fin entrena a su aprendiz con más ahínco que nunca, el Vanakan de la orden de monjes rúnicos; le enseña una profecía, que trastoca el mundo de Fin y lo sitúa en medio de la duda. Este sigue avanzando más tarde en el camino a su búsqueda de poder, ahora respaldado a la par que avisado...

Serie La espada II

Luciérnaga Dorada

Capítulo 5. De nuevo viajando

Tras una semana en el monasterio, reactive toda la magia; enseñaron a Duncan lo de las runas como prometieron, mientras por mi lado también me dedique a entrenarlo.

Solo hable con el líder una vez más, dado que uno de ellos lo llamaban el profeta; el líder vino a buscarme para cumplir con su mandato, cuando el profeta tiene una profecía sobre un individuo deben buscarlo y comunicárselo.

-      ¿puedo preguntarle adónde vamos, señor Vanakan? – le pregunto intrigado, ya que ha insistido; en que vayamos los dos solos; eso me extraña, ya que me ha estado evitando.

-      Ya se lo he dicho, no puedo decirle adonde; señor Droghner, pero sí puedo decirle que es importante para vos. – sopesa el, midiendo muy bien sus palabras; si no tuviera a Luciérnaga Dorada conmigo no iría, pero con ella me siento inmortal.

Vamos en silencio por infinidad de pasillos, vamos pasando de mucha gente a poca; de poca a casi ninguna, de casi ninguna a estar solos. Las runas también van disminuyendo conforme avanzamos, hasta que llegamos a una que tiene otro color; sé que esa runa no la he encendido yo, diría que esa runa jamás se apagó y que no viene en el libro.

-      ¿Qué es esto? – pregunto extrañado, aferrándome al mango de la espada.

-      Tranquilo, solo es una runa milenaria; no pasa nada malo, sígueme. – me pide, atravesando la runa; como si fuera un portal, lo imito extrañado.

Aparecemos en un templo lleno de runas que no reconozco, cuando voy a aferrarme a mi espada; veo que no está, enfurezco y voy a hacer cenizas al Vanakan cuando mis poderes no funcionan.

-      ¿Qué has hecho? – le pregunto y él tiene las manos alzadas, como si se rindiera y el corazón acelerado.

-      Solo traerte a ver al profeta, sígueme. – me pide, ignorando mi intento de homicidio.

-      ¿Dónde está mi espada y mis poderes? – pregunto, insistiendo; lleno de preocupación, sino fuera un peligroso asesino estaría a su merced ahora mismo.

-      Aquí en esta dimensión, la dimensión del profeta; solo él tiene poderes, yo tampoco tengo poderes. – me explica intentando dibujar runas, pero le es imposible.

Asiento más tranquilo, me cruzo de brazos molesto; mientras lo sigo por un laberinto de pasillos tenuemente iluminado por viejas runas que parpadean, a punto de perder sus efectos.

Cuando llegamos a una habitación con un cristal y una puerta de acero reforzado, dentro de la habitación hay un cubo; una alberca, una biblioteca y una cama. Fuera de esta, muchos rollos de pergamino; el me muestra uno de ellos, para mi sorpresa leo las runas perfectamente.

Hoy veo la explosión de un tipo que alberga demasiado poder para el que puede contener, no obstante esto puede cambiar; si traspasa su alma a un cuerpo, que lo pueda soportar.

Mas no obstante, no debe olvidar que el arma que porta es un préstamo celestial; que debe devolver a su verdadero dueño, una vez sus dos objetivos sean cumplidos.

Si no lo hace, su destino será morir consumido por su propio poder o explotar; sino es traicionado por sus propios hombres y muere en una masacre, que el mismo causara.

Si lo hace, será el hombre más poderoso del mundo; aunque no héroe, ya que eso no le toca ser y que no olvide destruir su cuerpo o esconderlo…sino alguien lo encontrara y las doce plagas despertara, su alma maldita esta; una vez que muera, el destierro le esperara.

-      ¿Qué significa esto? – pregunto al Vanakan.

-      Tu destino hijo, es tu destino. – suelta, alguien apareciendo de la nada en la habitación; es alto al menos tres metros, está ciego por lo que veo en sus ojos sin iris y esta encadenado por sus 5 miembros.

-      Puedes hablar con él, pero cuidado; Ethan es…peligroso y ambiguo, te lo puedo jurar. – suelta el Vanakan retrocediendo sobre sus pasos.

-      ¿Qué debo hacer para sobrevivir? – le pregunto él sonríe, pero no con amabilidad.

-      Lo que ya has elegido, solo que si quieres ser el emperador y el ser más poderoso del mundo; debes hacerlo en el momento justo, ni antes ni después. – comenta de forma ambigua Ethan.

-      Señor Ethan, ¿puede especificar un poco más? – le pregunto el niega con la cabeza.

-      ¿puedes soltarme? – me pregunta en respuesta.

-      No lo creo, aunque quiera. – suspiro.

-      No dudo que quieras, pero como no puedes; yo tampoco puedo ayudarte a ti. – suelta, dejándome perplejo.

-      ¿y no lo has hecho ya? – le interrogo.

-      Buena pregunta, es posible o posible que haya hecho lo contrario. – ríe divertido.

-      No es divertido, no quiero que la espada me consuma o explotar; ni que los hombres del emperador me maten. – añado, acojonado.

-      Supongo que no es divertido, pero es lo que pasara; si es que no actúas a tiempo, puede que Duncan nunca alcance tus poderes a tiempo. – dice, pero solo me deja más confundido.

-      Entiendo, ¿Por qué estas preso? – le pregunto.

-      El Vanakan y sus sucesores, determinaron que soy demasiado peligroso; para andar suelto por ahí, por lo tanto me tienen aquí y ellos deciden que profecías son verdaderas o no lo son.  – comenta divertido, porque sabe que me está confundiendo aún más.

-      Creo que hacen bien, el pergamino es mucho más claro que tú. – lo señalo, él mira mi dedo como si lo viera.

-      Es cierto, agradéceselo al hermano Roco; tiene un don para interpretarme mejor, que yo a mí mismo. – confiesa, riéndose sin parar.

-      Eres mala persona, puedes ayudarme y no quieres hacerlo. – lo acuso, molesto; sintiéndome indefenso ante él, además sé que lo sabe.

-      ¿Yo soy malo? ¿y tú que eres? Ladrón, asesino; torturador, cualquier definición en idioma alguno se queda corto contigo. ¿Por qué ayudar a un ser horrendo como tú? ¿Por qué?

-      Porque puedes ayudarme y yo puedo cambiar. – comento, temblando ante su poder; su presencia, su voz que taladra mi cabeza como algo hipnótico.

-      Conozco a alguien que ya cometió el error de confiar en ti y mira como le fue. – me acusa, me viene a la mente el momento en que traicione a Brad; como si él lo estuviera invocando, está dentro de mi mente de algún modo.

-      Se acabó el tiempo. – grita el Vanakan, me agarra; aturdido como estoy y empieza a jalar de mí, hacia fuera.

-      ¡Espera! – grita Ethan. – te diré solo una cosa, llegado el momento; no olvides elegir bien el bando, eso es todo…puedes llevarte a esta escoria. – escupe Ethan, me hace sentir muy mal; a pesar de que parece que me está ayudando, me he sentido juzgado por un dios en todo momento.

-      ¿Qué coño es ese tipo? – le pregunto, cabreado al Vanakan.

-      Lo llamamos “el profeta de los enigmas” lleva más de mil años, encerrado en esta dimensión; algunos dicen que lo enviaron a la tierra los antiguos dioses, otros que fue un niño que nació de una mujer que no conoció varón pero nadie lo sabe realmente. – me explica, apesadumbrado.

-      Encárgate que jamás salga de aquí, es aterradoramente peligroso; destruiría esta dimensión, sino creyera que lo podemos volver a necesitar en el futuro. – le cuento y el asiente, parece estar de acuerdo conmigo.

Tras esto, nos marchamos de aquí; para no volver aquí por ahora, seguimos el camino al menos durante un mes evitando sitios de gran importancia pero pasando por sitios poco importantes para reabastecernos.

Antes de irnos el Vanakan me dio saludos de Ethan, debo admitir que cada pelo del cuerpo se me erizo; he tenido muchas pesadillas con la condenada profecía de ese maldito, pero aun no noto nada malo o nada que no pueda controlar.

Cuando casi estamos en el corazón del imperio, el camino se bifurca en tres; el capitán se reúne conmigo, para que podamos hablar.

-      ¿Por qué nos detenemos Capitán Kan? – le pregunto, el me mira y señala los tres caminos.

-      Podemos tomar las tres rutas para llegar a Arcadia, pero en cada sitio hay una cosa de cierta importancia; que os puede interesar, he decidido que decidáis vos la ruta.

-      Bien decidido, ¿hacia dónde nos lleva cada una? – le pregunto y él se dispone a explicar.

-      La ruta de la izquierda nos lleva al bosque encantado, en ella se dice que hay algo que lo hace ser mágico por sí mismo y es tan poderoso que ni la inquisición pudo bloquearlo; la ruta de la derecha; es el hogar de una antigua secta que usa algo similar a magia, pero que no lo es y es como brujería pagana o algo asi. – me explica, omitiendo el centro.

-      ¿y en el centro? – le requiero, viendo que lo ha omitido.

-      Por el centro, hay dos rutas posibles; el valle de espinas o la torre de la sabiduría, pero se dice que está esta maldita por la inquisición y que una oscura criatura la guarda desde adentro. – me termina de explicar, lamentando decir la última parte.

-      ¿y en el valle de espinas que hay? – le pregunto, mientras miro los tres caminos; intentando inútilmente detectar magia, por todos ellos.

-      Se dice que antes la capital del reino de Arcadia era, Daragon el palacio dorado; pero el rey Octavio X, jugo con el corazón de una bruja y este maldijo toda la capital convirtiéndola en piedra y rodeando todo el valle de espino.

-      Elijamos la torre. – decido en voz alta, preocupando al capitán.

-      Pero señor la maldición… - empieza a debatir este.

-      Yo ya estoy maldito, no tengo nada que perder. – sopeso en voz baja. – no hay maldición que valga, yo la absorberé como todo. – le digo al capitán, convenciéndolo.

-      Está bien, como ordenéis. Rumbo a la torre de la sabiduría. – grita dando la orden, preocupando a la gente que nos acompaña; no lo dicen tienen demasiado miedo, pero lo leo en sus ojos.

Leo, Ralph; Steven, no tienen miedo y es que mi entrenamiento en ellos da sus frutos. Duncan está ansioso de llegar pero me veo en la obligación de pararle los pies.

-      Esta vez entrare solo. – digo, haciéndolo estallar.

-      ¡¿Qué?! ¿y todo mi entrenamiento, para qué?

-      Pronto tendrás ocasión de sacarle partido, esta torre tiene una maldición; que a mí no me va a afectar, pero todo el que entre excepto yo sí.

-      ¿y por qué a ti no? – pregunta Fámula

-      Porque mi alma ya está maldita. – respondo dejando a todos perplejos.

-      ¿y eso como lo sabes? – me pregunta Duncan, preocupado.

-      Me lo dijo el profeta del templo. – le confieso.

-      ¿profeta? – pregunta este incrédulo.

-      ¿Qué más te dijo? – pregunta Fámula, con curiosidad.

-      Que si juego bien mis cartas, todo lo que quiero lo conseguiré. – admito, a regaña dientes.

-      ¿eso suena bien? – me pregunta, sin saber la peor parte.

-      Es posible. – admito, siendo optimista.

-      ¿Qué pasa si juegas las cartas mal? – pregunta Leo, temiendo mi respuesta.

-      Todas mis acciones malas caerán sobre mi o algo asi. – replico, dejándolos a todos en silencio; ya que todos sabían que mi alma y mi corazón, eran más negro que blanco.

-      Todo tiene un precio en esta vida. – pienso para mí y suspiro. – Ojalá alguien me lo hubiera dicho antes…me gustaría que alguien me hubiera preguntado de niño si quería ser asesino o morir. – sopeso en mi mente, sin decirlo.

Fámula me da mucho cariño, mientras presiono más que nunca a Duncan; Leo me apoya en silencio, Ralph y Steven observan cómo llegamos a la zona muerta que rodea la torre.

Todo a unos 100 o 200 metros a la redonda de la torre está muerto, al menos no hay animales a 500 o 1000 metros a la redonda; ni siquiera hay insectos a 5000 o 10.000 metros a la redonda, todo esto me lo fue contando Leo por el camino.

Los hombres, dragos y el capitán; dejo de avanzar cuando vislumbramos la torre a lo lejos, cuando me baje para preguntar.

-      Señor, si quiere ir a la torre; tendrá que ir a pie el resto del camino, nosotros le esperaremos aquí 3 días y 3 noches. – me comenta el capitán, le tiembla la voz; le castañean los dientes, pero los demás están blancos y con los labios morados.

-      Me parece correcto – admito, veo a Duncan; que a pesar de mi prohibición, quiere acompañarme.

-      Capitán, encadene a Duncan; quítele la vara, ahora. – ordeno y este asiente, Duncan intenta resistirse; pero bloqueo su magia, para evitarlo y los soldados que yo mismo he entrenado emparejan su habilidad física.

-      ¿Qué hacemos si no vuelves en tres días y tres noches? – me pregunta el capitán, cuando voy a volver a echar a andar; mientras Duncan grita que lo suelten, que va a ir a ayudarme quieran o no quieran.

-      Si no vuelvo en ese tiempo, llevad a Duncan al emperador; ella está embarazada de mí, asi que también tendrá a un hijo Droghner. – le comunico al Capitán y este asiente.

-      Hasta pronto chicos, no olvidéis lo que os he enseñado; vuelva o no vuelva, a ti te trataran como una reina, Duncan no me decepciones. – me despido de mis más cercanos.

-      Sé que volverás. – asegura Leo, que confía mucho en mí.

-      Si no vuelves, entrenare a Duncan por ti. – promete Ralph, aunque realmente es el menos habilidoso y preferiría; que lo entrenara Steven, que es el mejor.

-      Nos vemos, Droghner. – suelta Steven, el más pasota de todos.

-      Tendré a tu hijo y lo criare para que sea una buena persona. – me asegura ella.

-      ¡No me abandones! ¡Me estas dejando tirado! ¡como todos! – grita Duncan desesperado.

-      Ponedle una mordaza, me está dando jaqueca; este quejica. – digo, recuperando mi coraza de tipo duro; que Ethan ha desquebrajado un poco, me acerco a la torre con paso inseguro.

Me aferro a la espada como si esta pudiera protegerme de lo que quiera que haya en la torre, mi corazón late a mil; mis pensamientos hierven de lo rápido que pasan por mi cabeza, el aliento es insuficiente para este ritmo que mi cuerpo tiene ahora mismo.

-      ¿puedo morir? ¿si hay una profecía sobre mí, puedo morir? ¿será una profecía cierta o no cierta? ¿con que criterios juzgan eso, los monjes rúnicos? – me pregunto por mí mismo.

Sigo andando, cada vez el sonido de la vida queda atrás; los colores de la vida quedan atrás, el movimiento de la vida queda detrás y lo único que se mueve…que siente, que respira; que late, a muchos metros de distancia soy yo.

-      Luciérnaga Dorada, no me falles. – le pido, entrando en la torre; que luce tan apagada como la roca que me rodea, siento como si estuviera buscando poder en la muerte por alguna extraña razón.

Una vez dentro, las luces se encienden solas ante mi presencia; estas lo primero que me muestran, es gente que ha intentado entrar. Algunos murieron al poner el primer pie dentro, algunos no llegaron a entrar; otros avanzaron dos o tres o cuatro pasos, pero el que más no llego a dar diez pasos en la torre.

Delante mía hay un extraño símbolo que desconozco pintado en la pared, parece algún tipo de cruz; pero no es la cruz religiosa que he visto en algunas iglesias, me pregunto qué clase de cruz será.

A mi derecha hay unas escaleras medio derruidas, puedo trepar por ellas; pero serán difíciles para ascender, a la izquierda hay un pasillo que se sumerge en la oscuridad. Nada más cruzar el umbral de la puerta, se me ponen los pelos de punta; tengo la sensación de que alguien me observa y de que algo me quiere matar, incluso escucho movimientos sospechosos por todas partes y me siento observado desde todas partes.

-      ¡Te voy a matar! ¡voy a matar! ¡a matar! – escucho desde todas partes, mientras el eco reverbera por todas partes,

Sonrío, recuperando la calma.

-      Si piensas que vas a asustarme, vas listo. – pienso para mí.

Lo primero que te quitan los asesinos dorados es el miedo y es una ventaja aquí, que pienso aprovechar.