Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 4
Fin empieza a ayudar a los monjes rúnicos, que viven en el monasterio de runas arcanas; les está devolviendo sus poderes, a cambio de que le entreguen su reliquia mágica y tiene la habilidad de volver cualquier situación desagradable a su favor. Les saca más partido del que pensaba, al final.
Serie La espada II
Luciérnaga Dorada
Capítulo 4. Monasterio Arcano
Voy andando por toda la planta baja del monasterio, activando la magia allá donde voy; tanto en runas pintadas como en runas tatuadas, una vez termino con esta planta estoy agotado.
- ¿podemos continuar? – me pregunta el guía.
- Mañana, hoy necesito descansar. – le comento, cansado.
- Lo comprendo, la magia puede llegar a agotar demasiado; sobre todo a una persona que no la contiene, pero que la recibe de un objeto. – me explica con perspicacia.
- ¿Y mi pupilo? – le pregunto.
- Vuestro pupilo, hace lo mismo que vos; pero él tiene cierta ventaja, ya que vos le habéis introducido magia al estar enseñándole. – me sigue explicando.
- ¿O sea que él va a ser mucho más poderoso que yo? – le pregunto con interés.
- Infinitamente más. – replica el guía.
- ¿y cómo lo sabéis? – le pregunto, para ver si le puedo creer.
- Al activarme las runas, puedo ver la magia. – me convence, dándome algunas ideas.
El templo tiene una vida que hace años no tenia, los monjes juegan con sus runas; todos me van agradeciendo, los que no la tienen activa me lo suplican y mi guía tiene que decirles que mañana.
Me acompañan a una habitación, donde me permitirán descansar; el capitán con sus 4 hombres y Leo, quedan en la puerta.
- ¿asi que puedo darle poderes a la gente? Pero no puedo dármelos a mí mismo, vaya asco. – murmuro mirando a Luciérnaga Dorada,
Pero obviamente no recibo respuesta.
Me acuesto abrazado a Luciérnaga Dorada.
Cuando despierto, ya es de día; mi guardia a cambiado, el capitán no está y ahora es Ralph quien me guarda.
- Buenos días, vamos a desayunar. – les comunico y ellos asienten.
- Por aquí, señor. – dice el monje de ayer, que ya nos esperaba.
Todos nos acompañan al comedor, donde vemos al menos a 300 monjes tatuados; quizás 80 tienen las runas encendidas, los demás nos miran con coraje y los 80 con euforia.
- Bienvenido Droghner Fin, siéntese a mi mesa con sus hombres. – me ofrece el Vanakan, causando murmullos entre su gente.
- Es un honor. – finjo cortesía, los hermanos sin runas se molestan; los que las tienen se alegran de mi presencia.
Nos sentamos a su mesa y él va directo al grano, mientras las sacerdotisas del templo nos sirven la comida.
- ¿hoy seguiréis con vuestra labor?
- En efecto, en cuanto desayune; ordenare que entrenen a mi pupilo, mientras enciendo las runas que pueda. – comento, dando a entender que no podrán ser todas hoy.
- Tomaos los días que hagan falta, el hermano Ogoner; me puso al corriente de vuestro problema. – comenta, sin intención de llamar mi atención; pero la llama.
- ¿tiene solución? – le pregunto y el niega con la cabeza.
- No, que yo sepa. – miente, se lo noto en la voz.
- ¿Qué me ocultáis? – intento saber.
- Nada, yo estoy muy agradecido; no podría. – se excusa, pero sigue siendo mentira.
- Si, algún día me entero que había solución; pero que vos la sabias y no me la dijiste, destruiré este monasterio con todos dentro y su magia incluida. – le amenazo y él se atraganta.
- Hablaremos cuando acabéis hoy, en mi despacho; os recibiré. – murmura, para que nadie más se entere.
- Entendido, asi será. – acepto, tras eso estamos en silencio; ya que el ambiente, se ha crispado pero casi lo prefiero.
Tras un rico desayuno de frutas, verduras que ellos mismos cultivan; leche de animales que ellos mismos cuidan, huevos y carne de animales que ellos mismos ceban…voy a pedirle a los soldados que entrenen a Duncan, que luego le entrenare yo; él ha estado practicando con la magia y cada vez su habilidad con esta es mejor, casi parece ya un mago de bajo nivel natural.
Veo a la mayoría de los soldados tomando el sol, bebiendo cerveza del monasterio; pasándolo bien en definitiva, incluido el capitán.
Luego me pongo a activar el resto del monasterio, hoy solo activo a 40 monjes; ya que termine con el monasterio en sí, entre mañana y pasado tratare de terminar con ellos.
- ¿se puede, señor Vanakan? – pregunto, tras llamar en su despacho.
- Adelante Droghner Fin. – me permite el.
Entro en su despacho pintado de un blanco absoluto, hay una runa en el techo; otra en el suelo y otra en cada pared, él está muy serio mirando la pared.
- ¿Qué sabéis? – pregunto, yendo al grano.
- Podéis pasar vuestro cuerpo a otro cuerpo, pero hay que tener una persona con magia en su cuerpo donde hacerlo; saber la magia prohibida llamada reencarnación superior y además, ciertas runas. – me explica, sin irse por las ramas.
- ¿me ayudareis? – le pregunto.
- Solo puedo ofrecerte, enseñar a tu pupilo. – contesta el.
- Enseñadlo. – sentencio, sin tapujos.
- ¿seguro que queréis hacerlo? Eso puede traer ciertas consecuencias… - me empieza a decir.
- Me importa poco, hacedlo. – respondo con frialdad.
- A partir de mañana, tu pupilo tendrá clases de runas; durante toda la mañana, comunícaselo cuando le veas. – suelta, sin mirarme.
- Cuando sirva al emperador, os tendré en alta estima. – le expongo, preparándome para marcharme.
- Eso no es lo que me preocupa. – murmura para sí, echándome una última mirada de soslayo.
Voy con mi discípulo, empiezo a entrenarlo con la magia; luego como asesino dorado, por ultimo con el conocimiento de las mil batallas.
- ¿Por qué hacéis esto? – me pregunta Duncan.
- ¿el qué? – le respondo
- Me estáis convirtiendo en la persona más poderosa del mundo, después de ti; ¿Por qué? – me pregunta.
- Tú serás más poderoso que yo, es tu destino. – le replico, haciéndolo sonreír de manera incrédula. – Mañana te darán clases de runas, presta atención; es importante, ¿entendiste? – pregunto con crudeza.
- Si maestro, usare todo este conocimiento para el bien. – me ofrece y asiento.
- Asi me gusta, chico; veo que lo vas captando todo. – le guiño el ojo y lo dejo descansar.
Tras eso, voy a descansar yo también; siempre protegido por mi guardia, mientras los hermanos que ya tienen su magia y ven su monasterio lleno de ella me adoran…los que aún no la adquieren me odian, por sus miradas veo que temen que me vaya y los deje asi; quizá incluso planean mi muerte, no me extrañaría y sería un tanto divertido ver qué ocurre.
Me hago el que no me entero, me acuesto a dormir; pero hago el conjuro de alarma maximizado y experimental, asi no tengo porque temer a parte de mi habilidad de descansar con un ojo abierto de asesino.
Escucho lucha fuera, al levantarme; veo que algunos han entrado desde la ventana, desenfundo Luciérnaga Dorada.
- ¿puedo saber cuál es el problema? – les pregunto, de modo siniestro.
- Nos vas a activar la magia a todos ahora. – ordena uno de ellos.
- ¿y si me niego? – les interrogo
- Te obligaremos. – dicen poniéndose en posición, a cambio me rio maliciosamente delante de ellos; de los cuatro, tres retroceden.
- Me gustaría ver, como lo hacéis. – les instigo a ello.
Los cuatro cargan contra mí, al primero le señalo con el dedo.
- ¡vuela! – grito, mientras que sus pies se elevan del suelo; se choca con las paredes, sin poder retomar su equilibrio.
- ¡gallina! – señalo a otro, este de un tirón se transforma en una gallina. – me encanta ese conjuro. – sopeso, mientras esquivo a uno y le corto la cabeza al otro; el otro grita, mientras le señalo con el dedo. - ¡Bang! – digo, probando uno de mis conjuros experimentales; alucino, cuando veo que le abro un boquete en la cabeza.
- ¡Hermanos! – grita, apareciendo uno con las runas encendidas; de la nada, este es el que les ha ayudado.
- Tú los has matado, sal de aquí o muere. – le amenazo, el empieza a dibujar runas en el aire; me preparo para recibir su ataque, de su runa sale un rayo y le lanzo otro de vuelta…pero el suyo es más fuerte y me veo obligado a pararlo con la espada, no solo es más fuerte; sino que la espada se pone hirviendo, pero antes de que la tenga que soltar le lanzo un cuchillo envenenado a la cabeza y él lo intenta detener con su runa del brazo pero soy demasiado rápido.
- ¡¿Qué está pasando aquí?! – pregunta el Vanakan, seguido por su comitiva.
Afuera los soldados están inconscientes o embrujados, hay algunos monjes heridos o incapacitados; hay toda una pequeña turba de estos tipos, que al llegar el Vanakan se arrodillan sin más y dentro hay una masacre.
- Han intentado asesinarme. – suelto, dejando al Vanakan sorprendido.
- ¡¿Cómo?! – pregunta este a sus súbditos, montado en cólera; preocupado más por mi reacción, que por otra cosa.
- Señor, este mago se está guardando la magia para sí; en lugar de compartirla con todos. – dice uno de ellos.
- Atacarme a mí, es como atacar al mismísimo emperador; creo que se lo contare al emperador, para que arrase este sitio junto con todos sus monjes. – comento, alarmando a todos; sobre todo al Vanakan.
- Señor, discúlpenos; todos los monjes de este templo os juraran fidelidad a vos, pero por favor no diga nada y no nos abandone. – suplica el Vanakan, arrodillándose; dejando sorprendidos y sintiéndose mal, a todos sus hombres.
- Quiero el libro de las runas ahora, una habitación mejor; protegidas por runas, un juramento firmado de la orden y que los culpables sean castigados con el peor castigo de la orden de monjes rúnicos. – replico, el Vanakan asiente; sabiendo que no tiene más remedio, entonces empieza a impartir órdenes a sus hombres de confianza.
- De ahora en adelante, este hombre ira protegido por mi escolta; usara mi habitación, limpiad esta habitación y quitadles las runas a estos monjes que tengo en frente. – ordena este, los monjes al oir eso; todos ponen mala cara, pero sobre todo los que lo van a sufrir.
- Piedad señor, le prometeremos fidelidad; lo juro. – me pide uno, pero ni lo miro.
- Se lo suplico, reconsidérelo. – Me suplica otro.
- Hare lo que sea por su perdón. – añade otro.
Y asi miles de lloriqueos, peticiones; juramentos, palabras vacuas para salvarse del castigo.
- Enseguida te llevare el libro de las runas, ¿pero cumplirás tu palabra? – me pregunta el Vanakan.
- Si, a cambio tendré un monasterio bajo mis órdenes. – contesto y el asiente preocupado.
Mientras tratan a mis hombres, sus protectores me acompañan a su habitación; no solo he comprobado el efecto de las runas, sino que ahora lo voy a adquirir y encima me he divertido.
- He salido ganando en todo. – pienso, sonriendo.
Una vez llego a la habitación compruebo que es mucho mejor que la mía, cada objeto tiene runas; este lugar está bien protegido, asi que me siento a esperar el libro rúnico.
Poco después llega el Vanakan, con un viejo libro; grande, de portada de piel gastada.
- Aquí tienes nuestro tesoro… - me lo tiende con tristeza.
- Gracias, retírate. – le pido con cortesía.
El me mira, mientras agarro el libro; pero no se retira.
- Ya puedes retirarte. – vuelvo a insistir y el asiente apenado.
- Oh, me olvidaba; aquí está el juramento firmado, por mí. – añade, antes de retirarse.
- Fantástico. – contesto, mientras cierra la puerta y lo leo.
Me ha jurado obediencia de la orden a mí, sonrío como loco; pensando cuanto más poderoso me puedo hacer, no creo que mucho más.
- Ahora Luciérnaga, vamos a absorber estas runas; se buena chica y haz tu trabajo, vamos dale poder a papi. – le suelto a la espada con cierto cariño.
Clavo la espada atravesando el libro que anteriormente he dejado en el suelo, una explosión de energía blanca; llena de viento fuerte y contradictorio la habitación, un sinfín de runas quedan en mi cuerpo o en mi espada y el conocimiento de todas ellas llena mi cerebro.
Cuando todo el proceso se disipa, el libro yace en el suelo como ceniza; rio como loco, mientras asimilo el nuevo poder.
¡Adquieres runas básicas!
¡Adquieres runas inferiores!
¡Adquieres runas intermedias!
¡Adquieres runas superiores!
¡Adquieres construcción de nuevas runas!
Tras eso me acuesto a dormir, creando una runa que proteja toda la habitación; de cualquier cosa que no sea yo o mi espada, igual que el conjuro alarma maximizado y experimental.