Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 3
Fin esta fuera de control absorbiendo cada nuevo poder que se le cruza en el camino, ahora tiene una prometida; un pupilo mágico y tres pupilos de espada, está empezando a usar el conocimiento de las mil batallas. Pero llega a un lugar más poderoso que ningún otro que haya pisado anteriormente.
Serie la espada II
Luciérnaga Dorada
Capítulo 3. El viaje continua
Tras investigar la academia de magia Arcadiana, Fin y sus secuaces salen de la academia; para darse cuenta que su capitán está hablando con el dirigente de la ciudad, con sus fuerzas preparadas para enfrentarse al gran ejercito de la ciudad.
- ¡Tengo orden de llevarlo al emperador sano y salvo! – grita el capitán.
- Está en mi ciudad, ha robado en el tesoro de mi ciudad la academia de la extinta magia y a convertido a mi general en gallina. - le muestra a mi capitán.
- ¿algún problema? – pregunto avanzando, todos sus hombres retroceden.
- Si no cumples las órdenes del emperador, ya no tendrás ciudad y tu cabeza; será expulsada de tu cuerpo, en cuestión de unos meses. – le amenaza el capitán.
- ¡Prendedle! – ordena a sus hombres.
- Como quieran. – digo, alzando las manos; mientras sus soldados cargan contra los míos, les quito la gravedad pegando un puñetazo al suelo y los míos la conservan.
Luego mientras los soldados que me protegen matan a los que van entrando en el radio de gravedad, me uno a ellos con Luciérnaga dorada y mis cuchillos envenenados.
- Me rindo, no matéis a más soldados de los míos; tirad las armas. – ordena el senescal.
La batalla termina, sin nosotros haber perdido ningún aliado; por su parte el abra perdido más de cien hombres, una gran pérdida.
- El emperador se enterará de esto. – suelta mi capitán, mientras el senescal mira hacia abajo.
Tras esto, nos marchamos de la ciudad; por el camino, le pregunto al capitán.
- Capitán, ¿Por qué el Senescal hizo esto?
- Seguramente, quería derrocar al emperador con tu ayuda. – escupe molesto.
Entiendo la situación, tener a alguien con poderes mágicos; es la balanza al poder, estoy deseando llegar y conocer al emperador para que me bese los pies.
- Seguramente sufriremos emboscadas por el camino. – sopesa el capitán.
- Solo avísame y reforzare la seguridad. – le digo y el asiente.
Tras eso miro a los 4 que me acompañan, Fámula está en mi cama tumbada descansando muy tranquila; Duncan está practicando con la varita que encontramos en la academia, Leo y los otros dos están vigilando el horizonte.
El más preocupado es Steven, Ralph parece bastante tranquilo; Leo bastante desconcertado, por mi lado recargo usando la mitad de mi energía la varita dorada del legendario Rashagor o gran mago de Arcadia.
- Ahora sigue mis instrucciones, dibuja una llama con la punta de la varita; mientras pronuncias estas palabras y miras, ese árbol del camino.
El me imita a la perfección, para su sorpresa y la mía; consigue hacer fuego, gastando una parte del poder de la varita.
- ¡Lo conseguí! – grita, eufórico.
- Tsk, guarda silencio; que estoy cansada. – protesta Fámula.
- Ahora, te conseguiré un conjuro para absorber energía de los objetos; mientras miras ese árbol, señalalo a él y luego a ti…pronunciando estas palabras. – le explico.
Él lo hace, haciendo que el árbol muera; adquiere poderes para su varita, lo que significa que puede seguir haciendo magia.
- Eres un buen maestro. – me felicita.
- Y tu un buen aprendiz. – le contesto, mientras pienso otra forma de llamar a la nueva magia; está claro que no somos magos, ni hechiceros… - Nosotros no somos magos, somos Droghner – replico y el asiente.
- ¿eso qué significa? – me pregunta y en su mente le contesto.
- Nuestra magia depende de un objeto que portamos, sin ello somos simples mundanos; este secreto debe morir contigo y solo puedes enseñárselo a un aprendiz que consiga un objeto similar.
- Entendido maestro, asi lo hare. – responde
- Te daré una bendición. – miento, mientras le hago una maldición de que si lo va a contar; muera entre terribles sufrimientos.
- Muchas gracias maestro, me siento súper bien. – agradece contento.
Todos los ojos que no vigilan el horizonte, están puestos sobre nosotros y mis experimentos; el viaje dura una semana más, sin ningún contratiempo.
Por las noches, duermo con Fámula; por el día la voy conociendo; sino estoy practicando con Duncan, ese chico aprende la magia como por arte de esta misma. Cuando paramos, lo enseño a asesinar o Leo y los demás lo enseñan a luchar como un soldado; voy a convertirlo en un arma, mi arma para ser exactos.
Hemos evitado las poblaciones, según el capitán no había nada importante allí; aunque creo que miente, para evitar problemas por el estilo de la última ciudad y es una lástima me gustaría hacerme mucho más poderoso.
En un momento dado, un árbol se cae frente a nuestras narices; los 20 hombres del capitán y el mismo capitán se ponen en guardia, los míos se preparan también.
- ¿Qué sucede? – pregunto, aunque ya imagino lo que sucede.
- Parece una emboscada, señor. – argumenta Leo.
- Veamos que tienen preparado, prepárate Duncan. – digo y el asiente.
Lo primero que empiezan a llover son flechas, pero las evito todas con un escudo antiproyectiles.
De entre los árboles, salen un par de grandes de tres o cuatro metros de altura; hago grandes a mis soldados, para igualar la pelea.
Al ver eso el enemigo, lanza rocas rodantes; que hago levitar con la gravedad de átono, el capitán me sonríe y alza su pulgar.
Por último, nos rodea un ejército por los 4 lados; uso una barrera infranqueable para poder hablar con ellos, mientras intentan penetrar en ella inútilmente.
- Yo soy el gran mago Fin oscuro, deseo hablar con vuestro líder. – digo, haciendo que mi voz llegue a todos.
Entre todos ellos, vuelve a salir el senescal de la ciudad anterior.
- Nos volvemos a ver Mago. – se alegra de verme.
- Si, ¿Qué queréis de mí? – le pregunto, andando tan tranquilo.
- Servidme a mí en lugar de al emperador, yo os daré verdadero poder. – me ofrece, para tentarme.
- ¡Sois un perro traidor! – grita Kan, mi capitán.
- Calla a tu perro, mago. – suelta el senescal.
- Calla, déjamelo a mí. – le ordeno con frialdad y él, aunque furioso; acepta. - ¿Cómo os llamáis senescal? – le pregunto, para dirigirme a él.
- Soy el poderoso Senescal de Mandilen, la ciudad Arcadiana mas arcana de todas; mi nombre es Zigor, Zigor Benz. – se auto presenta.
- Zigor tu ciudad apesta, tu apestas; no puedes darme poder alguno, ya que tu no lo posees…retira a tus hombres y no lo vuelvas a intentar, ahora que se tu nombre; puedo asesinarte a distancia, con solo pensarlo.
- ¡¿Cómo os atrevéis?! – grita tan aterrado como enfurecido.
- Una cosa más, ¿tu ciudad era antes parte de las tierras libres? – le pregunto, mientras todos los hombres me miran atónitos.
- Si, ¿Cómo lo sabéis? – contesta, conteniéndose.
- Vi un mapa antiguo, ahora cuando sea el gran mago del emperador; me hare con toda esta zona, cuando te cuelguen. – rio sádicamente y el retrocede todos los pasos que dio.
En un tiempo record, no quedo ni rastro del ejército que nos atacaba; el capitán y mis compañeros me vitorean, pero interrumpo su alegría.
- Capitán, necesito más poder para impresionar a tu emperador; Llévame a algún sitio, donde haya verdaderas reliquias mágicas.
- ¿y si me niego? – me pregunta.
- La próxima vez que nos ataquen, dejare que te maten; solo a ti, nombrare a un capitán como Leo más leal a mí. – le sugiero, con una amenaza clara.
- Chicos, cambio de rumbo; vamos a ir al monasterio arcano, ¡en marcha! – ordena, mirándome mal.
- Gracias capitán, me caes bien y no quisiera tener que romper esta relación, de echo…si yo asciendo me encargare de que tu asciendas. – le suelto, quitando su mala mirada; parece que esa frase le ha gustado.
- Si necesitas algo, pídemelo. – comenta serio y yo asiento, entro en el carro.
Durante un par de semanas, seguimos avanzando por terreno Arcadiano; parece que estuviéramos recorriendo las estaciones, ya que ahora parece verano y llegamos a un monasterio junto a la playa.
En ese tiempo he seguido cultivando mi relación con Fámula, mi pupilo ya conoce todos los conjuros de nivel 0 que yo conozco y los elementales básicos de nivel 1; sabe defenderse ya como soldado, aunque aún le queda mucho como asesino.
Leo, Ralph y Steven; están siendo entrenados por Luciérnaga Dorada, con el conocimiento que tengo de mil batallas cuando la empuño.
Al llegar al monasterio, los hombres se muestran deseosos de tomarse unos días; para descansar y disfrutar de esta, le doy permiso al capitán con ciertas condiciones.
- Uno de mis hombres y dos tuyos, siempre acompañaran a mi gente; el resto podrá descansar, excepto 6 hombres tuyos que protegerán el carro y nuestras provisiones…Conmigo irán 4 hombres tuyos y uno mío, tu puedes descansar junto a tus hombres; un día si y uno no, ¿alguna duda? – le pregunto y el niega con la cabeza.
- Entendido, Droghner Fin. – suelta el capitán y trasmite sus órdenes a los demás, me acompaña junto a Leo que insiste en acompañarme y 4 de sus hombres.
Al llegar a la puerta llamamos, nos abren unos monjes llenos de tatuajes apagados; estos están rapados y su mirada luce triste, como sin vida.
- ¿Qué desean? – preguntan, sorprendidos; con sus batas azules, el monasterio por dentro es una obra de arte.
- Por orden del emperador, buscamos al Vanakan de este monasterio. – suelta el capitán.
Todas las paredes lucen garabatos de runas arcanas dibujadas, cada una diferente al resto; pero todas apagadas, las paredes son de piedra cincelada a mano e igual los techos o las paredes.
- Vaya, este sitio; me encanta. – murmuro para mí, aun desde fuera.
- Sígannos por favor, por seguridad; deben dejar las armas fuera. – dice uno de los monjes.
- Tenéis que dejarme la mía, el resto podéis dejarlas. – admito.
- No se puede pasar con armas. – se niega el monje.
- Te lo ordena tu emperador. – le enseño la carta con el sello del emperador.
- Ni siquiera el emperador está por encima de las leyes arcanas. – rechista este.
- Ya me hartaste. ¡Silencialo para que no pueda hablar! – conjuro y este habla, pero no hace sonidos.
- ¿alguna pega más? – le pregunto al otro.
Mientras todos observamos atónitos, como las marcas arcanas del monje se encienden; incluso él está, alucinando.
- Por aquí, por favor. – suelta el monje que puede hablar, al presenciar; que he encendido la marca de su compañero y, que por mi conjuro ya no puede hablar.
Nos guían apresurados por un sinfín de pasillos, donde vemos muchos monjes llorando; lamentándose, dándose cabezazos con las paredes hasta el punto de hacerse sangre.
- ¿Qué les pasa? – le pregunto al que nos guía y puede hablar.
- Todos los que están aquí se casaron con la magia, han dedicado la mayor parte o toda su vida al reino arcano; el día que la orden esmeralda cerro las puertas a ese reino, nos dejó llenos de frustración y desesperación.
- Entiendo. – digo, mientras vamos pasando; les hago conjuros pequeños e inocuos, a los que veo y voy encendiéndoles las runas.
Los dos guías nos miran, el que no puede hablar está llorando parece de alegría; el otro me sonríe y agradece solo moviendo los labios, mientras que todos comienzan a gritar y a llorar de alegría.
Por el escándalo, es el Vanakan el que sale a nuestro encuentro; con su escolta de cuatro monjes tatuados, su cara es de preocupación y parece envejecido por las preocupaciones ya que está lleno de canas.
Es el único que tiene pelo, pero lo tiene peinado como si fueran las runas; su bata es dorada, para distinguirlo de los demás y su barba esta igualmente decorada como runas.
- ¿Qué está pasando aquí? – pregunta, este.
- Señor, la magia ha vuelto. – le anuncia el guía que puede hablar.
- No ha vuelto, yo la he traído. – le comunico.
El me observa, observa a los hermanos que sus runas están activadas; entonces se dirige a mí.
- ¿podéis activarnos a todos los tatuajes? – me pregunta.
- Sí que puedo, pero quiero algo a cambio. – le explico y el asiente.
- Os escucho. – suelta, antes de pedirme que le active las runas.
- Quiero el libro, donde tenéis todas las runas. – le exijo, el da un paso atrás.
- Es nuestro mayor tesoro. – comenta, preocupado.
- Vuestro mayor tesoro es la magia y yo puedo dárosla. – negocio con él.
- Tenéis razón, las runas no sirven de nada; sin magia, ¿pero qué vais a hacer con él? Solo un monje tatuado puede utilizarlo. – replica, diciendo algo que imaginaba.
- Yo soy un Droghner, podre utilizarlo; no temas, este conocimiento solo caerá en mis manos y en las de mi pupilo. – le explico, para tranquilizarlo.
- ¿Un Droghner? Es la primera vez que lo escucho. – murmura para sí.
- Soy el primero que existe. – suelto, dejándolo perplejo.
- Está bien, si activáis las runas de mis hombres y el monasterio entero; os daré el libro, confío en vos. – añade, volviendo a su despacho.
- Llévame hasta todos tus hermanos y guíame por las runas. – le pido al guía.
- Sí, señor; lo hare con gusto. – dice este.