Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 2
Fin va agrandando sus leales, aparte de buscando más reliquias del pasado; ya está planeando su futuro, sin si quiera haber llegado a hablar con el emperador...poco a poco se hace más poderoso, pero no solo él; su espada también va cambiando en el proceso, Luciérnaga Dorada es cada vez más fuerte.
Serie La espada II
Espada: Luciérnaga Dorada
Capítulo 2. Problemas en Arcadia
Voy en el carro ahora con Leo que me mira con admiración, con Steven y Ralph que me miran acongojados; miro como va variando el paisaje, hasta que entramos en un terreno pantanoso.
- ¿Señor Fin, como hizo eso? – me pregunta Leo, que es algo asi como mi amigo aquí.
- Es sencillo, soy otro tipo de mago nuevo. – le respondo y el asiente.
Tras un poco de silencio.
- ¿Dónde estamos entrando ahora? – le pregunto a Leo, mi guardia personal y sirviente.
- Estamos entrando en los terrenos de Mandilen, una ciudad que antaño era grandiosa por sus magos; ahora…como puedes ver toda la magia se esfumo y deja mucho que desear. – me cuenta Leo.
- Los estragos de la guerra. – añade Ralph.
- Lo sé, estoy al tanto de todo eso. – le contesto con suspicacia.
- ¿puede reparar el daño al terreno? – me pregunta Steven.
Pienso un poco, rememorando cada conjuro que tengo nuevo; al poco niego con la cabeza, es que este Átono era principalmente un mago de guerra.
- Tengo principalmente magia de guerra, quizá si encontráramos otros libros menos guerreros… - dejo caer, por si cuela.
- Intentemos encontrar alguno, en esta ciudad; seguro que queda alguno. – contempla Ralph
- Eres intrépido, me recuerdas a alguien. – suelto, atusándome la barbilla.
Ralph sonríe, sin saber a quién me refiero; obviamente me refiero a Brad, luego me quedo en silencio…pensando que será de mis antiguos compañeros.
Una vez me bajo del carro, estamos en una ciudad construida como las antiguas ciudades árabes; las gentes se pegan unos a otros y solo se separan de los guardias, el capitán se acerca a mí.
- Como sé que te gusta merodear te lo aviso, eres libre durante 12 horas; cuidado con tus bolsillos, no te separes de tu escolta y cuando veas tres explosiones en el cielo…acude aquí. – me avisa, aunque es más una orden.
- Entendido, Capitán; gracias por su comprensión. – le contesto, sin mucho interés real.
- No me malinterpretes, cuanto más poderoso seas; mejor será mi recompensa, de lo administrativo me encargare yo. – me comunica y asiento.
- Una cosa más, quiero un guía local. – le pido y el asiente.
- Espera aquí, te lo enviare. – suelta, marchándose.
Una vez el capitán se marcha, hago un detectar magia masivo; la ciudad es inmensa, pero casi la he rodeado con mi conjuro y ya he detectado algo mágico en sus fronteras.
- ¿Qué ha sido eso? – pregunta Leo.
La gente se sorprende, pero nadie se asusta.
- Ya he detectado, algo mágico en la ciudad. – respondo, mientras a ellos tres les da cierto repelús.
- ¿Dónde creéis que estará? – pregunta Steven
- Seguramente en el palacio o la catedral. – replica Ralph
Poco después, llega una guía mulata; con pinta de ser joven, tiene una belleza floreciente, aunque aún no está desarrollada del todo.
- Señor Fin, guardias; sirviente, soy la guía enviada por el capitán Kan ¿adónde queréis ir? – nos pregunta, haciendo una cortes reverencia.
- Quiero ir, adonde pueda haber vestigios mágicos. – le contesto. - ¿Cómo te llamas? – le pregunto.
- Mi nombre es Fámula, para serviros; iremos entonces a las ruinas de la academia de magia, Arcadiana. – me responde y hace la señal de que la sigamos.
La tarea se vuelve fácil, ella va al frente; los guardias a los laterales me abren el camino y detrás mío va Leo. A ella si la empuja la gente, pero con nosotros se abren para permitir el paso de los guardias; en un momento dado, un muchacho se cruza en el camino de unos guardias urbanos y es brutalmente pateado.
- Mira por dónde vas muchacho. – le grita el guardia.
- Lo siento, no le vi; señor soldado. – se disculpa este.
- ¿no me viste? Seguro que me ves mejor, la próxima vez. – rechista este, preparándose para clavarle un puñal en el ojo al muchacho.
En un pestañeo, el sonido del metal contra metal suena en el aire; cuando todos miran la escena, un hombre con una armadura negra embutido en una gabardina negra y con una espada a echo rebotar la daga del guardia.
- ¿Cómo te atreves? – pregunta este, mientras los seis hombres que van con el desenfundan sus espadas; detrás mío llegan mis tres hombres y la guía, pero esta se mantiene al margen.
- No oséis tocarlo, tiene el sello de protección del emperador. – grita Leo.
- Muéstramelo entonces. – le contesta el otro, dudando.
- Lo tiene mi capitán en el cuartel. – responde Leo.
- Vamos, déjame ocuparme de ellos; ni siquiera es justo. – suelto, caldeando más el ambiente.
- Tranquilo, tendrás una muerte rápida. – contesta el soldado de enfrente.
- Es cierto, no es justo para ellos. – contesta Steven.
- Déjalo que los mate, se lo merecen. – se encoge de hombros Ralph
- Tenga cuidado. – me recomienda Leo.
Me pongo en posición, de un tirón soy rodeado por los otros seis; mientras Ralph y Steven, agarran al chico y lo sacan de ahí.
- Equilibremos las cosas, ¡6 dagas volantes! – ordeno y de todas partes de mi ropa, se elevan 6 dagas envenenadas en posición de batalla; conforme lo hago, los soldados bajan las armas.
- Me rindo, tú ganas. – suelta el de enfrente.
- Vaya, ahora que se ponía interesante; ¿Por qué? – le pregunto decepcionado, mientras guardo las armas y deshago el conjuro.
- Porque el emperador lanzo una ley, aquel que atente contra un ser mágico de cualquier modo; está muerto. – me cuenta.
- Si atentas alguna vez de nuevo, contra alguien que no lo merezca estas muerto. – le amenazo y le lanzo una maldición mágica.
El pestañea asustado, asiente y se retira. La gente me aplaude y parecen contentos, aunque están realmente impresionados; hace mucho que no ven a nadie mágico, parece.
Me acerco al muchacho.
- Muchas gracias por salvarme señor mago, por favor; déjeme ser su ayudante, su sirviente o su aprendiz. – me suplica.
- Bien, que venga con nosotros. – digo, todos asienten.
- ¿sabes que al capitán no le gustara esto? – me pregunta Leo.
- ¿Cuál de las dos cosas? – interrogo.
- Ninguna. – responde este.
- Me importa un bledo, lo que quiera ese capitán. – contesto con sinceridad.
- Vaya, eso sí que es un hombre con carácter. – aprecia Steven.
- Si sigue asi, se ganará a la gente. – opina Ralph
- ¿Por qué los soldados de Arcadia son tan duros con su gente? – le pregunto a la guía, que parece impresionada por mis acciones.
- Eso es mi señor, porque nosotros somos parte del imperio; porque fuimos conquistados, pero los soldados no son los nuestros y nos tratan con crudeza. – me confiesa ella.
- Entiendo, gracias pequeña; sigue con tu trabajo, necesito pensar. – suelto y ella lo comprende.
Miro que en diferentes puntos de la ciudad hay gente torturada de diferentes maneras muy peculiares, como no me parece una manera de castigar gente; ni de matarlas, le pregunto.
- Chico, ¿Qué es esto? – le pregunto.
- La “Ben Dileh” – replica el, al ver mi cara de desconocimiento; Fámula comienza a explicarme.
- El señor de estas tierras, quiere que la magia renazca; por eso recurren a todo tipo de rituales oscuros y legendarios, para ver si tienen suerte.
Frente a mí, veo una chica desnuda; juntada en aceite, dejando que se queme al sol. En otra esquina vi una mujer con el cuerpo pintado como el de una estatua, que todo el que pasaba por allí; la podía tranquilamente violar, de echo como que te invitaban a hacerlo. En otra, había una chica con una runa en la cabeza; varias lentes que aumentaban la luz, por lo que ya estaba ciega.
Infinidad de rituales, que no es que me hagan sentir mal siendo un asesino como soy; ni que tampoco me importe lo que hagan con su gente, pero que opino no sirven de nada.
- No hagas nada, incluso la protección del emperador; tiene sus límites, en cuanto a la religión. – me avisa Leo.
- Tranquilo, no pensaba hacerlo ahora; lo haré una vez tenga el poder para hacerlo, tendríais muchos más problemas si estuvierais tratando con el anterior dueño de la espada. – digo y me rio.
Los soldados parecen relajarse, pero a los chicos no les gusta.
- Detendré esto, cuando pueda. – insisto a los chicos y ellos insisten.
La variedad racial de aquí es abundante, no como en las tierras libres; que casi todos somos humanos, Arcadia es el imperio con más diversidad racial que existe. Veo elfos, enanos; pequeños…menos comunes, pero alguno hay: grande; homínidos, naturales.
Una vez hemos cruzado toda la ciudad, la chica nos lleva a un gran edificio en ruinas; que parece el más grande de la ciudad, está vigilado por un par de guardias y un capitán.
Me acerco al capitán y hago frente sus narices un detectar magia, que los deja a los tres pasmados.
- Es aquí – contesto.
- Lo siento, pero no tengo orden de su llegada; tengo órdenes de no dejar pasar a nadie, seáis quien seáis. – dice, sin miedo alguno.
- Que coñazo, la política. – me quejo. - ¡Aparta! – conjuro y él lo hace en el momento, poseído por mi magia; pero sus hombres me cierran el paso, con sus espadas.
- Apartaos o a ti te mandare a un volcán y a ti al polo. – les amenazo, los dos observan que su capitán sigue hipnotizado, asi que deciden apartarse.
Una vez entramos…observo otra gran biblioteca.
- Y pensar que nunca me gustaron los libros. – me quejo.
- Eres convincente. – me felicita Leo.
- No me gusta perder el tiempo. – le confieso.
- ¿te ayudamos a buscar? – me pregunta Ralph
- Si, dividíos; esto es enorme, poneos a buscar cualquier cosa de utilidad. – les pido, mientras limpio mágicamente una mesa; la lleno de comida y bebida, me pongo a comer con el chico y la chica.
Mientras los tres soldados buscan.
- Comed y disfrutad. – les pido, mientras los otros se vuelven locos buscando.
Los dos comen con cierto miedo.
- ¿Qué haces con los imperiales? No pegas mucho con ellos. – opina Fámula.
- Coincidencia de intereses. – replico sin mucho interés.
- ¿Qué voy a ser para ti? – me pregunta el chico, comiendo y bebiendo como loco.
- Primero empecemos por el principio, ¿Cómo te llamas? – le pregunto.
- Duncan. – contesta el.
- ¿Qué te gustaría ser, Duncan? ¿Mago, sirviente; soldado? – le interrogo y él lo piensa poco.
- Mago – admite al poco.
- ¿y si te convierto en un mago guerrero? – le pregunto y su sonrisa de oreja a oreja, le delata.
- Me encantaría, señor. – me responde, ilusionado.
- ¿y yo que pinto en todo esto? – me pregunta ella.
- Necesito alguien para que tenga a un heredero mío y te elegí a ti. – le contesto.
- Pero aun no soy una mujer. – dice sorprendida.
- No, pero pronto lo serás; y entonces si quieres, quedaras embarazada de mí. – le propongo.
- ¿y que saco yo de todo esto? – me suelta, arqueando una ceja.
- Sacas la posición de mujer del gran mago imperial, no hay más magos; me parece una posición única. – le debato.
- Claro, acepto. – suelta con pocas palabras, provocando una gran sonrisa en mí.
Poco después, los soldados llegan y traen un viejo grimorio; en peores condiciones que el anterior, desenfundo mi espada cuando un regimiento está entrando en el gran salón de la academia de magia y con una sonrisa la clavo en el viejo grimorio.
Todo sale volando con mucha más potencia que la otra vez, excepto mis aliados; que son protegidos por mi espada, el regimiento que entraba se pierde en el aire.
El libro esta vez, arde en llamas; mientras estas son consumidas por mi espada, ahora que me fijo Luciérnaga Dorada ha mutado.
La espada tiene un ojo en su núcleo, a parte de los cristales; tiene unas alas, junto a las garras del oso.
¡Conjuros de nivel 0 ampliados!
¡Conjuros de nivel 1 ampliados!
¡Conjuros de nivel 2 ampliados!
¡Conjuros de nivel 3 ampliados!
¡Conjuros de nivel 4 ampliados!
¡Modificación de conjuros adquiridas!
¡Simplificación de conjuros adquirida!
Me siento invadido y rellenado de poder de nuevo, mientras intento contener todo este poder; con gran esfuerzo, toco los palillos y el regimiento vuelve a su sitio junto con todo lo demás que voló.
Frente a la atenta mirada de mis compañeros.
- ¡¿se puede saber quién diablos sois?! – grita el general de la ciudad.
- Soy Fin, el gran mago del emperador; ahora retira a tus hombres y no me molestes, que tengo trabajo que hacer.
- ¡¿Cómo?! ¿Qué sandeces decís? – pregunta el general.
- Gallina. – ordeno, tocando los palillos.
Y el general en presencia de todos sus hombres y mis compañeros, se transforma en una gallina.
- ¿os marcháis ya u os tengo que transformar a todos? – les pregunto.
Los soldados agarran a la gallina de su general, se marchan con él en brazos; huyendo de mi despavoridos, incluso los que me acompañan me tienen miedo y yo sonrío frente a todo ese poder.
- Ahora, sigamos buscando; aquí tiene que haber algo más. – les pido a mis acompañantes y estos asienten.
- Antes tengo una pregunta, la otra vez tus ojos cambiaron un momento pero luego volvieron a la normalidad; ¿por qué esta vez no? – me pregunta Leo.
- No lo sé. – respondo, mirando mi espada; buscando el reflejo de mis ojos, que conservan la luz inhumana.
Mientras ellos buscan, acaricio mi espada.
- Pronto llegaras a tu máximo potencial, cariño.