Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 14

El verdadero Fin abre un portal a su alcoba, para encontrarse con su mujer maltratada y vigilada como si fuera una presa; una rabia jamás conocida antes por él, transforma a Fin en algo peor de lo que normalmente es. Pero su cruzada no se detiene ahí, al ver lo crueles que han sido con sus hombres.

Serie La espada II

Luciérnaga Dorada

Capítulo 14. Palacio mágico

El lago mágico dificulta usar magia dentro o en los alrededores del palacio, pero yo ya he encontrado la forma; Eluciénaga Oscura mi reliquia, me permite hacerlo.

Aparezco por sorpresa en los aposentos de Fámula, cuando llega alguien con su comida; escoltado por dos soldados imperiales, como si ella fuera un peligro y dentro de la sala hay 8 guardias. Ella está llorando, al verme grita de alegría y preocupación mi nombre; los soldados quedan paralizados con el gesto torcido, el sirviente que le trae la comida esta perplejo y con cara de horror.

-      ¡Fin!

-      ¿Quién me es leal? Que se arrodille. – pregunto, mirando alrededor.

Su respuesta no se hace esperar, 9 de los 10 guardias desenfundan sus espadas y cargan contra mí; mato a tres con cuchillos envenenados en su yugular, el único sitio donde no tienen armadura y empiezo a cantar una letanía. Desenfundo la espada y el cuchillo de combate, mientras que conecto con la energía oscura de la espada; cuando están a punto de llegar hasta mí, de la espada brota un ácido que mata a tres con armadura y todo entre terrible sufrimiento. Los tres que quedan llegan hasta mí, mientras uno de los guardias que acompañan al sirviente; toca rodilla, observa todo. Esquivo a un guardia que viene por detrás y corto su cuello en un solo movimiento, bloqueo el brutal ataque entre los dos que vienen desde sitios contrarios; lanzo el cuchillo clavándoselo en un ojo al de enfrente, ataco con la espada y el otro trata de bloquearla; pero mi espada rompe su arma.

Le hago un corte profundo aun llevando armadura y este cae al suelo moribundo.

Mientras todos siguen vivos, muriendo lentamente; entre terrible sufrimiento, me acerco al sirviente para ver que trae y esté toca rodilla.

-      Veamos qué tan leal eres – digo sin contemplaciones.

-      Esto señor, yo solo cumplo órdenes. – rechista el, observando blanco y con los labios morados; el resultado de los soldados imperiales que se me opusieron.

-      Un hombre no puede seguir órdenes a ciegas, debe servir; cumpliendo su propio código, porque luego las penalidades de sus actos las sufrirá él. – sentencio, observando el plato; el traga fuerte.

Pan mohoso, un vaso de agua y gusanos.

-      ¿a ti te parece esta una comida adecuada para una embarazada, que es la mujer del que ha devuelta la magia al imperio; del que ha salvado al imperio y al emperador de la inquisición? – le inquiero furioso.

-      Yo solo seguía ordenes, esto mi señor; perdóneme, puedo traerle otra cosa…yo lo que quiera. – se excusa, pero no es leal en absoluto; solo pretende salvar la vida.

-      Has tocado rodilla en el último momento, tuviste 30 segundos para pensarlo; casualmente en el segundo 29 te diste cuenta de tu lealtad, cuando no quedaba ningún soldado que te protegiera. – juzgo y el lloriquea.

-      Señor, yo solo soy un pobre sirviente poco culto e inteligente; por favor, perdone mi error. – me suplica.

-      Está bien, no te matare yo; pero vamos a ver qué efecto le haría a tu cuerpo el comer 50 años esta comida, soldado sujétalo. – ordeno, la cara de pánico del sirviente lo deja todo claro; el soldado obedece y lo sujeta, mirándome con pavor y firmeza.

Canto la letanía, mientras absorbo energía de mi espada; el conjuro va rodeando el plato, al sirviente y un brillo sale de mi espada. El sirviente grita notando los efectos, pierde todos los nutrientes de su piel; por lo tanto las cosas no necesarias como el pelo se le caen, va perdiendo los músculos ya que el cuerpo se lo come para poder seguir viviendo y por lo tanto cae hacia detrás.

Dejo de mirar ya que hasta a mí me repugna, solo de fondo escucho sus gritos agónicos; como los demás que nos rodean, música para mis oídos.

-      Soldado, vigila la puerta; si entra alguien, perderás tu vida. – le amenazo y el asiente.

-      Emperador Droghner con mi vida. – golpea su puño contra su armadura en su corazón, ambas cosas me gustan.

-      Asi me gusta, soldado. – digo, dirigiéndome a la cama; donde mi mujer tiene una cara de supremacía, al mirar que los que la trataron tan mal ahora están a los pies de su cama agonizando.

-      ¿estás bien, amor? – pregunto temblando, sufría por primera vez; porque ella estaba sufriendo, no podía pensar en que estos desalmados le estuvieran haciendo daño después de lo que hice por ellos.

-      Ahora sí, mi príncipe mágico; temía por ti, que no pudieras con ellos. – me abraza y me besa con frustración y pasión a la par.

-      Amor, me gustaría quedarme contigo; pero tengo mucho que hacer, de todas formas permíteme ayudarte. – le digo, cantando una letanía y al conectar con la energía de mi espada; lleno la mesa de todo tipo de manjares, agua y licores.

Ella va a rechazarlo o a agarrarme para que no me vaya, pero el estómago le ruge con fuerza; se va a comer y a beber, como si no hubiera mañana.

Remato a cada hombre que agoniza en el suelo, mi espada absorbe su energía vital y la convierte en magia; cada día mi espada me gusta más, aunque sea una falsa reliquia es bastante buena y tiene funciones muy útiles.

Cuando voy a salir de la sala con ánimo y energía renovados, Fámula me habla.

-      Prométenos que volverás – me pide con la boca llena.

-      ¿Cómo? – pregunto sin entender y al girarme entiendo, está acariciando la tripa.

-      La promesa debe ser a los dos, a tu hijo y a mí. – me pide, muy seria.

-      Está bien, os lo prometo. – le hago una ligera reverencia y me marcho.

Al salir veo al soldado un tanto nervioso.

-      Soldado, ¿Cómo te llamas? – le pregunto.

-      Molal, señor. – responde al instante, como si tardar le hiciera perder la vida.

-      Voy a mejorarte, si cuando vuelva; no estas o le ha pasado algo a mi mujer, el primero en morir serás tú. – amenazo, el traga fuerte; hace el saludo de nuevo

-      La protegeré con mi vida Emperador Droghner. – insiste el.

Cantando mi letanía, le hago más fuerte; más rápido, más resistente y luego me transformo en el general Rouson.

-      ¿soy parecido? – le pregunto a Molal.

-      Sois igual, señor. – responde, observándome bien.

Asiento y me marcho, de camino a la prisión; todos los soldados imperiales se cuadran ante mi presencia. Por el camino voy pensando una cosa, en la orden de asesinos insisten en que los sentimientos nublan el juicio; dicen que te hacen débil, pero equivocan; jamás he luchado con tanta fuerza como hoy y eso es porque Fámula me importa, añadiendo a la ecuación a mi hijo no nato que también me importa y mucho. Voy pasando como una exhalación hasta que me encuentro con Kliff y aprieto los puños para no perder los estribos.

-      Teniente general Rouson, ¿Qué hace aquí? – me pregunta confundido.

-      Cumpliendo órdenes, Capitán Kliff. – le digo con molestia evidente, lo odio tanto; que apenas puedo resistirme para no tirarme sobre él y arrancarle la cabeza a bocados…el odio es el único sentimiento que no te enseñan a reprimir, según estos; este sentimiento sí que da poder, no sabría decir cuál es más poderoso si el odio o el amor.

-      General Kliff, el Droghner Fin no tiene autoridad real; es solo un papel, que todos estamos actuando para sacarle partido a su magia mientras el batallón de magos real y el resto se recomponen ahora que la magia ha vuelto. – me explica detalladamente, lo que ignoro que pasa; hasta ahora.

-      Bueno, eso no lo ponía en mis órdenes; en mis órdenes pone otra cosa, me marcho que tengo prisa. – intento continuar, pero Kliff se mete en medio.

-      Solo por curiosidad, ¿que pone en esas órdenes suyas? – me pregunta, frunciendo el ceño.

-      ¡¿Cómo se atreve, a que lo degrado a soldado raso?! – le amenazo y él pega un bote.

-      Disculpe señor. – se disculpa, con cara extraña.

-      Reúne a las tropas del palacio, que no estén haciendo algo; nos vemos en el patio de armas. – le ordeno, apartándolo del camino bruscamente; conteniéndome de no matarlo o tirarlo por una ventana accidentalmente, aun no es el momento.

-      ¡Sí, señor! – grita y se va a hacerlo, está molesto; pero me importa un pimiento, a decir verdad.

Llego hasta la entrada de la prisión y en ella hay 2 guardias imperiales, cuando intento entrar cierran las lanzas.

-      ¿se pueden saber que hacen, mendrugos? – les pregunto, mientras veo en sus caras el miedo.

-      Tenemos órdenes expresas del general Kliff de no dejar pasar a nadie, sin su consentimiento. – responde el más avezado y curtido.

-      ¿general? Será capitán Kliff y yo soy el Teniente general, ¿Quién te parece a ti que tiene más rango? – le increpo, los dos se miran y quitan las lanzas; llenos de incertidumbre. – Que sea la última vez u os pondré a cavar letrinas todo un mes. – les amenazo, ellos no hacen sonido alguno; entro en las lúgubres mazmorras, el hedor me tira directamente para detrás y eso que estoy entrenado para meterme en sitios peores.

Bajo con paso seguro y raudo por las escaleras de caracol, abajo esta la sala de guardia; donde los soldados están sin armadura, con las armas desperdigadas por ahí y jugando a las cartas…ni siquiera vigilan, al pasar por su lado; uno se levanta huelo su olor a borracho, busca entre la oscuridad su arma.

-      ¿Quién anda ahí? – me pregunta, intentando vislumbrarme en las sombras.

-      Teniente general Rouson – me presento dando un paso al frente, me gustaría matarlos a todos; pero es porque me estoy dejando llevar por el papel de ser realmente un oficial y me gusta, no puedo hacerlo y es que quizá haya alguno leal aquí.

La cara de pavor de todos los soldados es un numerito, se ponen firmes; intentando cubrir la mesa, se excusan ante mi.

-      Disculpe oficial, no teníamos constancia de que íbamos a tener visita. – se excusa el que hablo.

-      Tranquilos, disfrutad; yo no he estado aquí, tomad para las apuestas. – les digo lanzándole una moneda de oro a cada uno que acabo de conjurar.

Los hombres me vitorean, les hago el signo del silencio y estos siguen a su juego.

Entro en prisión atravesando la puerta de guardia, si el hedor desde fuera era nauseabundo; aquí directamente es pestilente, paso entre mis miles de Oghners pero como soy Rouson ninguno dice nada y cuando llego frente a Leo con los demás…

-      Hola chicos – digo, volviendo a ser yo en un suspiro.

-      ¡Fin! – grita emocionado este.

-      Shhh – le pongo el dedo delante de los labios y el comprende.

-      No tenemos mucho tiempo, os voy a sacar a todos; nos han traicionado, vamos a tomar el palacio. – les digo sin tomar demasiado tiempo.

-      ¿Cómo lo has sabido? – pregunta Steven.

-      No sé como pero os vi. – sentencio, comenzando a conjurar; para abrir la puerta, es un hechizo sencillo no consume mucho tiempo o energía.

-      ¿una visión? – pregunta Ralph

-      Si, bebí alcohol y la tuve. – me acerco a estos y los abrazo a todos.

Me acerco a los Oghners y prisioneros restantes, tras abrazar a mis amigos; que definitivamente necesitan un baño, con un conjuro hago que mi voz llegue a todos y solo a ellos.

Aquí puede haber unas 50.000 personas más o menos.

-      Soy el Droghner Fin, el emperador y sus secuaces me han traicionado; esto clama venganza, ¿Quién está conmigo? Que toque rodilla con el suelo. – les pido y todos lo hacen.

-      Cuando os abra la puerta, venid aquí y os contare el plan. – digo, conjurando un conjuro múltiple para abrir cada celda.

Una vez termino, el aturdimiento me dura unos segundos; aunque es un conjuro muy básico, abrir tantas celdas me ha costado trabajo.

Aquí hay gente de todo tipo de calaña, asesinos; mercenarios, ladrones y bandidos.

Una vez tocan rodilla delante de mí.

-      El palacio está medio vacío, los demás están acudiendo a un campamento para ir a la guerra; no obstante vamos a salir donde algunos soldados no saben que ocurren y pueden ser leales a mí, los soldados que hinquen rodilla serán perdonados los que no serán asesinados. – comienzo a explicarle – el que me ayude tendrá un puesto importante para mí como emperador y no será olvidado, los que me traicionen seguirán el mismo camino que el emperador; todas las tropas del palacio están en el palacio de armas, tenemos que tomar el resto y equiparnos antes de que se den cuenta…en marcha. – digo, yendo al frente.

Al salir por el equipo de guardia, nos miran y todos se tiran desesperados a por sus armas; hago una señal de parar a mis hombres.

-      He sido traicionado por el emperador, después de que os he ayudado; si estáis conmigo tocad rodilla en el suelo, sino estáis contra mí y moriréis ahora por la turba que habéis maltratado. – les señalo la turba, el gesto de miedo se apodera de estos; ahí borrachos, sin armadura y sin armas.

Todos tocan rodilla con más o menos incertidumbre.

-      Tomad, para las apuestas. – repito el gesto que hice siendo Rouson, a ellos se les ilumina la cara. - ¡seguidme! – ordeno a todos y la marcha continua.

Salgo de la prisión, donde los guardias nos miran con pavor.

-      Soy el Droghner Fin, estáis conmigo o estáis contra mí; si estáis conmigo tocad rodilla. – les digo, repitiéndome.

Uno de ellos sale corriendo y trata de dar la voz de alarma, lanzo un cuchillo que atraviesa su nuca; empieza a retorcerse de dolor en el suelo, mientras miro al otro guardia que toca rodilla.

-      Este veneno se llama último estertor y me gusta, porque no te mata; pero te hace sufrir mil veces la muerte, asi puedo matarlo yo. – rio divertido, saco mi espada oscura y atravieso su corazón; frente a los presentes mi espada absorbe su alma, causando pavor entre algunos. – ahora al menos sirve a una causa mejor. – me rio malicioso.

Algunos se ríen, la mayoría teme; pero lo que está claro, es que su lealtad se afianza con el miedo. Voy haciendo lo mismo por todo el palacio sin hacer ruido, finalmente solo quedan 2 lugares adonde ir; a la sala del emperador y al patio de armas, todos mis hombres ya están armados y se nos unieron 10.000 imperiales.

Otros 6.000 decidieron morir y otros 4.000 escapar, me asomo al patio de armas; portando 38.000 hombres, ya que 2.000 los he dejado evitando que el emperador salga.

-      ¡¿Droghner Fin?! ¿Qué hacéis vos aquí y con un ejército? – me pregunta, él tiene a sus espaldas 15.000 imperiales; lo ignoro como si no estuviera.

-      ¡Imperiales! Soy Droghner Fin, maltratador por el emperador y este hombre; traicionado por estos, a pesar de que vencimos a la inquisición gracias a mí y he devuelto la magia al lugar que le corresponde. – empiezo mi discurso, el general Kliff se pone del tono blanco mármol. – Ahora ya no voy a ser solo Droghner, voy a ser el emperador; quien este conmigo se salvará, quien no será torturado brutalmente y luego asesinado por mí mismo. – continuo con mi discurso.

-      ¡Pero eso es traición! – grita Kliff en un intento desesperado de controlar sus tropas.

-      ¡Voy a daros una oportunidad, pero solo una; quien este conmigo, que toque rodilla ahora mismo! – grito, mi ejercito lo hace entero; un tercio del ejercito de Kliff lo hace, este pasa del blanco al rojo.

-      ¡Ejecutadlos, traidores! – ordena a sus hombres, entre sus filas comienza una batalla.

-      ¡A la carga! – grito, cargándoles encima; por el camino a los que han tocado rodilla les conjuro un brazalete rojo en su brazo derecho. - ¡no matéis a los brazaletes rojos!

La batalla duro poco, un ejército rodeado en campo abierto y en minoría; que no tiene magia, su resistencia fútil estaba destinada al fracaso.

Quedan unos 20 vivos.

-      ¿Cómo le dijiste al capitán Kliff? – le pregunto a Leo

-      ¿a qué se refiere Droghner? – me dice extrañado.

-      ¿en que lo iba a trasformar a él y a sus hombres?  - pregunto y el aludido, vuelve al blanco mármol.

-      Ah – ríe divertido Leo – en sapos dije – me dice, haciendo reír a todos los que lo oyen; excepto a los desdichados, que les toca sufrirlo.

-      No por favor – suplica un soldado, Kliff le da un cate.

-      Sea hombre soldado, hasta el final. – riñe Kliff

-      Sí, señor. – dice el soldado sin animo alguno, Kliff lo mira severo; niega con la cabeza y suspira, mirándome serio.

-      Lo único que lamento – suspiro antes de proseguir – es que no me profeses esa lealtad a mí, serias muy útil con tu cabezonería; eres sin duda un buen oficial. – juzgo, siendo sincero.

-      ¿ah sí? me agrada saber qué opinas eso. – acepta mis palabras sin remilgo, hincha el pecho aún más orgulloso. – Yo lo único que lamento, es que hayas ganado tu; pues tu cabeza estaría genial, clavada en una pica y lamento mucho no haberte matado cuando tuve mi oportunidad. – suelta el con desdén, lo miro y sonrío eso le descuadra.

-      Tengo el conocimiento de mil batallas, soy un asesino dorado; soy un Droghner en sus mayores niveles, créeme jamás tuviste oportunidad alguna. – le confieso, él se sorprende; aunque no entiende algunas cosas de las que digo, parece entender que siempre estuvimos a otro nivel y me acerco a su oído. – además te confieso que soy inmortal, no puedes matarme. – susurro, riéndome a carcajadas; su cara pasa del blanco libido al rojo pimiento morrón, mientras aprieta los dientes por no morir diciendo un millar de sandeces.

Conjuro la letanía y a él, junto a sus compañeros; los transformo a todos en sapo, mientras mis hombres de confianza se ríen a carcajadas para mayor ridiculización y los demás hombres que nos siguen nos miran intimidados.

A esto llamo yo, matar a tres patos; de un solo flechazo, cansado observo la ventana del emperador y esta se cierra de un portazo.

-      Ya solo queda el emperador y su guardia personal, no los dejéis salir; debo reposar, estoy muy cansado. – digo, usando una lanza como báculo; para llegar a mis aposentos, pero antes de salir del patio. – Tomad el palacio entero, por si queda alguien no leal; algún recoveco sin buscar, cualquier retazo que se me haya pasado de largo.

Todos tocan rodilla.

-      Si, emperador Droghner Fin.

Los contemplo un segundo y sigo mi caminata, Leo; Ralph y Steve, al verme tan cansado me siguen de cerca.

-      ¿Por qué no usaste la espada para recuperarte como antes? – me pregunta Leo.

-      A veces una venganza bien ejecutada, merece el precio a pagar. – contesto, dejando tan perplejos y ensimismados a mi guardia personal; que ninguno pudo rebatir eso, todos callaron y asintieron convencidos.

Con suerte Kliff ya no daría más problemas, quería ser más silencioso y vengarme mas poco a poco; pero no he podido contener el odio, por la vil traición y para una vez que ayudo a alguien me pagan asi.

Tengo ganas de destruirlo todo, pero sería muy imbécil por mi parte; ahora que todo es mío, destruirlo y tampoco tengo ganas de caer inconsciente.