Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 12

Fin tiene lo que se llama una resaca mágica, parece que a los magos el alcohol les afecta de forma un tanto sustancialmente diferente; obtiene un nuevo don o una nueva maldición, según se mire...el que no se fía de lo que ve, oye y siente; se despierta dispuesto a comprobarlo y lo que ve no le gusta

Serie La espada II

Luciérnaga Dorada

Capítulo 12. Las tres visiones

Abro los ojos dentro de mi mente, soy consciente de que estoy dormido; mi cabeza me duele horrores, mi corazón late en mi cabeza demostrándome que sigo vivo.

Me levanto, pero mi cuerpo queda atrás; me miro acostado, mi cuerpo se va moviendo solo como por arte de magia y me siento raro al verme a mí mismo dormir.

Miro las estrellas, hasta que veo como una estrella se pone en movimiento; empiezo a correr tras ella, pero es demasiado rápida y la voy a perder…me transformo en Águila para poder perseguirla, igualo con gran esfuerzo y trabajo su velocidad; esta estrella mágica se estrella contra el palacio de Arcadia, intento seguirla pero la magia de este me repele.

Me quedo atónito observando a mi alrededor, veo toda la ciudad de Arcadia; van apagando sus luces, ya es tarde y en el palacio solo veo una luz. Me acerco a esta por la ventana, mientras aleteo cansadamente para no perder altura; veo que el emperador está reunido, con 4 ancestrales como el de la torre de la muerte.

-      Señor emperador, nosotros podemos abrir la puerta de la magia por entero; no tiene que depender del Droghner Fin. – le ofrece uno de ellos.

-      ¿Qué queréis a cambio? – pregunta el emperador.

-      Un puesto importante por debajo de usted, como el consejo de sabios o algo asi. – propone otro, el más anciano.

-      ¿y qué es eso de darme poder a mí? – pregunta el emperador, sin comprometerse a nada.

-      Tenemos una forma de que usted pueda bañarse y absorber para sí mismo el lago mágico de aquí abajo, serias el más poderoso del mundo. – señala el tercero de los ancestrales y el más joven.

-      ¿Cómo? – pregunta el emperador.

-      Eso es secreto, pero si lo hacemos; tiene que comprometerse con nosotros, para protegernos y darnos ese puesto por escrito. – sentencia la mujer.

Antes de que el emperador responda en un pestañeo, aparezco en otra parte; son las mazmorras del palacio, allí veo a Kan y sus 20 hombres de confianza incluidos…Leo, Ralph y Steven.

-      El Droghner Fin se enterará de esto y os transformará a todos en sapos. – le grita a Kliff que ríe socarronamente y sus hombres lo miran preocupados.

-      Cuando el Droghner Fin llegue aquí de nuevo, la mitad de los hombres o más de la mitad que ha entrenado estarán muertos; el debilitado, tendremos una nueva corte de magos y lo enviaremos al infierno. – comenta Kliff convencido de eso.

-      Tenéis que dejarme salir, al menos dejadme proteger a su mujer. – le pide Leo, le suplica casi de rodillas; pero eso le causa aún más risa a Kliff.

-      De ninguna manera, Fámula es nuestra rehén; para que Droghner Fin obedezca y si se porta mal, tras divertirme con ella ya me encargare de que desaparezca.

-      Desalmado, está embarazada. – le grita Ralph

Kan, les toca el hombro y niega con la cabeza; es inútil que se esfuercen, no tienen posibilidades de salir de la celda o de dialogar con Kliff.

En un pestañeo, veo a Fámula prisionera en mi propia alcoba; hay tantos guardias dentro como fuera, ella llora pero los guardias ni la miran como si no estuviera y me llama desesperada esperando que acuda en su rescate.

Luego me trasformo en una estrella, que es atraída hacia otra parte a miles de kilómetros de distancia; parece como si estuviera en otro mundo pero no, sigo en el mismo imperio y me atrevería a decir más exactamente en la puerta de este. Una vez que mi vista se aclara estoy en Tirmis, lloviendo como siempre; esta parte del imperio el clima está bastante loco, quizá sea por el cambio de nación o la confrontación de dos climas distintos. Veo un ejército aproximarse mientras la ciudad duerme, cuando centro mi vista en el compruebo que tiene los colores verde esmeralda y el símbolo de la inquisición en sus petos; estos están huyendo, tres guarniciones distintas los persiguen y miran atrás con miedo.

Pero en su camino esta Tirmis, entonces veo una cara conocida; Skip está en el prostíbulo, intentando salvar a las chicas: Luria, Aleida; Michelle y Agata, pero los soldados las están violando entre el fuego que ellos mismos han provocado. La inquisición se hace fuerte en Tirmis, la incendia; saquea, para luego hacerla su puerta de entrada al imperio y su nueva cede.

Cuando el fuego alcanza alturas insospechadas, la visión cambia; estoy en otra parte y soy yo, pero por cada ojo veo una cosa diferente. No conozco esta tierra, es una tierra montañosa; pero no nevada como el norte de las tierras libres, sin embargo el sur no es tan montañoso. Tres bandos pelean por la fortaleza con estatuas de león, uno parecen los ejércitos de las tierras libres y están capitaneados por Bradley; otros son los ejércitos de la tierra esmeralda y están capitaneados por Norman, por ultimo las tropas del imperio Arcadiano y son capitaneadas por mí.

En el ojo derecho tengo mi mano alzada contra Bradley, no parece que este al mando yo realmente; ya que recibo ordenes de Rouson, mis Droghners y Oghners son los primeros en atacar.

-      ¡Matadlos a todos! – ordena Rouson.

Por mi parte estoy conjurando, nublo la visión de Bradley; lo hago más lento, lo debilito tanto que se le caen las espadas al suelo y cae de rodillas…mis tropas están machacando las suyas, con conjuros de ataque; protegiéndose con conjuros de defensa y auto bonificándose, mientras debilitan a las tropas enemigas y las tropas de Bradley entre dos frentes van muriendo uno tras otro.

Con el ojo izquierdo, veo que estoy al mando yo; las tropas de Rouson me obedecen a mí, mis tropas están al final de la fila.

-      ¡atacad a la orden esmeralda! – ordeno, mientras empiezo a bonificar a Bradley; mis tropas bonifican a nuestras tropas y a las de Bradley, que se ven reforzadas por las del imperio Arcadiano.

Empezamos a ganar la batalla, entonces todo esto desaparece; me encuentro en la plena oscuridad, la torre de la muerte aparece ante mí en un pestañeo y luego el monasterio de las runas.

Con mi ojo izquierdo me veo enfrentado a mí mismo, como si me dividiera en dos personas; una va vestida de blanco como un emperador, la otra va vestida de negro como un rey tribal pero lo que si noto es que ninguno son ya humanos.

Con mi ojo derecho veo muerte y destrucción, me veo morir una vez aunque no es definitiva y lo sé; veo morir a Bradley y un rayo sale de su espada calcinando o quemando a miles de personas, convirtiendo la zona en una zona muerta.

De repente vuelvo a respirar, me duelen los pulmones; los noto, están ahí, algo empieza a succionarme hacia detrás e intento aguantar porque quiero ver más.

Pero solo me rodea la oscuridad, ni siquiera las estrellas iluminan ya mi camino; me siento mojado, veo mis pies metidos en aguas turbias que van en sentido contrario hacia donde me siento arrastrado. Intento sujetarme a algo, clavo mis pies al suelo; con la esperanza de resistir, pero todo es inútil…soy arrastrado igualmente, con cada paso que doy atrás; me duele todo más, pero me siento más vivo.

Sigo retrocediendo, aunque no es mi intención; empiezo a escuchar voces preocupadas a mi alrededor, las escucho charlar entre ellas y escucho a alguien que parece Duncan dar gritos, órdenes.

De repente veo mi cuerpo, blanco; parece muerto, una cadena nos une y es la que tira de mí. Intento conjurar, arrancármela; cortarla, pero es inútil aquí no tengo poderes. Cuanto más pasos doy hacia detrás, más noto mi cuerpo; mas partes de mi noto, más claras escucho las voces y en la penumbra frente a mi escucho una voz que reconozco.

-      ¡Saludo, nuevo profeta!

Mis ojos se abren de par en par, el aire vuelve a mis pulmones; estoy chorreando, veo a Duncan con un cubo de agua en las manos y que sonríe aliviado cuando me alzo de la cama.

-      ¡estáis vivo! – me grita y me abraza.

Agarro mi cabeza, parece que me va a reventar.

-      He visto cosas. – murmuro, la habitación está llena de Oghners preocupados; consigo verlo al volver en mí.

-      ¿cosas, que cosas? – me pregunta confundido.

-      Visiones, del futuro o del presente; creo. – dudo, ya que no lo sé; no estoy seguro de nada, estoy bastante confundido.

-      ¿podéis contármelas? – me pregunta y niego con la cabeza.

-      No, hasta que pruebe su veracidad. – sentencio, intento levantarme pero las fuerzas no han vuelto a mí todavía; caigo de bruces, Duncan me sostiene.

-      Traedle el desayuno, necesita recuperar fuerzas. – ordena Duncan, veo como los Oghners están más tranquilos.

Tras comer como si llevara una semana sin probar bocado, ante la mirada atónita de mi guardia personal y de Duncan; ya que los demás más tranquilos por orden mía han ido a vigilar el campamento, nuestra parte.

-      ¿os sentís mejor ya? – ríe Duncan, mi guardia personal también ríe con él.

-      Si, en efecto; ayúdame a levantarme. – le pido, ofreciendo mi mano.

Agarra mi mano y con fuerza tira de mí, una vez de pie me suelta; trastabillo un poco, pero consigo quedarme de pie.

-      Prepara a los hombres, vosotros conmigo. – ordeno, mientras me empiezo a vestir.

-      ¿para qué? – pregunta a Duncan

-      Nos marchamos. – le comunico, con la mirada sin escrúpulos y el asiente.

Salgo como una exhalación, seguido de cerca por mi escolta; los Droghners que no sabían que me pasaba se acercan a preguntarme y los despacho con un par de palabras secas, los Oghners se preocupan al verme de pie y andando tan rápido, pero les sonrío para que se tranquilicen.

Una vez que salgo de mi parte del campamento, las miradas cambian a miradas de desasosiego de miedo; algunas contienen agradecimiento y respeto pero las menos, la inmensa mayoría tienen desconocimiento y miedo. Cruzo medio campamento en cuestión de unos cuantos pestañeos, entro en la tienda de Rouson ya que sus hombres no se atreven a detenerme; no asi a mi escolta, que si la detienen.

Veo a Rouson que está reunido con los otros generales, entregándoles unas cartas; este me mira con sus ojos me muestra miedo y preocupación, con su cara estoica me muestra respeto y educación.

-      Saludos generales. – los saludo con una sonrisa viperina.

-      Saludos Droghner Fin, ahora iba a llamarle para entregarle esto. – miente, su voz vibra de los nervios; extiende una carta.

Miro la carta, luego lo miro a el; agarro la carta, mirándola otra vez.

-      ¿de quién es? – pregunto, arqueando una ceja.

-      Del emperador, son sus nuevas órdenes. – tose este, nervioso; en su mano veo una carta abierta, igual que en las manos de los otros generales pero estos no tratan de ocultarla.

-      ¿y que pone? – le pregunto con curiosidad.

-      Las ordenes son privadas de cada uno, si el emperador quisiera que las compartiéramos… - se empieza a excusar.

-      Entiendo lo que quiere el emperador, pero pensaba que serias más colaborador con un colega. – inquiero, tratando de sacarle información.

-      No sé qué os dirá a vos. – tose y hace una reverencia. – pero a mí de lo que puedo contaros, me pide que me quede aquí en el campamento; vamos a reunir al ejército y vamos a avanzar sobre las tierras baldías para luchar con la orden esmeralda. – me explica, escuetamente; solo lo que le interesa contarme.

-      ¿y os pone al mando a vos, verdad? – le pregunto, alzando la ceja; con gesto divertido, mientras abro la carta.

-      Esto…si, si no tenéis ningún problema. – me dice educadamente.

-      No claro, hay que cumplir las órdenes de nuestro emperador. – le hago una falsa reverencia y mi tono también es falso.

Se crea un silencio incomodo que nadie quiere romper, empiezo a leer la carta; pero veo que los otros dos generales tocan los mangos de su espada, sin embargo Rouson no.

Querido Droghner Fin:

El general Rouson me ha contado vuestras valientes acciones en el campo de batalla, tus consejos estratégicos de valor incalculable; por eso mismo necesito quedes en el campamento como segundo al mando y estratega mágico, no te preocupes cuidare de tu familia y tus hombres en tu ausencia.

Firmado el emperador

Analizo la carta, ni un gracias; me está utilizando y que haya pronunciado a mi familia, mis hombres me escama sobre todo tras la extraña visión.

-      ¿quedáis conforme con las ordenes? – pregunta Rouson al fin, observo a los otros generales; están preparados para atacarme a la primera señal de peligro, sonrío y ellos relajan los gestos.

-      Estamos preparados para partir. – entra Duncan en la tienda, que observa la escena y agarra su espada; sin desenfundarla, me mira pidiendo permiso y niego con la cabeza.

-      No partiremos hoy – declaro sin contestarle a Rouson, me doy la vuelta preparado para salir.

-      ¿y eso? – pregunta confuso Duncan.

-      Órdenes del emperador. – le entrego la carta y salgo de la tienda, echando una última ojeada atrás; los generales se han relajado pero Rouson se ha puesto más tenso, sonrío antes de desaparecer y vuelvo a mi parte del campamento.

-      ¿Qué está pasando? – pregunta al darme alcance, Duncan.

-      Pon tanto a Droghners como a Oghners de vigías en nuestra parte del campamento, máxima seguridad; que no entre nadie sin mi permiso, ni siquiera el general Rouson. – ordeno, a viva voz; casi no hace falta que Duncan trasmita mis órdenes, ya que estos se enteran.

-      Entendido – acepta Duncan - ¡ya le habéis oído! – grita Duncan a los oficiales.

Desde su tienda el general Rouson mira preocupado, como duplico la guardia y como hago una frontera entre ambos campamentos; lo saludo para fingir normalidad y el devuelve el saludo, se oculta tras su tienda.

Entro en la mía.

-      Duplica la guardia de la tienda, triplícala; entra solo tú, de guardia en mi tienda solo quiero leales. – le ordeno a Duncan.

-      Sí, señor; yo mismo me encargo, esperadme aquí. – me pide, saliendo nervioso.

Doy paseos nervioso dentro de la tienda, mientras intento organizar en mi cabeza; todo lo que visto y oído, lo que leído.

Al rato, entra Duncan; su semblante es sombrío, igual que el mío.

-      ¿Qué está pasando, señor? – me pregunta, asi que decido contarle todo.

Mientras yo cuento todo a Duncan, un Droghner le cuenta lo poco que sabe a Rouson; en presencia de los otros dos generales, estos también tienen semblante sombrío sobre todo Rouson.

-      ¿una visión? – pregunta Rouson.

-      Eso se rumorea en el campamento. – explica el Droghner.

-      ¿Qué más sabes? – interroga el general Rock, el más nervioso.

-      Nada, a los Droghners nos tienen un poco de lado; los secretos solo los saben los Oghners. – le cuenta el Droghner.

-      Capturemos uno. – propone Atol, más calmado; pero igual de asustado que Rock.

-      No vamos a hacer tal cosa. – se niega Rouson.

-      ¿puedo saber por qué? – le pregunta Rock.

-      No ha mostrado agresión alguna, mientras el emperador o el no hagan algo que demuestre lo contrario es un aliado. – comenta Rouson.

-      Pero se ha fortalecido en su parte del campamento. – rechista Rock.

-      Es normal, yo también lo haría; no sabemos que pone en su carta, pero Fin es listo y nota que algo no marcha bien para él. – argumenta Rouson.

-      Pero necesitamos saber que visión ha tenido, quizás ya sepa de lo que trama el emperador y vaya a por él. – replica Atol.

-      Si su ejército se mueve contra las órdenes del emperador, lo atacaremos; sino, seguiremos aquí como aliados. – sentencia Rouson.

-      ¿y nos quedaremos sin saber? – pregunta Rock.

-      Le preguntare amablemente. – responde Rouson.

-      ¿y creéis que os lo contara? – ríe Atol incrédulo.

-      No veo porque no. – contesta Rouson.

Causando el fastidio de sus compatriotas, pero mientras el este al mando; no traicionara a Fin, salvo que reciba la orden contraria.

Mientras tanto en la tienda de Fin, la cara de Duncan cambiaba a todo tipo de gestos; cuando la historia termina, Duncan mira severo a Fin.

-      ¿Qué opciones tenemos? – pregunta, lo miro dudando unos segundos.

-      Tengo un plan, pero requiero de una espada. – Duncan me mira perplejo y desenfunda la suya.

-      No, a ti te necesito armado; pídele a un soldado Droghner, que te de la suya. – le pido el asiente, marcha; al rato vuelve.

-      Aquí la tenéis. – me la ofrece.

Frente a sus ojos, hago dos copias exactas de mí.

-      ¿pero qué? – me pregunta con los ojos como pelotas.

-      Como lo esperaba, las espadas mágicas no pueden replicarse. – suspiro y el asiente.

El Fin que no tiene espada se la pone al cinto.

-      ¿Cuál es el plan? – me pregunta, Duncan.

-      Mejor que no sepas nada, no vaya a ser que te quieran sacar información; solo te voy a decir, que el que se queda aquí es una copia de mí y que lo cuides bien. – le pido, mientras abro dos portales.

-      Señor, tenga cuidado. – me suplica él.

-      Que lo tengan conmigo. – le guiño el ojo, tras eso atravieso el portal.

Solo queda allí Fin con luciérnaga dorada.

-      ¿Por qué ha dejado aquí su espada más poderosa? – me pregunta.

-      Porque el general la ha visto y si me ve con otra espada, puede sospechar. – declaro y el asiente perplejo.

La voz de un Droghner nos saca de la conversación.

-      El general Rouson pide permiso para entrar en el campamento con su escolta y esta como un pimiento a punto de explotar. – nos comunica a los dos, Duncan ríe ante el comentario, sonrío malicioso.

-      Que pase sin su escolta. – ordeno, sentándome en una silla; que coloco a modo de trono, en medio de mi tienda. – juguemos. – suelto, Duncan me observa con su sonrisa llena de admiración.