Espada II: Luciérnaga Dorada Capítulo 10
Fin ya ha completado la Luciérnaga Dorada, pero ahora este ha descubierto porque la espada no quería marcharse; simplemente lo estaba utilizando, se aprovecha de la buena fe del emperador y de los conocimientos adquiridos, para mantenerla más tiempo consigo; además crea otra cosa más peligrosa aún.
Serie La espada II
Luciérnaga Dorada
Capítulo 10. Extraña recompensa
Cada día las cosas van avanzando, pero mi preocupación va en aumento; no solo es el estrés de que todo avanza lentamente, es que cada día noto más que la espada quiere marcharse y si se marcha…abre perdido todo lo que he ganado de un plumazo, no puedo permitirlo; no debo consentirlo, ahora mis estudios y experimentos se centran en ponerle remedio a eso.
He dejado aparcado todo lo demás que puedo aparcar, porque no puedo dejar el entrenamiento de los Droghners; ni el de los Oghners, ni el de Leo y los chicos o el de Duncan. Un día en la biblioteca de magos, encuentro una receta; medio emborronada, que podría hacer una espada similar a Luciérnaga Dorada y me dedico a buscar el resto del texto.
Para cuando lo encuentro, suspiro una y otra vez; son cosas tan difíciles de conseguir, que me podría llevar años…Sigo investigando, trato de hacer la receta más escueta; de mejorar la espada que saldría, aunque lo logro sigue siendo una receta muy difícil para mí solo.
Un día me llama el emperador, mientras él está comiendo; me presento con Ralph y Duncan, el resto quedan fuera.
- Droghner Fin, ¿Cómo va todo? – me pregunta con comida en la boca, sin ningún cuidado o pudor; como si él fuera dios y yo un mosquito, obviando cualquier educación recibida anteriormente como si yo no la mereciera.
- Todo va lentamente, pero va señor emperador; en el plazo que usted puso, tendrá un ejército de Droghners expertos. – le explico con delicadeza y le hago una reverencia, como cuando un perro espera un puñetazo por desobedecer.
- Perfecto, Tu puesto; tu sueldo, tu gente no son tu recompensa es algo que te has ganado por tu cuenta. ¿Qué quieres a cambio de esto? – me pregunta, mientras sigue comiendo con un apetito voraz; comiendo como si no hubiera mañana, dándome asco.
- No puedo pedirle nada al emperador. – sigo con la reverencia y cierro los ojos, esperando un perdón; por algo que no he hecho, pensando que no llegara.
- Insisto, soy emperador; pero soy justo con mis fieles y generoso, con los poderosos que me sirven y no tiene porque. – suelta el, haciéndome entender que en realidad; tengo más poder que él, cosa que había olvidado por tantos problemas y frustraciones.
- Está bien, si insistís; necesito esto. – digo y le extiendo un papel, él le señala a su mayordomo; este se acerca con sumo cuidado me hace una reverencia, recoge el papel y se lo entrega sin leerlo al emperador.
- La primera runa elfica con un trascriptor de runas elfico, herrero enano; 5 kg de Iridio, la placa de sanscrito…luego un orfebre y un cuerno de unicornio, huevo de dragón; alas de hadas, agua mágica del lago 1 litro. – empieza a leer en voz alta el emperador. – Por fortuna, todo eso lo tengo o lo puedo conseguir; pero ¿para qué quieres todo eso? – me pregunta frunciendo el ceño.
- Lamento deciros, que si no me lo dais; esta reliquia que fue un préstamo se perderá en el horizonte y sin ella, volveré a ser mundano perdiendo todos los poderes ganados por el camino. – le explico escuetamente.
- ¿y si os doy todo esto? – me pregunta, alzando una ceja.
- No solo no perderé poderes, sino que ganare aún más poderes. – le contesto, él sonríe con sus ansias de poder.
- Sigue trabajando, cuando tenga todo eso; te avisare. – me suelta, con un gesto casi de desprecio de su mano; me hace irme de la estancia, confío en que lo hará sino perderé todo mi poder.
Al principio quedo satisfecho, dejo pasar los días y las semanas; a veces la espada quiere deslizarse de su funda, otras atrae la vista de curiosos no deseados brillando sin control e incluso algunas intenta volar y tengo que sujetarla para que no lo haga.
Por ultimo he tenido que atarla a su funda, porque lo intenta varias veces al día; mi lazo arcano ya no puede detenerla, a fin de cuentas ella misma me dio la energía para enlazarse conmigo.
- El emperador dice que vayas a la herrería imperial. – me pide un soldado.
Voy y veo justamente todo lo que he pedido, lo primero que hacemos antes de empezar a herrarlo; es bañar todo en el lago mágico del palacio, luego el herrero empieza a darle forma al Iridio mientras el elfo transcribe las primeras runas elficas y yo traspaso el sanscrito. El orfebre empieza a trabajar con los materiales mágicos, luego pasamos tanto las runas como el sanscrito a la hoja de la espada; robo toda la esencia de luciérnaga dorada y la meto en la nueva espada, mientras el orfebre mezcla todos los componentes mágicos y por ultimo…agoto todas las energías de luciérnaga dorada en la nueva espada llenándola de energía arcana y de conjuros que desbordan el nuevo, arma.
Tras tres días y tres noches trabajando en esa arma, enlazo ambas armas; para que no se puedan alejar, al menos por ahora y eso durara un tiempo.
- ¿Qué nombre vas a ponerle a esta arma? – me pregunta el herrero, para grabarle el nombre a su arma.
- Elurciénaga oscura. – la nombro observándola, tan similar a Luciérnaga Dorada; pero tan oscura, tan dispar tan distinta.
Una vez terminado el trabajo, paso todo conocimiento y conjuro adquirido de una espada a otra; para que ambas tengan lo mismo, luego pruebo las dos y aunque no es lo mismo…son algo bastante similar.
Tras eso, el emperador me llama ante su presencia; el mes ha pasado, hoy tengo que presentarle a los Droghners y demostrarle su eficacia. No tengo más tiempo, la guerra contra la inquisición no va muy bien; están muy cerca de la capital, si llegan hasta aquí destruirán los preceptos de la misma Arcadia y toda su magia.
Incluido a mí y eso no puedo permitirlo.
- ¿ya está todo listo? – me pregunta el emperador, nada más poner un pie en la sala del emperador; este observa mi espada nueva, pero no dice nada.
- Si, emperador; están preparados, para cuando usted quiera probarlos. – le hago una reverencia respetuosa, después de todo ha cumplido con lo de su recompensa.
- Vamos al campo de maniobras de fuera. – ordena, tras eso todos nos situamos allí; hoy mis hombres se van a enfrentar al ejercito de Arcadia, casi por completo.
Ejercito enemigo :
12.000 guardias imperiales
24.000 soldados
48.000 milicia
96.000 leva
Ejercito propio :
30.000 Droghners
Hubo unas tablas, con la diferencia que mis muchachos se enfrentaron a 180.000 hombres siendo 30.000; que no podían usar magia de ataque, solo de apoyo y defensa…además que en un mes, han vencido a los regulares que tienen un entrenamiento de 3 meses; a los imperiales que entrenaron más de un año, guiados por Duncan que lleva 2 batallas reales y en contra tienen al general mayor que lleva toda una vida de experiencia.
- ¿Por qué no han podido? – me pregunta frunciendo el ceño.
- ¿No lo veis? Siendo 30.000 han empatado contra un ejército 6 veces mayor, eso demuestra que están preparados; al menos eso veo yo, si pudieran usar magia de ataque habrían barrido a tu ejercito con muchas menos bajas. – le señalo, para que el comprenda mi punto de vista; a pesar de eso, este mira a su general mayor.
- ¿tiene razón? – le pregunta, como si necesitara confirmar mis palabras.
- Eso me temo, emperador; eso me temo. – suspira molido a palos, el teniente general Rouson.
- Partiréis de inmediato junto al ejército, os enfrentáis a la inquisición; vamos a darles una lección, a parte vamos a rodearlos…tres ejércitos más acudirán desde tres ciudades cercanas, son muchos y luchan como animales; si perdemos se acabó, si les ganamos tendrán más cuidado en el futuro. – organiza el emperador la estrategia.
- ¿no han perdido nunca? – pregunto asombrado.
- Eh…no. – confiesa apenado el emperador. – pero no se atrevieron a entrar en la capital la otra vez, dijeron algo que demasiada magia; es por eso que aquí no la cancelaron, hicieron un pacto que si el resto de nuestro imperio carecía de magia ellos no atacarían. – me explica el emperador.
- De acuerdo, los venceremos esta vez. – replico, retirándome para organizar todo.
Dejo al general Kan con mi guardia y mis Oghners protegiendo a Fámula.
- Esto no me parece bien, quiero ir contigo. – protesta Fámula.
- No, definitivamente ni siquiera a mí se me ocurriría llevar una embarazada a un campo de batalla. – le rebato, haciendo que se ría.
- Pensé que estabas loco y que no te importábamos. – rechista ella, no para ofenderme; sino para convencerme con zalamería, a estas alturas debería saber que no funcionará…nada lo hará.
- Quizá lo primero sea cierto, lo segundo; tu sabes a medias, solo yo me importo y los demás me simpatizan o no. – me excuso, haciéndola reír de nuevo.
- Quiero ir – me pide, poniéndose seria.
- General Kan, manténgala aquí; tratándola bien, aunque tenga que encadenarla. – le ordeno a este que está presente.
- Sí, señor. – se pone firme, mientras ella lo mira con ojos llorosos; está claro que tiene miedo, por mí. – Señor Droghner Fin imperial, tampoco estoy de acuerdo en que vaya usted solo. – comenta, el general su opinión.
- Ya…pero créeme 20 hombres no harían la diferencia, sin embargo aquí sí. – discuto, para que el comprenda.
- ¿y si se lleva a 1000 Oghners? – me pregunta el general Kan, demostrando su brillante cerebro; no es ningún tonto, por lo que veo.
- Está bien, me llevare 1000 con la excusa de seguir entrenándolos personalmente; al emperador le gustará y no le hará sospechar nada, no quiero que se sepa que estos no tienen magia. – disimulo, frente a este también.
- Lo sé, aunque no hace nada malo; entrenar una guardia secreta para el emperador, es algo brillante. – comenta Kan, pensando que estos son la guardia secreta del emperador; no que son en realidad mi guardia secreta, esto sí que es brillante.
Me despido de Leo, Ralph y Steve.
- Adiós, chicos cuidad de mi hijo en mi ausencia y de mi mujer; sed buenos, no dejéis de entrenar. – les pido afablemente, algo raro en mí; quizás me encariñe con ellos o quizás no, pero aun los necesito…quien sabe, ni yo mismo lo sé; soy bastante impredecible.
- Adiós amigo, cuídate mucho; no dejes que te maten, ni que cierren de nuevo la magia que tanto te costó abrir. – me apoya Leo, con el que más confianza tengo de lejos.
- Tranquilo Droghner Fin, conmigo tu mujer e hijo están a salvo; no les pasara nada. – me suelta lleno de confianza Ralph, el más confiado de los tres.
- Si algo sucede, lucharemos. – deja caer Steve, el más pasota de los tres; me costó conocerlo, ya que no se abre como los demás, pero no es mal tipo.
Por ultimo me dirijo a Duncan.
- Tú vas a venir conmigo para ayudarme y para aprender, pero no vas a entrar directamente en combate; obedecerás mis instrucciones al pie de la letra o no vendrás, tú tienes que sobrevivir sí o sí. – le ordeno, el asiente sin rechistar; para variar, es bastante sumiso conmigo.
- Lo hare maestro, pero no muráis o me veré en la obligación de vengarme; acabare con la orden esmeralda uno por uno, si es preciso sin dejar a nadie con vida. – acepta, pero amenaza al imperio enemigo y no me lo tomo más que como palabras vacías; está bien entrenado y tiene aproximadamente la mitad de mis poderes, pero…no recibió como yo o como los Oghners o Droghners mi instinto asesino, ni lo he condicionado de modo alguno; para que no tenga consciencia o para que no tenga moralidad y él es un asesino mágico con el conocimiento de las mil batallas, pero con bondad en su corazón y un cerebro que le dicta lo que debe hacer o no según la situación.
Tras eso, organizo a los 1000 Oghners para venir con los 30.000 Droghners; el teniente general nos pone al final del batallón, pero antes de partir como sospechaba se acerca el emperador.
- ¿Por qué os lleváis mil de los hombres que aún no están preparados? Gran Droghner Fin. – me interroga desconfiado.
- Simple señor, quiero seguir con su entrenamiento por el camino; no quiero parar por completo mis quehaceres, por una simple batalla contra la inquisición. – me invento sobre la marcha, el emperador se queda un rato mirándome analizando mi cara y mis gestos; mis palabras, hasta que rompe a carcajadas.
- Me gusta cómo eres, adelante; tráeme buenas nuevas y deja la estrategia a Rouson, pero la magia organízala tú y a tus hombres los comandas tú. – me ordena el emperador.
- Asi se hará, señor. – hago una reverencia y tras eso partimos.
Todas las tropas son despedidas por el emperador, los Oghners nos ven marchar con una pequeña cantidad de ellos al final; mi mujer, mis hombres se quedan atrás en el palacio.
Los más de 200.000 hombres hacemos un desfile por la ciudad, tras salir de esta dejamos de desfilar; para ponernos a marcha forzada, por la noche pongo en marcha un plan que llevo pensando todo el día.
- Cada uno de vosotros va a invocar a un golem de carne, mañana haréis lo mismo y asi hasta llegar al enemigo; con un poco de suerte, montaremos un buen ejercito de respaldo. – ordeno a todos, que me escuchan y asienten.
- ¿yo que invoco señor? – me pregunta Duncan.
- Tu un golem de piedra – le contesto, sabiendo que él tiene más poder y puede invocar algo mayor.
- ¿y vos que invocareis? – pregunta uno de los Droghners?
- Un golem de hierro, claro. – sonrío, impresionando a todos.
Todo el campamento está a un lado, nosotros al otro; nos respetan y nos temen, los oficiales observan con pavor como invocamos 30.002 criaturas de la nada.
Al día siguiente desayunando, el teniente general Rouson se acerca hasta mi con su escolta; perpetrando en esta parte del campamento, que parece un campamento enemigo en lugar del mismo campamento o uno aliado y es que las miradas son de desconfianza total.
- ¿Qué significa esto, Droghner Fin? – señala al golem de hierro.
- Es un golem de hierro. – le respondo escuetamente, causando risitas entre mis hombres; mirada de coraje entre su escolta y miedo, porque el miedo va implícito en todos ellos.
- ¿pero para que habéis invocado estas cosas? – me pregunta directamente.
- Para ganar, tu trabajo es intentar ganar por tus medios; el mío es intentar ganar por los nuestros, juntos le daremos la victoria al emperador por separado no se la daremos ni tu ni yo. – le replico, dejándolo perplejo.
- Ya tengo bastante con mediar entre mis hombres y los tuyos, ahora si sumas esto a la ecuación; tendré problemas para controlarlos. – me amenaza sutilmente, con que esto puede provocar un motín entre sus hombres y sé que es cierto; si el oficial no es bueno, eso puede pasar sin duda.
- Ignoraba de su mala capacidad para controlar al populacho, una vez regresemos le contare al emperador que es incapaz de controlar a su ejército; me decepciona ya que pensaba que estaría usted más acostumbrado a la magia, pero ya veo que no. – suelto, dejándolo ahí clavado en el acto.
- Yo no dije que… - empieza a contestar, pero le interrumpo; mostrando que no le tengo ningún respeto, a fin de cuentas en el imperio soy el segundo y él no es más que el primero de los militares.
- Sé muy bien lo que dijo, controle a sus hombres o lo hare yo. – le amenazo directamente, el traga fuerte; pero más de uno de sus hombres se desinfla o le tiemblan las piernas, el me mira con una sonrisa de odio.
- A sus órdenes. – hace una reverencia y se retira, escoltado por sus hombres o debería de decir; por sus gallinas, porque de hombres tienen poco y decirles mujeres seria insultar a estas.
Mis hombres me felicitan y me vitorean, los ánimos se tuercen cada vez más; pero sin duda nos ponemos en movimiento, por la noche invocamos otras 30.002 criaturas sumándose a las interiores y la batalla es inminente.
Frente a nosotros tenemos el campamento enemigo, al menos parecen un millón de enemigos; los hombres están asustados, ellos no son conscientes de que pronto llegaran tres ejércitos más…solo yo y Rouson lo somos, aun asi; es un enemigo que no me extraña que no haya perdido hasta ahora, si los vencemos les costara reagruparse de nuevo y tendrán que salir del imperio como puedan.
Luciérnaga Dorada quiere escapar de nuevo.
- Aun no, amiguita; aun no te lo voy a permitir, te queda todavía mucho que andar conmigo. – le contesto estando a solas, cualquier que me viera hablando con una espada y acariciándola; pensaría que estoy loco, pero no puedo permitirme que ahora lo piense nadie.