Espada II: Gladius Regis Capítulo 6

Sir Bradley y sus amigos están en Rodernack, el reino que es conocido por el reino más al norte; tras este reino, solo los enanos se atreven a construir. El rey bandido accede con un poco de esfuerzo a hablar con Bradley, mientras los amigos disfrutan de unas copas gratis; al final negocian los dos.

Serie La espada II

Gladius Regis

Capítulo 6. En Rodernack

Llegamos a una ciudad de muros de madera con pinchos alrededor de madera, un puente sobre el foso; que contiene un lago helado, fuera hay 4 bandidos como soldados y un capitán.

Nos acercamos a sus puertas.

-      ¡Alto! ¿Quién va? – pregunta el capitán.

-      Sir Bradley Hearling de la espada magna, amo y amante de dragones y mis hombres. – me presento, todos sacan sus armas.

-      Llevo una carta del consejo de Besolla con su sello, será mejor que abráis la puerta; sino queréis incurrir en un delito contra la nobleza, a parte de un delito grave de impedir que una carta política llegue a su destinatario. – les comunico, al ver que sacan sus armas.

Ellos se miran entre ellos, mis compañeros no desenfundan sus armas; mientras miran su reacción.

-      Ve a buscar al rey. – le pide al soldado de su lado. – vosotros esperad aquí. – dice sin guardar su arma ni sus aliados.

Esperamos en silencio, esperando; atentos al movimiento sobre las murallas, que se ha multiplicado por dos.

Al poco su rey, se asoma para hablar conmigo.

-      Asi que queréis hablar conmigo, señor Bradley. – suelta, faltándome al respeto.

-      En efecto, señor Pertal. – le igualo la falta de respeto, sus hombres se quieren abalanzar contra mí; pero este los detiene, igual que los que quieren dispararme con sus arcos.

-      ¿he oído que tenéis las cosas de 20 de mis hombres? – pregunta, para verificarlo.

-      Si, los vencimos; pero no las tengo, las dejamos en un caballo herido…está cerca del puente, si podéis atraparlo; claro. – suelto, viendo su gesto de enfado.

-      ¿y con qué autoridad habéis atacado a mis hombres en mis tierras? – me pregunta.

-      Con la autoridad del consejo de Besolla y con la mía como noble, si tenéis algún problema con eso; mandad una queja, pero si no abrís la puerta y nos atendéis como es debido…las tirare abajo. – le amenazo, él sonríe; sus hombres se carcajean.

Sonrío al ver que se ríen y me paseo delante de sus hombres, que más tensos no pueden estar.

-      ¿tenéis un ejército aquí y no lo he visto? – me pregunta.

-      ¿os queréis arriesgar? – le pregunto, haciendo que trague fuerte.

-      ¿Qué pasaría si intento mataros? – me interroga.

-      Un ejército de sumisión vendría, vuestra cabeza acabaría en una estaca y la de vuestros hombres; luego vuestros hijos heredarían el mismo castigo, por haber osado tocar a un noble. – grito, haciendo que sus hombres se lo estén pensando.

-      Hacedlos pasar, que nadie les toque un pelo; llevad a sus hombres a la mejor posada, sus gastos están pagados y al señor Bradley llevarlo a mi castillo. – ordena el rey.

Mis hombres están alucinando, me acabo de tirar un pedazo de farol y ha colado; ignoro lo que pasa si un rey usurpado toca a un noble por matrimonio y más cuando es mensajero de una autoridad real, lo que sí sé que atacar a un mensajero es atacar a la autoridad y que si el mensajero es noble es que el mensaje es muy importante.

Una vez abren las puertas, 6 de la guardia personal del rey escoltan a mis amigos; los otros me escoltan a mí, mientras entramos todo el pueblo nos mira. El pueblo es poco más que una ruina, la gente está medio famélica; la muralla es lo mejor del pueblo, la mayoría son bandidos y acogidos…pocos son soldados de verdad o gente corriente.

La mayoría son humanos, me miran con curiosidad; los bandidos con miedo, los soldados con respeto y la gente con esperanza.

Los únicos que realmente parecen muy seguros de sí mismos en mi presencia, son los soldados personales del rey. Llegamos a su castillo, que es más una pequeña torre ruinosa construida eras atrás; ya que esta es de piedra, mientras el resto es de paja y madera.

Una vez en la puerta…

-      En lo alto de las escaleras, te espera el rey. – comenta el guardia.

Asiento por respuesta y comienzo a subir al trote, tras subir infinidad de pisos; veo al rey en un cuartucho que si bien es grande, está decorado demasiado estrambótico para mi gusto. A pesar de lo ruinoso de la torre, esta estancia se mantiene en perfecto estado; está limpia, aunque huele a cerdo…hablo por supuesto de su rey.

-      Bienvenido a mi hogar, contadme a que venís. – me requiere, a pesar de ver que jadeo como loco.

Le entrego la carta, mientras trato de recuperar el aliento; el empieza a leerla en voz alta.

Estimado Lord bandido Pertal III:

Esta carta que le ha entregado Sir Bradley Hearling de la espada magna, es para hacerle una petición y una oferta; pronto empezara una guerra que por separado no podemos ganar, pero juntos quizás podamos triunfar.

Por cada soldado no profesional que nos mandes te pagaremos 1 moneda de cobre, por cada soldado profesional 1 moneda de plata; todos estos soldados estarán bajo el mando del que tienes delante, si te negaras a nuestra petición: Te pondremos en búsqueda y captura…tu propia gente que pasa hambre y necesidades, te traicionara; te capturaran y entregaran al mejor postor, en tus manos esta ser amigos o enemigos.

Si por casualidad se te ocurre tocarle un pelo al noble que entrega esta carta, no solo el peso de Besolla y la alianza que estamos forjando caerá sobre ti; sino que su gremio de aventureros entero que lo tienen en gran estima, sus 3 feudos y de la rose que es su amigo caerán sobre ti e incluso tiene como amigo a un conde de los hombres salvajes.

Asi que ya puedes imaginarte, lo que pasara según decidas; en tus manos esta, un efusivo saludo del consejo de sabios y esperamos noticias con la máxima brevedad posible.

El rey conforme lee la carta se va poniendo de un rojo preocupante, las venas parecen que le van a estallar marcándose en su cara; los ojos ya saltones todavía se vuelven más, e incluso con sus escupitajos al hablar a bañado la carta.

Conforme él ha ido leyendo, por mi alto estado de forma me he recuperado; veo la ciudad desde lo alto de las ventanas, una posición realmente muy estratégica.

-      ¿Cuántos hombres queréis? – me pregunta al fin, conteniéndose.

-      Cuantos podáis darme. – le contesto, echándole tan solo una mirada.

-      50 bandidos y 5 soldados. – ofrece, sin pensarlo demasiado.

-      Veo que a vuestro pueblo le cuesta conseguir comida en la nieve, sin embargo son buenos guerreros. – negocio con él, él sonríe; viendo mi treta.

-      100 bandidos y 10 soldados. – suelta, para ver si me convence.

-      ¿y qué hay de la gente que no es soldado ni bandido? – le pregunto.

-      Ellos simplemente no forman parte de mi pueblo, pagan su estancia aquí y por eso son admitidos. – me explica, para que yo entienda.

-      ¿y si les ofreces la residencia a quien luche por ti? – le propongo, él se lo piensa tan solo un segundo.

-      No, por el precio que me ofrecéis; a la larga les saco más, de esta manera. – suelta, sorprendiéndome.

-      ¿No hay manera de convenceros? – le pregunto.

-      Ofrecedme algo vos, como noble; seguro que tenéis algo que me interese. – me propone, para ver que digo.

-      ¿Qué os parece una ruta de comercio? – suelto, él se sorprende.

-      ¿y que podéis comerciar que no tengamos aquí. – me pregunta, para saber las opciones.

-      En uno de mis feudos tengo animales, en otro vino; en otro cazamos y plantamos frutas…verduras. – comento, veo sus ojos hacerse chiribitas.

-      ¿Qué me daríais si os doy 200 refugiados? – me interroga.

-      Su valor en animales, vino; caza, frutas y verduras. – ofrezco, pero luego añado otra condición. – pero esos 200 hombres, irán a mi feudo Hierro blanco; lo que significa que no cobrareis los 200 de cobre del consejo, a cambio os lo pagare yo. – suelto y el asiente.

-      Me parece correcto, pero a cambio de mi ayuda a vos; quiero añadir una condición, si te parece bien. – negocia conmigo.

-      ¿Cuál es esa condición? – pregunto con desconfianza.

-      Quiero que haya un gremio de aventureros aquí. – me pide, dejándome perplejo.

-      ¿y que os hace pensar que eso puedo hacerlo? – le pregunto.

-      Sois muy querido en vuestro gremio. – opina, sorprendiéndome con una gran perspicacia.

-      Entiendo, veré lo que puedo hacer. – digo, él sonríe.

-      Sois aventurero, ¿no? – me pregunta, para confirmar.

-      Si, ¿Por qué? – le pregunto un poco preocupado.

-      Tengo un Oso blanco gigantesco, que mata a mis hombres durante las nevadas; eso no nos deja cazar ni pescar sobre el hielo y nos morimos de hambre, necesito vuestra ayuda. – me pide, niego con la cabeza y él se sorprende.

-      No me malinterpretes, soy un héroe; pero no trabajo gratis y salta a la vista, que estáis arruinado.

-      Os recompensare.

-      ¿ah sí, cómo? – le pregunto, interesado.

-      Hay muchas formas de recompensar a un hombre. – me dice sugerentemente.

-      ¿os estáis ofreciendo? – pregunto horrorizado.

-      No, ¡por los dioses! Tengo una hija. – comenta para tentarme.

-      Ya tengo dos esposas. – le replico y él se ríe.

-      ¿pero alguna es princesa? – me pregunta, dejándome callado.

Tras un rato en silencio, mientras él come y bebe; por mi lado mirándolo fijamente.

-      Me lo tomo como un no, si matas al gran oso; te casare con mi hija, lo que no te hará reinar en mi reino ahora…pero ya no serás Sir, sino príncipe; no me importa que andes con más mujeres, como sino quieres tocar a mi hija salvo para tener 1 heredero. – me explica, para que lo entienda.

-      ¿y que ganas tú con todo esto? – le pregunto, desconfiando al máximo.

-      Es simple, me convertí en rey; conquistando este reino, siempre me van a considerar el rey bandido y por ello ningún miembro real o noble quiere casarse con mi hija. – me empieza a explicar.

-      Eso es porque no conociste a Norman. – pienso, pero no digo nada.

-      Vos sois un noble importante, bien mirado por todos; todo el mundo entenderá que con este matrimonio solo querías ser rey, pero limpiará nuestro linaje cuando yo muera y permitirá a mi hija sobrevivir bajo vuestra protección…como ves ganamos los dos. – termina su explicación.

-      Está bien, con estos términos firmo; pero añado una condición más, seremos aliados y si en algún momento necesito tropas me las mandareis. – le aviso y él sonríe de oreja a oreja.

-      Me alegra que digáis eso, por si alguna vez os necesito.

-      Solo acudiré si abandonáis el bandidaje. – le aviso y el asiente.

-      Bueno, podemos cazar; vender pieles, pescar…no necesitaremos tanto del bandidaje y robaremos a los bandidos que no se nos unan, ¿te parece bien, eso? – me pregunta, para ver mi postura.

-      Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón; no me parece mal, eso solo engrosara tus filas. – opino y el asiente.

-      ¿con cuantas tropas contáis actualmente? – me pregunta, viendo que tan fuerte soy.

-      120 soldados profesionales, 15 guardianes; 150 milicianos, eso es todo por ahora. – enumero, callándome que Albert está creando tropas especiales; además solo se de ellos que marchan bien, Albert escatima bastante en detalles pero no dudo de su lealtad.

-      Vaya, tenéis un gran ejército. – opina, sorprendido. - ¿encima sois aliado de un conde de los hombres salvajes? – me pregunta atónito.

-      Si, ya me han prestado hombres en una ocasión. – suelto, sin dar muchos detalles.

-      Eso es asombroso y junto a vuestro gran ejército, eso os hace peligroso; tened cuidado, pueden querer eliminaros. – me contesta fingiendo preocupación.

-      Tranquilo, que lo intenten. – respondo con chulería, él sonríe.

-      Id con vuestros hombres, será un honor; que un tipo como tú, se case con mi hija. – me alaga.

-      ¿sabes? Mis hombres también querrán una recompensa. – digo, mientras empiezo a retirarme.

-      No importa, tengo sirvientas. – se encoge de hombros, despreocupado.

Me pongo en camino hacia mis amigos tras bajar las escaleras con cuidado para no rodarlas, los guardias esta vez no me siguen; se quedan en su puerta, protegiéndole. Cuando he cruzado unas calles, una niña pequeña me llama; voy a su encuentro, entonces sale corriendo.

-      No me gusta esto. – opino, pero corro tras ella.

Me lleva hasta un sinfín de callejones, hasta que la veo entrar en una casa; desenfundo a filo negro, que es la más adecuada para lugares estrechos…por lo fina, corta y delgada que es.

Entro en la casa y me sorprendo de ver una muchedumbre, con la niña en medio; se acerca a ella un anciano, le acaricia la cabeza.

-      Vete a jugar, los mayores tenemos que hablar. – le pide a la niña, ella me sonríe y se marcha; tras ver que le devuelvo la sonrisa.

-      ¿habéis venido a liberar el reino? – me pregunta el anciano.

Varios dicen comentarios del mismo tipo.

Eso, ¿vais a devolverle el trono a los Ceis?

¿hay algún Ceis vivo?

¿podremos ser libres?

-      Siento deciros que no, ahora mismo se avecina una guerra; necesitamos la ayuda del que está en el trono, pero tras la guerra todo mejorara. – les prometo, ellos parecen vanamente esperanzados, aunque preocupados.

¿una guerra, con quién?

¿Quién nos ataca?

¿corremos peligro aquí?

-      La guerra no se va a plantear aquí, pero puede haber daños colaterales; de todas formas, he hablado con el rey bandido. – les empiezo a explicar.

-      ¿sobre qué? – pregunta el anciano.

¿va a abdicar?

¿se va a marchar?

¿nos va a dejar marchar?

-      Me voy a prometer con su hija, no volveréis a estar bajo el mando de los Ceis; de hecho que yo sepa no queda ninguno con vida, pero me asegurare de que cambiaran las cosas por aquí. – les cuento, para ver su reacción; un sinfín de cuchicheos con miles de posturas, tantas como pelos en la barba tiene un enano.

-      ¿y cómo sabemos que tú eres diferente? – me pregunta el anciano.

-      Yo era aún menos que vosotros, un simple labrador; ahora soy noble, cuando me case con su hija seré príncipe y cuando el muera…rey de este lugar, cuando lleguen las caravanas de mis feudos; preguntadles que tal soy como gobernante, ellos os contestaran sin tapujos. – les digo, enfundando mi espada y empezando a marcharme.

-      Lo haremos. – me asegura el anciano, asiento y me marcho; dejándolos llenos de un mar de dudas, pero yo también las tengo y es que jamás he sido rey.

¿Qué tan diferente será de ser noble?

Sacudo la cabeza, voy para la posada para darle encuentro a mis compañeros; total, para todo esto aún queda mucho.