Espada II: Gladius Regis Capítulo 18
El camino a casa comienza, Bradley se ha tomado su tiempo en hacer las cosas y ahora vienen las consecuencias; pero el camino aunque fácil, se le hace duro ya que deben separarse y tomar caminos distintos. Luego se entera de lo que ha pasado en su ausencia y no le gusta nada, pero ya es tarde...
Serie La espada II
Gladius Regis
Capítulo 18. Retorno a Hierro blanco
Todos salimos de Wathead a caballo, con el equipo arreglado; un caballo nuevo si nuestro caballo estaba herido, además mis amigos parecen contentos.
- ¿me he perdido algo? – pregunto, arqueando las cejas.
- Me he tirado a la superiora. – confiesa Spike.
- Suspiro aliviado – eso ya lo sabía.
- Lo siento, me he tirado a la general Devora. – se suma a la confesión el conde Greck.
- ¡¿Qué?! – grito alarmado.
- Yo me tire a una jinete, a Nina. – suelta Argos.
- Yo a la mujer del tabernero – añade Carl.
- Lo siento, yo a una soldada. – comenta Apolo.
- Sois todos increíbles. – suelta Kat riéndose.
- Unos degenerados sois. – me quejo, molesto.
- ¿y tú que hiciste con la reina, jugaste a las casitas? – inquiere Kat, dejándome callado.
- Papa, bien hecho. – me anima Rojo, Kat lo mira mal y se calla.
El silencio se lo lleva el grupo, hasta que Kat vuelve a hablar.
- Sois el primer grupo de hombres que entra en Wathead, sale entero y bien equipado; se tiran cada uno a una mujer, se largan por su propio pie y con el beneplácito de la reina. – comenta Kat, hinchándonos de orgullo a todos.
Cuando estábamos a punto de salir de Wathead…Kat frena repentinamente.
- ¿Qué haces Kat? – le pregunto, frunciendo el ceño.
- Tengo cosas que arreglar aquí, debo quedarme por el momento; volveremos a vernos, amado Bradley. – me informa repentinamente.
- ¿eres de aquí? – pregunta sorprendido Spike.
- Sí, soy una criadora de caballos muy famosa. – le comunica.
- ¿es por estar con más mujeres? – le pregunto, triste; pensando que no quiere estar conmigo.
Ella se me acerca muy seria, frunce el ceño; entonces me besa y sonríe tras eso, se aleja y antes de marchar dice.
- Ese es vuestro encanto Bradley, no lo perdáis; volveremos a vernos muy pronto, antes de que me echéis en falta.
Tras eso a galope, desaparece de nuestra vista; el grupo sigue sin ella, pero se nota en los ánimos de todos. El resto de los días fue viajar, entrenar; comer, dormir y poco mas.
Por el camino…
- Oye Brad, nos debéis a todos una aventura; cuando la guerra pase, esta misión del consejo no cuenta. – protesta Carl.
- Entendido, jefe; tras la guerra, os debo una aventura. – prometo a todos, lo que los anima un poco.
- ¿creéis que volveremos a verla? – pregunta Apolo.
- Imagino que sí. – suelto suspirando.
- Papa, Kat no es una mentirosa; si se ha ido, es porque era importante. – comenta Rojo, asiento no muy seguro; es un dragón pero no es más que un bebe, aun asi.
- Argos me pega un puñetazo en el hombro, mientras me quejo sorprendido – aquí van 6 meses de terapia, de nada.
Spike que lo ha visto en primera plana suelta una risita.
- Vamos, anímate; tienes más mujeres de las que puedes atender. – suelta Greck, haciendo reír a todos.
- La verdad ya no se ni cuantas tengo. – rio, haciendo sonreír a todos.
- Tantas como espadas. – añade Carl.
- O más, quizás. – sopesa Spike.
Por el camino, Rojo siguió intentando que meditara pero avance tanto como antes; cero, aunque ni él ni yo perdíamos la esperanza de que algún día lo conseguiríamos.
Nuestros entrenamientos de espadas y puñetazos, lanzar cuchillos; eran todo un éxito, todos íbamos mejorando día a día pero cada uno en su estilo.
Una vez llegamos a pueblo Besolla y su territorio, el grupo se fracciono en tres.
- ¡Esperad! ¿adónde vais? – pregunto sorprendido.
- No puedes hacerlo todo tu solo, Brad; después de todo solo eres un hombre, asi que te ayudaremos. – opina Apolo.
- Esta vez, el gremio no puede quedarse sin actuar; menos aun cuando la guerra la va a dirigir uno de sus miembros y atañe a todos, pediré ayuda al gremio. – me informa Carl.
- Ya veo, gracias chicos; cuento con vosotros, os echare en falta. – los abrazo a ambos, por si no vuelvo a verlos; tengo una sensación agridulce en mi interior, que se agrava por cada paso que doy. - ¿y tú adónde vas? – le pregunto a Greck, que también va hacia algún lugar; pero en otra dirección que los otros.
- Voy a reunir al Marques, a los condes; necesitas el apoyo de los hombres salvajes también somos de aquí y también os apoyaremos a cambio de mujeres, claro está. – sonríe Greck, sabe que solo él puede hacer eso.
- Suerte amigo, id en paz. – estrecho mi mano a la suya y el grupo se queda partido en mil pedazos.
A mi lado solo quedan Rojo, Spike y Argos; los miro con gesto triste, Argos se acerca a mí y detengo su puño a lo justo.
- ¿6 meses de terapia? – le pregunto, a su gesto sorprendido; Spike suelta una risita.
- Joder, que rápido.
- ¿Adónde vamos papa? – pregunta Rojo.
- A casa. – suelto, dirigiendo la marcha a Hierro blanco; el feudo donde vive mi familia, los Hearling y el más grande de mis tierras.
Voy mirando cada espada que porto, cada una tiene una historia; Filo negro la conseguí en un barril donde solo suele haber espadas basura. La espada de hueso, me la hice tras abatir a un oso deforme y gigante; la espada Hearling legado de mi familia, la espada blanca es del Adalid blanco y la gané en un torneo de combates contra los mejores…La espada de platino, la gano Kat para mí en un puesto de la feria blanca; la Gladius me la dio el enano Folmer en su lecho de muerte, una espada magnifica y sin embargo sigo echando en falta a Luciérnaga Dorada que me la robo Fin.
Llego a las murallas de Hierro Blanco, mi mayor feudo; incluyendo el del Adalid Blanco, al llegar a las murallas.
- ¡Alto, ¿Quién va? – me pregunta, he de admitir que esta es mi parte favorita.
- Soy el príncipe sir Bradley Hearling, de la espada magna Adalid blanco; campeón de carreras de Wathead, amo y amante de dragones. – me presento, el guardia y sus compañeros se quedan perplejos; el oficial que escuchaba todo, les da un cate a cada uno.
- ¡Abrirle la puerta al señor! Mancha de idiotas. – ordena este.
- Ha añadido unos cuantos títulos desde que partió. – se queja uno de ellos, que caya tras una mala mirada del oficial.
- ¡Bienvenido a casa, señor! – me grita el oficial.
- ¡Hola! – saludo con una sonrisa, que emerge sola en mi cara; es cierto, estoy en casa.
- Al fin una sonrisa. – suelta Spike.
- … - Argos, calla como siempre.
Poco después las grandes puertas se abren y entro en el feudo siendo presentado por mis hombres, la gente sale a recibirme y saludo a todos; todos lucen preocupados, el general de hierro blanco sale a recibirme.
- Señor, que bien que ha regresado; Lady Annah está esperándole en el salón, tengo algo que comentarle. – me pide este.
- Habla – le digo, tranquilamente; el observa a mis compañeros contrariado. – son de confianza. – añado y el asiente.
- Señor en su ausencia, fuimos atacados por un grupo de asesinos dorados. – cuenta sin dar mucho detalle, me paro en seco y me giro hacia el muy serio.
- ¿y que paso? – le pregunto, preocupado.
- Gracias a de la rose y el muchacho que usted envío para protegernos, no pasó nada grave; quiero decir murió alguna gente, pero nadie de su familia. – me explica siendo breve.
- General, ¿Quién murió? – le insisto, aún más preocupado.
- Guardias y sirvientes, señor. – me replica este.
- Pide al muchacho y a de la rose que vengan al salón, ordena que monten dos cuartos para mis amigos; hazme un informe con todas las tropas que contamos, ¿alguna duda?
- ¡ninguna, señor! – se pone firme, confirmando que lo entendió todo.
- Suspiro aliviado – menos mal que envíe al muchacho y que de la rose estaba aquí.
- Eres un estratega innato – replica Spike. – debo aprender de ti – rumia por lo bajo.
- Has tenido suerte, pero recuerda; la suerte no dura eternamente. – opina Argos, asiento incapaz de rebatir su opinión.
Dejo atrás al general, que se da la vuelta y corre a cumplir mis órdenes; la gente conforme voy pasando me saluda y se alegra de verme, luego vuelven a sus quehaceres.
Mis amigos y yo irrumpimos en el patio de armas, allí veo dos grupos entrenando; unos 40 que desconozco, los 15 huérfanos que recogí. Los 40 hombres se arrodillan al verme y clavan espada en el suelo con una coordinación envidiable, arqueo las cejas al mirarlos; los 15 huérfanos salen corriendo y me abrazan entre griteríos.
Una vez acaba el saludo, veo que los 40 hombres siguen igual; no se han movido ni un ápice, le pregunto al capitán de los huérfanos.
- ¿Quiénes son, capitán Kirk? – pregunto, sin perderlos de vista.
- Señor, son la sección de espadachines de la rosa negra; hombres entrenados por de la rose, para participar en la guerra junto a usted. – se inclina Kirk, como señal de respeto.
- ¡Descansen! – les ordeno, ellos se levantan a la vez; se inclinan una última vez y siguen entrenando, su maestría con la espada es envidiable y única.
- ¿Dónde está de la rose? – le pregunto al capitán Kirk, todos ponen gesto serio; cabizbajo.
- ¿está bien? – insisto, antes de que lleguen a contestar.
- Está vivo, pero acabo herido en el ataque de los asesinos dorados; me avergüenzo de ello, pero nos pillo durmiendo. – confiesa Kirk, apenado.
- Tranquilo capitán, no es culpa suya; los asesinos dorados buscan las debilidades, considera un honor que no atacaran en tu turno. – sentencio, entonces me acerco a los espadachines; dejan de hacer lo que están haciendo, todos se reúnen en fila y hacen una reverencia.
- ¿Quién está al mando? – les pregunto, poniéndome frente a ellos; Spike y Argos, también los observan…los huérfanos están detrás nuestro, observando la escena.
- Yo señor, me llamo Max; soy la primera espada, de la sección de la rosa negra y alumnos privilegiados de: de la rose. – se presenta, su reverencia se hace más amplia aún.
- Sera un honor contar con vuestra presencia entre nuestras filas, yo también soy alumno de “de la rose”; asi que cuento con vosotros, para no perder la guerra y proteger nuestros hogares. – les hago una reverencia, ellos abren los ojos de par en par y su reverencia se vuelve más pronunciada.
- ¡el honor es nuestro, señor! – gritan al unísono, una carcajada y luego una queja de dolor; nos saca del ensimismamiento a todos.
- ¿de la rose? – pregunto sorprendido, este viene con una muleta; parece que le hicieron daño en una pierna y un hombro, en el otro brazo esta los hombros de mi general que sujeta al viejo espadachín maestro.
- Sois muy humilde para ser príncipe, Adalid blanco; ganador de carreras de caballo femeninas, noble y gran espadachín. – enumera de la rose.
- ¿tan viejo sois, que unos míseros asesinos os han herido? – arqueo mis cejas, cruzo mis brazos; fingiendo estar enojado, él se pone tan serio que incluso por un momento creo que se va a molestar.
- Y por el muchacho que enviasteis, Ares; el me salvo la vida, gracias a él este viejo sigue con vida. – me confiesa de la rose, me acerco a él y lo abrazo; el general lo suelta, asi que quedo cargándolo yo.
- Gracias viejo maestro, ¿y Ares sigue vivo? – le pregunto, intrigado.
- Si, está un poco más mal herido que yo; los sirvientes lo traerán en una cama, para que podáis hablar con él. – me anuncia de la rose y asiento.
- ¿General, la gente fue enterrada y condecorada? – le pregunto y el asiente.
- Si, se hizo como vos ordenarais si hubierais estado aquí. – dice con un ápice de retintín.
- Lástima que estéis asi, no podréis acompañarme a la batalla. – sentencio, él sonríe apenado.
- Al menos mis hombres os servirán como yo, quería morir en una batalla; en la última, como todo buen espadachín. – deja caer abrumado.
- Tranquilo, será que aún no es vuestra hora; ya abra más batallas, el mundo no estará en paz en mucho tiempo o eso creo. – suelto mirando el horizonte. – Pero contadme, ¿Cuántos asesinos dorados cayeron en este ataque? – le pregunto al general y a de la rose.
- Muchos, más de 30; al menos eso creo. – ríe de la rose.
- Encontramos 28 cuerpos enemigos, pero hay más sangre que cuerpos; algunos huyeron con el rabo entre las piernas, tanto el viejo maestro como el joven asesino son unas máquinas de matar. – confiesa, el general.
- ¿Cuántos hombres perdimos? – pregunto, un tanto preocupado; porque necesitamos hasta el último hombre, que podamos usar.
- Perdimos toda la guardia entera 20 hombres, 10 sirvientes; pero tranquilizaos, los repuse todos. – me anuncia el general, provocando una sonrisa de mi parte.
Argos y Spike miran la escena, pero deciden no intervenir.
- Déjame al viejo maestro, yo lo cargo por un rato. – me pide Spike y cuando se lo dejo. – Maestro, cuando os recuperéis y yo vuelva de la guerra; ¿me enseñareis? Tengo una espada mágica, pero no le saco partido. – murmura Spike.
- Sí, claro; sin problemas, si eres amigo de Bradley eres amigo mío…espero que vuelvas muchacho. – sonríe de la rose y hace sonreír a Spike.
Tras eso, entramos en el gran salón, donde esta Annah mi mujer y mi hijo Lake en sus brazos; el niño me mira y se asusta, mi mujer llora.
- Me alegro veros con vida, mi amor. – dice mi esposa, acercándose a mí y besándome en los labios. – Cariño, es papa; no hay nada que temer. – calma a nuestro hijo.
- Tranquila mi amor, pocas cosas pueden ya hacerme daño; menos aun en compañía de mis amigos, déjalo estar es normal es muy pequeño y son muchos meses sin verme. – agarro al niño y lo beso, mientras estrecho a mi mujer entre mis brazos; la beso también.
El niño extiende los brazos a su madre, esta lo agarra y se retira.
- Podéis contarme las cosas cenando, deberíais daros un baño. – suelta mi mujer, tapándose la nariz.
Sonrío, Spike y Argos se miran; ambos se ríen del asunto.
- Nos veremos en la cena, entonces; voy a asearme, ponerme ropa limpia…pero no vengo para quedarme, General mande llamar las tropas de los demás feudos; necesito hasta el último hombre y tráeme esa lista ya, entra en mis aposentos. – ordeno al general, tras poner el corriente a mi mujer.
- ¿no? ¿y adonde vais? Ya habéis cumplido la orden del consejo, ya estáis sobre el consejo; no tenéis porque obedecerles. – intenta convencerme preocupada.
- Yo soy el comandante de la coalición del norte, sin mí no hay coalición; debo luchar por la gente, por nuestro hogar y por nosotros. – rechisto, retirándome a mis aposentos; sin despedirme, un tanto preocupado y frustrado.
- ¡sí, señor! – acepta el general.
Demasiada responsabilidad, muchas cosas que hacer; muy poco tiempo, el estrés me tiene agobiado y el poco tiempo agotado.
Tras un rato lavándome en el baño, mi armadura está a la vista; mis espadas también, incluso la Gladius está al alcance de mi mano. Rojo aparece de la nada, ya que estaba tan distraído que no me di cuenta que ahora se puede hacer invisible; este se deja caer en la bañera, cayendo de culo y salpicándome.
- Papa, ¿tengo un hermano? – me pregunta muy seriamente.
- Si, un hermanastro; pero para ti como si fuera tu hermano, lo tendrás que cuidar como si lo fuera. – le comento, para que él lo entienda. - ¿asi que te haces invisible? – le pregunto, frunciendo el ceño.
- Pensé que sería mejor, demasiados problemas ahora. – dice este.
- Tienes razón, buen trabajo Rojo; pero ¿desde cuándo? – le pregunto.
- Desde que medito – tose, molesto conmigo.
- Si, lo sé; es una tarea pendiente como tantas, no me presiones más…lo conseguiré cuando esté preparado. – le pido, agarrando mi cabeza; me duele.
- ¿Cuándo me presentaras a mama y a Lake, mi hermano? – me pregunta, preocupado.
- Esta noche, cenando. – sentencio, él sonríe y pone cara de bueno.
- ¿podre jugar con él? – me interroga nervioso.
- Solo si eres suave con él, él es más blandito que tú y que yo. – le explico y el asiente.
- Entendido. – ríe divertido.
Llaman a la puerta, miro a Rojo y lo veo desapareciendo; de la puerta entra el general, una vez que esta frente a mi…no veo a Rojo.
- Señor, esta es la lista.
Tropas Feudo Hierro Blanco
Guardias nobles: 180
Sección de la rose negra: 40
Caballeros huérfanos: 15
Leva: 540
Milicia: 360
Total: 1.135 hombres.
- ¿habéis aumentado las tropas? – le pregunto estupefacto.
- Sabíamos que se avecinaba una guerra, hemos empezado a comerciar por lo que nuestro feudo es rico y está creciendo; por lo que aumentamos las tropas para tu regreso, aunque no todo lo que me gustaría. – se castiga a sí mismo.
- Buen trabajo general, nos llevaremos a todos; excepto a los caballeros huérfanos, alguien tiene que defender a mi familia y ellos necesitan seguir entrenando para estar preparados. – felicito y ordeno.
- Señor, eso no les gustara. – replica el general.
- Tranquilo, yo se lo diré; retírate y prepara todo, para cuando lleguen las demás tropas. – ordeno, el hace una reverencia y sale de la habitación casi corriendo.
Tras eso me quedo jugando con Rojo en el baño un rato más.