Espada II: Gladius Regis Capítulo 15
Bradley se encuentra de lleno en que las tierras blancas del Adalid blanco están en la pura ruina y que le debe muchísimo dinero a Nera Blanca, se esfuerza en solucionarlo rápidamente porque el tiempo se le echa encima y parte hacia Wathead un reino del que poco se sabe...el ultimo del norte.
Serie La espada II
Gladius Regis
Capítulo 15. Camino a Wathead
Mientras mis amigos llegan o no llegan, una vez me he presentado al pueblo; ordeno a Ward que me haga un informe de tropas, mientras voy observando cómo mejorar el pueblo desde la mansión blanca.
Observo que no tienen animales, es cierto que aquí pocos animales sobreviven al frio y la mayoría o son escurridizos o peligrosos; observo que no plantan, pocas verduras o frutas florecen en la nieve eso es cierto…doy vuelta tras vuelta, pensando que podríamos hacer aquí; para que esta ciudad prosperara, las cuentas están en negativo y debemos oro a Nera Blanca.
Observo que tenemos, tenemos madera; tenemos hielo, podemos pescar en el hielo…las ideas comienzan a brotar una detrás de otra, llamo al mayordomo de aquí; Icelberg; este hace una reverencia y entra en la sala es un muchacho joven rubio con ojos azules.
- ¿si, Adalid blanco? – me pregunta.
- ¿Cuánto dura el hielo, en una caja de madera hermética? – le pregunto, el pestañea extraño; como si no entendiera a que viene la pregunta, entonces se dispone a contestar.
- Si la caja es bien hermética y no se abre muchas veces, puede durar alrededor de 6 días; si el hielo esta resecado, ¿Por qué lo decís? – me pregunta finalmente.
- ¿a cuanta distancia están las ciudades del norte? – le pregunto, el examina un mapa que hay sobre la mesa.
- Cuatro días más o menos. – comenta, confundido.
- ¿hay alguna ciudad del norte que venda hielo? – le interrogo, él se para a pensar; aunque me mira como si estuviera loco.
- No señor, ¿para que querría nadie vender hielo? – me pregunta, interesado en mi propuesta.
- Para enfriar la bebida, por ejemplo; podría ser un gran negocio, entre ciudades y tabernas. – propongo, sorprendiéndolo.
- ¿y a cuanto propones que lo vendamos? – me pregunta, interesado.
- ¿Cuánto nos costaría hacer una caja de madera donde quepa 1 kilo de hielo? – quiero saber.
- Pues si cortamos la madera nosotros, fabricamos la caja nosotros; recogemos el hielo nosotros, tendríamos que pagarle 1 de cobre al leñador y 1 de plata al artesano…1 de cobre al recolector de hielo, eso hacen 1 de plata y 2 de cobre. – me comenta el.
- ¿Cuánto costaría mantener a su caballo y un jinete, además de pagarle? – sigo preguntando.
- 3 de cobre al día. – sostiene el.
- Pues lo venderíamos a 2 de plata más el viaje, ganando asi 8 de cobre por kilo de hielo enviado; que varios jinetes hagan publicidad, aquí tenéis para empezar. – digo, dándole 1 moneda de oro; sus ojos se abren de par en par, luego asiente y me hace una reverencia.
- Me encargare de que se haga. – dice Icelberg, retirándose.
Tras eso llega Ward…
Ejercito del Adalid Blanco :
Oficiales: 20
Sub oficiales: 40
Guardias blancos: 200
Total: 260
- ¿Qué os parece? – me pregunta Ward esperanzado.
- Esta bien, pero no es suficiente. – digo preocupado, el frunce el ceño.
- ¿no? – me interroga confuso.
- Se avecina una guerra, necesito que entrenes una milicia; la mitad de los hombres y un tercio de los que quedan para proteger el lugar, cuando requiera de los soldados. – le comunico el asiente.
- ¿y los demás? – me pregunta este, extrañado de que no los quiera a todos.
- Los demás se encarga Icelberg, vamos a levantar la economía de la ciudad del Adalid Blanco; no incordies sus trabajos, ¿entendido? – le pregunto y el asiente nerviosamente.
- Si, entendido; príncipe sir Bradley Hearling el blanco. – me dice, añadiendo un título que me gusta.
- Déjame solo…ah y Ward, estoy confiando en ti; si vuelves a beber y me entero, que lo hare…te expulsare de aquí. – le aviso, él se sorprende de que lo sepa; luego sale de la instancia como si le hubiera pegado y hubiera salido volando, tras eso espero a que lleguen mis amigos.
Al poco Ward llama a mi puerta.
- Adalid blanco, sus amigos han llegado. – me comunica este.
- Déjalos pasar. – le insto, sin decir nada; acariciando mi cabeza, de tanto pensar me duele.
El primero en pasar las puertas es Greck que lo observa todo.
- Saludos amigo, voy a tener que tomar tu ejemplo; cada día eres más poderoso. – comenta el líder de los hombres salvajes, el conde de su clan más al sur.
- Esto es temporal, solo me lo ceden un año. – le comento despreocupadamente.
- Si tú no te presentas al concurso del año que viene. – rechista este, simplemente le sonrío; ignoro si el año que viene vendré o no, no sé ni lo que haré una vez que acabe la guerra.
Tras este entran Apolo y Carl.
- Eh, te queda bien el parche. – le digo a Carl.
- Tuerto o no, sigo siendo más guapo que tú. – ríe este.
- No le queda tan mal, ¿verdad? – suelta Apolo, preocupado.
- Deja de sentirte culpable, zagal. – le palmea la espalda Carl, con tanta fuerza que casi lo tumba.
- Lo intento… - suelta este por lo bajo, pero esta cabizbajo y se le nota.
Argos entra solo, seguido de Kat portando a Spike; ayudándole desde el hombro y las costillas, Spike parece contento.
- ¿Cómo estáis vosotros? – pregunto, aunque por la cara de Kat; sí que se siente en deuda con Spike, este está encantado con sus atenciones.
- Yo bien, aun no me han herido. – comenta Argos, tan tranquilo.
- Bien jodido, pero tú sabes no me quejo; soy un héroe muy valiente, asi que merezco que me cuiden. – suelta Spike, demostrándome que lo que intenta es llamar la atención.
- Vale héroe valiente, ten cuidado la próxima vez. – le aconsejo y este asiente, despreocupado.
- Ya te dije que no te movieras asi, aun estas convaleciente. – le riñe Kat, hartamente preocupada.
- ¡Papa! – grita Rojo, tirándose a mis brazos; saliendo de detrás de Spike y Kat, se quedó con ellos para que yo organizara todo aquí.
Impaciente Spike, pregunta.
- Bueno, ¿Cuándo nos vamos?
- Cuando podáis viajar – sopeso, ligeramente preocupado.
- Ya podemos viajar. – comenta el, ganándose una mala mirada de Kat; que la ignora.
- Está bien, Ward; prepáranos unos caballos. – ordeno, el desde fuera sin entrar responde.
- ¡ahora mismo!
- Pero… ¿adónde vamos? – pregunta Carl, entonces rebusco en mi mochila y veo la última carta; que me queda por entregar.
- Vamos a Wathead – suelta Apolo, a la misma vez que leo el mismo nombre en la carta.
- ¿Cómo lo sabes? – le pregunto, sorprendido.
- Es la última ciudad del norte, que nos queda por visitar; aunque algunos dirían que es más central o el sur del norte – comenta, mirando el mapa; se nota que la geografía se le da bien.
- La reina de los caballos – comenta Greck, no sé si asustado o preocupado.
- Vamos, pongámonos en marcha; antes de que me acomode aquí y no nos vayamos en un año. – suelto, haciendo reír a todos.
Al bajar veo que Ward a preparado caballos normales para mis amigos, pero que sigo teniendo la montura especial que me dieron en Nera Blanca; entonces le pregunto a este.
- ¿Ward, no deberíamos devolver ese caballo a Nera Blanca? – le pregunto, el niega con la cabeza.
- Lo que el Adalid Blanco toma, es suyo para siempre. – contesta este con orgullo.
- Ah, me gusta. – sopeso, repensándome si venir de nuevo el año que viene.
- El año que viene déjame el título a mí. – me pide Spike.
- Eh…no. – rechazo, haciendo que este se moleste; mientras más jaleo hace Spike, más se ríen los demás.
Por el camino, durante 5 días; vemos como el clima se va trasformando, de ser un clima frio y húmedo a la par que nevado…primero se va volviendo más seco, luego menos frio; luego poco a poco la nieve va menguando, hasta que nos tenemos que quitar la ropa invernal porque ya hace calor para ella. En esos 5 días, vamos entrenando; a mi Rojo me insiste como loco, asi que sin dejar de lado mi otro entrenamiento también entreno como meditar algo que es por lo visto imposible para mí.
Cuando deja de haber nieve, bajamos la última montaña; llegamos a un llano árido y este se transforma en pradera, nos recibe una caballería y rodea en círculo con sus lanzas al frente. Nosotros sacamos nuestras armas y nos ponemos en un círculo defensivo interior; contra el circulo ofensivo exterior, todos son jinetes con armadura.
- ¿Qué os trae a Wathead en estos tiempos tan revoltosos? – me pregunta una voz tras ellos.
- Soy el príncipe de Rodernack, Sir Bradley Hearling de pueblo Besolla; el Adalid blanco de Nera Blanca y, amo y amante de dragones. – me presento, causando estupor entre las filas enemigas.
- ¡Demostradlo! – ordena la voz.
- Dadme un momento - Enseño mis títulos de Rodernack, enfundo filo negro y desenfundo la espada Hearling; desenfundo con la otra mano la espada blanca, mientras los miro.
- ¿y la última parte? Amo y amante de dragones, quiero decir. – sopesa la voz de nuevo.
Rojo salta entre todas nuestras cabezas, haciendo retroceder a los enemigos por la sorpresa inicial de que un niño; se transformara en un dragón pequeño, este ruje sobre mi cabeza.
- Ahora presentaos y bajad las armas. – ordeno, todos los soldados se miran entre si preocupados; pensando si tienen que hacerme caso o no, esperando una orden de su superior.
- Bajad las armas y abrid paso. – ordena la voz, los jinetes bajan las lanzas y se apartan hacia un lado; abriendo el círculo, para que un tipo montado en un caballo como el mío se acerque a nosotros.
- ¿asi recibís en Wathead a los amigos? – les pregunto incómodo, enfundando mis armas; mientras mis amigos hacen lo mismo.
- Disculpad, hoy día no se sabe quién es amigo o enemigo. ¿venís a pedir que nos unamos a la coalición? – me pregunta, tras disculparse.
- ¿con quién tengo el placer de hablar? – le pregunto, ya que no se ha presentado.
- Con Harold XII, príncipe de Wathead; solo que en mi reino, solo mandan las mujeres y yo solo dirijo un pequeño batallón de hombres. – me confiesa, al fin. - ¿venís a eso? – me pregunta.
- Venimos a pedir tropas para la coalición. – asiento, ahora que se con quién hablo.
- Ni lo intentéis, mi madre la reina; ve la coalición como un intento pacifico de unir el norte, en un solo reino. – me explica para tratar de convencerme.
- Te agradezco tu consejo, pero debo ir igualmente; sino lo hacemos, todo el norte caerá por el rey del sur. – le cuento lo que va a pasar sino actuamos.
- Id entonces, pero será inútil y si queréis otro consejo; que hable ella, tiene más oportunidades de que mi madre la tome en serio. – señala a Kat, esta mira a su alrededor ligeramente intimidada; luego me mira a mí.
- ¿te sientes preparada para hablar? – le pregunto y ella asiente.
- Está bien, hablare yo. – dice Kat, sorprendiéndome a mí y a todos.
- ¿nos escoltáis? – le pregunto a Harold y sus jinetes.
- Me gustaría pero no puedo, mis órdenes son proteger el norte; aunque el enemigo venga del sur, no puedo ir al sur para combatirlo sin recibir órdenes. – me confiesa que tiene las manos atadas. – de todas formas la ciudad dorada de Wathead está en un valle más al sur, donde no corre el viento; sobre un monte, confiriéndonos una ventaja estratégica ante cualquier ataque con nuestros caballos. – me comenta Harold.
- Gracias Harold, nos vemos; entonces. – me despido y me marcho, mis amigos nos siguen; por ultimo Kat y él se miran, esta le hace con el dedo una señal de que guarde silencio y se marcha.
- Buena suerte, Katney Watheana II – nos desea en silencio.
Seguimos el resto del camino llegando a Wathead por la noche, es una ciudad con una muralla de madera; dentro sus casas están construidas a diferentes niveles de altura en roca para las paredes y paja para los tejados, por ultimo un castillo construido en roca solamente y en el medio del pueblo hay como un hipódromo abierto.
En la puerta nos detienen un par de guardias femeninas.
- ¡Alto! ¿Quién va?
- Soy el príncipe de Rodernack, sir Bradley Hearling de pueblo Besolla; el adalid blanco de Nera blanca, amo y amante de dragones. – le digo al guardia, que me mira perplejo.
- Que trabalenguas. – comenta esta.
- ¡Cállate y ve a buscar a la superiora! – riñe la otra, mientras nos apunta con la lanza.
- Vaya soldados mujeres, que excitante. – suelta Spike.
- Gmmm – gruñe esta.
- Spike, no ayudas. – le riñe Carl.
- Lo siento. – ríe este despreocupado.
- Sí que impresiona ver una mujer tan impresionante. – dice Apolo, lo que sí parece agradar a la muchacha.
- En mi tribu no hay apenas mujeres, que lastima. – comenta el conde, ella lo mira extrañada.
- … - Argos y la muchacha se miden en silencio.
Mientras esperamos allí, las pocas guardias que hay de guardia en las murallas; están cuchicheando sobre nosotros, en las alturas y apuntándonos con sus lanzas.
Poco después viene la superiora, una guerrera con un par de espadas; cosa que me llama la atención, su armadura esta bañada en plata.
- ¿Quién sois y que queréis? – pregunta jadeante la superiora.
- Soy el príncipe de Rodernack, sir Bradley Hearling de pueblo Besolla; el adalid blanco de Nera blanca, amo y amante de dragones. – me presento. – quiero ver a tu reina, para negociar; vengo aquí por orden superior del consejo de Besolla, no puede negarse a recibirme. – le enseño la carta, ella me mira mal como si fuera el tipo más despreciable de la tierra; mira con repugnancia la carta, luego mira a Kat.
- Dejadlos pasar y que los escolten a la posada, ella hablara con la reina. – sopesa la superiora, los chicos van a protestar; cuando levanto la mano, asiento para que vea que estoy de acuerdo.
- Kat, ve y trasmite el mensaje. – le pido con amabilidad.
- No le habléis con tanta confianza. – hostiga la superiora.
- ¡hablare a mi amiga como me de la santa gana, ¿entendiste!? – le grito a la superiora en la cara, su cara se descompone; todas las guardias nos apuntan con sus lanzas, entonces agarro el mango de mi espada. – ordena a tus mujeres, que bajen sus lanzas o las pierden. – amenazo, ella me mira con odio; con rencor, con asco pero mira mi gesto amenazante y la carta que Kat tiene en sus manos.
- Bajad las lanzas, escoltadlos. – ordena dándonos la espalda con un gesto de pocos amigos.
Sus guardias todavía tardan unos segundos en bajar las lanzas tan atónitas como mis amigos ante la escena, poco después de la muralla bajan 4 mujeres de mala gana que nos guían hasta la posada más pija del lugar.
- Aquí estaréis seguros y cómodos. – dice una de las guardias. – si necesitáis algo, no salgáis; dejare un par de guardias aquí afuera, para vuestra protección. – comenta, casi con asco también.
- Querrás decir para vuestra vigilancia. – la corrijo, sacándola de quicio; ella tose.
- Hombre, no pongáis palabras en mi boca; que no dije. – me contesta sin respeto alguno.
- No olvidéis con quien estáis hablando, yo no soy hombre; soy príncipe, noble y Adalid. – la vuelvo a corregir, ella se frustra aún más.
- Aquí no sois nada. – escupe con asco.
- Tenéis suerte, soy una nada; que puedo matarte en 6 segundos sin tener a cambio problema alguno, pero no lo hare. – le digo entrando en la taberna.
- ¿es una amenaza? – me pregunta.
- Un aviso. – le contesto, mirándola mal; por última vez, antes de entrar.
Una vez entramos en la taberna, vemos que la mayoría son hombres; incluso el tabernero es un hombre, todos me miran sorprendidos por cómo le he hablado a la oficial e incluso mis amigos.
- ¡¿estás loco?! – grita Carl temeroso de las consecuencias
- Un poco, no he llegado tan lejos para permitir que dos niñatas; me hablen mal, solo por ser hombre. – rechisto cabreado, dejando perplejo a este; pero los tipos de dentro me miran con admiración, incluso alguno de mis compañeros.
- Yo de mayor quiero ser como tú, Brad. – suelta Spike, haciéndonos reír.
- ¡¿No va el tío y le grita a la superiora en la cara?! – grita Apolo.
- Sin duda habéis puesto a esas dos mujeres en su sitio. – comenta Greck.
- Estoy contigo, si se ponen tontas; las derrotamos en unos segundos. – argumenta Argos.
- Papa, eres el mejor. – felicita Rojo, sonriendo.
- Gracias hijo, odio este sitio; cuanto antes nos larguemos de aquí mejor. – suelto, haciendo reír a mis amigos; los tipos se miran entre sí en la taberna. – y que conste no ha sido porque sean mujeres, eso me parece bien; ha sido porque me han tratado mal, sin venir a cuento. – les explico a todos los de la taberna, que me miran perplejos; algunos desilusionados, como si necesitaran que fuera contra las mujeres.
Al poco entra un batallón de mujeres para poner orden, ya que estamos contándolo a gritos; pero no nos intimidan, asi que seguimos haciéndolo y estas nos miran como si quisieran matarnos…que lo intenten, no tienen autoridad para detenerme y lo saben; no si no ataco yo primero y no sin causar una guerra, asi que aunque fuera de sí mismas pero se aguantan por ahora…sin embargo los tipos de la taberna están temblando, miran hacia abajo y no levantan la cabeza para nada; ni para beber o comer, están todos en silencio y solo se nos escucha a nosotros.