Espada II: Gladius Regis Capítulo 14

Entre todos se encargan de la vendetta de los asesinos dorados, luego Asher por algún motivo se marcha satisfecho; el gran sabio blanco interroga a Bradley y este ha descubierto otro poder de la Gladius por voluntad de la propia espada...luego conoce las tierras blancas del Adalid blanco.

Serie La espada II

Gladius Regis

Capítulo 14. Las tierras blancas

Asher y yo estamos espalda contra espalda rodeados de 20 asesinos dorados, mis amigos tienen una decena de asesinos a su alrededor; el sabio blanco y sus guardias blancos están rodeados de al menos 30, el resto de guardias se están enfrentando a 100 asesinos al menos.

-      Hola ¿te acuerdas de mí? – me pregunta papa dorado, mientras sus hombres nos atacan; entre Asher y yo repelimos los ataques, gracias a él no nos hieren.

-      ¿papa dorado? – le pregunto, mientras le corto el cuello a uno de sus asesinos; Asher expulsa aire de sus pulmones, que hace rodar a otros dos que pretendían herirme, mientras aleja a tres con su espada de energía.

-      ¡El mismo! Has matado a mis hombres, has herido a Juggernaut dos veces; hasta has atacado mi escondrijo, esa desfachatez no puedo perdonártela y veo que no tienes tu espada. – ríe divertido, observándome.

-      ¿y qué? – le pregunto, esquivando y bloqueando cuchillos envenenados.

-      Que eso significa que hoy, vas a morir. – suelta desenfundando su espada negra, con boquetes dentro; para hacer que te entre aire en las heridas, provocando daños mayores.

Atizo un puñetazo a uno, bloqueo cuchillos venenosos; uno intenta cortarme pero mi armadura lo para y otro me atiza un puñetazo, pero no puedo retroceder porque estoy espalda con espalda con Asher. Por su lado Asher se está encargando de tantos como yo, pero parece irle mejor que a mí por lo visto; sin duda este tipo es fuerte, muy fuerte.

Choco la Gladius contra la espada de este tipo, sin descuidarme de un cuchillo con el que me quiere rajar; bloqueando y esquivando cuchillos de sus hombres, le pego una patada y un cabezazo a dos más que se acercan para apoyarle.

-      ¿te gusto mi regalo? Ya que tu quisiste hacerme un regalo nupcial, yo te hice un regalo demostrándote mi cariño. – le digo, chocando nuestras espadas una y otra vez; intentando conseguir tajos en el otro, pero es inútil son demasiados.

-      Hijo de puta – me increpa, comete un par de errores por la furia y le hago dos tajos superficiales; pero es muy ágil, ha esquivado la peor parte.

-      Te equivocas, soy hijo de labrador; no de puta. – le contesto, para sacarlo de quicio; comete otro error, le corto algunos pelos de la cabeza.

-      Deja de jugar con el enemigo – suelta Asher, cabreado; con una pirueta cambiamos de lugar, ahora él lucha contra papa dorado y sus hombres…mientras yo me encargo contra sus hombres.

-      Aparta gusano, no tengo nada contra ti. – le comenta papa dorado, intentando matarle; consigue rozarle, pero Asher también lo hiere a él y no lo mata porque prácticamente esquivo el corte. - ¡malditas espadas mágicas!

Estoy siendo presionado por sus hombres, cansado de eso; señalo a los asesinos dorados con la espada, ellos se miran extrañados.

-      ¡Os lo regalo! – suelto, hago un corte en el aire; del aire sale una puerta y la puerta, sale un oso gigante blanco que ataca a los asesinos dorados que por sorpresa caen algunos en sus garras.

-      Podrías haber sacado ese oso antes. – se queja Asher.

-      No sabía hacerlo, la espada me dijo como. – le confieso, dejando a Asher perplejo; momento que usa papa dorado para herirle con el cuchillo y a cambio, Asher le corta un brazo a este.

Los asesinos dorados que estaban acorralando al sabio blanco y sus guardias blancos con algunas bajas, que tenían a la guardia de la ciudad en sus manos casi sin bajas; mis compañeros los mantenían a raya, los guerreros que participaron en el concurso salieron a ayudar y estaban haciendo retroceder a los asesinos dorados. Pero todos los asesinos dorados al ver a papa dorado, huyen de sus posiciones para venir a ayudarlo; cuando lo agarran a este, mira tanto a Asher como a mí con rabia.

-      Volveremos a vernos y tu morirás. – sentencia, tras eso; no queda ni rastro de ellos, salvo por los cadáveres propios y ajenos que dejan detrás.

Gracias a la guardia de la ciudad casi no han muerto civiles, pero a cambio esta quedo muy perjudicada; Asher tiene heridas de cierta consideración y me sorprende, pues parecía intocable cuando luchaba conmigo. Por mi lado solo tengo heridas leves, mis compañeros están como yo; saben luchar juntos y mantener al enemigo a raya, para variar el peor parado es Spike pero ya lo están curando. El sabio blanco y los terratenientes cercanos están bien, gracias a la guardia blanca; pero lo han pagado con la vida de algunos de sus efectivos, sin mediar palabra Asher empieza a marcharse.

-      Asher, ¿adónde vas? – le pregunto extrañado.

-      Me marcho, ya he cumplido aquí. – sentencia, pero el sabio blanco al verlo marchar; también trata de detenerlo.

-      Señor Asher, aún queda el final del concurso; quédese y acabémoslo.

-      Me rindo, el año que viene lo intentare de nuevo; no te relajes, el año que viene te veré de nuevo. – se rinde y luego me avisa, esto no es un adiós; es un hasta luego, me alegro porque quiero batirme con el de nuevo y ver si puedo ganarle.

El sabio blanco muy a disgusto, para calmar los ánimos de la gente da un discurso; luego no le queda otra que declararme campeón o como lo llaman aquí, Adalid blanco.

-      Lamentamos mucho este incidente, jamás una organización criminal había organizado un ataque tan descarado como organizado en nuestras tierras; pero os prometo que esto no quedara asi, cualquiera de esa misma organización que pase por nuestras tierras lo pagará con su vida…si encontramos su escondrijo, mandaremos un ataque tan brutal; que acabe con su misma existencia, este ataque sin duda será vengado. – le dice a su gente el sabio blanco, la gente le vitorea; satisfechos con sus palabras, porque sienten que a este le importan. – la guardia de la ciudad será condecorada, las familias que perdieron a alguien recompensadas; pero estos hombres han demostrado ser de total confianza, enfrentar a la muerte por su gente. – añade el hombre sabio, ganándose también el respeto de la guardia y de las familias que han perdido a alguien en la guardia. – Gracias a la guardia blanca sin duda la gente importante de la zona están con vida, estos serán recompensados por esa gente; a la que tanto protegió, incluido yo mismo. – comenta, por último se centra en mí y el concurso. – lamento que el concurso acabe aquí, sin duda todos tenemos en mente un ganador; no le regalo el premio, él se lo ha ganado luchando contra el líder de estos criminales y asi os presento al nuevo Adalid blanco…el príncipe Sir Bradley Hearling, pero sin duda todos los participantes y sus amigos; merecen una mención especial, por eso todos serán tratados por el médico del consejo y están invitados a una cena esta noche.

La gente se vuelve loca, conforme el sabio va hablando; va encandilando a la gente, a mí me mira de forma extraña y eso me preocupa.

-      Príncipe Sir Bradley Hearling el Adalid blanco, puedes ver a tus amigos; más tarde ven al palacio, tengo que hablar contigo y enseñarte tus tierras. – me pide el gran sabio, la gente me vitorea ahora a mí.

Como dijo este, ya todos han olvidado lo que paso ayer; solo recuerdan mis nuevas hazañas, el concurso y luchar contra el líder de los criminales.

Paso a ver a mis amigos, Argos solo tiene dañada la armadura; este tipo es impenetrable, Carl ha perdido un ojo pero sigue vivo es un tipo duro. Apolo, Greck y Kat no tienen más que rasguños; Rojo tiene rozaduras en sus escamas es difícil penetrar la piel de dragón con metal normal, Spike casi lo cortan por la mitad.

-      ¿estáis bien? – pregunto a todos, sobre todo preocupado por Carl y Spike.

-      Tuerto, pero vivo. – bromea Carl, quejándose mientras lo trata el médico.

-      ¿Qué duele más, la mano o el ojo? – le pregunta Spike, quejándose mientras lo curan a él también; con infinidad de pociones extrañas, pero parece doler bastante.

-      La mano – dice Carl, entre alaridos.

-      Ya está, no es para tanto. – suelta el médico, quitándole importancia.

-      Carl me salvo. – suelta Apolo. – cometí un error y – empieza a decir, pero Argos le interrumpe.

-      No te machaques, él sabía que podía evitar tu muerte; porque si ese tajo te impactaba hubieras muerto, pero el míralo está vivo. – suelta Argos, alejándose; tras animar a Apolo.

-      ¿y que le paso a Spike? – pregunto, extrañado.

-      Se lanzó como loco al combate, iba bien; hasta que salió un asesino de las sombras… - comenta Greck, ya que Spike se desmayó del dolor y él no puede contarlo.

-      Entonces tuvo que decidir si matarlo o salvarme y me salvo. – cuenta Kat, con cara de lastima y de susto.

-      Me alegro de que lo hiciera, somos un grupo de jodidos héroes. – mascullo, abrazando con fuerza a Kat.

-      Ve a recoger tu premio, yo los cuido. – me promete Greck.

-      ¡Papa! ¿puedo ir contigo? – me pide Rojo.

-      Vale, cuando os curen; que os manden directos a mis tierras. – les digo a todos, estos asienten; entonces directos al palacio blanco, nos ponemos a conversar.

Rojo va subido en mi hombro como un niño más.

-      ¿tú me enseñaste algo mientras combatía? – le pregunto al cabo de un rato.

-      Sí, no quería que perdieras; no podías perder. – ratifica Rojo.

-      ¿ah no? ¿y eso por qué? – le pregunto atónito.

-      Si pierdes van a pasar cosas horribles. – confiesa Rojo, lo miro extrañado.

-      ¿Cómo lo sabes? – le interrogo, pero él se encoge de hombros; con mirada agridulce.

-      No sé cómo lo sé, simplemente lo sé.

Tras eso se hizo el silencio entre los dos, de reojo mire a mi destrozado grupo; me he acostumbrado demasiado a no perder a nadie, solo pensar en perder a alguno me nubla la razón.

Asi que debo mentalizarme, el camino del guerrero; sin duda está lleno de muerte, ningún héroe salva a nadie sin perder nada en el camino.

Y de repente tengo un mal presentimiento, sé que voy a perder a alguien; me pregunto a quién perderé, no quiero perder a nadie...al menos no de mis cercanos.

Entro en el palacio blanco, esta vez sin restricción alguna; como pedro por su casa, todos me hacen una reverencia al pasar y dicen:

-      ¡Adalid blanco! – para mostrarme sus respetos y para anunciarme a los siguientes guardias que voy de camino.

Una vez estoy en la sala del sabio blanco, este me hace una reverencia.

-      Adalid blanco, gracias por su visita; antes de comenzar la ceremonia, quiero preguntaros algo. – dice con la mirada fija puesta en mí.

-      Padre, quiere saber si los asesinos venían por ti. – me dice Rojo en mi mente.

-      Adelante preguntad. – le hago una reverencia al sabio blanco. – No voy a mentirle. – pienso para que Rojo me escuche.

-      Quizás deberíais – sopesa Rojo.

-      ¿esos asesinos te buscaban a ti? – me pregunta directamente y sus ojos están fijos, pero tiemblan; su boca se mueve compulsivamente.

-      No voy a mentirle. – vuelvo a decir en mi mente. – Si – afirmo, sin explicarme.

-      ¿no vais a darme una explicación? – me pregunta, como si se la debiera.

-      Me habláis como si pensarais que yo los invite a la fiesta, ellos me han atacado a mí; porque todas las tropas del norte, van a estar bajo mi poder y es el rey del sur el que quiere acabar con mi vida. – le explico, obviamente acorto la historia; quitando mucho relleno de esta, hay cosas que no son importantes que él las sepa.

-      ¿y no me podríais haber avisado? – me pregunta molesto, como si pensara que yo soy un adivino; que sabía que esto pasaría.

-      Mande un ataque contra ellos, pensé que el ataque triunfaría; por eso no esperaba que siguieran con vida, imaginad entonces si sabía que atacarían y cuando. – le argumento, para que entienda la situación.

-      ¿entonces sabéis donde está su guarida? – me pregunta, con cierta esperanza en su mirada.

-      Desde Rodernack atacamos su guarida principal, tras ese golpe y esta derrota; habrán huido a refugiarse en otra parte, lo lamento pero no pillaremos a esas ratas hoy. – le dejo caer lo que opino.

-      ¿y cuando las pillaremos? – me pregunta, nervioso; sabe que no le queda mucho de vida por su avanzada edad y le gustaría cumplir su promesa, para con su pueblo.

-      Cuando vuelvan a atacarme, porque lo harán. – sentencio y el asiente.

-      Arrodillaos, voy a nombraros Adalid blanco; daros vuestro título de terrateniente y otorgaros vuestras tierras blancas, daros prisa hoy estoy agotado. – me pide, en sus ojos se le nota el cansancio; estar agitado no le viene bien en absoluto, él se conoce ya.

Me acerco hasta el, me arrodillo; Rojo se baja de mi hombro y se pone a mi lado, el sabio blanco se dispone a nombrarme.

-      Traedme la espada, el escudo; el emblema y la corona, bendecidlo mientras. – les pide a dos sacerdotes blancos, que empiezan a echarme bendiciones; en lenguas muertas, que desconozco.

Un soldado le trae un espadón blanco, literalmente parece una espada metida en pintura; tan blanca que mirarla cuando le da el sol, daña los ojos. Este pasa la espada por mis hombros diciendo:

-      Por el poder que me confiere Nera Blanca como gran sabio blanco, tras haber ganado el concurso legalmente para ser el Adalid blanco; yo os nombro Adalid blanco, protector y cuidador de nuestra ciudad y sus gentes. – tras decir esto, me entrega la espada; que se une a mi extensa colección de espadas, luego agarra el escudo que le acerca otro sacerdote. – os hago entrega de este escudo sagrado, que simboliza que el fuerte protege al débil; que él mayor cuida del pequeño, que tendréis que proteger a terratenientes y ciudadanos por igual. – suelta, mientras me entrega el escudo; lo agarro con la mano, hasta saber qué hacer con él.

El obispo trae la corona, mientras canta en la misma lengua muerta con cierta musicalidad; anda bastante lento y pomposo, el anciano lo espera pacientemente…una vez llega, el obispo hace una reverencia; el gran sabio blanco agarra la corona con las manos temblorosas, luego se gira hacia mí.

-      Os entrego la corona blanca, cuando el sabio blanco muere; hay unos días de caos, en los que el Adalid blanco es el único que puede evitar que pasen cosas que no deben ocurrir. – comenta, en mi oído; antes de colocarme la corona blanca, empiezo a arrepentirme de tomar este honor…pues pienso que con lo ocupado que ya estoy, esto solo me va a traer más problemas en el futuro; suerte que este honor solo dura 1 año, más que suficiente.

Por ultimo viene un paje a la carrera, que tropieza y tira un emblema; de una corona, un escudo y una espada blanca…el sabio lo mira fatal, va a agacharse pero lo hago antes yo; se lo tiendo en mi mano, el sabio tan solo cierra mi mano.

-      Con este emblema, nadie tendrá problemas para atravesar nuestras tierras; el que lo tenga puede hablar por vos, no se lo deis a cualquiera. – me avisa, de la importancia de este emblema.

-      Ahora es tradición que el sabio blanco enseñe las tierras al nuevo Adalid, pero me vais a perdonar; necesito acostarme ya, ordenare que os acompañen ahora. – dice, empezando a retirarse; los monjes hacen una reverencia y se marchan, el obispo va bajando su voz y rodeándome echándome incienso a mi alrededor.

-      ¿podría llevarme Ward? – pregunto, el gran sabio blanco se atraganta.

-      ¿para que queréis a ese desgraciado? – me pregunta.

-      Necesito a alguien de confianza al que dejar aquí, que conozca bien a su gente y las tierras; mientras yo no este. – le explico y el resopla, como si él hubiera querido que ganara el titulo; para expulsar a Ward, definitivamente.

-      Ward no es de confianza. – rechista el viejo.

-      Es posible, pero quiero darle una oportunidad. – rebato, el asiente frustrado; mira hacia arriba, para luego dar la orden.

-      Buscad y traer a Ward aquí. – ordena el gran sabio blanco, saliendo de la estancia como un tren; para lo viejo que esta, se mueve rápido.

-      ¿conocéis la historia de Ward? – me pregunta el obispo, analizándome.

-      Perfectamente, pero creo que está en camino de redimirse. – opino, el obispo suspira.

-      Ese hombre, ya no tiene redención. – comenta, pero lo ignoro; no quiero consejos de un tipo que no sabe nada de la vida mundana, solo de la vida espiritual. - ¿me habéis oído? – pregunta al rato, al ver que no le contesto.

-      Perfectamente. – añado, al ver que no respondo más; se siente incómodo.

-      Si me disculpáis, tengo algunos quehaceres. – me dice, con una reverencia.

-      Marchad. – le doy permiso y espero a Ward.

Al cabo de un rato, Ward viene escoltado por 2 guardias blancos.

-      ¿me llamabais Adalid? – dice haciendo una reverencia.

-      General blanco, escóltame hasta mis tierras; enséñamelas y reúne a mi ejército. – le ordeno, dejándolo perplejo.

-      ¿General Blanco? – pregunta, como si no entendiera.

-      ¿Qué parte no ha entendido, General Blanco? – le pregunto, él y los soldados se miran; al poco hincha el pecho como un pavo real.

-      ¡Ninguna, señor! Sígame, iremos en caballo; preparad el caballo del Adalid blanco y el mío. – ordena este a los guardias blancos, que lo miran con molestia; pero corren a cumplir su mandato, mirándome a mí que asiento con la cabeza.

Tras 2 horas montados a caballo, llegamos a una fortaleza blanca; tan blanca como la espada, mirar sus murallas de día daña a los ojos. Dentro hay un pequeño pueblo de un par de calles, es un poco más grande que un feudo convencional; tiene una mansión blanca como la espada y la muralla al fondo, además de una guardia con armaduras tan blancas como la nieve.

La gente se arremolina a nuestro alrededor, no cuento más de cien personas a simple vista; un par de decenas de guardias, todos nos miran confundidos al llegar juntos.

-      ¡¡Saludad al nuevo Adalid Blanco!! – me señala Ward, gritando a pleno pulmón; más gente y guardias salen de las casas, todos se arrodillan ante mí.

Toda duda sobre ser Adalid blanco, acabo aquí; mire a mi alrededor, unas tierras desaprovechadas sin nada más que gente y construcciones.

-      ¿esto es vuestro nuevo hogar, os gusta? – me pregunta Ward, por lo bajo.

-      No está mal, pero lo mejoraremos juntos. – atisbo, mirando las caras de todos; mirando el terreno, la fortaleza y las casas.