Espada II: Gladius Regis Capítulo 11
Brad tiene la reunión con el Gran Sabio Blanco, le entrega la carta del consejo de sabios de Besolla; intercambian posturas, negocian en cierto modo...hasta que esté está cansado para continuar y es que la edad no pasa en balde, tras hablar Brad se adecenta y pide un caballo para ir a buscarlos.
Serie La espada II
Gladius Regis
Capítulo 11. El sabio blanco
Soy escoltado por los soldados y el oficial de guardia, hasta el palacio blanco; toda una obra de artesanía y arquitectura, es un palacio con todo tipo de obras de arte marcadas en hielo y construido en yeso blanco y piedra enana.
Al llegar la entrada y el guardia explicar la situación y enseñar mis credenciales…
- Tú, acompáñanos, tus hombres se quedan fuera. – ordena el guardia blanco, que parece tener más autoridad que el oficial de la guardia normal.
- Síganos su alteza. – me pide amablemente el otro, haciendo una reverencia.
- Gracias… - suelto atónito ante su amabilidad a pesar de que el otro oficial les conto lo que hice.
Avanzamos por un sinfín de pasillos, tan decorados y bonitos que fuera, el palacio es poco confortable; todas sus ventanas están abiertas y hace bastante fresco, pero es lógico no hay otra manera de mantener las esculturas y decoraciones que hay dentro de hielo.
Poco a poco vamos llegando a una zona, más vigilada; más confortable y menos decorada, hasta que llegamos a donde hay un anciano sentado en una sala del trono y a nuestro alrededor 20 ancianos más.
Todos me miran juzgándome, excepto el viejo que está sentado en el trono.
- Señor gran sabio y aprendices. – hace una reverencia el guardia blanco. – sentimos importunarles, este oficial tiene algo que decir respecto a nuestro invitado. – añade el mismo.
- ¿invitado? – pregunta el gran sabio blanco.
- Por favor, preséntate. – me pide el guardia blanco que aún no habló.
- Soy el príncipe de Rodernack, Sir Bradley Hearling; de la espada magna, amo y amante de dragones. – me presento, con unas pintas terribles hago una reverencia y el me mira con mirada afilada.
- Encantado príncipe Bradley y de noble linaje nada menos que de los Hearling, con tres feudos en Besolla. – dice, haciendo una reverencia con su cabeza y demostrando que sabe de mí; los ancianos junto a él parecen impresionados e incluso disgustados, los soldados blancos no parecen sorprenderse sin embargo el oficial normal también se sorprende. - ¿Qué tenéis que contar de nuestro distinguido invitado? – pregunta mirando acusatoriamente a su propio hombre.
- Mi señor uno de sus amigos estaba herido, perdió el control de su fuerza y cargo por delante; llevándose puertas, guardias y ciudadanos por delante…No obstante dijo que se haría cargo de los desperfectos y heridos, se disculpó y arrodillo ante mí y el pueblo; pidiendo perdón, todos los presentes le perdonaron. – cuenta el oficial.
- De acuerdo, ya puede retirarse; de ahora en adelante, seréis la escolta de este hombre hasta que se marche. – ordena el sabio blanco al oficial.
- Sí, señor; con permiso. – dice mirándome de reojo, no parece estar muy contento con el resultado de sus palabras y se retira lentamente.
- Podéis retiraros. – ordena a los guardias blancos y estos lo hacen pero no dicen palabra alguna. – Disculpa a mis hombres, son un poco rudos; perdonad el público, nuestro sistema de mando se basa en los ancianos. El más anciano de todos manda, como los ancianos mueren a menudo; todos deben estar presentes para aprender del anterior y asi, siempre todos nuestros ancianos están preparados para ser el siguiente gran sabio blanco. – me explica, casi sin pestañear; como si la repitiera una y otra vez, cada vez que se reúne con alguien.
- No importa, perdonad mis pintas; no quería presentarme ante vos asi, pero… - empiezo a decir, pero él me interrumpe.
- No hay problema, sé que provenís de un linaje humilde y que no os importa tanto el aspecto; como a otro noble o príncipe cualquiera, podemos hablar asi si os place. – comenta, demostrando que es bastante sabio y que sabe muchas cosas; aunque seguramente no diga muchas.
- Tenéis razón. – acepto, mas cómodo en su presencia.
- Ahora, ¿venís a entregarme una carta; como en Rodernack; verdad? – dice muy tranquilo, como si ya supiera todo sin mí; aun sin hablar.
- Cierto, aquí tenéis la carta. – le respondo, entregando la carta en mano.
- ¿no vais a preguntar cómo lo sabía? – me pregunta y niego con la cabeza. – Es de necios no preguntar cuando se tienen dudas. – replica, intentando ver mi reacción a la provocación.
- Y de tontos preguntar, cuando uno ya sabe lo que tiene que saber. – sonrío y él se ríe. – aguardad mientras el segundo nos lee la carta a los dos. – dice, entregando la carta al más mayor; después de él.
Estimado Gran Sabio Blanco:
Esta carta que le ha entregado Sir Bradley Hearling de la espada magna, es para hacerle una petición y para ofrecerle una alianza temporal; pues pronto empezara una guerra que por separado no tenemos opciones de ganar, pero juntos hay una posibilidad.
Si aceptas nuestra petición has de saber que todo hombre que nos mandes estará bajo el mando del que tienes delante, si te niegas a nuestra petición no abra coalición que detenga al rey del sur; por lo que nadie más que tu protegerá tus tierras de su inmenso ejército, seguramente Nera Blanca y sus maravillas perecerá quedando en el olvido como si nunca hubiera existido.
Como bien sabrás este hombre aun habiendo nacido como labrador de la tierra, tiene una fuerza y capacidad estratégica fuera de lo común; además conoce al supuesto rey del sur, por lo que tenemos la posibilidad de ganar sin problemas. En menos de un año, Sir Bradley se ha convertido en el noble más importante del norte; lo vamos a convertir en comandante general por una razón, solo el actúa con heroicidad y no planea conquistar nada.
Un efusivo saludo y respetuoso del consejo de sabios de Besolla, esperamos noticias favorables de tu sabiduría; Gran sabio blanco.
- Vaya, hablan muy bien de ti; pero no dicen nada de lo de príncipe. – sopesa con sapiencia,
- Esa carta esta desactualizada. – carraspeo, para informarle y él sonríe.
- Ya veo, lamentablemente tras el incidente de hoy; los hombres serán reacios a seguiros, a menos que…mañana empieza la feria blanca y todos los años hay una competición de espadachines. – me informa, alzo una ceja; esperando la respuesta.
- Si ganarais la competición, no creo que nadie tuviera problemas en seguir al Adalid blanco; si bien también podríais añadir ese título a vuestros innumerables títulos que coleccionáis, ¿no os gustaría? – me dice tentándome, cree que soy un ególatra o quizá un egocéntrico; pero quizá me conviene que crea, que lo soy.
- Sin duda, es el mayor honor después de gran sabio blanco en tus tierras; ¿cierto? – le pregunto y el asiente.
- Está bien, participare. – asiento.
- Sera un honor, veros en acción – dice el gran sabio.
- Podéis usar el palacio blanco, instalaros en mis alcobas; vuestros hombres también, todos seréis atendidos según vuestro rango. – me informa un sirviente que sale de detrás del trono, tras una señal del gran sabio blanco casi imperceptible; asi que ya sabían que me dirigía hacia aquí y me estaban esperando, parece...aunque no esperaban digamos, este tipo de entrada.
- Gracias, gran sabio; ¿pero puedo preguntaros, cuantas tropas nos cesaríais? – le pregunto, antes de retirarme.
- La mitad de mis ejércitos. – contesta, haciendo un ademan con su mano; para que me retire, parece cansado.
- Muchas gracias, prometo hacer buen uso de ellas. – digo, siendo guiado por su sirviente; por la infinidad de pasillos, cada vez menos iluminados a la par que menos decorados y bonitos…pero más confortable para vivir.
Una vez salimos de la sala, el sabio es importunado por un comentario de uno de sus aprendices.
- ¿no vais a decirle que hubo muertos en su entrada? – le pregunta el cuarto en la sucesión por edad.
- No, ¿para qué causar dolor? Si podemos evitarlo; ya lo habéis visto es un gran hombre, pero no es perfecto…nadie lo es. – comenta, haciendo callar a ese aprendiz.
- ¿no vais a cobrarle las reparaciones y desperfectos que el mismo causo? – le pregunta el quinto en la sucesión.
- Sí, pero ya se lo dijo el mismo al guardia; para que repetirlo de nuevo y hacerle sentir peor, ya habéis visto su aspecto. – contesta, dejando a todos satisfecho con su respuesta.
El sirviente por el camino, parece animado a hablar conmigo.
- Príncipe me permitís hablar, para amenizaros el camino. – me pregunta, esta pregunta en principio me coge desprevenido y no sé a qué se refiere; pensando un poco, supongo que no es lo mismo hablarle a un noble que a alguien de la realeza.
Si un noble tocando los palillos te puede mandar decapitar, un rey; silbando puede mandar matar a toda tu familia o exigirle a su propio señor que lo haga y si no lo hace ir a la guerra para al ganar hacerlo el mismo.
- Claro, hablad. – le permito sin problema, con una afable sonrisa despreocupada; pero aun con unas pintas terribles.
- Tenéis suerte si vais a participar al concurso de espadachines, hace unos años venia uno que era imbatible; no recuerdo su nombre, pero siempre vencía a sus oponentes desarmándoles en pocos movimientos. – me argumenta, no muy lleno de conocimiento; pero si de cosas vividas.
- ¿de la rose? – le pregunto, él lo piensa un momento.
- Es posible, aunque no me quede con su nombre; pero gano más de 10 años seguidos, hasta que simplemente dejo de venir…creo que se aburrió de ganar siempre. – suelta riéndose el mismo de sus palabras.
- Entonces yo soy su mejor discípulo – digo, dejándolo perplejo.
- ¡No me digáis! – dice emocionado. – entonces tenéis el concurso ganado, aunque debéis tener cuidado; cada vez vienen gente de peor calaña, que hace cualquier cosa para ganar el título y vivir del privilegio todo el año. – juzga soltando una información que desconocía.
- ¿privilegio? – le pregunto, intentando saber más.
- Un Adalid no adquiere solo el título, sino que es lo más parecido a un terrateniente aquí o un noble en otros lugares; tiene sus tierras, tiene sus soldados…pero todo eso dura solamente un año si no apareces para defender el puesto o pierdes el año que viene, no te quedara nada; salvo el año en el que en lugar de pagar impuestos, ganaste dinero. – ríe divertido, diciéndome algo importante; a parte de las tropas que él me envíe, tendré las mías propias en este lugar.
- ¿Quién es el último campeón? – interrogo, con curiosidad; quizá no aparezca o quizá si, quien sabe.
- Ward, era bueno; pero desde que gano los últimos dos años, se ha vuelto un borracho y ha empeorado probablemente. – suelta, desalentándome; ya que quería alguna pelea emocionante.
- Vaya, que lastima; ¿Qué sabes de él? – pregunto, lleno de curiosidad.
- Era el antiguo general de los guardias blancos, intento un golpe de estado y por eso fue despojado de sus rangos; expulsado como guardia blanco, se le ofreció un puesto en el ejército normal pero lo rechazo y entonces gano el torneo…todos pensaban que lo volvería a intentar con las tropas del Adalid blanco, pero no lo hizo; sin embargo se ha vuelto un borracho, que apenas cuida sus tierras. – me comenta los rumores que ha oído.
- ¿Cuál es la diferencia, entre los guardias blancos y los guardias? – le pregunto, ya que he notado que los primeros; son muy superiores a los otros.
- Los guardias blancos son los guardias del sabio y sus aprendices, los guardias son los guardias del pueblo; los primeros son los hijos terceros de los terratenientes o del clero, son gente importante y los otros son gente del pueblo llano o que no han superado las duras pruebas de los guardias blancos. – me explica, dando finalizada la charla. – señor, ya hemos llegado a su habitación; esta es la segunda mejor del palacio, como se me ordeno es para usted. – me anuncia, antes de empezar a marcharse.
- ¿Puedo pediros dos cosas, antes de que os marchéis? – le pregunto con educación, él se da la vuelta; hace una reverencia y asiente.
- Estoy aquí para serviros, señor. – me anuncia, esperando oír mis pedidos.
- Necesito un caballo para ir a buscar a mis hombres y, luego del pueblo traerán a un amigo que está herido; ¿podríais recibirlo y darle la tercera mejor habitación del palacio? – le pregunto y este asiente.
- El caballo estará abajo cuando usted se asee y no hay problema, recibiré a su amigo en persona; no se preocupe, enviaremos a nuestros mejores médicos para tratarle y asegurar su condición. – me promete, dejándome más tranquilo.
- Gracias. – le agradezco, él se queda atónito; parece no estar acostumbrado a que alguien de mi condición, le agradezca nada.
- De nada, señor.
Entro en la habitación, lavo mi ropa; me baño yo, me pongo mi ropa más humilde y dejando que la ropa se seque en el cuarto voy a buscar el caballo para buscar a mis amigos.
Una vez llego abajo, me espera un caballo blanco entero; cuando lo toco, un guardia viene a echarme confundiéndome con un pueblerino.
- ¡Oye tú! No toques ese gran caballo, es para un príncipe; no para ti. – me dice el tipo.
- ¿Por qué es un gran caballo? – le pregunto, sorprendido.
- ¿y a ti que te importa? – me contesta con grosería.
- Porque resulta que yo soy el príncipe. – le replico, dejándolo dudándolo.
- ¿Qué? ¿vestido asi? ¡No lo creo! – grita este, dubitativo; pero casi convencido de sus palabras.
- Príncipe Bradley Hearling, ¿el gran caballo, es de vuestro gusto? – pregunta el sirviente de antes, que pasa por allí.
- Sí, me gusta; pero intentaba descubrir porque lo llamáis gran caballo. – digo acariciando a la bestia, que reacciona a mis caricias resoplando; el guardia sigue ahí totalmente perplejo.
- Señor príncipe, os ruego me disculpe. – suelta, arrodillándose delante de mí y del sirviente; que sonríe, parece que había escuchado toda la conversación por lo visto.
- Es un gran caballo, porque tiene aunque sea una pequeña parte del primer linaje de los caballos; como sabéis ese linaje es el mejor, en todas las razas. – Me explica, dejándome sorprendido con el caballo; ahora estoy deseando probarlo.
- Gracias por vuestra explicación. – digo, añadiendo al guardia; como si no hubiera pasado nada, este se muestra extrañado igual que el sirviente la primera vez.
Me monto al caballo, que relincha; se pone a dos patas y empieza a correr, la gente abre paso en las calles al verme llegar e intento no arrollar a nadie aunque me dificulta mi limitado conocimiento de los caballos y el fuerte carácter de este.
Una vez que atravieso las puertas, compruebo que este caballo es el doble de rápido que uno normal; que no se cansa tan rápido como uno normal, también que es difícil de controlar más que uno normal y es que es tan rebelde como yo.
Sin comerlo y sin beberlo, me lleva hasta un sendero que llega hasta un campamento; que en estos instantes está siendo atacado por bandidos, posiblemente de Rodernack.
Interrumpo en medio de la batalla con el caballo, que salta por encima de las llamas; da una coz a un bandido en el pecho y lo tira a la hoguera. Desenfundo la espada de huesos, para rodearme de fuego; todos los bandidos dan un paso atrás, mientras los defensores se quedan quietos también observando la escena.
- ¿Quién os comanda? – pregunto a estos, que se miran entre ellos.
- ¡Como príncipe de Rodernack os ordeno que me digáis quien os comanda! – grito, todos se ponen de rodillas; excepto uno, que da un paso hacia delante.
- Yo, mi señor; sigo ordenes de Pertal III. – me comunica, admitiendo lo que sospechaba.
- Volver a Rodernack, dejad a estar gente; son ordenes de vuestro príncipe y futuro rey. – comento, ellos se quedan perplejos.
- Pero señor, tenemos órdenes del rey. – rebate el tipo.
- Está bien, cuando yo mande te colgare; mejor os colgare a todos. – suelto, asustando a todos.
- Obedeceremos señor, pero le diremos al rey lo sucedido. – me comunica, para amedrentarme.
- Decidle de mi parte, que si sigue en el bandidaje; yo mismo le cortare la cabeza. – añado, haciendo tragar a todos fuerte; huyen de allí como alma que persigue el diablo, sin querer decir nada más para no cabrearme.
Cuando los bandidos se marchan, la gente me mira asustada; solo una muchacha inmadura, pero valiente se me acerca y me lo agradece.
- Gracias señor, nos ha salvado; sin duda tenían la ventaja en la emboscada, ¿puedo saber su nombre príncipe de Rodernack?
- Soy Bradley Hearling ¿y vos muchacha? – le pregunto, para saber con quién hablo.
- Soy Engla terrateniente de Vanshir, unas tierras en el norte de Nera Blanca; íbamos hacia allí, cuando nos atacaron estos rufianes. – me cuenta, molestándome; siento vergüenza por mis hombres.
- Me disculpo de nuevo, tenéis mi protección; solo decid mi nombre y mi amenaza, no os volverán a molestar más. – me disculpo y les prometo mi protección.
- ¿no podríais escoltarnos vos? – me pide, pero niego con la cabeza.
- Lo lamento, he dejado a unos amigos detrás; pero confiad en mi palabra, no os pasara nada. – insisto y ella suspira.
- Espero paséis a verme alguna vez, para agradecérselo como corresponde. – comenta, paseándose por delante de mí; para que la observe bien.
Es una muchacha que aún no es adulta, como diríamos un proyecto de futuro; tiene una belleza salvaje morena, con ojos claros como el cielo y piel blanca como la nieve. Bajita para su edad, con fuertes curvas; bien tapadas por su ropa invernal, mi caballo no espera a que me despida o a que siga mirando y se marcha galopando por sí solo.
- ¡Adiós! – me despido gritando, esperando que me oiga.
- Ohhh, mi héroe. – suspira ella. – espero verlo de nuevo. – se muerde los labios al decir esto.