Espada II: Gladius Regis

Libro 2 de la saga espada, Brad enseguida se ha acostumbrado a ser un noble; casi le viene como anillo al dedo y parece nacido para ello, quizá tener corazón de plebeyo le hace ser distinto. Aun asi no se ha dejado convertir en un noble, sigue entrenando y mejorando como loco; no cae en la comodidad

Serie La espada II

Espada: Gladius Regis

Introducción

Un bebe llorando es lo único que se escucha en todo el palacio de Hierro blanco, anoche fue otra de nuestras brutales fiestas; para asegurarme que mi heredero cumpliría con mis expectativas, acabo de prometerlo con la primogénita del conde Greck y debo admitir que nos pasamos de rosca.

El panorama en el pueblo es desalentador, pero en el palacio…los guardias y trabajadores por el suelo, muchos de los invitados siguen en el salón desparramados junto al vino y las sobras; roncando como solo los hombres salvajes saben, parece que tuviéramos en el salón una manada de hienas.

Solo unos pasos mermados por la edad, resuenan provocando que la gente se vaya despertando a su paso; devolviendo la vida a los que están muertos de anoche, ya que en el pueblo la gente también está hecha trizas y cayeron donde pudieron. Solo una leve guardia formada por huérfanos de la guerra, que han sido entrenados por el propio Bradley; se ha mantenido sobria y vigilante, ante cualquier problema que pudiera ocurrir.

Los pasos se van acercando a la habitación, van sin prisa porque no pueden correr más; pero sin pausa, ya que el llanto lo llama.

Dos nobles yacen en la cama más que tumbados en ella, desparramados; anoche fue una de las pocas noches que iban tan borrachos, que no podían ni hacerlo.

-      Cariño, tu hijo Lake; te llama. – suelta al cabo de un rato, Annah.

-      Que va, está diciendo mama. – debato con ella, incapaz de levantarme.

-      Amor mío, prometiste cuidar de nuestro hijo. – me reprocha Annah.

-      Y eso hago, manteniéndole lejos de mi brutalidad mañanera. – me excuso, haciéndola reír.

-      Tienes una cara. – añade, mirándome.

-      Ya te has levantado, te toca a ti. – digo, dándome la vuelta en la cama.

Las puertas se abren de par en par, miro al intruso y me relajo al ver al viejo Sebastián; quería estar junto a Annah, asi que trasladamos a Erick con Albert.

En un principio debo admitir que me disgusto la idea, Erick es más servicial conmigo; Sebastián y yo, nos llevamos regular pero el adora a Annah.

-      Señor, su hijo está llorando; es que no lo oye. – me dice, el anciano.

-      Si, te estaba llamando; ¿es que no me oyes? – le respondo, provocando una mirada de reproche tanto de él; como de mi esposa, él tose y responde.

-      Discúlpeme, debo estarme haciendo mayor; enseguida agarro a Sir Lake - responde apesadumbrado.

-      Eres muy malo. – me susurra Annah, solo puedo sonreír en respuesta.

Mientras el mayordomo comienza con el baile de sambito que tanto le cuesta por su edad para calmar al heredero, ruedo sobre la cama para besar a Annah; ella solo ríe, mientras me devuelve los besos.

-      Deberías esperar a que desayunemos, mi boca aún no está preparada para esto. – se queja mi mujer.

-      Me da igual, tu boca siempre sabe y huele a gloria; mujer. – le respondo con brusquedad, haciendo mi piropo entrañable.

-      Bueno, es hora de levantarse; le iré pidiendo al servicio que prepare algo, mientras tú haces lo de siempre. – me avisa, levantándose con gran trabajo.

-      Si, iré a entrenar y a relevar a los muchachos. – le contesto, cogiéndole el culo; provocando sus risitas.

Una vez que Annah mira al bebe y se marcha, el mayordomo y yo nos quedamos mirando, los dos nos damos la vuelta y mientras me visto el sigue ayudando a mi hijo.

-      Señor – dice y no añade nada más.

-      ¿si? – le pregunto, extrañado; a ese viejo deslenguado no hay quien lo calle.

-      No me queda mucho tiempo en esta vida, quería hacerle una pregunta; si me das tu permiso. – me suelta, con cierto miedo.

-      Tienes mi permiso, aunque ignoraba que te hiciera falta para algo. – le reprocho, haciéndolo reír.

-      Sé que no hemos empezado con muy buen pie, pero debo admitir que muy a mi pesar; hace usted felices a todos, ha conseguido grandes logros e incluso nuestra casa noble es la más importante de la zona. – observa, diciendo todo lo que hice hasta ahora.

-      ¿nuestra? – inquiero, con una ceja levantada; ignorando su media disculpa, haciéndolo sonreír de nuevo.

-      Ya sabe que me siento de la familia, aunque no lo sea. – taja el tema, haciéndome sonreír.

-      Sí que lo eres, tu papel en esta historia es la del abuelo gruñón o algo asi. – comento, haciéndolo soltar una carcajada.

-      Bueno…como iba diciendo, quiero pedirle aunque sé que pronto se marchara a vivir aventuras; que en mi ausencia cuando me muera, cuide bien de Annah de este pequeño y de los siguientes que lleguen. – me pide, mostrando su nobleza de corazón; aunque sea un viejo gruñón quisquilloso.

-      Te lo prometo, aunque bicho malo nunca muere; tu nos vas a enterrar a todos. – rio divertido, haciéndolo sonreír.

-      Dios no lo quiera. – repite una y otra vez, cada vez más bajito.

Tras eso, observo al crio; que esta entretenido jugando y jalando de los largos bigotes finos del viejo, este se deja como un abuelo mal criador.

Me marcho y voy a ver a los huérfanos, unos 15 muchachos que incluso viven en el palacio; para hacerlos sentir como familia, criados por mí y entrenados por mí.

Pondría la mano en el fuego, por cada uno de ellos y no me quemaría; estos tienen entre 12 y 17 años, los demás han sido repartidos en otras familias o sumados a la nueva guardia.

Al llegar a su puesto, todos se ponen firmes de inmediato.

-      ¿alguna novedad? – les pregunto, entre ellos el más sobresaliente, Kirk; su capitán por votación propia y elección mía.

-      Ninguna señor, salvo los hombres de Norman; merodeando por aquí y buscando algún atisbo de su falta. – comenta el, sin perder detalle.

-      Entendido, podéis venir a entrenar conmigo; hoy viene de la rose, será un buen día. – les aviso, ellos saben que tras el entrenamiento podrán dormir; no hace falta que se lo diga.

Una vez estamos en el patio de armas, de la rose sin mediar palabra empieza a atacar a mis muchachos; en menos de un minuto, ya los ha desarmado a todos.

-      Vaya, espectacular. – le aplaudo.

-      Estoy decepcionado, creí que los habías entrenado mejor. – me reprocha.

-      Llevan toda la noche y ayer sin dormir, mañana todo será diferente. – le aviso y él sonríe.

-      Eso lo veremos, en guardia. – se pone en guardia.

-      Espera, quiero preguntarte algo; antes. – le pido, mientras clavo en una roca en medio del patio; la Gladius Regis y saco la espada de noble, dejando la de hoja negra en mi cinto.

-      Pregúntame. – suelta, observando con detalle lo que hago.

-      ¿conoces a alguien que me pueda enseñar a usar más armas a la vez? – le pregunto y él se muestra pensativo.

-      Es posible, te lo diré si me vences. – me propone.

-      Me parece un buen trato - digo seguro de mí mismo.

-      Apestas a confianza o debería decir a sobre confianza, mejor dicho. – me insulta, con sus insultos de intelecto.

-      Eso, lo veremos. – le respondo, mientras ambos pasamos a la acción.

Choco mi espada con la suya, la gira; intentando desarmarme, pero le intento pegar un puñetazo y el la esquiva perdiendo la ocasión de desarmarme.

-      Tan sucio como siempre. – me riñe.

-      He mezclado dos estilos. – le respondo, molestándolo y hace su típico Tsk; de molestia.

Ataca con su espada, en lugar de esquivarla; la bloqueo con mis nuevos brazaletes de plata, regalo nupcial y le doy una patada en el torso que lo hace retroceder. Molesto por ese acto, ataca como loco; le mantengo a raya con mi brazalete y mi espada, pero le placo para hacerle perder el equilibrio y rueda rápidamente para no quedar indefenso.

Corro hacia el para que no se reponga, gira sobre si mismo; ataca tan preciso como siempre, mete entre mi cabeza y mi brazalete su espada…giro la cara para evitar el corte, doy una doble patada que bloquea con su mano; se agacha para evitar el corte, y cuando estoy girando para desarmarlo yo.

-      El desayuno está listo. – grita Annah, cuando me doy cuenta; de la rose, tiene mi espada en la mano.

-      Perdiste – ríe divertido, causando la risa de mi esposa.

-      Te aprovechaste de la distracción, para ganarme; eso es sucio. – le advierto.

-      Es cierto, pero gane. – se encoje de hombros – venga vamos a comer. – apoya su mano en mi hombro y me empuja, para que vayamos a comer.

Pero antes recupero mi espada, la Gladius Regis.