Espada II: Espada Magna Capítulo 15
Norman esta un tanto cabreado por los secretos de Aránea y Nadir... aunque ha conseguido la victoria total sobre Suren no sin muchas bajas para ello; ya llego la orden esmeralda, pero hay un par de cosas que le detienen...aún no ha asegurado su poder en Suren, podría marchar y no poder retornar...
Serie La espada II
Espada Magna
Capítulo 15. La cripta de los Suzeranos
Avanzamos hasta el patio de armas, donde veo que los Norteños luchan con todo su ser; pero están teniendo algunas dificultades, 100 hombres de Suren dirigidos por un valeroso cabo están aguantando el empellón y cubiertos desde las alturas por algunos arqueros tienen la ventaja. Hay una estatua gigante de una especie de gigante con dos cabezas; cuatro brazos, tres piernas y una cola larga, terminada en una bola con pinchos que nos mira mal pero no parece moverse en absoluto y aunque me parece una autentica obra de artesanía no puedo ponerme a ello ahora.
- ¡Ejército del sur! Los del centro conmigo, el lado izquierdo subid por esas escaleras y encontrar a los arqueros de esa zona; el lado derecho, encontrad a los de la derecha y cuando terminéis volved aquí conmigo. – ordeno y mi ejército obedece presto.
- Esta lucha no acaba nunca. – protesta el general Arles.
- Cierto, ya es hora de que acabe la lucha en el sur. – digo, mientras cargo; los soldados cargan con nosotros, los norteños al ver que cargamos nos abren hueco por el centro y la nueva carga empieza a poner las cosas a nuestro favor.
Algunos hombres caen hacia detrás y el cabo tiene problemas para mantenerlos en la lucha, alguno vuelve; otro huye, pero la mayoría empieza a morir cuando la ayuda de los arqueros desaparece. Matando soldados, me dirijo hasta el cabo y antes de matarlo le pregunto.
- Resígnate y sírveme a mí – le pido siendo amable.
- ¡nunca, por Suren! – grita animando a sus hombres por última vez.
- Entonces muere – condena Arles, matándolo por la espalda.
- Una pena de hombre. – me encojo de hombros.
Los norteños han perdido algún que otro hombre, por mi lado casi apenas he perdido hombres; los norteños siguen su ascenso, por nuestro lado vamos peinando la retaguardia. Los norteños no dejan prisioneros, pero a veces queda detrás algún herido; le hacemos la pregunta, si se rinde lo escoltamos fuera sino lo rematamos.
Llegamos a la habitación real del palacio, los norteños están usando a un cadáver de Suren como ariete; claramente son salvajes y me alegra tenerlos como aliados, el Suzerano arenga a sus hombres dentro y no sé cómo aun piensa que puede ganar. Pronto la puerta cede y cargan a la desesperada, a la par los Norteños cargan por un lado y nosotros por el otro; esto es una masacre, lastima tantos buenos hombres perdidos en esta batalla sin sentido.
El Suzerano está en su trono, ni siquiera lucha con sus hombres; cuando la batalla ha terminado los norteños cargan contra él, pero los detengo.
- ¡¡Alto!! – grito, estos se paran y miran a su líder, que asiente; a regaña dientes.
- Sois un hombre justo rey del sur, habéis ganado; la ciudad y el palacio es tuyo, yo me retiro y no volverás a verme…si eso, eso es lo justo. – opina el por su cuenta, se pone en pie; pero mi general con un gesto de cabeza, lo detiene en la puerta.
- Traedlo con vida y sin un rasguño, el pueblo debe saber y ver lo que hizo. – ordeno, los norteños no se mueven; pero mi ejercito si, luego una vez en la plaza donde la gente pide piedad para él y los soldados piden su muerte.
Extiendo los brazos, para acallar a los soldados y al populacho.
- Este hombre es el culpable de que sus soldados hayan muerto defendiéndolo a él y su palacio. – empiezo a decir, la gente se sorprende y se miran entre sí. – le di la opción de rendirse; le prometí liberarlo cuando la guerra acabara, pero no accedió su libertad valía más que las 300 vidas que hubiera allí dentro. – continúo explicando – sin embargo no soy quien para juzgarlo o sentenciarlo, dejare que los dioses lo hagan por mí; si vence en combate singular a un Beserker de los norteños, lo dejare marchar con vida y si no…morirá aquí y ahora. – sentencio, eligiendo al Beserker más grande y fiero.
- Norman no hagas eso, esto no es necesario; por favor. – repta hacia mí, mi general lo empuja por mí.
- Lucha o muere. – me oculto entre mis hombres – un rey, no mata a otro rey. – sentencio, finalmente.
La lucha comienza, el Suzerano desenfunda su arma; pero el Beserker juega con él, no tiene ninguna posibilidad y pronto es abatido por este.
- Habéis echo bien mi rey. – suelta Aránea que llega entre la gente, apoyada en Nadir; que ahora son amigas incluso, ella observa la cara de la gente.
- ¿no deberíais seguir en cama? – pregunto, frunciendo el ceño.
- Aránea ha captado una energía en el palacio, propone esperar a que lleguen las tropas que tienen que llegar e investigarlo. – dice Nadir, ya que Aránea está cansada.
- Con su permiso el Beserker pide el corazón de su víctima, para ganar su fuerza; por darle el privilegio de enfrentarlo, lo compartirá con vos y os dará fuerza a ambos. – pide el general de estos.
- Aceptadlo, nos dará fuerza a los dos y nos unirá con nuestros nuevos aliados. – suelta Aránea por lo bajo.
- Concedido. – concedo, aunque me parece una salvajada; no tengo más remedio que aceptarlo, sobre todo por Aránea para que termine de recuperarse.
Muchos ciudadanos y soldados no se quedan a verlo, otros si por curiosidad; algunos se van fatigados en el último momento, la verdad es que es un arte ver como el Beserker sin delicadeza alguna abre el pecho del suzerano y saca el corazón entero.
Con un cuchillo de ceremonias, lo parte en dos; me entrega en la mano mi mitad y se mete en la boca el resto, mientras murmura con la boca llena unas palabras ininteligibles y comparte conmigo un vino que sabe raro.
Ambos echamos humo por la boca, nuestros ojos se iluminan levemente; lo sé porque a Aránea le pasa lo mismo, ya que estamos conectados y dejamos de sentirnos cansados de repente.
- Ahora ya no soy un Beserker, Ahora yo soy Esipkonger; seré el líder de los Beserker, os estaré eternamente agradecido rey del sur. – hace una reverencia forzada y se retira, portando el cadáver del suzerano.
Tras unos días, llegaron las Terrarias y las águilas gigantes; entre la batalla y la persecución de los 1.000 hombres que se fugaron para no cumplir, han perdido algunos pero no muchos.
Legión extranjera :
Terraria: 3850
Águila gigante: 393
Los 1.000 hombres del sur, fueron encomendados a los voluntarios; para que entrenaran y vigilaran a estos, asi podría dormir tranquilo.
Poco después llego el resto de la legión extranjera.
15.000 infantería ligera.
10.000 lanceros (unidad intermedia)
5.000 soldados esmeralda (unidad pesada)
500 caballeros esmeralda (unidad de elite pesada)
Hicieron un desfile, pero a la gente no le gusto ver un ejército tan grande; de uno de los imperios, saber que estaba aliado con ellos menos.
- Se presenta el ministro Joan Hilbert – hace una reverencia cordial.
- Gracias ministro, me alegro que lleguen; en unos días partiremos para conquistar el centro. – le comento y el asiente.
- Ansío ese día, virrey. – me dice respetuosamente.
- Que le busquen hueco a su gente y que estén cómodos. – ordeno a mi general.
- ¡Sí, señor! – dice mi general, muy contento con los refuerzos.
- Eso le honra. – agradece el ministro.
Tras eso me quedo a solas con Aránea y Nadir.
- Ahora, cuando tu general vuelva; vamos a investigar lo que hace unos días te dije, llama a tus amigos de confianza y a 8 hombres que nosotras haremos lo mismo. – me comunica Aránea, asiento extrañado; lleva varios días siendo esquiva al respecto, pero conociéndola no creo que sea nada malo.
Llamo a Beg y a Giwi, mando a llamar a los 8 espadachines de elite que llevo tiempo entrenando cuando tengo tiempo; Aránea vuelve con 8 brujas que ella misma está entrenando, me fijo en que todas son jóvenes e inexpertas. Nadir viene con 8 lanzadoras de cuchillos que ella misma entreno, Beg y Giwi que no han entrenado a nadie vienen con sus 16 guardias normales y el general trae a 8 de sus guardias de honor.
Somos una pequeña compañía de 54 personas.
- ¿puedes explicarme ya lo que sucede? – le pregunto cruzado de brazos, por tanto encriptamiento.
- Sera mejor que lo veas por ti mismo. – responde Aránea, frunzo el ceño y Nadir me sonríe, haciéndome suavizar el gesto.
- ¿Qué pasa? – pregunta Giwi
- ¿adónde vamos? – interroga Beg
- ¿vamos a un sitio peligroso? – inquiere el general Arles.
- No tengo idea – respondo enfadado.
- Lo veras pronto, amor. – suelta cariñosa Aránea.
- Lo veréis pronto, mi señor. – deja caer Nadir, menos cariñosa; aunque deseando serlo más, lo noto en su mirada.
Los hombres de elite, van con nosotros con paso seguro; todos se sienten seguros de sí mismos con su nuevo equipo y habilidad, los que van un poco más inseguros son los guardias normales.
Pronto llegamos al patio de armas, donde está la gigante estatua que me dio la sensación de vigilarnos; como si estuviera viva y no fuera piedra, realmente. Aun sirvientes están limpiando el desastre acaecido aquí, verlo me hace resoplar; fue la única vez hasta ahora, que note que las cosas se me iban de las manos.
- ¿este os parece un patio muy normal, verdad mi rey? – pregunta Aránea, al verme mirar fijamente el patio de armas en sí.
- Salvo por la estatua y por el accidente ocurrido aquí. – puntualizo y ella asiente.
- Nadir, ilumínanos por favor. – pide mi mujer, las miro alzando una ceja; esperando para ver que acontece.
- El mismo día del accidente, luchando contra un sureño me tiro contra esta pared; cual fue mi sorpresa, cuando… - dice sin terminar su frase, cuando desaparece traspasando una pared; que cede a su peso, volviendo un segundo posterior a su lugar como si nunca hubiera pasado.
- ¿Cómo? – pregunto perplejo, casi mudo sin palabras.
- Es sencillo, señor; asi. – dice Aránea, haciéndolo ella también.
Las tropas, Beg; Giwi y Arles, quedan tan perplejo como yo. Me dispongo a entrar cuando Arles me detiene.
- Nosotros primero, mi señor. – pide este, asiento a regaña dientes; entre el, encabezando a las tropas y luego mis amigos que insisten en entrar antes.
El último en entrar soy yo, veo una especie de camino antiguo; con el techo demasiado bajo, ya que apenas podemos estar de pie, paredes muy estrechas también que parecen seguir un camino zigzagueante como el de una serpiente. Por largo rato, vamos caminando; frente a mi tengo a mis amigos y tras ellos a los guardias de honor del general, tras de mi a mis espadachines de elite. Las chicas van primeras sin protección alguna, maldigo su impulsividad femenina; si les pasara algo, sería el fin de la campaña. Tras un buen rato caminando en tenso silencio, mirando paredes y techos llanos; un camino lleno de piedras y boquetes, por la antigüedad del sitio y oliendo a cerrado ya que no tiene ventilación llegamos a una sala más amplia en la que todos podemos reunirnos.
Antes de poder reunirme con ellos, me fijo en el lugar; hay un sinfín de columnas decoradas en oro con símbolos que desconozco, en las paredes hay cuadros de todos los dirigentes anteriores al de hoy y bajo cada cuadro hay 2 estatuas de ratoides de medio metro de cuarzo rosa armados con lanzas de bronce. Con ratoides me refiero a humanoides pequeños, delgados; con caras de rata, afilados colmillos que nos miran con ojos desquiciados y sus armaduras de bronce. Me sorprenden las bóvedas altas, con imágenes de humanos contra gente que vuela con magia; no tienen alas, solo un símbolo brillante de alas a la espalda y usan unas extrañas armas de luz atravesando humanos. Los humanos son muchos más, pero parecen en desventaja contra estos; los humanos lucen armas y armaduras de bronce, al menos esas pinturas deben tener 1000 años. Las columnas quitando los decorados en oro, son lisas; salvo una línea que desemboca en los símbolos dorados y al igual en una línea en el suelo, que terminan en las pequeñas estatuas.
Al fondo de la sala, hay una piedra pulida en forma de puerta; encajada en un boquete, la piedra destaca sobre todo porque brilla demasiado parece Rodio puro y no pega nada con la sala esta. En medio de la sala hay una alfombra roja que lleva de una puerta a otra, sin desviarse o ladearse lo más mínimo; esto parece una antigua salón previo a una sala del trono, solo que tiene que tener muchísimos años.
- ¿Qué significa todo esto, que es esto? – pregunto y mi voz reverbera, todos los hombres miran inquietos hacia todas partes; mis amigos, las dos mujeres y el general lucen un tanto más tranquilos.
- Bienvenido a la cripta de los Suzeranos – informa Nadir, maravillada; dando vueltas sobre sí misma, mirándolo todo.
- Según mis cálculos, todos están enterrados tras los cuadros; protegidos por esas estatuas horrorosas, la historia de los primigenios los Astrales esta descrita en el techo y la historia de Suren en las paredes. – señala Aránea, siendo un poco más mística; como de costumbre.
- No me gusta este sitio – opina Beg sintiendo escalofríos.
- Ya somos dos, da repelús y más sabiendo que estamos rodeados de muertos; estatuas guardianas, este sitio no me gusta nada. – apoya Giwi, aterrado; aunque intenta fingir estar bien.
- No me gusta darles la razón a tus amigos los parias – dice el general, pero los amigos están demasiado asustados para quejarse. – pero ¿Qué hacemos aquí? – pregunta Arles.
- Eso me gustaría saber a mí. ¿Qué hacemos aquí? – interrogo a las chicas.
- Buscamos un poder que sentí. – me comunica escuetamente Aránea.
- Pero ¿para qué? – insisto, aunque no lo voy a aceptar; tampoco me gusta demasiado estar aquí, demasiado oculto y silencioso para mi gusto.
- Ha tenido una visión. – suelta Nadir.
- ¿una visión? – arqueo la ceja.
- Sé que te sientes muy poderoso amor, pero aun no es lo bastante mi señor; necesitas más y aquí lo encontraremos, créeme el riesgo merece la pena. – me explica Aránea.
- Vale, ¿y ahora qué? – pregunto, cruzado de brazos.
- Tenemos que atravesar esa entrada, la energía que detecto es por allá. – dice Aránea.
- Ya la habéis oído, abrid esa puerta. – ordeno, señalándola.
- Ya habéis oído al rey, abrid la puerta; ahora. – empieza a dar órdenes el general, sus hombres se dirigen a intentarlo.
- Vosotras atentas – les suelta Aránea a sus brujas, estas se sitúan en las posiciones de los puntos cardinales y vigilan toda la sala.
- Vigilad la retaguardia – les pide Nadir a las lanzadoras de cuchillo, estas retroceden; haciendo una cadena, para evitar que algo se acerque sin detectarlo.
- Quiero un perímetro seguro en el centro de la sala. – ordeno a los espadachines, ellos se sitúan en círculo mirando hacia fuera; espada medio desenfundada, en posición de ataque.
Beg y Giwi, se quedan en el centro, pero mandan a sus hombres a abrir la puerta; Aránea se pone a examinar las estatuas, Nadir a mirar los cuadros y por mi parte escoltado por el general las columnas.
- ¿Qué diablos pone aquí? – pregunto al general.
- No conozco el idioma antiguo, señor. – niega este, apesadumbrado; por no poder ayudarme.
- No te culpes, apenas nadie lo conoce; la mayoría se perdió en los cataclismos, solo quedan palabras sueltas; pero no reza ninguna de las que conozco en estas columnas. – le explico y el asiente, pensativo; en silencio.
A la vez los hombres prueban varias cosas para que la piedra se mueva, jalar todos a una; jalar uno desde cada lado, hacer palanca…pero la piedra no se mueve ni un milímetro.
Nadir mira los cuadros, quita uno de la pared; ve detrás un nicho que es una tumba, hasta que llega a varios vacíos y estos no tienen cuadro; pero si el boquete para meter el cuerpo sin tapadera.
Aránea examina las estatuas y detecta conjuros desconocidos, esta gruñe incomoda; toca las estatuas, cierra los ojos y lanza un detectar magia mientras pronuncia palabras en una jerga ininteligible.
- ¡¿Quién osa perturbar la cripta de los Suzeranos?! – dice una voz atona de ultratumba, que reverbera en todas partes y en ninguna.
- El rey del sur y nuevo Suzerano de Suren, sir Norman Wesley. – declaro a los cuatro vientos.