Espada II: Espada Magna Capítulo 14
El asedio aunque fue más duro para los Sureños, también tuvo efectos negativos en Norman y su gente; al fin recibe refuerzos de los norteños aunque ínfimos, también manda a los recién llegados de la orden esmeralda a por los desertores y es que definitivamente los necesita urgentemente...
Serie La espada II
Espada Magna
Capítulo 14. Asedio sangriento
Una vez me recupero en la enfermería, veo a Aránea y Nadir que lucen cansadas y preocupadas; a los pies de mi cama, toco mi cabeza y mi hombro.
- Al fin despiertas querido – pronuncia Aránea, más feliz.
- ¡Medico! – grita Nadir, mientras agarro mi cabeza al retumbar su grito.
- ¿Qué me ha pasado? – pregunto, mientras el medico entra en la estancia.
- Me alegro que haya despertado, su majestad. – dice el medico a punta de lanza.
- Tu vida dependía de ello. – sonríe Aránea.
- Sí, claro; como digáis, mi reina. – hace una reverencia atosigado - gastasteis muchas fuerzas os he tenido que dar un complejo vitamínico, a parte teníais heridas de diversa consideración; que he conseguido que sanen, pero no podréis luchar en unos días. – recomienda y señala el médico, mi pecho y mi cabeza vendadas.
- Gracias por vuestros servicios, ahora trata a mi mujer; tiene mal aspecto. – le agradezco y le ordeno.
- Sí, señor. – hace una reverencia y se pone a ello, Aránea intenta quejarse; pero una mirada mía, la hace volverse mucho más dócil.
- ¿se sabe ya el balance de la batalla? – le pregunto a Nadir, esta asiente.
- Cada mando quiere daros la noticia personalmente, además asi de paso pasan a veros. – notifica Nadir.
- Entendido, llámalos y vuelve conmigo. – le pido, ella me observa unos segundos; luego desaparece de mi vista.
Los soldados de la estancia parecen contentos de que haya despertado, eso me alegra; tener hombres fieles es lo más importante, en una guerra.
Al poco entra mi general, este hace una reverencia copiosa; luego se acerca bastante, para empezar a hablar.
- En la batalla perdimos unos 300 hombres, tuvimos suerte; ya que quitaron muchas tropas de allí, para evitar que la plaza y la puerta cayera…eso y mi experiencia en combate, decanto la balanza a nuestro favor; haciendo caer muchas tropas de Suren, por lo que puedo decir que ganamos la muralla sur. – se vende bien, para decirme que perdimos; pero con estilo, no caeré en esa treta.
- ¿Cuántas tropas hemos reclutado de Suren? – le pregunto.
- No ha sido fácil, la mayoría eran reacios; había pocos hombres, ya que la mayoría ya habían sido reclutados. – empieza a excusarse, como me temía.
- ¿Cuántos? – insisto, molesto.
- 500 hombres. – responde escueto.
- ¿la mayoría muchachos y ancianos? – pregunto, arqueando la ceja.
- La mayoría. – asiente, manteniendo su cara de póker.
- Puede retirarse general. – digo apesadumbrado, como me lo temía.
- ¿no quiere saber cómo va el asedio al castillo? Además…me gustaría saber cómo está mi rey. – me dice haciendo una reverencia.
- ¿el asedio cómo va? – pregunto preocupado.
- Se defienden con uñas y dientes, pero poco a poco van perdiendo tropas; aunque nosotros hemos perdido unos 200 hombres más, no les puede quedar muchos alimentos y materiales defensivos después de 3 días de asedio. – comenta, el general.
- ¿200 hombres? ¿3 días de asedio? – pregunto, jalándome de los pelos. – estoy bien…puede retirarse general. – le pido fuera de mí, este asiente preocupado y se retira.
- ¿noticias preocupantes? – pregunta Nadir, preocupada.
- Bastante. – suelto, resoplando; agobiado.
Entra mi padre, se quita el casco; pero no hace reverencia.
- Hijo, ¿Cómo estás? – pregunta preocupado.
- Bien padre, ¿Cómo fue la batalla? – le pregunto, mi padre suspira.
- Perdimos 500 hombres, tuvimos más mala suerte que en el sur; a pesar de que luchamos a la defensiva, las tropas no cedían. – se excusa, aunque no finge estar afectado; para él la gente son números, no más.
- ¿y la reconstrucción de la muralla y la parte sur cómo va? – interrogo, él sonríe.
- Llevaran su tiempo, será caro; pero ya se ha comenzado, lo que pasa que ira lento la guerra lo ralentiza todo. – se vuelve a excusar.
- ¿alguna noticia del sur? – le pregunto esperanzado.
- Ninguna, no hay refuerzos en ninguna parte; salvo que tus aliados encuentren alguno, claro. – sentencia, seguro.
- Vale padre, podéis retiraros. – le pido, el asiente y se marcha.
- ¿Qué tal estas noticias? – me pregunta Nadir.
- Las esperadas. – acepto con desasosiego.
Tras eso entran Beg y Giwi, los dos hacen una reverencia y luego me abrazan; Beg me hace un poco de daño y Giwi le riñe.
- Lo siento, soy un poco bruto. – se excusa Beg.
- No importa…el informe. – le pido, Giwi se dispone.
- Hicimos todo lo que pudimos para vencer en la muralla, pero hasta el final la muralla no cayo; hemos tenido 800 bajas, pero matamos muchos más. – suelta emocionado, niego con la cabeza.
- Me alegro que estéis bien, podéis retiraros. – les digo y ambos se despiden de mí.
- Esto sí que son terribles noticias. – dice Nadir.
- Podrían ser peor – juzgo a regaña dientes.
Por ultimo aparece Bensley, mi mayordomo mayor; este hace varias reverencias, como dicta el protocolo.
- Señor, me alegro que siga usted con vida. – se alegra de verme.
- ¿Cuántas tropas perdimos? – pregunto asustado.
- Solo unas 200, gracias a su preciada estrategia; el enemigo no espero un ataque frontal y justo llegaron sus aliados a reforzarnos. – opina mi mayordomo.
- Esto sí que es fantástico. – deja caer Nadir.
- Y que lo digas… - rio poniendo cara de dolor.
Nadir me entrega el papel.
Ejercito de Norman: 2.747 hombres.
Leva: 1165
Milicia: 124
Norteños: 138
Voluntario: 1320
- Fantástico…hemos perdido a casi todos nuestros soldados profesionales. – observo en los datos.
- Tenemos una buena noticia – comenta Bensley.
- ¿Cuál? – pregunto, levantando una ceja con desconfianza.
- Han llegado los refuerzos de los norteños, ¿le hago pasar? – pregunta Nadir.
- Hazlo. – sopeso, para saber qué tan buena es la noticia.
Entra un oficial curtido, agacha la cabeza en lugar de hacer una reverencia formal; luego llega hasta mí y grita para presentarse.
- Se presenta el general norteño Belgomar, al mando de 100 norteños y 10 beserkers.
- Sois bienvenido, ponedlo junto a los norteños que quedan. – ordeno a Nadir.
- ¿hemos perdido muchos hombres? – pregunta el temiendo, que la respuesta sea sí.
- Habéis perdido 162 hombres y 7 beserkers. – enumero y el agacha la cabeza más.
- Lo imaginaba, espero que sus muertes contribuyeran suficiente a la causa; para que sus espíritus puedan entrar en el Valhala – ora delante de mí.
- Si, gracias a su muerte; estamos dentro de Suren. – agradezco a sus compañeros caídos.
- Podemos encargarnos de tomar el palacio por vos, si asi lo queréis. – se ofrece, al ver que aún no ha caído.
- No, no deseo tal cruenta batalla ahora; esperaremos a los nuevos reclutas que vienen en camino, mantendremos la lucha y las victimas al mínimo mientras tanto. – ordeno y él lo acepta disgustado.
- Como queráis…rey del sur. – se retira sin que le dé permiso.
- ¿no es algo? – empieza a decir mi mayordomo.
- Tosco – increpa Nadir.
- Pero luchan como fieras y son leales. – argumento, ellos dos asienten.
- ¿Quién dirige la defensa del castillo? – pregunto a mi mayordomo.
- Albinio el suzerano de Suren. – responde el mayordomo.
Cuando nos quedamos solos, el medico termina con Aránea.
- ¿Qué tiene? – le pregunto preocupado.
- Anemia, agotamiento mental; energético, físico…necesita complejos vitamínicos en vena. – argumenta el médico.
- ¿y a qué esperas? – le pregunto, instándolo a hacerlo.
- ¡Marchando! – grita, mientras corre; al sentir el pinchazo de la lanza en su espalda.
Tras un par de días más pude levantarme, pedí conocer a los 500 obligados de Suren; al capitán no le pareció buena idea, por lo que me pidió llevar un regimiento como escolta y lo rechacé.
Al llegar…
- ¡En pie y a formar! – ordeno el general, todos lo hicieron más o menos rápido; con gesto inseguro, observando la comitiva.
- Yo soy el rey del sur – empiezo a decir y observo sus gestos, algunos tienen miedo; otros me tienen rencor, otros evitan mirarme por si acaso. – Bienvenidos al nuevo país Wolny, significa libre en el idioma antiguo; a partir de este momento y hasta que logremos unificar las tierras o muráis sois soldados de Wolny y mis vasallos. – les explico, para que entiendan que se pretende; ellos cambian la mirada por una de comprensión, estoy consiguiendo mi objetivo. – Solo os pido valor, fuerza y lealtad; todo ciudadano que me siga a la batalla y sobreviva, será recompensado después. – prometo, los vítores no se hacen esperar; al menos la mayoría, algunos no terminan de convencerse.
- ¡que descansen y se les de hoy doble cerveza! – le pido al general y este asiente y se pone a dar órdenes.
Tras eso voy a observar la batalla, en el balcón más alto del palacio; esta el suzerano de Suren, observándolo todo al menos todo cuanto se ve desde ahí que es mucho…Veo la carnicería que hay en la planta baja entre sus hombres y míos, están retirando cadáveres y quemándolos; para no acabar enfermando, asi que me decido a negociar con él.
- Suzerano de Suren, hablemos. – le pido, el me observa; duda unos segundos, luego contesta.
- Hablaremos, pero no llegaremos a acuerdo. – suelta, comenzando a bajar.
- Eso me temo. – deduce mi general.
- Debo intentar evitar la sangría que se avecina. – le comento y el asiente.
- Sois sabio mi rey. – me hace una reverencia con su tono de admiración.
- La matanza es inevitable. – augura mi padre que aparece al contemplar la escena desde lejos.
- Lo sé, pero aun asi; debo intentarlo. – insisto y él no se opone, aunque veo en sus ojos que no está de acuerdo.
Al poco nos vemos en medio del puente, el con sus 8 guarda espaldas y algún noble del sur; yo con mi general, mi padre y el capitán con sus 8 hombres.
- ¿de qué queréis hablar? Tengo una defensa que dirigir. – me insta a ser rápido, no quita ojo a todas las tropas que rodean la escena.
- Rinde el palacio, todos tus hombres serán desarmados; tu serás encarcelado hasta que pase la guerra, una vez termine serás expulsado a territorio Arcadiano. – le ofrezco, él se sorprende de esta oferta.
- No puedo aceptar esas condiciones, expulsadme ahora y aceptare. – me pide, renegociando.
- No puedo, si os expulso ahora; corro muchos riesgos, la única opción viable es la que dije…estaréis en la mejor mazmorra, seréis tratado como lo que sois; os lo juro por mi honor. – le juro, para convencerlo.
- No puedo aceptarlo, no voy a ir a prisión. – suelta y empieza a darse la vuelta.
- No me obliguéis a hacer una masacre, pensad en vuestros hombres. – le agarro el brazo para detenerlo.
- Si queréis tomar el palacio, tendréis que masacrarnos; pero antes destruiré ese ejercito tuyo, no voy a permitir que se me eche de mi reino como un perro. – dice, jalando de su brazo.
- Os arrepentiréis de esto. – le amenazo.
- Y vos. – me devuelve la amenaza.
- ¡mira a tu alrededor no podéis ganar! – le grito, porque ya casi entra.
- ¡¡Ganaremos!! – grita, muchos gritos lo apoyan ahí dentro.
- Sabía que no se rendiría. – opina mi padre.
- Eso ya lo sabíamos nosotros – compite el general.
- Al menos lo hemos intentado, la locura del poder lo ha vuelto idiota. – escupo al suelo, niego con la cabeza.
Me doy la vuelta.
- ¡¡Vamos a tomar ese palacio hoy!! – grito furioso, mis tropas gritan con euforia.
Creo conjurando a un centinela de piedra.
- ¡derriba esa puerta! – le ordeno, el asiente y se dirige contra la puerta a paso lento pero seguro.
Por el camino le tiran flechas, rocas; aceite hirviendo, pero nada le afecta. Mis hombres ríen frente a eso, al enviar a este monstruo; he evitado muchas muertes de nuestra parte y eso les gusta, va a ser una masacre, pero de su bando mayor.
- ¡General, usemos todos los ejércitos; menos el de Suren, no quiero personas que se den la vuelta en medio de la batalla y ordénales que hagan algo alejado de aquí que no entrañe riesgos!. – le ordeno y él se dispone a hacerlo.
El centinela de piedra va pegando puñetazos, la puerta se está marcando; pronto se astillará, veo como me mira el suzerano con un rencor absoluto y le sonrío en regreso.
- ¡Preparad el plan de contingencia! – ordena el a gritos, que se escuchan desde abajo.
Me quedo pensando que podrían tener preparado que pudiera derrotar al centinela de piedra y como no sean catapultas…pero dudo que tengan en el recibidor del palacio máquinas de asedio de ese calibre, a lo sumo podrían tener balistas pesadas; que podrían dañarlo, pero no creo que destruirlo.
La puerta comienza a astillarse, el ejército ya está formado detrás de mí; observo como todo el ejército sureño sale afuera de la muralla, asiento complacido mirando a mi general y este me hace una liviana reverencia.
- Os ruego nos permitáis entrar primero. – solicita Belgomar, el general norteño.
- Como queráis. – acepto, a regañadientes.
- Mi pueblo os mostrara asi nuestra utilidad. – hace una reverencia, asiento y lo acepto; ya que carezco de ejército profesional, prácticamente.
La puerta se empieza a agujerear, el centinela de piedra las agarra por los boquetes; con una fuerza brutal, las arranca de cuajo y al frente le esperan 2 balistas pesadas como imaginaba y una pequeña catapulta que no esperaba…las primeras en dispararle son las balistas, la mayoría de astas pesadas se quiebran o rebotan en su cuerpo; algunas consiguen colarse entre las rendijas de su cuerpo causando algunos daños de diversa importancia y lo desequilibran un poco, alguna se clava en partes finas de roca como las manos. La roca de la catapulta, lo coge en mala posición y cascado por las balistas; además del daño leve de todos los anteriores proyectiles y el fuego prendido por el aceite hirviendo, con la flecha encendida posterior. El centinela de piedra es roto en dos, lo derriban y cae al lago; por su peso, incapaz de nadar y roto en dos cae hasta el fondo.
Dentro se escuchan los vítores, el suzerano me mira con suficiencia; miro a los norteños, desenfundo mi espada.
- ¡A la carga, tomad ese palacio para mí! – grito, mientras dentro se ve claramente como tratan de recargar desesperadamente las armas de asedio; los norteños no se hacen esperar, el general norteño saca su espadón.
- ¡Por el cerril, por los Akulies; por el rey del sur, seguidme! – grita, ordenando el ataque y yendo en primera fila; como un auténtico líder, valiente y valeroso.
Estos reciben flechazos al principio que causan alguna baja, luego lanzazos que causan más bajas; por ultimo una barrera de escudos se pone frente a la puerta, pero la brutalidad de los norteños rompe la barrera en la primera carga y dentro comienzan a oírse el choque del acero.
- ¡Ahora nosotros! ¡por el sur, por vuestro rey y por una nación unidad y fuerte! – grito, cargando; mi general no se hace esperar.
- ¡Apoyad y proteger al rey! – ordena, cargando a mi lado.
El suzerano que contempla la escena complacido, hace una señal imperceptible a sus hombres; señal que se va replicando en una cadena humana por dentro del palacio, hasta llegar a las calderas del aceite. Cuando estamos pasando por debajo, nos echan aceite hirviendo; el general que lo ve de refilón, empuja a sus hombres tirándolos al agua, pero salvándolos y me agarra saltando hacia delante.
Por la lluvia de proyectiles sobre nosotros el ejército se ve obligado a retroceder, hasta que el aceite pase; por nuestro lado el general y yo debemos pasar o seremos presa de los proyectiles, que ya lo intentan.
Una vez entramos dentro, vemos la matanza que aquí ha acontecido; las armas de asedio inutilizables, al menos 20 soldados de Suren muertos y rematados por los norteños. Los gritos, el choque de los aceros; se escuchan por doquier, seguimos avanzando viendo muerte por cada pasillo hasta que llegamos a las escaleras para ascender…presenciamos parte de la batalla, los arqueros y lanceros tratan de mantener a los norteños en la entrada del pasillo; abajo en las escaleras taponándolas, hay unos 10 soldados de Suren.
Los norteños cargan sin miedo, aun cuando reciben una lluvia de flechas y de lanzas; los heridos siguen cargando con total brutalidad, la infantería sureña arengada por un capitán que no puede tener más de 18 años es reboleada con extrema brutalidad y pronto los arqueros y lanceros son alcanzados por los norteños matándolos a sangre fría.
Mi general y yo nos miramos, pronto mi ejército llega detrás de nosotros; viendo este desastre, tienen las mismas caras que nosotros.
- Todos visteis que se le dio elección a su líder, el eligió esto y no yo; él es el culpable de llevar a sus hombres, a esta triste muerte. – señalo los cuerpos, los hombres parecen reconfortados con mis palabras; mi general asiente de acuerdo, soy yo el único que sigue sin sentirse del todo bien.