Espada II: Espada Magna Capítulo 1
Norman avanza hacia el bosque negro, una vez allí se llevan una sorpresa que no esperaban; pero aun asi no se rinden y siguen avanzando...aunque perdiendo algunos hombres, cruzan el bosque; para encontrar otra sorpresa, una aldea que no esperaban con gente que tampoco pensaban que existieran.
Serie Espada II
Espada Magna
Capítulo 1. Atravesando el bosque negro
Beg y Giwi van a mi lado, son mis mejores amigos de la infancia; de dos familias nobles de cierta importancia por supuesto, pero no tanto como la mía. Delante nuestra va el capitán de mi guardia con tres hombres a su lado, detrás nuestra y rodeándonos van 4 hombres de mi guardia; mi mayordomo nos dio un mapa, para llegar a la ciénaga de esa supuesta bruja.
- Es increíble lo que has conseguido en solo unos meses. – me alaba Beg, mucho más alto que yo; pero bastante afable, apenas tiene maldad y se rumorea que es un hijo bastardo que aceptaron porque su padre se volvió infértil.
- ¿tú crees? – le pregunto, no muy seguro de mis logros.
- Si es impresionante, esa espada te volvió mucho más osado. – argumenta Giwi, Giwi es bajito; rechoncho, tan perspicaz como obediente.
- La espada solo es un seguro de vida, el resto lo he conseguido con mi ingenio; mi valor, mi nobleza y mi inteligencia estratégica. – le debato, molesto.
- Si, tienes razón. – acepta Beg.
Vamos caminando por una amplia pradera, con hierbas altas; algún árbol esporádico y limitadas poblaciones, que tienen mi bandera…dado que estamos retrocediendo en mi propio territorio.
- ¿soy al único que le molesta no poder seguir avanzando? – les pregunto a mis acompañantes.
- No señor, lo primero que nos importa a todos; es su salud. – contesta mi capitán.
- No esperaba menos de ti ¿y vosotros? – les pregunto, como siempre Beg habla sin pensar; mientras que Giwi, se plantea que contestar.
- No sé a qué te refieres, no estamos caminando para detrás ni nada de eso. – rechisto Beg.
Norman se da un golpe en la cara con la mano, mientras algunos hombres se ríen y Giwi también.
- Es molesto, pero también necesario; lo primero es tu salud. – contesta Giwi, ganando una sonrisa de Norman.
Siguieron caminando por la inmensa pradera, hasta llegar a las puertas de un bosque muerto; los troncos son grises, las hojas negras.
- Que bosque más feo. – observa Beg.
- Es lo más razonable que has dicho en todo el día. – aprecio, mientras todos se ríen; incluido Beg.
El capitán manda a los hombres por leña, agua; comida y deja una guardia protegiendo a los tres nobles, incluyéndose a él.
- ¿para qué estamos haciendo esto? – le pregunta Giwi.
- ¿el qué? – interrogo, no muy seguro de lo que quiere Giwi.
- Unir territorios bajo tu bandera. – le explica su amigo, mientras Beg juega con un par de mariposas.
- Es simple, ¿Cuántas veces han intentado el imperio Arcadiano o la orden esmeralda conquistar las tierras libres? – les pregunto a mis amigos.
- Miles de veces. – observa, Giwi.
- Muchas. – Apoya Beg, demostrando que aunque este distraído sigue la conversación.
- ¿y normalmente por qué no lo han logrado? – insiste Norman.
- Mi padre dice que cuando un imperio ataca estas tierras, el otro lo protege. – recuerda en voz alta Beg.
- Exacto. – Apoyo, a mi amigo.
- ¿y qué diferencia hay, con ahora? – pregunta Giwi.
- Imagina que hay un rey de todas las tierras libres, que se alía con uno de ellos; a cambio de ser un virrey por ejemplo, ¿Qué te parece? – le pregunto.
Beg me mira con admiración, el capitán ni me mira; tiene miedo, Giwi se sorprende.
- Ellos no tendrían porque meterse, dado que no sabrían hasta que ya estuviera echo; que les cederías el territorio, a cambio de ser una especie de colonia de ellos…brillante. – me felicita.
- Y asi evitamos una guerra, ganamos el segundo mejor puesto; ya que el primero es imposible, dado las fuerzas que hay en juego. – suelto, ya que las tierras libres no pueden competir con ninguno de los imperios; todo esfuerzo por competir con ellos, seria en vano.
- ¿y si lo huelen y se meten? – pregunta Beg, molestándome.
- No lo harán. – niego con mi cabeza.
- Es cierto, no lo harán; sois ambicioso. – niega Giwi.
- Lo soy. – acepto, sonriente y mis amigos sonríen; aunque Beg, sonríe por simpatía no porque haya pillado la escena.
Tras esa apasionante conversación sobre mis planes de futuro, llegan los guardias que enviamos sin nada; heridos, el capitán molesto y temeroso les pregunta.
- ¿Qué diantres os ha pasado? – pregunta este a sus hombres.
Los tres se ponen de rodillas y todos se empujan mutuamente para que hable otro, cuando me canso de la escena.
- ¡hablad! – gruño y todos tiemblan, empiezan a hablar a la vez. - ¡Callad! Tú, empieza tú. – señalo al de mi izquierda.
- Sir Norman de la espada magna, a mí se me mando por agua; pero no pude recogerla, ya que estaba llena de huesos… - empieza a contarme.
- ¿y por qué estáis herido? – le pregunto, cruzándome de brazos.
- Resulta que esos huesos se levantaron y empezaron a atacarme, sobreviví gracias al exhaustivo entrenamiento al que nos has sometido; tuve que derrotar a alguno, para volver con vida ante vos. – dice, incluso poniendo su frente en el suelo.
- ¿y tú? – le pregunto, hablando con el segundo.
- Sir Norman a mí se me mando por leña, toda esta quemada; cogí un hueso por error, cuando me di cuenta estaba rodeado y tuve que luchar por mi vida. – sigue contando este.
- ¿por último, tu? – le pregunto, señalando al otro.
- Yo se me mando por carne, no hay nada; salvo muertos que te atacan. – termina de contar este.
Pienso, dando vueltas; me dirijo al capitán.
- ¿podemos rodear el bosque? – le pregunto al capitán.
- Nos tomara semanas. – me contesta, mirando en el mapa; el dibujo del bosque.
- Tenemos que atravesarlo, no queda otra. – replica Giwi.
- Si, tienes razón. – asiento, observándolo; que parece estar en calma.
- ¿podremos con ellos? – pregunta Beg, mirando el bosque.
- Tranquilo, tenemos la espada. – le señalo, tocando la funda.
- Capitán, formación doble en flecha; los heridos detrás, ¿entendido? – le pregunto y este asiente.
- Sí, señor; ya habéis oído a Sir Norman, yo seré la punta de flecha. – dice, posicionándose.
Ninguno pierde el tiempo, formamos una punta de flecha; los heridos detrás, nosotros en medio.
- ¡En marcha! – grito.
Todos comenzamos a correr, observando a todos lados del bosque; nos separamos cuando una piedra o un árbol nos impide ir en línea recta, pero luego retomamos la forma más o menos. Los heridos se van quedando atrás, no pueden mantener el ritmo que los sanos; con eso ya contaba, cuando observamos que los esqueletos se empiezan a levantar.
- ¡No os pareis! – ordeno, y todos hacen un sonido de haberme oído.
Los esqueletos que aparecen delante, los apartamos de nuestro camino a la fuerza, los que aparecen al lado o detrás; empiezan a rodear a nuestros heridos, ganando tiempo.
- ¡Gracias por vuestro sacrificio! – grito, sin consciencia ninguna.
Tras lo que es cerca de una hora a este ritmo, vislumbramos el final del bosque y nos dejamos caer ahí; hambrientos, muertos de sed y agotados.
Observo que no nos sigan, pero veo que sí; observo mis tropas, no están en condiciones de pelear ahora…Clavo mi espada en el suelo y levanto unas trepadoras, como si fuera un muro de una fortaleza.
- ¡Arriba! Pronto saldremos de estos terrenos baldíos. – digo con desprecio.
Todos me miran suplicantes, pero obedecen; jadeantes, seguimos andando hasta perder de vista los lindes del bosque.
Una vez lejos de este, nos quedan 3 hombres; 2 están heridos, mas mis amigos.
- Giwi llévate un hombre, consigue agua; como sea. – organizo a mi amigo.
- Si, Norman. – contesta amigablemente.
- Beg, llévate otro; consigue comida, como sea. – le pido a mi otro amigo.
- Si, amigo; no lo dudes. – asiente este, estrechando mi mano.
- Capitán, llévate a otro; consigue leña, como sea. – le ordeno a mi subordinado.
- Sí, señor. – Contesta este.
Por mi lado, me quedo cuidando de los heridos; y por cuidarlos me refiero a tirarme al suelo, a jadear.
- Un rey no debería vivir estas penurias. – me quejo.
- ¿un rey? – pregunta una muchacha, que no he visto llegar.
- Sí, soy Lord Norman; aun no coronado, del reino libre que actualmente gobernamos el sur. – le comunico a la muchacha, enderezándome.
- Vaya, ignoraba que tuviéramos rey. – ríe divertida.
- Bueno, no soy rey de aquí; ignoraba que aquí viviera gente. – digo, viendo ahora que lo dice; algunas casas ruinosas, ocultas por la maleza.
La maleza aquí está totalmente fuera de control, como si nadie en mucho tiempo; la hubiera encauzado, asi que entiendo no haber visto las casas.
- Siempre puedes traer tu ejercito aquí y conquistar estas tierras. – me propone, como si estuviera intentando convencerme.
- ¿aquí? Para conquistar esto, no merece la pena. – debato y ella se sorprende.
Tras unos segundos observándome, ve a mis compañeros heridos.
- ¿queréis que trate sus heridas? – me pregunta.
- Sería ideal, la verdad; aún nos queda camino. – confieso, ella sonríe.
- ¿os queda camino, adonde os dirigís? – me pregunta.
- A la ciénaga de la bruja, necesito de su consejo. – admito, observando de reojo mi espada.
- ¿Os preocupa la espada? – me interroga, sorprendiéndome ella a mí.
- Es posible. – digo, sin admitirlo del todo.
- Ayudadme a meter los hombres en casa. – me pide, mientras hablamos y lo hago a disgusto.
Una vez en su casa, veo que por dentro su casa se mantiene en perfectas condiciones; tiene artilugios un tanto peculiares, ella echa varias plantas a un caldero.
- ¿Quién os dio esa espada? – me pregunta, pestañeo con curiosidad.
- Me la regalo un amigo. – le miento y ella niega con la cabeza.
- Eso no es cierto.
- ¿llamáis mentiroso a un rey? – le pregunto.
- Llamo las cosas por su nombre, mi rey. – dice, haciendo una reverencia.
- Está bien, se la quite; más o menos. – digo, al cabo de un rato.
- Claro, esa espada la hicieron para vos; pero sin embargo no sois el dueño de esa espada. – comenta, sorprendiéndome.
- ¿y eso que significa? – la interrogo, ya que parece tener respuestas.
- Significa que la herraron para dárosla, pero que su verdadero dueño es Bradley; por eso la espada os castiga, con esos sueños. – sentencia, haciéndome entender.
- ¿entonces esta espada no es Luciérnaga Dorada? – le pregunto, atónito.
- No, se parece a ella; pero ni sus poderes son los mismos, ni es ese su verdadero aspecto. – confiesa ella.
- ¿y qué puedo hacer? – insisto, pues necesito saberlo.
- Tendréis que matar a Bradley o devolverle su espada. – sonríe, cabreándome.
- Ninguna de las dos es posible ahora. – niego con la cabeza.
- Lo sé, hay una tercera opción. – responde ella.
- ¿Cuál? – alzo una ceja, sabiendo que algo no muy bueno; viene.
- Casaros conmigo, evitare que la espada os consuma; os protegeré de esos sueños, hasta que matéis a Brad con ayuda de mi magia. – se me acerca ella, intentando seducirme.
- No voy a casarme con una plebeya – contesto, repudiándola.
- No soy una plebeya, soy la hija de una bruja y un rey; tengo sangre real por mis venas. – me dice, enseñándome un contrato; bastante antiguo.
- ¿tu madre murió? – le pregunto, interrogándola sobre el destino de la última bruja.
- No, la inquisición la tiene encerrada en su ciénaga. – me cuenta ella.
- ¿entonces tu puedes ahorrarme el camino? – le pregunto y ella asiente.
- Solo si os casáis conmigo. – me responde, mientras veo a mis hombres levantarse; gracias a sus curaciones de brujería, creo que me sería útil.
- Está bien, acepto; pero jamás mostraras tus poderes, salvo que yo te lo diga. – le ordeno y ella asiente.
- Como digáis, mi rey. – dice besándome.
Nos besamos, sintiendo algún tipo de vínculo mágico; que esta vez la espada no evita y ella sonríe, le devuelvo la sonrisa pensando que acabo de conseguir una ventaja brutal.
Ahora que la miro tiene en los pelos bastantes cosas del bosque, hojas; raíces, flores y huesos. En las cuencas de sus ojos se muestra unas manchas negras, tiene una belleza salvaje; su ropa esta echa de tejidos de madera y hojas, su pelo crece sin control como la maleza de aquí y su cuerpo es intimidantemente bonito.