Eso

Un joven que descubre el sexo en su propia casa. Una historia que podría ser real, personajes que podrían ser cualquiera de nosotros. ¿Que pensaste que era imposible hacer y finalmente hiciste? La decisión es tuya.

Eso

Capítulo I

Lo había hecho una vez más. Se encontraba sudoroso entre sus sábanas, ese sueño que le acaloraba todas las noches, pensar en esos pechos, en esos labios, en esos muslos de Venus...

Raúl se incorporó en su cama, había intentado retener el orgasmo, pero le había costado. El semen se escurría entre sus dedos, maldijo entre dientes, puesto que consideraba eso asqueroso. Buscó en su armario hasta encontrar la toalla que usaba acostumbradamente para limpiar el resto de sus "juegos nocturnos". Se limpió como pudo y se volvió a acostar, abriendo antes la ventana de par en par.

-"Dios mío... Esto no puede ser sano..." –Pensó, aún con la respiración agitada.-

Pero es que ese sueño lo tenía una y otra vez, este año en su clase de instituto habían coincidido varias de sus musas... Ana... Marta... Solo de pensar en ellas se volvió a acariciar de nuevo, su miembro estaba relajado después del orgasmo, y tardaría unos minutos en reponerse, pero no le dio tiempo, puesto que el sonido de la puerta de la calle al abrirse le sacó de ensoñaciones.

Escuchó las voces de su hermana Laura y otra persona al entrar, reía, seguramente había tomado una o dos copas de más, una voz masculina la acompañaba.

-Chss... No despiertes a mi hermano... –Decía Laura.- Vamos a mi cuarto...

Raúl guardó silencio, ahora empezaría lo mismo que casi todos los días. Las risas, los besos, las caricias, los gemidos... Y, efectivamente, empezó.

Su miembro empezó a erguirse de nuevo ante los gemidos y las risas de placer de su hermana, los sonidos de penetración, el olor a sexo... Se corrió al mismo tiempo que la chica, moviendo su mano a un ritmo vertiginoso, manchando ya de forma inocultable sus sabanas.

Esperó a que el ligue de turno de su hermana se hubiera marchado, abrió su puerta silenciosamente, pero cuando estaba en el pasillo, escuchó el ruido del agua al correr. Se acercó hacia el baño, y vio a su hermana sentada en el bidé, de espaldas a él, con una de sus manos en su entrepierna.

-¿Te he despertado? –Dijo ella sin girarse.-

-No, tranquila. –Contestó Raúl.- ¿Quién era ese?

-No lo sé... Tú no le conoces... –Masculló Laura.- Pásame la toalla.

Raúl le dio a su hermana la toalla, sin embargo, esta, con descaro, en vez de taparse sus intimidades, la usó para secarse las manos. Tuvo que hacer un esfuerzo realmente considerable para no comerse con los ojos el sexo de su hermana, esta le miraba con curiosidad. Raúl se había puesto únicamente unos pantalones antes de salir del cuarto.

-¿Te la has estado cascando? –Rió ella.-

-Anda ya... –Mintió Raúl.- ¿Te queda mucho?

-No, ya he terminado, me voy a dormir, estoy rota...

Cuando Laura pasó a su lado le dio un pellizco en el trasero.

-Cada día estás más bueno. –Rió ella.- Que no sorprenda que una noche entre en tu cuarto para que me eches un polvo.

-Lo esperaré con ganas. –Raúl intentó poner ironía en su voz, pero pareció más ansiedad que otra cosa.-

Escuchó como la puerta del cuarto de su hermana se cerraba, él hizo lo propio con la del baño, corrió el pestillo. Dejó el grifo de la ducha correr, y se ducho, con agua fría, algo que no solía hacer muchas veces, dado que la detestaba, pero esa noche, la necesitaba.

-"Eres un pajero asqueroso." –Se amonestó mentalmente.- "Y encima le miras el coño a tu hermana, cerdo..."

Se puso su albornoz y salió del baño, aún era de noche, debían ser las cinco de la mañana, decidió que era mejor intentar dormir un poco más. Quitó las sabanas de su cama, las enrolló en el suelo, procurando no mancharse con su corrida y se tumbó en el colchón. La aspereza y frescura del colchón fue lo que necesitó para dormirse, deseando volver a tener ese sueño que tanto le excitaba, ese sueño que le había hecho correrse tantas veces durante los últimos tres meses...

Capítulo II

En el instituto todo era aburrido y rutinario, como siempre. Le escocían los ojos a causa del sueño, pero no podía faltar más a clase, bajo amenaza de que sus profesores le quemaran en la hoguera. Las notificaciones llegaban a casa como si fueran cartas de banco, y su hermana Laura no podía dar más excusas por él. En los últimos meses había sido operado de apendicitis, se había roto una mano y una pierna, así como había hecho dos largos viajes por Europa, todo, obviamente, eran excusas que ponía para justificar las faltas de su hermano.

-Como iba diciendo... –El profesor alzó la voz, sacándole de su estado comatoso.- Las causas que llevaron a las potencias occidentales a otra gran guerra fueron...

Raúl volvió a su estado de somnolencia, incapaz de concentrarse en las causas de la segunda guerra mundial, sacó su agenda e hizo como que leía algo muy interesante. Repasó su horario, después de Historia tenían Educación Física, dos horas, al ser viernes les tocaba en la piscina, maldijo por lo bajo.

-"Piscina..." –Pensó.- "Eso significa que estarán ellas con sus precisos bikinis."

Suspiró, pensando en que su "amiguito de ahí abajo" no podría mantenerse indiferente ante ese estímulo. La clase tocó a su fin, y recogió sus libros sin muchas ganas.

-¡Raúl! –Gritó unos de sus compañeros.- Despierta tío, que vas a cámara lenta...

-¡Ya voy! –Rumió él.-

Metió la mochila en su taquilla y sacó la bolsa de deporte lo más rápido que pudo, corrió por el pasillo para alcanzar a sus compañeros de clase.

-El de mates es un cabrón... –Gruñó Felipe, uno de sus amigos.- Ponernos un examen el lunes... Con el resacón que tendré el domingo, estas que puedo estudiar...

-Pues no salgas, porrero. –Reía Daniel.- Por un fin de semana no te vas a morir.

-Es que me tiene manía, puto profesor. –Se defendía Felipe.-

-¿Hoy nos toca Waterpolo? –Raúl bostezó.-

-Sí, todo este mes... –Felipe le miró a la cara, se fijó en sus ojeras.- ¿Has pasado mala noche?

-Mi hermana... –Susurró Raúl, pues sus amigos ya conocían de sobra las aficiones de Laura.-

-Joder... –Daniel se relamió.- Con todos los respetos tío, cogía a tu hermana y la mataba a polvos, que pivón...

-Antes tendrías que encontrarte la polla, pajero. –Rió Felipe.-

-Chsst... –Raúl les hizo callar.-

Llegando a la entrada del centro deportivo del instituto, se toparon con el grupo de chicas. Ahí estaban ellas... Marta... Con su pelo rubio, sus ojos claros, su cuerpo lleno de curvas, su sonrisa perpetua... Ana... Pelo negro, pecho más voluminoso, gesto delicado, ojos claros en los que adentrarse para no salir...

Raúl sintió un escalofrió que le recorría todo el cuerpo, centrándose sobre todo en sus genitales.

-Cuidado no se te vaya a poner dura. –Le susurraron Daniel y Felipe al oído, entre risas ahogadas.- Disimula un poco tío...

Marta estaba más pálida que de costumbre, sus ojos estaban atravesados por unas pequeñas ojeras, que no conseguían apagar su belleza.

-Hola. –Saludaron las chicas una tras otra.-

-Ho... Hola... –Saludó Raúl, mientras tragaba saliva.-

Ellas rieron ante el tartamudeo del chico, pero no le dieron más importancia. Sus amigos, Felipe y Daniel, estuvieron riéndose de él todo el camino hacia los vestuarios.

Mientras se desnudaban, Felipe llamó su atención chistando.

-Oye, ¿Es normal que un huevo sea más grande que el otro? –Susurró preocupado.-

Daniel y Raúl se miraron.

-Sí, mirad, es que, creo que el izquierdo es más grande. –Felipe les puso sus genitales casi en la cara.-

-Oh, joder, Felipe, no seas maricón y aparta eso de mí. –El tono de voz áspero de Daniel puso en alerta al resto del vestuario, Felipe se puso el bañador, con gesto de enfado.-

Una vez todos se pusieron su reglamentario bañador negro ceñido, salieron a la piscina, dándose una pequeña ducha antes de ir al encuentro de su instructor de Waterpolo. Raúl rió incomodo cuando vio a las chicas salir de su vestuario, sus bikinis, verdes en el caso de las chicas, le hicieron temer que su "pequeño" se levantara a ver que pasaba.

-Hoy vamos a hacer un pequeño partido, los equipos de siempre. –Dijo su instructor mientras repartía las pelotas.- Yo haré de arbitro, Daniel, no te olvides del casco.

El instructor le lanzó el casco a Daniel, que hacia de portero, este maldijo en voz baja, puesto que opinaba que ese casco le hacía tener la cabeza enorme.

En la piscina aledaña, las chicas hacían lo mismo, entre risitas, como todo lo que hacían, Raúl asociaba ese sonido de risas juveniles al paraíso de sus sueños, donde, justo antes de besar a sus dos musas, escuchaba sus risas, alegres, frescas... Inmediatamente se obligó a pensar en otra cosa, dado que recordar sus tropelías nocturnas le hacía sentir dolor en el bajo vientre.

Estuvieron jugando una hora y media, cambiaron equipos, practicaron tiros libres, pases... Raúl no tuvo su día, metiendo tan solo uno de los ocho tiros que tuvo, cosa que el instructor notó y amonestó.

-A ver si bebemos menos y trabajamos más, no quiero estatuas en mi clase. –Gruñó mientras le daba una "cariñosa" palmada en la espalda.-

-Dame un respiro... –El tono de voz de Raúl no fue para nada respetuoso, cosa que el instructor notó.-

-Sí, un respiro, ¡Recoge el material! –Dijo este.- El resto, al vestuario, hay que repasar sobre los equipos, creo que hay que hacer cambios.

Ante las miradas de "Te jodes, por bocazas" de sus amigos, Raúl maldijo en silencio y se metió en la piscina a recoger las porterías y los balones, que flotaban fantasmagóricamente en el agua tranquila.

Después de varios viajes, de cargar con esfuerzo las porterías y de meter los balones en sus bolsas, observó como las chicas terminaban su particular partido, entre risas, felicitándose unas a otras por los tantos marcados, entre ellas no había competitividad ni roces absurdos. Verlas saltar, nadar hacia los balones, reír, tocarse, unas con otras...

Demasiado tarde se dio cuenta de que su amigo había despertado, con la excusa de recoger un balón que se le había escapado, se sumergió en el agua de la piscina de los chicos, donde continuó observando a las chicas. Dios, era un paraíso... Todas parecían ángeles, ángeles semi-desnudos, que se tocaban, que hacían que sus voluminosos pechos botaran...

Pero el espectáculo cesó, y su instructora les mandó ir al vestuario, Raúl pensó que era mejor, puesto que su erección ya le dolía, vio como el agua se escurría por el cuerpo de Ana, y deseó convertirse en gotas de agua. Espero a ver como Marta salía de la piscina, pero no la vio. Las otras chicas comentaban, la instructora hablaba con ellas sin prestar atención al agua... Raúl se incorporó en la piscina, tenia un mal presentimiento.

Aún con su erección a media potencia, se arriesgo a salir de la piscina, buscó con la vista, y entonces, tuvo un estremecimiento. Se lanzó a la piscina de las chicas con violencia, abrió los ojos bajo el agua, y la vio. Como una ninfa, permanecía sumergida, con el pelo ondeando en el agua, su tez más pálida que nunca. No había nadado tan rápido en su vida, la cogió entre sus brazos y emergió. Sus gritos prontamente llenaron todo el centro, haciendo salir a la gente de los vestuarios, alarmada.

En una situación menos grave, habría sido consciente de que su erección, a media potencia aún, se frotaba contra los glúteos de la mujer, y que su mano se anudaba sobre los pechos de la mujer. Pero no había malas intenciones en ello, realmente, ni siquiera fue consciente, simplemente intentaba llegar al bordillo de la gran piscina.

Prontamente los instructores se hicieron cargo de ella, le tomaron el pulso, comprobaron su respiración, la hicieron incorporarse y apretaron en la zona de su estomago, Marta escupió un poco de agua, y tosió con violencia.

-¡Marta! –Vociferaba la instructora con preocupación.- ¿Estas bien?

Pero no hubo más espectáculo que ver, los instructores mandaron a los alumnos al vestuario, a que se cambiaran, ellos se llevaron a la chica a la enfermería. Raúl nunca había estado más preocupado, y en el vestuario, jamás se había podido palpar el silencio de esa forma, sin un comentario de que a tal mujer se le marcaban los pezones, sin el comentario de que el culo de tal chica cada día era mejor... Hubo silencio, silencio mortal.

Raúl se duchó a un ritmo vertiginoso, se cambió de ropa y salió corriendo, dejando olvidada incluso su bolsa deportiva, que Felipe se encargó de coger por él. Corrió hasta la enfermería, entró sin llamar.

Un pequeño gritito le sobresaltó y le hizo retroceder, instantáneamente cerró los ojos, pero el "mal" ya estaba hecho.

-¡Cuando aprenderéis los jóvenes a llamar a la puerta! –Gritó la enfermera.-

Esta corrió el biombo detrás del cual estaba Marta sentada, aún muy pálida, se había deshecho de la parte superior de su bañador, para facilitar la auscultación de la enfermera. Los había visto, un segundo, sí, pero esa imagen quedara grabada en su memoria para siempre. Sus senos eran redondos, sus aureolas, color carne...

-Yo... Yo solo... Quería saber... –Tartamudeó Raúl.- Si estaba... Bien...

-Lárgate de aquí. –Amonestó de nuevo la enfermera, cerrándole la puerta en las narices.-

En el pasillo, un segundo después aparecieron Ana y el resto de las amigas de Marta.

-¿Cómo está? –Preguntó esta con su voz frágil.-

-No me lo han dicho... –Dijo este afectado.-

-Menos mal que has estado ahí... –Los ojos de Ana estaban vidriosos.- He llamado a su madre, pero... Dios... Es que...

Ana se puso a llorar, y sus otras amigas la consolaron.

-Le dije que no era bueno venir sin desayunar nada... Que la clase era muy exigente... Ella no me hizo caso... –Sollozó.- Y si le hubiera pasado algo...

-No es tu culpa. –Dijo una de sus amigas.-

-Gracias, Raúl, si no hubieras estado ahí...

Tuvo un doble estremecimiento, primero porque Ana pronunciara tan dulcemente su nombre, segundo, por como le había mirado, era una de esas miradas estilo película, estuvo tentado un buen rato a besarla, pensando que sonaría de fondo música romántica, pero finalmente, fuera de ensoñaciones, no hizo nada.

A sus amigas las invitaron a pasar unos minutos más tarde, a él no le dejaron. Finalmente, triste, se marchó a casa. En el autobús empezó a ser consciente del episodio, no solo le había salvado la vida, sino que... Había visto sus pechos... Y... Los había tocado... También se acordó de cómo su miembro había acariciado varias veces sus nalgas. Su erección fue brutal pasados unos minutos, y agradeció llevar unos vaqueros, aunque el dolor era grande.

Llegó a casa, y nada más entrar, se internó en el baño. La paja fue monumental, su miembro estuvo escupiendo semen un buen rato, y cuando el flujo se detuvo, el siguió bombeando, no quería terminar, era demasiado delicioso... Se hizo tres pajas más en apenas media hora. Manchó la bañera y el suelo del baño con su semen, que limpió con papel higiénico, no sin dificultades.

Abandonó el baño cansado después de tal esfuerzo, decidido a dormir un par de horas, hasta que volviera su hermana, por el camino, vio la puerta del cuarto de Laura, en la cama, como si fuera uno más de los cojines, había un gran consolador rojo. Suspiró, intentando que su mente, ya de por sí sedienta de sexo, no pensara en la imagen de su hermana utilizando tal juguete.

Capítulo III

Le despertó el sonido del teléfono, somnoliento, despegó el auricular.

-Quien... –Dijo con voz pastosa, medio dormido.-

-¿Estas segura de que este es su número? –Dijo una voz simpática y femenina que identificó al instante, al parecer hablando con alguien que había a su lado.-

-¡Marta! ¿Eres tu? –Se despertó al instante.-

-Ah, sí, Raúl... –Ella se rió un poco.-

Tapó el teléfono y gritó de felicidad.

-Bueno... –Continuó Marta.- Solo quería darte las gracias por lo de esta mañana...

-No es nada, de verdad...

-No seas tonto... A saber qué estarás pensando de mí...

-No, de verdad... –Intentó no darle demasiada importancia a la situación.- Lo importante es que estas bien...

-Gracias... –Parecía emocionada, sollozó un par de veces.- Te debo una muy grande.

-Prométeme una cosa. –Dijo Raúl con tono solemne.-

-¿El qué? –Contestó ella preocupada.-

-Que a partir de ahora vas a desayunar todos los días.

Ambos rieron en el auricular, y Raúl casi lloró de la emoción.

-Lo haré... Gracias... –Ella suspiró.- Ya nos veremos en clase ¿No?

-Sí, claro... Cuídate...

-Adiós Raúl.

-Adiós Marta.

Gritó como un autentico loco, saltó en la cama, y después, por inercia, se hizo una paja, se corrió en las paredes, pero le dio igual, Marta le había llamado, Marta, su musa... Encendió el ordenador, tecleó su contraseña, y buscó rápidamente su carpeta con las fotos de Ana y Marta, había sido un trabajo difícil reunir esa colección, pero se sentía muy orgulloso de ella... No aparecían desnudas, obviamente, pero a él no le importaba...

Su burbuja de felicidad estalló cuando su hermana llegó a casa. Como pudo, limpió los restos de su corrida de la pared, pero se notaba si te acercabas. Lo que hizo fue salir a su encuentro en el pasillo. Ella vestía un traje de ejecutiva al que había ido desabrochando botones en el ascensor, lanzó los zapatos hacia su cuarto y suspiró.

-Me han llamado del colegio. –Dijo mientras se quitaba el maquillaje.- ¿Qué ha pasado con Marta?

-¿Cómo sabes que es Marta?

-¿No era esa la chica que te gustaba?

-Anda ya... –Rió incomodo, y su hermana le miró, atravesándole con la mirada, siempre sabía lo que pensaba.- ¿Qué tal en la oficina?

-Aburrida, como siempre.

Entraron en la cocina y empezaron a sacar las cosas para hacer la comida, ella le contó algo sobre un ruso al que habían vendido una gran mansión en la costa, otra cosa sobre el reparto de primas en la inmobiliaria y de que podrían irse a esquiar la temporada que viene, dado que había cogido sus vacaciones para ese entonces.

-Si, sí... –Respondió él por décima vez, incapaz de hacer el mínimo caso a su hermana.-

-Puede que el domingo venga Cristina a dormir, tranquilo, se mantendrá lejos de ti. –Añadió ella.- ¿Qué te parece?

-Sí, sí... –Respondió mecánicamente.-

-Voy a bajarte los pantalones y te haré la mamada más espléndida que te puedas imaginar.

-Sí, sí... –Raúl dudó.- ¿Qué?

-¡Qué me hagas caso! –Le lanzó el salero, que Raúl atrapó con dificultades.- No me gusta hablar con las paredes...

Comieron en silencio, Laura revisaba unos papeles de su oficina, negando de vez en cuando con la cabeza. Realmente, Laura era una mujer preciosa. Su pelo era negro, como el de su hermano, y sus ojos, de un profundo color esmeralda, se remarcaban mucho en su cara afilada y pálida. Por lo demás, pechos pequeños, una cintura fina, y un trasero que quitaba el hipo.

-O sea, que sí. –Dijo de pronto, como si llevaran hablando toda la comida.- Que me llamó tu director, al parecer había pasado algo en la piscina con Marta, ¿Está bien?

-Sí, me ha llama...

-¡Te ha llamado! –Gritó ella de repente.- ¡Dios!

-No sé que hay de espectacular. –Repuso él cortante.-

-Que una chica te llame es un espectáculo, hermanito. –Rió ella.- Que si no fuera por como me miras, diría que eres un marica.

-Por como... –Bufó.- ¡Yo no te miro!

-Sí, claro... –Volvió a reírse.- A saber cuantas pajas te has hecho pensando en mí.

-Seguro que no tantas como tú. –Cogió su plato, cuyo contenido ya había terminado, y se levantó.-

Había esperado que su hermana lo negara, pero tan solo se ganó una mirada lujuriosa y una sonrisa impúdica. Recogió un poco la encimera de la cocina y se fue a su cuarto. Era viernes y tenia planeada una larga noche de Internet, hablar un poco con sus amigos del resto del mundo seria lo mejor para despejarse después de tan terrible día.

Se conectó, y pronto encontró justo lo que buscaba, ahí estaban, Rocío, Tanya, Carla... Él nunca había sido muy proclive a los amores a través de Internet, pero sabia una cosa, que podías hacer sentir bien a muchas personas si tenias un mínimo de delicadeza, así conseguía resarcirse un poco de tantos pecados que tenía en su conciencia.

Pero su noche de paz se vio interrumpida, la línea, una vez más, se había caído. Estaba cansado, le dolía la espalda a causa del Waterpolo, y estaba enfadado con su ordenador. Así, sin mucho animo, empezó a buscar alguna diversión entre sus carpetas antiguas. No fue consciente de donde estaba hasta que ya había pasado esa peligrosa línea, había accedido, a través de la defectuosa Conexión en Red, al ordenador de su hermana, una carpeta llamó poderosamente su atención.

"Capturas", no supo por qué, pero entró con ansia, encontrando aquello que buscaba. Eran docenas, cientos de fotografías de su hermana. Fotografías en las que mostraba poca ropa, en algunas vestía lencería fina, en otras estaba completamente desnuda, el resto eran de sexo explicito...

Su miembro empezó a despertarse con ansia de descargar la tensión acumulada. Era el mayor descubrimiento que hacia en el ordenador, tan solo superado por las páginas de Internet de sexo gratis. Las miró todas, una a una, sintió como su pene hacía fuerza por salir de sus pantalones, una gota de sudor cubrió su frente... Rápidamente, temeroso de que ese manantial de placer desapareciera, hizo una copia, que guardo bajo clave en su ordenador.

Siguió buscando, encontró videos, relatos eróticos escritos por la propia mano de su hermana, incluso, lo que parecía ser su diario del sexo, donde anotaba sus relaciones sexuales, las calificaba por colores y por números. Raúl acababa de descubrir un acceso directo al corazón de su hermana, al corazón, y, si lo deseaba, a su coño.

Se masturbó hasta que realmente no pudo más, estaba agotado, sudado y aún excitado mentalmente, pero su miembro no daba a más, incluso le dolía después de ese día tan movidito, agradeció que a causa del agotamiento no soñara con su particular fiesta con Ana y Marta, dado que eso le hubiera obligado a tener que hacerse otra paja.

Al apagar su ordenador, se dejó caer en la cama. Aún era pronto, apenas las ocho de la tarde, pero no necesitaba más... Cerró los ojos, y se durmió. Fue consciente de que su hermana había llamado a su puerta varias veces, pero no pudo levantarse ni abrir completamente los ojos, estaba agotado de tanto masturbarse.

Se despertó pocos minutos antes de las siete de la mañana, dispuesto a retomar ese nuevo día con energía, para, más tarde, gastarla toda degustando los placeres de ese santo grial del sexo. Se duchó con esmero, dejándose seducir por las aguas, le puso sábanas limpias a su cama, barrió el suelo. Incluso quitó algo de polvo de sus estanterías. Cuando terminó de organizar su escritorio no eran ni las nueve, por lo que, aburrido, hizo el desayuno.

Realmente él nunca desayunaba, no tenía tiempo si quería llegar pronto al instituto, pero, por una vez, se esmeró. Preparó tostadas, exprimió zumo, y llenó un tazón con los cereales de chocolate que su hermana adoraba, uno de sus caprichos de la infancia. Se entusiasmó los primeros tres minutos, después, al comprobar que su hermana no saldría, decidió ir él mismo a por ella. Puso todo en una bandeja, y se rió por el pasillo, dado que todo parecía sacado de una empalagosa película de amor.

Tocó a la puerta y entró.

Las cortinas dejaban entrar tan solo unos tímidos rayos de Sol, por lo demás, todo tenia un profundo olor a mujer, desde retazos de perfume al intenso olor de su vagina. Encima de la mesilla de noche estaba su famoso juguete rojo, Raúl sintió un escalofrió al verlo.

Su hermana abrió un poco los ojos, su semblante somnoliento cambió al instante nada más darse cuenta del detalle de su hermano.

-Eres un cielo. –Dijo mientras le daba un beso largo en la comisura de los labios.-

-Solo me aburría... –Se excusó él.-

-Sabes... Eres el primer hombre que me trae el desayuno a la cama sin esperar un polvo a cambio... –Dejó su vaso de zumo de naranja y le miró.- ¿Por qué no quieres un polvo, verdad?

-Yo... Eh... Pues... –Tartamudeó Raúl, ante las carcajadas de su hermana, se dio cuenta de que estaba bromeando, o al menos, eso prefirió pensar él.- Que aproveche, y buenos días, por cierto.

La dejó desayunar tranquila, aunque de vez en cuando escuchaba a su hermana reírse sola, seguramente dentro de alguna de sus maquinaciones perversas. Raúl se dedicó a ver algunos programas de televisión, un sábado por la mañana encontrar alguna cadena que no ofreciera una serie que protagonizara una adolescente neurótica con los chicos era cuestión de insistir. Se rindió al ver que no encontraría ningún programa decente.

-Raúl, mañana vendrá Cristina... –Dijo su hermana desde algún rincón de la casa.-

-Sí, me lo dijiste ayer. –Respondió.-

-¿No te molesta, verdad?

-No.

Cristina era la gran amiga de juergas de su hermana Laura, tenían un gusto común por los chicos y ambas estaban un poco trastornadas, pero, en el fondo, eran buenas personas. Físicamente, Cristina tenia mucho más pecho que Laura, el cabello corto y negro, era un poco más bajita y tenia más caderas, pero seguía siendo igual de apetecible, pues en su rostro estaba reflejada la lujuria las 24 horas del día.

-¿Hoy vas a salir? –Preguntó su hermana a voces.-

-No lo sé... –En realidad, Raúl no tenia muchas ganas de salir, quizás si recibiera alguna llamada de Felipe o Adrián avisándole de alguna fiesta especial...-

Su hermana llegó, estaba con su bata de seda puesta, por como se marcaban sus pezones, Raúl supo al instante que era lo único que llevaba.

-Tienes que salir, tío, no esperes que las chicas vengan a casa a babear por ti. –Comentó mientras le alborotaba el pelo.- Píllate una buena borrachera, que se te ve algo decaído.

-Supongo que de borracheras tu me podrás dar muchas lecciones. –Dijo con tono sarcástico.-

Laura se lanzó hacia su hermano, intentando rememorar sus ratos infantiles donde intentaban hacerse cosquillas el uno al otro, pero pronto la poca ropa de su hermana se hizo patente en su desnudez, las manos de Raúl recorrían los costados de la mujer, y esta, sin ningún tipo de duda, buscaba sus glúteos, su tórax... Pronto, entre risas, ella le besó en los labios, un beso corto y sencillo, seguido de muchos más. La respiración de ambos se agitó, su último beso fue con lengua, y fue largo y profundo.

-¡Dios mío! –Gritó su hermana incorporándose de un salto, mostrando perfectamente su cuerpo desnudo, dado que su bata de seda estaba abierta.- No puedo entretenerme mucho más, tengo muchas cosas que hacer y he quedado, lo siento, hermanito, ya terminaremos nuestra partida luego.

Y se marchó rápidamente al baño, donde se duchó fugazmente, se vistió, y salió al encuentro de su amiga Cristina, y, seguramente, un par de chicos con los que pasarían el resto del día.

Raúl tuvo el incesante deseo de masturbarse en ese momento, pero prefirió recurrir a su nuevo tesoro. Encontró un video de su hermana masturbándose, lenta y detenidamente, por como enfocaba y desenfocaba la cámara, debía ser otra persona la que lo grababa.

Los dedos de su hermana entraban y salían de su vagina húmeda, mientras que su vientre se arqueaba y gemía, con mucha agilidad, se dedicó a su clítoris, corriéndose instantáneamente entre pequeños grititos. Raúl tuvo la sensación de que tendría una corrida en seco, sin siquiera haberse tocado.

El video continuaba, ella estaba rendida en la cama, acariciándose muy lentamente los muslos, mientras recuperaba el aliento. Cerró el video, considerándolo justo en ese momento como un grave insulto a la confianza que su hermana había depositado en él. Apagó el ordenador, cogió su teléfono móvil justo en el momento en que empezaba a vibrar, Felipe le llamaba, algún antro les esperaría esa noche.

Capítulo IV

El local estaba lleno de jóvenes que, unos apretados con otros, hacían el vano intento de bailar, aunque lo más que lograban era imitar el movimiento de un epiléptico. Daniel y Felipe se habían arrimado a un par de chicas, que, no muy entusiasmadas, aceptaron quedarse con ellos.

Raúl, algo distraído, jugaba con su botellín de cerveza en uno de los extremos de la barra.

-Se te ve muy solo, campeón. –Dijo una voz femenina a su derecha.-

-Estela... –Musitó él.- ¿Qué haces tú por aquí?

Estela era la típica chica de instituto cuya reputación está por los suelos, de ella se decía que era una presa fácil, o "bragas rápidas" como solían llamarla. Por curiosidades del destino, Raúl siempre había tenido en alta estima a la chica, dado que la identificaba un poco con él. Su política de "no juzgues si no quieres ser juzgado" le había llevado a esa situación, en una clase de Psicología, donde su profesor, un poco hippie que era, les mandó escribirles dedicatorias a sus compañeros. Una tras otra, fueron textos irónicos y dolorosos hacia Estela, siendo el de Raúl el único que había tenido unas palabras hermosas para ella.

-Bueno, pues he salido a ver si la noche mejoraba un poco. –Pidió una copa al camarero.- ¿Y tu?

-Tenia que distraerme un poco, si no lo hacia, me iba a volver loco. –Brindó su botellín de cerveza con el vaso de Estela.- ¿La noche va bien?

-Un tío me ha intentado meter mano cuando intentaba ir al lavabo... –Dijo ella, intentando que su voz sonara a un susurro pese a estar gritando por encima del volumen de la música.-

-¿Y?

-¡Pues que no era lo que yo quería!

-Oye, que tal si salimos de aquí. –Sugirió Raúl, dado que el volumen de la música le estaba provocando dolor de cabeza.-

-Te sigo, campeón. –Contestó ella apurando su copa.-

La zona de bares estaba próxima al paseo marítimo, ocupado por algunos turistas trasnochadores. Ahí, con más silencio, pudieron pasear y hablar tranquilos. Se preguntaron por su vida, por el instituto, por la familia, parecían dos buenos amigos paseando, sin más preocupaciones que el no encontrar demasiadas personas a su alrededor. Dado que el vestido de Estela brillaba por su ausencia de lo corto y fino que era, Raúl, entre risas, le ofreció su chaqueta.

-Eres un buen tío, de verdad... –Susurró ella mientras le cogía el brazo.- No entiendo como no tienes novia.

-Será que no he encontrado a la adecuada. –Dijo con el tono más monótono que tenia.- O es que ellas no me encuentran a mí.

-¿Aún sigues encaprichado por las Mises?

-Pues... –Raúl sonrió, Mises era como Estela llamaba a Marta y Ana.- Supongo...

-Sabes que eres mi campeón... –Ella le cogió del antebrazo.- Que lo haría todo por ti...

Le llevó hacia uno de los bancos del paseo, obligándole a sentarse, ella se apoyó en su regazo. Le miró fijamente a los ojos. Ella era alta, delgada, con pechos ni muy grandes ni muy pequeños, labios carnosos y piernas largas. Tenia una densa melena castaña y unos ojos marrones que inspiraban necesidad.

-Estela, Estela, un día un hombre te hará muy feliz... –Susurró.-

Ella se incorporó ligeramente para besarle, un beso dulce y suave, cargado de afecto contenido. Raúl aceptó el beso, y cerró los ojos, para sentirlo mejor. Durante un par de minutos estuvieron fundidos. Estela, con los ojos llorosos, le miró penetrantemente.

-¿Por qué no puedes ser tu ese chico? –Sollozó ella.-

Como Raúl no respondió, ella siguió con sus caricias, que, poco a poco, fueron afectando a zonas más erógenas. Cuando la mano de la joven llevaba un rato cerca de la entrepierna de Raúl, este no tuvo más remedio que pedirle que fueran a otro sitio más discreto. Estela se abalanzó sobre él nada más hubieron llegado a su casa, ella se había independizado muy joven, sus padres no habían puesto muchas pegas, dado que el dinero provenía de la herencia que les había dejado su abuela.

-Raúl... –Gemía ella mientras recibía los besos de este en el cuello.- Me gustas mucho...

Su camiseta pronto voló, jugueteando ella durante unos segundos con su sujetador antes de conducir las manos de Raúl hacia el broche, esperando que se lo quitara él. No le costó mucho, estaba acostumbrado desde pequeño a que su hermana le pidiera que se los desabrochara, era uno de sus múltiples métodos de provocarle.

-Vamos... –Apremiaba ella, llevada por la lujuria.-

Se empezó a bajar la falda, pero Raúl detuvo sus manos.

-Conmigo, puedes ser tu misma... –Susurró de forma solemne, pensando en su fuero interno en qué demonios estaba diciendo y por qué no se abalanzaba sobre esa presa fácil y la engullía entera. Pero Estela le dedicó una mirada dulce y sincera.- Tú misma.

Comprendió a lo que se refería, y su ritmo fue más pausado, se besaron intensamente, jugaron con sus lenguas, gimió en el momento en el que Raúl le mordió el lóbulo de una de sus orejas... Una de las manos de Estela acariciaba el miembro de Raúl por encima de su pantalón, este hacía notar su ansia de salir y dar guerra.

Pero Raúl siguió imprimiendo un ritmo más lento, se detuvo en cada centímetro de la piel de Estela, bajó con delicadeza su falda, acariciando sus muslos, provocando otro gemido de Estela, cuyo vientre se erizaba poco a poco.

-Eres... –Gemía.- Eres...

Con suma lentitud, emulando el comportamiento que había visto y leído mil veces en todo el material erótico y pornográfico que había podido obtener, fue consciente de que, para una mujer, los "juegos previos" son casi más importantes que el polvo en sí. Estela llevaba unas braguitas tipo tanga, de un color pastel muy bonito. Tenían una pequeña mancha de humedad, al parecer, estaba disfrutando con esta atípica relación.

-Tranquila... –Susurró Raúl, mientras besaba su cuello.- Hoy eres una princesa, no una puta...

Raúl fue consciente de que una lágrima, quizás de placer, quizás de emoción, había recorrido el rostro de la mujer. Bajó por el cuello, hasta llegar hasta sus senos, que paladeó con disfrute. Raúl aún era virgen, pero había tenido otros roces amorosos, siempre sin penetración. Cuando mordisqueó suavemente sus aureolas doradas, ella gimió intensamente.

Besó su vientre, su ombligo, se detuvo en sus caderas, que acarició con suavidad, pareció que por fin iba a llegar a su pubis, pero, con descaro, lo saltó, bajando por sus piernas, besándolas en todo momento...

-Eres... –Gimió ella de nuevo, con cada vez más temblores.- Me haces...

Su respiración ya era muy violenta, y su vientre estaba totalmente erizado. Estaba a punto de tener un orgasmo. Raúl, con el mismo ritmo que desde el principio, besó los muslos de Estela por su cara interior, mucho más sensible. La mancha de humedad de sus braguitas era ya de considerables proporciones.

Besó por encima de sus braguitas, y Estela gimió con considerable entusiasmo. Con suavidad, bajó sus braguitas, que, húmedas como estaban, lanzó a la cara de su dueña.

-Es el olor del placer. –Carcajeó Raúl, provocando que la chica riera también.-

Su clítoris estaba muy inflamado. Estela tenia depilado todo el pubis, salvo un triangulo justo encima de la vagina. Raúl solo tuvo que acariciar el clítoris con su lengua para que Estela estallará.

-¡Oh!, Joder, ¡Sí! –Gritó, mientras degustaba un brutal orgasmo.- ¡Sí!

Las piernas de la mujer se atenazaron sobre la cabeza de Raúl, que fue empujado hacia su vagina, recibiendo toda la descarga de flujos vaginales. Tampoco habría tenido mucha intención de marcharse, acogió en su boca todo lo que salió de Estela, y venció su deseo de morder su clítoris, dado que sabia que en el momento del orgasmo, a las mujeres les molestaba que les tocaran el clítoris, esa lección debía agradecérsela a una novela erótica que le regalaron en su decimocuarto cumpleaños.

Acarició los muslos de la joven mientras esta, sin prisas, terminaba. Recuperarse de un orgasmo de esas características siempre llevaba unos minutos, permaneció con los ojos cerrados y respirando entrecortadamente un largo rato. Poco a poco, mientras se calmaba, los fue abriendo. Raúl pensó que nunca la había visto más hermosa. Los ojos entreabiertos, las mejillas un poco enrojecidas, y una sonrisa de felicidad en su cara.

-Lo sabia... –Susurró con voz dulce.- Eres especial... Yo... Yo...

-Chssst... –Raúl se tumbó a su lado, y jugó con su pelo.- Descansa...

-Pero... –Replicó ella.- Yo ya he terminado, y tú...

-Para mi está bien como está. –Raúl la besó con suavidad.- No olvides que hoy eres una princesa.

Estela le abrazó con intensidad. Raúl sintió como varias de sus lágrimas cálidas mojaban su cuello, la mujer susurró cosas como "Gracias", o "Siempre has sido un cielo conmigo", para concluir con un "Te quiero tanto...".

Raúl supo que la mujer, a causa del agotamiento, se había dormido. Consideró durante unos instantes marcharse a casa, pero no lo consideró muy cortes, dejar que Estela se despertara sola... Eso sería hacer lo mismo que todas las demás personas que habían pasado por esa cama. Él no, esta vez sería, aunque fuera por un día, el jinete vestido de blanco que la hiciera sentir especial.

-"Al fin y al cabo." –Pensó.- "No tienes nada mejor que hacer."

Tapó a Estela con la sábana que colgaba de la cama, la abrazó, quedando sus manos por encima de sus senos. Besó su cuello e intentó dormirse.

Capítulo V

Una calurosa mañana de domingo inundaba la habitación por los grandes ventanales de la casa de Estela. Raúl tardó unos segundos en darse cuenta de donde estaba, observó el techo, intentando darse cuenta de por qué su lámpara había cambiado.

Fue un suspiro relajado a su lado lo que le hizo recordar. Giró lentamente hacia Estela, su belleza se acentuaba de una manera imposible de creer. Dormida, sin tener que hacer frente a ninguna lacra de la sociedad que tanto daño le hacía, sin preocupaciones, sin estrés... La sábana le cubría tan solo la mitad de los senos, al parecer, durante sus sueños se había movido, una de sus suaves manos reposaba en el torso de Raúl.

Tuvo que contenerse por no besar a la mujer, despertarla, y hacer el amor con ella. Su habitual erección matutina empujaba para salir de su ropa interior, tuvo que respirar hondo diez veces antes de calmarse un poco, no podía evitar pensar en Ana y Marta, sus musas... Si ellas se lo pedían... Pero no, ese era un campo demasiado doloroso para un domingo por la mañana.

Era la primera vez que se despertaba en la cama de una chica, no habían llegado a hacer el amor, pero la situación era igual de complicada. Estuvo pensándose durante unos momentos la idea de levantarse, vestirse y marcharse, pero la descartó por superficial.

-"Eso debe ser lo que hacen los demás." –Pensó denuevo.- "Bueno, si es que no se van después del polvo, claro..."

Pese a todo, se levantó. La casa de Estela estaba más ordenada de lo que suponía de una persona joven, era de estas casas modernas que tienen la cocina conectada con el salón, como si fuera una barra de bar. Raúl, silencioso, se giró para observar a Estela desde el marco de la puerta. Era una diosa... Cualquier pintor clásico la habría cogido de modelo para representar una joven Venus, al levantarse Raúl, la sabana se había cruzado, mostrando algo de su bello púbico, su mueca relajada, sus senos perfectamente contorneados en su total desnudez...

Fue incapaz de aguantar más... Con todos los pensamientos en su cabeza, se internó en el baño de la joven y se masturbó, fue una paja rápida, necesaria para bajar la hinchazón de su miembro, pero la disfrutó desde el principio hasta las últimas gotas. Una vez todos los "desperfectos" estuvieron arreglados, se propuso ducharse, de nuevo se mostraba su inexperiencia en este asunto. Había recolectado el resto de su ropa del cuarto de Estela, pero no sabia que hacer. ¿Ducharse y volver a ponerse la ropa del día anterior?

-"Bueno, por lo menos me refrescaré."

Se introdujo en la moderna bañera de Estela y observó los diferentes geles y champúes, estaba acostumbrado a que su hermana tuviera mil tipos de marcas diferentes, así como docenas de envases, pero en casa él tenia su solitario champú, que llevaba usando desde hacía años. Como este no estaba, decidió aventurarse con un frasco de aspecto femenino que rezaba "Para cabellos secos".

El agua purificadora le hizo sentir muy bien, mientras le recorría, pensó que, si las cosas con Ana y Marta salían mal, quizás podría quedarse con Estela, ella parecía buena chica, además, podría enseñarle muchas cosas del arte amatorio, donde apenas había profundizado, literalmente hablando.

Una vez terminado de vestirse, abandonó el baño, limpio, más seguro de sí mismo. Toda la casa de Estela era un pequeño oasis de su vida caótica, era una buena casa, con dos habitaciones con baño, el salón y la cocina. Pensó que era genial que una persona de tan corta edad pudiera tener algo que considerar "suyo", pero era el legado de su abuela, el único de sus familiares que, según le había contado, sintió real aprecio por la muchacha.

Ni el ruido de la ducha, ni los paseos de Raúl, ni el Sol que entraba a raudales, hicieron despertarse a Estela. Al joven se le hizo un crimen terrible zarandearla y despertarla, y estuvo varios minutos pensando que hacer. Al final decidió lo más clásico y ridículo posible, algo que ya le había funcionado el día anterior, la cosa era hacer sentir especial a la mujer, ¿No?

Con sumo cuidado, abandonó el apartamento de la joven, tomando prestadas sus llaves, que estaban en un simpático llavero con forma de sol. Corrió, casi voló por la calle hasta una cercana churrería, había un par de jubilados tomándose el desayuno, y pensó por un momento que esto era demasiado anticuado incluso para él, pero, cuando el olor a chocolate caliente rozó su nariz, se dejó llevar. Sus fondos no eran muy grandes, se obligó a recordar que debía pedirle dinero a su hermana cuando la viera. Compró una docena de porras y una de churros, así como un buen chocolate.

Cargado con el pringoso producto, que portaba en una bolsa, tuvo el descaro de robar una rosa del portal colindante al de Estela. La rosa no era precisamente perfecta, pero había sido improvisado. Mientras subía en el ascensor, estuvo pensando cuantos adolescentes debían hacer esas cosas, y cuando buscó las llaves en su bolsillo, continuó rumiando el asunto, cuantos adolescentes habrían dejado a una preciosa mujer desnuda en la cama sin hacer el amor con ella. Se turbó tanto que se tomó un par de segundos para relajarse, el aroma de los churros le hacia sentirse bien, le recordaba a su infancia.

Abrió la puerta con suavidad, sin hacer ruido. Para su consternación, el ruido de la ducha y la cama vacía indicaron que Estela se había despertado, maldiciendo la perdida de tan "original" sorpresa. Repartió el chocolate en dos vasos y los llevó a la mesa del salón, donde dejó los churros y la rosa. El ruido del agua cesó. Fueron diez o quince segundos tensos, hasta que Estela salió del baño.

-Buenos días... –Dijo Raúl.-

Estela no pudo reprimir un gritito, mientras abría mucho los ojos y se tapaba la boca. Llevaba un albornoz muy sexy, pobremente anudado, lo que dejaba a la vista el nacimiento de sus senos. Sus ojos se pusieron vidriosos, y se abalanzó a los brazos del joven. Su pelo, que llevaba envuelto en una toalla, se desparramó sobre su hombro, pero no le importó, olía a frutas, le encantaba, le embriagaba.

El abrazo fue silencioso pero largo, en el lado izquierdo del cuello sentía la humedad del pelo desparramado de la joven, en el derecho, un par de templadas gotas, al parecer, se había emocionado de verdad. Raúl se sorprendió recreando la escena, ella despertándose, viendo que estaba sola, que me había ido sin dejarla una mísera nota de despedida...

-El chocolate se está enfriando. –Susurró entrecortadamente, temeroso de romper la magia.-

-¡Chocolate! –Ella le plantó un beso profundo en la comisura de los labios, Raúl giró la cara para que el beso fuera plenamente en los labios, un beso suave, con sabor a malvasía.- ¡Has traído churros! ¡Me encantan!

No se tomó ni el tiempo para vestirse, se sentó en una de las sillas de la mesa del salón, Raúl lo hizo frente a ella. Con una sonrisa de oreja a oreja y sus ojos marrones aún vidriosos, mojó su primer churro en el chocolate.

-¿Qué tal, bella durmiente? –Rió Raúl, mientras hacia lo propio con una porra.- He estado a punto de despertarte, pero se te veía tan tranquila.

-Sí... –Su sonrisa era impresionante.- Hacía mucho que no dormía tan bien.

Estuvieron hablando y riendo durante largos minutos, mientras la población de churros y porras disminuía considerablemente, ella llevaba la melena castaña echada a un lado, su bata, desanudada, seguía mostrando el nacimiento de sus senos, pero a Raúl no le importó, realmente se lo estaba pasando bien.

-Eres muy bueno conmigo. –Suspiró ella.-

-Porque te lo mereces. –Raúl le quitó importancia, él sentía algo especial por Estela, habría dado cualquier cosa por verla sonreír, tomó otra de sus notas mentales, tendría que prestarle más atención desde ese entonces, realmente ni siquiera sabía por qué teniéndola siempre tan cerca nunca había pasado algo parecido.-

Sus manos chocaron sobre el último de los churros, ambos la apartaron rápidamente.

-Tómatelo tú. –Dijo al instante Raúl, muy cortés.-

-¡Qué dices! –Alegó ella.- Los has comprado tú, además, entre los dos nos hemos comido dos docenas, tendrás que nadar mucho para que no se note en tu figura.

-No, no, es para ti. –Carcajeó Raúl.- ¿No le vas a dejar ahí solo, verdad? ¿Qué te ha hecho el pobre churro?

-Hay que encontrar una solución diplomática. –Ella frunció el ceño como si estuviera pensando, de repente, posó sus ojos en los de Raúl, y rió, tapándose la boca con las manos, como una niña.-

-¿Qué? –Sus carcajadas eran contagiosas.- ¿Qué pasa? ¿Tenemos solución diplomática?

-¿Has visto La Dama y el Vagabundo? –Ella no pudo contener sus sonora risa, sus ojos color castaña brillaron aún más intensamente.-

-Bien, bien... –Raúl intentó mantener la compostura.- Entonces, señorita Dama, si me hace los honores, intentaré ser un vagabundo decente.

Acarició el churro entre sus labios y se inclinó hacia ella, que, tras un par de respiraciones profundas, pudo reprimir sus carcajadas. Sus dientes se acercaron al bendito churro. Poco a poco, intentando contener la risa, fueron avanzando, inclinándose cada vez más en la mesa. Cuando tan solo quedaba un milímetro de churro por morder, sus labios se unieron, en un beso con sabor a chocolate.

Ambos rieron después, como niños después de hacer algo especialmente divertido. Estela apuró su vaso de chocolate, manchándose totalmente en la zona del bigote, ante las risotadas de Raúl, que finalmente tuvo que limpiarla, dado que ella no acertaba.

Tras recoger la mesa, fueron al sofá, encendieron la televisión, y se hizo el silencio. De vez en cuando, se sorprendían mirándose. Raúl tuvo muchas dificultades para no mirar las extensas piernas de la joven, que relucían fuera del corto albornoz. Pasaron por varios canales insípidos y sin fundamento, hasta que sintonizaron una de las series juveniles del momento. Fueron largos minutos de quietud, ninguno de los dos sabía como proseguir, finalmente, fue Raúl el que abrió la boca. En un reloj de pared se marcaba casi el mediodía.

-Debo ir a casa a cambiarme de ropa. –Sugirió, pese a que eso suponía poner punto y final a doce horas de magnifica reunión.-

-Yo tengo que peinarme... –Suspiró.- Y vestirme, claro.

El joven se levantó, nadie le había enseñado en el instituto como se hacían esas cosas, las relaciones personales debía ser una asignatura obligada en los centros educativos, dado que era lo único realmente útil en la vida.

-Nos vemos luego, u otro día... –Masculló Raúl, buscando las palabras exactas.-

-Sí, ya nos llamamos o algo. –Ella se levantó del sofá.-

Caminaron despacio hacia la puerta.

-Bueno, venga, me lo he pasado muy bien contigo. –Dijo ella, visiblemente incomoda también.-

-Sí...

Se dieron dos besos en las mejillas, por la cara de ambos, no era suficiente para despedirse. Abrió la puerta, se despidió con la mano, y dijo adiós, ella cerró pasados unos segundos. Por casualidad, mientras esperaba al ascensor, notó el llavero de la mujer en su bolsillo. Llamó a la puerta, que se abrió al instante, como si la joven hubiera estado detrás durante esos segundos, sin moverse un ápice.

-Me llevaba tus llaves...

-Oh... –En su rostro se marcaba notablemente la desilusión, quizás había esperado otra cosa.-

Extendió la mano para dárselas, sus dedos se entrelazaron sobre ellas, los ojos marrones claros de la mujer brillaban de forma especial. Raúl avanzó un paso y le dio un beso, en los labios, suave, sin prisas, las manos de ella acariciaban suavemente su espalda. Una vez se separaron, el ascensor acababa de llegar, había tardado justo lo necesario.

Raúl hizo ademán de retirarse, pero la mujer le contuvo. Esta, mirándole a los ojos, llevó la mano del chico, lentamente, hacia su Monte Venus, Raúl tragó saliva cuando sus dedos, conducidos por los de la mujer, penetraron ligeramente sus labios mayores.

-Esto... –Susurró ella.- He decidido... Que te esperaré.

-Pero... –Raúl intentó replicar, pero ella le detuvo.-

-No me importa cuanto tardes. –Sentenció, dándole otro beso en los labios.- Te esperaré.

Le soltó, repentinamente cohibida, le miró una última vez, y cerró la puerta. Raúl suspiró, no solo porque le había emocionado la proposición de la mujer, que esperaría a que él aclarara sus ideas, sino porque su miembro había cobrado una fuerza monumental, apretaba el pantalón con furia. Raúl se pasó los dedos, impregnados de olor a mujer, cerca de la nariz. Sonrió, se introdujo en el ascensor, y se marchó.

Continuará.