Eso (22 / Final)

Lo bueno se hace esperar... Acabemos este orgasmo, no nos gusta quedarnos a medias, ¿Verdad? Una historia que podría ser real, personajes que podrían ser cualquiera de nosotros. ¿Que pensaste que era imposible hacer y finalmente hiciste?

Comentario inicial: Supongo que antes de dejaros con esta conclusión debo pediros disculpas por la demora, que asciende a más de un año. En realidad, la historia ha estado prácticamente terminada durante todo este tiempo, ¿Por qué no la publiqué? Una razón simple y a la par patética: Me olvidé.

Es cierto, el devenir de las cosas mezcla muchos temas en tu cabeza y al final algunos quedan relegados a un comentario del tipo "Creo que me falta algo por hacer..." En realidad no me habría acordado de "Eso" de no ser porque estoy trabajando en la recopilación de datos y experiencias para una historia nueva (Próximamente en sus monitores, quizás). Y así, con unas disculpas por la tardanza y una petición de clemencia, os dejo con la entrega final de "Eso". Divertios.

Eso

Capítulo LXXXV

El día había amanecido nublado, y Raúl tuvo un escalofrío nada más levantarse que le tentó a quedarse un ratito más entre las suaves sábanas del lecho que compartía con una atractiva alemana de rubia melena.

Lo hubiera hecho de no ser porque esa mañana le había prometido a Gaby que iría a recoger un paquete que la enviaban sus padres desde Alemania. Que le usaran de correo era algo frecuente y que tenía asumido, de todas maneras, le encantaba tener cualquier excusa para usar el coche. Si el movimiento ecologista que buscaba la reducción de los gases contaminantes en los automóviles dependiera de él, el mundo se iría al cuerno. Pero bueno, es que le encantaba su coche, con sus líneas tan bonitas. A veces incluso le hablaba, como si se tratara de una mascota.

-"Así, muy bien." –Le decía cuando tomaba una curva con la suavidad que unos neumáticos nuevos con buen agarre proporcionaban.- "Como la seda..."

Recogió los paquetes de Gaby en la empresa de mensajería y los llevó a casa. Como no hay dos sin tres, esa tarde le encargaron también la lista de la compra, dos hojas llenas de cosas que comprar. A Raúl no le importaba ir, pero si le avergonzaba ligeramente que le enviaran solo, rompía el clima de cordialidad y consumismo que había cuando iba con Claudia al centro comercial. Además, empezaba a pensar, como siempre, que su virilidad se veía amenazada por tanto ir y venir.

No pudo objetar mucho cuando las hermanas le sobornaron con prepararle un postre jugoso para la cena. Llenar el carrito, y conducirlo, le encantaba. Pero su buen semblante se vio amenazado cuando tuvo que esperar la protocolaria cola de la caja registradora. Incluida la consabida pérdida de tiempo que tuvo que soportar justo cuando la persona que iba delante de él le dio un producto a la cajera, una lata de melocotón el almíbar, que no pasaba por el lector del código de barras. Varios minutos después llegó una de esas chicas extrañas que iban en patines y le dio el precio. Raúl deseaba terminar cuanto antes y volver a una atmósfera conocida y menos amenazante.

Ya empezaba a bajar el Sol cuando volvió a casa. Había pedido que le llevaran la compra a casa la mañana siguiente, dado que, de lo contrario, le tocaría cargarla y subirla a él solo. Se veía incapaz de pedirle ayuda a Claudia o a Gaby para realizar esa tarea donde "un hombre debía ser útil".

-"Además..." –Pensó, sarcástico.- "Si no hiciéramos los encargos para el reparto a domicilio, los repartidores perderían su trabajo. Estoy siendo generoso."

En sus ensoñaciones alimentarías estaba cuando percibió una lucecita azul parpadeante pocos metros más adelante. Se tensó al ver un control de la policía. Apretó los dientes, pidiendo a todos los Dioses conocidos, y alguno que inventó en el momento, que no le dieran el alto a él.

Obviamente, le mandaron parar. Ley de Murphy.

Se mostró exageradamente nervioso. Era la primera vez que le paraba un policía estando él solo, las veces anteriores había estado su carismática hermana, capaz de confundir tanto a un agente como para evitar una multa. Empezó a barajar en su cabeza que quizás estuviera tan distraído que había apretado de más el acelerador. Bajó la ventanilla con la respiración acelerada mientras veía por el retrovisor que un agente espigado y con su chaleco de gusiluz se le acercaba.

-Lo siento, agente, ¿Iba demasiado rápido? –Lo soltó todo de golpe, inquieto.-

-No, no se preocupe. –Le miró, advirtiendo su juventud, y dijo lo siguiente con un ligero tono prepotente.- Señor.

Se miraron mutuamente.

-Estamos realizando una campaña de concienciación sobre el uso del cinturón. –El agente empezó con un discurso, probablemente se lo habían hecho aprender desde la central, hablando de los accidentes, los muertos y las lesiones que te podían suceder si no llevabas el cinturón.-

Raúl se miró el pecho y vio con alivio que lo llevaba puesto.

-"Menos mal..." –Pensó.- "No me lo pongo casi nunca y hoy justo lo llevo..."

-Veo que lo lleva puesto, bien. –El joven se sintió un poco incómodo por la mirada del agente, era como si le cayera especialmente mal. Supuso que a los policías debían enseñarles a adoptar esa aura prepotente, iba bien con el uniforme.- ¿Me puede mostrar su carné y la documentación del coche?

Lo había preguntado, pero a Raúl le pareció estúpido, como si pudiera negarse a dárselo. En ese momento le asaltaron unos instantes de pánico. Desde que había recibido el coche, hacía ya meses, había estado tan ocupado que no se había preocupado por comprobar los papeles del coche, es más, por no haberse preocupado, no sabía ni donde estaban. Sus manos se dirigieron directamente a la guantera y ahí encontró una carpetita. Superado el hecho de encontrarlos, ahora le esperaba desear que estuviera todo en orden.

El agente, mostrando que en verdad le tenía una especial tirria al joven conductor que tenía delante, se tomó el tiempo que quiso para revisarlos, buscando alguna infracción. Incluso comprobó sus datos con los de la central. Raúl empezaba a abandonar el nerviosismo y cabrearse. En el tiempo en el que el policía espigado le atendía a él, sus otros compañeros habían detenido y despachado a dos coches cada uno.

Cuando escuchó el nombre que leyó el hombre de los documentos se sintió repentinamente aturdido.

-¿Es su padre, verdad? –Dijo el agente sarcásticamente.- Poner el seguro a nombre del padre es una forma bastante efectiva de ahorrarse un buen dinero todos los meses.

-Sí... –Le costaba incluso mirar con claridad al policía.- Es su coche...

-Claro, claro... –Cerró la carpeta y se la entregó de malos modos.- Todo en orden, le daré una señal para que pueda reincorporarse a la circulación.

No bien hubo dejado las luces del control atrás, Raúl aparcó en una calle poco concurrida. Llevaba la carpetita en las rodillas, encendió la luz de la cabina y empezó a leer con avidez. Tal y como había dicho el agente, los papeles del coche estaban a nombre de su padre. A fin de cuentas, él lo había comprado. Repasó los documentos hasta encontrar uno, expedido por el propio concesionario donde había sido adquirido, en el que figuraba el nombre de su padre y sus señas. Se estiró en el asiento y releyó la dirección.

Si atípica situación familiar le había hecho odiar, profundamente, a sus padres durante muchos años. Era un tema casi tabú que siempre había omitido de las conversaciones con su hermana, puesto que ambos, a su manera, querían llevar una vida completamente ajena a ellos, aunque más bien fuera al contrario. Su hermana le había dicho mil veces que no debía preocuparse por "ellos", decía que si no eran lo suficientemente responsables como para cuidar de su hijo, ella lo haría, aunque sus palabras exactas fueron "Si esos hijos de perra no tienen tiempo suficiente como para dejar de pensar en ellos, que se jodan, y que lo hagan bien lejos. Yo cuidaré de ti, te quiero, pero eso ya lo sabías, ¿Verdad?". Raúl tenía en la agenda de su teléfono móvil un número bajo el nombre "Ellos" que era el de sus padres. Nunca había llamado, lo tenía solo para una posible emergencia, y nada más. La que de vez en cuando hablaba con "ellos" era Laura, y generalmente por motivos de intendencia como el dinero.

Supuso que por eso le impactaba tener ahora una dirección donde poder ubicarlos, tenía una idea vaga de un chalé que se habían comprado, pero nada más. Releía la dirección una y otra vez con enfermiza devoción, era como si algo hubiera hecho "clic" en su cabeza, destapando un baúl que tenía cerrado desde hacía mucho tiempo. En el reloj pudo ver que eran las ocho y media pasadas. Una idea loca apareció en su cabeza, tenía que hacerlo... Necesitaba hacerlo... Pero no solo. Giró el contacto y se puso en marcha.

Esperó dentro del coche hasta ver como una preciosa joven de melena castaña abandonaba su lugar de trabajo, con un rostro de satisfacción por acabar una extensa jornada laboral. Abrió la puerta y se apoyó en el coche, viendo como ella se acercaba hasta él, abstraída en sus pensamientos. Cuando estaban prácticamente a la misma altura, ella pareció reconocerle.

-¿Raúl? –Parecía sorprendida.-

-Hola, Estela. –La saludó con un ademán de cabeza.-

-¿Qué haces tú por aquí? –Miró a su alrededor.- ¿Me esperabas o es casualidad?

-Te esperaba. –Le parecía absurdo estar malgastando tiempo en hablar cuando lo único que quería era empezar a hacer kilómetros.-

-Oh... Bueno... ¿Querías algo? –No había resentimiento en su voz, sin embargo seguía igual de sorprendida que al verle.-

-¿Puedes acompañarme un momento? –Señaló al coche.-

-Pues la verdad, estoy muerta, no sé sí...

Bufó, agotado de tanta palabrería. Cogió a la chica de la muñeca y la condujo, con poca delicadeza hacia el lado del copiloto. Unos instantes más tarde su querido cochecito surcaba con celeridad las calles de la ciudad.

-Ra... Raúl... –La chica se frotaba el sitio donde él la había agarrado.-

Él no contestó, intentaba ubicarse.

-Raúl... –Le temblaba ligeramente la voz, eso llamó la atención del chico de ojos verdes.- ¿Q-Qué me vas a hacer?

Intentó encontrarle significado a sus palabras, vio el pánico en los ojos marrones de la chica y miró a su alrededor. Por ese entonces pasaban por zonas cada vez más despejadas, llenas de descampados y zonas sin edificaciones. Alzó las cejas, sorprendido, y empezó a negar frenéticamente con la cabeza.

-No, no, no. –Se rió de forma nerviosa.- No te voy ha hacer nada, no te... Joder, ¿Cómo puedes pensar algo así de mi?

Considerando que la última vez que se habían visto la había empujado sobre un escaparate y que esa noche la estaba esperando prácticamente en la puerta de su trabajo para hacerla subir a su coche de malas formas y llevarla a una zona solitaria... Probablemente la chica pensara que tenía idea de violarla y matarla, o matarla y violarla, el orden era lo de menos.

-Venimos por aquí porque cerca hay una entrada directa a la autovía, o al menos eso creo, nunca la he usado. –Frunció el ceño de nuevo.-

Estela no pareció muy convencida, pero se mostró aliviada al escuchar al joven.

-Estás raro. –Respiró profundamente, Raúl le seguía provocando esos sofocos íntimos que tanto le costaban disimular.- Espera, ¿Autovía? ¿Dónde me llevas?

-Necesito... –Tomó la entrada a la autovía que había estado buscando.- Te necesito.

-¿A mí?

-Tengo que ir a un sitio. –Las palabras le salían a la fuerza.- Y no debería ir solo.

Como la chica de melena castaña no dijo nada, él siguió hablando.

-No quiero ir solo. –Suspiró.- Y pensé en ti para acompañarme.

-...

Raúl advirtió por primera vez que Estela llevaba un elegante traje de ejecutiva, con esa faldita típica de series de abogados que a él le gustaban por algún motivo inconcreto. Pensando en que tendría calor, encendió el aire acondicionado.

-Bueno... –Acabar en un coche y circulando por la autovía no era lo que la chica había preparado como plan para esa noche, en cualquier otro caso estaría muerta de miedo y llorando, pero Raúl era el único hombre que había conocido del que sabía que solo podía esperar cosas buenas. O al menos no demasiado malas.- Si me necesitas, está bien.

Le gustó decir esas palabras, la fresca brisa artificial del aire acondicionado terminó por reconfortarla. Odiaba tener que llevar esa ropa cuando las calles se derretían por el calor que hacía, pero no tenía más remedio. Llevaba la chaqueta del traje bajo el brazo, la puso en el asiento de atrás, con cuidado de no arrugarla demasiado, y pudo estirarse en el asiento.

-Ponte el cinturón. –Le dijo la chica, que advirtió que ninguno lo llevaba.-

-Gracias. –Él la hizo caso, advirtiendo de soslayo como la blusa blanca de la joven transparentaba ligeramente un sujetador del mismo color, retiró la mirada cuando se vio cazado.-

-Aún no me has dicho adonde vamos. –Le urgió ella.-

Raúl le tendió el papel donde estaba la dirección y la señaló.

-¡Pero si son más de 500 kilómetros como poco! –Exclamó, atónita.- ¿Estás loco?

-Puede... –Exhaló, reflexionando sobre las posibilidades de que verdaderamente se hubiera vuelto loco.-

Estela estuvo un rato revolviéndose en el asiento, inquieta. Finalmente, sacó su móvil para mandar un mensaje, lo guardó y se quedó quieta.

-Puedes poner algo de música si quieres. –Le autorizó él.-

-Bueno...

Raúl renegó de su ofrecimiento cuando la chica sintonizó "Kiss FM" y tuvo que soportar la retahíla de canciones antiguas que siempre escuchaba. Recordó que a Claudia también le gustaba esa emisora, es más, era la número 3 de su lista de presintonías, las dos primeras eran una emisora deportiva y otra de rock, más propias del coche de un chico. Pensar en eso le hizo relajarse y sonreír.

-Te has cortado el pelo. –Masculló él, advirtiéndolo por primera vez.-

-Sí... –Se atusó la melena, ligeramente más corta que de costumbre.- Es que me había crecido y con el calor es muy incómoda, además, tener que cuidarla todos los días...

-Te queda bien.

Se mordió la lengua en el interior de la boca a modo de castigo por sus expresiones telegrafiadas, dignas de alguien que lleva sin hablar con una persona civilizada durante mucho tiempo. Él se tenía por una persona locuaz, no podía seguir así.

-Gracias.

Estuvieron un rato escuchando simplemente el zumbido del aire acondicionado y las canciones de la radio, cuando Eric Clapton acabó con su "Lyala", Estela se vio con ganas de querer hablar más.

-Y... ¿Qué tal está la pequeña? –No había reproche o resentimiento en su voz.-

-Genial. Es guapísima y además, muy lista, siempre consigue que Gaby la coja en brazos con sonreírla un par de veces, le encanta. –Empezó a relatarle anécdotas de la pequeña, que la chica de castaña melena acogía con una sonrisa o un gesto enternecido.-

-Gaby es la hermana de tu... –Dudó.- De Claudia.

-Sí. –Supuso que ya habría hablado con alguien del grupo del tema, era algo normal.- Ella tiene una melena rubia larguísima, siempre que la veo me entra calor, fíjate tú, te la has cortado un poco porque te molesta, pues imagínate ella.

-Es cosa de acostumbrarse...

-Yo no podría hacerlo. –Se imaginó peinándose él mismo una melena tan frondosa como la de Gaby y le entró la risa.- Menuda tortura.

-Yo como soy más práctica... –Volvió a colocarse su propia cabellera.- Voy a lo fácil.

-Me gustan las chicas prácticas. –Lo dijo sin malas intenciones ni dobles sentidos, pero, entendiendo que podía dar motivo a equívoco, empezó a reírse de forma nerviosa otra vez.- Y... Eh... ¿Qué tal el trabajo?

Estela le relató sobre sus vivencias en la oficina, los inicios siempre eran complicados. Raúl se alegró de no tener que enfrentarse al mundo laboral aún, aunque se sintió un poco culpable por su falta de responsabilidad. Otro día se enfrentaría al mundo real, este estaba ocupado.

-Y con el trajecito este que da un calor de la leche, acabo el día agotada y con ganas de tirarme en la cama y no despertarme en una semana.

Al chico no le habría importado estar con ella en esa cama, pero no lo dijo.

-Pues te queda muy bien, no te quejes. Cuando te he visto así, toda elegante, me he sorprendido.

-Lo dices como si yo no fuera elegante normalmente... –Le reprochó con una sonrisa.-

-Bueno... –Buscó una salida fácil para el asunto.- Tienes otras virtudes.

-¿Cómo por ejemplo?

-Eres generosa. –Asintió para dar fuerza a su idea.- No todas las personas se entregan a un viaje de 1.000 kilómetros solo porque alguien se lo pida.

-Visto así... –Miró por la ventanilla.- Supongo que muy normal no seré.

-¿Mañana tienes que trabajar? –Empezó a pensar que quizás la podía meter en un problema.-

-Sí. –Exhaló una gran cantidad de aire, apesadumbrada.- Pero no te preocupes, me debían un par de días libres y le he mandado un mensaje al jefe diciendo que me lo cojo. No te sientas mal, de todas maneras estaba a punto de llegar a límite, ¿No se me nota en la cara? Debo estar fatal...

Raúl se giró y la miró a los ojos. Si estaba cansada, no se notaba. Seguía teniendo el mismo rostro con labios carnosos y ojos marrones que inspiraban necesidad o deseo según la situación.

-Yo te veo igual que siempre. –Carraspeó un poco.- No te voy a descubrir ahora un misterio recordándote lo guapa que eres...

Empezó a mover las piernas encima de los pedales, nervioso. Había querido tener una conversación calmada y sincera con Estela desde hacía mucho tiempo, finalmente estaba teniéndola, y eso le hacía feliz, pero también le llenaba de incertidumbre por hacer algo fuera de lugar o meter la pata.

Los kilómetros se deslizaban bajo las ruedas del coche. Estuvieron un gran periodo sin hablar, tanto que, al girarse Raúl a observar a la chica que le acompañaba, la descubrió dormida.

-"Pues si que estaba cansada..." –Pensó él, conmovido.-

Capítulo LXXXVI

Raúl siempre había sido débil ante el traqueteo adormilante de coches y trenes, en condiciones normales, siendo él el pasajero, solía acabar dormido en pocos minutos. Ya era noche cerrada y habían transcurrido unas dos horas y media desde que iniciaran su atropellado viaje. Le sorprendió que nadie le llamara para preguntar por él, supuso que Claudia pensaría que estaba en casa de su hermana, o quizás de alguna de sus "amigas". Cuando volviera le aclararía que no estaba en la casa de ninguna de ellas.

Aunque aún se pensaba si omitir el dato de que se la había llevado con él.

Estela dormitaba con la boca ligeramente abierta, apoyando la cabecita en el cristal. El cinturón oprimía uno de sus pechos, cosa que Raúl advirtió. Por otra parte, la chica se había subido la falda varios centímetros, para su propia comodidad, y dejaba a entrever un buen trecho de las piernas y los muslos.

Raúl miraba a Estela y a la carretera a partes iguales, escudado en que apenas si había algún coche cerca y todo era una interminable sucesión de asfalto. De todas maneras, no se iba a tomar la libertad de tener un accidente llevando a Estela de copiloto.

Volvió a mirarle los senos, ni muy grandes ni muy pequeños, medianos. Raúl pensó que eran justo del tamaño para que pudiera cogerlos con sus manos y apretarlos. Ya la había visto desnuda, incluso había compartido cama con ella. Tenía ante sus ojos la imagen nítida de su cuerpo desnudo, que se sobreponía sobre la de la Estela dormida en el asiento de su coche.

En esas estaba, desnudando a Estela con la mirada, cuando advirtió que debía poner gasolina. Estuvo atento a los carteles y comprobó que había una estación de servicio cerca. Al parar, las luces blanquinosas y potentes de la gasolinera perturbaron el sueño de Estela, que se despertó poco a poco. A Raúl le pareció una imagen tan tierna que tuvo ganas de comérsela ahí mismo.

-Me he quedado dormida... –Murmuró, conteniendo un bostezo.-

-Menudo copiloto me he echado... –Se quejó él, divertido.- Va y se queda dormido nada más empezar...

-Es lo que pasa por imponer el cargo. –Respondió la mujer, provocando que Raúl levantara las palmas de las manos al cielo en signo de paz.- ¿Vas a poner gasolina?

-Sí. –Aparte de la gasolinera había un restaurante, cerrado a esas horas, y una zona de descanso.- Me sabe mal hacerte dormir así, incómoda. Quizás en la próxima gasolinera hay también un hotel o algo.

-¡Qué dices! –Ella negó con la cabeza.- Esto no está tan mal, en peores sitios he dormido.

Se rió ella sola, él prefirió no pensar a qué se refería con esa reseña.

-Y además, en los hoteles te cobran una pasta por nada. –Negó con la cabeza.- Aunque mejor cambiamos de posiciones, que pareces estar a punto de caer frito.

-Encima que te obligo a venir, no te puedo poner a conducir. –Protestó él, intentando hacerse el despierto y espabilado abriendo exageradamente los ojos.-

-Prefiero conducir unas horas a despertarme en una ambulancia. –Y sus palabras fueron tajantes, sonaron a sentencia.-

Raúl salió y se dirigió a la ventanilla donde el mozo de la gasolinera les había estado observando durante la charla, pagó por el carísimo combustible, afortunadamente tenía la tarjeta que Laura le había dado tiempo atrás, y activó el surtidor. Le encantaba el olor de la gasolina, al igual que el del césped mojado, eran fragancias que no se cansaba de percibir.

Estela aprovechó para salir y estirarse un poco. Raúl advirtió que el trasero se le marcaba en la falda y sonrió. La chica tenía una buena figura. Al abandonar el coche debió advertir que tenía hambre, pues se encaminó a la tienda de la gasolinera, que parecía un supermercado en miniatura, un sitio curioso donde se podían comprar desde sanguiches recién hechos a condones de colores, y realizó una pequeña compra.

-Vamos a aparcar un rato en la zona de descanso y comemos, estoy muerta de hambre.

Pese a que solo iban a recorrer unos pocos metros, la chica se adueñó del volante y ocupó el puesto del piloto. Raúl percibió que el asiento del copiloto desprendía un suave olor al perfume de Estela, aunque pronto desapareció, sustituido por el de la comida. Degustaron unos cuantos sanguiches, sorprendentemente buenos, así como unos refrescos y algo de chocolate, que la chica devoró con sumo placer.

Mientras Estela terminaba de ingerir un "Mars" que la provocó un pequeño orgasmo en el paladar, Raúl se quedó dormido. Ella le observó con detenimiento. Seguía teniendo el mismo rostro que ese chico del instituto que siempre llamó su atención por hacerse el distraído y enterarse de todo. Los hombros se le marcaban menos, probablemente por haber dejado la piscina, pero a la chica le gustaba más así.

Se había sorprendido mucho al encontrárselo fuera del trabajo, incluso llegó a asustarse cuando la obligó a entrar en el coche, pero ahora estaba tímidamente feliz. Estaban corriendo una pequeña aventura, y Raúl había dicho "Te necesito", no podía fallarle.

Suspiró mientras recogía los restos de su improvisada cena, incluido el "Kit kat" que Raúl tenía en la mano sin tocar. Estuvo tentada de girar la llave del contacto, pero se vio incapaz. No le hubiera gustado despertar al chico que ahora dormía placidamente, ni aunque estuvieran huyendo de la mismísima muerte. Tras reclinar un poco sus asientos, cerró los seguros de las puertas y bajó un dedo las ventanas, permitiendo que el aire de la noche penetrara en el coche.

De haber sabido que acabaría en un viaje tan largo, se habría puesto ropa más apropiada, la falda la incomodaba a la hora de sentarse y la hacía sentir prisionera. Estuvo observando a Raúl dormir durante un buen rato, pensando en esa noche en la cual habían compartido cama. Apretó los muslos y se agitó en su asiento, apartando malos pensamientos. Un rato después cerró los ojos también.

Cuando Raúl se despertó el Sol ya clareaba en el cielo. Se sorprendió al estar con el asiento reclinado y el cinturón puesto. Estela conducía mientras tarareaba rítmicamente los acordes de una canción de Michael Jackson que sonaba a bajo volumen.

-¿Ya estás despierto, Bella Durmiente? –Lo saludó ella.-

-Do-... –Bostezó mientras situaba bien el asiento.- ¿Dónde estamos?

-Nos quedan unos 50 kilómetros. –Informó ella.- O eso decía el último cartel que vi. No he estado conduciendo toda la noche, te dejé dormir un rato en la estación de servicio y acabé por dormirme yo, espero que no tuvieras prisa.

-No te preocupes. –Bostezó de nuevo y vio el cartel que informaba de una nueva estación de servicio en un par de kilómetros.- Te invito a desayunar, ¿Quieres?

-¿Con tostadas y zumo de naranja? –Rió ella, que parecía animadísima.-

-Faltaría más. –Bajó su ventana para espabilarse con el aire.-

Pararon en la cafetería y pidieron tostadas con zumo de naranja después de refrescarse en los aseos. Raúl se quedó sorprendido cuando Estela le untó de mantequilla y mermelada sus tostadas, en un gesto afectuoso que no le pasó inadvertido. Cuando la miró, extrañado, esta alzó los hombros.

-Perdón, es la costumbre. –Se excusó.-

-Ya veo... –Tuvo ganas de preguntarle a quién solía untarle las tostadas, pero el hambre podía más que su curiosidad.-

Raúl condujo en los últimos kilómetros, mientras charlaban animosamente. Llegados a su localidad de destino, les costó encontrar la dirección exacta. Finalmente, Estela se vio obligada a preguntarle a un vecino, dado que Raúl insistía en que podía encontrar las señas él solo.

Cuando llegaron al número en cuestión, se encontraron ante la puerta negra de un gran chalé. Estela silbó, sorprendida, Raúl se lo esperaba, a sus padres les gustaban las casas con grandes parcelas donde poder hacer vida social. Estuvo nervioso durante un buen rato, pensando en qué hacer a continuación. La chica ya había deducido las intenciones del viaje, desde el primer momento, nada más ver la dirección a la que se dirigían bajo un nombre cuyo primer apellido coincidía con el de su amigo, también conocía su particular historia personal, y eso la hacía mostrarse igual o más inquieta que el propio chico.

-Espera, colócate un poco la ropa...

Le sacudió la ropa, intentando camuflar las arrugas de haberla llevado puesta al dormir. Incluso le atusó el pelo. Raúl, que consideraba eso embarazoso, le dijo que él solo podía.

Se acercó al portero automático, equipado con camarita, y llamó. No respondió nadie. Llamó otra vez y tampoco hubo respuesta. A la tercera vez, le respondió el ladrido de un perro desde la lejanía.

-No hay nadie. –Murmuró Estela.-

-Habrán salido a desayunar. –Recordó que a su madre le gustaba desayunar fuera, dado que por las mañanas le desagradaba tener que ponerse a trastear en la cocina.-

-Bueno... Habrá que esperar. –La chica no albergaba la esperanza de que hubieran hecho un viaje tan largo solo para ver una puerta.-

-Sí... –Raúl empezó a bordear el muro de la propiedad.- Esperaremos dentro.

-¡Eh! ¡Raúl! –Pero este no la escuchó y se encaramó a la parte más baja del muro, cubierta en sus huecos con cáñamo para que no se viera desde fuera lo que hacían dentro, y saltó al otro lado.- ¡Raúl!

Un par de minutos después, la puerta corrediza por la debían entrar los coches se abrió un trecho y Estela, con el corazón en un puño, vio a Raúl que la invitaba a entrar.

-Se puede abrir desde dentro. –Dijo él, como si fuera fascinante.-

-¡Pero estás loco! ¿Tú te crees que estas casas tan grandes no tienen alarma o algo? ¿Y si viene la policía qué?

-Si viene los saludaremos amablemente. –Exclamó él, intentando parecer seguro.- A fin de cuentas, ¡Estoy entrando en la casa de mis padres!

Lo último lo dijo casi a voz en grito, convenciéndose de ello. Estela quiso reprocharle su actitud, pero finalmente entró y Raúl cerró la puerta tras ella. La chica vislumbró una gran parcela, repleta de acotaciones del terreno en las que vivían docenas de flores coloridas. Había un camino de losas de piedra sobre el césped que conducía a la puerta principal de la casa y, también, a un espacioso patio embaldosado que disponía de una barbacoa de obra y una mesa de piedra con sus respectivos bancos.

-Es muy bonita. –Murmuró la chica, pensando que debía decir algo.-

-Tienen montado un buen merendero. –Respondió él, con acritud, notando como cada vez estaba más nervioso.-

Todo estaba limpio y ordenado, el césped bien cortado y las flores en su sitio. Pese a que el día era tan gris como el anterior y el ambiente era fresco, pudieron sentir la atmósfera agradable que emitía la casa, de dos plantas, construida más a lo ancho que a lo alto. Se acercaron al patio embaldosado con el fin de esperar en los bancos de piedra, cuando lo hacían, una sombra blanca apareció de una de las esquinas de la casa que daba a la parte de atrás y se lanzó hacia las piernas de Raúl, que cayó derribado hacia el césped, golpeándose en el trasero. Estela emitió un gritito sorprendido.

-¡Pirata! ¡Eres tú!

El magnífico perro de caza que le lamía el rostro con su áspera lengua parecía haber reconocido a su dueño primigenio y le había mostrado su alegría lanzándose sobre él. Mientras que le borraba las mejillas con la lengua y le dejaba todo babeado, movía su cola de un lado a otro, dando auténticos latigazos.

-¿Es tu perro? –Preguntó Estela, inquieta, apartándose ligeramente de la fiera.-

-¡Sí! ¡Es Pirata! –Abrazo al animal, que empezó a ladrar frenético.- Mira, aún tiene la mancha negra en el ojo, pensaba que se le quitaría al crecer, pero no. ¡Es Pirata!

-Que bonito reencuentro. –La joven tosió para contener la risa mientras observaba con fatiga como el perro seguía intentando lamer a su antiguo dueño.-

-La última vez que le vi era un cachorro. –Raúl estaba emocionado.- Le hacíamos dormir en la bañera con un reloj para que no llorara por las noches.

-¿Con un reloj?

-Para imitar el corazón de su madre, eso los relaja. –Le acarició tras las orejas y el perro se volvió loco de nuevo.- Y míralo ahora, ¡Si parece un caballo!

-Ra... –Estela empezó a tartamudear mientras miraba hacia un punto determinado.- Raúl... ¿Ese también... Es tu perro?

Siguió la mirada de la chica y observó lo que había asustado a Estela. Eso no era un perro, era una pantera. Un potente Dogo Argentino les observaba con sus ojos amarillentos y salvajes, al tiempo que enseñaba los colmillos, gruñendo. El perro era descomunal, un ejemplar de aspecto tan peligroso que Raúl dedujo que ese era el motivo de que no hubiera mayores alarmas en la propiedad.

-Parece que a mi padre le siguen gustando los perros de caza... –Farfulló, intentando parecer calmado.-

El perro les observaba desde la distancia, en un momento dado se tumbó, pero sin quitarles los ojos de encima. Raúl supuso que se debía a que Pirata les había autorizado la entrada. Haberle salvado de ser perseguido, y probablemente mordido, por una bestia como esa, no hizo más que aumentar su alegría de haber encontrado a su querido perro.

Estela se sentó en uno de los bancos de piedra, sin quitarle la vista de encima al perro de ojos amarillos, que también parecía mirarla con especial ferocidad a ella. Raúl, como si fuera un niño, corría por el césped haciendo carreras con Pirata, cogió uno de los adoquines que había en las raíces de un árbol y lo tiró, el perro fue a recogerlo y se lo trajo.

-¡Mira Estela! ¡Lo ha traído! ¡Qué listo es!

-Sí, sí, muy listo... –La chica se divertía viéndoles correr arriba y abajo, pero seguía vigilando al otro can.- Por cierto, te estás poniendo tibio...

Raúl detuvo su carrera para observarse. Tenía los pantalones totalmente sucios, aparte de las marcas verdes del césped que se le dibujaban en las rodillas y el trasero, tenía pisadas de Pirata, que le llegaban hasta la camiseta.

-Ya no puedo hacer nada. –Y siguió a lo suyo.-

El tiempo pasaba y nadie aparecía. Raúl terminó agotado de tanto correr y se dejó caer en el banco, al lado de Estela. Pirata le siguió y se tendió boca arriba, deseando que le acariciaran más.

-¿No te gustan los perros? –Preguntó el chico.-

-Me gustan los perros... –Miró al depredador de ojos amarillos, que seguía clavado en el mismo sitio.- Los perros pequeños.

-Pero si no tienen gracia...

-Yo prefiero un Yorkshire y correr el riesgo de que se coma mis zapatos, a uno de estos y correr el riesgo de que me coma una pierna.

-Con lo cariñoso que es... –Se inclinó para seguir acariciando a Pirata.- Creo que le gustas.

-Me siento halagada. –Rió ella.-

-A mí también me gustas. –Aventuró él, sin mirarla, fingiendo no haber dicho nada del otro mundo.-

No recibió una respuesta porque escucharon un coche estacionarse al otro lado de la puerta metálica. Raúl se puso repentinamente en tensión. Estela se puso la chaqueta del traje y sacó de uno de los bolsillos un pañuelo.

-Límpiate el sudor al menos. –Le urgió.-

El chico se sacudió la ropa con premura. No se abrió la puerta grande, pero sí la pequeña, por donde entraron dos personas. El enorme perro argentino llevaba ladrando un rato, con un potente ladrido capaz de escucharse a varios kilómetros a la redonda, como poco.

Raúl se quedó estático por completo, tanto que llegó a pensar que si no respiraba podría mimetizarse en el banco de piedra. Estela observó a los recién llegados. La luz del día le permitía verlos bien. El hombre y la mujer, vestidos de forma elegante y clásica, siguieron el caminito de piedra sin mirar hacia el patio embaldosado. Estela advirtió con claridad que Raúl había heredado los ojos verdes de su padre, que tenía un rostro duro y reflexivo. Le recordaba a un actor de cine cuyo nombre no podía recordar en ese momento, si el hijo maduraba igual de bien que el padre, estaba claro que sería tan atractivo y rompecorazones de mayor que como era en su juventud. La madre tenía un rostro más suave y agradable, sin duda, Raúl era una mezcla perfecta, el trabajo de los genes le habían dado los ojos de su padre y las facciones suaves de la madre. Ambos eran morenos, aunque el pelo de él empezaba a canear, pero incluso con canas seguía resultado un madurito atractivo.

No fue hasta que estuvieron a pocos metros, justo en la bifurcación del camino de losas de piedra, que se dieron cuenta de que había alguien observándoles. Se hizo el silencio. Los dos miraron a Raúl sorprendidos, su madre se tapó la boca ligeramente, Estela supuso que la teatralidad también la había heredado de ella.

-Hola, papá, hola, mamá. –Saludó Raúl con una voz que Estela no le había escuchado jamás.- Me alegro de volver a veros.

El joven comenzó a hablar, cuidando sus palabras, de un poco de todo. De lo que hacía, de lo que no hacía, del tiempo... Estela advirtió que ocultaba una mano tras la espalda, mano que se le crispaba continuamente fruto del nerviosismo. Quiso dar un paso y abrazarle para apoyarle, pero siguió clavada en el sitio, como todos los demás, incluso los perros parecían observar la escena.

-He llevado una buena vida, gracias. –Murmuró, mientras oscilaba del rostro de uno a otro.- Laura está bien, en el trabajo le va genial, incluso le dieron un premio importante hace poco, tuvo que ir a Suiza a que le dieran una placa, se puso muy contenta...

La mano que se le crispaba penetró en uno de sus bolsillos y forcejeó con la cartera hasta lograr sacar una pequeña foto de uno de los recovecos de la misma.

-No sé si lo sabréis, pero tengo una hija, es decir, tenéis una nieta. –Les tendió la foto por si querían verla o cogerla.- Se llama Eva, es la de la foto, la mujer es Claudia, su madre, es maravillosa. Las dos son maravillosas.

Como ninguno hizo el gesto de coger la foto, Raúl la dejó encima de la mesa de piedra. Se giró hacia su padre.

-Gracias por el coche. Me encanta el modelo, va muy bien...

Estela advirtió que su amigo buscaba temas de donde fueran posible para seguir hablando, temía que si dejaba de hacerlo, se derrumbara. Carraspeó para hacerse notar.

-¡Oh, sí! –Se giró hacia la mujer.- Esta es Estela, mi...

Dudó durante dos segundos que parecieron dos años.

-Mi amiga.

Los padres de Raúl realizaron el primer movimiento desde que habían visto a su hijo, giraron ligeramente para ver a Estela, que dio un respingo.

-Encantada. –Susurró ella, con una ligera inclinación de cabeza.-

-Me ha acompañado en el viaje, es muy buena persona... –Le dedicó una sonrisa a la joven castaña.- Y bueno...

Era difícil mantener un monólogo durante mucho tiempo sin parecer un lunático, así que se decidió a concluir.

-Solo eso. –Le lanzó a Estela un gesto de cabeza para indicarla que se iban.- Un placer.

Caminaron con normalidad por el caminito de piedras, rumbo a la entrada. A mitad del recorrido, Raúl se detuvo.

-¡Ah, y gracias por cuidar a Pirata!

Salieron de la propiedad, esta vez por la puerta, y el silencio que quedó a sus espaldas lo rompió el propio perro, que ladró lastimeramente al darse cuenta de que su amo se volvía a marchar. Raúl penetró en su coche, Estela le siguió.

Tras alejarse unos kilómetros de la zona, la mujer rompió el silencio y le pidió que la dejara conducir. Él al principio se negó, pero luego comprendió que conducir con los ojos anegados en lágrimas era muy complicado. Mientras cambiaban de puestos seguía dándole vueltas a la cabeza a una idea que nunca había acabado de entender, por mucho que su hermana Laura hubiera intentado explicársela muchas veces. ¿Cómo podían dos personas quererse tanto entre ellas que no admitan en su mundo a nadie más, ni siquiera a sus propios hijos?

El aire fresco que entraba por la ventanilla le ayudó a despejarse, pero su duda quedó ahí, sin respuesta, puesto que no la tenía.

Capítulo LXXXVII

-Qué imagen tan lamentable... –Murmuró Raúl, pasado un rato.-

-¿Por qué lo dices? –Preguntó ella, conciliadora.-

-Me he puesto a llorar delante de una chica. –Se quejó él, haciendo un gesto de desagrado.- Para variar...

-¿Y qué pasa con eso?

-Pues que no se hace. –La conductora le dirigió una mirada sarcástica.-

-No sé si se hace o no. –Respondió ella.- Pero tengo mejor imagen de una persona que llora cuando no puede aguantarla más que de otra que cree que pareciendo un soldado mantendrá las apariencias. Las personas sienten, sean hombres o mujeres.

-Supongo.

-Cabezón... –Le acarició el muslo con la mano que usaba para el cambio de marcha.- Oye, ya es tarde, qué te parece si empezamos a buscar un restaurante en el que comer, por descontado, invitas tú.

-Mi hermana, querrás decir. –Palpó su cartera, donde iba la tarjeta.- Seguro que cuando se entere de lo que he hecho no se lo cree.

-Tampoco ha sido nada malo...

-Melodramático, eso sí. –Suspiró.- Ni me han hablado.

-Les habrás sorprendido. –A Estela no le gustaba el papel de abogado del diablo, pero sabía que debía decirlo.- A mí me hubiera sorprendido la situación...

-Siempre me gustaron las entradas espectaculares. –Rió él, buscando disipar esa nube de su mente, como si hubiera ocurrido hacía mucho tiempo.- Ya sabes, si no dejas huella, no mereces la pena.

-Parece el lema de un anuncio de todo terrenos. –Le guiñó el ojo.-

-Oye, Estela... –La observó penetrantemente con sus ojos verdes.- Para un momento.

-¿Para qué?

Ni bien se hubo detenido el coche cuando Raúl se incorporó y besó a la mujer. Esta le recibió sorprendida, pero pronto sus defensas sucumbieron y le dio acceso a su boca. El chico la besaba anhelante, estaba sediento y ella tenía una fuente en los labios, quería beber, beber y no hacer nada más que beber. Y eso hubiera hecho de no ser porque la chica se lo quitó de encima, con gesto de fastidio.

Mientras se colocaba de nuevo en su asiento se sintió turbado, quizás había metido la pata, ahora que todo parecía ir bien. La chica le miró y bufó.

-Mira, Raúl, tengo que decírtelo... –Frunció el ceño, como si le costara hablar.- Apestas a perro, no, aún peor, sabes a perro.

Él se quedó completamente descolocado.

-Abstente de besarme o acercarte demasiado a mí hasta que te hayas dado una buena ducha. –Estalló en un concierto de carcajadas, tantas que tuvo que apoyarse en el volante para conseguir algo de resuello.-

Ciertamente, Raúl había tenido días más limpios, aparte del hecho de dormir en el coche, sus juegos con Pirata le habían perfumado de una forma salvaje y canina.

-No sé si reírme o llorar. –Comentó él, ligeramente avergonzado.-

-Hemos pasado un río al venir, puedes tirarte.

-No me tientes...

Comieron muy bien en un restaurante de la zona. Como no querían encadenarse al coche aún, aprovecharon las horas para pasear y conocer el lugar. Había un contraste muy notable entre la costa y ese paisaje de interior, más que nada, el verde. Mientras que en la costa para encontrar algo verde había que mirar a las palmeras o a los chicles de menta pegados en el paseo marítimo, ahí había árboles y plantas que crecían de forma natural aquí y allá.

Hablaron mucho, en un momento dado, cuando se les acabaron las cosas que decir, las repitieron. Recordaron anécdotas y vivencias, historias del instituto, chistes e incluso canciones.

-No me dirás que el día que te enganchaste la falda del uniforme en el pupitre para que se te viera todo por delante no lo hiciste aposta. –Decía él.-

-Calla, calla, no sé por qué te acuerdas de eso. –Pareció abochornada.- Es que me molestaba que el profesor de mates me mirara siempre con esa cara de baboso, así que se lo puse fácil para ver si captaba el mensaje...

-Pues creo que lo captó, sí, vamos, que la tiza se le cayó al menos diez o doce veces.

-Pecados de juventud...

-Llevabas unas braguitas negras preciosas. –Recordó él de pronto.-

-Por favor, no me digas que hasta del color te acuerdas... –Se tapó la cara con las manos, azorada.-

-Es que son cosas que no se olvidan.

-Seguro que el resto de la clase no se acuerda, solo tú, para fastidiarme.

-Será que tengo una fijación especial por ti. –Alegó, socarrón.- A lo mejor me gustas y todo.

-Como si hubiera alguien a quien no pudiera gustarle. –Ella le toreó y le dio de su propia medicina.-

Mientras iban de un sitio a otro el día pasó, fue sorprendente, dado que suponía que llevaban hablando horas y horas sin advertir ni cansancio ni aburrimiento. El Sol empezaba a bajar cuando subieron de nuevo en el coche y retomaron el camino. Raúl condujo durante un largo periodo en el que la cuerda para hablar pareció habérseles agotado y solo intercambiaron un par de palabras.

Cuando divisó el cartel que le anunciaba que llegaría a su ciudad en treinta y pocos kilómetros se mostró horrorizado. El viaje se le había pasado volando, y él no quería que terminara, de ninguno de los modos. Pese a no decir o hacer nada, el hecho de tener a Estela a su lado creaba un efecto balsámico para él, como si el aire fuera más puro y el tiempo inestimable.

Empezó a pensar en modos de alargar el viaje, no le habría importado seguir un poco más hacia el Sur, coger el ferry y acabar en Marruecos, si así conseguía unas horas más que poder disfrutar con la chica de melena castaña.

-Oye... –Dijo él de pronto, habiendo encontrado la respuesta en un cartel.-

-Dime.

-Debes estar cansada, y yo también lo estoy. –Se mordió la cara interior de la mejilla, nervioso.- Hay... Hay un hotel aquí cerca. Podríamos pasar la noche y hacer mañana por la mañana los últimos kilómetros, descansados.

Había tirado la caña al río y esperaba que el pez picara. Tener que poner toda la carne en el asador no le era fácil, pero, de una forma u otra, no habría soportado la idea de despedir a Estela al llegar a su portal, sin más. Se empezó a comer la cabeza pensando en si había resultado demasiado poco elegante, o acaso Estela pensara en él de otro modo.

-Bueno... –Fue la respuesta de esta, que pareció tímida de repente. Se había tomado su tiempo en decirlo, como si le costara mucho tomar la decisión o tuviera otros temas en mente.-

Raúl estuvo a punto de apretar el acelerador al máximo, se sentía pletórico. La expectativa de lo que le aguardaba le hizo empezar a salivar como si tuviera un filete jugoso frente a sus ojos. Al parar en el hotel le volvieron los nervios. Parecía más una escena de película que de la vida real, era la primera vez que entraba en un hotel sin que su hermana estuviera al frente de la comitiva. El hotel no estaba mal, según decía su cartel, era de tres estrellas. La recepción era más bien pequeña, pero parecía elegante.

-Buenas noches. –Murmuró Raúl, cortadísimo.- Quería una habitación doble, solo para esta noche.

-Habitación doble. –Repitió el recepcionista, lanzándoles una mirada penetrante.- Claro.

Tecleó un par de cosas en el ordenador y le pidió a Raúl los datos necesarios para la facturación, el chico llegó a pensar que le pedirían un estudio genético aparte de tanto dato, más que una habitación parecía estar pidiendo una hipoteca. Finalmente consiguió la tarjeta. Había un tipo sentado a unos metros, a todas luces el botones, que ni se les acercó al ver que no llevaban equipaje.

-Que pasen buena noche. –Les despidió el recepcionista con un tono falso.-

Cuando llegaron al ascensor el recepcionista llamó a Estela con un gesto, esta se acercó con curiosidad. Desde la puerta del ascensor Raúl observó como el gesto de la mujer pasaba de la sorpresa a la vergüenza, y de la vergüenza al enfado. El chico se acercó a los dos cuando vio que su amiga apretaba los labios y asentía. Parecía echar llamas por los ojos.

-¿Ocurre algo? –Preguntó él, preocupado.-

-No señor, no pasa na-...

-¿Qué si ocurre algo? ¡Qué si ocurre algo! –El rostro de la chica se tornaba colorado por momentos, tal era su furia contenida.- No, nada, solo que este buen hombre me ha comunicado que si quiero trabajar en este hotel, tendré que darle la mitad de lo que gane.

-¿Trabajar? –Raúl parpadeó, descolocado.-

-Sí, trabajar. –Sus ojos volvieron a llamear.- ¡Este gilipollas cree que soy una puta!

El botones, que había puesto la oreja para ver de qué hablaban, empezó a reírse a carcajadas. La primera reacción de Raúl fue también la de sonreír, pero solo durante 0.02 milésimas. Captó en los ojos coléricos de Estela que se sentía profundamente herida.

-Pero como... –Empezó a enfadarse de verdad.- ¡Esto es lo que me faltaba!

Encaró al recepcionista y no le echó las manos al cuello porque le separaba el mostrador.

-¡Cómo se atreve a insultar a mi novia llamándola puta! –Entre que el botones seguía riéndose y él usaba frases que podrían haber sido sacadas de una película de los 70, la escena empezó a tener tintes rocambolescos.- ¡Quiero el libro de reclamaciones! No, mejor, quiero ver a tu jefe, ¿Dónde está el encargado de este hotel? ¡Me da igual que tengas que despertarlo!

Un hombre salió de una puerta y observó la escena. Por la puerta entreabierta Raúl pudo ver que esta daba a la cafetería anexa al hotel, para mayor comodidad de los clientes que quisieran tomar una copa sin salir a la calle.

-P-perdón, ha debido ser un error. –El recepcionista miraba al cliente e intentaba adoptar una pose decorosa.- Es que al verlos entrar sin equipaje y sin...

-¡Me trae sin cuidado! –Golpeó en el mostrador con el puño.- Le he pedido el libro de reclamaciones y hablar con el encargado, ¿Es que tengo que repetírselo?

-Pero señor... –A todas luces, al recepcionista le fastidiaba tener que llamarle señor, pero era una regla del hotel, por muy jóvenes que fueran los clientes.-

-¡Señor nada!

El cliente que observaba la escena negó con la mirada y miró con desaprobación al recepcionista.

-Bien, está bien. Reconozco mi error y le pido excusas a la señorita. –Hizo una leve inclinación de cabeza.- Y como compensación, el hotel corre con los gastos de todas las consumiciones del minibar de su habitación que hagan durante su estancia.

-¿Y te crees que eso va a servir para...?

-Ya vale, Raúl, déjalo. –Estela le cogió del brazo y lo condujo al ascensor.- Vamos ya a la habitación, no quiero seguir viendo a este imbécil.

Lo última escena que vieron antes de que se cerraran las puertas metálicas fue la del recepcionista mandando callar al botones de malas formas, lo que ocasionó de nuevo un asentimiento de pesar del cliente que les miraba.

-Menudo idiota. –Bufó Raúl, ella no dijo nada.-

Al menos la habitación era bonita y todo parecía bien cuidado. Lo primero que hizo el chico nada más entrar fue buscar el minibar y empezar a saquearlo.

-Me da igual que coja una borrachera o una indigestión. –Hizo acopió de botellas de esas pequeñitas que hay en los hoteles.- Pero voy a tomarme todo lo que pueda, con suerte se lo descontarán del sueldo...

Estela se había sentado en la cama, taciturna. Él abandonó su proyecto de saqueo y se sentó a su lado.

-Venga, no le des importancia, es solo ese idiota que...

Cuando la chica levantó la mirada, Raúl se sintió profundamente desgraciado al ver que lloraba.

-No es su culpa. –Sollozó.- Siempre pasa igual. No importa cómo me vista o como me comporte, ¡Parece que tengo la palabra escrita en la cara!

Abochornada, se cubrió el rostro con las manos, un gesto muy suyo. Él le pasó el brazo por encima de los hombros y la atrajo hacia sí, intentando consolarla.

-Siempre... En el instituto... En la calle... Dios, si hasta un compañero de trabajo no deja de acosarme... –Pateó el suelo con furia.-

-Eh, eh... –Raúl la obligó a mirarle.- ¿Y estás llorando por ellos? ¿Por esos idiotas? ¿Por esas envidiosas? ¡No merece la pena!

-Pero...

-Pero nada. –La miró con toda la profundidad que sus ojos le permitieron.- Lo que veo cuando te miro no es más que a...

-Ya, Raúl, ya. –Ella le cerró la boca impidiéndole terminar.- Mejor ve a ducharte o tendré que hacer de tripas corazón y besarte aunque huelas a perro.

-Eso es lo que se llama dejarme con la palabra en la boca. –Bajó los hombros, decepcionado.- Pero estoy de acuerdo, mejor eliminar el perfume de perro cuanto antes.

Al incorporarse vio, a través de la puerta de la neverita, entreabierta, algo que podría terminar de alegrar a Estela. Había un montón de chocolatinas de todo tipo, en versiones mini, incluidos media docena de "Mars". Las cogió y las depositó en el regazo de la chica.

-Tienes mi permiso para endulzar tus labios hasta que vuelva. –Dijo él, socarrón.- No me eches de menos.

-Menos lobos... –Rió ella, limpiándose la última lágrima.-

En el baño, Raúl resopló. La situación había estado a punto de hundirse pero finalmente terminaba por reconducirse a un punto más agradable. Se desnudó rápidamente y se duchó con mayor celeridad. El agua caliente le hizo sonreír y hacer gárgaras, estaba nervioso por lo que iba a ocurrir, incluso empezaba a excitarse solo de pensarlo.

Abandonó el baño entre una nube de vapor. Llevaba uno de esos albornoces característicos de los hoteles, cuyo hurto era también deporte típico, lamentó no haber traído una maleta donde ocultarlo. Se secó el pelo con fuerza, buscando eliminar el último rastro posible de humedad.

Cuando salió observó que la chica se desnudaba, estaba desabotonando su blusa en ese preciso momento. Verla con esa ropa interior blanca y desnudarse le hizo soltar la toalla y lanzarse directamente a por ella. La besó, y esta vez ella disfrutó con los mismos, eliminado el toque canino, y la empujó hacia la cama. Cuando por fin había aprisionado la lengua de la chica con la suya propia, esta se lo quitó de encima, como hubiera hecho en el coche tiempo atrás.

-¿Y ahora qué? –Preguntó él, desesperado.-

-Dame... –Se limpió la comisura de los labios.- Dame un minuto, una ducha rápida y estoy aquí.

-Pero si a mi no me importa. –Quiso abrazarla de nuevo pero ella se resistió.-

-Porque eres un chico. –Negó con la cabeza y le miró, Raúl observó que ella estaba tan anhelante como él.- Solo un minuto, te lo prometo...

-Venga... –Concedió, dejándose caer en el lecho.- Pero solo un minuto... Y nada de jugar tú sola con la alcachofa de la ducha... O al menos déjame mirar mientras lo haces...

-Eres incorregible... –Se rió ella, mientras entraba presurosa al baño.-

Abrió la cama, quitó la colcha y se zambulló en las sábanas. Le encantaba el olor a suavizante que tenían las sábanas de los hoteles. El minuto se le hizo eterno y empezó a impacientarse.

-"Menuda tontería..." –Pensaba, necesitado de tenerla ya entre sus brazos, y sus piernas.- "Para qué ducharse ahora si va a sudar después..."

Raúl se dedicó a esquilmar el minibar mientras esperaba. Finalmente, tras más de un minuto, la chica salió del baño, igual que él, enfundada en un albornoz y rodeada por una nube de vapor. Nerviosa, pero pícara, jugueteó con el lazo de su albornoz y lo desabrochó parcialmente. Poco a poco fue enseñando su hermoso cuerpo; primero los muslos, bien torneados, su vientre, liso, su escote, apetecible... Con una última vacilación, dejó caer la prenda de algodón al suelo y se mostró desnuda, tal y como era.

-Ya puedes matarme... –Farfulló él, comiéndosela con los ojos.- Moriré feliz.

Capítulo LXXXVIII

La chica, pese a estar nerviosa, también se mostraba excitada. Se acercó a la cama y extendió los brazos hacia Raúl, que presto acudió a su llamada y la abrazó. Sus labios se buscaron, desesperados, y se fundieron en una catarsis de besos que les hizo caer en el lecho sin aliento. Las yemas de los dedos del chico recorrían la espalda y el cuello de la mujer, sin aventurarse aún a colmar de atenciones sus pechos o sus caderas. Esta, por su parte, abrió el albornoz de Raúl y lo dejó caer, pero cumplió su misión a medias. Mientras esperaba, el joven había estado jugueteando con el lazo, haciendo y deshaciendo el nudo, la última vez lo había apretado tanto que ahora el albornoz le colgaba de las caderas, negándose a caer del todo.

Sin darle la menor importancia a eso, Estela besó a Raúl por el cuello y bajó por su pecho, disfrutando de su cuerpo desnudo. Él se dejaba hacer, recordando que, en términos reales, era la primera vez que se acostaba con ella. Habían compartido cama más veces, pero solo para dormir. Lo máximo a lo que habían llegado era a tener sexo oral, y lo había hecho él. Vinieron a su memoria las situaciones en las que había estado a punto de tener relaciones con Estela y, por unas causas u otras, todo se detenía antes de empezar. Le sorprendió el haberse aguantado las ganas o haberse puesto melindroso cuando ahora parecía que hacer el amor con la joven le podía costar la vida.

Gimió cuando la chica de melena castaña acarició su miembro por encima del albornoz.

Reclamó la iniciativa y tendió a la mujer en la cama con suavidad, dándose cuenta de que ya respiraba con dificultad. Alargó las manos y las posó en sus senos, comprobando que, en efecto, esos pechos parecían haber sido creados a su medida. Los amasó con suma delicadeza, procurando que los pezones, de un color oscuro que le pareció dorado, quedaran bien cobijados entre sus dedos. Empezaron a ponerse duros.

Apartó las manos, con lentitud, calculando hasta el más mínimo movimiento. Se inclinó y rozó el pezón izquierdo con sus labios, lo rodeó y le presentó a su lengua, que recibió de sumo grado. Raúl se había dado cuenta de que, por regla general, tenía predilección con los pechos izquierdos, siempre solía empezar y acabar en los mismos, pero tenía una respuesta para esa extraña costumbre, los latidos del corazón. Le excitaba muchísimo notar como el ritmo cardiaco se disparaba mientras estaba estimulándola.

Llevó una de sus manos a la cadera de la chica y comenzó a acariciarla con cariño. Mientras cambiaba al pezón derecho, empezó a acariciar el pubis de la chica. Pudo notar bajo sus dedos el suave triángulo de vello púbico que indicaba, como una flecha, el camino hacia su Secreto. Lo bordeó durante un rato largo, hasta que Estela, casi desesperada, le urgió que la acariciara también ahí.

Abandonó el banquete que tenía en su escote y vio, complacido, como la mujer se mordía el labio inferior, anhelante. La condujo hasta el centro de la cama y se inclinó entre sus piernas, suaves y bien perfiladas. La besó en los pies, le hizo cosquillas, le mordió los gemelos y fue acariciando todo pequeño recoveco de piel que encontró bajo sus labios, lengua y dedos. Conforme subía por sus muslos, la chica abría poco a poco las piernas, mostrándole en primer plano su sexo. Raúl se sorprendió.

Ya la había visto desnuda, incluso le había realizado sexo oral, por lo que le resultó gratamente novedoso darse cuenta, en ese preciso momento, de lo hermosa que era la vagina de la mujer. Una frase, no sabía de donde la había sacado, si de un poema, una canción o una novela erótica, vino a su mente; "Los pétalos aún cerrados para no dejar caer la miel que guardan dentro..."

Casi como respondiendo a su pensamiento, una gotita, pequeña y reluciente, se deslizó de entre los pliegues de la zona íntima de la mujer. Raúl deseó que sus retinas absorbieran esa imagen de la misma forma en la que su lengua lo hizo con la gota de flujo que de ahí había salido. Acercó una de sus manos al sexo de la mujer, pero sus dedos se le antojaron enormes y torpes en comparación con tan delicado lugar. Acarició los labios vaginales de la chica que, respondiendo a su llamada y al propio interés de Estela, dejaban entrever, cada vez más, una rosácea región cavernosa y húmeda.

Pudo divisar sin dificultades el clítoris de la chica, pendiente de recibir también sus propias caricias. Desechando sus torpes dedos, acercó su rostro al sexo de la mujer y dejó que su lengua, siempre expedicionaria y generosa, siguiera con ese noble cometido.

-Ahh... –Gimió ella, sintiendo como la lengua del chico jugaba con las más delicadas zonas de su intimidad.- Mmmm...

Al principio su lengua le traía el sabor de la piel de la joven, así como una pequeña tara de jabón, le gustaba, pero no era lo que quería. Colocó una de sus manos bajo las nalgas de la chica y la otra la dejó libre para cuando la necesitara. Estela, avisada por el movimiento, abrió la boca, sabedora de lo que venía a continuación. Su vientre se arqueó al percibir como la lengua del chico penetraba hasta lo más interno de su Secreto.

-Ahhh...

Raúl capturaba con su lengua el sabor de la chica, de vez en cuando la levantaba, buscando maximizar el terreno en el que podía penetrar. Estela empezó a moverse frenética tras no muchos lametones. Necesitado de aire, despegó su rostro del sexo de la mujer, lo que provocó un sollozo por parte de la misma. Raúl sentía su dolorosa erección entre las piernas, el albornoz le daba, más que nunca, la imagen de una tienda de campaña.

Se incorporó y forzó la prenda hasta que bajó por sus caderas, incapaz de ponerse a deshacer el nudo en un momento así. Estela siguió sus movimientos y clavó los ojos en su miembro, complacida aún sin haberlo catado. Raúl trepó por el cuerpo de la mujer hasta que quedaron cara a cara. Se observaron mutuamente.

-Esta vez sí. –Susurró él.- Voy a...

-Hazlo. –Ella le tapó los labios con un solitario dedo.- Quiero sentirte dentro de mí de una vez, campeón.

Raúl sonrió al escuchar el viejo apelativo con el que la chica le llamaba. Utilizó su mano para dirigir su miembro hacia su zona de destino, Estela cerró los ojos, buscando maximizar su sentido del tacto aún sacrificando el de la vista. Él no dudó, deseaba a esa mujer, quería su cuerpo, sí, pero también lo que había dentro de él. De Estela, lo quería todo.

La penetró lenta y delicadamente, como si fuera una virginal doncella a la que quisiera ahorrar un mal trago. Ella gimió largamente durante el proceso. Cuando abrió los ojos, se encontró con los del chico, y le besó.

-"Por fin..." –Pensaron los dos, aunque sin saberlo.-

Se besaron, sin prisa pero sin pausa, alimentándose mutuamente de lo que el uno encontraba en los labios de la otra, y al contrario. Raúl disfrutaba de la presión que los músculos vaginales le daban, coincidían a la perfección, era como una funda y su espada. Apartó esa idea de la cabeza, puesto que a Estela quería hacerle de todo, menos daño. Utilizó las caderas para abandonar un pequeño trecho de la intimidad de la chica, y luego volver a penetrarla, provocando un nuevo gemido por su parte.

El ritmo comenzó a aumentar, poco a poco, mientras Raúl la penetraba, ella le arañaba con cariño en el torso y los costados, arrancándole algún bufido de dolor-placer de tanto en tanto. La piel de Estela empezó a producir lo que el chico había estado buscando desde hacía tiempo, entre sus pechos se formaban unas gotitas de sudor que recorrían todo su escote, siguiendo el efecto cascada. A él no le importaba contorsionarse con tal de poder capturarlas, lamiendo por el camino alguno de los pezones de la chica, y deseaba tener tres bocas, puesto que le hubiera encantado degustar el sabor de su sexo en ese mismo momento.

-Sí... Con más fuerza... –Rogó ella, apartándose el pelo de la frente.-

Atendiendo a las suplicas, imprimió mayor ritmo y potencia a la penetración, ella le ayudaba con sus propias caderas, pareciera que estaban componiendo una canción y sus sexos, acompasados, llevaran el ritmo. Ella le besaba por todas partes cuando tenía ocasión de atraparlo, si no, le arañaba con cariño, si no, se acariciaba uno de sus pechos, también necesitados de atenciones. Abría la boca desmesuradamente, intentando captar todo el aire que podía. Gemía y jadeaba a partes iguales, sin armar un escándalo pero sin dejar un instante de silencio. A Raúl le motivaban esos sonidos, y, aunque él por tradición era más bien callado, a veces se arrancaba con algún gemido que otro.

De repente notó como le llegaba el orgasmo, intentó controlarlo, pero supo que no había forma, su propio cuerpo le traicionaba. Una idea repentina cruzó su mente y le hizo salir del interior de Estela. Su miembro empezó a expulsar borbotones de leche, afortunadamente solo manchó a la chica en el muslo. Raúl se observó, decepcionado, por mucho que se emocionara, le irritaba no poder controlarse.

-¿Por qué...? –Estela abrió los ojos y le miró, irritada.- ¿Por qué te sales?

-Pensaba que... –Dudó, no sabía como decírselo.- No sabía sí...

-¡Pues claro que sí! ¡No pasa nada! –Pareció igual de enfadada que con el recepcionista, él supuso que se debía más bien a que ella misma no había acabado.- Acabar de follar sin una corrida dentro es como comer pan del día anterior, ¡No es lo mismo!

Mientras Raúl, anonadado, intentaba razonar lo que acababa de escuchar, la chica pareció darse cuenta y le miró, avergonzada. Instantes después los dos acabaron por estallar en carcajadas. Lo había visto con otras chicas, cuando estaban al borde del orgasmo se volvían obscenas e incluso violentas, pero le resultaba particularmente agradable escuchar comentarios típicos de un camionero en los labios carnosos de la chica. Mientras ella seguía riéndose, él se inclinó entre los muslos de la mujer y, tras limpiar con un trozo de sábana los restos de su propia corrida que había por ahí, hundió la cara en el coñito necesitado de la mujer, que respondió a su lengua con un respingo.

Se deleitó con el sabor de su flujo, encantado. Llevó uno de sus dedos junto a su rostro y comenzó a penetrarla, asegurándose de friccionar lo máximo con las paredes vaginales, esto pareció volverla loca.

-Ahhh... Sí... Joder, sí...

Con su lengua rodeaba el clítoris de la mujer, alternando con él de vez en cuando, su dedo la atravesaba una y otra vez, indiferente a sus gemidos y sus convulsas caderas. Tenía una idea en mente, y quería ponerla en práctica. Aceleró el ritmo de sus círculos, la chica alzó los glúteos, abrió mucho la boca y...

En cuanto percibió los espasmos musculares del orgasmo de la mujer, retiró el dedo que penetraba su vagina y lo sustituyó por su lengua, que empezó una disparatada carrera de lametones. No tenía tiempo para pensar en si estaba bien o mal que aplicara un truco aprendido del cuerpo de Claudia con otra mujer que no fuera ella, puesto que sus cinco sentidos estaban puestos en conocer e interpretar a Estela. Sabía que, una vez llegado al clímax, el clítoris se convertía en una zona vedada para los estímulos, la mayoría de las chicas consideraban molesto, incluso doloroso, que se lo tocaran mientras tenían el orgasmo y en los instantes posteriores, pero, del mismo modo, Raúl sabía que si lograba utilizar bien su lengua, y evitar que las caderas de la chica le asfixiaran, podía encadenar el orgasmo con un segundo, el doble de placer por el mismo precio.

Se maravilló de sí mismo, hacía un par de años sabía menos de sexo que un pingüino estofado, y ahora, era capaz de intentar encadenar los orgasmos femeninos.

-"El sexo es cuestión de práctica y tiempo." –Le había dicho alguien, no recordaba quién.-

Y tenía razón.

Estela, sorprendida por la nueva sensación que se desataba entre sus piernas, se abandonó a la pericia de su joven amante, sorprendiéndose de ella misma, se encontró de nuevo con los glúteos levantados, ofreciendo totalmente su abertura a la lengua del muchacho, y más se sorprendió al notar, apenas unos segundos después del primero, ese latigazo de electricidad tan familiar, que la atravesaba la espina dorsal, salía por su boca y se desbordaba por sus pezones y su coño.

Gimió sin voz, incapaz de encontrar una onomatopeya para describir esa sensación. Tan rápido como había llegado, desapareció, dejándole un hormigueo sumamente placentero en las paredes de la vagina. Con los músculos agarrotados, se tendió en la cama, sin saber qué más hacer, decir o sentir.

Raúl abandonó el sexo de la mujer mientras se frotaba el mentón, y la mandíbula, padeciendo los efectos secundarios del esfuerzo que acababa de hacer. Trepó por la cama y se dejó caer al lado de la mujer.

-Dios... –Siseó la chica, saliendo de su coma de placer.- Ha sido... ¿Cómo has...? Dios... Es increíble... Es la primera que... Un chico me hace... Claro, tenías que ser tú...

-¿Te ha gustado? –Preguntó él, modesto, buscando halagos por parte de su amante, que siempre venían bien y le motivaban a seguir mejorando. A fin de cuentas era un hombre, la vanidad le perdía a veces.-

-Ha sido muy diferente de la última vez. –Contestó ella.-

-Lo dices como si la otra vez hubiera estado mal. –Se hizo el ofendido.-

-No, no, que va. –Negó con la cabeza.- Pero... Dios... Es que... ¡No hay ni punto de comparación!

-Blasfema... –Musitó Raúl mientras hundía la cara en la almohada, temeroso de que notara su sonrisa de satisfacción y deber cumplido.-

-Aunque aún estamos un poco flojos en eso del ritmo... –Aventuró ella, haciendo suyo eso de una de cal y otra de arena.-

-¿Qué? –Abandonó la almohada y la miró, sorprendido.- ¿Qué no llevo bien el ritmo?

Ella se mordió el labio y alzó los hombros pícaramente.

-Lo intentas, pero... –Negó con la cabeza para provocarle.-

-Para que lo sepas, el ritmo se consigue mediante la práctica, bonita, y es la primera vez que tu y yo... Bueno, que tu y yo... Lo hacemos.

-Si esa es tu excusa... –Se giró y le dio la espalda.-

-Oh, y te crees que dándome la espalda vas a librarte...

Se lanzó sobre ella y se dedicó a buscarle las cosquillas. Se enzarzaron en un juego de risas y pequeños gritos, Raúl fue consciente de que estaban en un hotel y bajó el tono. Toda la fricción y los roces de su particular batalla habían bastado para avivar ligeramente a su miembro, que parecía estar pidiendo un par de minutos más para entrar en batalla.

-Hala, mira que voluntarioso está. –Comentó Estela, divertida.- Pobrecito, tener que aguantar un dueño con menos ritmo que una gárgola de piedra...

La chica llevó su boca hacia el miembro anhelante, limpiándolo con sus labios y su lengua. Raúl se dejó hacer durante un rato, disfrutando, y luego la apartó, siendo esta vez él quien dio la espalda.

-No quiere saber nada de chicas que critican a su dueño. –Se quejó él, haciéndose el enfadado.- Además, no sé para qué quieres tratarlo tan bien si luego te quejas del ritmo...

-Es que ahora el ritmo lo voy a llevar yo. –Indicó la mujer, despertando el interés del chico.- Me toca arriba, es innegociable.

-Está bien. –Se tendió boca arriba en la cama.- Pero que sepas que no voy a colaborar en nada, por insultarme.

-Que infantil... –Rió ella.- Además, yo lo único que necesito es que esto siga así de vertical.

Hundió el miembro de Raúl un par de veces más en su boca, buscando llevarlo hasta su máxima expresión de tamaño. Cuando pareció satisfecha, se echó la melena a un lado y se colocó sobre los genitales del chico.

-Allá voy... –Avisó.-

-No me impor-ta... –Tartamudeó ligeramente al sentirse repentinamente dentro de la mujer.-

Sabiéndose dueña de la situación, Estela empezó con un ritmo endiablado, pero se relajó a los pocos segundos, replanteándose la estrategia. Él, siguiendo con el juego, intentaba mostrarse lo más indiferente posible, teniendo en cuenta el gran placer que sentía cuando el cuerpo de la mujer se deslizaba sobre su miembro. Ella, de vez en cuando, le obligaba a mirarla mientras ponía cara de niña buena. Finalmente se inclinó para besarle en el cuello y los labios.

-Pero si era broma... –Comentó ella con voz melosa.- Y lo sabes...

-Has herido mis sentimientos. –Insinuó él, con tono teatral.-

-¿Y qué puedo hacer para que me perdones? –Preguntó, con la misma voz melosa y sugerente de antes.-

-Puedes... –Se humedeció los labios.- Puedes mirarme a los ojos y decir qué opinas de mí.

-¿En todos los sentidos?

-Bueno, eso sería muy largo, y tengo demasiada sangre fuera del cerebro. En el terreno sexual, más bien, así podré entenderte...

-A ver como te lo digo... –Durante su corta conversación no había dejado de trotar lentamente sobre él, pero en ese momento se detuvo.- Si vendieras tu cuerpo por dinero... No podría pagarte ni con todo el sueldo de un año.

-¿Solo el de un año? –Objetó, pese a que sonreía.-

-No me gastaría más del sueldo de un año en un hombre, lo siento. –Alzó los hombros.- Lo tomas o lo dejas.

-Eso pospondrá mis planes de comprarme un Ferrari antes de Navidad, pero... –Se mordió el labio.- Por ti, haré una excepción.

La chica se vio repentinamente derribada en la cama, Raúl recuperó el control y la penetró instantes después. Esta vez fue ella la que se mordió el labio para reprimir un bufido de placer. Se colocó sobre ella, aprisionándola bajo su cuerpo.

-A ver si la chica exigente puede seguir mi ritmo... –Anunció él, con tono retador.-

-Eso será si empiezas alguna vez, claro. –Bromeó ella.-

Raúl salió de su interior hasta que tan solo la punta de su glande quedó en el interior de la mujer, acto seguido la penetró de nuevo, provocando que todo su cuerpo temblara. Repitió varias veces esa operación a modo de calentamiento, mientras, ella siseaba de placer.

-Un poco más a la derecha... –Le indicaba ella.- Ahora más rápido... Lento... A la izquierda...

-Oh, sigues de buen humor, según parece. –Era incorregible, no dejaba de picarle ni aunque estuviera dando lo mejor de sí.- Tendré que callarte de una forma u otra.

Aceleró el ritmo, el sonido de sus cuerpos al chocar era un "tap, tap" armonioso que rebotaba en las paredes de la habitación, Estela, pese a lo que decía, cerraba los ojos con fuerza y se lamía el paladar continuamente, con la boca seca.

-¿Has... Has empezado... Ya? –Masculló la chica de melena castaña, entre jadeos.- No... No... No siento nada...

-Solo estaba estirando. –Se defendió él, socarrón.-

Aceleró el ritmo tanto como pudo, aún a sabiendas que en los días posteriores tendría que pagar las consecuencias por medio de unas incisivas agujetas en las piernas y las ingles. La chica gemía, boqueaba y golpeaba la cama con sus manos para liberar la emoción del momento, parecía frenética. A Raúl eso le excitaba, y le urgía a mantener el ritmo, agradeciendo que acabara de eyacular hacía pocos minutos, dado que de no ser así, se hubiera corrido de forma incontenible en medio de esas acometidas.

-Ahh... –Estela le mordió la barbilla a causa del frenesí sexual, él gimió de dolor.-

Notaba las piernas de la mujer alrededor de sus glúteos, los golpes de sus talones y las acometidas de sus caderas. En el interior de la chica había un volcán que amenazaba con hacerle arder hasta los huesos, y sin embargo, no lo abandonaba, cada vez le gustaba más.

-Den... Dentro... –Exclamó ella, que intentaba amortiguar sus gemidos metiéndose una mano en la boca.-

Por descontado, Raúl estaba tan enfebrecido que, aunque la chica le hubiera pedido que lo hiciera fuera, la habría ignorado. Mientras notaba el sudor por todo su cuerpo y las mejillas acaloradas, contaba las penetraciones que le quedaban antes de eyacular.

-"1... 2... 3... 4... 5..." –Pensaba él, imaginándose las cartas de la baraja española pasar ante sus ojos, pues el solo hecho de ver a Estela le hubiera hecho perder el sentido y correrse.-

-Ahhh... Sí... Muy bien... Muy... Bi-en...

-"6... 7... 8... Sota... Caballo..."

Gimió de lo lindo, e inclusive de sus labios escapó la palabra "Rey", que tronó por la habitación. Los talones de Estela, ayudados por sus brazos, hicieron que la chica se abrazara a él como una lapa. Sus piernas se enredaron y Raúl solo fue consciente del enorme placer que se expandió por su cuerpo al sentir como su miembro disparaba con precisión de francotirador las cargas que en él se habían depositado. Supuso que no había sido una eyaculación abundante, pero sí potente, tanto que incluso le dolió, y eso no hizo más que aumentar su placer en ese febril momento.

Reuniendo las dos neuronas que no habían ido hacia su entrepierna para disfrutar, consiguió hacerse a un lado y caer, pesadamente, al lado de Estela. La chica pareció de repente transportada a otra dirección, Raúl ignoraba si era un orgasmo, se había dormido o simplemente estaba ida. Mostraba una expresión de completa paz en su rostro, había cerrado las piernas, probablemente aliviada de poder hacerlo tras la tempestuosa acometida que había disfrutado.

Unos minutos después, cuando el chico regresó del mundo de Yupi y vio recuperado su ritmo respiratorio, alargó una mano y la tocó para ver si reaccionaba. La chica abrió lentamente los ojos y miró al techo.

-Estoy completamente llena de ti... –Susurró con una voz seria y serena.- Desde el estómago hasta los dedos... Llena...

Raúl se premió con una sonrisa ante tan hermosas palabras, sin embargo, pronto fue sustituida por un gesto de completa confusión. El corazón le dio un vuelco al comprobar que los ojos de Estela estaban completamente anegados de lágrimas.

Capítulo LXXXIX

-¿Estás...? Yo... ¿Te he hecho daño? –El tono de preocupación de su voz hizo girar el rostro de la joven.-

-No, no pasa nada. –Se enjuagó las lágrimas con un trozo de sábana y sonrió, avergonzada.- No he podido evitarlo, las lágrimas han querido salir por sí mismas, debo parecerte una tonta.

Él intentó negar con la cabeza, pero ella ya había retomado la palabra.

-Es que... ¿Sabes? He imaginado esto muchas veces, muchas, demasiadas. –Soltó una risa nerviosa.- Casi te tenía elevado al pedestal de una fantasía, campeón, deberías estar orgulloso.

-¿Y el problema?

-Que ha sido bueno, no, ha sido genial... –Una nueva tanda de lágrimas apareció, pero ella las borró con irritación.- Hubiera preferido algo más desastroso, a decir verdad... Bueno, al menos una parte de mí.

-No te entiendo. –Su confusión no hacía más que aumentar. Observándola ahí, apenas cubierta, con su carne tierna a la vista, su olor impregnando la habitación... Volvió a desearla, pero supo controlarse.-

-No me arrepiento de esto, que lo sepas. –Manifestó, muy segura.- No es que te hayas aprovechado de mi ingenuidad o algo por el estilo, sabía lo que quería, y ya lo tengo todo... O casi todo.

-...

-Raúl, esto no nos lleva a ningún sitio, y tú lo sabes. –Susurró ella con un deje de emoción.-

-¿Intentas decirme algo? –Preguntó el joven, repentinamente receloso de toda la conversación, y, peor aún, temeroso de adonde los llevaba.-

-Yo... No lo sé... Bueno, sí lo sé, pero no sé si estoy segura de... –Dejó escapar una exclamación irritada.- ¡Lo nuestro no funcionará!

-Solo por opinar... –Objetó él con cautela.- Tal haya que intentarlo para...

-No. –Se plantó ella, categórica.- Si me quedaba alguna duda, esta noche lo ha demostrado. No sé tú...

Repentinamente enrojeció y volvió a mirar al techo.

-Pero lo que yo he sentido está más allá de cualquier experiencia anterior. Es demasiado intenso, demasiado serio, demasiado...

-¡Pero eso no es malo! –Se quejó él.- Precisamente, esto es algo serio que tu y yo...

-No hay un "tu y yo". –Le explicó con suavidad.- No lo hay, y no creo que pueda haberlo, al menos por ahora.

El silencio se enseñoreó de la habitación, la mente de Raúl hacía cábalas a un ritmo vertiginoso. No lo entendía. No entendía nada. Acababan de estrechar su relación, de tener "algo más que sexo", y ahora decía...

-Raúl, tú tienes otra vida de la que ocuparte, y yo... No estoy preparada para alguien como tú, al menos aún no, de ti podría enamorarme... ¡Joder! Es probable que ya lo esté, pero aún puedo escapar, ¡Puedo hacerlo! –Exclamó con vehemencia, más para convencerse a sí misma que para otra cosa.- Soy demasiado joven como para mirarte y pensar "es el hombre de mi vida", y tú eres suficientemente inmaduro como para creértelo demasiado... Por eso no tiene sentido que haya nada entre nosotros.

-Al menos ya hay un "nosotros". –Repuso él con acritud. Se levantó de la cama y se apoyó en la pared, mirándola desde la distancia.- No sé de que otra vida hablas, pero...

-¿Qué no lo sabes? Por favor, ¡Si hasta tienes una hija!

-Eso es diferente, Eva es genial y la quiero mucho, pero no es... No como si yo fuera su...

-Raúl, madura. –Estela enarcó una ceja al observarle.- Hace no mucho os vi a los tres por la calle, paseando. Claudia, tan hermosa que resulta increíble, tan deslumbrante que me hace sentir poco femenina...

Volvió a gruñir y se tapó con las sábanas, evitando que se hicieran comparaciones indeseadas.

-A los ojos de cualquiera, menos los de un inmaduro idiota y presuntuoso como tú, es obvio que está completamente y totalmente enamorada de ti, cosa que de por sí sorprende. No sé qué tratos o acuerdos tenías sobre la pequeña... –Hubo un atisbo de duda en su tono, como si quisiera preguntárselo.- Pero en fin, sea lo que sea, olvídalo. Alguien como tú debería dejar de jugar a marear la perdiz y aceptar de una vez la responsabilidad de lo que es tener una "familia". No puedes creerte mejor que tus padres si no...

Estela enmudeció, captando el atisbo de cólera que atravesó la mirada del joven. Se mordió el labio con inquietud, pensando que quizá había dicho demasiado. Sin embargo, perseveró. Eran palabras que quería decir desde hace mucho tiempo, que tenía enquistadas en su frágil alma, prestas a azotarla al menor descuido.

-¿Qué es lo que quieres de la vida, Raúl? –Preguntó ella.-

-Yo... –Respondió, con voz rasposa.- No lo sé.

-¿No lo sabes?

-¡Pues no! ¡No lo sé! ¡No tengo ni la menor idea de lo que...!

-¡No seas un completo imbécil! –Le señaló con un dedo firme y grácil.- ¡Y a mi no me grites!

La situación era tan ridícula, discutiendo ahí, desnudos, apenas tapados, que ambos tuvieron que ocultar el rostro para disimular las sonrisas traicioneras que extendieron sus labios. La tensión pareció evaporarse como la niebla en un día cálido.

-Si le preguntaras a cualquier hombre, te diría que tienes una vida casi perfecta, pero tú no, sigues volando de flor en flor, de chica en chica, haciéndoles daño con...

-¡Yo no le hago daño a nadie!

-Pues claro que sí. –Se incorporó, sosteniendo la sábana.- Eres tan condenadamente idiota que... Que...

Se mordió el labio.

-Es muy difícil no quererte. –Bufó, sarcástica.- Es jodidamente difícil, a decir verdad. ¿Crees realmente que es "solo sexo" lo que tienes con todas las de tu club de fans? ¿Es "solo sexo" lo que hemos tenido ahora? ¿Lo es?

Había mucho de acusación en sus palabras, pero también una pregunta clara.

-No, Estela. –Susurró él con sinceridad.- Esto no ha sido "solo sexo", contigo nunca podría serlo.

Ella cerró los ojos, dejó escapar un suave suspiro entre sus labios y se estremeció. Una pequeña sonrisa elevó la comisura de sus labios.

-No, no lo ha sido. –Le miró con intensidad.- Y por eso no debe suceder más... En realidad no debería haber aceptado, pero... Bueno, me lo debías.

Raúl bufó con incredulidad y ella volvió a señalarlo acusadoramente.

-Has estado demasiadas veces en mi cama sin cumplir, campeón, tenía todos los cupones para "una noche ardiente" contigo sin utilizar. Me parece que ahora estamos en paz. –Se mordió ligeramente el labio inferior.- Aunque siento la tentación de estar en deuda contigo, viendo lo mucho que he disfrutado.

Era una palmadita en la espada para su ego herido, pero aún así no pudo evitar sonreír.

-Eres incorregible, lo sabes, ¿Verdad?

-Eso intento. –Se acomodó en la cama y dio dos palmaditas a su lado para que se tumbara con ella.- Así que, bueno, ahora en confianza. ¿Qué vas ha hacer?

-Ya lo sabes. –Musitó él contra su pelo. Los dos se sentían más cómodos sin contacto visual directo.- Haré lo que tenía que haber hecho desde hace mucho.

-¿El qué? ¿Madurar? –Ironizó ella.- ¿Dejar de tener un harem dispuesto a cumplir todos los deseos del amo? ¿Dejar de tener relaciones estrafalarias en tu casa?

-Yo no... –Frunció el ceño.- ¿A qué te refieres con relaciones estrafalarias en mi casa?

Ella guardó silencio unos instantes, después asintió como para sí misma y se aclaró la garganta.

-¿Recuerdas el día que te fuiste a la universidad? –No le dejó contestar.- Pues yo... Bueno, fui a verte... A despedirme...

Un fugaz recuerdo, de una melena castaña ocultándose tras una de las columnas de la estación de tren, asaltó la mente de Raúl. Ya en ese momento le había resultado familiar.

-No recuerdo que te acercaras.

-No, estabas muy ocupado dándote el lote con tu alemana, con una mujer de pelo negro y pechos enormes... Y con tu hermana. –Su tono se volvió ligeramente divertido.- Solo faltaban los cámaras y podríais haber estado rodando una película porno. Fue divertido ver como Laura te metía la lengua hasta las amígdalas, pero en su momento me pareció tan chocante que me fui sin decirte adiós.

Raúl cerró los ojos y suspiró con fuerza.

-"Bien, tiene motivos para pensar mal de mí." –Admitió para sus adentros.-

-¿Y fuiste solo para decirme adiós? –Exteriorizó lo primero que se le pasó por la cabeza.-

-No. –Susurró la mujer.- Pero ahora me alegro de no haber podido hablar contigo... Hubiera sido más complicado.

Estuvieron largo rato en silencio. Medio abrazados, intercambiando caricias en la piel, arrimando sus cuerpos para compartir el calor. Finalmente Raúl rompió la quietud.

-Estela... No quiero perderte.

-No me perderás. –Rió ella.- ¿Somos amigos, no?

-¿Los mejores amigos?

Ella se giró y le miró, fingiendo enfado.

-Ya sé lo que tú haces con tus "mejores amigas", y no, lo siento, pero no. –Apretó los labios.- Bueno, al menos antes tendrías que emborracharme, y no sería muy honorable por tu parte hacerlo.

-¿No? ¿Ni siquiera si es con tequila?

-Bueno, si es tequila, entonces sí.

Ambos rieron, alborozados. Estela se apoyó en el torso de Raúl y le miró a los ojos.

-Te he echado de menos. –Confesó.- Lo de hablar contigo, me refiero.

-Yo también, Estela, yo también. –Le retiró el flequillo de la frente y la miró a los ojos.- Pero a partir de ahora, será diferente, nos veremos mucho más.

-Me temo que sí. –Puso los ojos en blanco.- Alguien tendrá que asegurarse de que no le seas infiel a la pobre Claudia.

-¿Infiel yo? –Negó con la cabeza, y esbozó una sonrisa pícara.- Nunca más... Me quedaré con la sensación de tu piel y el sabor de tu sexo en mi boca como recuerdo de mis "infidelidades". ¿Para qué hacerlo más veces si no hay nada que lo pueda superar?

Un chispazo de excitación cruzó las retinas de Estela, que lo relegó al fruncir el ceño y advertirle con una mirada que no siguiera ese juego. Él volvió a reír.

-Ahora deberíamos irnos... –Comentó ella.- Y lo primero que harás cuando veas a Claudia, será decirle que la quieres.

-¿Qué la quiero? –Se alarmó él.- Yo no...

-Pues claro que la quieres. –Le clavó un dedo, armado con una considerable uña, en el estómago.- Y se lo dirás bien claramente.

-Me refería a que nunca le he dicho a nadie algo así. –Gruñó.- Me daría demasiado corte.

-¡Venga ya! –Puso los ojos en blanco.- Aquí tengo que estar yo, desnuda y mojada, empujando a un tío para que le declare su amor y "fidelidad" a otra mujer. Es que dais pena, en serio, estoy por pensar en hacerme lesbiana...

Una lenta sonrisa dibujó los rasgos de Raúl.

-Me gustan las lesbianas... –Susurró.- Y creo que yo le gusto a ellas...

-Eres un hombre. –Comentó sarcásticamente.- Ves lo que ves y haces lo que puedes. Y sueñas despierto el resto del tiempo.

Se incorporó, desnuda en toda su gloria, y le observó detenidamente.

-Y ahora será mejor que nos duchemos, nos vistamos y volvamos a nuestras respectivas vidas.

-¿Nos duchemos? –Musitó él, con ardor en los ojos.- ¿Juntos?

-¿Es que no has oído nada de lo que hemos hablado? –Protestó ella.- No habrá sexo entre nosotros, "amigo", y deja de mirarme así.

-Solo había pensado que la ducha parecía muy cómoda. –Susurró él, guasón.- ¿Te has fijado en esa barra de acero que tiene? Es perfecta para que te agarres mientras entro en ti por detrás. Me pregunto quién de los dos necesitará más jabón...

Estela le observó con la mirada vidriosa, imaginando la escena descrita. Se mordisqueó el labio durante unos instantes y finalmente asintió.

-Bueno, una última vez no le hace daño a nadie. –Se le sonrojaron las mejillas ante su pronta capitulación.- Pero no habrá nada más que eso, óyeme bien Raúl, no soy un objeto sexual para que utilices cuando...

Sus protestas fueron ahogadas por los labios de Raúl, anhelantes, cubriendo los suyos. Sus manos fueron retenidas en su espalda por una de las del joven, mientras que con la otra amasaba sus pechos. Paso a paso, beso a beso, caricia a caricia, llegaron al baño.

Durante un tiempo la acorraló contra los fríos azulejos, el vapor del agua caliente empezó a empañar el espejo mientras él excitaba sus pechos, lamiendo sus aureolas, pellizcando sus pezones y tirando de ellos con los labios. La introdujo en la bañera al tiempo que humedecía su cuerpo, y le mordía, esta vez con los dientes, provocando una exclamación de placer y una marca rojiza en torno a uno de sus pezones.

-Muérdeme... –Susurró ella ferozmente.- Muérdeme más, por favor, más...

La barra fue perfecta para sus lúdicos juegos, tal como habían pronosticado. Cuando entró con fuerza por detrás en el húmedo sexo de Estela, incapaz de aguantar más tiempo fuera, esta gimió y le urgió a llegar hasta el fondo.

-Es la última vez... –Farfullaba ella, jadeando, mientras el jabón que Raúl se había untado en las manos resbalaba espumoso por sus senos.- La última... De verdad... Yo no...

Calló cuando un gemido brotó de su garganta, el chico le mordisqueó el cuello por detrás al mismo tiempo que se enterraba con todas sus fuerzas en su interior. Mientras la pasión se desbordaba, acercándolos al clímax, unos pensamientos más cuerdos atravesaron su mente.

-"Siempre lo supe, Estela." –Susurraba en un recodo de su psique.- "Tú y yo... Encajamos muy bien..."

Apretó con más fuerza uno de los senos de la mujer, posesivamente. Ella gimoteó.

-"¿Será esto uno de esos amores platónicos de los que hablan?" –Por un momento incluso ese pequeño espacio de su mente tremoló, el orgasmo estaba muy próximo...- "Quiero a Claudia, sí, es imposible no quererla, aunque me de miedo aceptarlo. Pero aún así... No sé si podré renunciar a esto..."

-Raúl... –Jadeó la mujer, con los nudillos blancos de tanta fuerza que utilizaba para aferrarse a la barra de acero, el único apoyo que les impedía caerse y perder la mágica conexión física de sus cuerpos. La mano libre del chico hacía tiempo que se había situado entre sus rizos mojados, y ahora jabonosos, atacando con certera malicia el centro de su placer, empujándola al orgasmo.- Raúl... ¡Oh sí! ¡Qué me haces! ¡Sí!

-"No sé si es posible amar a dos mujeres..." –Siguió el runrún en su cabeza.- "O si solo soy un imbécil ansioso..."

-Voy a llegar... ¡Voy a llegar! –Las contracciones del interior de Estela alrededor de su miembro se volvieron terminales.- Oh, joder, estoy... Estoy... ¡Ahhh!

Mientras se introducía con fuerza entre sus pliegues y dejaba de apretar los dientes, Raúl se corrió con un gruñido, satisfecho su lado animal de inundar con su semilla el sexo anhelante de Estela.

-"Porque lo que no me atrevo a decirte en voz alta..." –Reflexionó, abrazándola, sintiéndola tan unida a él como su propia alma.- "Es que yo no tengo fuerzas para renunciar a ti..."

Capítulo XC

Mientras buscaba las llaves de la casa de Claudia, Raúl seguía frotándose furtivamente la mejilla, aún enrojecida.

Tras abandonar el hotel, había llevado a Estela hasta su casa, se habían despedido quedando para llamarse cuando las cosas se calmaran. Raúl tuvo que contener el impulso de seguirla hasta su hogar y convencerla de que había otras muchas cosas de las que hablar. Pero no, Estela tendría que rumiar sus propias emociones, además, él realmente la apreciaba tanto en el terreno platónico como en el sexual.

Bueno, casi.

Tras eso, había ido a la casa de su hermana. Le parecía una parada obligada, teniendo en cuenta lo que había hecho con "ellos", pero aún así no se esperaba la reacción de su Laura. Le recibió en la puerta, vistiendo unos pantaloncitos y una camisetita ajustada. Se observaron largamente, sin decir palabra alguna...

Y entonces le asestó tal bofetón que tuvo suerte de no estamparse contra la pared. Los oídos le pitaron y vio chispitas plateadas durante un buen rato.

-Eso por ser un gilipollas y hacer lo que has hecho al ir a verles. –Gruñó su hermana, frotándose la mano en el muslo.-

-Laura, yo...

Cuando la vio alzar de nuevo la mano, se encogió automáticamente, dispuesto a aceptar su castigo, pero aún así reacio a que le calentaran el rostro de esa manera. Sin embargo, esta vez no fue una bofetada lo que recibió, sino un abrazo, intenso y cargado de emoción. Seguido de un beso profundo en los labios y de otros más pequeños en su mejilla magullada.

-Y eso... –Susurró ella mientras le observaba afectuosa.- Para que recuerdes que te quiero y que lo demás no importa.

-Yo...

-Y ahora vete a tu casa. –Le ordenó ella, inflexible.- Claudia ha estado preocupada, podrías haber dejado encendido el móvil al menos, pedazo de patán con cerebro de paja.

-Pero...

-Adiós.

Y le cerró la puerta en las narices.

Se quedó observando la madera durante largos minutos, estupefacto. Había esperado una larga conversación con su hermana hasta que esta capitulara y le perdonara por hacer el idiota, pero esto... Otra idea se dibujó en su mente "Vete a tu casa". Había hablado del apartamento de Claudia como si fuera su hogar. Eso le causó desazón, a la par que asentía, conocedor de algo obvio. Al parecer no era Estela la única que le indicaba el lugar en el que tenía que estar.

Así que, cumpliendo el camino que las féminas le habían marcado, llegó hasta los dominios de una hermosa alemana de rubia cabellera.

Antes de haber terminado de introducir la llave, la propia dueña del inmueble abrió la puerta, observándolo con sus penetrantes ojos verdes claros, recorriéndolo de arriba abajo, haciendo un inventario de su persona.

Cuando dejó escapar un suspiro de alivio, le dejó pasar.

-Claudia, siento lo del teléfono, yo...

-Tu hermana me ha llamado. –Señaló la mujer.- Me lo ha contado todo, lo de tus padres y...

-Si, verás, yo...

-No hace falta que me des explicaciones. –Se apresuró a intervenir la mujer.- ¿Quieres hablar de ello?

-No, la verdad es que no. –Se sintió ligeramente incómodo.- Es un asunto que he dejado atrás y que ya no me afectará más.

-Me alegro...

Se produjo un corto silencio en el cual ambos se observaron, aún en la entrada, sin hacer ni el más mínimo movimiento.

-Claudia... –Susurró, con la voz cargada de emociones contenidas.- Hay algo... Que tengo que decirte...

Como grandes lagunas, los ojos de la mujer se iluminaron, una leve sonrisa curvó sus labios sensuales. Con un ademán le condujo al salón y le indicó que se sentara.

-¿Y Eva? –Carraspeó él, intentando quitarse el nudo que le atenazaba la garganta. Un hombre podía ahogarse en esos ojos.- ¿Y Gaby? ¿No están?

-Pasarán el día con tu hermana. –Explicó la rubia.- ¿No las has visto?

-No, Laura... No me ha dejado pasar. –Se frotó instintivamente la mejilla adolorida, casi al instante, los suave dedos de Claudia sustituyeron a los suyos, amortiguando cualquier sensación que no fuera la hipnótica caricia con que recorría su rostro.-

-Pobrecito. –Murmuró ella.- No debería haberte pegado.

-Tenía motivos, he sido un imbécil... –Cogió aire.- Y tú tienes muchos más motivos para hacerlo. Claudia, me he portado muy mal contigo... Eres el sueño de cualquier persona, hombre o mujer...

Una sonrisilla destensó los labios de la mujer, que seguía a la expectativo.

-Y también eres mi sueño. –Susurró él en voz baja.- Y yo... Yo quiero ser el tuyo...

-Ya lo eres, Raúl. –Acunó su rostro entre las manos.- Tú, y todo lo que hemos hecho.

-¿Y lo que vamos a hacer? –Inquirió él, intentando que su voz sonara firme cuando estaba a punto de jadear por la tensión.-

-¿Intentas decirme algo? –Cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir.- La última vez que hablamos de este tema... Dijiste que tenías "errores" que cometer.

-Tienes buena memoria... –Rió él, aunque por su mente apareció la imagen de Estela y no pudo asociarla a la palabra "error".- Y sí, creo que en estos dos días he madurado más que... ¿Durante los últimos diez años?

Ella le dedicó una deslumbrante sonrisa.

-Y lo que quería decirte... –Tragó saliva.- Lo que siento de verdad... Yo... Te quie...

Un dedo suave sobre los labios le impidió terminar sus vacilantes palabras. Sorprendido, observó a la alemana. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo y se centró en su entrepierna. Fuego, fuego esmeralda brillando en los ojos de la mujer.

-No lo digas... –Susurró ella, su voz con un cierto acento alemán que solo aparecía cuando estaba enfadada o excitada.- Demuéstramelo.

Se incorporó y tiró de él hacía arriba, después le condujo hasta el dormitorio y prácticamente le empujó sobre la cama. Raúl se fijo por primera vez en el liviano vestido, de aspecto cómodo, que lucía la mujer. Sus pechos, llenos y apetecibles, se lucían por el escote, así como sus piernas, suaves y firmes, pareciendo reclamar la caricia de sus manos. La fugaz imagen de esas piernas rodeando su cintura traspasó su mente.

Volvió a tragar saliva.

-Espera, espe... –Un apasionado beso consumió sus palabras, los labios de la mujer tomaron posesión de los suyos y su lengua se abrió paso entre sus labios con voracidad. Tardó bastante en poder volver a respirar.- Claudia, espera, quiero decirte algo más.

-Mmmm... –Sonrió suavemente mientras se lamía los labios. Raúl se dio cuenta, asombrado, de que le había quitado la camiseta en algún momento indefinido. Magia, sin duda.- Habla.

Aún así, ella continuó besándole en el cuello y el torso, lamiendo ligeramente sus pezones masculinos hasta hacerle estremecerse.

-Bueno yo... yo... –Gimió en voz queda cuando sintió sus blancos dientes apretándole la carne del estómago. Había comenzado a bajarle los pantalones, como no hablara rápidamente, perdería el uso de la lógica.- Yo te seré fiel... ¡Ah! Es lo justo, Estaré... Solo contigo...

Claudia se desembarazó finalmente de sus pantalones, su calzado también había desaparecido por arte de magia, se incorporó y le miró fijamente durante unos instantes.

-Pues yo no. –Algo de pesar cruzó su mirada, pero también una profunda decisión.- Lo siento Raúl, pero no puedo prometerte eso.

Él la miró inmutablemente durante un rato, incrédulo.

-"¿Qué no va a serme fiel?" –Pensó.- "¡Vaya, esto no me lo esperaba! ¿No es lo que se supone que hacen las parejas?"

Como le vio confuso, Claudia sonrió ligeramente y le acaricio la cintura.

-No creo que Cristina y tu hermana me dejaran. –Explicó, profundizando en sus tocamientos.- Si intentara alejarme de ellas, probablemente me atarían a la cama... Otra vez.

-¿Cristina y mi hermana? –Su mente voló a las otras palabras.- ¿Atarte? ¿Otra vez? ¿Cuándo te han atado, como es que yo no...?

Una pequeña carcajada sacudió a la alemana, toda ojos fogosos y manos diestras acunando su virilidad...

-Pensándolo bien, no sé si yo podría mantenerme alejado de ellas. Me gustan demasiado. –Comentó ella, observándolo de nuevo con inquietud.- ¿Te molestaría mucho?

-¿Molestarme?

Las imágenes de Claudia y el Dúo Diabólico que había presenciado atravesaron su mente. Su erección experimentó una sacudida considerable y se hinchó más, la rubia lo notó y ocultó una sonrisa entendida.

-Además, si vamos a ser... –Se lamió los labios y retiró los ojos de sus genitales.- Si vamos a ser pareja... O algo más... Tendremos que compartir los placeres, ¿No crees?

-¿Compartir? Te refieres a... –La sonrisa de la alemana le dijo todo lo que necesitaba saber, ociosamente calculó si cuatro personas podrían dormir cómodamente en esa cama.- Oh, por supuesto, no me molestaría nada, sois amigas, ¿Verdad? Entiendo que quieras tener tu espacio...

La risa de la mujer fue estruendosa esta vez, cuando aún la sacudían las carcajadas comenzó a inclinarse hacia su miembro.

-Pero solo de vez en cuando... –Dio un gran lametón a su glande.- Aunque me guste jugar en compañía, cuando estoy contigo me vuelvo un poco... Posesiva...

Engulló su miembro, que alcanzó la dureza máxima en poco instantes, y comenzó a darle placer a un ritmo enfebrecido. Raúl jadeó, en una nube de placer, mientras alzaba las caderas, deseoso de entrar aún más en la boca de la mujer. Vagamente fue consciente de que Claudia se había montado a horcajadas sobre una de sus piernas y de que, más importante, notaba una cálida humedad deslizarse arriba y abajo sobre su piel. Incapaz de soportar esa sensación, se revolvió y la urgió a soltar su miembro. Un suave "plop" resonó en la sala, ella le observó, con una muda pregunta en la mirada.

-¿No tienes mucho calor? –Sugirió él.-

La alemana se incorporó y se sacó el vestido por la cabeza, lo tiró hacia un lado de la cama, mostrándole que no llevaba ninguna prenda más encima.

-Sabía que no iba a necesitar las braguitas. –Indicó ella, señalando su pubis.- Contigo nunca me duran mucho tiempo.

Un gruñido de placer escapó de la garganta de Raúl, que intercambió posiciones con la mujer y la tendió bajo él. Al instante, sus labios se lanzaron con voracidad sobre uno de sus dulces pezones mientras una de sus manos abría los pliegues húmedos de su sexo. Ella gimió bajito, complacida.

Mientras se limpiaba las comisuras de los labios del dulce néctar que manaba de los pechos de Claudia, se separó ligeramente de la mujer y observó sus dedos atravesando la rosada piel de su sexo, atrapando de vez en cuando su clítoris, provocando escalofríos y siseos de placer en la rubia.

Perlas de humedad de la mujer quedaron impregnados en sus dedos. Los retiró del cofre del tesoro y se los llevó a la boca, goloso. Ella se quejó al sentirse repentinamente sola, él continuó observándola, toda femenina, llena de curvas y suavidades capaz de volverle loco.

La rubia alzó las rodillas y abrió las piernas, en una súplica silenciosa para que continuara con sus buenos oficios. Raúl le acarició la cara interior de los muslos durante unos instantes, después, tomando repentinamente una decisión, se colocó sobre su cuerpo y la miró a los ojos.

-¿Qué? –Preguntó ella, ligeramente sonrojada por la excitación.-

-Mírame. –La mujer le acarició los hombros y se colocó mejor bajo él, su miembro rozando contra su sexo. Claudia introdujo una mano entre sus cuerpos y tomó su virilidad, acariciando con ella sus labios mayores, una costumbre que le reportaba mucho placer.- Abre los ojos.

Ella no obedeció hasta que lo repitió, Raúl empujó ligeramente con las caderas hasta que su miembro abrió los pliegues de la mujer, que le esperaba mojada, cálida y generosa.

-Me gustas cuando me miras y me vuelves loca cuando me tocas. –Claudia prácticamente ronroneó.-

Él la miró a los ojos y sonrió.

-Quiero ver tus ojos cuando suceda. –Le explicó, ganándose una sonrisa retadora y una mirada cargada sentimientos.- Porque es la primera vez que lo hago...

Claudia entreabrió los labios y dejó que su lengua se deslizara entre ellos. Al mismo tiempo, Raúl empujó, penetrando lentamente a la mujer. Contuvo la respiración al notar como la rubia le acogía en el interior de su intimidad con un apretón juguetón, una deliciosa tortura para su resistencia.

-Claudia... –Su voz sonó ronca, sabía que sus ojos debían estar brillando con fuego, y muchos otros sentimientos, en ese mismo instante.-

-¿Sí? –Susurró ella, con la sonrisa más radiante que le había dedicado jamás, sabedora de lo que iba a suceder a continuación.-

-Me avergüenza no haberme atrevido a decirlo antes, pero... –Sonrió con picardía.- Te quiero.

Claudia cerró los ojos con fuerza, al abrirlos, brillaba en ellos la humedad de lágrimas no derramadas. Intentó hablar y le falló la voz, pero finalmente pudo decir las palabras mágica.

-Yo también te quiero, Raúl, te quiero tanto que me duele...

Le clavó las uñas en los hombros y le urgió a penetrarla con fuerza.

-Te quiero. –Repitió ella. De repente una sonrisa lujuriosa, más propia del Dúo Diabólico que de la alemana, surcó su rostro.- Pero ya te he dicho antes que no necesitaba escuchar las palabras... Tenías que demostrármelo.

-¿Cómo? –La retó Raúl, al que se le ocurrían diez o doce formas de hacerlo.-

-Oh... –Las firmes piernas de la alemana le rodearon las caderas. Entrar y salir de su cuerpo era un éxtasis en sí mismo, un placer comparable a cualquier delicia terrenal.- Todo el día y toda la noche... Durante los próximos... Mmmm... ¿Treinta años?

-¿Sin descansar? –Rió él.-

Claudia apretó aún más los talones en sus glúteos mientras con las uñas rasgaba la piel de sus hombros. Gimió con intensidad creciente, tanto con las embestidas de su amante como compelida por la mano masculina que se había deslizado entre sus cuerpos para estimular su clítoris. Raúl jadeaba, frenético por alcanzar la tan deseada liberación.

-Dámelo, Raúl... –Le rogó ella, en medio de la catarsis del orgasmo.- Dame eso... Que tanto me gusta...

Y él se lo dio. Caliente y espesa en el interior de su cuerpo, sellando un longevo pacto que también compartirían, ocasionalmente, con cierto Dúo Diabólico y, quizás, con alguna belleza de salvaje melena castaña.

Jadeantes, intentado recuperar la respiración, Raúl observaba a Claudia. Sus pechos se mecían arriba y abajo debido a sus potentes espiraciones, el sudor brillaba en su aterciopelada piel. Ella abrió uno de sus ojos, cerrados en el clímax, y le miró. Una de sus manos fue hasta su entrepierna y jugueteó durante un rato con su miembro, después se llevó los dedos a la boca y los saboreó.

-Sabemos bien. –Ronroneó de placer al lamerse el índice, degustando el cóctel de su pasión.-

-Será que hacemos buena pareja. –Comentó Raúl.- ¿Me dejas probar?

Claudia le ofreció sus dedos, pero él negó con la cabeza y sonrió socarronamente al tiempo que posicionaba su rostro entre las piernas de la alemana.

-Prefiero beber directamente de la fuente... –Añadió antes de beber con una sed insaciable.-

-Es bueno ser joven... –Susurró Claudia mientras una gran sonrisa iba extendiéndose por su rostro. Una de sus manos acariciaba la cabeza de Raúl, urgiéndole a apretarse más contra ella.- Seguro que lo del fondo sabe mejor... Ahí es donde el agua está más fresca...

Él retiró su boca del sonrosado sexo de la mujer para dedicarle una mirada depredadora.

-¿Quieres que beba el agua del fondo? ¿La de muy al fondo?

-Sí. –Gimió ella, levantando las caderas para acercarlas a su rostro.- La de muy, muy, al fondo... No hay nada mejor que eso...

Y, efectivamente, cuando de la fuente brotó un manantial de exquisita pasión, quedó demostrado, sin ningún género de dudas, que no hay en el mundo nada mejor que "Eso".

-Fin-

PD. Bueno, bueno, bueno... Y así, como una buena chocolatina que se deshace cremosa en el paladar, hemos llegado al final. Esta ha sido una historia que desde el principio creé más por satisfacción personal que para publicarla, se nota mucho, sobretodo en la calidad, comparando las primeras entregas con las últimas. Según mi socio Word, "Eso" ocupa más de 562 páginas con una tipografía de "Times New Roman - 12", más de medio millar de suspiros con las cuitas de Raúl, ese personaje un poco ingenuo y con mucha suerte, un buen tipo en general, que hace las delicias de propios y extraños. ¿Qué será de "Eso" ahora? Ah... ¿Quién sabe? Las musas, como toda fémina, son caprichosas e irresistibles. Tal vez vuelvan a visitarme para pedirme más de Raúl y sus compañeras, o tal vez no. Sin embargo, tras esta larga travesía, solo tengo dos cosas que deciros: Agradeceros que me hayáis leído hasta este último párrafo y, sobretodo, incitaros a que os deis un "momento de felicidad" al terminar, para que, en este caso, el placer haya sido todo vuestro.

Hasta que nos volvamos a ver,

Iván / Seamus