Eso (07)

¿Cual será el siguiente reto? Una historia que podría ser real, personajes que podrían ser cualquiera de nosotros. ¿Que pensaste que era imposible hacer y finalmente hiciste?

Eso

Capítulo XXXIII

-Eh... –Estupefacción total en el rostro del joven.-

-Solo jugará conmigo, no puedes tocarla. –Siguió Liz, muy crecida, Keira asintió.- Recordaremos los tiempos en la escuela...

Acto seguido, sin mediar palabra entre las dos, Keira se bajó los pantaloncitos que llevaba, dejando a entrever su hermosa entrepierna, esa que había tenido que limpiar la noche anterior y ya había contemplado de cerca. Como había deducido antes, no llevaba braguitas. Liz untó un dedo en su propia entrepierna y, acto seguido, la llevó hacia la de su amiga, que aceptó, pese a que no parecía del todo convencida.

Raúl había comprobado otras veces que las otras tres hacían prácticamente lo que Liz les decía, ella era la voz cantante del grupo, las otras, sumisas a su voluntad. Lo que no quería decir que ella las despreciara, no, en ningún momento, parecían unidas por lazos de amistad fuertes.

-"Tan fuertes como para meterle un dedo en el coño." –Pensó Raúl, extrañado ante la nueva situación que vivía.-

-Está caliente. –Decía Liz como quien no quiere la cosa.- Parece que le gusta lo que ve.

Se refería al miembro del chico, que, salvado de un orgasmo prematuro, permanecía ahí, horizontal, durísimo, rebelándose contra la gravedad a fuerza de bombear sangre. Pronto los pezones de Keira, grandes y oscuros, se marcaron en su camisetita. Liz sabía lo que hacía.

Apoyó su espalda contra la pared, intranquilo. Hacía unos instantes había estado a punto de marcharse, molesto, dolido, profundamente triste. Y ahora, la pequeña diablesa Liz, la chica de labios fríos, estaba masturbando a una de sus amigas ante sus ojos, para su deleite y disfrute, o más bien su tortura, puesto que no le dejaban participar. La cabeza de Liz pronto reposó entre los muslos de Keira, provocando mil y un gemidos en la chica de grandes pechos. Se notaba a la legua que no era la primera vez que lo hacía, ahora si que podía confirmarlo.

Automáticamente llevó su mano a su miembro y comenzó a masturbarse, lentamente, pero Liz, como si tuviera un ojo en la nuca, salió de la gruta de su amiga, que emitió un gemido lastimero como reprimenda, y le sonrió.

-No, no puedes tocarte. –Se limpió con la lengua una mancha imaginaria en los labios.- ¿No decías que eras diferente y podías aguantar?

-Ya. –Bufó él, dejando las manos quietas.-

Cansado, se sentó en una de las dos butacas que había en uno de los recodos de la habitación, contemplando el espectáculo. El coñito de Liz quedaba expuesto cuando se inclinaba para comerle el suyo a su amiga, y esa imagen, esos labios abiertos e inflamados, aderezados con la respiración suave y profunda de Keira así como el sonido de la comida que Liz le estaba realizando, era espectacular. Su miembro estaba al borde del colapso, sin posibilidad de recibir satisfacción, y todo por un estúpido comentario...

-Aaaah... Ooooh... –Gemía Keira, acariciando la cabellera de Liz mientras tanto. Emitía frases en su idioma de vez en cuando.- Siempre fuiste la mejor... Siempre...

Raúl, con sus cinco sentidos puestos en la escena, sintió un golpe sordo en la otra puerta del cuarto, la que daba a la habitación doble, la de Camila y Gwen. En la rayita de luz que se formaba en el suelo, vio sombras. No pudo evitar sonreírse para sus adentros. Se levantó y fue directo hacia la puerta, sin hacer mucho ruido. De todas maneras los gemiditos de Keira bastaban para ocultar sus pasos de sobra, ella le siguió con la mirada. Puso la mano en el tirador y abrió. Como en las películas de humor, ahí estaban las dos, pegadas, escuchando detrás de la puerta, probablemente intrigadas por el concierto que antes Liz, en voz más baja, y ahora Keira, a sus anchas, estaban dando.

Su primera reacción fue de sorpresa, más bien porque el miembro de Raúl, firme y bamboleante, las recibió. Después este señaló a la cama y las hizo pasar, con una sonrisa triunfante. Keira al principio pareció asustada, aún con la cara marcada por el placer, le dio dos toquecitos significativos a Liz en la cabeza, que se levantó, extrañada de que la interrumpieran tan cerca de cumplir su labor.

Siguiendo la mirada de Keira se encontró con sus otras amigas, sorprendidas. Después de mirarlas a ellas, miró a Raúl, que volvía a estar sentado. Retornó a Keira, tranquilizándola con un guiño, volvió a sus amigas y les hizo un gesto de cabeza, una invitación. Estas se miraron entre ellas, y luego miraron a Raúl, como señalando que con un extraño delante no podían.

Raúl, hasta los mismísimos testículos de tanta mirada y tanto silencio, habló.

-Podéis seguir mirándoos y todo lo que queráis. –Comentó pausadamente.- Pero a fin de cuentas, eso solo confirmará lo de que las inglesas son unas estrechas.

Liz tuvo que traducirles lo que significaba "estrecha" en su idioma, término que ya le había enseñado Raúl con anterioridad. Estuvieron hablando unos instantes en esa jerga de ingles ultrarrápido, imposible de entender salvo palabras sueltas, al menos sino eras de la tierra, provocando que las dos recién llegadas le clavaran una mirada insolente.

-Sin tocar. –Murmuró Gwen.-

-Joder... –Susurró Raúl para sí mismo, viendo como las otras dos se unían a la parejita. Él había pensado que lo lógico sería que la situación tensa quitara de en medio a todas salvo a Liz, que habría atendido amablemente su erección, y veía, apesadumbrado, como su plan se iba por tierra.-

-Pobrecito. –Dijo Camila en español, mientras le daba pleno acceso a Gwen para que hurgara entre sus piernas.-

-"Mis cojones pobrecito..." –Pensó amargamente.- "Todas iguales... Venís aquí a descontrolaros y alucinar... Y que es eso de liaros delante de desconocidos... No tocar, no tocar... Y un huevo... Todas sois iguales..."

En realidad sentía que era su culpa, al haberlas llamado estrechas, o frígidas, o como sea que Liz, con sus palabras siempre mordaces, lo había traducido. Además, en efecto, esas chicas, todas decentes, más o menos, no habrían hecho eso nunca delante de un desconocido, pero las últimas semanas prácticamente la habían pasado juntos, y, sobretodo, el hecho de estar desnudos constantemente en la playa nudista, había eliminado el pudor que sintieran los unos hacia los otros. Para ellas, ese "juego" era tan inapropiado como el de mirarse a los ojos fijamente midiendo quien era el que más tardaba en reírse. Pero claro, él, que solo podía mirar y "no tocar", lo sufría. Lo sufría mucho.

Pese a las dos nuevas incorporaciones solo tenía deseos para Liz, en realidad, incluso consideraba a las otras "terreno prohibido" por estar con amigos suyos, pero bueno, esos remilgos desaparecerían a la primera caricia que le hicieran, negarlo sería mentir.

-"Total... Se van mañana, ¿Qué puedo perder?" –Y notó la sensación que hacía unos minutos, parecían una eternidad cada uno, le había acongojado.- "Se van..."

Antinaturalmente a lo que cualquier miembro del sexo masculino haría, su mente voló del libidinoso festín que se estaban dando delante de él. Recordaba sus momentos con Liz, todos tan mágicos, tan envueltos en algo que los hacía parecer más bonitos y hermosos de lo que en realidad eran... Y seguía teniendo el coñito de Liz, contoneándose, delante.

Por un momento, regresando a la habitación del hotel, pensó que era posible, que cuatro chicas inglesas, bastante atractivas además, querrían montar una orgía con él y solo con él. Pero era disparatado, eso solo pasaba en las películas porno, bueno, también que se enrollaran delante tuya solo pasaba en las películas de ese tipo, pero estaba pasando, lo veía, lo olía, lo escuchaba...

Capítulo XXXIV

-"Hace poco te la cascabas como un mono". –Pensó con sarcasmo.- "Y ahora esto..."

En realidad le parecía hermoso, el Sol entrando por las cortinas, las siluetas de chicas, casi completamente desnudas, la cama, los gemiditos... De no ser por el incesante dolor en sus testículos y a la cada vez mayor sensación de hambre, habría podido verlo durante el día entero.

El momento de Keira había llegado, con una de las sábanas en la boca, que debía estar mordiendo con todas sus fuerzas, empezó a correrse. Liz, que le había arrancado el éxtasis, siguió estimulando su coñito, esta vez con la palma de su mano. Nunca antes lo había visto, pero a Keira, por sus gritos y espasmos, le encantaba. Incluso Gwen y Camila dejaron su "trabajo" para mirar.

Keira finalmente quedó rendida, y Liz, provocativa, se giró hacía el chico, desafiándolo con la mirada.

-"No tocar, no tocar..." –Sonó en su cabeza, como un eco.- "A la mierda..."

Se levantó como un resorte, en dos zancadas se encontró detrás de Liz, que aún le miraba. Con bastante fuerza le dio un azote en el trasero, "niña mala", viendo como su nalga se enrojecía. Sin mediar palabra, condujo su polla al coñito de la chica y se la metió.

-Mmmmmmm... –Gimió ella, cerrando los ojos.-

Estaba mojada, tal y como la había dejado antes, lo que ahora le parecían horas, empezó a bombear, sin delicadeza ninguna, no tenía el cuerpo para tonterías, quería acabar cuanto antes mejor. Las dos chicas a su lado retomaron sus juegos, excitadas, eso sí, Camila no le quitaba los ojos de encima a su miembro, que entraba y salía, una y otra vez del interior de Liz. Keira, aún recuperándose, permanecía un poco apartada, bien servida de placer.

-Oooh... Mmmm... –Liz permanecía en su mundo.-

Pero a Raúl la posición no le acababa de convencer, le pesaban las piernas de todo el rato anterior en la puerta, y prefería tumbarse. Muy a su pesar, sacó su miembro del interior de la chica, que le miró con odio por hacerlo. Le dio la vuelta y la tumbó, con un leve empujoncito. La cabeza de la chica quedó justo entre las piernas de Keira, su pelo se desparramaba entre los labios vaginales de esta.

Utilizando la fuerza de sus caderas la penetró, esta vez buscando por entero sus ojos, utilizando sus manos para estrujar, estirar, acariciar y pellizcar sus tetas y sus pezones excitados.

Lo más curioso es que, cuando penetraba a Liz y volcaba su peso sobre ella, su cara quedaba a escasos centímetros del coñito de la comatosa Keira. El olor a hembra que se desprendía de ahí era increíblemente potente. Empezó a intentar ir cada vez más lejos, oliendo más y más, inhalando ese perfume encantador. Y, como por sorpresa, su miembro empezó a notar su vigor reforzado.

-"Esto es un afrodisíaco en condiciones..." –Se encontró pensando.-

Liz, que se había percatado de que cada vez intentaba llegar más cerca de la entrepierna de su amiga, le dedicó una mirada con ojos entrecerrados y amenazadores.

-"Está celosa". –Se jactó él.- "Muy liberal y putita, pero celosa... Como todas."

Gwen y Camila, insatisfechas con la posición que tenían puesto que no les permitía un rango de acción decente, se habían colocado una encima de la otra. Era un 69, o al menos se le parecía.

-"Ahora es cuando aparece la chica con el látigo y me pega." –Todos sus pensamientos, destinados a mantener el control, y de paso retrasar un rato su eyaculación, giraban en torno a las escenas que le rodeaban. A sus ojos, continuaban con la tónica surrealista que tenía todo desde el principio, parecía una película porno.-

Al haber cambiado de posición, Camila quedaba prácticamente a su lado, expuesta. Raúl observó como quería tocarse los pechos, pero no podía, dado que tenía que aguantar el peso de las caderas de Gwen con ambos brazos. Él sonrió para sus adentros.

Sus manos abandonaron los pechos de Liz, que hasta entonces habían cuidado con mucha preferencia, ella le observó, extrañamente, no decía una palabra, sus labios permanecían sellados, salvo para cuando él reclamaba un beso o buscaba su lengua. Llevó una de sus manos hacía el cuerpo de Camila, lo tenía al alcance perfecto. Esta dio un leve respingo al notar el tacto, dejó momentáneamente la entrepierna de Gwen, le miró, parpadeó un par de veces, y volvió a la cueva de su amiga, como si nada.

-Ooooh... Camila... Mmmmm... –Empezó a gemir él, teatralmente, puesto que nunca había sido de grandes gritos.- Que tetas tienes... Tan duras... Tan...

Si las miradas mataran, habría caído fulminado en ese momento. Liz estaba lanzando ondas mortales desde sus iris color cielo, electricidad pura, peligro, mucho peligro...

-Mmmm... Tu pezón... –Lo pellizcó suavemente, divertido de poder devolverle a Elizabeth la jugada.- Que maravilloso.

La verdad es que le resultaba difícil seguir manteniendo una penetración rítmica con Liz y tocarle las tetas a Camila, pero él se esforzaba. Inclinó la cabeza hasta que quedó a la altura de Liz, pegando su boca a la oreja de la mujer.

-¿Te molesta que esté tocando a tus amigas, eh, zorrita? –Murmuró suavemente, en un tono de voz desconocido para él, totalmente ido.- ¿Verdad que eres una putita a la que le molesta que su chico haga eso? Si yo quisiera, me tiraría a cualquiera de ellas, ¿Crees que se negarían? Ahora mismo harían lo que fuera por tal de conseguir una buena polla...

Él, que era un chico muy calmado en la cama, nunca o casi nunca había dicho palabras como esas mientras mantenía una relación, pero, sin embargo, tenía ganas de decirlas, y no tuvo remordimientos ningunos por insultarla, es más, le gustó. Se levantó lentamente y buscó la mirada de la chica, la misma de antes, ojos peligrosos cargados de malicia... Liz había empezado a chuparse dos dedos, los chupaba de arriba abajo, por todos los lados, con profusión.

Gwen ya gemía, entre los muslos de Camila, a un ritmo que indicaba su próximo orgasmo, Camila tampoco debía andar lejos y él, sí, se había olvidado de sí mismo, pues tampoco podría aguantar más, porque empezaba a notar un pinzamiento en su mástil que indicaba que no faltaba apenas nada.

Observó a Keira, que ahora tenía los ojos entreabiertos, parecía haber salido del letargo orgásmico alcanzado, pensó en lo guapa que se veía con sus enormes tetas apenas tapadas por la camiseta... Pensó que...

No pensó nada. Una sensación extraña recorrió todo su cuerpo y toda su mente, el 100% de su atención se posó en una parte de su propio cuerpo. Algo estaba pasando.

Notó como llegaba.

Seguía bombeando y mirando a Keira, pero en realidad tenía la cabeza únicamente en eso tan extraño que notaba, sin atreverse a mirar. Y entonces, su cuerpo se congeló, se tensó, dejó de bombear, incluso de respirar, absolutamente inmóvil.

-"Me ha..." –Su menté empezó a racionalizar, pero estaba demasiado estupefacto.- "Me ha metido un dedo en el culo... Me ha..."

Bajó la vista para ver a Liz. Ella se había movido y estaba en una posición más propia de una culebra, inclinada sobre su cuerpo, con el brazo estirado hasta llegar a su "zona prohibida".

-Sigue follándome. –Dijo esta finalmente, rompiendo su silencio.-

-Sa... Sácalo... –Farfulló, completamente anulado.-

-No. –Rió divertida.-

-¡Sácalo!

-Si no sigues follándome... –Él se estremeció sintiendo como otro de sus dedos, a las puertas de su orificio, escoltando al que ya tenía dentro, se movía, preparándose para entrar.- Serán dos.

Nunca antes se había puesto en marcha tan rápido. Empezó a penetrarla, pero con dedicación y entrega, quería lograr un orgasmo rápido en su fino cuerpo de diablesa.

-"Si todas las inglesas son así..." –Resonaba en su mente.- "Que hija de..."

Notar aquello en su "zona prohibida" era... Diferente. No le había dolido al entrar, supuso que por eso los había estado chupando con tanto ahínco, pero sin embargo, cada ligero movimiento de su cuerpo, muchos al estar haciendo el amor, sentía ese tacto extraño dentro, que le arrancaba de vez en cuando sensaciones... "Raras"...

Sin darse cuenta había abandonado los pechos de Camila, centrándose únicamente en Liz, para él, ya solo estaban ellos dos, nada más. La tenía dentro, estaban unidos por "muchos" lazos... Y el juego tenía que acabar, no tenía fuerzas para más.

-Elizabeth. –Dijo él de pronto, con los ojos cerrados y las mejillas sonrojadas.- Termino...

-Un segun... Dooo... –Gemía ella, al borde del clímax.- Ya, ya, ya...

Fue un clímax extraño, cuando su cuerpo se contrajo en la eyaculación, notó, como si fuera un tambor, esa sensación extraña que se extendía desde su trasero por todo su cuerpo. Prestó atención a Liz con sus dedos hasta hacerla terminar como se merecía. Esta, finalmente, sacó su "invasor" de la "zona prohibida" del chico, que notó un estremecimiento intenso por todo el cuerpo.

-"Joder..." –Pensó.- "Y es un dedo... Que sentirán ellas cuando les meten una buena polla..."

Sin que se dieran cuenta, puesto que aún estaban en su burbuja, Gwen y Camila también habían terminado, y Keira estaba sentada en la cama, observando. Los ojos verdes de Raúl y los azules de Liz se habían fundido una vez más, ninguno de los dos parpadeó, tan solo se miraron.

Y por mucha escenografía de película porno que hubieran hecho o por muchas obscenidades que se gritaran, sabían que todo eso había sido solo una despedida, un "adiós" muy bonito y placentero, no escrito con sangre, pero sí con semen y flujos vaginales.

Vencido, se dejó caer finalmente a un lado de la cama, un trocito libre que quedaba en los pies. Estuvieron todos callados durante un tiempo, miró al reloj y se dio cuenta de que todo el espectáculo apenas les había llevado una hora. ¡Una hora! Y a él se le había hecho eterno... Era imposible, por mucho que los hombres quisieran, no podían estar a la altura de las mujeres en cuanto a condición física y relaciones sexuales...

-"Espera, espera..." –Su orgullo viril invadió su mente.- "El único que no puede aguantar es el de ahí abajo... Tienes diez dedos y una lengua... Que leches, si quisieras, las dejarías rendidas a todas."

Son ese tipo de pensamientos que asaltan a los hombres después de un orgasmo, pensamientos incoherentes, extraños y peligrosos...

-Uff... –Resopló Keira, levantándose para abrir las ventanas de par en par.-

Gwen y Camila se marcharon poco después, recogiendo su ropa por el camino, a lo lejos se escuchó el sonido de la ducha. Keira hizo lo propio después de susurrar algo al oído de Liz, que permanecía tumbada en la cama, boca arriba, con los ojos abiertos, pensativa.

En las películas encenderían un cigarrillo, para romper la monotonía de la espera, ¿Esperar a qué? Nunca se sabe.

-Gggggggrrrr

Por muy sorpresivo que fuera, el sonido del estómago de Raúl fue lo que les sacó de ensoñaciones.

-Deberíamos comer algo. –Insinuó.-

-Bueno. –Fue la única respuesta de Liz.-

La chica alargó la mano, cogió el teléfono y se lo ofreció.

-Pide lo que quieras, estamos a gastos pagados.

Y de nuevo lo mismo, ¿Qué tenía el sexo que apartaba todos los problemas como una corriente de aire frío se lleva los nubarrones de la tormenta? Terminado el acto, vencidos ambos, y de nuevo...

-Elizabeth. –Usar su nombre completo hizo que la chica reaccionara, al menos le miró.- ¿Será un buen recuerdo?

-¿Cuál?

-El nuestro.

-Será... Un amor de verano.

-¿Has sido feliz? ¿Lo has pasado bien? –En su fuero interno algo le decía que no le importaba en absoluto, pero en realidad, sabía que tan solo trataba de autoconvencerse de ello.-

-Raoul... –Se incorporó finalmente, sentándose en la cama, dirigiéndole una mirada dulce.- Todo este tiempo ha sido muy especial para mí.

El joven suspiró, seguía triste por saber de su partida, incluso hubiera preferido que no se lo dijera, venir un día a buscarla al hotel y no encontrar a nadie, tener un motivo para odiarla, borrar esa huella.

-En las películas... ¿Cómo terminan los amores de verano? –Preguntó él, intentando parecer gracioso.-

-Con un paseo por la playa, supongo. –Murmuró, estrechando su mano.-

-Entonces eso haremos. –Le dedicó la más amplia de las sonrisas que pudo exhibir.- Pero eso sí, antes comeremos, estoy que me caigo...

Tras una copiosa comida ahí, en la habitación, Raúl y ella quedaron para más tarde, tres horas para echar la siesta y un par de duchas heladas en su casa le dejaron casi como nuevo, y cuando la encontró al inicio del paseo marítimo, vestida completamente de blanco, con un vestidito de verano corto que parecía ser una nube de vapor recubriéndola, le dio la mano, y pasearon.

Rieron, hablaron, rieron, se besaron, rieron, compraron recuerdos para la chica, rieron, se volvieron a besar, y rieron. Una tarde-noche genial, como si en vez de la última fuera la primera, aún había tanto que decir, tantos silencios por romper... Cenaron en un sitio tranquilo, él le regaló una rosa de esas que venden las mujeres asiáticas por las zonas de playa. Y paladeó sus besos, y sintió sus manos alrededor de su cuerpo... Les bastó. Cualquier persona habría pensado que un "polvo de despedida" hubiera sido lo más oportuno, pero ellos no, tan solo un beso, quizás una caricia en la espalda, y muchas miradas. Recorrieron tres veces el paseo tan largo era, haciendo tiempo para estar juntos un poco más, al final de la noche, agotada y soportando las rozaduras de las sandalias que llevaba, le pidió que pararan unos instantes a descansar.

Mientras Elizabeth se sentaba en el muro que separaba el paseo de la costa, él le ofreció su hombro para apoyarse. Cualquiera de las personas que transitaba el paseo, incluso a esas horas, les habrían mirado y dicho "Mira, una pareja feliz", pero ellos, y quizás sus amigos, que reproducían esa misma escena por distintos puntos de la zona, eran conscientes de lo doloroso que en verdad resultaba.

La acompañó hasta la puerta de su hotel.

-Nuestro avión sale a las once. –Le comentó.- Las chicas y yo teníamos pensado despedirnos de la playa por la mañana.

-¿Queréis que os acompañemos?

-Habrá que madrugar...

Cuando subía las escaleras del hotel, ella se giró, y le observó con sus impresionantes ojos azules, dedicándole una sonrisa. En ese momento una pequeña corriente de aire meció sus cabellos, esa noche sueltos, como él los prefería. Si esa no era una escena de película, era un sueño, quizás las dos cosas.

Apenas si durmió esa noche, aún estando bastante cansado. A las seis de la mañana en punto, los cuatro: Raúl, Felipe, Adrián y Andrés, estaban en la playa, con sus toallas. La verdad es que el panorama era más acogedor de lo que se había imaginado al apagar el despertador. El Sol ya había salido, iluminando aún con pálidos rayos todo el lugar. La arena estaba fría y suave, puesto que acababa de pasar la máquina que todas las mañanas la oxigena y limpia de desperdicios. Ni un alma a lo largo de toda la playa, salvo un pescador muy a lo lejos.

-¿Habéis mojado? –Preguntó Felipe, depresivo.- Yo ayer por fin conseguí hacerlo... Fue tan...

-Sí. –Suspiraron Adrián y Andrés, recordando sus respectivas citas.-

-Yo también, sí. –Respondió cuando los tres se le quedaron mirando, sintiéndose acosado por ellos.- Pero aunque no lo hubiera conseguido, me daría igual...

-La verdad es que sí. –Murmuró Andrés.- Echaré de menos la forma en la que se reían de nosotros en la playa...

-¿Y la crema? Esas caricias eran criminales... –Continuó Adrián.-

-Pero era mejor verlas bailar, ahí, comiéndose la pista... –Felipe hizo un gesto de rezar, como pidiendo al cielo que no se las llevara.-

-Bueno, bueno, ahí vienen. –Señaló Raúl.-

En efecto, envueltas en sus bikinis y pareos, con las toallas en el hombro, llegaban las cuatro. No importaba a que hora las mirases, seguían siendo preciosas. Fue media hora de juegos, grititos y salpicaduras. El agua estaba maravillosa, no era el caldo en el que te metes a mediodía, sino que aún tenía el toque fresco y refrescante.

-¿Echareis de menos esto? –Preguntó Adrián.-

-Sí. –Respondieron todas, apenadas.- Ha sido un verano increíble...

Liz abrazó a Raúl en el agua y le besó el hombro, aún en el mar, sus besos seguían estando helados, esa era su magia, la magia de una ilusión, de alguna especie de nueva Morgana nacida en las entrañas inglesas, no podía ser más que una bruja. Pero él se había dejado hechizar.

Cada cual fue a su sitio, ellas a terminar de hacer las maletas y vestirse apropiadamente, ellos, a cambiarse. Un rato después viajaban en sendos taxis cargados de maletas, el coche de alquiler había sido devuelto la tarde anterior, hacia el aeropuerto.

Ahí la despedida fue aún más trágica, faltaba mucho para que saliera el avión, pero entre que facturaban el equipaje y se cargaban de recuerdos, la señal de "La puerta de embarque 4 está abierta" apareció en los monitores, con el susodicho mensaje resonando en los altavoces a pleno volumen.

Delante de ellos estaba la puerta traslúcida que no podrían atravesar sin billete, y ahí, silencio. Raúl ignoró por completo lo que harían sus amigos, simplemente se dirigió a Liz y la besó dulcemente.

-Espero que el viaje sea cómodo. –Exclamó, intentando extender su escueta sonrisa.- A ver si encuentras un asistente de vuelo guapo, dicen que da mucho morbo hacerlo en los baños de un avión...

-Ves demasiadas películas. –Observó ella, ladeando ligeramente la cabeza. Sonreía, pero no con muchas ganas, las despedidas son lo que tienen.- Te voy a echar de menos.

-¿De verdad? –Quiso bromear.-

-Un poco. –Hizo el gesto de algo pequeño con los dedos.- Pero aún así...

-Es lo que tienen los amores de verano... –Repitió la frase que se había dicho a sí mismo mil veces esa noche.-

-Raoul... –Se miraron.- ¿Sabes por qué no he querido quedarme más tiempo aquí? Quizás podría haber alargado mi estancia unos días, una semana...

-Pero, ¿Por qué no lo hiciste? –Preguntó, temeroso de la respuesta.-

-Por ti.

-...

-Sabía que si me quedaba un día más, un minuto... –Suspiró, llevándose la mano al corazón.- No iba a poder separarme... Soy así de débil, supongo...

Él tardó en contestar, le parecía muy bonito lo que había dicho, y sabía que hubiera sido más bonito de haberlo podido decir en ingles y no tener que hacerlo con su vocabulario tan reducido en español, pero aún así, estrechó sus manos con las suyas.

-¿Débil? –Negó con la cabeza.- Instinto.

Ambos rieron recordando su particular juego con el "instinto", recordando, unos segundos más, sus batallitas en la playa.

Ella cogió la pequeña maleta que llevaría como equipaje de mano en el avión, tras una última mirada, se giró y comenzó a caminar lentamente a la puerta que les separaría definitivamente.

-¡Espera! –Vociferó él de pronto, ganándose una mirada reprobatoria de uno de los guardias.- Hay algo que siempre te he querido preguntar...

Ella volvió sobre sus pasos y le miró, expectante.

-¿Por qué tus labios siempre están fríos?

Liz abrió un poco los ojos, sorprendida, la verdad es que él consideraba que la pregunta era lógica y tenía sentido, pero ella no podía entender a qué se refería, sin embargo, buscando en su mente encontró una respuesta.

-En mi país hay un cuento para niños que trata sobre una princesa, cuyos labios estaban helados a causa de la maldición de una bruja. –Se pasó el dedo índice por los labios, acariciándolos, en un gesto muy seductor.- La maldición se rompería solo con el primer beso de amor verdadero.

De nuevo se dio la vuelta, creyendo que ahí terminaba todo, dio media docena de pequeños pasos, pero se detuvo. Se giró, mostrándole sus ojos azules acuosos, que apenas si contenían las lágrimas que deseaban derramar. Corrió hasta él, dejando la maleta atrás, y le besó, acariciando su cara.

Y sus labios, por primera vez al contacto con los de Raúl, fueron cálidos como el amanecer.

No más palabras, ni un adiós, ni una mirada. Se colocó la ropa, recogió su maleta, y entró por esa maldita puerta traslúcida. La vio perderse poco después en un recodo del camino.

Consternado, fue consciente de que sus tres amigos habían experimentado sendas situaciones a su lado, y ahora todos miraban la puerta, como esperando que alguna volviera corriendo y gritando su nombre. Pero eso no sucedió.

Más de una hora después, aunque a ellos les parecieron unos minutos, pudieron ver como el avión de British Airways en el que viajaban las chicas despegaba, convirtiéndose en un punto tan pronto que les pareció incluso ofensivo.

Raúl, probablemente viendo lo que su corazón deseaba ver, creyó advertir un destello azul proveniente de una de las ventanas del avión.

-"Adiós, Morgana." –Se despidió, mientras montaba en el taxi que los llevaría a casa.-

Capítulo XXXV

Durante un par de semanas reinó un silencio sepulcral en la vida de Raúl. Romper una relación que tanto le estaba aportando, no solo físicamente, sino también en su desarrollo personal, algo tan grande y provechoso, era duro, muy duro.

-"Es un amor de verano." –Pensaba él, cada vez más frecuentemente.- "Las cosas iban a terminar, tarde o temprano..."

Borrar a Liz de su mente no fue fácil, pero, poco a poco, con la ayuda inestimable de Laura y Cristina, decididas a no verlo vagar como un muerto en vida por los pasillos de su casa.

-Venga ya. –Exclamó Cristina con desparpajo.- Que la chica era mona, pero tampoco hay que hacer un drama...

-Es lo que te digo siempre. –Laura adoptó una posición reflexiva, actuando.- Eres un sentimental empedernido... Los chicos como tú están en peligro de extinción...

-Con lo tiernos que eran...

-Descansen en paz... –Se santiguó, con gesto de pena.-

-Amen.

Se abrazaron y fingieron llorar amargamente. Raúl, que estaba frente a ellas, todos en la cocina, no podía más que observarlas. Realmente sabía que tenían razón, era un imbécil, un sentimental empedernido y, probablemente, un enamoradizo sin escrúpulos. Su corazón estaba tan lleno de carencias afectivas que era como una esponja con la gente de su alrededor, más aún con las chicas, y si eran atractivas, mejor.

-En fin... –Comentó él, dando su veredicto a la dramática actuación del dueto femenino.- ¿Qué haréis lo que queda de verano?

-Aquí el único que tiene vacaciones eres tú, pequeño. –Suspiró Cristina.-

-Nosotras trabajamos para que no te falte de nada.

Las dos intercambiaron miradas y se echaron a reír.

-¿Y Claudia? –Preguntó como quien no quiere la cosa.-

Fin de la risa.

-Eh...

-Bueno...

-¿Ocurre algo? –El repentino cambio de sus caras y el cese tajante de las risas le hizo sospechar.- Últimamente siempre que sale el tema Claudia os quedáis calladas o cambiáis de tema... Es sospechoso...

-No ocurre nada malo. –Se apresuró a aclarar Cristina.-

-Es solo que... –Laura se humedeció los labios con la lengua, se le había quedado la boca repentinamente seca.-

Quitándole importancia al asunto se levantó y sacó del congelador el helado de chocolate, suyo y exclusivamente suyo, que solía tomarse como postre casi todos los días.

-Que... –Siguió él, mientras sacaba una cuchara.- Ni que hubiera matado a alguien...

-Justo lo contrario. –Laura finalmente pareció decidida.- Ella quiere quedarse embarazada.

-Sí. –Cristina puso una cara extremadamente seria.-

-¡Que buena noticia! –Exclamó él, sonriente, mientras engullía una gran cucharada de helado.- Seguro que es una buena madre, siempre me ha parecido muy cariñosa.

Cristina y Laura intercambiaron de nuevo miradas, esta vez sin un ápice de diversión, solo nerviosismo y dudas.

-Raúl, tu ya sabes que ella es lesbiana. –Murmuró su hermana.- Y supongo que sabes como se hacen los niños...

Cristina soltó una pequeña risotada, que fue inmediatamente acallada por una tos repentina.

-Perdón... Coff... Sigue, sigue... Coff... –Tosió, mirando a Laura.-

-Pero los tiempos han cambiado, ¿No? –Apuntó Raúl, queriendo parecer enterado, al tiempo que seguía comiendo helado.- Ahora puede ir a una de esas clínicas de fecundación artificial...

-En esos centros no te dejan escoger el donante. –Señaló su hermana, aburrida.- Y además, ella es muy... Conservadora...

-¿Una lesbiana conservadora? –Objetó él, extrañado.-

-Sí, nuestra amiga alemana es un tanto especial. –Suspiró Cristina, a la que se le había pasado por completo esa mueca de seriedad del principio, tan atípica en ella.-

-Pues vaya...

-Eh... Veamos... Lo importante del asunto es que ella quiere que sea por fecundación natural...

-Follando, vamos. –Resumió Cristina, ganándose una mirada reprobatoria de Laura.- Lo siento, lo siento... Sigue...

-¿Pero no era lesbiana?

-Que si, joder, es lesbiana, en ese punto no hay dudas. –Laura se exasperaba por momentos.- Pero ella quiere una fecundación natural, mediante relaciones sexuales con un tío...

Raúl, paladeando un poco de helado, pensó en eso.

-Pues creo que eso es muy difícil. –Sentenció al final.- ¿Qué hará? ¿Pedírselo al primero que pase por delante? No es muy fácil, "Hola, quiero que me dejes embarazada, pero no haremos vida de pareja ni te dejaré ver al niño porque soy lesbiana, tu solo serás el objeto con el que inseminarme".

Rió su propia ocurrencia, las chicas suspiraron.

-Tendría que ser un tío muy ingenuo... –Siguió.- Pobre Claudia, dudo mucho que lo consiga así como así.

-Raúl... –Susurró su hermana, con un tono cauteloso.- ¿Tu aprecias a Claudia, verdad?

-Y harías lo que fuera por ella... –Continuó Ana.-

-Sí, sí. –Afirmó sin dudas.- Siempre se ha portado muy bien conmigo, y no sé, me inspira confianza.

Ante los dos pares de ojos sospechosamente amenazadores que se posaron sobre él, Raúl no pudo más que sumar 2 + 2. La copiosa cucharada de helado que se había tragado le congeló el cerebro, y entre el dolor en el cráneo y el miedo súbito nacido de lo más profundo de él, comentó, con voz bajísima y temblorosa.

-Vosotras.. Vosotras estáis locas... –Se apretaba la cabeza fuertemente con una mano, deseando que la molesta sensación gélida cesara.- Completamente locas...

-Oh, venga, no es para tanto... –Cristina le quitó importancia, negando con la cabeza.- Si te pones a pensar todas las pajas que te has hecho en tu vida... Porque una vez tu semen tenga un buen uso...

-Laura... –Suplicó con la mirada a su hermana, que permanecía seria, aún llena de dudas.- ¿Cómo puedes siquiera pensarlo? Tengo... Tengo 18 años...

-Yo no tengo nada que ver, Raúl. –Dijo al final.- Claudia me lo comentó, y yo de igual forma te lo digo a ti. Es algo que tenéis que hablar entre los dos.

-Laura... –De nuevo el mismo tono, sorprendido, aterrado. Su hermana, su preciosa hermana, la única que siempre le había cuidado, en todos los aspectos, ahora iba por ahí traficando con su esperma.- Yo no... ¿Yo? ¿Como puedes...?

-Bueno, ya hemos terminado de comer. –Cristina cambió completamente de tema, llevando los platos al fregadero.- Déjalo todo limpio, nosotras nos vamos al salón a ver la tele un rato, luego vente si quieres.

Las dos chicas se fueron, a él le pareció como si todo fuera a cámara lenta, dejándole ahí, con el bote de helado cada vez más derretido, los ojos abiertos de par en par, y una incesante sensación de peligro que hacía temblar todo su cuerpo.

De nuevo, no pudo evitar tener la sensación de que todo era una conspiración de su propio destino para hacerle sufrir y evitar que jamás alcanzara un proceso de felicidad estable. Él, Raúl, el chico más inseguro que conocía, al que le acababan de proponer ser padre...

-"Pero si tengo el cuarto lleno de muñecos..." –Pensó, exasperado.- "Como pueden ni siquiera pensar en proponerme algo así..."

Lavó los platos, intentando concentrarse en algo diferente, pareciéndole eso una simple estupidez, una broma de mal gusto, probablemente ideada por el dueto infernal para hacerle pasar un mal trago.

-Raúuuuuul... –Escuchó desde el salón un rato después.- Tu hermana está cachonda...

-"Pues que se joda." –Pensó, sabiendo que ahora esas mujeres pretenderían disculparse o alguna cosa por el estilo.- "Yo no estoy para crímenes contra la naturaleza en este momento."

En cuanto terminó de lavar los platos y adecentar la cocina, era su labor por muy poco varonil que pareciese, se calzó las zapatillas, cogió sus cosas, y se marchó. Quería irse a dar un paseo, estaba nublado y eso hacía el ambiente más fresco, le gustaba, el verano estaba siendo sofocante.

Dentro de lo que a él se le hacía nada de tiempo tendría que largarse a la universidad. ¡La universidad! Ahora le exigían que fuera mayor, maduro, responsable... Y, definitivamente, no veía ninguna de esas cualidades por ningún lado.

Terminó sentado en el conocido muro del Paseo Marítimo, viendo como los dueños de los bares recogían las sillas de sus terrazas ante la amenaza de lluvia. Como por casualidad, vino a su mente la imagen de él y Estela, una vez habían estado hablando y tomando algo ahí.

-"Estela... ¿Qué habrá sido de ella? Seguro que sigue con el imbécil de Rodrigo... O Gonzalo, o como se llame el gilipollas ese..." –Ante el riesgo de una nueva oleada de amargor, decidió tirar de móvil para lograr algo de compañía.-

Unos minutos después estaba con Nadia, en su casa, vacía hasta la noche dado que sus padres estaban con unos amigos y sus hermanos en un camping.

-Mmmm... –Jadeó ella, reponiéndose.- Hoy estabas particularmente inspirado...

-Tampoco me conoces tanto. –Sonrió él.- Pero en fin... Me alegro de que te haya gustado... Si es que se puede decir eso en "esta situación".

Rápido y al grano, así había sido, cuando estaba enfadado siempre era igual. No le gustaba en absoluto, sobretodo por el hecho de que era tratar a la persona con la que estabas como una mera forma de desahogarse y no como un ser humano, pero, incluso él, tenía ratos en los que nada le importaba.

-Este aún quiere jugar... –Murmuró mientras llevaba la mano al miembro del joven, aún dispuesto a dar guerra.- ¿Te hace otro?

-¿Hay tiempo?

-Para uno rápido sí.

La chica se inclinó y apretó en su boca el miembro de Raúl.

-Me encanta ese sabor... Salado y amargo... Pero con un toque... –Continuó lamiendo, realizando una buena felación hasta conseguir recobrar el vigor necesario para subir de nivel los juegos.- Me encanta...

Él la apartó de su miembro, ganándose una mirada de expectación de la pelirroja. La obligó a inclinarse, dejando su sexo expuesto a las caricias de su boca. Ahora era él quien degustaba sus sabores mezclados, no le importó. Le encantaba la textura de todo cuanto ahí sentía... Realmente había una diferencia abismal entre chicos y chicas... Ellas cuando se masturbaban hacían algo íntimo, cargado de sensaciones, placeres y delicias. En ellos era más mecánico, más instintivo... Muchas veces se había sorprendido masturbándose sin tener ningún tipo de deseo, tan solo por el hecho mecánico de hacerlo... Envidiaba a las mujeres, las envidiaba profundamente...

-Aaaah... Dios... ¿Qué te pasa hoy? –Jadeaba Nadia.- Estás di... Diferente... Mmmm...

Lamía y lamía, buscando en el interior de esa mujer la respuesta a la más nueva de sus inquietudes. Sus ojos verdes contemplaron la entrepierna de la chica unos instantes, hizo que el clítoris resultara más visible jugando con él entre sus dedos.

-"Que hermosa..."

Ni pensaba en Nadia, ni mucho menos la escuchaba, tenía puesta la mente sobre cierta alemana que en los últimos tiempos había exhibido una mirada triste, incluso pensó en Liz, ¿Cómo podía pensar en otras chicas cuando tenía la cabeza, literalmente, entre las piernas de una mujer? No tuvo que concentrarse demasiado, dos dedos bastaron para satisfacer a la siempre voluntariosa Nadia. Sus orgasmos siempre tan eléctricos, tan sonoros... Era una chica encantadora, sin lugar a dudas.

-Mmmmmm... –Se relamía, acabados esos vistosos espasmos que crispaban su cuerpo.- Sí...

-Gracias Nadia. –Buscó sus labios para besarla con ternura.-

-Eh... ¿Ya te vas? –Abriendo ligeramente los ojos comprobó como el chico buscaba su ropa.- Pero si aún no hemos...

-Recordé que tengo algo que hacer. –Levantó los hombros, disculpándose.- Otro día ajustamos cuentas, jajaja...

-Pervertido. –Murmuró ella mostrándole la lengua.- Te acompañaría a la puerta, pero...

-Tranquila, tranquila. –Guiñó un ojo.- Si me pierdo lanzaré una bengala.

Se vistió y refrescó en el baño de la chica. Lavó su cara varias veces, con fuerza y vigor, intentando no solo apartar el sudor, sino también los malos pensamientos, su comportamiento infantil en los últimos tiempos... Todo eso se fue con el agua, tragada por el lavabo.

-La próxima vez que te vea. –Exclamó, dirigiéndose hacia la puerta de la calle.- Recuérdame que te invite a un helado...

-Helado... –Ella lanzó un suspiro ansioso desde la habitación, golosa como era, la simple mención de su ansiado dulce la embriagaba.-

-¡Cuídate, Nadia!

Renovado, anduvo hacia su casa, sin pensar en nada concreto, con una sonrisilla bobalicona. El tiempo pasaba, él crecía, y quisiera o no, el mundo también empezaba a dejar de tratarlo, poco a poco, como antes, cuando era un niño y todos los juegos estaban permitidos. Estaba obligado a crecer.

-"Ser mayor tampoco está tan mal..." –Se frotó la cara justo donde había tenido el coñito de Nadia, como si aún pudiera sentirlo.- "Habrá que ir poco a poco..."

Se acarició la entrepierna por encima del pantalón, necesitado de mitigar un repentino escozor, sensación que cualquier hombre podría comprender, una mujer mayor que venía en dirección contraría, justo frente a él, observó el gesto con reprobación.

-Anda mujer, como sino hubiera visto un hombre en su vida. –Murmuró cuando se cruzaron, dejando a la anciana turbada a más no poder.-

Más sorprendido estaba él, siempre tan respetuoso, tan formal... Pero sonreía, divertido por la cara de la mujer. Llegó a casa, se duchó, se puso ropa fresca y cómoda, observó su cuarto. El cuarto de un niño.

Con más nostalgia que entrega, fue metiendo sus cosas en cajas, la mayoría no se las iba a llevar a la universidad, pero había llegado el momento de cambiar, de dejar fuera al niño que sabía que siempre llevaría dentro, y, quizás, con el tiempo convertir ese en el cuarto de un hombre. Sus juegos, sus muñecos, sus películas... A todos dedicó un vistazo de despedida, agradeciéndoles los servicios prestados durante esos años.

Encontró cosas que ni siquiera recordaba tener, una película porno antigua, la primera que había conseguido. También notitas de las que solía mandarse con sus amigos, y sobretodo amigas, en el colegio, ahí descubrió los primeros "Me gustas" y "Te quiero" que le habían dedicado.

Embalados y apilados en una esquina, poco a poco sus recuerdos fueron desapareciendo, dejando tras ellos una estela de polvo y lugares vacíos. Nunca antes le había parecido su cuarto un lugar tan poco acogedor. Dedicándose un último guiño a la infancia, conservó un peluche, un cerdito, que colocó sobre su cama, como recordatorio de lo que había sido su vida, y de lo que tendría que ser a partir de ese momento.

Los recuerdos que más le hicieron sonreír fueron los que había apilado en una caja, oculta en su armario. Ahí estaban cosas como las fotos que se había tomado con Ana y Nadia, el video de Ana, la prenda manchada en uno de sus juegos amorosos... La verdad es que el taco de fotografías era considerable, algún día tendría que escanearlas todas y pasarlas al ordenador, donde guardarlas para la eternidad, pero tenerlas ahí, entre sus dedos, le parecían más real. Contemplando a Ana posando para la cámara, su sexo abierto... Nadia, sonriente, como siempre... Su sugerente tatuaje de "Busca al Conejito"...

Entre otros suculentos recuerdos, el último en añadirse a la colección era un preservativo verde.

-"Sabor pipermín." –Pensó, dedicándole un último recuerdo a Liz.-

Dejó esa caja en su sitio, pensando que más que a su pasado, pertenecía a esa época de transición que había vivido, además, que le excitaba sobremanera saber que estaba ahí, como recordatorio sólido de todas sus aventuras.

Era demasiado pronto como para hacer la maleta con la ropa, además, en ese preciso instante llamaron a la puerta. Con las manos llenas de polvo e intentando despegar un trozo de cinta adhesiva que se le había quedado pegado en el antebrazo, abrió la puerta.

Esbelta, mirada de ángel, cabellera rubia a un lado, labios carnosos...

-Cla... Claudia... –Tartamudeó, puesto que era la persona que menos esperaba.-

Continuará.

PD. Bueno, terminamos con la "saga de las inglesas" y empezamos una nueva, rizando el rizo, como se suele decir. Espero que sigáis disfrutando de la historia tanto o más como yo disfruto escribiéndola. Dedicado especialmente a Crazy (Manuel), por su cumpleaños, que sí, unos regalan peluches y otros te invitan a una cerveza, yo soy más original y te dedico un relato erótico ¿Cuántos pueden decir lo mismo? ¡Un placer!