Esencia de verano 1

Llega el verano. El calor perturba el ambiente de forma deliciosa y lleva a Sergio, un joven de 18 años con el bachillerato recién terminado, ha perderse en sus fantasías. Es consciente de lo que le depara ese verano, pero no de la magnitud que alcanzará.

Esencia de verano 1

Recorrí con mi mano cada milímetro de la piel de mi miembro. Noté la tensión en cada músculo, el calor en el ambiente mismo. La casa se sumía en un profundo silencio, solo perturbado por los botes de mis testículos. Me recreé en ese sonido que, de alguna forma, me excitaba aún más. Un par de gemidos se deslizaron por mi garganta. Examiné cada resquicio de mis recuerdos, buscando más y más detalles con avidez. Escogí el momento más excitante de mi rutina: los vestuarios.

Todos en el instituto sabían de mi sexualidad, pero eso no les impedía tratarme como a uno más. Y yo disfrutaba viendo sus juegos de machitos, los azotes que se propinaban unos a otros mientras proferían “maricón” para, acto seguido, mirarme y añadir: “sin ofender”. Lo único de lo que podía quejarme era de que todos llevasen bañador. Así lo estipulaban las normas de la institución: “el aseo obligatorio tras la clase de Educación Física se hará con algo que pueda cubrir la intimidad del alumno”. Yo, por supuesto, maldecía esa dichosa norma con todo mi ser.

Félix. Una estatua griega bendecida por las musas con una voz melodiosa. Su cabello dorado estaba en completa armonía con su mirada de jade. Tenía la afición de presumir sus exquisitos bíceps. “Mirad y flipad”, les decía a sus amigos mientras flexionaba los brazos. El pecho era una delicia. Daban ganas de perderse entre esos dos pectorales, lamerlos, degustar su superficie al completo. Sus abdominales se marcaban con sutileza, lo justo para alguien aficionado al deporte pero en extremo perezoso. Tenía un lunar la mejilla izquierda, que a menudo tocaba con un solo dedo al sonreír, como si fuese un botón.

Aumenté el ritmo de la paja. Había perdido la cuenta de todas las veces que había soñado con tener su cara entre mis nalgas. Deseaba que rompiese mi ropa, que me llevase a la cama con prisa, que nos fundiésemos en un beso tórrido a la vez que restregábamos nuestros rabos. Me hubiera encantado memorizar cada vena de su falo, admirar la diferencia de tamaño que, esperaba, fuese a su favor. Me vi a mí mismo siendo follado por aquel toro, apresurado, tosco. Como si retener el semen un segundo más fuese a hacerlo explotar.

Bruno. El elocuente. Hablaba hasta quedarse sin voz. Su risa podía hechizar al más heterosexual. Era el más alto de los tres, mas no por demasiado. También el más responsable, pero carecía de fuerza de voluntad. Exprimía cada minuto en sus entrenamientos de fútbol. Su pelo negro se recogía con una diminuta coleta que a duras penas llegaba a su espalda. Era fuerte, mucho. Aunque nunca resaltó por su masa muscular, sí destacaba lo suficiente como para que mereciese la pena admirar su figura. Desprendía un ligero olor a colonia que adoraba.

Estaba cerca del orgasmo. Me lo imaginé introduciendo su glande en mi boca. Pensé en cómo lo miraría; con deseo, pero sin llegar a ser lascivo, sabía que le excitaban las chicas buenas así que, aunque fuese mi fantasía, estaba dispuesto a ser un chico bueno. Intenté deducir cómo serían sus gemidos. Deseaba que me susurrase lo bien que lo hacía mientras yo envolvía su polla con mi lengua, la sacaba y volvía a meter, hambriento. Me gustaba pensar que, antes de eyacular, tomaría el control. Que agarraría mi nuca para dominar el ritmo de la mamada. Y yo me dejaría hacer. Permitiría que embistiese contra mi boca a placer, que sus huevos rebotasen en mi barbilla. Para justo después proferir que se corría, llenándome de semen.

Metí un dedo en mi interior. Hurgué con desesperación, toqué mi punto G cuanto me fue posible. Estaba luchando por no terminar, no antes de evocar la memoria de Zacarías.

Zacarías. El malote. Siempre tonteando con el cinco raspado, siempre tarareando, siempre con alardes de su virilidad. Le encantaba hablar del tamaño de los pechos de sus conquistas. Desprendía un olor a sudor irresistible. Lo justo para excitar sin llegar al mal olor, lograr que mi testosterona reaccione a la suya cual imán al metal. Pupilas azules, cabellos marrones. Su bulto me hipnotizaba sin remedio. Ojalá me agarrase y restregase mi cara contra su pollón. Que me azotase, que se quedase embobado viendo cómo rebotaban mis glúteos. Que me penetrase con furia mientras me susurraba todas las obscenidades que me haría.

Mis paredes se contraían alrededor de mis dedos. Mi rabo se hinchó, en un instante. Sentí cómo la leche borboritaba en mis bolas, cómo se elevaba cual géiser por mi interior, dejando tras de sí un placer indescriptible. Entoncés reventé. El semen salpicó mi abdomen, golpeó mi pecho. Me quedé unos instantes así. Traté de recuperar la respiración mientras procesaba la noticia que me habían dado esa mañana: que tendría que darles clases particulares a todos ellos.

Pido disculpas por la brevedad del relato y sus posibles errores. Estoy acostumbrado a escribir relatos cortos y es la primera vez que me adentro en la erótica. Espero poder mejorar con el tiempo. Muchas gracias por leer <3.