Ese lésbico objeto de deseo
Sentada, frente a mi ordenador, imagino...
Ese lésbico objeto de deseo
Estoy sentada frente al ordenador leyendo relatos calientes y poniéndome muy cachonda. Pienso en los miles de usuarios que están haciendo lo mismo que yo. De entre ellos, busco al objeto de mi fantasía. Una mujer, desde luego; joven, pero no inexperta; carnosa y carnal, tímida y caliente.
Pienso en ella como un objeto sexual, sólo quiero que haga lo que yo deseo, y que goce y pida más. Y por querer quiero que sus pechos sean grandes y firmes, y que sus pezones sean tan sensibles como su clítoris, y que se le marquen bajo su vestido, y que el mismo roce de la tela sea capaz de provocarle un orgasmo. Quiero quedar con ella en un sitio público, y decirle cómo ha de vestirse, un vestido fino, nada más.
Y cuando la identifique, me acercaré sigilosamente y le hablaré al oído: eres mucho más sensual que en mi fantasía, tus pechos...¡Dios mío, necesito tocarlos!. Y yo quiero que me los toques, es lo que más quiero, pero si lo haces, me correré aquí mismo, tan caliente estoy. Sólo te rozaré un poquito, sin que nadie se dé cuenta, con la yema de un dedo, sobre la ropa, casi ni lo notarás. Y empieza el juego.
Acerco mi mano derecha a su costado, como si fuera a tomarle medidas, y con la yema del pulgar rozo suavemente el pezón de mi amiga, haciendo circulitos, dura unos segundos, pero a mi amiga ya le tiemblan las piernas. A mi me gusta verla así, apurada, pensando que todos ven la gota de esencia que derrama la cara interior de su muslo.
Pero sólo yo puedo apreciar tamaña exquisitez. Me agacho un poco para verlo de cerca, le arreglo el vestido y me las apaño para rozarle su botoncito. Bingo. Acierto a la primera. Gime, no puede reprimirse. Me gusta, sé que está muy mojada, que su flor hace rato que se abrió. Mi flor está apunto de abrirse y se lo digo. Paseamos nuestras flores abiertas mientras nos hablamos al oído. Necesito que me comas ya. Te voy a comer todita. Para ése taxi. Nos comemos las bocas, no nos importa que nos mire el taxista. Su boca es jugosa, presagia lo mejor. No me toques que me corro. Esperemos. Pero ella es mala. Me enseña sus pechos y me susurra al oído: podría correrme por los pezones. No lo hagas aquí, amor, el taxista no merece tanto.
Estamos por fin en una cama, no sé por dónde empezar, es un manjar tan exquisito que me marea. Quiero contemplarla. Su culo. Me lo ofrece desvergonzada, sabe que voy a comérmela toda colmándola de placer.
Está depilada. Y tan mojada como yo. Se toca delicadamente los pezones. Cojo uno de sus pechos con mis dos manos y me lo llevo a la boca con avidez. Succiono ese pezón que me vuelve loca. Después cambio al otro. Sus manos buscan las mías. Quiere que la toque, que la pellizque. Muérdeme, rómpeme, ábreme, méteme. Nos besamos, nuestras manos no pueden parar, nuestros dedos en un mete-saca frenético, nuestros clíoris se juntan al fin, anunciando la llegada del primer orgasmo. Nos abrazamos para sentirlo juntas. Sí, aquí está. En los pechos, en las vaginas, en los clítoris.
Por dentro, por fuera. Deseado, caliente, delirante. Niña, me corro. Si amor, dámelo, toma. Si, para ti, para ti, para ti... Ay, me voy, me voy... Me corro, ay niña. Ay amor. Ay qué rico. Ay que creo que me va a volver, ay toma, toma, toma el segundo, toma cariño, no... me... puedo.. contener... que placer... Si, dámelo, dame todos los que quieras, toma, cómemelo, cómemelo cariño, que quiero correrme en tu boca. Ay mi amor, cómo me lo comes, sigue, por dios, ay mi vida, te quiero, ven que te coma mi amor. Y nos comemos y nos volvemos a correr, ahogando los gemidos en nuestros calientes, chorreantes y palpitantes coños.