Ese flechazo al verte (3)

No podría soportarlo, estar tan cerca de sus cosas, de su vida, de su cama.

¿Se puede desear tanto a una mujer? Si, doy fe. Yo lo estaba viviendo. Se puede incluso perder la razón. Se puede caer en las más inconfesables fantasías, llegar a imaginar toda clase de oportunidades. Cualquier lugar, cualquier momento puede ser el indicado. Al ver su rostro, lo retocaba a veces con los colores de la pasión, y me inquietaba mucho más la curiosidad. Anhelaba conocerla como nadie. Pretendía ver en sus palabras alguna señal, pero luego de dejarme llevar por extravagantes especulaciones, la cordura volvía a mí y las descartaba.

Quién pudiera ser Freddy y husmear en sus sueños. ¿Qué pensara de mí? ¿Sabrá que cuando río con sus ocurrencias, lo que en verdad me hace feliz es escuchar su alegría? ¿Me recordará acaso?

Mis ojos conspiraban frecuentemente contra mi plan de pasar inadvertida. Gustaban de posarse largamente sobre sus labios. Ellos se movían, suaves al ritmo de los sonidos de su voz. ¿Y cómo no admirarlos? ¿Pueden pretender que un caminante perdido en el desierto no sueñe despierto con la frescura de un oasis? Espejismo cruel producto de sus propias ansias. Eso era para mí, los ríos de la vida eterna prometida. Una alucinación.

Esa noche, ella me pidió que la acompañara algunas cuadras. Supuse que la oscuridad y la solitaria calle no la hacían sentir cómoda, ya que se le notaba algo nerviosa, callada, pensativa. Pero que diferente era esa experiencia para mí. No me importaría atravesar el voraz amazonas, las fronteras más mezquinas, los regímenes más absurdos, si de amuleto sólo tuviera su compañía.

Quiero contarles que tengo un llamativo pasatiempos. Me gusta imaginar situaciones insólitas y mis reacciones ante ellas, tales como despertar un día y encontrarme con que el sol no apareció, con una noche eterna; o bien mirarme al espejo y ver otros rasgos en mi rostro, hallarme en otro cuerpo, otro lugar, otras personas a mi alrededor. Me figuro también a los noticieros hablando sobre mí, es más, dirigiéndome directamente la palabra. Por lo que verán, gusto de jugar a veces al borde de la locura. Tentar al terror, como un niño que mira debajo de la cama esperando ver al monstruo. Por supuesto, no pasaba de un juego. Me sabía sana y salva en el mundo de la realidad compartida.

Otra temática de esta travesura pasó a ser que un día ella se presentara ante mí y me declarara su amor. Triste y divertido, un humor negro y masoquista. La más insólita quizás de todas las circunstancias por las que mi fantasía deambulaba. Pero imaginen ustedes la confusión y el pánico que cualquiera de esas situaciones causaría de hacerse realidad.

Nuestros pasos nos llevaban sin resistencia por aquel camino urbano. Mas adelante, por una angosta vereda que exigía a nuestros pies ser ágiles para sobrepasar los desechos de la ciudad, dispuestos a la manera de obstáculos por transeúntes despreocupados. Yo la observaba por el rabillo del ojo, y era tan arduo el trabajo de intentar ver su rostro de esa manera, que el esfuerzo exigido al músculo ocular empezaba a marearme. Cruzamos un par de solitarios, taciturnos, personas con la noche marcada debajo de los ojos. Me llenó de ternura ver la desconfianza que aquellos personajes le inspiraban. Yo estaba ahí para defenderla, sin dudas, pero de igual manera prefería no tener que ponerlo a prueba, ser su protectora en teoría era ya suficiente, quizás podía reforzar su tranquilidad elevando la cabeza en señal de seguridad ante los posibles peligros. Rogaba a la fortuna por que ninguna amenaza real se presentara, en ese caso, ella se sentiría en adelante a salvo conmigo; pero si por el contrario, nuestra tranquilidad era desafiada, poco podría hacer yo, medía quizás 2 o 3 centímetros más que ella, mi cuerpo delgado no inspiraba para nada temor.

Al atravesar aquellas zonas, llegamos a una calle donde la situación era claramente diferente. Las personas volvían de sus trabajos, algunos estudiantes, incluso familias, ingresaban a los mercados para aprovisionarse quizás ya para el fin de semana. Ella me dejó notar que su calma había retornado. Conversaba animadamente conmigo, me contaba muchas cosas, cosas que yo difícilmente pudiera retener, ya que, sea por su alivio recobrado, o por el frío que la noche empezaba a imponernos, ella decidió posar su mano en mi brazo y caminar tomado de él. Quien alguna vez fue asaltado por tentación de robar un beso, comprenderá la lucha interna que se desató en mí. Yo podía escuchar su voz, parecían palabras interesantes, a las que en cualquier otra circunstancia hubiera prestado toda mi atención. Pero el duende entre mis sienes gritaba más alto, no paraba ni para tomar aire, uno tras otro, se sucedían motivos para hacer, motivos para no hacer, todos igualmente validos. ¡Eureka! Podía repentinamente tomar su rostro y besarla con todas mis fuerzas, luego desnudarme, correr por las calles gritando incoherencias, anunciando el fin del mundo, posteriormente sólo quedaba declarar que fui víctima de un brote psicótico. Entonces ella comprendería que fue una enfermedad y no me acusaría de pervertida.

En ese instante, cual si los dioses de la antigüedad que gustaban de divertirse a expensas de los humanos hubiesen mandado un emisario, cierto hombre de mediana edad, a juzgar por su expresión, enojado con la vida y apresurado por llegar a su propia tortura, nos sobrepaso a máxima velocidad, no dejándole a mi compañera más remedio que apoyar su busto sobre el brazo que aprisionaba su mano, a fin de darle lugar y no ser embestida por él. Fueron segundos, minutos, años, creo que allí mismo nací, y allí moriría; ella reposaba toda su humanidad contra la mía, quedando nuestras frentes a escasos centímetros. Fingí enfadarme con ese pobre infeliz por su brusquedad, pero si supiera su dirección le enviaría una carta de agradecimiento, un obsequio, mi tarjeta de crédito si fuera necesario, nada alcanzaría para pagarle ese momento. Mi sentido del tacto alardeó ante los demás, pero, excitados ante semejante estímulo, todos colaboraron para crear en mi mente la hermosa visión de su cuerpo desnudo. Me miro, atravesó sin pedir permiso  el umbral de mis pupilas, yo no pude cubrir a tiempo mis pensamientos, los vio, y la vergüenza tiño rápidamente mi piel. Mis ojos se desviaron tan deprisa que se llevaron en su impulso toda mi cabeza. Ella no necesitaba más explicaciones. Mi turbación era irreparablemente obvia. Claco, ninguna amiga reaccionaría así.

Esta es mi casa ” dijo de repente, luego de haber transitado algunos metros más. Sólo en ese momento caí en cuenta de cuánto me había alejado de mi camino original.

No supe bien que esperaba ella que yo hiciese, que pretendía que le dijera, pero a juzgar por el silencio que hizo y la mirada expectante que me sostuvo, ella esperaba algo de mí. ¿Un “ adiós ” tal vez? Eso era lo más lógico. ¿Pero por qué no lo decía simplemente y me ahorraba esta agonía? No quería pensar que se trataba de una persona sádica, que después de ver con sus propios ojos lo que causaba en mí, aún disfrutara de mi desconcierto.

Sadismo o no, ella decidió probarme una vez más.

Al ver que yo no podía ensayar respuesta alguna, abrió la puerta, ingresó y me indicó que la acompañara. Mis pies se movieron por propia voluntad y en un segundo estuvimos dentro. Seguí sólo unos pocos metros, como si temiera que en cualquier momento un incendio incontenible se desatara y me encontrara lejos de la salida. ¿Qué hacía allí? No debía hallarme en ese lugar, era demasiado para mí, no podría soportarlo, estar tan cerca de sus cosas, de su vida, de su cama.

Tenía que huir, “ debo irme ” le dije secamente, y al instante me di cuenta de que estaba cayendo otra vez en esa hostil actitud producto del miedo, eso que nada bueno me deparaba. Pero para estas alturas ella me conocía mucho más de lo que yo creía. Esa chica a la que yo pretendía proteger de los peligros de la vida y los peligros de mi misma, sabía muy bien lo que debía hacer, tenía la seguridad y la confianza que yo había perdido hace mucho, si es que alguna vez las tuve. Una palabra suya movería mucho más que las manos de Sansón, un roce de su piel tendría mucho más poder de convicción que el discurso de cualquier hábil político.

Adiós entonces ” me desafió. Y para aumentar la apuesta se acercó a mí y, en lo que pretendía ser un beso de despedida en la mejilla, equivocó voluntariamente el destino y posó sus labios en la comisura de los míos.

Milésimas de segundo, un roce casi imperceptible, pero tan abrumador. Ahí estaba, ese era su calor, ese su aliento. Nada menos que la humedad de sus labios. Si, era eso aunque no lo pareciera, un beso de sus labios en los míos. Esa idea hizo estragos en mi vientre. Todo el deseo contenido por tanto tiempo se agolpó entre mis piernas, como si un elixir caliente y espeso se derramara desde el centro de mi pecho, tensionando y contrayendo mi interior.

Ella estaba loca, mucho más que yo. ¿No temía acaso producirme un ataque cardíaco y tener que lidiar con un cadáver en la entrada de su casa?

Pero no, no era momento de morir. Era momento de vivir. ¡Ahora! ¿O nunca? Mucho por ganar, mucho por perder, demasiadas ganar de arrojarme a su cuello, arrancarle la ropa sin piedad y hacerle pagar allí mismo por todo el amor que me hacía sentir; pero también mucho miedo de volver la historia atrás y revivir todo lo que años antes me marco. Resultó un temor mucho más presente de lo que imaginaba. Fantasmas que volvían para tomar revancha.

Pude ver la decepción en sus ojos cuando di un paso atrás, encaminándome hacia la salida. ¿Me deseaba ella realmente? Quizás nunca lo sabría. Lo más probable es que estuviera confundida. Llegué a pensar que al verme tan mal quiso sacrificarse para aliviar mi dolor, era patético. Eso era, me tenía lástima. Ella quería darme un consuelo, yo quería darle toda la vida. Tantas dudas. Ninguna certeza. ¿Y cómo llegar a saber la verdad? Nunca me la diría, por supuesto yo jamás se lo preguntaría.

Ella hizo bien en no dejarme decidir, en mis manos todo estaba perdido, pero en las suyas el mundo era muy diferente, yo misma era otra persona, me transformaba su inspiración. Sería lo que ella mandara, sólo debía indicarme el camino y obedientemente me encaminaría hacia allí. De alguna forma debía hacérselo saber. Dejar de darle la espalda era un buen comienzo. Concentrando las energías que sus labios habían disparado por mis venas, la miré de frente, a los ojos, quizás como nunca antes lo había hecho, sosteniendo su profunda mirada, esa mirada que pesaba mucho más que mis fuerzas. “ En realidad no tengo que irme ” llegué a decir, depositando todas mis esperanzas en esas débiles palabras. Su respuesta no la hubiera imaginado jamás.

Continuará.