Ese flechazo al verte (2)

Permitiéndome una cercanía que de sólo imaginar erizaba mi piel, tensionaba mis músculos, me hacía arder.

Que terrible error de cálculos, que desafortunada elección hice en mi vida, empezaba ya a cuestionarme hasta mi forma de caminar. Evidentemente algo muy malo hice en mi existencia anterior, presumía yo que fui Hitler o Drakul, para que el Karma se ensañara en cobrarse de modo tan sádico mis fechorías. Debo aclarar que si hubiese leído semejante declaración en otro relato mi reacción con seguridad hubiera sido: “ ¡exagera! ” Pero había que estar ahí para ver sus ojos tan lejanos, contrastando con mis urgentes deseos de que me mirara; no me dedicaba la tierna sonrisa de las mañanas anteriores; como a 2 metros de distancia, pero en medio un abismo tan profundo que para llegar a ella necesitaría un transbordador, y aún así lo más probable es que no me permitiese aterrizar.

Esta era la máxima prueba para mi paciencia: esperé con un nudo en el estómago escuchar que su voz pronunciara mi nombre, sostuve firmemente mi tórax para que mis órganos no colapsaran. En algún momento de la mañana ella debía dirigirme la palabra, alguna duda la asaltaría y esa sería la excusa, o eso es lo que creía. Pero ella sólo nombraba a otros, hablaba de personas, lugares, números, incluso reía con otros, pero no conmigo, yo no existía, o si acaso, era en forma de un agujero negro en medio del salón, una entidad perversa que se tragaba hasta la luz, inspirando temor y repugnancia.

Pero como la lógica es algo que va y viene, que nos aborda y nos abandona, no podía mi pensamiento ser infinitamente irracional. Llegue a la conclusión de que un poco es mejor que nada, ¿qué era lo peor que podía pasar si yo tomaba la iniciativa? Incuso, que me dejara un ojo morado no era tan grave: el cuerpo, a diferencia del alma, se recupera en un tiempo prudencial. Además, ella era antes que nada, una buena persona, más que cualquiera, ella era un ángel. Yo podía verlo, carecía quizás de alas y aureola, pero esa luz en su rostro, esa piel tan suave, esos ojos tan transparentes, el tono de su voz, tan dulce, tan agradable, no era algo humano. Así es: decidí que ella no era un ser humano. A pesar de no tener predilección por creencias de índole sobrenatural ¿Pero qué otra explicación había? Ninguna: ella era un ángel, y si era necesario competiría con su mismísimo creador para que fuera MI ángel, aunque suene sumamente sacrílego, aunque juzguen que pretendía yo parecerme a Dios, ¿qué no haría el imperfecto ser humano por amor? Si Adán probó la manzana por conservar el cariño de Eva, ganándose con ello el infierno, no podía yo hacer menos. Correría ese riesgo, el riesgo de caer al infierno, la amenaza del rechazo social también lo afrontaría, si me declaraban una loca peligrosa y se me dictaminaba encierro compulsivo de por vida, también valía la pena. Cualquier condena a estas alturas parecía más leve que el no poder siquiera escucharla nombrarme.

Creo que fueron 3 segundos los que duro esa heroica postura.

Ella seguía allí, entre papeles y personas, yo aquí, entre la duda y el deseo.  De repente: “¿Q ué tal tu mañana? ”. No supe bien de donde salió eso, pero sonaba a mi voz. Evidentemente había otra parte de mi, una mucho más madura, más real, uno que sabía que sólo era cuestión de decir “ discúlpame por lo de anoche, se me partía la cabeza y estaba de mal humor.  Si es que sigue en pié, acepto tu invitación. ” Una vez más agradecí que mis labios, motivados por quién sabe qué antigua magia, se movieran de forma coherente.

Y si, era un ángel, me sonrió, una leve inclinación de su cabeza y un giño. Eso fue todo, muy simple quizás para ella, pero para mí, las puertas del Edén. Inocente de las locas fantasías que despertaban sus más triviales gestos en mi imaginación, aprovechó que debía dirigirse a alguna fría oficina para cruzar detrás de mí, apoyando su mano en mi hombro en señal de reconciliación, aquello duró quizás medio segundo.

Supongo que debe existir algún botón oculto bajo la piel, precisamente a esa altura, porque, como si se tratase de un control remoto, el mundo desapareció, todo ese murmullo fue acallado, las luces se suavizaron, todas las funciones de mi cuerpo se detuvieron, la sangre fluyó a toda prisa hacia ese lugar, mi concentración se hizo plena en ese punto, en esa región donde su piel contactó la mía, desconociendo el milagro que disparó en mi interior. Y luego se fue. Qué gran tentación de acompañarla con la mirada, pero quizás adormecido por las reacciones que causo su tacto, mi cuerpo quedo inerte, tratando de retener y repasar hasta el infinito lo acontecido.

Mi mente viajó lejos, a un mundo paralelo y mucho más agradable, donde yo tomaba su mano en ese preciso momento, la atraía hacia mí, apoyando todo su cuerpo contra el mío. Ese bello mundo donde no hacía falta explicarle nada, donde sólo me miraba y me sonreía descansando sus manos en mi espalda, compartiendo conmigo su aire, dejándome ver de cerca cada tono del color de sus ojos, permitiéndome una cercanía que de sólo imaginar erizaba mi piel, tensionaba mis músculos, me hacía arder.

Qué suerte haber nacido en este país, vivir en esta ciudad, en este tiempo, tener esta edad, trabajar aquí, todo parecía hecho a la medida, todo era ideal porque ella estaba allí.

Pero que cruel es la suerte de los que cantamos victoria antes de tiempo. Como si se tratara de un papel cualquiera que ya no le sirve, tomó mi corazón entre sus manos y lo arrugó con indiferencia, botándolo luego a la basura. Y todo con una frase tan descuidada, dicha al pasar, sin siquiera suavizar el tono de la voz, tal como lo hacen los que anuncian un fallecimiento: “ bueno, pero hoy no puedo, ya tengo otros planes, te aviso mañana… si puedo ”.

Era obvio, ahora entendía todo. Claro, ella tenía una cita. A ella le gustaba alguien más, probablemente un chico atractivo, desenvuelto, encantador, alguien que la hacía reír, por supuesto, de ahí venía todo su encanto, había alguien en su vida que le dibujaba esa sonrisa. Me decepcionó mucho, sentí mucha rabia hacia ella. Fue como si me mostrara los más bellos jardines, colmados de aves que cantaban armoniosamente, con un arroyo manso que refrescaba un refugio secreto que ella solo compartiría conmigo. Pero luego cerró la ventana y me dejó fuera, corrió las cortinas, pero no lo suficiente como para ocultar que alguien más disfrutaba de todo eso que me era negado.

Tragué las palabras envenenadas que me dictaba el dolor, “ ok, no hay problema ”, dije hipócritamente, ocultando esa mueca que bien me conozco, ese gesto que el desengaño seguramente dibujo en mi semblante.

Terminada la jornada ella se fue, yo hice lo propio. Por el camino, una chica bastante atractiva y con un atuendo por demás llamativo me inspiró la solución. Eso es lo que necesitaba. Alguna aventura rápida, sin importancia, algo casual y fugaz, eso sería suficiente, más efectivo que cualquier psicoterapia. Al llegar a mi casa, me planteé seriamente que debía encontrar a alguien que quisiera participar de mi proyecto, pero por experiencias pasadas, sabía que debía cumplir determinados requisitos, el principal, buscar lo mismo que yo, que no pretendiera quedarse a dormir, que no me mandara luego mensajes de texto con excusas tontas.

En esas estaba, divirtiéndome con mis ocurrencias, cuando unas efemérides salidas del mismísimo infierno me hicieron recordar que el día anterior a esa misma hora, ella me escribió pidiéndome que nos reuniéramos, y yo la rechacé infantilmente. Peor aún, en ese preciso instante, estaba con alguien más, y todo por mi culpa. Si solo lo hubiese pensado un poco mejor. Pero en realidad, ¿qué había que pensar? Estaba loca si creía que tenía la más ínfima posibilidad con ella. Imposible, eso lo definía todo, era imposible, realmente había perdido la razón si en algún momento deje que esa idea me convenciera. Evidentemente fue un malentendido. Si, de eso se trataba: malinterpreté sus señales, ella quiere mi amistad, no quiere nada más. De hecho, sólo pretende ser mi amiga porque trabajamos juntas, si no fuera así ni siquiera me dirigiría la palabra, por supuesto, si no tenemos nada en común. ¡Eso es! Debía renunciar a mi trabajo, así todo volvería a la normalidad, ella ya no me hablaría, yo ya no la vería, el plan era perfecto. Entonces pude ver por qué no iba a hacerlo realmente, sin darme cuenta había llegado al punto de no retorno, necesitaba verla.

¡La amaba! Peor aún ¡la odiaba! Odiaba amarla, amaba odiarla, a esas alturas de la noche ya ni sabía qué sentir. No era un ángel, era un demonio. Pero eso era muy injusto. Tenía todo el derecho a ser feliz, y a fin de cuentas, yo no podría hacerla feliz, si lo más seguro es que ni siquiera imaginaba lo que yo estaba viviendo. Ella era heterosexual. Y era demasiado para mí.

Mientras intentaba dormir esa noche, dudé en recurrir al consuelo de imaginarla a mi lado. Eso puede ser en un primer momento de gran alivio, pero no tarda en volverse un ritual compulsivo, incluso llegar a convertirse en una adicción. Sin mencionar además, que aquello era una escena realmente triste, y no quería terminar sintiendo nuevamente pena por mí. Y así, tal como la dejé ir ese día al encuentro con su cita, le concedí por la noche abandonar mis pensamientos.

Los rayos del sol de la mañana siguiente, fueron particularmente agresivos con mis párpados. Pero así lo prefiero, me ayuda a despertar, por eso siempre dejo abiertas las cortinas, para permitirle a la luz ingresar más intensamente.

Al evaluar el estado de situación de las cosas, llegué a considerar la posibilidad de haber sufrido en sueños algún tipo de daño en mis funciones cognitivas. Era realmente difícil concentrar la atención en algo más. Ella lo abarcaba todo. Pero sospechosamente no me resultaba atemorizante. Al intentar recordar la fecha, sólo podía figurarme cómo sería el sabor de sus labios; al pretender trazar planes para el resto del día, me asaltaba una variedad de posibles excusas para tocarla.

Por suerte, me estaba transformando en una autómata. Ya no debía tomar decisiones, el protocolo de ir a trabajar resultaba ciertamente menos penoso que al principio, me era ya casi natural el esclavismo.

Ese día llegué temprano. Busqué rápidamente ocuparme en algo, quería evitar el aburrimiento, pretendía sentirme útil, aunque fuese en una actividad esencialmente frívola.

Extraña mezcla de dolor y alegría me causó su mirada al estrellarse contra mis ojos. Ella llegaba un poco retrasada. “ Buenos días. Y a te extrañaba ”. Ella sonrió, confundiendo mi confesión con un reproche.

Recordé una melodía. “ Amor mío si pudieras, si pudieras descubrir, que te llevo llevo aquí en mis sueños, que mi mundo es para ti ”, esas palabras que describían tan fielmente mis sentimientos, me dio pena pensar por un momento que quizás fueron traídas al mundo por dinero, pero no importaba, yo les daría el valor que realmente merecían. “ Para mí eres diferente, yo una más entre la gente para ti ”.

En adelante, las cosas parecieron marchar sobre ruedas, nuestra relación volvió a la, por decirlo de algún modo, normalidad. La rapidez con que su desempeño se volvió destacable me sorprendió, incluso me hizo sentir extrañamente orgullosa.

Debo admitir que fueron muchos los días que transcurrieron, tantos que se convirtieron en semanas, y sumándolos, ya eran meses. Nuestra amistad prosperaba, a la misma velocidad que mi deseo crecía y mis secretas esperanzas se disipaban. Después de este tiempo me había acomodado a la idea de que, si bien la situación no era para nada saludable, aun así yo era capaz de sobrevivirla. No deje que conociera mucho sobre mí, a pesar de haber querido contárselo todo innumerables veces. También cuidé sistemáticamente de no enterarme de cosas sobre ella que pudieran herir mi susceptibilidad. De alguna forma había creado una fortaleza a nuestro alrededor, en la que ella me creía su amiga y yo jugaba a serlo, pero donde un imperceptible manto de particularidad nos cubría. Y ella también lo sabía, lo percibía claramente, era bastante obvio en realidad. Las relaciones de amistad sincera son sumamente diferentes. Sé que muchas veces no pude impedir que ella notara mis celos, pero por algún motivo continuaba en este nuestro desatinado juego para dos.

Un día como cualquier otro, la curiosidad la venció. Quiso saber sobre mi vida privada, y la verdad es que yo no tenía preparada una respuesta satisfactoria. Ante mi confusión y la intensa paleta de colores de mi rostro ella se divertía, creo que confirmó lo que evidentemente sospechaba, pero no dijo nada, una sonrisa comprensiva y un “ entiendo ” fueron suficientes.

Y eso es lo malo de los equilibrios tan precarios, cualquier evento puede desestabilizarlos al punto de tirar por tierra lo construido con tanto esfuerzo. No recuerdo ya el nombre de dicho evento, Ricardo, Alfredo, Roberto, da igual. Cuando lo supe mis reacciones fueron mayoritariamente físicas, luego sus secuelas emocionales fueron las más evidentes. Y ella, como todo ángel, con su extraordinaria sensibilidad lo captó detalladamente. Incluso creí en un par de ocasiones ver en sus palabras una tentativa de consuelo. Pero que ardua tarea le esperaba si pretendía reconfortar un alma hasta entonces serena, cuya paz acostumbrada había sido sacudida repentinamente  por una tormenta sin precedentes, cuyo mundo de sueños fue permutado por un estado de constante expectativa, de insatisfacción, de desesperanza. Y peor aún, más difícil le resultaría siendo ella misma la responsable.

Evidentemente aceptó el desafío.

Y me lo demostró una noche en que el trabajo nos retuvo mucho más allá del horario acostumbrado. Había algo en ella, como una búsqueda de complicidad, una señal ga la que sinceramente no atendí; debo decir que me resultaba muy ingrato que mi tiempo libre se viera contaminado con actividades laborales, y mucho más aún tratándose de un día viernes. Sin embargo, la noche tenía guardada para mí una experiencia que lo compensaría con creces.

Continuará.