Ese culito

Reflexiones a vuelapluma sobre un culito glorioso, cuya fotografía es la mejor perla del relato.

Ese culito

No voy a engañaros. El culito de la foto ni es de mi novia ni de ninguna chica que conozca, y bien mal que me sabe. Lo he encontrado por la red y, nada más verlo, me ha dejado flipado. Cierto que cada quien tiene sus gustos, pero vamos, este culito es una pera en dulce ¿no? Es joven, sin atisbo de "pistoleras", tiene las dimensiones justas y curvas que marean, es el culito que querría tener pegado a mi bragueta en un autobús lleno hasta los topes, el que desearía como salvapantallas de los ordenadores de mi oficina, el que el buen Dios debió regalar a cada mujer que se haya cruzado o vaya a cruzarse en mi camino. Su piel es sonrosada, ni demasiado blanca ni excesivamente oscura. Se le ve suave, dulce, cálido, perfecto. ¿Os imagináis rozar con las yemas de los dedos el nacimiento del muslo izquierdo, todavía en el costado, próximo a donde se ve la falda, y luego deslizar la palma de la mano, sin apretar la carne, por la cadera, contorneando la línea dulce de la nalga, notando en las terminaciones nerviosas la firmeza elástica de esa carne gloriosa? ¿Y, solo con el índice, repasar el pliegue casi invisible que marca frontera entre muslo y trasero, para luego emprender excursiones más audaces en busca del calor íntimo de la entrepierna, y abrir camino entre ambos cachetes para, una vez alcanzada la blanca tirilla del tanga, intentar obviarla y rozar el ojillo fruncido y ardiente?

Comprendo que la dueña de tan deliciosas asentaderas se levante las faldas a la menor oportunidad para presumir ante el mundo de su tesoro. Quienes no tuvimos la suerte de admirar en directo la carnal obra de arte, mostramos gustosos nuestro agradecimiento al fotógrafo que inmortalizó el momento feliz en que, la luz por la izquierda de la joven, la falda arremangada y la tirilla del tanga remetida en el precioso estuche de la cálida hendidura, resplandece el triunfo de la carne joven para regalo de nuestros ojos. Evidentemente, la existencia de un culito como éste es señal inequívoca de que, incluso en el siglo XXI, existen los milagros.