ESdA. Placer a toda costa

Tras conseguir el ‘anillo’, Frodo se lo pone (y no alrededor del dedo, precisamente) no para desaparecer, y entrar en un mundo de tinieblas y pesadillas. No, no. Lo hace para penetrar en un mundo lleno de placer y éxtasis

“Placer a toda ‘costa’”

Nunca, desde que cumplí, más o menos los 17 ó 18 años, he sido persona de playa o de veranear en la costa.

Cuando aún era un chaval, recuerdo ir a bañarme al mar, y pasar horas fuera y dentro del agua, saltando de lugares relativamente altos. Llegar a casa, casi deshidratado debido al agua del mar, con una sed y hambre de dinosaurio.

Una vez que cumplí la mayoría de edad y, con la responsabilidad de tener un trabajo, el pasar los veranos en la costa, como que ya no tenían el mismo aliciente. Aunque cogiera vacaciones durante los meses estivales, prefería pasar los días en la ciudad, hiciera el calor que hiciera.

Nunca, desde que cumplí los 17 ó 18 años,  fuí persona de playa o de veranear en la costa… Pero eso iba a cambiar.

Nuestras recíprocas dosis de sexo eran, cada vez, mejor. Masturbación, mútuo sexo oral, sexo vaginal,  cómo no, sexo anal (cuando le venía el período, era por donde único me la cogía)

Desde aquella gloriosa noche, ya habíamos añadido un par de consoladores a nuestro ‘arsenal’. Incluído, uno doble (de estos con los que se puede meter en el coño y el culo a la vez) A mí nena le encantaba jugar con ellos mientras yo miraba, y no me dejaba que la tocara hasta que estuviera totalmente cachonda y lista para recibir su ración the carne.

Le encantaba masturbarse el culito y, con voz provocadora,  decirme que, después de tanto juego, su ojete podría estar demasiado cansado para tanta batalla.

Dicen que el cambio es bueno… Si supieran la transformación que había dado mi nena desde que empezamos a salir hasta esos momentos, sabrían la razón que tienen. Sí, señor, el cambio es bueno… por lo menos en mi caso.

A veces, le gustaba hacer de señora, y yo de servidor, donde yo debía hacer todo lo que ella me ‘pedía’.

“Cómeme, el coño.” Me decía a veces. “Pero no te atrevas a tocármelo con las manos. Yo lo abro; tú haz el resto.”

O esposarme las manos con esas esposas que vienen forradas con material textil rosado, y comerme la polla. Cabalgarme, apretarme un poco los huevos, para luego volver a comemérmela.

Cuando me cabalgaba ponía las tetas sobre mi cara y, cuando veía que me disponía a lamerle los pezones, retrocedía, negándome el sabor de sus pechos.

O, y mientras seguía esposado, acercar su dulce coño a mi rostro para que se lo comiera.

Aunque ya lo habíamos probado, desde que experimentamos con el sexo anal, mi nena desarrolló el capricho del beso negro. Le encantaba ponerse a cuatro patas y, con el culo bien al aire,  disfrutaba mientras yo le comía aquel anillo.

¡Qué cachondo me pongo al contar estas experiencias! Tengo muy buena memoria para las cosas que me interesan, y el sexo es una de ellas. No hay duda.

Un día llegó a casa diciéndome que le iban a dar dos semanas de vacaciones, y me preguntó si mi jefe se enrollaría, para así, los dos coger  unos días libres al mismo tiempo.

“Le preguntaré”, le respondí.

Fue unos días más tarde cuando tuve la oportunidad de preguntarle y, aunque no podia darme dos semanas, sí que podía tomarme unos pocos (al final fueron cinco).

Los días eran más largos y, con el verano apenas comenzado, las temperatures caldeaban.

“Te apetece ir a pasar unos días de playa?”, me preguntó mi nena.

“Bah, sabes que no soy muy playero”, le contesté.

“Venga, cari, -dijo, casi suplicando-, un par de días, nada más. No tenemos que quedarnos en hoteles ni nada. Llevamos la tienda y acampamos en un lugar apartado, si quieres”.

Yo, sinceramente, no estaba por la labor pero, como en muchas otras ocasiones,  terminó por convencerme.

Así pues, empezó a hacer planes, y a preguntarme dónde quería ir.

La playa más cercana se encontraba a eso de dos horas, apróximadamente, en coche.

“Podemos ir y buscar sitios donde no vaya mucha peña”, -le comenté.  “Vamos e improvisamos, te parece?”

“Bien”, me dijo con una larga sonrisa en su preciosa cara.

El cuerpo de mi ex no era perfecto. Tenía, como ya he comentado, un culo bastante carnoso y que, junto con sus tetas, eran, con diferencia, lo que más resaltaba de su figura. Tiraba a obesa, aunque no gorda, pero feliz como era. Tanto ella como yo. Pero su rostro era, y lo sigue siendo, hermoso… sobre todo cuando sonríe. Bueno, y cuando… Mejor lo dejo a vuestra imaginación.

El día que teníamos que ir a la playa, fue un día con sol, caliente, y apenas se veía una nube.

Tras ultimar detalles, nos fuimos a coger el autobús (ninguno de los dos teníamos coche).

Poco más de dos horas y no sé cuántas paradas después, llegamos al lugar en cuyas playas, se suponía, íbamos a pasar los dos siguientes días.

Preguntamos a los locales si había algún lugar que no fuera muy frecuentado. Nos lo dijeron. ¡Y menudo lugar!

Podías llegar en coche, pero para acceder a la playa, que había al fondo, tenías que caminar apróximadamente un hora. Tenías que andar con pies de plomo para no deslizar porque, a pesar de no ser peligroso, sí que te hubieras dado un buen susto, si no tenías cuidado.

Cuando llegamos a la dichosa playa, sólo encontramos a un par de parejas, una de ellas totalmente desnuda, y poco más.

Lo que nos llamó la atención fue que, a una punta de la playa, un saliente del pequeño acantilado impedía el acceso a otra anexa, y nos preguntamos si podíamos ir allá.

“Tenéis que esperar a que baje la marea, si queréis cruzar”,-nos dijeron.

Así pues, nos quedamos en aquél lugar, esperando a que el mar nos cediera el paso.

Ya casi se había puesto el sol cuando pudimos cruzar y… ¡menuda playecita!

No era grande y, en su mayoría, en lugar de arena, eran más bien cayados lo que cubría su superficie. Nos pusimos a montar la tienda, tras lo cual nos dimos un merecido chapuzón.

Comimos algo y, desnudos, nos tumbamos en la arena, muy cerca de donde habíamos puesto la tienda, mirando a las estrellas y bromeando el uno con el otro.

¡Qué feliz me encontraba en aquél momento!

Siento defraudaros, pero aquella noche no hubo sexo.

Necesitábamos un desacanso, y eso fue lo que hicimos.

Nos depertamos a eso de las 7 de la mañana del día siguiente. Miramos fuera de la tienda y no había nadie ni nada. Sólo el mar rompiendo suavemente contra la orilla. ¡Qué sonido más bello!

Volví a recostarme y mi nena me dió una suave palmada a mi polla.

“Qué? Te animas a un polvo matutino?”

“Depende”, le contesté.

“De qué?”

“Si empiezas a comérmela.”

“Anda, -me dijo, con gesto para que me levantara, vamos fuera.”

Me cogió de la mano nos metimos en el mar. Ella se sumergía al mismo tiempo que saboreaba mi nabo erecto.

Notaba cómo me cubría el glande con la piel, para luego tirar de ella y darle lametones con su lengua.

¡Vaya mañanita me esperaba!

“Quiero, -dijo agarrándome los huevos,  que me folles en la orilla. Con las olas rompiendo mientras me das”.

“Sus deseos son órdenes, mi reina”.

Se tumbó de espaldas y, apoyåndose en los hombros, se abrió de piernas, mostrándome su coño.

“No hace falta instrucciones.”

La empecé a lamer aquella ‘almeja’ (nunca mejor dicho), mientras la olas rompían en mis piernas para luego cubrirnos con su ‘dulce’ sabor a sal.

Mientras le comía el coño a mi nena, mi manos jugaban con sus tetas. Apretándolas suavemente. Juntándolas, separándolas. De su coño, me iba a sus pezones y luego, a su boca, donde nos fundíamos en un beso en el que nuestras lenguas jugaban como dos cobras en celo.

Volvía a su raja, pero no sin lamerla las tetas, pasando por su vientre, directo a su cueva.

Mis dedos dejaron sus pechos para concentrarme en su agujero anal. Sentía cómo sus piernas temblaban mientras le comía el coño y la penetraba con mis dedos por el culo.

En aquella posición en la que ella estaba, me puse a un lado y le dí mi polla a mamar.

Me la lamía, me la comía, me apretujaba los cojones. Yo, mientras, jugaba con su vagina.

Metió su brazo entre mis piernas y me empezó a masajear el culo.

“Te importa si te meto el dedo?”, me preguntó.

“Como quieras, cariño”.

Poco a poco me fue introduciendo su dedo en el culo. Con aquella sensación, más con la de tener mi polla en su boca, quise correrme… Porque una maratón no es tal sin una buena  corrida, pero aún nos quedaban muchas millas que tirar.

“Cari, -dijo con esa carita que ponía cuando quería algo, si me pongo a cuatro patas, me comerías el culito? Anda, sé bueno.”

Cómo decirle que no?

Antes de empezar a lamer su ojete, empecé a masturbarle el coño.

“Te gusta, nena?”

“Me encanta, pero déjate de rodeos y cómeme el culo”.

Jadeaba a cada lengüetazo. Gemía cuando le introducía la lengua.

¡Cuánto placer tener un culo así! ¡Sólo para tí! ¡Y a tu merced! Sabiendo que puedes introducir la polla en cada unos de los agujeron que ante tí se presentan. Placer, morbo, éxtasis, … todas y cada unas de esas sensaciones me invadían aquél momento en aquella playa. Ni siquiera pensábamos en aquellos que nos pudieran ver. El mundo, me supongo que estaríamos pensando, sólo éramos ella y yo.

A la vez que le comía el anillo a mi nena, también le introducía los dedos, haciéndolo cada vez más grande.

“Si quieres darme por el culo, ve a mi mochila y pilla el lubricante”,  dijo.

Yo, sinceramente, me la hubiera cogido así mismo, pero no queriendo correr riesgos, usé el lubricante hasta que su culito estuvo “al dente”.

Le peté el culo. Disfrutaba de cómo mi palpitante polla entraba y salía de aquél hermoso recto. Mientras que con las manos, le agarraba las tetas.

Quise cambiar de posición así que,  me acosté en la arena, mientras ella me cabalgaba de espaldas. Así pude ver cómo mi polla entraba y salía de su culo. Una y otra vez . A veces la sacaba y ella, abríéndose de nalgas, me mostraba lo grande que se lo ponía. Y de nuevo hacia adentro.

“Mi amor, te importa que me corra dentro?”,  -le pregunté.

“De mi culo?”

“Claro. Si no quieres tenerla dentro, empujas y te la sacas toda. No pasa nada. Ya verás”.

Antes de correrme, queriendo cambiar una vez más de posición, la puse de lado y yo, desde atrás, se la introducía ora por el coño, ora por el culo. Mientras tanto, le frotaba el coño con la mano que tenía libre.

Nos volvimos a poner en la posición en la que estábamos anteriormente (ella cabalgándome de espaldas). Quería ver cómo salía la lefa de su culito una vez me hubiera corrido, por vez primera, en sus entrañas rectales.

Fue un bombazo de pasión cuando me vine. Le cogí las nalgas para asegurarme de que mi polla no saliera y escupiera la descarga dentro.

“Ahhhh… -dijo en un jadeo, siento tu lefa dentro de mi culito, cari. La siento, la siento.”

“Ahora, en cuanto saque la polla,  empuja, nena, empuja”.

Y así lo hizo. ¡Qué morbo!, el ver toda aquella lefa salir de su culo y deslizarse por su coño, para luego ir a parar a  mi polla y huevos. ¡Qué vista!

Se dió la vuelta y me empezó a pajear y a tocarme los huevos, pringándose las manos con aquella ‘leche’ que acababa de expulsar de su hermoso trasero.

Tras dicha ‘maratón’ tempranera, nos metimos en el agua.

Pasamos el día tomando el sol, nadando… En definitiva, pasándolo de puta madre.

Teníamos planeado quedarnos una noche más, pero  al atardecer vimos cómo dos, tres, … y al final fueron siete las personas que cruzaron del otro lado para acampar en aquel pedazo de paraíso que ‘habíamos encontrado’ el día anterior. Visto lo visto, decidimos marcharnos y quedarnos en un aparthotel esa noche.

No fueron muchos los días de playa, pero fueron lo suficientemente buenos como para volver a sentir un “no-sé-qué” por los días estivales en la costa.

Pasó el tiempo. Cuando nos fuimos a dar cuenta, ya habíamos estado saliendo durante casi siete años.

Yo llevaba otros tanto trabajando en el mismo lugar. Cómodo, sí, pero no veía aumento de sueldo y, debo admitir, me cansé de hacer lo mismo día tras día, semana tras semana, año tras año. Así pues, y cuando una amiga me ofreció trabajar en el mismo lugar que ella, salté a la oportunidad. En principio, porque ganaría más y, segundo, porque libraría los mismos días que mi nena.

Unos días después, y tras haber dejado mi hasta entonces empleo, firmaría el contrato con mi nuevo trabajo. Sin saberlo, en ese momento, también había firmado la sentencia que pondría fin a nuestra relación.

CONTINUARÁ…