Escuela para señoritas. I

Viernes por la noche. Llevaba un tiempo a dos velas, y el cuerpo me pedía marcha. Quedé con unas amigas para irnos a ligar por ahí... Bares, más bares, discotecas, chicas, risas, alcohol, pero nada... El sábado me conecté a Internet. El inicio de una gran aventura llena de placer.

Sábado por la mañana. Menuda resaca. Al salir del trabajo el viernes por la tarde quedé con unas amigas para irnos a ligar por ahí. Bares, más bares, discotecas, muchas chicas, mucho alcohol, pero nada. Me lo pasé muy bien, eso sí, pero no conseguí liarme con nadie... Y no sería por falta de ganas. Llevaba un tiempo a dos velas, como se suele decir, y el cuerpo ya me pedía marcha.

Me di una buena ducha y compensé mi frustración con un fantástico desayuno. Después, ya más recuperada, me conecté a Internet pensando en mi próximo plan de ataque. Otra noche de alcohol no por favor, que mi cuerpo no aguanta. De este fin de semana no pasaba. Abrí algunas páginas de contactos para lesbianas. Nada. ¿Por qué no es posible encontrar mujeres que solo quieran sexo? Miro perfiles y es un aburrimiento, todas buscan a la mujer de su vida, su media naranja, su pareja perfecta para pasear por la playa agarradas de la mano. ¿No hay ninguna por ahí que tenga ganas de sexo sin compromiso? ¿Hola?

Cuando ya estaba a punto de abandonar, pensando en llamar de nuevo a mis amigas para salir, veo un anuncio que me llama la atención: “ESCUELA PARA SEÑORITAS. Grupo de maestras especializado en todo tipo de disciplinas. Clases individuales. Solo mujeres” y un teléfono de contacto. Con este tipo de anuncios nunca se sabe lo que puede ser, así que lo dejé pasar y seguí mirando los contactos. “A la luz de la luna...” Otra. “Siempre te he esperado...” Uf, peor que la anterior. “Quiero compartir mi vida...” ¡Joder, que solo quiero follar! ¿Tan difícil es?

En mi cabeza aún resonaba el anuncio de la escuela y volví a leerlo.“Venga, anímate”, me digo. “Esta es tu mayor fantasía: profesoras dominantes. ¿A qué esperas? Total, una llamada no me compromete a nada y si resulta que todo es falso, siempre me puedo quedar con la fantasía para mis noches solitarias jejeje...”

Cojo el teléfono y marco el número. Espero. Un tono, dos tonos... “Mejor cuelgo”, pienso, y justo en ese momento me responde una voz de mujer:

– Escuela para señoritas, ¿dígame?

– Sí, buenos días... Llamaba por lo del anuncio.

– Sí, ¿en qué le puedo ayudar?

– Estaría interesada en recibir algunas clases. ¿Podría decirme exactamente qué tipo de disciplinas imparten? – Remarqué la palabra “disciplinas” a ver si así conseguía más pistas, pero la zorra que estaba al teléfono no estaba dispuesta a soltar prenda.

– Bueno, si vuelve a leer nuestro anuncio, comprobará que dice: “Grupo de maestras especializado en todo tipo de disciplinas” – me contestó enfatizando las últimas cuatro palabras.

Estaba claro que no iba a decir ni pío, así que decidí jugar haciéndome la inocente.

– Bueno, verá. Yo estaría interesada en recibir clases de “lengua y francés”.

Al parecer esa fue la clave y me siguió el juego sin dudar:

– ¿Y estaría usted interesada en la teoría o la práctica?

– En la práctica, claro. Verá, hace tiempo que no uso “la lengua”... francesa, quiero decir, y no me vendría mal “un buen repaso”. Además, debo añadir que no soy muy buena estudiante, aunque motivación no me falta, y no me vendría mal un poco de “disciplina” para poder avanzar en mis estudios.

– Bien, pues ha ido a dar con la academia perfecta. Aquí tendrá atención personalizada, clases individuales, prácticas desde el primer momento... Y por la disciplina no se preocupe. Nuestro equipo está preparado para tratar con estudiantes rebeldes o que no progresan adecuadamente.

Casi me entra la risa. Parecía que estábamos hablando de verdad sobre clases de idiomas, pero toda la conversación estaba llena de segundas intenciones.

– ¿Me podría decir, por favor, el horario de las clases, duración del curso...? – Iba a decir “y precio”, tan metida que estaba en el juego, que de repente me asaltó la duda de si serían prostitutas para mujeres. Sé que existen ese tipo de servicios, pero nunca me había puesto a buscarlo, la verdad. No me hizo falta terminar la frase, la mujer del teléfono me interrumpió notando mi indecisión.

– Bueno, al ser una enseñanza tan individualizada, el horario lo podríamos decidir con usted. Y si lo que iba a preguntar es el precio, no se preocupe. Si está interesada, podría venir a nuestra academia esta misma mañana. Le haríamos una prueba gratuita de nivel para poder asignarla una profesora adecuada para usted y le mostraríamos las instalaciones. Además, así puede conocer a nuestra jefa de estudios y mantener una entrevista personal con ella.

Vaya, esto se estaba poniendo interesante. Parecía que la cosa se iba concretando.

– Estupendo. Sí, esta mañana me viene bien. ¿A qué hora me podría pasar?

– ¿Que le parece dentro de dos horas? Le doy la dirección. La escuela está en Gran Vía número... – Y me dio la dirección completa. “¿Me dice su nombre, por favor?”

– Eh... Sí, me llamo Pilar. Perfecto. Pues allí estaré. Muchas gracias.

– De nada, Pilar, ha sido un placer.

Y colgamos. La verdad es que toda la conversación había sido un tanto surrealista, pero había conseguido intrigarme y darme un morbazo tremendo. “La jefa de estudios”, “entrevista personal”, “prueba de nivel...” Así que sin pensármelo dos veces, me di una buena ducha, me puse unos vaqueros y una camiseta sin mangas que resaltaban mi figura, me maquillé un poco, y me fui a la aventura.

Cuando llegué al portal del edificio me quedé un tanto desconcertada. A la entrada había un panel con carteles con los nombres de todas las empresas y academias que había allí y el piso en el que se encontraban. Y también estaba el de “Escuela para señoritas” que, al parecer, ocupaba la mitad de la última planta. Desde luego, esta gente se lo habían currado para que pareciera una academia de verdad. ¿O es que lo era y yo me había montado una peli porno en mi cabeza? Me metí en el ascensor. No podía negarlo, estaba nerviosa. En realidad no sabía dónde me estaba metiendo...

“Bien, ya estás aquí”, me dije cuando me encontré en la puerta que, por supuesto, tenía un cartel que anunciaba que eso era la “Escuela para señoritas”. “Venga, la aventura es la aventura. A ver con qué te encuentras”. Y llamé al timbre.

Oí el sonido de unos tacones que se acercaban y en seguida una chica de unos veintipico años, con pinta de secretaria, me abrió la puerta.

– Hola, tú debes de ser Pilar, ¿no? Me dijo plantándome un par de besos en las mejillas. No te lo he dicho por teléfono, me llamo Inés. Qué puntual. Eso está muy bien. A Julia, nuestra jefa de estudios le gusta la puntualidad. Es muy exigente con eso. Bueno, con eso y con muchas otras cosas, ya lo verás. Pasa, pasa...

Me sorprendió el cambio al tuteo y a la familiaridad con la que me trataba, después de hablarnos de usted por teléfono. En cuanto entré por la puerta estuve a punto de darme la vuelta e irme. Eso tenía pinta de ser una academia de verdad. A la derecha de la entrada había una mesa con ordenador, el puesto de la secretaria, evidentemente. De frente había una puerta con varios carteles en los que ponía “Aulas”, “Dirección”, “Laboratorio”... con su flecha correspondiente señalando a derecha o izquierda.

– Tranquila, me dijo Inés.

Debió de ver mi cara de despiste, por que me aseguró:

– Estás en el sitio correcto, no te has equivocado.

– No, bueno, es que... – contesté titubeando un poco, sin saber todavía de qué iba la cosa.

– No te preocupes, a todas les pasa cuando vienen la primera vez – dijo guiñándome un ojo.– Bien, has tenido suerte, y al ser hoy sábado y no haber clases, Julia, la jefa de estudios en persona te hará la entrevista y la prueba de nivel. Eso sí... En esta escuela tenemos unas reglas muy estrictas acerca del vestuario. Julia lo lleva a rajatabla y no me perdonaría que te dejara pasar así.

Ajá, ahora se pone interesante de verdad.

– No vas a poder entrar con esa ropa que llevas ni hoy ni el resto del curso, si decides quedarte. Perdona que no te lo dijera por teléfono, se me debió olvidar.

Y puso una cara tan inocente que casi la creo.

– Bien, ¿y entonces?

– Espera un momento. Aquí siempre tenemos algo para las que no vienen preparadas.

Me miró de arriba a abajo.

– Sí, creo que tengo de tu talla. Un momento.

Y desapareció por la puerta que había detrás de su escritorio. ¿Qué me iba a sacar, un uniforme de colegiala? La verdad es que toda la situación no hacía más que aumentar mi morbo, y ya tenía ganas de conocer a la tal Julia.

– Ya está. Creo que esto te va a valer. Puedes pasar ahí dentro a cambiarte, y señaló la puerta que había justo enfrente de su puesto.

Dándole las gracias, cogí el pequeño paquete que me ofrecía sin mirar mucho qué tipo de ropa era por los nervios, y me dirigí hacia la puerta que me había indicado. Justo cuando iba a entrar a cambiarme, me dijo:

– Por cierto, está absolutamente prohibido llevar ropa interior en la escuela.

Me quedé de piedra con el pomo de la puerta en la mano. Si había tenido alguna duda respecto a lo que se trataba aquél sitio, aquello me la despejó. Madre mía, ¡iba a cumplir mi fantasía de verdad! Crucé la puerta y vi que aquello era un vestuario con sus taquillas y todo. Con dedos temblorosos por la excitación, desplegué la ropa que Inés me había dado. Nada de uniforme escolar. Se trataba de una blusa blanca y una minifalda de cuero negro. Bueno, si se podía llamar minifalda. Eso era más bien un cinturón ancho.

Sin pensármelo dos veces, me desnudé por completo, metí mi ropa en una de las taquillas y comencé a ponerme la que me había dado la secretaria. No tardé mucho en cambiarme. Tampoco había mucho con qué entretenerme. Blusa y minifalda, ni medias ni nada. Me miré en el espejo de cuerpo entero que había en el vestuario, y la verdad es que tenía bastante pinta de putón. A través de la camisa blanca se me podían ver claramente las tetas y se me marcaban los pezones. ¿Y qué decir del cinturón ancho? Si me agachaba un poco, se me veía el culo. Me miré de frente y de lado, y decidí desabrocharme el botón de arriba de la camisa para marcar bien escote. Si voy de putón, ya lo hacemos al completo. Decidí despeinarme un poco para completar el cuadro. Metí los dedos por entre mi abundante melena y lo desordené todo. El efecto era de escándalo. Cuando me quedé satisfecha con lo que veía, salí decidida del vestuario.

Al abrir la puerta, Inés levantó la mirada de lo que estuviera haciendo en el ordenador y se quedó boquiabierta.

– Vaya, te queda estupenda la ropa.

No es que yo sea un bellezón, pero reconozco que tengo mi gracia.

– Pero venga, no te entretengas más, que Julia te está esperando. Mira, es por ahí, a la derecha, al final del pasillo.

Con el pulso acelerado, me dirigí hacia donde me había indicado. No había nadie más en aquella planta, o yo no oí nada. Pasé varias puertas en las que ponía “Aula”. Mi excitación aumentaba según me iba acercando. El sentirme prácticamente desnuda y entrar en una habitación en la que no sabía qué ni con quién me iba a encontrar, me producía un morbo increíble.

“Jefatura de estudios”, ponía en la puerta. Me paré, respiré profundamente, y llamé a la puerta.

– Adelante.

– Hola.

Y no supe qué más decir. Me sentía algo cohibida vestida así. Enfrente de mí, detrás de su escritorio, estaba sentada una mujer de unos 40 años, melena castaña. Levantó la mirada de unos papeles que estaba leyendo, se quitó las gafas y me miró. Tenía una mirada tan intensa, que casi me quita la respiración.

– Hola. Julia, ¿no? Ya veo que te han explicado las normas de vestimenta de esta escuela – dijo mirándome fijamente a las tetas – A ver el resto. Levántate la falda.

Me lo dijo de una forma firme pero suave, y en ese instante sentí el deseo de obedecerla.

– Vamos, ¿a qué esperas?

Me subí la minifalda todo lo que pude, ya que era bastante estrecha y se me ajustaba al cuerpo casi como un guante, pero lo bastante como para que ella pudiera ver que no llevaba nada debajo. Se me quedó mirando un buen rato, observándome, con media sonrisa en su cara y una de las patillas de las gafas colgando de su boca, lo que aumentaba su morbo.

– Bien, déjatela así y siéntate. Disculpa, pero tengo que terminar de leer esto. Enseguida estoy contigo.

Sin decir ni una palabra, me senté donde me había indicado. Noté en mi culo y muslos el suave tacto de los pelillos de la tela afelpada del asiento. Mientras Julia leía aquellos papeles, me dediqué a mirar a mi alrededor. Una habitación elegantemente decorada, aunque sin pasarse, sin muchos muebles, pero con estilo y bien iluminada. Tras el escritorio había un enorme ventanal de esos que dan a la Gran Vía. A la izquierda había un enorme sofá, unas cuantas plantas decorando la habitación. A la derecha, algo más atrás de donde yo estaba, había una pequeña columna. Le daba un aire a edificio antiguo.

Pasaron unos minutos y Julia seguía en su lectura. Yo ya no sabía qué más hacer y me movía inquieta en mi silla, lo que no hacía más que aumentar mi excitación, porque cada vez que me movía, aquellos pelillos me cosquilleaban la entrepierna.

Con un suspiro, dejó caer los papeles sobre su mesa a la vez que se volvía a quitar de nuevo las gafas.

– Bueno, esto ya está. Así que vienes para clases de lengua y francés, ¿no?

Sin darme oportunidad de contestar, continuó hablando sin dejar de mirarme fijamente a los ojos.

– Parece que tienes muy claro lo que quieres, así que vamos a dejar de lado la entrevista y vamos a pasar directamente a la prueba de nivel. Lo primero, quiero comprobar tu capacidad de concentración.

Abrió un cajón que había en su escritorio, sacó un libro y me lo dio.

– Lee esto en voz alta.

– ¿Quiere que lea?

Yo no entendía nada. ¿No íbamos a follar?

– ¿Estás sorda o qué? Va a ser verdad eso de que eres una alumna rebelde. Mira, Pilar, te lo digo desde ya. Espero más colaboración por parte de mis alumnas. Esto no es una escuela cualquiera. Si no estás dispuesta a hacer lo que te digo, ya puedes marcharte. Yo te puedo enseñar, pero también exijo algo de implicación, ¿entendido?

– S... Sí, señora.

No sé de dónde me salió esa voz, normalmente tan firme y segura, pero el tono en el que me habló hizo que yo bajara el mío de inmediato y que la llamara “señora” sin pensarlo.

– Bien. Empieza.

Abrí el libro por la primera página y comencé a leer. Me sentía intimidada por aquella mujer y por lo extraño de la situación, por lo que no conseguía leer muy bien. Tartamudeaba un poco y me temblaba la voz. Por el rabillo del ojo vi cómo Julia se acercaba a mí lentamente, rodeaba su escritorio y se sentó en la esquina de la mesa, a mi lado. Me puso delicadamente una mano en el hombro.

– Tranquila. Respira hondo y vuelve a empezar. No hay prisa.

Y empecé de nuevo. Según avanzaba la lectura, mi voz se iba afianzando. La historia tampoco era muy allá. Una chica que trabajaba de camarera, que trabajaba en un sitio donde todos los tíos le querían meter mano, que vaya mierda de sitio, que si iba a trabajar en un sitio nuevo... Espera un momento: ¡Esto era un relato erótico! Me di cuenta cuando llegué a una parte en la que describía una fiesta solo para mujeres en las que todas iban de cuero y la protagonista servía copas. Me detuve en seco y miré a Julia, que seguía sentada enfrente de mí observándome con un brillo en sus ojos que delataba lo mucho que estaba disfrutando de esa situación... Y a mí me encendía.

– Continúa.

Ahora entendía lo que esa mujer quería de mí. Y lo estaba consiguiendo. Leer esa historia bajo su atenta mirada sin ni siquiera tocarme, me estaba excitando. La protagonista iba pasando con la bandeja entre las invitadas a la fiesta, que empezaron rozándola un pecho así como por casualidad al coger la copa. Pero esos roces se iban convirtiendo poco a poco en manoseo puro y duro... y ella se dejaba hacer.

– “...Una de las mujeres se le acercó como para coger una copa con una mano, mientras con la otra le agarró un pecho y comenzó a acariciarle el pezón por encima de la blusa. La camarera se quedó quieta atenta solo a las sensaciones que le provocaba aquella caricia. La desconocida entonces le agarró el pezón pellizcándolo, retorciéndolo entre sus dedos, lo que la hizo lanzar un pequeño gemido y que casi se le cayera la bandeja. Notaba cómo su sexo comenzaba a destilar humedad...”

Mientras yo seguía leyendo, vi cómo Julia se levantaba de la esquina del escritorio y avanzaba hasta ponerse detrás de mí. Me puso las manos sobre los hombros y comenzó a deslizarlas hasta mis pechos. Dejé el libro a un lado y la miré. Se acercó a mi oreja y me dijo con voz profunda:

– No pares, sigue leyendo hasta que yo te diga.

Aquella situación me estaba poniendo a cien y quería continuar. Al igual que la protagonista, yo también empezaba a notar la humedad en mi entrepierna y, con la voz entrecortada por mi respiración agitada, seguí con la lectura mientras los dedos de esa mujer se centraron en mis pezones que empezaban a endurecerse y aumentar de tamaño bajo sus caricias.

– “...Tras un largo rato de dulce tormento, a- aquella mujer tomó la copa y se fue, dejando a la camarera... en un grado de excitación tal, q- que no sabía qué hacer. Sentía que todas las miradas se dirigían hacia ella, que se habían dado cuenta de lo mucho que había disfrutado y que notaban su... e- excitación...”

Los dedos de Julia comenzaron a desabrocharme los botones de la blusa, mientras yo intentaba concentrarme en la lectura, lo que no era nada fácil.

– Mmmm. – Gemí cuando cogió mis pezones entre sus dedos y comenzó a tironear de ellos y a retorcérmelos suavemente. Mis caderas comenzaron a moverse de forma involuntaria y la humedad entre mis piernas aumentaba.

– Te he dicho que no pares. Sigue leyendo.

Lo intentaba, pero cada vez me costaba más.

– “...C-cuando fue hacia la barra a dejar las copas vacías y reponer... y repoooner la bandeja con otras llenas, otra mu...-mujer se le acercó por detrás y la a-arrinconó contra la barra... La agarró del culo y le diiijo al oído: “abre las piernas”. L-la camarera se vio sin voluntad y, excitada como estaba, ssseparó las piernas, dispuesta a que esa mujer hiciera con ella lo que quisiera...”

– Por favor... No puedo seguir.

– Lo estás haciendo muy bien. Sigue leyendo. ¿O quieres que pare?

– ¡No, por favor, no pare!

– Así me gusta, que seas una buena chica. Te está gustando esto, ¿verdad?

– ¡S- siiiiii...! – Un nuevo tirón algo más fuerte que los anteriores me hizo gemir de nuevo.

Volví al libro, aunque me costó un poco encontrar la línea por donde lo había dejado.

– “...Apoyada en la barra y con las rodillas temblorosas, la c– camarera dejaba que aquella desconocida recorriera cooon el dedo su coño de arriba a abajo. Se moría de vergüenza p- pensando que el resto de mujeres la observaba en...-entregarse como una perra en ce... en celo, pero no pudo evitar levantar las caderas para poder ofrecerle un mejor acceso a su co...-coño, a estas alturas tan encharcado que sus flu...idos ya traspasaban el tanga que llevaba. La mujer le apartó la minúscula prenda y le introdujo el dedo en la raja. “¡Ahhhh...!”, gimió la camarera, m-mordiéndose el labio para no gritar cuando los dedos de la otra se apoderaron de su clítoris y comenzaron a ju..-jugar con él...”

A duras penas conseguía continuar con la lectura, la excitación hacía que tartamudeara, que perdiera el hilo de lo que estaba leyendo, que volviera a la misma frase. Mi cuerpo no dejaba de agitarse, y mi coño no paraba de producir fluidos. Una de las manos de Julia abandonó lo que estaba haciendo y empezó a bajar por mi vientre. Con la otra, volvió a las suaves caricias en mi pecho como para calmar mi ansiedad. Mi respiración comenzó a tranquilizarse, y yo también, aunque seguía con una calentura considerable, y más cuando me dijo al oído:

– Abre las piernas.

Yo ya no sabía si lo que estaba leyendo era verdad o ficción. Lo que le pasaba y sentía la protagonista, lo experimentaba yo segundos más tarde. Al igual que ella, sin voluntad, separé las piernas dispuesta a que Julia hiciera conmigo lo que quisiera.

– Me gusta que me obedezcas. Lo estás haciendo muy bien, Pilar. Sigue leyendo.

Pegué un respingo cuando sentí sus dedos en mi coño.

– Ahhhhhh...

– Vaya, parece que la historia te está gustando, ¿eh? – Dijo de forma socarrona cuando notó mi humedad – Niña, estás empapada

˗

. Creo que este coñito tiene ganas de marcha.

– Por favor, señora no pareeee.

– Yo no paro si tú tampoco lo haces.

Mientras, su dedo índice trazaba círculos alrededor de mi hinchado clítoris y la otra mano volvía a atormentar mis pezones. Yo me estaba deshaciendo por dentro, y por supuesto que no quería que parara, así que volví a coger el libro.

– “...Al igual que... la otraaaa m- mujer, la desconocida... ahhhh... la d- dejó ahí expectante, c- caaalientee como una p- perra s- sinn dejaaarla... terminaaar... Ahhhh...”

– Por... Por favor, n-no puedo más.

– Sigue, te he dicho. Un poco más. No sabes cómo me estás poniendo.

Al oír que Julia también estaba disfrutando, me esforcé en continuar, pero ya no era dueña de mi cuerpo. Intentaba enfocar la vista, pero se me cerraban los ojos procurando concentrarme en las sensaciones que aquellas manos expertas me provocaban.

– ¡Está bien, basta! Deja el libro.

Sacó la mano de mi entrepierna, liberó el pezón que tenía agarrado, y volvió a sentarse en su sillón detrás del escritorio, como si no hubiera pasado nada. Yo estaba totalmente desconcertada, con el coño palpitante de deseo. Solo quería que me follara ahí mismo, y no entendía por qué había parado.

– P– pero...

– No ha estado mal... para ser la primera vez. Tendremos que trabajar más en tu concentración si vas a seguir con las clases. Ahora... Decías que querías hacer ejercicios de lengua. Pues bien, vamos a ver qué sabes hacer. Ponte de pie y acércate.

Intentando todavía recuperar el aliento y bajar de mi estado de excitación, me costaba hacer lo que Julia quería de mí.

– ¡Vamos, muchacha! ¿Es que tengo que repetírtelo todo dos veces?

Sin rechistar, me levanté así como estaba, con la blusa abierta y la falda arremangada de forma obscena, y me acerqué a donde estaba ella. Julia giró el sillón hacia mí y, levantándose la falda, abrió las piernas, elevando una de ellas para dejarla en el reposabrazos del sillón. Tampoco ella llevaba ropa interior.

– Venga, demuéstrame qué sabes hacer.

Automáticamente, me arrodillé ante ella y acerqué mi cara a su coño. Pude ver pequeñas gotas de humedad asomando entre los pelitos bien recortados, y me inundó un intenso aroma a mujer. La boca se me hizo agua de inmediato. Quería ese coño en mi boca, quería beberme todos sus fluidos. Sus manos me agarraron la cabeza, deteniéndome antes de llegar a ella.

– Pero tendrás que tener en cuenta dos cosas. Primero: puedes lamer, chupar, lo que quieras... pero intentarás que no me corra hasta que yo no te lo diga.

Pero si eso era precisamente lo que quería. Ansiaba que esa mujer se corriera en mi boca, sentirla temblar entre mis labios, que se descargara dentro de mí.

– Segundo: no uses las manos. ¿Entendido?

Asentí.

– Bien, ya puedes empezar.

Me soltó la cabeza, aunque seguía apoyando sus manos en ella. Lentamente me acerqué a su coño, aspirando su aroma, que me embriagaba. Comencé lamiéndole la humedad de los pelitos, temerosa de abalanzarme demasiado pronto sobre su sexo. Estuve un rato así, oliéndola, sintiendo el calor que emanaba de ella, hasta que un pequeño gesto de su mano me indicó que ya podía comerle el coño.

Mi lengua recorría suavemente sus labios. Dejaba que la punta acariciara esa carne rosada y húmeda. Aunque el cuerpo me pedía otra cosa, me esforcé en no apresurarme, en disfrutar poco a poco lo que aquella mujer me ofrecía. Lentamente separé sus labios con mi lengua para adentrarme más y localizar ese botón que sabía que estaba esperando mis caricias. Allí estaba, duro, hinchado.

– Mmm... – Gemí cuando lo sentí palpitar bajo mi lengua. Sin darle tregua, comencé a trazar círculos a su alrededor, notando cómo se tensaban los músculos de los muslos de Julia.

– Despacio, niña. Todavía no.

Lo estaba disfrutando tanto que no me importó abandonar su clítoris para seguir recorriendo todos los pliegues de esa fruta madura. Oía cómo Julia respiraba profundamente. Al parecer, lo estaba haciendo bien. Su coño no paraba de producir fluidos que yo recogía ansiosamente con la lengua. Con suavidad lamía la entrada de su vagina, mientras que de vez en cuando le acariciaba el clítoris con el labio superior. Cuando notaba que su respiración se agitaba, o una mayor tensión en sus muslos, abandonaba ese juego y me dedicaba un rato a chupar sus pelitos o besar delicadamente sus labios, hasta que volvía a recuperar el ritmo. Entonces, comenzaba de nuevo.

No sé cuánto rato llevaría así, lamiendo, chupando, bebiendo todos esos jugos que emanaban de su sexo, cuando oí que la puerta se abría.

– ¿Qué tal la nueva? ¿Ya has terminado con ella?

Del susto levanté la cabeza y vi a una rubia entrar en la habitación. Julia me puso una mano bajo la barbilla y me giró el rostro hacia ella.

– ¿Acaso te he dicho que pares? ¡Pues sigue con lo que estabas haciendo!

Sin atreverme a contestar, volví a mi tarea que, debo confesar, no me estaba disgustando en absoluto y habría sido una pena que se terminara ahí.

– Vaya, ya veo que no. A juzgar por tu expresión y cómo te ha obedecido sin rechistar, parece que tiene posibilidades, ¿no? ¿Cómo van las pruebas?

– Bueno, en la de concentración habría que trabajar más. Cuando se trata de ella, no tiene control en absoluto, pero cuando se trata de que ella dé placer... No te lo vas a creer. Lleva 20 minutos comiéndome el coño de una forma deliciosa, procurando que no me corra. ¡Es una maravilla!

– Parece que hemos tenido suerte entonces hoy. Me alegro de que hayas venido a la oficina a hacer la prueba de ingreso. Y tú que te querías haber quedado en casa conmigo...

Esas mujeres reían y hablaban de mí como si yo no estuviera ahí. Y Julia ni se inmutaba mientras yo estaba entre sus piernas comiéndole el coño. Ganas me entraban de darle un mordisco, a ver si se centraba en mí. Abrí los ojos y vi cómo la rubia se situaba detrás de Julia, la agarraba de los pechos y se pegaban un morreo de campeonato.

– Cariño, ya sabes cómo me pone ver cómo disfrutas. Por eso voy a aprovecharme de mi posición como directora de esta escuela y la voy a probar yo también. Así que dile que vaya terminando.

– Bien, Pilar, ya has oído a Clara, nuestra directora.

Con eso ya estaban las presentaciones hechas.

– Ya puedes hacer que me corra.

Eso sí que no necesitó decírmelo dos veces. Mi boca se volvió voraz, la abrí y me introduje toda esa carne en ella, chupándola, aspirándola, mientras mi lengua se movía velozmente alrededor de su clítoris. Las manos de Julia se aferraron a mi cabeza, empujándomela hacia su sexo.

– Venga, quiero ver cómo te corres en su boca.

– ¡Vamos, niña, demuéstrame lo que sabes hacer! ¡Asíiii...!

Sintiendo su excitación y que estaba a punto de correrse, atrapé su clítoris entre mis labios y comencé a succionarlo, mi cabeza iba de atrás hacia adelante guiada por sus manos. Le estaba haciendo una mamada en toda regla.

– Vamos, cariño córrete.

– ¡Chúpamelo! ¡Trágatelo todo! ¡Ahhh, ahhhhhh, asíiiiiiii...!

Mi boca se llenó de sus jugos cuando empezó a explotar, sentía cómo su coño palpitante se descargaba en mi boca, le temblaban los muslos. Las oía gemir a las dos.

– ¡Así, cariño, córrete...!

– ¡Ahhhhh...!

Yo también gemía sin poder parar de chupar, de lamer, aunque, sintiendo que su orgasmo llegaba a su fin, comencé a ir más despacio, centrándome solo en lamer sus labios y recoger los fluidos que salían de su vagina.

– ¡Ya basta, no seas golosa! ¡Guarda fuerzas para luego, que todavía no hemos terminado! – Me dijo Julia bruscamente, apartándome de su sexo aún palpitante.

Antes de que me apartara del todo, tuve la oportunidad de observarlo. Estaba hinchado y chorreante de humedad, de un color rojo intenso, Si me lo hubiera pedido, habría seguido dándole placer de esa manera todo el tiempo que hubiera querido, aunque ya tenía la mandíbula un tanto dolorida por el esfuerzo. Con desgana, salí de ahí y me fijé en la rubia, que había vuelto al morreo con Julia mientras esta gemía dentro de su boca. Una vez más calmada, Clara se apartó del sillón, se acercó a mí, se agachó, acercó sus labios a mi boca y me dio un morreo que me dejó sin aliento. Luego me limpió el resto de fluidos de Julia de la cara con la lengua.

– Me encanta tu sabor, querida. – dijo mirando a Julia y dejándome a mí boquiabierta, nunca mejor dicho. – Bien, Pilar, así te llamas, ¿no? Parece que has superado con creces la prueba oral con la jefa de estudios. Ya has oído que soy la directora. Demuéstrame qué sabes hacer.

Y se sentó en el sofá.

Yo ya estaba dispuesta a seguir comiendo coño, ya que me había quedado con las ganas, pero Julia se incorporó y, abriendo un cajón de su escritorio, mientras buscaba algo, dijo:

– Bueno, ya hemos hecho la prueba de concentración, la prueba oral... Yo creo que falta la de “profundidad de coñocimiento”.

Y sacó un dildo enganchado a un arnés de cuero. Aquello ya terminó de matarme. No me lo podía creer. ¡Bendita la hora en que se me ocurrió meterme en esa página de contactos y contestar al anuncio! Todavía no había tenido un orgasmo esa mañana, pero viendo la expresión en la cara de esas mujeres, estaba claro que me iban a follar hasta que me corriera.

– Cariño, ponte cómoda, que esta zorra te va a hacer una comida de coño espectacular mientras yo me la follo por detrás.

Nunca me había gustado que me llamaran “puta” o “zorra” mientras tenía sexo, pero en esta ocasión me excitaba más de lo que jamás habría imaginado. Casi me corro al oírla hablar así. Seguía sin creérmelo. Mi fantasía hecha realidad por partida doble. ¡Iba a ser utilizada por dos mujeres a la vez!

– ¡Y tú, no te quedes pasmada! ¡Ayúdame a ponerme el arnés!

Aún de rodillas en el suelo, me acerqué a Julia mientras ella metía las piernas por las correas del arnés.

– Sujeta el dildo mientras yo engancho las correas, que quede bien firme.

Lo sujeté bien apretado a su sexo. Quería que lo sintiera moverse sobre su coño cuando me penetrara con ese aparato. En ese momento, no pude evitarlo. Mientras ella ajustaba las correas, solté el dilo, me llevé la mano a la boca y escupí sobre ella,- Luego volví a agarrar el dildo y empecé a deslizarla de arriba a abajo, a la vez que me lo llevaba a la boca y le lamía la punta con la lengua .

– Mira la novata. No solo sabe comer coños, sino también pollas. No sabes cómo me pone ver cómo me la maman. ¡Vamos, chúpamela!.

Comencé lamiendo, chupando y besando la punta del dildo, dejándolo avanzar cada vez más profundo en el interior de mi boca. Disfrutaba haciéndolo. Me imaginaba que mi boca era mi coño y sentía cómo ese aparato se introducía en mí poco a poco. Mi mano seguía masturbando esa polla que yo metía cada vez más adentro.

– Así... Chúpamela. Cómo voy a disftrutar follándote.

Me ponía a mil que me hablara así. De reojo, vi cómo Clara ya se había despojado de su ropa y estaba sentada a nuestro lado en el sofá, totalmente abierta de piernas haciéndose una paja con la peli porno que tenía delante. Quería tocar también ese coño. Me saqué el dildo de la boca y, sin dejar el trabajo manual que estaba haciendo, me dirigí a Clara alargando el brazo y colocando mi mano sobre la suya.

– ¿Me permite, señora directora?

– Por supuesto, querida, todo tuyo.

Apartó la mano y dejó que fueran mis dedos los que la trabajaran. Mientras, Julia se sentó en el sofá al lado de Clara, poniendo una pierna sobre la de ella. Esto era demasiado. Tenía dos sexos para mí sola uno al lado del otro. Mi boca volvió a chupar ese dilo. Por primera vez en mi vida, estaba dando placer a dos mujeres a la vez. Quería ir despacio, pero mi excitación era tal que no pude contenerme. Mientras con una mano pajeaba el coño húmedo de la rubia, con la otra masturbaba el coño/polla de la otra. Mi boca alternaba de un sexo a otro. Tan pronto le daba unos lametones a ese coño abierto como me metía el dildo en la boca. En ningún momento ninguno de los sexos se quedaba sin una lengua, una mano, unos dedos que los hicieran gozar de placer.

– ¿De dónde ha salido esta chica, por favooooor? ¡Ahhhhh...! ¡Sigue, no pares!

– Así, niña, lo estás haciendo muy bien.

Mientras yo las seguía trabajando, ellas se morreaban y se magreaban, gimiendo la una en la boca de la otra. Aquella imagen me excitaba más de lo que ya lo estaba. No podía apartar mis ojos de ellas, viendo cómo disfrutaban.

– ¡Esta puta va a hacer que me corra y casi no ha empezado!

– Pues córrete, cariño. Yo también quiero ver cómo te corres en su boca... Así. Hazla gozar como me has hecho gozar a mí – dijo Julia agarrándome del pelo y presionando mi cabeza contra el coño de Clara, dejándome claro que la tarea con ella ya había terminado.

Se levantó del sofá, se colocó de rodillas detrás de mí y me colocó una mano en la parte baja de la espalda.

– Vamos a ver cómo está este coñito. Abre bien las piernas – me volvió a decir.

Fue oír esas palabras y un gemido se escapó de mi boca mientras separaba las piernas y levantaba la cintura en un acto reflejo. Sentí cómo sus dedos volvían a recorrer mi coño de arriba a abajo, desde mi clítoris hasta la entrada de mi vagina, donde se entretenía un rato, los movía como si me fuera a penetrar, y volvía hacia arriba, donde agarraba mi clítoris entre el índice y el pulgar y jugueteaba con él un rato... Y vuelta a empezar. Aquellas caricias me estaban volviendo loca y gemía sin parar con el coño de Clara en mi boca, que se aferraba con las manos a mi cabeza y la apretaba fuertemente contra su sexo.

– ¡Mmmmmpf, mmmmpf...!

Julia había comenzado a penetrarme con los dedos. Primero uno, luego dos, luego tres, mientras me acariciaba el ano con el pulgar y el clítoris con el meñique.

– ¡Ahhhhh! Eso es, cariño, dale a esta zorra lo que se merece. No sabes el gusto que me está dandoooo. ¡Ahhhh...!

Yo ya no podía más, iba a reventar, sentía cómo me llegaba la explosión de placer mientras seguía chupando aquel coño y aquellos dedos me embestían cada vez más rápido.

– ¡Mmmmmpf, mmmmpf...!

Comencé a correrme de una manera brutal, todo mi cuerpo temblaba. Julia aprovechó este momento para introducirme el dedo pulgar hasta el fondo, lo que no hizo sino multiplicar el placer de mi orgasmo.

– ¡Así, córrete, zorra!

Mis labios se aferraban al clítoris que tenían delante y lo succionaban sin piedad, lo que provocó que Clara estallara en mi boca.

– ¡Fóllatela, cariño, fóllatelaaaaa! !Ahhhhhh...!

Los dedos de Julia entrando y saliendo de mí marcaban el ritmo de mis oleadas. Cada vez que me penetraban hasta el fondo por mis dos agujeros, me provocaban una nueva, salían sin sacarlos del todo y volvían a penetrar en mí. Me sentía totalmente abierta, y muy, muy puta.

Poco a poco fuimos parando sin dejar de gemir. Yo daba los últimos lametones, Julia me penetraba de forma cada vez más lenta y suave. Cuando terminamos, no sabía si había tenido un orgasmo brutal que se me hizo eterno o varios encadenados. Me sentía agotada, pero feliz.

Con mucho cuidado, Julia sacó los dedos que tenía clavados en mi ano y mi vagina, se puso de pie y se dejó caer en el sofá. Clara se quedó como estaba, con las piernas abiertas. Yo, con las rodillas ya doloridas, me di la vuelta y apoyé mi espalda en el sofá, entre las piernas de ambas estirando las mías contra el suelo, intentando recobrar el aliento. Las tres estábamos jadeantes, sudorosas tras el esfuerzo, sin decir palabra. Al cabo de unos minutos, Clara se levantó.

– Tengo sed.

Al rato volvió a los pocos segundos con unos vasos de agua para las tres.

– Hay que hidratarse, chicas.

Todas nos lo bebimos casi de un trago, como si hubiéramos pasado un día en el desierto.

– Cariño, pero no has usado esto. – dijo Clara tumbándose de lado en el sofá, la cabeza apoyada en el vientre de Julia, mientras le agarraba el dildo y lo empezaba a manosear. Giré la cabeza y vi cómo Julia le pasaba un brazo por el hombro, le agarraba un pezón entre los dedos y jugueteaba con él.

– ¿Ah, no? ¿Qué quieres decir?

Clara se libró del abrazo de Julia y acercó su boca al dildo.

– Bueno, pensé que te ibas a follar a la novata, pero al final solo le has hecho unos dedos.

Se metió el dildo en la boca y lo empezó a chupar a escasos centímetros de mi cara. Vi cómo abría la boca, se lo tragaba prácticamente entero y lo volvía a sacar casi hasta la punta, volviendo a empezar de nuevo. Ver cómo ese aparato desaparecía en su boca para luego aparecer hizo que me pusiera cachonda de nuevo y que me entraran ganas de unirme a la mamada. Así que me giré y junté mi boca con la de Clara. Mientras ella chupaba la punta, yo lamía la base. A veces se juntaban nuestras lenguas y nos morreábamos.

– Oh, chicas, me estáis poniendo cachonda otra vez.

– Eso es lo que queremos, cariño. – Dijo Clara abandonando su posición y dejándome a mí sola con ese aparato – Seguro que tanto Pilar como yo nos hemos quedado con ganas de que te la folles.

Al oír eso, algo se estremeció dentro de mí. Sí, quería que esa mujer me volviera a follar, que me hiciera gritar de placer. Sin atreverme a expresar mis deseos, pues ya me había dejado claro antes quién mandaba aquí, seguí manoseando su dildo con la mirada baja.

Me agarró de la barbilla y me levantó la cabeza hasta que se cruzaron nuestras miradas.

– ¿Te quedan fuerzas todavía, niña?

– Sí, señora. – Contesté algo tímida. Esa mujer me imponía más que la directora.

– Ven aquí.

Me guió suavemente hasta que me senté a horcajadas encima de ella, con el dildo apoyado en mi coño, que ya había empezado a destilar humedad de nuevo.

– No sabes las ganas que tengo de follarte. – Mi cuerpo se estremeció entero al oír esas palabras.

– Levanta un poco y apóyate en el respaldo.

Clara se levantó, me cogió de la cintura y me llevó hasta la posición que ella quería. Yo me dejaba hacer por esas dos expertas mujeres. Apoyé los antebrazos en el respaldo del sofá y Clara me indicó sin palabras que alzara las caderas y me quedara con el culo en pompa con Julia debajo de mí. A esa distancia no había manera de que me penetrara, así que yo estaba expectante a ver qué plan diabólico estaban maquinando.

– Querida, vé poniéndola a tono, Ahora vuelvo.

Julia empezó a sobarme las tetas y a ocuparse de nuevo de mis pezones, lo hacía que mi clítoris estuviera a punto de estallar cada vez que tiraba de ellos. Aquella posición a cuatro patas en el sofá y ese magreo me estaba poniendo a mil otra vez.

– ¡Ahhhh! – Gemí. Mis caderas volvían a tener vida propia y se movían lentamente de alante a atrás, como si me estuvieran follando.

– Parece que esta chica se ha quedado con hambre, jajaja.

Clara había vuelto y se colocó a mis espaldas. Me agarró de la cintura y me obligó a bajarla hasta que mi coño apenas rozaba el dildo de Julia.

– A ver, baja un poco... Bien, vamos a ver cuánto te abres ahora.

Mientras con una mano manipulaba el dildo para que su punta me recorriera la raja de arriba a abajo, con la otra me acariciaba las nalgas. – Yo también quiero disfrutar de este culito.

La situación se estaba volviendo más excitante cada vez. Noté algo frío y untoso en el ano. ¡Me estaba poniendo lubricante la muy cabrona! Sin dejar de masturbarme con el dildo, empezó a meterme un dedo por el ano. Julia no dejaba de pellizcarme los pezones... Yo ya no sabía en qué parte de mi cuerpo estaba recibiendo más placer. Empecé a sudar por todos los poros de mi piel. Todo mi cuerpo reaccionaba de forma brutal a cada caricia, cada pellizco. Ya no era capaz de hablar, solo sentir, jadear y gemir.

– ¡Así, muy bien, zorra! – Su dedo entraba y salía de mi ano cada vez con menos dificultad. Escupió en la raja de mi culo y dejó que la saliva escurriera hasta donde tenía el dedo. – Te vamos a hacer gozar como la perra que eres. – Extendió la saliva por mi ano y, despacio, me introdujo un dedo más hasta llegar al fondo.

– ¡Aaaaaahhhh...! ¡Síiiiiii!

Las caricias que estaba recibiendo en mi clítoris y los pezones hacían que me relajara, facilitando la penetración anal. Nunca había pasado de que me metieran un dedo, pero lo que me estaba haciendo esta mujer me estaba haciendo ver las estrellas de gusto.

– Muy bien, zorra. Verás cómo en esta escuela te vamos a ampliar horizontes. Tienes un culito delicioso, y me va a encantar follártelo. – El lento mete y saca me estaba poniendo a dosmil.

– ¿Quieres que te lo folle?

– ¡Síiiiiiii...! – Cada vez me abría más, cosa que aprovechó Clara para meterme un tercer dedo.

– ¡Aaaaaahhhhhh!

– ¿Sí, qué?

– ¡Fólleme el culo! ¡Haga lo que quiera conmigoooo!

– Bien, vamos a darle a esta puta lo que quiere.

Siguió con el mete y saca y girando los dedos en mi interior hasta que se quedó satisfecha con la dilatación y lubricación de mi ano. Sacó los dedos.

– Baja las caderas un poco más. – Me guió hasta que el dildo quedó prácticamente apoyado a lo largo en mi almeja.

Con una mano me separó una nalga y noté algo duro en la entrada del ano. Automáticamente pegué un respingo y me aparté, como si temiera el dolor que me iba a infringir.

– Tranquila. Este dildo no es muy ancho por ser tu primera vez, y ya estás lo suficientemente dilatada como para que no te duela.

Empezó a penetrarme lentamente. Sus manos me agarraban firmemente las caderas. Comenzó un vaivén delicioso. Introducía el dildo unos centímetros, se quedaba ahí un instante para darme tiempo a que mi esfínter se acostumbrara, y lo sacaba casi del todo para volver a introducirlo unos centímetros más profundo, mientras mi coño húmedo se deslizaba a lo largo del otro. Tenía razón, estaba tan excitada y dilatada que solo sentía placer, y me dejaba llevar por él.

– ¡Ahhh..... Asiiiií... Fólleme!” – Grité cuando sentí su pubis rozar mis nalgas.

– Tranquila, no tengas prisa, no queremos que te hagas daño. Muévete suavemente y siente el roce del dildo en tu coño.

Obededí. Moví mis caderas despacio de alante hacia atrás, siempre guiada por sus manos. Aquel movimiento hizo que me corriera en cuestión de segundos.

– ¡Aaaaaahhhhhhhhhh...! – Mi cuerpo volvía a temblar de placer. Estas mujeres me estaban llevando a unos sitios desconocidos para mí. Otro orgasmo brutal volvía a recorrerme.

– ¡Ahora! – Gritó Clara.

Julia guió su dildo hacia mi vagina, levantó las caderas y comenzó a penetrarme lentamente. Hasta que no llegó al fondo, Clara se quedó quieta sujetándome las caderas. No podía dejar de correrme, encadenaba un orgasmo con otro sintiendo esos dos aparatos en mi interior.

– ¡Aaaahhh! ¿Q- Que me haceeeeeennnnn? ¡Aaaahhhh...!

Ambas mujeres comenzaron a bombear en mi interior al unísono, muy despacio al principio. Ahora sí que estaba totalmente abierta y babeante de placer.

– Esto te gusta, ¿eh zorra? Vas a hacer que me corra yo también.

Julia y Clara aumentaron el ritmo de la penetración.

– ¡Siiiiii...! ¡Córrase! ¡Córrase en mi culooooo!

Después de un rato, comenzaron a embestirme como locas, entrando y saliendo de mi cuerpo una y otra vez. Yo ya solo sentía placer en todo mi cuerpo. Me penetraban de forma tan profunda que sentía que el corazón se me iba a salir por la boca. Las oía gemir. Parecía que también se iban a correr.

– ¡Mueve ese culo, puta! ¡Así! ¡Ahh, ahhh, ahhhhhhh...!

Debajo de mí, Julia también gritaba, jadeaba y temblaba.

– ¡Toma zorra! ¡Ahhhh...!

Así pasamos un rato corriéndonos, que a mí me pareció interminable, hasta que caímos exhaustas.

Me debí quedar dormida, derrengada en el sofá. Me desperté cuando sentí que me pasaban unas esponjas húmedas por todo el cuerpo, limpiándome el sudor y que me separaban cuidadosamente las piernas para limpiarme todos los fluidos que había allí, Con los ojos cerrados, me dejaba hacer y disfrutaba esas suaves caricias. Oí que hablaban en susurros entre ellas.

– ¿Entonces qué te parece? ¿Se lo proponemos?

– Yo creo que sí. Con la calentura que tiene esta chica en el cuerpo, seguro que acepta...