Escuela para señoritas 2

Otro capítulo de esta serie en el que Pilar, la protagonista, continúa ensanchand sus horizontes.

− Cuando te sientas con fuerzas, vístete, que nos vamos. Te hemos traído la ropa que tenías en la taquilla para que no tengas que pasearte desnuda por la escuela. − Dijo Julia.

− Vamos a comer algo, me muero de hambre. ¿Nos acompañas?

La verdad es que con tantas emociones ni me había dado cuenta del hambre que tenía, aunque me rugió el estómago al oír la palabra "comer".

− Ehhh... Sí, claro.

No me sentía capaz de articular muchas palabras seguidas. La cabeza me seguía dando vueltas, y el placer estaba todavía demasiado presente en mi cuerpo. Aún notaba las manos de esas mujeres en mí, el placer de los incontables orgasmos que había tenido, el coño y el culo totalmente abiertos. Me levanté despacio e intenté ponerme la ropa, aunque con el temblor que me recorría entera me sentía bastante torpe. Finalmente conseguí enfundarme los vaqueros y ponerme la camiseta. Ellas ya estaban vestidas desde hacía un buen rato.

Las seguí a lo largo del pasillo sin saber muy bien qué decir. Ellas charlaban animosamente, se reían. Se notaba la complicidad que había entre ellas. Estaba claro que eran pareja, pero parecía que ahí no entraba el tema de los celos y que vivían la sexualidad de forma muy abierta.

− Pilar, ¿vienes conmigo y vamos llamando el ascensor mientras Julia cierra con llave? No puedo perder ni un segundo. No exageraba nada cuando decía que me muero de hambre.

Justo cuando el ascensor llegaba a nuestra planta, se nos unía Julia. Una vez dentro, pude aspirar el fuerte olor a sexo que emanaba de las tres. No sé dónde iríamos a comer, pero más valía que no nos sentáramos cerca de nadie.

Y ahí estábamos, como si nada, como si no acabáramos de echar el mejor polvazo de mi vida. Yo todavía flotando y ellas hablando de adónde podíamos ir.

  • Pero cariño, todavía no le hemos preguntado a Pilar qué le apetece comer. Y creo que lo mínimo que se merece por lo mucho que nos ha hecho gozar, es que la llevemos donde ella quiera.

  • Ehhh... No sé. Me da un poco igual.

  • Clara, cielo, pero si es que la pobre todavía no puede casi ni hablar. Déjala que baje a tierra y decidimos nosotras. Cuando recupere un poco de fuerzas, ya la interrogamos jajaja...

No sabía ni qué hora era. Recordaba haber salido de casa a eso de las 11, pero después ya perdí la noción del tiempo. No fuimos muy lejos. Entramos en un restaurante cercano, a un par de calles de la escuela. Era un sitio moderno, decorado con mucho gusto, la luz no demasiado brillante y una distribución de las mesas que invitaba a la intimidad. Fuimos hacia el fondo del local y nos sentamos en una mesa que estaba algo apartada del resto por la estructura del local, como metida en una esquina. Seguía dejándome llevar.

  • ¿De beber qué les traigo?

La voz del camarero me sacó de mi ensimismamiento. Desde que nos habíamos sentado a la mesa, no hacía más que darle vueltas a la carta sin leerla siquiera.

− De momento tráiganos una botella de agua y otra vino de ribera. ­− Julia decidió por las tres− ¿Habéis decidido ya qué queréis de comer, chicas?

Cuando el camarero volvió con la bebida, ordenamos la comida. De un trago me bebí la copa de agua que Clara me había servido hasta arriba. Nunca había sentido tanta sed. Después de prácticamente engullir la mitad de la ensalada que había pedido como primer plato, empecé a calmarme. Parecía que iba retomando el control sobe mi cuerpo y ya era capaz de disfrutar de la comida y de la compañía de aquellas dos mujeres.

− Cuéntanos algo de ti, Pilar. ¿A qué te dedicas?

Les conté que era licenciada en psicología, que había hecho un curso de doctorado y que me encontraba enfrascada desde hacía años en una eterna tesis sobre mujeres y sexualidad, que no terminaba de tomar forma. Parecían muy interesadas en mi tema de estudio. No paraban de preguntarme, de comentar conmigo algunos de los aspectos en los que yo sentía que estaba atascada... Establecimos una conversación bastante interesante y animada que duró toda la comida. Yo me sentía cada vez más a gusto con esas mujeres.

Cuando llegamos a los postres, Clara decidió que les había llegado el turno a ellas.

− Bueno, Pilar. Lo cierto es que has despertado nuestro interés desde que nos has empezado a hablar de ti y a qué te dedicas. Bueno, antes también, pero por otros motivos. − Y me guiñó el ojo− Ya te habrás dado cuenta de que lo que llevamos no es ninguna escuela para señoritas... O más bien, no exactamente una escuela. Y menos de señoritas jajaja. En realidad, lo que ese sitio es... ¿cómo lo diría? Nosotras lo llamamos anexo al centro de terapia para mujeres. Verás, tanto Julia como yo llevamos muchos años trabajando con mujeres. Ente las dos abarcamos campos como la sociología, antropología y psicología. Hace tiempo nos dimos cuenta de que, trabajando con las terapias habituales, los avances que hacíamos en nuestros casos eran muy lentos. En concreto, vimos que nos faltaba un espacio donde trabajar de forma práctica, física, el tema del cuerpo y la sexualidad, que las mujeres necesitaban de un espacio seguro en el que no se sintieran juzgadas, donde poder dar rienda suelta a sus fantasías y explorar su cuerpo y sus deseos como no se lo habían permitido hasta entonces, como parte complementaria a la terapia. Pasar del campo teórico al práctico, digamos.

− Por eso nos ha interesado tanto lo que haces y lo que estás investigando. Como te comentaba Clara, en nuestro centro, que es un espacio separado de la escuela, hacemos terapia psicológica. Los servicios que se ofrecen en la escuela se lo proponemos a aquellas mujeres que pensamos que les vendría bien un complemento al trabajo que hacemos en el centro. El caso es que, al ocuparnos de dos terrenos distintos, desde el principio tuvimos claro que no podíamos mezclar el ser, digamos, guía psicológica e intimar físicamente con las pacientes. Sería muy poco ético y podría resultar un desastre. Así que decidimos contratar a personal especializado para esta otra parte de la terapia. Mujeres con un cierto nivel de preparación, alto grado de empatía, sin problemas con el sexo ni tabúes...

− En definitiva, alguien como tú. − Concluyó Clara − Hasta ahora contamos con la colaboración de dos chicas que trabajan con nosotras en este campo, pero necesitamos ampliar la plantilla. No te lo creerás pero, aunque al principio parecía que las mujeres estaban algo reacias a aceptar este tipo de servicios, poco a poco se ha ido extendiendo la voz y cada vez tenemos más casos.

No daba crédito a lo que estaba escuchando. O sea, ¿llevaban un servicio de prostitución enmascarado como terapia sexual? No me lo podía creer. ¿Y además tenían el descaro de ofrecerme trabajo como prostituta? Vale que había disfrutado como una perra esa mañana, pero de ahí a... No, no, no. Reconozco que aunque el argumento de partida de ese negocio me parecía válido y hasta podía estar de acuerdo, llevarlo al terreno práctico y formar parte de él me escandalizaba un poco.

− Vaya, no pensábamos que te iba a costar tanto asimilar nuestra idea, − continuó Julia al ver mi cara de asombro ante su planteamiento− después de todo lo que hemos hablado y nos has contado de ti y tus estudios. Mira, ni te imaginas la cantidad de mujeres que, por educación, por socialización, etc., reprimen sus más íntimos deseos y son incapaces de llevar una vida normal a causa de esa represión. A nuestros servicios recurren todo tipo de mujeres, solteras y que ya tienen pareja, tanto masculina como femenina. Algunas para experimentar alguna fantasía que no se atreven a comunicársela a sus parejas, otras que solo quieren algo de compañía sin ningún compromiso, incluso alguna hetero que quiere probar lo que es acostarse con una mujer y otras que no quieren más que dormir acompañadas. Las necesidades son múltiples, y la sociedad no siempre ofrece soluciones. Tú misma seguramente contestaste al anuncio porque no querías perder el tiempo yendo a ligar y encontrarte al día siguiente con una en tu cama que te pediría el número de teléfono, haría planes para el fin de semana siguiente, y a la que tendrías que dar explicaciones de por qué está bien querer solo sexo, justificarte porque tu deseo no va más allá de compartir una noche o dos o las que te dé la gana, y que eso no implique para ti iniciar automáticamente una relación.

Ouch! Por ahí me habían pillado, llevándolo al terreno personal. La verdad es que según iban hablando, me convencían más de la bondad de su propuesta, aunque todavía había una parte de mí que no estaba totalmente convencida. Algo que sabía tenía que ver con la educación, los tabúes y la represión, porque en el plano teórico estaba totalmente de acuerdo con ellas. Intercambio de servicios por dinero. Punto.

  • Bueno, tampoco tienes por qué decidirte ahora. Seguro que tienes un montón de dudas y preguntas que nos quieres hacer, comprendemos que no es una propuesta muy común.

De forma distendida y ya menos escandalizada, les planteé mi reticencia a la parte que tenía que ver con verme como proveedora de servicios sexuales cobrando por ellos. Como puta, vamos.  Y ya si me imaginaba en ese papel, tenía muy claro que no estaba dispuesta a hacer de todo solo porque me pagaran.

− Te entendemos perfectamente. Quizás si te explicamos un poco más cómo complementamos los dos tipos de terapia, te ayude a no verlo de ese modo. Como en cualquier tipo de terapia, tanto Julia como yo elaboramos un informe de la paciente. Cuando vemos que le vendría bien alternar las sesiones con un espacio en el que poner en práctica esa parte más física, digamos, se lo proponemos. Si acepta, hablamos con la terapeuta sexual, comentamos el caso y establecemos una especie de protocolo sobre lo que se va a trabajar y cómo. Tras su sesión con la paciente, nos volvemos a reunir, vemos la evolución y discutimos cómo continuar. Aparte de los servicios de compañía puntuales que ya te hemos comentado, que no tienen que ver con los procesos de terapia. Por supuesto, la decisión de si acepta el caso o no, la toma la propia terapeuta.

− Por otro lado, en la escuela lo que hacemos, y lo que te proponemos antes de que te unas a nuestro equipo si finalmente aceptas, es una especie de entrenamiento. Durante algunas semanas te convocaríamos a diferentes sesiones como la de esta mañana, −Ahí se me estremeció el vientre y alguna parte más de mi anatomía− y valoraríamos tus capacidades, poniéndote en diferentes situaciones para poder establecer un perfil y ofrecer a nuestras clientas la persona más adecuada a sus necesidades.

Bueno, visto así, la propuesta que me hacían se alejaba cada vez más de mi concepto de prostitución, y me planteaba el reto de romper con algunas de mis propias barreras respecto al sexo. Y la perspectiva de unas cuantas sesiones con la pareja que tenía delante me animaba a decir que sí sin dudarlo ni un segundo.

Me parecía interesante ver esa parte en la que yo misma reclamaba una sexualidad libre y sin ataduras, como esa mañana leyendo los anuncios de contactos, y luego me escandalizara al recibir una propuesta así. Les dije que me gustaría pensármelo y darle un par de vueltas a todo este asunto.

− Por supuesto. Mira, si te parece bien te dejamos estos papeles, un acuerdo de confidencialidad, una encuesta sobre tus preferencias y a qué estarías en principio dispuesta y a que no en el sexo, y una propuesta de contrato como terapeuta por el que, a partir de que comenzaras a trabajar con nosotras cobrarías por sesión. Te lo piensas y si te interesa, llamas a Inés y conciertas una cita para el sábado que viene a la misma hora.

− Y ahora nos tienes que disculpar, Pilar, pero Clara y yo tenemos que irnos. Entre que la sesión ha durado más de lo que pensábamos, aunque no nos quejamos en absoluto, que la hemos disfrutado muchísimo y la conversación, se nos ha hecho muy tarde. Ha sido todo un placer en varios sentidos jejeje.

Ambas se levantaron y se acercaron a donde yo estaba sentada para despedirse con un par de besos.

− Ahí te dejamos para que te lo pienses con calma. Si tienes alguna duda o nos quieres preguntar algo a lo largo de la semana, llámanos... A mí personalmente, me encantaría que te unieras a nuestro equipo. Creo que encajarías a la perfección.

− Y no te preocupes por la cuenta, ya nos encargamos nosotras a la salida. −dijo Julia.

Las vi marcharse agarradas del brazo, tan tranquilas, como si no me acabaran de hacer la propuesta más bizarra de mi vida. Y sí, la verdad es que me sentí algo puta por el hecho de que me invitaran a comer después de la sesión de sexazo de la mañana. Y no me importó mucho, la verdad.


La semana pasó bastante rápida. El domingo me pasé el día descansando, que tenía el cuerpo algo resentido y por la tarde, ya más recuperada, aproveché para limpiar la casa. El resto de los días, tesis, tesis y más tesis. De casa a la biblioteca y de la biblioteca a casa. De alguna manera, el encuentro con esas dos mujeres había puesto patas arriba el trabajo que ya llevaba hecho. Ahora tenía más claro qué dirección quería que llevara y sentía una energía que hacía tiempo que no tenía. Sin darme cuenta, ya era viernes por la mañana. Aún no había decidido qué contestar respecto a la propuesta. Seguía con mis dudas, pero el recuerdo del sexo con Julia y Clara me hacía estremecer y desear otro encuentro con ellas. Reconozco que me había masturbado varias veces esa semana pensando en ellas. Especialmente por las noches, cuando me metía en la cama, volvía a vivir las sensaciones de ese día, la excitación, el olor a sexo, los gemidos, la piel sudorosa y el cuerpo totalmente abierto...

Sin pensarlo dos veces, llamé a Inés y me confirmó la cita para el día siguiente.

− Hola Pilar. Qué bien, me alegra que hayas vuelto. −La alegre Inés, nada más abrir la puerta con dos besos− Clara ha dicho que cuando te cambies y estés lista, te pases por su despacho antes de entrar a clase con Julia. Te he dejado en la taquilla el uniforme de la semana pasada por si lo necesitas.

Todavía no sabía si iba a aceptar el trabajo o no, pero tenía claro que quería volver a follar con esas dos mujeres. Mi cuerpo se había vuelto bastante exigente y quería su ración de placer, que ya estaba bien de tanto estudio.

− Pasa. ­− Oí que decía Clara después de llamar a su puerta− ¿Qué tal, Pilar, cómo estás? ¿Has decidido algo?

Su tono amable y sereno me ayudó a relajar un poco la tensión que llevaba. Por muy claro que tuviera lo que quería, no estaba totalmente relajada. Es cierto: a veces me puede la impaciencia.

− Bueno... Tengo los papeles en el bolso que he dejado en la taquilla. Esto... Todavía no los he firmado. No tengo claro... − Titubeaba al hablar. Estaba bastante nerviosa y mi calentura, junto con aquella ropa que llevaba, no me ayudaban para nada a mantener una conversación profesional.

− Pero mujer, no te quedes ahí en la puerta. Acércate...

Avancé algo insegura hacia el escritorio donde estaba sentada Clara. Sentí que me ruborizaba un poco, preocupada porque se me notara demasiado que no había ido allí a hablar de trabajo, precisamente.

− Ven aquí. −Extendió su brazo dándome a entender que quería que fuera a su lado. Según me iba acercando, se me aceleraba el pulso. Cuando llegué, ella ya había girado la silla para tenerme enfrente, y empezó a acariciarme suavemente los muslos y a levantarme la falda. − Mira, Pilar. Ya te dijimos que no te preocuparas, que te lo pensaras con calma. − Sus manos subían ya por la parte interior de mis muslos e involuntariamente separé algo las piernas­− Las dos sabemos a lo que has venido, ¿verdad? − Y pasó un dedo por mi sexo que me hizo estremecer. − Así que no te hagas la mojigata y sube aquí.

Me subí a horcajadas en la silla, quedando totalmente abierta de piernas frente a ella, con el coño y el culo al aire. Mis pechos a la altura de su cara subían y bajaban por mi respiración agitada.

− Desabróchate la camisa despacio. Quiero ver cómo te desvistes para mí.

Sentía su mirada penetrante fija en el movimiento de mis manos, excitándose con la contemplación de mi cuerpo que se descubría ante ella. Se relamía como una gata a punto de devorar su presa. Me abrí la camisa sin quitármela del todo y sus manos comenzaron a recorrer mi cintura, el vientre, ascendiendo hacia mis tetas.

− ¿Sabes? Desde el otro día nos has dejado con ganas de disfrutarte más, independientemente de lo que decidas. Por lo que veo, tú también has venido por lo mismo, ¿no?

− M-m­, − asentí sin palabras, más pendiente de lo que hacían sus dedos que de lo que decía. Apenas me rozó y mis pezones ya se erizaban bajo su contacto. Tomó un seno con cada mano y empezó a sobármelos.

− Ya sabes que Julia y yo somos pareja, y lo compartimos todo. Ya que te va a tener un rato para ella sola, yo también quería disfrutarte a solas antes de que vayas a su clase.

Sus dedos se volvieron más audaces y me pellizcaban, tironeaban y arañaban los pezones, que habían aumentado de tamaño considerablemente. Yo intentaba disimular mis jadeos, pero era imposible. Desde que me había levantado esa mañana estaba cachonda y expectante, y por fin mi cuerpo recibía lo que me estaba pidiendo a gritos desde hacía días. Las caderas se movían de forma sensual hacia alante, hacia atrás y en círculos, como iniciando un juego sexual imaginario.

− Vaya, sí que tenías ganas, ¿eh? Me encanta que vengas tan cachonda, como una perrita en celo esperando a que la monten.

Sí ya estaba caliente, esa forma de hablar me excitaba aún más. Una de sus manos abandonó lo que estaba haciendo y comenzó a sobarme descaradamente el culo. Su boca ocupó el espacio liberado por los dedos y me lamía, succionaba y mordía el pezón. La mano que estaba en mi trasero avanzaba peligrosamente hacia mi coño, que ya reclamaba la atención que merecía, y se detuvo milímetros antes de llegar a la entrada de mi vagina.

− ¡Oh, sí, señora directora...! − Jadeaba y gemía sin control− ¡Tóqueme, por favor, no aguanto más.

− ¿Serás descarada? Nada más llegar y ya quieres correrte. Pero eso me gusta, que me pidas lo que quieras, que expreses tus deseos. ¿Esto es lo que quieres, eh?

Por fin llego a mi húmedo orificio y trazaba círculos con su dedo, sin llegar a penetrarme.

− ¡Ahhhhhh...! ¡S-siiii...! Llevo toda la semana pensando en esto. En sus manos que me abren y juegan con mi cuerpo. No pare, por favor.

Yo movía las caderas intentando conseguir un mayor contacto con sus dedos, que me acariciara el clítoris a punto de reventar, pero ella escapaba y esa caricia no llegaba, lo que me llenaba de desesperación y me hizo rogarle una vez más.

− Por favor, doña Clara, tóquemeeee...

Bruscamente se separó de mí y me indicó que me bajara.

− No sabes cómo me gustaría poder llevarte al orgasmo ahora, tumbarte sobre el escritorio y follarte ahí mismo − casi me corro al oír esto−, pero sé que Julia no quiere que te corras antes de la clase, y yo no voy a meterme en la forma en la que ella quiere llevar tu instrucción. Sin embargo,  que tú no te puedas correr no quiere decir que yo no pueda hacerlo. Me muero de ganas por sentir tus labios en mi coño. Vas a ser una perrita buena y me lo vas a lamer entero, ¿verdad?

Puso sus piernas sobre los apoyabrazos y adelantó el culo hasta el borde del asiento, ofreciéndome un sexo completamente abierto y empapado.

Mi calentura hizo que me arrodillara ante ella y le comenzara a devorar el coño sin piedad. Mi lengua recorría aquella raja abierta de abajo hacia arriba, llevándome todos sus jugos a cada pasada. Me detenía sobre su clítoris, que había aumentado de tamaño y le daba pequeños golpecitos rápidos para luego bajar a la entrada de su vagina y penetrarla una y otra vez. Sus manos se aferraban a mi cabeza y me apretaban contra ella, mientras golpeaba su coño contra mi boca. Literalmente, era ella la que me estaba follando la boca, provocándome un placer indescriptible.

− ¡Ahhhhh... Qué bien me comeees! ¡Sigue! ¡Me voy a correr! ¡Ah, ahhh, ahhhhh...!

Una explosión de jugos me inundó la boca y la cara. Clara no dejaba de estremecerse y retorcerse bajo mis caricias.

− ¡Así, mi perrita, lámelo todoooo! ¡Límpiamelo bien! ¡Ahhhh...!

Yo lamía, succionaba, tragaba todo aquello gimiendo de placer, hasta que empezaron a disminuir sus temblores y, finalmente, Clara liberó mi cabeza de entre sus piernas.

− ¡Uffff! La verdad es que si no aceptas el trabajo, va a ser una gran pérdida para muchas mujeres jajaja, aunque espero que te sigas pasando por aquí. No, espera, no te limpies ni te arregles la ropa. Quiero que Julia te vea así. Estás espectacular, rebosas sexualidad. Dan ganas de ponerte a cuatro patas y no parar de follarte en todo el día.

La que estuvo a punto de darse la vuelta y ponerla a ella a cuatro patas fui yo. Pero sabía que Julia me estaba esperando, y también tenía ganas de ella.

"Menos mal que no tengo que cruzarme de esta guisa con Inés", pensé al atravesar el pasillo hasta llegar a la jefatura de estudios. "Menuda vergüenza". Y, estando en mis cosas, entré en el despacho de Julia.

− ¿Encima de llegar tarde, no sabes llamar? − Dijo lanzándome desde su escritorio una mirada furibunda que cambió enseguida al verme así, obscenamente semidesnuda, con los labios hinchados de deseo, despeinada y el coño chorreante. Se levantó de su sillón, vino hacia mí y me empotró contra la puerta dándome un morreo espectacular, su lengua recorría toda mi boca, buscaba mi lengua, se separaba y me lamía los restos de jugos de Clara.

− Así que has estado con la directora, ¿eh? Ya veo que ha empezado contigo antes que yo. Ventajas de ser la que manda. Bien, vamos a ver cómo está este coñito...

Una corriente eléctrica me atravesó todo el cuerpo cuando Julia apenas me rozó el coño con el dedo.

− Nena, así no vamos a poder ni empezar con la clase. Te vas a correr en cuanto te toque. Anda, ve a los vestuarios y date una ducha de agua fría, a ver si se te pasa la calentura. ¡Y ni se te ocurra taparte por el camino! Que Inés vea la zorra caliente que eres. Y a la vuelta no hace falta que te vistas.

"Mierda, al final me va a ver". Respiré profundamente y me dirigí a los vestuarios lo más dignamente que pude. Creo que de no haber estado sentada en su silla, Inés se habría caído de culo al verme pasar así por delante de ella por la cara que puso.

Al abrir el grifo me di cuenta de que no había agua caliente. Nada, ducha de agua fría sí o sí. Pegué un grito cuando sentí el agua helada sobre mi piel, pero también noté que me calmaba, así que dejé que el chorro me recorriera todo el cuerpo y me bajara la temperatura. No pude aguantar mucho, pero lo suficiente como para volver al despacho más tranquila. Agarré una de las toallas que había allí, me sequé bien y salí del vestuario dispuesta a pasar otra vez por delante de Inés todo lo dignamente que me permitía mi desnudez. La jefa de estudios también se había quitado la ropa.

− Bien, ya hemos perdido bastante tiempo, así que no vamos a perder más. Ponte estas restricciones en las muñecas. Como te dije la semana pasada, vamos a trabajar el control del cuerpo y la concentración, y para eso necesito que estés inmóvil.

Eran unas muñequeras de cuero negro muy fino forradas de una tela suave por dentro. De cada una de ellas colgaba una cadenita de plata con un pequeño mosquetón al final. Una vez puestas, agarró de las dos cadenas y me llevó hacia la columna que había en la habitación. Me fijé que en ella había un dildo enganchado a un arnés de pierna y se me volvió a acelerar el pulso imaginando lo que me esperaba.

− ¡Levanta los brazos!

Hábilmente manejaba mi cuerpo a su antojo. Pasó mis brazos por detrás de la columna haciendo que me abrazara a ella y enganchó las restricciones a una argolla que sobresalía y me obligaba a mantener los brazos arriba. Cada uno de mis pechos quedaba a los lados de la fina columna y el dildo, apoyado en mi sexo. Julia se agachó para colocarme otras restricciones en los tobillos y engancharlas a unas argollas que sobresalían del suelo, obligándome a separar las piernas. Estaba a su merced.

Subió a lo largo de mi cuerpo restregando el suyo. La piel se me erizó al notar sus duros pezones clavándose en mi espalda. Para colocar el dildo exactamente donde ella quería, rodeó mi cintura con ambos brazos y, mientras sujetaba hacia arriba el aparato con una mano, con la otra separaba los labios de mi coño y empujaba mi cuerpo con el suyo hasta dejarlo completamente encajado a lo largo de mi sexo.

Agarró un seno con cada mano, magreándolos. Sentía en mi culo el calor que desprendía su coño y el cosquilleo de sus pelillos cuando se movía. Abrió los dedos de sus manos atrapando mis pezones entre dos de ellos, y los apretó.

− ¡Ahhhh...!

− Vale, Pilar, hoy vamos a trabajar la concentración. No quiero que te corras hasta que yo no te lo diga. Respira profundamente, siente cada caricia, cada roce, cada cosa que te haga, pero no te precipites, no tengas prisa. No hables ni gimas. No busques el orgasmo, espera que te llegue y te invada lentamente. Concéntrate únicamente en los puntos de tu cuerpo en los que sientas placer, inspira, lleva el aire hasta el estómago, y expira lentamente, ¿entendido?

− Sí, señora.

Se apretó contra mí y empezó a restregar su cuerpo contra el mío. Sus dedos jugaban de forma deliciosa con mis pezones. Mi coño producía fluidos sin parar y yo respiraba profundamente. Me mordía los labios para no gemir. Al principio me costaba. Quería acelerar el ritmo, pero no podía al encontrarme apresada entre Julia y la columna y con las manos atadas. No me quedaba más que acoplarme al ritmo de mi maestra. Me concentré de nuevo en la respiración. Me dejaba llevar por Julia, que me mordía despacio el cuello.

− Muy bien, Pilar, lo estás pillando. No lo pierdas. Así, respira, siéntelo.

Su coño se apretaba contra mi culo como si me lo estuviera follando lo que hacía que, al moverse, mi raja se deslizara a lo largo del dildo, provocándome sensaciones electrizantes que me recorrían todo el cuerpo.

  • Mmmm...

No pude evitar que un sonido saliera de mi garanta.

  • Tranquila, respira. Controla tu cuerpo. Haz que dure más el placer que sientes. Concéntrate y localiza por separado cada punto de placer en tu cuerpo.

No era nada fácil lo que me pedía, pero no tan difícil como pensaba. Y sí, quería alargar el placer que me estaba proporcionando, que no terminara nunca ese dulce tormento. Me gustaba la sensación de inmovilidad, de que controlaran mi cuerpo pero, a la vez, controlarlo yo también.

Después de un rato interminable con esas caricias, Julia se separó de mí. Giré la cabeza todo lo que pude para ver qué hacía y dónde iba, pero no conseguía verla. Estaba en un ángulo muerto al que mi vista no llegaba, pero la oía en la habitación. Sabía que estaba ahí.

No tardó mucho en acercarse a mí de nuevo, esta vez con una botella de agua en la mano. Me dio de beber sujetándola contra mi boca. Estaba helada, pero yo tragaba llevada por una sed que me quemaba por dentro. Bebía con tanta ansia que se me salía por las comisuras de los labios y me caía por el pecho. Una mezcla de placer y sobresalto me hizo gritar al sentir el agua helada en mi cuerpo.

− Todavía no te he dado permiso para que grites.

Y apartó la botella de mi boca. Bebió ella y la dejó a un lado.

Durante toda la sesión Julia tampoco hablaba, estaba concentrada en mi cuerpo. De vez en cuando me daba pequeñas indicaciones con las manos de lo que quería que hiciera. Volvió a ponerse a mis espaldas y me separó las nalgas con una mano. Con la otra me untaba generosamente el ano con lubricante. Ya anticipaba lo que iba a venir. Me volví a morder los labios para no tener que gritar. "Respira", me dije, "concéntrate en la respiración".

Me pasó un brazo por delante, con el que me agarraba y me apretaba contra la columna a la altura del pecho. La otra mano empezó a trabajar el interior de mi culo lentamente. Como la otra vez, introducía un dedo en mi ano, lo hacía girar dentro de mí un rato delicioso, lo sacaba casi entero cuando ya estaba lo suficientemente dilatada, y me introducía dos... Así hasta tres dedos. Cada vez que me penetraba yo sentía que me desgarraba por dentro. No de dolor, sino de placer. Y todo, la respiración profunda, el silencio, conseguía que me concentrara exactamente en eso que le estaba ocurriendo a mi cuerpo y multiplicara mi placer. Yo me dejaba llevar por ese vaivén. Solo era consciente del cuerpo de esa mujer junto al mío, nuestra respiración acompasada, aquellos dedos deslizándose lentamente dentro y fuera de mí y la presión del dildo contra mi clítoris.

− Voy a salir, − me susurró para avisarme − ahora vuelvo.

Al sacar sus dedos de mí sentí una sensación de alivio y vacío a la vez. La quería dentro de nuevo.

No tardó mucho y me volvió a dar de beber. Dejó la botella y se situó a mis espaldas otra vez. Algo duro se apretaba contra mi culo. Con una mano separó mis nalgas y con la otra se ayudó para introducir el dildo en mi interior. Cuando sentí que me iba a penetrar, tomé aire profundamente y lo soltaba mientras se deslizaba a lo largo de mi esfínter lentamente, pero de un solo golpe. Creía que iba a explotar de placer, pero conseguí controlarlo.

− Así, muy bien. Aprendes rápido.

Pasó sus brazos por delante de mi cuerpo, se aferró a mis hombros y empezó a bombearme muy despacio. Yo intentaba no gritar, pero me era prácticamente imposible. Después de un rato que me pareció interminable y con el dildo todavía dentro de mí, llevó una de sus manos a mi cadera, indicándome que me separara un poco de la columna. Con tan poco espacio solo podía arquear la espalda y poner el culo en pompa. Esto le dejó sitio suficiente para agarrar el dildo que estaba en la columna y guiarlo hacia la entrada de mi vagina. De nuevo tomé aire profundamente, sabiendo lo que venía y lo solté mientras me penetraba doblemente. Me sentía abierta en canal con esos dos aparatos dentro.

Un nuevo vaivén me sacó de ese estado. Julia se movía dentro y fuera de mí y me llevaba con ella en su movimiento. Cada vez que me penetraba por detrás, la presión hacía que el dildo que tenía en el coño se me clavara aún más dentro. En la habitación solo se oía el sonido de nuestra respiración lenta y el de nuestros cuerpos sudorosos al chocar contra el otro. Ahora sí que no podía más. Me iba a correr sin remedio. Mi respiración comenzaba a agitarse.

− Todavía no. Aguanta un poco más.

Lo intentaba, pero el placer ya me invadía todo el cuerpo. A pesar de mis limitaciones, mi cintura se agitaba, queriendo acelerar las embestidas. Menos mal que Julia y las restricciones me sujetaban, porque me temblaba todo el cuerpo y las piernas ya no me sostenían. Notando mi estado, Julia decidió acelerar sus movimientos. Yo no abría la boca, pero de mi garanta salían unos gemidos que no reconocía como míos. El orgasmo llegaba lentamente. Lo sentía acercarse desde las extremidades hacia el centro de mi ser.

− Así, muy bien, Pilar, abandónate ahora, grita, llora, haz lo que quieras... ¡córrete!

− ¡Ahhh...! ¿Qué me haces, Julia? ¡Ah, aaaahhhhhh!

En ese momento perdí totalmente el control. Gritaba, lloraba, me temblaba todo. Un orgasmo brutal explotó en mi interior. Le pedía más, que me lo diera todo, que no parara. La cabeza me daba vueltas...

Un vez terminados los espasmos de placer, Julia salió de mí por ambos orificios. Se agachó y me soltó los tobillos. Se levantó y sujetándome con su cuerpo, liberó también mis muñecas. Si no me hubiera apretado contra la columna creo que me habría caído. Suavemente me guió hacia el suelo y dejó que me tumbara ahí. Ahora sentía la tensión en mis músculos por haber estado tanto tiempo atada. Julia me frotaba los brazos para restablecer la circulación y yo me dejaba hacer, incapaz de moverme, intentando recuperar la respiración. Solo puede pedir agua.

Después de que me diera de beber, cerré los ojos y caí en una especie de somnolencia hasta que un intenso olor a sexo me invadió la nariz. Abrí los ojos y ahí tenía encima de mí el coño de mi maestra.

− Ahora me toca a mí.

Se había quitado el arnés y sentado a horcajadas encima de mi cara. Puso sus manos en mi nuca, acercó mi cabeza a su sexo y comenzó a moverse impaciente sobre mi boca. Yo la quería devolver todo el placer que me había dado y sintiendo que estaba próxima al orgasmo, atrapé su clítoris entre mis labios y succioné.

− ¡Ahhhhh...!

Se corrió en pocos segundos, me llenó la cara de sus jugos, temblaba, me apretaba contra su sexo cabalgándome la boca de forma salvaje mientras no dejaba de gritar, de gemir, de pedirme que siguiera.

Me gustaba verla así, perdiendo el control, pidiéndome que la diera más placer. Me excitaba.

Alargué la mano hacia la columna y a tientas conseguí sacar el dildo de su arnés. Sin dejar mi presa, le indiqué que echara el cuerpo hacia delante hasta que quedó a cuatro patas. Esta era la mía. Le iba a devolver todo el placer que me había dado. Llevé el aparato con el que me había estado martirizando tan dulcemente a su coño y se lo metí de un golpe hasta el fondo. Mi lengua seguía centrada en su clítoris y mi mano guiaba aquel aparato dentro y fuera de ella.

− ¡Ohhh, siiiiiii! ¡Fóllame!

Animada por sus gritos, aceleré el ritmo, llevándola de nuevo a un orgasmo brutal...

− ¿Qué te parece, Inés? Nosotras trabajando como mulas y ellas follando como conejas. ¿No crees que es injusto?

− Desde luego, doña Clara.

− Vaya, ¿lleváis mucho tiempo aquí? − Dijo Julia sentándose en el suelo y respirando profusamente.

− Lo suficiente como para ver cómo te corrías en la boca de la novata mientras te follaba como una posesa. Creo que los gritos se oían desde el ascensor.

− Mmmmm. ¿Y qué te ha parecido, cariño? ¿Te ha gustado lo que has visto?

− ¿Que si me ha gustado? Me ha puesto tan cachonda que he tenido que llamar a Inés para que me masturbara. La prueba, Inés. Ni te has dado cuenta de que estaba aquí y me he corrido a tu lado.

La secretaria acercó los dedos a la boca de Julia que empezó a chuparlos con fruición.

− Mmmm. Delicioso. Lástima habérmelo perdido. Ya sabes cuánto me gusta ver cómo te corres en los dedos de otra.

− Pues ahora me voy a desquitar las ganas que se me han quedado esta mañana.

Me miró con cara de loba. Yo ya sabía qué quería.

− Pero señora directora...

− ¡Venga, no te vuelvas a hacer la mojigata conmigo! ¡Este cuerpo aún aguanta un par de asaltos! ¡Y tú, cariño, ponte el arnés de nuevo! Quiero ver cómo te la chupa mientras me la follo.

A duras penas me podía incorporar. Inés me ayudó a ponerme a cuatro patas. La verdad es que estaba exhausta, pero mi cuerpo no tenía límites esa mañana y me pedía más.

− Mmmm. Mira este culito.

Clara se colocó detrás de mí dispuesta a montarme y Julia delante, con ese miembro de plástico delante de mi boca.

− ¡Vamos, chúpasela!

Me abalancé como una fiera sobre la polla que tenía delante. Clara entró por detrás hasta el fondo sin dificultad, ya que estaba bastante dilatada, y me montaba como una loca.

− ¡Mmmpfghh...!

Intenté gritar, pero con ese miembro que me llegaba casi hasta la garganta, era imposible.

Estaba literalmente ensartada por esas dos mujeres y quería que me siguieran poseyendo de esa manera hasta hacerme reventar de placer.

− ¡Ufff! Esta chica es imparable.

− Ya sabíamos que era una zorra. ¡Así, venga... muévete!

Algo me separaba las piernas aún más y se abría camino entre ellas. ¡Inés se había unido a la juerga y me estaba comiendo el coño y jugaba con mis tetas! Ni en la más salvaje de mis fantasías me habían follado tres mujeres a la vez.

Ahora ya ni respiración ni leches. Quería gozar como una perra.

− ¡Mmmpfghh...! ¡Mmmpfghhhhhh...!

Cada centímetro de mi cuerpo se derretía de placer. Clara y Julia habían coordinado sus movimientos y parecía que me atravesaba una sierra. Cuando una entraba, la otra salía. Y la lengua y los dedos de la otra iban a acabar conmigo.

− Mira cómo le gusta que nos la follemos. Venga, vamos a ver cuántas veces se puede correr.

Yo me corría sin parar. Empalmaba un orgasmo con otro. Perdí la cuenta. Los brazos ya no me sostenían... Apenas tuve fuerzas para deshacerme de ese múltiple abrazo y dejarme caer derrengada en el suelo.

− ¿Pero qué mierdas tengo que pensar? ¡Claro que acepto el trabajo!

P.D: Agadezco comentarios